Desentendida
de sí mismo mientras escribe, la mente de Frank Yerby se adentra por completo
en la de Gregory. Lo que desea es entregar al lector una semblanza completa del
personaje secundario, esto es, lo que siente un hombre acorralado por las
circunstancias, y lo que olvida de sí mismo un hombre que se entrega a una
misión, en otras palabras, lo que olvida de sí mismo cuando se abre al mundo.
Pero no puede ser esa la solución del problema, piensa, queriendo escribirlo,
porque esa entrega equivale al paso de un rayo de sol entre las ramas de un
roble en un día ventoso. Frank Yerby debe respaldar con hechos demostrables la
inocencia de su personaje secundario.
Mientras
camina por el Parque del Retiro eleva su mirada hacia las nubes, donde unas
hélices interrumpen el descanso de las fieras apiñadas entre las paredes
húmedas, ansiosas por entrar en acción. El verde musgo de las paredes suena
fuerte, anuncia la nueva estación. Los colores del cielo preocupan a Frank
Yerby, quien se devuelve intranquilo al hotel Palace de Madrid, donde ha fijado
momentánea residencia.
En el bar,
Gregory luce cansado, molesto, con su jerez a medio beber, tal como lo imagina
su autor. Entre los pliegues de la camisa blanca se transparenta su
delgadez.
-Cómo van las cosas por allá, señor
Yerby -balbucea Gregory.
-Algo inquietó a las fieras.
-¿Resolvió mi
problema? -Gregory habla como si las palabras le lijaran la garganta, como si
sus pulmones estuvieran trabajando horas extras.
Un ser en el ocaso. Un personaje
secundario.
-Estoy lidiando con eso. Unas
hélices despertaron a las fieras.
-El bache lo
agota; si continúa con esa forma de encarar la novela... pero antes quisiera
recordarle algo. ¿No le parece que ya va siendo hora de que usted exponga mi
coartada?
-¿Eso quieres recordarme?
-No, no. Usted no me entiende. Ya
habría que entrar en acción.
-Entrar en acción... ¿tú o yo?
-¿Qué haría usted si entro en
acción?
El barman se le acerca, lenta,
afectuosamente.
-¿Su brandy de siempre, míster
Yerby?
-Sí, Paco, si es tan amable.
-¿Qué haría
si entraras en acción? -Frank Yerby mastica la pregunta; habla más bien para
engañarse a sí mismo; le habla a las contradicciones que laten en la sangre de
sus venas. Se queda pensando, mirando la hoja en blanco de su libreta de
apuntes, sentado en la barra. Retrocede las hojas, se queda en una, va a otra,
vuelve a la primera; repasa, tarja, reemplaza.
-Supongo que si entras en acción me
sumarás... otro problema.
Frank Yerby
se aleja del bar rumbo a su habitación, donde pasará en limpio algunas de las correcciones en la máquina de
escribir. Gregory se levanta y toma asiento en la barra, convertido casi en una
sombra. Frank Yerby ya no lo tiene en su pensamiento; sentado frente al
escritorio, ante la visión de una ciudad gris que le ha dicho adiós a los
tranvías, avanzando a tropezones bajo el poder de Franco, lucha por darle forma
a Gillian, la protagonista de su historia.
-¿Otra copa de jerez, míster
Gregory?
-Otra copa, Paco.
Gregory mira al vacío, no logra
desprenderse de su incomodidad.
-¿Le sucede
algo, míster Gregory? Lo noto abatido, si me permite hacer ese alcance.
-Quisiera olvidarme de mí mismo.
-Un buen Tío Pepe hace maravillas.
-¿Conoces a Frank Yerby?
-Desde luego,
él es muy conocido aquí. Es famoso. Tengo entendido que sus libros se venden
bastante bien.
-¿Sabes algo sobre sus personajes?
-La verdad,
no leo mucho... no tengo tiempo, míster Gregory. Pero me han dicho que son muy
interesantes.
-¿Sabes algo más de Frank Yerby?
-Ha ganado
varios premios; es un hombre de situación... ha recibido ciertas críticas por
sus posturas frente a la esclavitud, tengo entendido, pero no debe tomarlas en
cuenta. La fama despierta envidias.
-¿Sabías que yo soy uno de sus
personajes?
-Sí, él a
veces... cuando está cansado... me cuenta. Yo lo escucho con bastante atención.
Pero ahora que usted me lo dice, qué interesante es conocer de carne y hueso a
uno de los personajes de míster Yerby.
-Tú eres otro de sus personajes,
Paco.
-¿Yo? No,
míster Gregory, cómo se le ocurre. A mí déjeme la barra, con eso tengo
suficiente.
-Te diré una
cosa, Paco -Gregory se iba animando, al hablar desaparecían sus angustias-. El
señor Yerby goza de fama y fortuna, pero está escrito que con los años caerá en
el olvido. Su nombre, junto al tuyo y al mío, vivirá apretujado en los
empolvados anaqueles de escasas bibliotecas, acaso en los desvanes de casonas
del siglo pasado, con suerte en las tiendas de libros viejos. Sucederá con él
lo contrario de los genios que vivieron en el anonimato y cuya gloria hoy
sobrevuela sus tumbas. Yo no lo conozco tanto como para inferir que está al
tanto de esa realidad; conmigo no ha abierto su alma, apenas me ha dado un
papel secundario en su obra, el del hombre que actúa y siente, que sufre
molestias internas, propias de su organismo, y las demuestra con sus gestos, el
hombre que se niega a revelar la causa de su padecimiento a los demás. Solo a
ti te puedo contar esto, porque tú siempre les prestas atención a tus
clientes. Es… filosofía barata… el tipo de cosas que hablamos los
personajes secundarios. Frank Yerby me asignó este papel, y te aseguro que no
es el más agradable de los roles.
-Gracias, míster Gregory. Sírvase
otro jerez por cuenta de la casa.
-Pero he de
advertirte, Paco, que estamos jugando los descuentos. Pronto nadie nos
recordará, porque las nimiedades, las bagatelas, no pasan a la posteridad.
-No se haga
mala sangre, míster Gregory. Viva el presente, si le apetece mi consejo.
-Gracias,
Paco. Creo que ha llegado la hora de retirarme. Buenas noches, te has ganado
una buena propina.
-Muchas gracias, míster Gregory;
buenas noches, míster Gregory.
-Carga los tragos a la cuenta de
Frank Yerby, por favor.
-Sí, míster Gregory, vaya con Dios.
1 comentario:
Cuando los personajes se enzarzan en una conversación en torno a vaso de whisky puede pasar de todo
Un abrazo
La Lechucita
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