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domingo, mayo 26, 2024

Otro problema para Frank Yerby

Frank Yerby escribe deprisa, obsesionado en atrapar la sensación que domina a Gregory, un personaje secundario de su novela. Una vez escrita la idea principal, antes de que se le escape de la cabeza, habrá tiempo para someterla a revisión. Gregory carga sobre sus espaldas un crimen que no ha cometido; necesita describirlo en un ambiente interior, sentado, hablando con su acusador, fatigado. La sensación del personaje secundario debe enmarcarse en el desarrollo de sus argumentos bajo el expediente de mover los labios, la lengua y gesticular con cierto cansancio, al tiempo que algo en su interior le insiste en que no se halla en las mejores condiciones, los latidos del corazón, por dar un ejemplo, o la presión arterial un poco alta o el desagradable rodaje de los intestinos o la acumulación de líquido en la vejiga, percepciones físicas mezcladas con ideas que completan la disposición general del personaje en ese momento. 
Desentendida de sí mismo mientras escribe, la mente de Frank Yerby se adentra por completo en la de Gregory. Lo que desea es entregar al lector una semblanza completa del personaje secundario, esto es, lo que siente un hombre acorralado por las circunstancias, y lo que olvida de sí mismo un hombre que se entrega a una misión, en otras palabras, lo que olvida de sí mismo cuando se abre al mundo. Pero no puede ser esa la solución del problema, piensa, queriendo escribirlo, porque esa entrega equivale al paso de un rayo de sol entre las ramas de un roble en un día ventoso. Frank Yerby debe respaldar con hechos demostrables la inocencia de su personaje secundario. 
 Mientras camina por el Parque del Retiro eleva su mirada hacia las nubes, donde unas hélices interrumpen el descanso de las fieras apiñadas entre las paredes húmedas, ansiosas por entrar en acción. El verde musgo de las paredes suena fuerte, anuncia la nueva estación. Los colores del cielo preocupan a Frank Yerby, quien se devuelve intranquilo al hotel Palace de Madrid, donde ha fijado momentánea residencia.
En el bar, Gregory luce cansado, molesto, con su jerez a medio beber, tal como lo imagina su autor. Entre los pliegues de la camisa blanca se transparenta su delgadez.
-Cómo van las cosas por allá, señor Yerby -balbucea Gregory.
-Algo inquietó a las fieras.
-¿Resolvió mi problema? -Gregory habla como si las palabras le lijaran la garganta, como si sus pulmones estuvieran trabajando horas extras.
Un ser en el ocaso. Un personaje secundario.
-Estoy lidiando con eso. Unas hélices despertaron a las fieras.
-El bache lo agota; si continúa con esa forma de encarar la novela... pero antes quisiera recordarle algo. ¿No le parece que ya va siendo hora de que usted exponga mi coartada?
-¿Eso quieres recordarme?
-No, no. Usted no me entiende. Ya habría que entrar en acción.
-Entrar en acción... ¿tú o yo?
-¿Qué haría usted si entro en acción?
El barman se le acerca, lenta, afectuosamente.
-¿Su brandy de siempre, míster Yerby?
-Sí, Paco, si es tan amable.
-¿Qué haría si entraras en acción? -Frank Yerby mastica la pregunta; habla más bien para engañarse a sí mismo; le habla a las contradicciones que laten en la sangre de sus venas. Se queda pensando, mirando la hoja en blanco de su libreta de apuntes, sentado en la barra. Retrocede las hojas, se queda en una, va a otra, vuelve a la primera; repasa, tarja, reemplaza. 
-Supongo que si entras en acción me sumarás... otro problema.
Frank Yerby se aleja del bar rumbo a su habitación, donde pasará en limpio  algunas de las correcciones en la máquina de escribir. Gregory se levanta y toma asiento en la barra, convertido casi en una sombra. Frank Yerby ya no lo tiene en su pensamiento; sentado frente al escritorio, ante la visión de una ciudad gris que le ha dicho adiós a los tranvías, avanzando a tropezones bajo el poder de Franco, lucha por darle forma a Gillian, la protagonista de su historia.
-¿Otra copa de jerez, míster Gregory?
-Otra copa, Paco.
Gregory mira al vacío, no logra desprenderse de su incomodidad.
-¿Le sucede algo, míster Gregory? Lo noto abatido, si me permite hacer ese alcance.
-Quisiera olvidarme de mí mismo.
-Un buen Tío Pepe hace maravillas.
-¿Conoces a Frank Yerby?
-Desde luego, él es muy conocido aquí. Es famoso. Tengo entendido que sus libros se venden bastante bien.
-¿Sabes algo sobre sus personajes?
-La verdad, no leo mucho... no tengo tiempo, míster Gregory. Pero me han dicho que son muy interesantes.
-¿Sabes algo más de Frank Yerby?
-Ha ganado varios premios; es un hombre de situación... ha recibido ciertas críticas por sus posturas frente a la esclavitud, tengo entendido, pero no debe tomarlas en cuenta. La fama despierta envidias.
-¿Sabías que yo soy uno de sus personajes?
-Sí, él a veces... cuando está cansado... me cuenta. Yo lo escucho con bastante atención. Pero ahora que usted me lo dice, qué interesante es conocer de carne y hueso a uno de los personajes de míster Yerby.
-Tú eres otro de sus personajes, Paco.
-¿Yo? No, míster Gregory, cómo se le ocurre. A mí déjeme la barra, con eso tengo suficiente.
-Te diré una cosa, Paco -Gregory se iba animando, al hablar desaparecían sus angustias-. El señor Yerby goza de fama y fortuna, pero está escrito que con los años caerá en el olvido. Su nombre, junto al tuyo y al mío, vivirá apretujado en los empolvados anaqueles de escasas bibliotecas, acaso en los desvanes de casonas del siglo pasado, con suerte en las tiendas de libros viejos. Sucederá con él lo contrario de los genios que vivieron en el anonimato y cuya gloria hoy sobrevuela sus tumbas. Yo no lo conozco tanto como para inferir que está al tanto de esa realidad; conmigo no ha abierto su alma, apenas me ha dado un papel secundario en su obra, el del hombre que actúa y siente, que sufre molestias internas, propias de su organismo, y las demuestra con sus gestos, el hombre que se niega a revelar la causa de su padecimiento a los demás. Solo a ti te puedo contar esto, porque tú siempre les prestas atención a tus clientes. Es… filosofía barata… el tipo de cosas que hablamos los personajes secundarios. Frank Yerby me asignó este papel, y te aseguro que no es el más agradable de los roles.
-Gracias, míster Gregory. Sírvase otro jerez por cuenta de la casa.
-Pero he de advertirte, Paco, que estamos jugando los descuentos. Pronto nadie nos recordará, porque las nimiedades, las bagatelas, no pasan a la posteridad.
-No se haga mala sangre, míster Gregory. Viva el presente, si le apetece mi consejo.
-Gracias, Paco. Creo que ha llegado la hora de retirarme. Buenas noches, te has ganado una buena propina.
-Muchas gracias, míster Gregory; buenas noches, míster Gregory.
-Carga los tragos a la cuenta de Frank Yerby, por favor.
-Sí, míster Gregory, vaya con Dios.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cuando los personajes se enzarzan en una conversación en torno a vaso de whisky puede pasar de todo

Un abrazo
La Lechucita