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martes, agosto 25, 2009

Los novios de la tía Gloria

El primer indicio de fiesta en mi casa era la bandeja de 25 chilenitos que mi mamá encargaba donde las hermanas Rebolledo, a una cuadra de nuestro hogar. Cerca de las tres de la tarde del sábado la íbamos a retirar y desde ese momento quedaba dentro de la vitrina, en el comedor. Como con el Vitorio teníamos fama de responsables -admito que él menos que yo, y digo admito porque no creo que la responsabilidad sea una virtud en niños de 9 y 7 años-, la bandeja permanecía prácticamente inmaculada hasta que comenzaba la fiesta. A lo más nos robábamos un chilenito, tal vez dos, y mi mamá, que era la más antojada de los cuatro, otros dos.
Los pasteles perdían el protagonismo apenas se iniciaban los verdaderos preparativos. Una mujer obesa de moño y venitas en las mejillas y sobre todo en la nariz tocaba a la puerta, saludaba y se metía de inmediato a la cocina. Las ollas comenzaban a humear mientras picaba cebolla, cilantro y perejil, rebanaba los tomates, batía la mayonesa. Las papas caían al agua hirviendo. Con mi hermano nos asomábamos a la cubierta blanca de la mesa, llena de locos y choros gigantes -que en ese tiempo se vendían a destajo-, asombrados ante unas jaibas vivas que daban vueltas sin destino dentro de otra olla y ante unas conchas en forma de tubo, desde cuyo interior salían unas pinzas carnívoras que parecían preguntarse qué diablos hacían encima de una mesa. Luego partíamos a jugar a la esquina, felices, porque sabíamos que al regreso habría fiesta.
Lo curioso, y esta es otra prueba de la veleidad de la memoria, es que la fiesta misma no la logro recordar; quiero decir, nuestra participación en la fiesta, o más claramente dicho, la participación mía y del Vitorio. De modo que aunque yo mismo no lo deseo, y sospecho que mis lectores tampoco, debo saltarme esa parte y pasar al momento en que ya estábamos acostados.
Ahora que lo pienso, y por algo la memoria me devuelve ese recuerdo, la verdadera fiesta empezaba para nosotros dos en el momento en que cerrábamos la puerta del dormitorio y nos largábamos a saltar en las camas, a tirarnos almohadonazos o a pelear boxeo chino. Éste último juego consistía en colocar nuestras cabezas dentro del forro de los almohadones, de modo que la cara quedaba protegida por el relleno y la nuca cubierta solamente por la tela del forro. Con esa divertida protección nos podíamos pegar cuánto quisiéramos, a menos que un puñetazo diera en la nuca del adversario, en el estómago o los dos rodáramos hasta caer al suelo.
Casi todas las fiestas eran iguales. Mi papá aparecía en la pieza de improviso, con los ojos cada vez más vidriosos y la lengua más trabada por la bebida. Ponía voz de enojado y nos gritoneaba; luego volvía al comedor, donde el ruido de la conversación, de las carcajadas y del baile superaba con creces nuestro desorden. No estoy seguro de si en ese tiempo ya teníamos el pickup y si ya había salido al mercado el long play 33 un tercio "Carrera de éxitos", de Bert Kaempfer, que batió todos los récords de ventas. Si no era así, para eso estaba la radio.
Casi todas las fiestas eran iguales, decía. La diferencia la hacían los novios de la tía Gloria. Si con mi hermano sacábamos la cabeza del dormitorio para mirar la llegada de los invitados era con el exclusivo propósito de ver qué novio traía esta vez la tía Gloria. Los había de todos los pesos y tamaños; había figuras alargadas de ojos cadavéricos y aire ausente, abrutados mocetones, hombres peinados para el lado, comerciantes de terno y corbata, tipos de apariencia solemne que a media fiesta ya bailaban emborrachados con la camisa afuera, chicocos vociferantes de pelo ondulado, en fin, de todo, incluso un pelado cantor que la junta familiar celebrada al día siguiente para recordar los grandes episodios de la noche anterior consideró algo así como el colmo y señal segura de que las cosas andaban mal para ella. Lo curioso es que se trataba de hombres que en la semana yo solía ver caminando por el centro, serios, afanados en sus labores y que al detectarlos actuaban como si me rehuyeran la vista, como si con ese desaire me acusaran de ser un fisgón poseedor de sus secretos. Desempeñaban las más diversas ocupaciones, aunque la mayoría se adscribía al círculo del magisterio, ya que la tía Gloria era profesora y compañera de trabajo de mi mamá en la Escuela 2.
En la casa se decía que ella y su hermana, la tía Julieta, también maestra, pintaban para solteronas. Mi madre se había autoimpuesto la misión de casar a la primera porque se daba cuenta de que sus labios pintados de rojo, su mirada firme y su vestuario pedían a gritos un marido, problema que a la tía Julieta la tenía sin cuidado, me refiero al problema de tener o no tener marido. Pero las cosas parecían ir cuesta abajo en la rodada, a juzgar por el novio de la última fiesta, el pelado cantor.
Al final la tía Gloria se casó. El último novio llegó del sur, se prendó de ella y la hizo su mujer. Meses antes del matrimonio, cuando todo su entorno rancagüino lo presionaba para declararse, alguien que mi memoria olvida pasó frente a la casa de la tía Gloria y miró por la ventana hacia el interior. El novio estaba sentado en un mullido sillón, cubiertas sus piernas con una manta de lana, bebiendo una copita de licor. Era un hombre maduro, rechoncho, de cuidado bigotillo, sonrisa satisfecha, pelo engominado y mirada de ensoñación. En ese momento su futura suegra entró con una fuente humeante de sopaipillas pasadas y la puso en una mesita de arrimo, a su entera disposición. El novio suspiró, agradecido.
Formaron buena pareja, no hubo arrebatos pasionales, ni triángulos, ni platos rotos. El novio no se la llevó a otro pueblo, como a la Gradisca, pero se me ocurre que, descontando ese detalle, todo fue muy parecido.

miércoles, agosto 19, 2009

Revolución, contrarrevolución

En qué me aventaja, en la ingenuidad de su fe
En qué la aventajo, en que la conozco y no me conoce
En qué me aventaja, en la locura de su convicción
En qué la aventajo, en que he reunido algún dinero
Ella no muere, a mí se me van los años
Pero ahí, ¿de quién es la ventaja?
Habría que discutirlo

Decían que ya se había visto todo, que no había nada nuevo bajo el sol
Pero llegó esta diosa, se quedó y antes desordenó la casa
Será mi presente, debe serlo, me gustaría que así fuera
Pero la pura verdad es que siempre será Ella

La diosa levanta la marea, me desea en la playa
Como tantos esqueletos de cangrejos

Mi verbo es contrarrevolucionario
Ella es la metáfora de la revolución
Yo no represento a nadie, a lo más a uno o dos seguidores de La bella molinera
Ella representa a miles, a millones
Pero esos dos o tres al menos me hablan
Mientras que la diosa no le habla a nadie y ellos no se hablan entre ellos

El sol es el mismo para todos
Se anuncian nuevos días, es verdad
Las nuevas flores del ciruelo no serán las del año que pasó
Llegará ese amanecer que no veré
La deidad velará a sus muertos
Dará de mamar a sus retoños
Los retoños se harán fuertes
La sobrepasarán en altura y poder
Se le acercarán, la dejarán atrás
Y de pronto estaremos sepultados
No todos
Algunos serán cremados
Y no pocos desaparecerán sin dejar huellas

La diosa no nos ama, sólo se ama
La querría siempre a mi lado
¿Quién no querría que así fuera?

Un día me humillé y se lo pedí de rodillas
Quédate conmigo, no me dejes, no me desprecies, no quiero envejecer
Yo era una pizquita mayor; apenas le llevaría un par de años
Se fue igual
En estricto rigor, el que abandonó fui Yo
Ella se quedó al borde del arroyo
Adorada por sus fanáticos
Apenas sobresalía en ese carnaval del bosque
El mundo se desplomaba, mas los dementes lo sentían renacer
Ella no los sacaba de su error y reía a mandíbula batiente
Vestida de tul
La llamaba, le suplicaba a la distancia, bien lo recuerdo
Así se fraguó mi contrarrevolución

He aprendido tantas cosas
A verme desde afuera, a otear, a descubrir el noble corazón del sabandija
Bien abrigado se piensa mejor
Los guantes de cuero y el talco de peluquería dan un aire
Hacen la diferencia
Mi contrarrevolución no detendrá al mundo
A lo más la hará ruborizarse, le pellizcará las nalgas
Un pequeño golpe de suerte
Y tal vez me cuele de improviso
En su momentánea estantería

martes, agosto 18, 2009

Un mate, la noche y el Conejo

Había noches de sábados felices y había noches aburridas y también había noches angustiantes, como cuando mi papá andaba en las juntas y completaba dos o tres días sin llegar a la casa, acompañado de sus amigos el Ojos grandes y el Conejo, apodos que para cualquiera podían resultar divertidos pero que para nosotros sonaban a pesadilla, a verdaderos malos de la película; esto es, malos sin película o mejor dicho, personajes secundarios de una película protagonizada por nosotros pero desde el otro lado de la pantalla, el lado real que era la sala de cine y su continuación, nuestra casa en la población Rubio, nuestra anónima vida rancagüina.
Las noches aburridas consistían en acostarse cuando llegaba la hora... y apagar la luz. En aquel momento se me revelaba uno de los cuadros más melancólicos de mi infancia, que suele emerger en estas notas: con la habitación a oscuras cobraba importancia monumental el naranjo ubicado en el patio, en el pequeño patio de la casa. De día era un naranjo como cualquiera, sólo que apestado, que nunca o casi nunca daba naranjas. Pero de noche era otra cosa, con su ramaje negro y ligeramente ondulante ante la más mínima brisa, ramas largas de poco follaje que se interponían entre la luna y yo, entre las nubes y yo. No es que cobrara vida humana, eso lo sabía cualquiera, aunque a veces al Vitorio, acostado en la cama más alejada de la ventana, le daba un poco de susto la idea. Era más bien la sensación inquietante que desprendía su figura vegetal, casi animal. No deseo extenderme más con esa pieza y ese naranjo, porque no es el tema que hoy me impulsa a escribir, pero la imagen del gato invasor aprovecha su oportunidad y brota sola, al igual que la de la linterna, el gato que me pasa rozando la cara, los dos con el Vitorio aterrados por el maullido siniestro del felino al arrancar, el gato saltando por la ventana y perdiéndose en la inmensidad de la noche; y la luz de esa linterna que nos despierta cuando nos alumbra directamente a los ojos y nos pregunta -el hombre que lleva la linterna, otra especie de invasor, pero un invasor hasta cierto punto respetuoso y protector- nos pregunta mientras camina por los travesaños del parrón si hemos visto al ladrón que huye perseguido por el barrio entero.
En las noches felices, hablo de las noches de invierno que suelen ser las más felices, mi mamá preparaba mate en el dormitorio grande, el que daba a la calle, que de grande no tenía mucho, pues apenas cabía la cama de una plaza y media con respaldos de bronce, dos veladores y un ropero de dos cuerpos. Mi papá se servía el mate en la cama, con mi madre entrando y saliendo del lecho cada vez que se vaciaba el contenido. Comíamos pan de hallulla con arrollado, cuando había dinero, o con dulce de membrillo, cuando no había tanto.
Por motivos dignos de análisis, pero que alargarían este fragmento y quizás lo llevarían hacia otros derroteros, de modo que por esta vez no serán expuestos (ya con el gato y la linterna basta y sobra), siempre que recuerdo a mi padre feliz lo veo dentro de una cama. Como en la ocasión que estoy narrando, o como cuando anotaba datos en una libretita con el audífono en el oído y la televisión encendida, esto último muchos años después, ya con la televisión instalada en diversos espacios del hogar, que era otro hogar, otra casa más amplia, en una población "más decente" que la de los obreros de la Braden: la población de los profesores.
La ceremonia del mate era bastante sencilla. Mi madre calentaba la tetera en la cocina a parafina, el agua hervía y la tetera quedaba humeando sobre el brasero instalado en la pieza. Mientras, le echaba la hierba a la calabacita, que completaba con trozos larguiruchos de cáscaras de naranja. El rito exigía golpear los costados de la calabaza con la bombilla, una vez echada media ración de agua hirviendo. Entonces metía la bombilla y llenaba el mate de agua. El primero, el mate amargo, se lo tomaba mi mamá. Lo consideraba una especie de sacrificio, que los demás nunca cuestionamos, a sabiendas de que su voz era la que se imponía, ya que un remoto día en la historia nos metió en la cabeza a los tres hombres de la casa que ella siempre tenía la razón. El segundo mate era para mi papá, con azúcar. Después veníamos nosotros, cuando la hierba se suavizaba por el uso. Luego comenzaba otra ronda y así hasta completar tres o cuatro rondas. Había variantes: el mate con malicia, que sólo en contadas ocasiones nos era dado saborear, "porque podíamos acostumbrarnos", y el mate de leche, que tenía un sabor que al principio rechazábamos con el Vitorio pero que ante la insistencia terminaba por gustarnos. Todo duraba aproximadamente una hora y cuarto. Luego debíamos volver a nuestra pieza, se distribuían los guateros de metal y ellos apagaban la luz, acurrucados el uno con el otro.
Proyecto la imagen de ese momento mágico en mi mente y me veo con el Vitorio tratando de meternos a la cama con ellos, pero no cabemos, así que no nos queda otra que disfrutar el mate dentro de la pieza, pero no recuerdo en qué lugar, por más que hago memoria. Posiblemente hemos llevado alguna silla del comedor, permanecemos sentamos en algún pisito de totora o nos han dejado subir a los pies de la cama. Seguramente estamos a los pies de la cama cuando escuchamos un golpeteo en la ventana. Quién es, pregunta mi padre. Del otro lado se oye una voz no muy alta, no muy alta en el sentido de que proviene de un individuo de baja estatura, que con suerte alcanza a llegar al marco de la ventana, una voz que grita ¡el Conejo!
Nos quedamos petrificados. El Conejo está invitando a mi papá a salir, y lo está invitando así como invitan los obreros, los mineros rancagüinos, lo llama Mardones, se salta todo protocolo, osa tocar a la ventana sin ninguna educación, no piensa ni por un momento que mi papá pudiera estar acompañado, pero para nuestra gran felicidad él no se siente de ánimo para una farra, es el papá bueno y paternal el que hoy nos acompaña. Dónde vái, le pregunta desde la cama. A la sucursal, le responde el Conejo. Mejor ándate a tu casa. No, Mardones, si vos no querí es cosa tuya, pero yo voy a salir igual.
El Vitorio, vivamente impresionado con la escena, la saca a flote al día siguiente. Cuenta, no recuerdo a quién, que estábamos tomando mate cuando sonó la ventana y entonces mi papi preguntó quién era y entonces el señor dijo que era el Conejo y cuando mi papi le preguntó dónde iba, el Conejo dijo que iba a la persecución.

jueves, agosto 06, 2009

Mi padre y mi madre

Esto nunca lo hablamos, de modo que no pasa de ser una interpretación mía, pero se me ocurre con algún grado de certeza que mi padre debió de enamorarse de mi madre cuando advirtió en ella un aura imposible de superar y enormemente más luminosa que la suya. Reitero: estoy interpretando.
De lo que sí hablamos con mi madre, y que ella me lo declaró con una sinceridad desprovista de pegajosos sentimientos anexos y por eso más pura que cualquier otro tipo de sinceridad, fue de la propia intensidad de su amor. Me contó una noche de verano, bajo un fresco parrón que ya anunciaba en las bayas apelotonadas los racimos rojos y jugosos de febrero, me contó que ella se comprometió sin estar enamorada, se casó sin estar enamorada y vivió sin estar enamorada de mi padre, pero ahora que él ya no estaba en casa (había muerto meses antes de esa conversación) sentía que le faltaba la mitad de su vida. De hecho su aflicción se la llevó a la tumba cinco o seis meses después. Todo lo que me dijo esa noche lo había dicho delante de mi padre en su momento, con esa misma sinceridad.
Siempre solí menospreciar a mi viejo, y lo declaro con no poca vergüenza, pero debo reconocer que en un detalle me sacó una ventaja irremontable: una vez que vio la luz, por llamarla así, la persiguió como polilla, a riesgo de morir en el intento, y hasta se humilló para conservarla durante toda su vida. Nunca lo dijo con palabras, porque su elemento eran los gritos más que las palabras, pero a todos se nos hizo evidente que para él, mi madre fue su gran tesoro.
El mundo se mostraba sorprendido de esta verdad y más de alguien comentaba abiertamente, con palabras rayanas en la falta de respeto, similares a las de los presidentes que hablan de los asuntos internos de otros países, que era de gran injusticia que mi madre soportara a mi padre, sobre todo por la forma en que él la trataba. Víctor y yo, sus hijos, a menudo coincidíamos en el juicio, aunque internamente parecíamos ser poseedores del secreto de ese amor, que, oh paradoja, años después de quedar sepultado en el mismo nicho del cementerio municipal de Rancagua, cajón sobre cajón, me parece cada vez más indescifrable.
De herencia me dejó la pasión de sus ruegos silenciosos, la fuerza de sus celos y la renuncia a su inclinación por el alcohol, como pruebas indesmentibles de que para él había una única luz y todo debía sacrificarse a ella, aún la dignidad.
¿Lo hizo feliz poseer ese tesoro? Si es dable demostrar la felicidad con actos, mi padre fue un ser profundamente infeliz, un hombre lleno de carencias; en otras palabras, un feliz trágico, nostálgico. Y yo, que a su lado pareciera que lo tuviera todo, me siento hoy tan cobarde, cómodo y egoísta, tan incapaz de haber perseguido la luz, hubiese alumbrado aquí, en Tombuctú o en las Canarias, que no dejo de preguntarme si el secreto lo tuvo él o lo tengo yo.

viernes, julio 31, 2009

Pequeña nave anclada de noche en un desierto

Se podía decir que en Rancagua el cine Rex era el "cine de primera", aquél destinado a la matiné del domingo o al rotativo del sábado. Al cine Rex había que ir presentado, idealmente con gomina, corbata y zapatos brillantes. El cine San Martín daba películas raras, unas películas francesas o italianas que además de ser en blanco y negro, lo que no constituía novedad, ya que casi todo era en blanco y negro en esa época, parecían como filmadas de noche, aunque la acción transcurriera en el día. La mayor virtud de ese teatro residía en la señora Olga, la boletera, una mujer flaca de pelo corto y tieso que inspiraba temor por su voz de fumadora empedernida, temor que acentuaban sus lentes ópticos ahumados. Nos miraba de arriba abajo desde la caja y nos pasaba los boletos con sus manos huesudas. Pero era la mamá del Tatán, mi compañero de curso, así que a menudo entrábamos gratis. Curiosamente, en un baño de ese cine aprendí a aspirar el cigarrillo, durante un intermedio que me devolvió mareado al asiento, en estado de extraña euforia.
Al final de este ranking estaba el cine Apolo, especializado en películas mexicanas y en sus noches de picaresque con compañías traídas de la capital, pero ese es otro cuento.
A mí las que más me gustaban eran las películas de dibujos animados, empezando por las de Walt Disney y siguiendo con las de Tom y Jerry. Después venían las de jovencitos, como les llamábamos a los westerns, y las que protagonizaban Los tres chiflados. Las de amor había que tragarlas por obligación porque las metían al medio del paquete del rotativo, que se programaba para atraer a niños y niñas.
Cuando cumplí once o doce años me volví fanático de la mitología y de las batallas de griegos y romanos. Creía saberlo todo, pero muchos años después una amiga me bajó a tierra con un solo mito que recitó de memoria e interpretó certeramente mientras caminábamos por alguna calle de Santiago. Ella sí que sabía y el adulto que ya era yo continuaba siendo el perfecto imbécil venido de provincia. Sólo entonces reparé en que mi conocimiento de ese mundo de dioses, bestias bicéfalas y leyendas no pasaba de ser el que irradiaban Hollywood, los estudios Cinecittà y la revista de la editorial Novaro "Joyas de la mitología", que para más remate leía "Joyas de la mitogolia".
Fue una de esas tardes de cine cuando viví uno de los momentos más intensamente extraños que he sentido alguna vez. Los tres chiflados descendían en un planeta habitado por horrendos marcianos, aunque no necesariamente el planeta tenía que ser Marte. Era de noche y la pequeña nave que guiaban ancló en un paisaje desértico y se averió. Dentro de la máquina, parecida a la antigua imagen de un platillo volador, tres hombres chiflados protegidos por una cápsula se retaban unos a otros, de tal forma que sus voces sobrepasaban el vidrio y llegaban pálidamente hasta nuestras butacas desde la inmensidad de ese planeta desconocido.
La escena habrá durado un minuto, no más que eso, pero desde mi propia oscuridad de la platea alta no quería que terminara nunca. Me costó darme cuenta dónde residía la razón de mi placer y cuando me cayó la teja advertí que el viejo mito de la regresión al útero de la madre tenía cierta base, aunque en este caso no se trataba de un útero, porque el útero materno es protección contra todo peligro y por ende ausencia de miedo, mientras que ese útero otorgaba una inigualable seguridad en medio de un visible ambiente adverso.
Esa era la gracia, lo que siempre había anhelado y lo que Los tres chiflados me regalaron durante un minuto en un rotativo de sábado del cine Rex: vivir protegido en medio del peligro que está al alcance de la mano.

jueves, julio 09, 2009

El día en que se iba a acabar el mundo

Cuando Muñoz Ferrada anunció por el "Clarín" que el mundo se acabaría en cinco días no pude dejar de sentir un dolor de guata. Era lunes, eso quería decir que el mundo se acabaría el sábado, contando los días a partir del martes; aunque podía ser el viernes, si se contaban a partir del lunes, creo que eso no quedaba claro en la nota. Incluso, podía acabarse el jueves, ya que era posible que Muñoz Ferrada le hubiese puesto fecha de tope a su anuncio a contar del momento en que dio la entrevista, que fue el día anterior a la publicación de ésta en el matutino. Pero ahora que recuerdo mejor, la noticia entregaba la fecha exacta: era el sábado, pero no decía la hora.
¿Había que seguir estudiando? ¿Había que seguir yendo al colegio? Por las dudas hice ambas cosas, aunque el nerviosismo me impedía concentrarme en las materias que dictaba la señorita María Eugenia. Los recreos resultaban aburridos; era como si un velo gris hubiese cubierto mi pueblo, que para mí era mi patria, mi mundo, mi universo. Me tranquilizaba descubrir que la gente deambulaba igual que siempre por las calles, mas al menor comentario que escuchaba al pasar entre dos vecinas acerca del vaticinio la falsa calma se hacía trizas como por arte de magia y volvían los terrores, que eran terrores bastante relativos, ya que no daban para esconderse debajo de una mesa, sino como mucho para sentir las cosas de manera diferente, como si me estuviera despidiendo de un sueño -ni agradable ni desagradable, pero muy real y por lo tanto, amado- que recién comenzaba.
Los días pasaron con una vertiginosidad indeseable; se me antojaron similares a los minutos que precedían la llegada de la señorita Fresia con su famosa inyección mensual de penicilina que tanto me hacía sufrir. Pasó el jueves y pasó el viernes. El mundo no se acabó. Pero llegó el sábado, día, hablando en términos dramáticos, en que el planeta se jugaba el todo por el todo. Me levanté cabizbajo y con mi hermano fuimos al rotativo del cine San Martín. En cada intermedio me asomaba por la cortina a mirar la calle, por si las moscas. Cerca de las siete de la tarde se comenzó a proyectar "La calavera del marqués", con Peter Cushing en el rol estelar. En el momento del clímax la calavera descendía volando la escala de mármol del palacio del marqués, pero una falla en los efectos especiales dejó a la vista el hilito que la suspendía en el aire. Eso le quitó algo de terror a la escena y a mi alma, que también estaba suspendida en el aire.
A la salida nos fuimos caminando por las calles oscuras de invierno, y en ese momento tuve la certeza de que el mundo no se acabaría, al menos ese día. Debo de haberme dormido como todas las noches, moviendo la cabeza de un lado a otro en la almohada y contemplando la fantasmagórica mancha del naranjo difundiendo su aura tenebrosa a través de la ventana.
Recuerdo otro momento en que, con menos espectacularidad, viví la misma sensación. Caía la tarde y el viento de otoño daba muestras de una ferocidad desconocida. Mi tía se asustó y se fue a rezar a la Iglesia San Francisco, "porque parece que se va a acabar el mundo", dijo antes de salir, dejándome indefenso ante los embates de la naturaleza y de Dios.
El fin del mundo es como el fin de nuestra vida, pero se le teme menos a lo primero que a lo segundo, porque es social, compartido. La muerte es un viaje solitario por senderos desconocidos, y por lógica eso lleva a pensar que a uno le podría suceder algo peligroso.
El astrónomo aficionado Muñoz Ferrada, que en realidad fue un poeta de la profecía, anunció dos o tres veces más el acabo de mundo, hasta que su nombre se desacreditó y pasó al olvido. Juraba a pie juntilla que el majestuoso planeta Hercóbulus o Hercólubus, nunca pude afirmar en mi memoria el nombre correcto, se saldría de su órbita y arremetería, furioso, contra la Tierra, haciéndola mil pedazos. Un buen día, ya muy anciano, cerró sus ojos y se durmió en paz en su modesta casita de Villa Alemana. Los pocos chilenos que aún lo recordábamos suspiramos con una cuota de alivio, al tiempo que le dedicamos unos segundos de nuestro pensamiento, que fueron como prestarle segundos de vida extra.

martes, julio 07, 2009

Visiones

Me condujo por un terreno escarpado; se hacía difícil mantenerse en pie. Mas valió la pena: de la gruta emanaban resplandores y vibraciones similares a las que produce el toque del gong. Eran vapores celestes, llamados de amor que duraban sólo hasta la entrada: al enfrentarse a la luz desaparecían, se mezclaban con el aire y perdían su magia.
La semidiosa había estado presa durante milenios, castigada por la soberbia de su desplante. Se decía de ella que en tiempos remotos había desairado al titán Cronos y que éste la condenó a quedar pegada a la pared. Desde aquella vez no le quedó otra posibilidad que ofrecerse, sólo a quienes pudieran acceder a su morada, a través de emanaciones celestes, que revelaban por instantes su fisonomía en las paredes mohosas e irregulares de la cueva.
¡Era demasiado grande, inhumana, abarcaba el costado izquierdo casi entero de ese lugar que profanaban mis sandalias!
Aun así, entré a la caverna y besé el moho hasta que éste se pegó en mis labios, dejando una mancha barrosa en la pared. La acaricié con las palmas de mis manos y las yemas de mis dedos y jamás, ni por un segundo, dejé de sentir su tibia respuesta, plena de sentido, que ella me entregaba con sus vibraciones celestes.
Le placía saber que era amada, que no la habían olvidado. Sin embargo no se rebelaba, conociendo tan bien las consecuencias del castigo. Cualquiera otra hubiese rogado que la desprendieran y se la llevaran de allí para ver con sus propios ojos el sueño del que la había privado el titán. Ella, la semidiosa inhumana, prefería seguir el devenir de las cosas desde la pared de la caverna.
Los momentos eternos duran segundos; nuestro diálogo de amor consistía en su presencia ambigua y mi sensación ante la fuerza de la emoción que desprendían las paredes. A cada beso mío la semidiosa hacía salir vibraciones gaseosas desde las grietas de su cuerpo, que inevitablemente asocié con lascivia y vulgaridad. La situación se tornaba insostenible.
Al despedirnos lloramos ambos. Por mi lado, creo que no pude soportar la ruptura de la eternidad; el de la semidiosa se notaba que era un llanto contaminado por la dulzura y la piedad y eso me rebajó ante su porte. Al abandonar la oscuridad no pude dejar de sentirme ligeramente traicionado.
Mi compañera me estaba esperando y juntos nos devolvimos al valle bajo un cielo amenazante que al poco rato descargó tormenta. No me preguntó nada; me tomaba la mano y no decía nada; era un prodigio de mujer, me recordó al Siglo Dieciocho, al apogeo de Mozart. Tuvimos que ensayar cada paso, el temporal convertía los desfiladeros en hilos de piedras resbaladizas.

martes, junio 30, 2009

Esperando el resultado del examen

La preparación del examen de Historia era infernal. Para mí consistía en abrir el libro de Francisco Frías Valenzuela y leer unas 70 páginas, que empezaban con Egipto, seguían con las guerras médicas, Aníbal y los elefantes y terminaban en Roma con sus tres grandes periodos. Me tendía en la cama o en el sofá. Afuera hacía calor mientras en la pieza seguían pasando uno tras otro los elefantes de Aníbal y los 300 héroes caían por la culpa de un traidor, poco antes de que los romanos viejitos pasearan en túnica frente al Coliseo en pleno siglo de Augusto. Los pelotazos de mis amigos rebotaban en la pandereta y rompían el silencio provinciano estival. La población Rubio y Rancagua nunca fueron lugar de autos ni bocinazos, ahora lo son y hasta de tacos formados por taxis colectivos en sus estrechas calles; pero eso es harina de otro costal, podredumbre de la vida moderna y augurio de lo que les espera a las nuevas generaciones.
La primera lectura me tomaba unas dos horas y la hacía por necesidad; leía en voz alta. Las páginas iban pasando una tras otra hasta llegar a la última, que no me provocaba gran placer, ya que entonces comenzaba de inmediato la segunda lectura, que ejecutaba en voz baja. Dos horas después empezaba la tercera lectura. A veces, para otras pruebas, leía cuatro y cinco veces la materia, pero eso era una desproporción generada en mi inseguridad: por lo general la materia "me entraba" a la tercera lectura.
Siempre pensé que así había que estudiar, que era el único método válido. Y los hechos me daban la razón. Cuando lo hacía de esa manera obtenía la nota máxima. En ocasiones el señor Zelada en mitad de una clase se refería a mí como "memorión" o "mateo", lo que yo después negaba rotundamente ante mis amigos, que me sacaban pica con ese sobrenombre, mil veces peor que "Dumbo el elefante volador", "paila mocha", "mono", "pelao" o "guatón relleno con sapos".
A los exámenes debíamos acudir provistos de lapiceras cargadas de tinta, pues los lápices a pasta estaban terminantemente prohibidos. Se trataba de controles de extrema formalidad. A nadie se le habría ocurrido burlar las reglas. Mi mente traducía ese momento como una especie de cápsula que contenía la esencia de la vida; lo demás, todo lo que había pasado durante el año, no tenía la menor importancia.
El señor Zelada entraba a la sala junto con una comisión compuesta por otros dos maestros. Eran los mismos que con mis papás veíamos comprando fiado en la tienda de Pepe Martínez cuando mis viejos iban por lo suyo; o los mismos que bailaban con frenesí en las fiestas del gimnasio, pero en ese instante ingresaban investidos del poder que les confería el nombre de La Comisión. El señor Zelada dictaba las preguntas y yo, al copiarlas con la lapicera me decía ésta me la sé, ésta me la sé, ésta también me la sé, ésta me la sé más o menos. Entregaba el examen con una ligera satisfacción y una tonelada de alivio: me había sacado otro peso de encima y ya se divisaban las vacaciones, que consistían sobre todo en no estudiar.
Esperando el examen corríamos por el patio, jugábamos a la pelota con una tapita de Coca-Cola, nos sentábamos a descansar, hablábamos de nuestras vidas, de lo que nos aguardaba ese verano. Alguien se encaramaba a mirar por la ventana el trabajo de la comisión y decía desde lejos: "Falta". Diez minutos después otra voz informaba: "Siguen corrigiendo". Esperábamos frente al patio desierto. El tiempo se hacía interminable, era como estar presos dentro de un reducto de tedio silencioso. No había vida, para nosotros a esa hora Rancagua se parecía a una ciudad fantasma, a un montón de arquitectura abandonada; no llegaba sonido alguno del otro lado de las paredes que nos encerraban en el templo del estudio y el saber. El sentimiento que experimentaba era no de angustia por una espera que se hacía eterna, sino de... vacío sereno ante lo irremediable, que es como definir a la muerte.
Aunque de todas maneras le agradezco a ese ramo el haberme salvado de la debacle intelectual, pues al menos la vida y aventuras que corrían por sus páginas captaron mi interés por algo "importante", con el tiempo descubrí que mis conocimientos de historia no sólo eran harto malitos sino que no me habían servido prácticamente para nada. Y sin embargo, ¡cuán fundamental y poderoso es el pasado!
Toda mi vida odié estudiar, no hubo cosa más funesta para mí que estudiar. Durante el periodo más largo de mi existencia, aquel comprendido entre los 11 y los 16 años, me encerré por propia voluntad en un corral de chanchos sólo por el gusto de ser destacado cada cierto tiempo como el chanchito obediente por el dueño del corral. Pagué con esa fría responsabilidad, con esa humildad mentirosa, esas ansias de ser reconocido que me caracterizan y recién, a estas alturas, podría decir que comienzo a despertar...

sábado, junio 20, 2009

Explosión de vida

Explosión de vida. Mesa humeante. Chicas revoltosas. Brindis. Anécdotas cigarrillos flashes y ansias secretas de apareamiento. La vida fluye. La vida debe palpitar y luego debe recogerse. La vida vale mucho. La vida vale bien poco. La vida es un torbellino de soles desbocados. La vida es un manto de sombra. La vida tiene moral. La vida no tiene moral. La vida tiene sentido. La vida no tiene sentido. La vida se vive con los sentidos. Los sentidos generan sensaciones y las sensaciones generan pensamientos. Los pensamientos alejan de la vida. La vida se muestra por instantes. El placer acerca a la vida. A mayor placer menos pensamiento y más vida. El placer más intenso es la vida en estado puro. El éxtasis es explosión de vida. La vida en estado puro se desconecta de la realidad. La sensación más prolongada e intensa de vida no está en el placer, está en el dolor. El poder de concentración del ser con su dolor supera al del éxtasis. La vida necesita respiros. La vida necesita sumergirse en el mundo verdadero, porque cuando la vida se sumerge en el mundo de las ideas la vida deja de ser la vida. Pero la vida para ser vida precisa del verbo y el verbo es el comentario acerca del mundo ficticio, que es el mundo de las ideas combinadas con la de los sentidos. La observación no es parte de la vida. La vida prohíbe vivir a quienes la observan. Los observadores de la vida viven la vida observando la vida. La vida no fue hecha para ser observada. Si no fuera observada, la vida pasaría sin pena ni gloria. Quien quiera vivir la vida debe entregarse a la vida. Quien desee vivir para observar la vida debe renunciar a vivir. Sólo quien renuncia a vivir puede describir la vida. Quien vive la vida está imposibilitado para referirse a ella. Quien vive, desea. Quien observa, reprime el deseo. La vida es una explosión y la inmortalidad, un sacrificio.

viernes, junio 19, 2009

El tío Mario y la tía Luchita

El tío Mario y la tía Luchita formaban una pareja ideal, a nuestros ojos provincianos. Habían vivido en Estados Unidos y sabían hablar inglés. Estaban siempre alegres; se querían mucho, eran cómplices, se protegían el uno al otro. Carecían de los prejuicios que tanto le pesaban a nuestra familia y por eso mismo, se reían con desparpajo de los demás. Sus hijos eran pintosos, altos, tenían carácter y vestían a la moda. En otras palabras, el tío Mario y la tía Luchita vivían la vida.
Cuando llegaban de Estados Unidos traían regalos. A mí me tocó una lapicera Parker y al Julio, un impermeable. El Vitorio se adueñó del Piggy cook, un chanchito a pilas que volteaba un huevo de plástico en el sartén. Como a nosotros la tía Ana nos prestaba una vivienda de su fundo para pasar el verano, si ellos iban a vernos mi mamá los lucía en la casa patronal y podían disfrutar de la piscina. En cambio si los visitantes eran el tío Pablo y su familia, éstos debían conformarse con un baño en la acequia. Detalles de ese estilo demostraban cuánto los admirábamos.
La admiración es la materia brillante que sale a flote del pozo turbio de la envidia.
Con el tiempo fui entendiendo que no todo era color de rosa, aunque tampoco de hormiga. Ese amor que se prodigaban, más que amor parecía una esfera transparente, egoísta y claustrofóbica que los separaba de la gente. El tío Mario era mujeriego, eso no lo sabíamos entonces. Ya adulto me enteré de que un día llegó a Rancagua con "una amiga de la oficina" y mi padre, que en cuestiones de moral era bruto como el diamante, sin decir agua va le arrojó una jarra de vino a la mujer en pleno escote y echó a perder la fiesta. Ante los atisbos de censura que surgían al recordar esa anécdota, al viejo nunca pudimos sacarle más que esta frase: "Se lo merecía". En esa relación entre ellos, que eran primos, el tío Mario era el desborde y mi padre, la contención, lo que para mí simbolizaba la alegría de la improvisación versus la amargura de las trabas autoimpuestas.
De vuelta a Chile, la tía Luchita retomó su puesto de enfermera, mientras que el tío Mario se desenvolvió con éxito como vendedor viajero. El protagonista de mi cuento "Lección de música, segunda versión" está inspirado en la etapa final de su vida.
Pero he dejado deliberadamente un detalle para el final: en su departamento tenían un televisor, un Zenith traído desde los Estados Unidos, que para la fantasía infantil de entonces valía más que un auto. Y así, cuando un buen día nos invitaron a los cuatro a pasar un fin de semana con ellos, saltamos de alegría en la cama con mi hermano.
El departamento ubicado en la calle Particular, barrio San Diego, estaba en el cuarto piso y no había ascensor. Apenas llegamos nos instalamos frente al televisor y no salimos más, salvo cuando tocó la hora de volver a Rancagua. El aparato en blanco y negro, de unas 15 pulgadas, vivía sus últimos días. La pantalla temblaba como si sufriera Parkinson, pero no nos importó. El sofá y el televisor constituyeron toda nuestra aventura de tres días. A veces sentíamos reír a los mayores en la otra habitación, a veces nos llegaba la hora de comer y dos veces tuvimos que irnos obligados a dormir. Pero el resto del tiempo fue una suma de series entre las que recuerdo "El fugitivo", "Ruta 66", "En la cuerda floja", "Combate", "Arresto y juicio", "Míster Ed", "Hong Kong", "Ben Casey", "Los intocables"...
Volvimos a Rancagua. En lo personal estaba ansioso de contarles a mis primos tanta maravilla y en efecto, apenas me preguntaron cómo lo había pasado tomé aire para hablar.
Pero entonces, y de eso se trata realmente esta historia, entonces mi relato acabó de golpe. Enumeradas las series que había visto me di cuenta de que no tenía nada más que decir. Ya con ese dato había provocado un pequeño desbande en el grupo; resultaba estúpido gastar tiempo relatando los argumentos de las series.
Qué curioso: tres días completos de mi vida, tres días muy importantes, que aún recuerdo, fueron a dar a un foso. Para los demás no había existido y para mí mismo, mi propia vida trocó por un instante en la prolongación de una suma de fantasías.
No sé si el problema radica en contar historias en las cuales la demás gente no interviene, o sea, no logra hacer suyas, como sucede cuando alguien muestra un álbum de fotos de viaje; o si el problema estriba en una especie de fastidio que nace de la envidia por parte de los receptores del mensaje; o si el pudor nos vuelve prudentes. El hecho es que desde aquella vez guardo cierto recelo hacia la televisión.

lunes, junio 15, 2009

Carrera de motonetas

Hubo un tiempo en que los domingos disfrutábamos la tarde entera en el velódromo. El Melo cortaba los boletos con un cigarrillo en los labios, "para pasar el hambre", explicaba sonriente, queriendo decir con eso que su labor voluntaria era sacrificada, pero que la cumplía con deleite. El Melo era un joven sano, simpático y buena gente, y por eso a nosotros nos caía bien. No bebía y en los paseos nos ayudaba a elevar volantines. Un día, en mi casa, el Melo reparó en los dos Torterolo que colgaban en la pared y sacó a relucir las virtudes de otro pintor que comenzaba a destacar en Rancagua. Le alabó su marcado realismo, el uso de los colores y ahora que voy haciendo memoria, rescató especialmente un Cristo en la cruz que le había visto en su atelier y del cual opinó que era superior a los de las iglesias, "porque no tiene una cara tan triste". Recuerdo exactamente la frase genial de su remache. "Este Cristo se ve más rellenito, más gordito". En la audiencia familiar se produjo un silencio, no supe si de aprobación o de rechazo. Yo tampoco hice comentarios, pero si lo recuerdo ahora es porque ese juicio se me quedó grabado a fuego.
El Melo tenía la cabeza grande, se peinaba para atrás y lucía un bigotillo de esos que usaban los galanes de cine de los cincuenta. Como este episodio está situado a comienzos de los sesenta, ese bigotillo comenzaba a pasar de moda. El nuevo look era peinarse para el lado, al estilo de Cary Grant o Stephen Boyd. Mi papá, quien iba a la peluquería del centro, lucía ese estilo, que nos agradaba mucho. Lo bautizamos "Mesala", por el parecido que tomó con el personaje secundario de Ben-Hur. Sin el bigote mexicano que le daba por dejarse cada seis meses, con el corte a lo Mesala y pasando por alto sus visitas a la cantina, mi papá habría sido perfecto.
Al igual que Mesala, mi papá fue siempre un personaje secundario. Mi hijo y un sobrino descubrieron un día una foto suya, olvidada en un cajón. Aparecía el famoso Hugo Miranda montado en su bicicleta de carrera y a su lado, de pie, mi papá con una bandera de largada y el bigote mexicano. Mi hijo creyó, orgulloso, que su abuelito era el ciclista, hasta que mi madre lo sacó del error. Entonces con su primo le pusieron "el banderero", apodo que se mantuvo por años y que al viejo nunca le hizo gracia.
Ese domingo del velódromo las tribunas estaban llenas y mucho de eso tenía que ver -yo no lo sabía entonces- con el personaje secundario que las hacía de dirigente. Ya se habían corrido las pruebas de velocidad, persecución individual, persecución por equipos y los 25 kilómetros con llegadas parciales y emocionantes toques de campana en las últimas vueltas. Hugo y Guido Miranda habían disputado palmo a palmo con Turchán, Letelier, Cavieres, Urrutia, Valdebenito, el loco Moraga y otros tantos. El día tenía que haber cerrado ahí, pero una fuerte presión de los coléricos que por esos días causaban furor con sus Vespas y sus Lambrettas obligó a una prueba final: ¡una carrera de motonetas!, algo nunca visto y que atrajo poderosamente la atención del público.
Dieron la partida y las motonetas volaron. Con mi hermano y mis primos nos acercamos todo lo que pudimos a la pista de cemento para sentir el rugido de los motores. No habían transcurrido tres vueltas cuando un competidor rozó a otro y cayó estrepitosamente al piso. No recuerdo si el casco saltó, pero sí que se golpeó en el cráneo y quedó inconsciente. A los niños se nos revolvió el estómago y la multitud lo rodeó en un segundo. Querían ver de cerca la escena, la máquina averiada, la sangre en el cemento, el rostro juvenil contraído, la luz de una linterna iluminando esos ojos blancos, sentir algún quejido. Atardecía.
La ambulancia llegó como a los 20 minutos y se lo llevó. El espectáculo quedó hasta ahí, al igual que las carreras de motonetas en el velódromo, que tuvieron su debut y despedida. Durante la semana le escuché decir a una amiga de mi mamá, en la feria, que el motonetista todavía no recuperaba el conocimiento.

viernes, junio 12, 2009

Kermesse infantil

Demasiados años después de que corriéramos con esa frenética inconsciencia infantil por los patios del Instituto Inglés de Rancagua profundicé en un fenómeno que en ese instante se me antojó extraño y feliz. Con mi hermano hallábamos tickets en el suelo como si se tratara de cajetillas vacías. Nunca antes había escuchado la palabra ticket; desde ese día la asocio con suerte, desinterés, negligencia.
Asistíamos a una kermesse infantil, invitados en calidad de "hijos de la tía Fani". No era como las fiestas de la Escuela 1, que se dividían en entonación del himno nacional, discurso del director, recital de números artísticos y para el final, partido de baby fútbol o revista de gimnasia, dependiendo de la fecha de la fiesta. Ésta era una fiesta con todas las de la ley: sala de cine con películas de dibujos animados, juegos de feria con jugosos premios fáciles de ganar, carreras de ensacados, torta, chocolate caliente y helados a destajo. Cada una de estas posibilidades valía un ticket y nuestro presupuesto, que alcanzaría a lo más para cuatro, pasó a segundo plano con el inesperado regalo que encontrábamos a cada paso en el suelo.
La recuerdo como una de las tardes más felices de mi infancia. Era increíble; ningún otro niño reparaba en los tickets descuidados. Para ellos era tan natural tener dinero que se podían dar el lujo de extraviarlo y sus vidas no sufrían cambio alguno. Mi hermano y yo, en cambio, andábamos con la vista pegada en el suelo, recogiendo tickets para disfrutar de ellos. Las argollas resultaban inexplicablemente anchas, entraban como si nada en las botellas; el mesón con los rifles a postones estaba demasiado cerca del blanco; nadie perdía, todos ganábamos, era una fiesta fabricada para ganar, una fiesta hecha para un mundo acostumbrado a ganar y sus organizadores la habían planificado inocentemente así, de la manera más lógica, pensando en la diversión de sus hijos. Allí no cabían ni el esfuerzo ni la suerte ni los talentos ni la ambición. La riqueza que viene del cielo provoca somnolencia y en ese medio me vi de pronto como pájaro raro, pechador desvergonzado.
Cada cierto tiempo mi mamá nos llamaba la atención, haciéndonos ver que no era educado andar recogiendo tickets del suelo. Con el Vitorio le hacíamos caso solamente para la foto; apenas se daba vuelta proseguíamos la búsqueda: ya estábamos cebados.
Mi madre era parvularia. Con el perdón de las parvularias, definirla hoy de ese modo la rebaja de categoría. En tiempos en que no existían parvularias y apenas había un kindergarten en Rancagua, mi madre era la "tía del kinder" y nosotros, por consiguiente, pasábamos a ser los "hijos de la tía Fani".
Un par de semanas después de transcurrida la fiesta mi mamá nos contó durante el almuerzo que la invitación había tenido por objeto convencerla de que se incorporara a ese colegio. Ella lo tomó como un halago y a pesar de que su sueldo se habría triplicado, rechazó la oferta. No recuerdo sus palabras exactas, pero sí la idea que primó en su decisión. Ese era un colegio pagado y ella enseñaba en un colegio gratuito; ella les abría los brazos a todos los niños, no era una maestra exclusiva para niños ricos. Mi padre, mi hermano y yo aplaudimos su decisión y nos pavoneamos un buen tiempo del asunto. La casa siguió sufriendo estrecheces, los años fueron pasando. Su ejemplo se me grabó a fuego en la mente y me llegó la adultez. A la primera de cambio acepté un trabajo mejor que el que tenía; no era ya tiempo de ideales.

jueves, junio 11, 2009

Amo a Chile, amo a Rancagua

¿Amas a tu país, sientes a tu país en las venas? ¿Amas a tu ciudad natal?
Amo a Chile como amé a mi niñez y amo a Rancagua como amé a mi padre.
Siendo niño solía compararme con los mayores. Al hacerse evidentes las diferencias de conocimiento y de experiencia llegaba a una conclusión devastadora: si estuviese en el lugar de ellos no sería capaz de desenvolverme, no tendría temas de qué hablar ni argumentos que defender. Pero entonces, el niño que era se comparaba con otros niños que sí se desenvolvían frente a los mayores como niños que eran y mi conclusión variaba: los niños pueden relacionarse con los mayores sin renunciar a ser niños y no hay drama en ello. Los mayores no sólo entienden perfectamente el asunto sino que además buscan ese tipo de relación, porque se sienten renovados. Ríen con sus ocurrencias y tienden a sacar a flote la benevolencia que llevan dentro. Los niños a su vez conservan la alegría y ganan confianza en sí mismos. Dicha conclusión me serenaba de inmediato, pero luego la observación y el razonamiento me conducían a una despiadada contradicción: si yo salía del paso frente a los mayores portándome como niño, sería el niño quien atraería el cariño de los mayores, no el par. Habría allí algo de farsa, de condescendencia, en el fondo de perdón. Fueren como fueren las cosas, mientras fuese niño estaría en una posición disminuida frente a ellos.
Ay, pienso ahora, cómo el mezquino cerebro doblega al corazón y deja pasar las mejores oportunidades de la vida.
¡Si nomás mi alma hubiera sido!
Amé a mi padre con censura y con desprecio, lo puedo decir ahora, sin traicionarlo, a pesar de que en vida él se sintió traicionado varias veces al descubrir mis sentimientos y los achacó a sus propias faltas, aunque no pudo ocultar su dolor. Me avergonzaba de que fuera mi padre, no era él el padre que soñaba. En ciertas ocasiones lo evité ex profeso o me burlé de él abiertamente, de tal forma que la ira apenas dejaba una rendija de luz a la desilusión y la desilusión ocultaba por completo la tristeza.
Era tan ignorante de las cosas importantes, tan inculto, esa es la palabra. No sabía manejarse en las grandes ocasiones y para todo empleaba sus emociones primarias, de las que parecía declararse orgulloso. El refinamiento era su antónimo y el vicio, su compañero inseparable. Sus gritos destemplados hacían vibrar las paredes de la casa, su impaciencia era superlativa, sus celos, prodigiosos, y solo sacaba a relucir su alma, su alma de poeta, cuando bebía. Porque tenía alma de poeta, pero en cuerpo de minero, entendiéndose por minero al hombre que lucha contra la naturaleza cabeza abajo para arrancarle un tesoro que oculta en la negrura y que cuando raras veces se le ocurre ver el cielo solo ve una luz blanca que enceguece.
Corren los años y cada vez me le parezco más; hasta me he sorprendido copiándole algunos gestos y el tono de su voz. Cuando me hago consciente del fenómeno miro con sus ojos y fabrico naturalmente el rictus de sus labios. Entonces me parece que él renace para apoderarse de mi cuerpo.

martes, junio 09, 2009

Apología del tiempo perdido

Cuenta una crónica de principios del Siglo XX que miríadas de indígenas de una tribu no identificada levantaron una torre en plena selva, con la finalidad de vencer la prodigiosa altura de los árboles. Una vez concluida se repartieron el tiempo destinado a contemplar el sol, la luna y las estrellas. Los que accedían de día lo hacían a la semana siguiente de noche y así, nadie fue privado del espectáculo universal.
La torre se transformó pronto en objeto de culto y como tal duró muchísimos años, ya que a la mantención de su base y su estructura iban a dar las mejores energías de la tribu de la selva. Y como se trataba de una tribu pacífica, sus miembros no les impidieron el acceso a los visitantes ocasionales, fueran indígenas o exploradores. Entre éstos últimos se hizo presente un antropólogo de fuste que se había vuelto loco. Se llamaba Peter McDouglas. Su expedición vivía días de angustia y desasosiego, las provisiones escaseaban y ya casi no le quedaban indios, apenas un par. Completaba el grupo su secretario particular, Charleston Penguin, a quien dictaba los apuntes.
Los inteligentes no supieron maravillarse ante el hallazgo. El antropólogo asoció la torre a un falo gigante y escribió un paper sobre la materia, que dio que hablar décadas completas entre el mundo académico. Concluía el trabajo que hombres y mujeres se rigen por el mandato primario del sexo viril, al que adoran por encima de otras consideraciones físicas o espirituales. "El falo es el dios de las civilizaciones", afirmó entonces.
No olvidemos que estaba loco.
En cuanto a la torre, ésta duró muchísimos años, como ya se dijo, hasta que un rayo la convirtió en astillas. En ese momento no se consideró necesario edificar otra, ya que las grandes máquinas abrían la selva a pasos agigantados: los niños habían alcanzado la edad adulta y la tribu se había consagrado por fin a una divinidad, el dios Mr. Peter McDouglas, El hombre del falo endemoniado.

viernes, junio 05, 2009

Momento político

Mamá Presidenta, ¡mamita querida!, el Resentimiento de Madre Presidenta. La verdad absoluta, el Canon Universal de los Derechos Humanos del Hombre, aj aj aj! Resiliencia.
Al menos antes se avergonzaban; mataban para callado. Sabían que era malo. No están en ninguna pared, son asesinos de frentón, la falsa sociedad merece su castigo.
El gran Presidente de la hermana nación bolivariana de Venezuela Hugo Chávez, mensajero de la vida, peregrino que viene desde la isla de Cuba. Su Santidad el Papa Benedicto XVI, la voz del gran Presidente Chávez, su estilo, el Negro tranquilo no me ayude compadre, esperanza del Mundo Occidental y esperanza del Mundo Mundial, el Gran Imperio Amarillo, hace tiempo que no se condena a China por violar el Canon Universal de los Derechos Humanos del Hombre, cuando China despierte el mundo temblará, unas pocas líneas para los 20 años de Tiananmen, más que nada el chinito y el tanque, el Imperio Chino suma y el Imperio Occidental resta. No se puede hablar de ciertas cosas, sólo está permitido producir y pensar diferente, la diversidad es la Reina Madre, ¡ay si hablas contra de la diversidad te espera la cárcel!
¡Hoy te nombro, Libertad! El tridente mágico de Corea del Norte: Kim Il-sung, Kim Jong-il, Kim Jong-un, clasifican al Mundial, temas de menor alcance. Gordon Brown, Mauricio Israel en Israel vs Palestino a la Primera B, Zapatero y Nadal, ¡Angela Merkel!, nostalgias de Chiang Kai-shek y el Amado Presidente Lula, reelecciones colombianas, Ingrid Putencur.
Cagó Navarro, cagó Arrate, cagó el Colorín Zaldívar, cagaron llenos de caca que lanzó el ventilador Marco Enríquez-Ominami y su Primera Dama de mirada fija y risa como asustada, ¿sabe bien la gente qué quiere la gente? ¡Justicia, queremos justicia! ¡Mar para Evo Morales! ¡Muera el Perú, carajo! Los vamos a hacer recagar a bombas a los culiados. Viva el Reggaeton, viva la cumbia chilena, un Viva prudente, queremos más dinero para pasarlo bien, menos trabajo, menos cesantía, más postas cuatro por cien y más postas cuatro por cuatrocientos, dulces tres leches, vino ensamblaje reserva, a culiar a culiar que el mundo se va a acabar, autopistas, el esmog al paredón las momias a la cama, no se paga el Transantiago ladrones culiados se burlan del pueblo no pagamos. Los Grandes Poderes Fácticos al garaje. Cirugía estética. El doctor Zarhi condenado por dejar una gasa dentro de una teta de plástico, ¡hizo diez mil operaciones buenas y lo condenan por una gasita! Nadie le aconseja a Piñera que cuente la firme: cómo lo hace para ganar tanta plata. ¿Por qué oculta su mayor virtud? ¿Es un pecado mortal ser millonario? ¿Hay como dicen un crimen oculto debajo de la alfombra de la fortuna? La Gran Crisis mundial de la Economía, apetito desmedido del rico, "Instituto Profesional Piñera: sea rico en dos años", corte con 750 puntos en la PSU, demasiados interesados. La Educación. Los profesores. Los alumnos. El problema de las nanas peruanas. La influencia de Chile en el mundo. Larga y angosta faja de tierra. Vengo del sur del Río Grande, desde el fin del mundo, de un país pequeño pero de grande y noble corazón (aplausos) vengo a anunciar el momento político ad portas de los ¡200 años!
Existe una confabulación mundial ideada por la CIA que impone la Verdad. La fórmula.
Bloques opositores-Religión
Alimentarlos con injusticias injustas Crece el odio
Aplastar como gusanos a los tiranos populares
Nace el descontento
El pueblo clama justicia
Gobiernos de izquierda
Padre Lagos, temor
Madre Presidenta, cariño
El descrédito
La corrupción
Roban como desenfrenados
¡Que vuelva el Inmortal! ¡Que vuelva el Asesino!
Golpe de estado Cruento
Mártires
Canto a la vida
Marchas gigantescas por las Grandes Alamedas del Mundo
Marcha contra la CIA, marcha contra Richard Bush
Fidel perro comunista
Valí callampa

junio 2009

jueves, junio 04, 2009

El Dictador

Descansa el Dictador entre edredones de pluma de ganso y desde allí procede. Para ordenar a la gente común dispone de un ejército de tiranuelos. Haz esto, haz aquello, haz lo de más allá, piensa ahora, ahora no pienses, compórtate, rebélate, ve por dentro de la línea, ¡no huyas como un cobarde! ¡Arranca! Estudia, no trabajes tanto, date un gusto, has gastado demasiado, ¡roba que no te ven!, tírate al dulce, cuidado con ese hoyo en la vereda.
La gente común le hace caso, no se da cuenta de la trampa en que vive. Cada uno cree que se rige por sus propios dictados y el Dictador sonríe bajo su edredón de plumas, fumando opio.
El Dictador también fuma marihuana y cuando lo hace se mata de la risa de los científicos de la mente que pretenden analizarlo. Creen ellos que el hombre común se rige por hombres pequeñitos que habitan su cerebro y que serían la prolongación de hombres reales, el papá, la mamá, el niño libre, el papá bueno, el papá malo, el niño asustado, el lobo, la abuelita. Pero se olvidan de Homero y se olvidan de La Biblia. Y se olvidan de Dios.
El Dictador le teme a Dios porque Dios lo conoce bien. Entre ambos existe una relación de respeto mutuo, el Dictador un par de escalones más abajo que Dios.
Breve ejemplo de conversación entre Dios y el Dictador.
-¿Han cenado mis hombres?
-Sí mi comandante.
-Entonces dígales que al abordaje.
-Sí mi comandante.
El Dictador es el gran problema de los escritores bellos sin alma, porque se avergüenzan de él y lo mantienen preso en una mazmorra llena de ratones infectos, entonces el Dictador se ve en la obligación de utilizar sosias para salir a flote.
El Dictador elige mentes exquisitas para revelar su mensaje, el Dictador no es malo como muchos piensan, tampoco es tan bueno que digamos; el Dictador tiene sus defectos como todo el mundo, pero a él se le notan más, porque el Dictador es la Pureza en estado bruto.
Hubo en los tiempos del futuro una expedición que se organizó para llegar a la base de su laberinto. Los expedicionarios se hicieron enanitos para poder meterse en la sangre dentro de un cohete, al estilo del remake de "Viaje fantástico". Qué decía la bitácora. "Navegando latitud 5 grados sur longitud 7 y medio cuadrante norte, ¡cuidado con los glóbulos!", y se los comieron. Se organizó una segunda expedición. Esta vez se protegió al cohete con un escudo antimateria. Qué decía la bitácora: "Seguimos internándonos en este río de leche cada vez más blanca, es increíble que exista algo así dentro del cuerpo" y salieron disparados dentro de una cavidad cárnea vulvosa, se habían equivocado y habían ido a dar al conducto seminal, pero entonces el cohete se llenó de estrellas laterales al estilo de "2001 Odisea del espacio", parte final de la película, la parte sicodélica, y de pronto se encontraron coleteando medio a medio de un óvulo: ¡eran protagonistas del nacimiento de la vida!
Y ahí estaba el Dictador, muy echado en su edredón de pluma de ganso.
-Ja ja ja los estaba esperando -todos mueren.
El único sobreviviente pudo arrimarse al corazón del laberinto y desde hace años se encarga de darlo a conocer a quien quiera escucharlo.
¡Soy yo!
Me dicen loco
Dicen que estoy chalado
El Dictador habla
Dentro de mí está
Abuelita me quiere matar con ácido filarmónico
Es una gran conspiración
El Dictador me lo advirtió
Y no le creía
La contienda es desigual
¡Alabado sea Dios!

lunes, junio 01, 2009

Ante las olas

Los días, que pasaron volando, se tradujeron en una suma de buenos ratos, tanto así que cuando ambos volvieron a Santiago lo hicieron pensando no que habían cambiado para bien, sino que al menos había sólidas razones para creer que podían seguir viviendo juntos el resto de sus vidas. Vargas se había sentido con la suficiente confianza como para hablarle de lo que él llamaba su esquizofrenia, de modo que le contó, caminando por la playa, que su deseo íntimo era abandonarlo todo y convertirse a la pobreza. Ella se rió con su acostumbrada risa espontánea, ausente de cálculo.
-No es lo que demuestran tus actos -le comentó, sin soltarle la mano.
Vargas sabía que eso era cierto y no pudo dejar de experimentar rubor cuando su esposa recordó la anécdota, acabado el viaje, con toda la familia alrededor de la mesa.
Había dos verdades, le había enunciado él, siempre con ese fondo hipnotizante y saludable de las olas rumorosas. Una verdad verdadera, que era la verdad interna de los hombres, esos pensamientos que se repiten, esos deseos que maduran y mueren sin salir a la superficie, esas conversaciones consigo mismo, tantos sueños, tantas imágenes deambulando por el cerebro, tantos terrores inconfesados; y una segunda verdad, una verdad de fantasía, que era la verdad de la "vida real". En el fondo, ésta última era la verdad de la gente que vivía para la materia, el 95 por ciento sino más. Era la verdad de la compra del supermercado, del trabajo o de la cesantía, del comer y el beber, de la oferta de Viajes Falabella, de los atochamientos de tránsito y los amontonamientos en los paraderos del Transantiago y las veladas idiotizantes ante la TV y los envíos de currículos, esperanzas malgastadas. "Mi aspiración es vivir de una vez por todas la primera verdad y no regirme más por la segunda", se atrevió a proclamar frente a las olas.
Su esposa le replicó con observaciones mesuradas y objetivas. La vida real es la que nos conecta con el mundo, no se puede obviar ni rehuir. Vargas se desanimó y le dio la razón. De pronto salía con estupideces que no resistían el menor análisis. ¿Qué quería decir en realidad? ¿De qué compuestos se formaba el combustible que animaba su fuego interno?
Por la tarde, otra luz, las mismas olas, su esposa le confesó que había sentido miedo al escucharlo.
-Cuando dijiste lo mismo hace tantos años yo te creí. Querías ser escritor, pero en realidad habías encontrado a otra mujer y te aprestabas a vivir con ella.
Vargas calló. Esas palabras no eran ciertas. Eran la interpretación que su mujer daba a la crisis matrimonial que los había hecho separarse en ese entonces, separación breve, que no cuajó. Tocaban además el punto sensible de la otra que se amó, fantasma indefendible porque de partida es mala, devoradora de hombres casados, mejor que yo, más joven, traidor cobarde, poco hombre... Meterse en esas honduras frente a la playa a la hora del crepúsculo equivalía a generar un temblor submarino que en segundos habría adquirido la forma de un tsunami, de modo que el tema quedó hasta ahí y se pasó a otro, al de la vida de ella, a su "vida real", a su vida comprobable. Vargas la escuchaba con atención, por si en algún segundo filtraba por casualidad la información que realmente le interesaba, ese detalle que le permitiera concluir que ella le era infiel, como lo venía sintiendo desde hace un buen tiempo. Vargas vivía obsesionado con la idea. A veces se levantaba pensando en eso y se acostaba con lo mismo. Como por razones de trabajo no se veían nunca en la semana, había "motivos reales" para desplegar fantasías en torno a ese tópico. El sexo había dejado de formar parte habitual en sus vidas y ella parecía no echarlo de menos... parecía. Y si él mismo sólo ansiaba ser él mismo, dejarse de patrañas y enfrentarse a su propio yo y sacar a rodar sus anhelos, por qué no también ella, por qué ella habría de estar ausente de ese fenómeno tan esencial, que es el fenómeno de la vida interna. ¿O es que realmente ella era tan natural y transparente como se lo había asegurado, siempre ante las olas del mar? Qué diablos, cuántas cosas en qué pensar, cuántas dudas que ir trabajando sobre una materia que por resultar generadora de conflictos había derivado en problema intocable. Vargas sabía perfectamente que bastaba con declararle su amor a través de palabras y gestos y todo iría mejor. Ella se le entregaría y fundirían sus cuerpos, luego la invitaría a cenar pescado al vapor y él bebería un poco más de la cuenta y no habría nubes que anunciaran temporal. Pero antes su mente le ordenaba despejar esa duda, retirar el mosquito que ensuciaba el mecanismo de relojería, confirmar que no había motivos para pensar en aquella supuesta infidelidad o enfrentarse de golpe a lo peor para tomar entonces la decisión final.
¡Oh, todo era un gran enredo! Se sentía atrapado, incapaz de volcarse a la "vida real". Su esposa le hablaba de los imanes que la atraían y Vargas se empeñaba en conectarlos a los suyos, pero se hallaban tan lejanos los unos de los otros que mientras no surgiera una imprevista atracción todo era tenso aburrimiento, similar al del pescador que habían visto hundido en la arena con sus altas botas frente al mar, la vista fija en las olas.
Y sin embargo habían vuelto felices, renovados. Ella, cargada de regalos. Vargas, satisfecho de la misión autoimpuesta de contribuir al bienestar material de sus seres queridos.
Al terminar el día, mientras lavaba la loza, las dos míseras gotas de detergente que quedaban en el envase lo irritaron. Por qué no había; qué costaba comprar. Una taza de té del juego "para los días de fiesta" cayó al suelo y se hizo añicos. Su esposa asoció el hecho con el retorno "a lo de siempre" y el amor tierno volvió a su estado de hibernación, sepultado por la "vida real".
Al meditar sobre la almohada, una sucesión de imágenes desordenadas se le vino a la mente. Vio el pueblito de Vicuña y sus cerros de tecnología digital y sintió el frío del atardecer en esas hileras de moradas de adobe, vio a sus habitantes tranquilos por fuera viviendo internos mundos turbulentos, sintió otra vez el rugido de la moto que los despertó en el hotel, a su cuñado poeta y su mujer bióloga, agrupados los cuatro sin hablar demasiado en torno a una mesa llena de pasteles, relucientes máquinas del casino que lo sumergían en una somnolencia alegre, brillantes luces de colores, los poemas de Ginsberg que abren el alma, el poema de su madre loca con la falda arremangada sobre las caderas exhibiéndole la mata de pendejos canosos y las cicatrices del abdomen, el poema del girasol en medio de los aceites industriales y las máquinas oxidadas, los fuegos artificiales en el aniversario de Coquimbo, las caminatas por la Avenida del Mar. Y ahora, cama fría, esposa durmiente, Vargas sentía que en el fondo era él quien tenía la razón. No había contradicción alguna en expresar el deseo de ser pobre con la vida que llevaba y no había razones para haber evidenciado rubor ante las burlas amorosas de su esposa y de sus hijos. La pobreza era lo único que le pertenecía de verdad y el argumento era perfectamente defendible; lo demás era fantasía o si se quiere, propiedad temporal. Era en la pobreza donde se sentía vivo, aunque esa sensación no conllevara felicidad ni bienestar. La pobreza ni siquiera necesitaba papel y lápiz, o un computador donde volcar las ideas. Estaba más allá, más atrás, en una especie de remolino dentro del cual se podía contemplar la llamarada circular. La vida sin ausencia, sin una base esencial anterior a todo logro físico no tenía sentido. Y pensando en eso se fue quedando dormido.

jueves, mayo 28, 2009

El exceso y la escasez

Antes era la escasez; hoy es el exceso.
El exceso lo hace todo horrible de feo. La escasez imagina belleza. El exceso es feo. El mundo de hoy vive en el exceso, hasta de hambre y de guerra hay exceso, hasta de falta de agua hay exceso, de falta de selvas, exceso de sequía y exceso de agua sucia, escasez de almas iluminadas. Antes había abundancia, pero no eran felices, las almas felices no se crían en la escasez ni en el exceso, se crían en la locura.
Una noche de luna llena vi con mis propios ojos a Hölderlin conversando con Ginsberg a los pies de una torre al lado de una supercarretera al costado del río Neckar. Hölderlin pregonaba el deslumbrante futuro de la poesía que haría al hombre libre, pregonaba el nuevo orden de las cosas, la nueva mitología occidental, pero Ginsberg lo contradecía porque pensaba que el futuro era Hölderlin, paradoja de paradojas pues si el futuro es un poeta que pregona idioteces entonces el futuro es el poeta en su estado puro y no sus versos, lo que equivale a la contradicción misma, salvo que el fuego interno esté realmente separado a años luz de su traducción al ruido, al lenguaje externo, de tal modo que entonces ya no habría tanta paradoja, pero esto último no se ha comprobado todavía, por eso Ginsberg le aconsejaba que se olvidara de esas huevadas que andaba diciendo y que mejor subieran a la torre a culear, lo dijo con esas mismas palabras, menos mal que en inglés. Hölderlin entendió el mensaje pero afortunadamente no la carga vulgar que llevaba implícito y le contestó que él no era invertido y que su único amor se llamaba Diotima y estaba muerta. Ginsberg le dijo: "Debiste conocer al Adonis de Denver, culea como ninguno". Hölderlin se horrorizó, se tapó los oídos y quiso subir a la torre, pero Ginsberg no lo dejó y como era más forzudo lo retuvo, pero no lo hizo suyo, porque no le gustaba así. Juro que lo anterior lo vi con mis propios ojos.
Entrando en materia, la gente dice que los dos poetas estaban más locos que una cabra, por eso fueron tan grandes, porque nadie los entendió nunca, a ellos mismos les costaba entenderse, si los poetas fueran al cine los días sábado o sábados, se puede decir de las dos maneras, y compraran cabritas, entonces verían las cosas de otro modo, pero Hölderlin no habría podido porque en ese tiempo no existía el cine. Era época más bien de escasez antes que de excesos y además en ese tiempo estaba pobre como una rata, no le habría alcanzado para pagar la entrada.
He dicho que la felicidad radica en la locura, pero esa noche de luna llena se veían infelices los dos, o tal vez haya sido el rayo que caía malamente y alteraba sus faces, pero las voces se les oían angustiadas, aunque al despedirse se dieron un abrazo apretado.
Mas ha llegado el momento inevitable, me acordé del discurso del personaje de "Los muertos" que estaba nervioso esperando la hora del discurso y sin embargo no hallaba la hora de que llegara, de hablar sobre la felicidad. La felicidad más intensa que se ha logrado medir es la que proporciona el orgasmo, pero siempre se dice que los niños son felices, así que el dicho es incorrecto. Es tan intensa la sensación que se pone cara de dolor. La felicidad es una sensación. Hay tratados completos sobre el tema. La segunda felicidad es la del niño en el instante en que abre los regalos de Navidad. Aquí ya se van combinando diversos factores que hacen por ejemplo que pegarle una patada a un perro en las costillas haga feliz al pateador, incluso al perro. Entramos a la felicidad del alma. Hay tratados completos sobre la felicidad del alma; yo sólo agregaría que el instante, porque no se puede hablar más que de instantes, supremo es el... se acabó la boleta. Tomo otra. La felicidad del amor; el orgasmo como fenómeno físico o sólo como simple aditivo, excusa de felicidad. La felicidad de la hemorragia de la luz que sale del cuerpo hacia los demás. No, la verdadera felicidad estaría en el momento previo a la hemorragia, que yo llamo "el momento de la vibración". Existiría también por qué no una felicidad del éxtasis místico y de las visiones delirantes de Ginsberg y Hölderlin.

lunes, mayo 25, 2009

El orgullo es más poderoso que la ley

Batirse a duelo por naderías, eso es lo que pasa hoy. Nos echaron a un calabozo estrecho y allí sentimos el olor, pero también una alegría. Llevaba el pandero un hombrecillo que entonaba canciones verdes. Cada cierto tiempo se dejaba caer un policía uniformado y nos hacía callar. Envalentonados, le echábamos un rosario de garabatos.
¿De qué podíamos estar orgullosos? Y sin embargo lo estábamos. Al día siguiente no habría que dar excusas. Habíamos sido detenidos por batirnos a duelo con la ley por naderías. Éramos unos héroes, no de libros ni de diarios, pero sí de casas de población.
Conforme pasaban las horas los ánimos decaían; cada uno esperaba el amanecer, sin admitirlo. No se demostraba dolor, el primero que acusó cansancio fue tildado tácitamente de cobarde. Por lo demás, en el piso no había sitio para sentarse, menos para dormir.
Fui de los últimos en abandonar el cuartel. Antes tuve que hacer una fila en el patio y enfrentar al cabo primero, que me miraba desde arriba en el estrado.
Bastaba pagar una multa para recuperar la libertad, pero el orgullo fue más poderoso que la ley.
Pero la ley siempre es más poderosa que el orgullo. Eso no se confiesa nunca en público.

viernes, mayo 22, 2009

Viento, miedo, indefensión...

Viento... soledad... miedo... indefensión... y falsía.
Viento. El viento arrecia, arrastra desde el norte su fuerza hacia mi latitud. Lo siento sobre mis hombros, revoloteándome el cabello. Me cuesta tenerme en pie, quisiera que no golpeara tanto. Veo como arranca de cuajo algunas plantas que crecieron en descuido, confiadas en los tiempos buenos. Los robles siguen resistiendo, también alerces y araucarias.
Soledad. En la soledad está el silencio, la ausencia del estímulo. El estímulo es como el viento. Arrastra consigo todo tipo de materias. Ruidos infernales, vicios, luces y apetitos. Ausente el estímulo queda lo que no se mueve. En la soledad despierto. Debo ser mecido por el viento para sentir la soledad, debo salir al encuentro del viento y resistirlo. Guarecerme, protegerme, harían esconder mi alma.
Miedo. El miedo paraliza o enloquece. La locura despierta la emoción y olvida la razón. Si he salido al campo a enfrentar el viento y me horrorizo de su fuerza seré barrido como hoja y no cumpliré proceso.
Indefensión. Sólo estando solo ante el viento podré nacer. De la indefensión nace la fuerza. Para que yo viva deberán morir millones.
Falsía. Y esta vida plena, nacida en soledad, vista desde lejos miente. Miento a los demás y tal vez me miento a mí mismo. El noble corazón se estrecha; en la calle soy uno más y esa es otra forma de egoísmo y de verdad.

miércoles, mayo 20, 2009

El cobarde

Me pregunto si el precio del poeta será la cobardía.
A los niños los obligan a definirse desde la más temprana edad. No hace cosa diferente la gente que transita por las calles. Los gobernantes tienen el presupuesto de la nación en sus manos. Las masas desfilan la víspera de la decisión y las protestas llegan al palacio de gobierno. El dolor estremece a la urbe y el territorio se tiñe con la sangre de la revolución. Ha llegado la hora de las grandes definiciones, las definiciones del pueblo originadas en la definición del gobernante. El poeta lo escucha y lo ve todo desde su café, mientras bosqueja sus cantos. Ya que ha sido tan cobarde, el mundo aguarda algo de él, al menos una palabra.
Cuando hablaba de mi niñez solía caer en estados de dulce melancolía. Las imágenes me transportaban a un mundo de inocencia no del todo pesaroso. Mi discurso íntimo era recogido por una fina selección de almas quebradizas como la mía de ese entonces, almas que temblaban de emoción después de la once, a la hora del crepúsculo. Eran poderosas, tenían influencias en la elite y me habrían llevado lejos, pero la hora de los pueblos cambia la esencia de las almas y la mía se replegó y decidió matar con las palabras. Los obligué a desenvainar y así edifiqué un estado de violencia, aquél que le iba bien a mi propia cobardía. Si corría sangre, ¡también los cobardes podían disfrutar la visión de su transcurso!
Descubrí justo a tiempo las delicias de los signos indescifrables y los cuartos escondidos. El hermetismo me alejaba del planeta hacia cielos quiméricos y los cuartos me daban libertad, la moral durmiendo en el ropero. Por las tardes, café con leche y sopaipillas pasadas; por la noche, pernil de chancho; de día vendía sonrisas de víctima insegura. Mi mujer creía en mí y hasta debió de amarme de verdad, pero nunca creí en ella, y mis hijos me adoraban. Me devoraba la angustia de no poder sacar del alma algo que desconocía. La gente se mataba en las calles, los demás iban a dar a la sala de torturas. El verso del cobarde refulgía, qué tiempos, aquellos.
Un buen día se cansaron y llegaron a buscarme. Me llevaron a la cárcel. Quise escapar por la ventana, a la manera de Fouche, pero había guardias por todas partes y la maniobra trocó en lástima ridícula. Me acusaron de azuzar a las masas, proclamaron la hora de la razón y el buen sentido. ¡Cómo cambian los pueblos, cómo giran en la rueda de la ardilla! Me mataron, me guillotinaron; descubrí algo tarde el error, cuando la cabeza se separó del resto de mi cuerpo al golpear la base del canasto.
¿Qué hacer entonces? He decidido, ya que aún me queda vida y aún no se expande mi mensaje, aún aguarda en las hojas manchadas con gotas de café de grano, el poeta ha decidido ser honesto y hablar de lo que sea, de lo que se le ocurra, haya o no mensaje en eso.
Nadie esperará sus palabras, nadie se beneficiará de ellas, nadie irá al cadalso por seguirlas con fe ciega. Porque entonces ya no habrá libros impresos y ni siquiera estará el ahí, para intentar una defensa.
El cobarde se habrá ido, calladito.

jueves, mayo 14, 2009

La familia

Ha pasado un día más. ¿Rozaré al menos una vez la felicidad? ¿En qué latitud se halla mi alma gemela, qué hará en este momento, pensará en mí? ¿Qué fue del heroísmo, del desprecio a la vida, del amor a la patria? ¿Cuándo me encerré yo mismo en el tibio y cómodo templo de la mediocridad para vivir entre mediocres, ser juzgado y condenado por ellos, inclinar la cerviz ante sus definitivos dictámenes inteligentes? ¿No fue acaso a los nueve años, al descubrir que me querían más por mis notas?
Hoy mis notas, mis famosas notas, son miradas en menos. Caí en mi propia trampa y me encuentro en la silla de los acusados frente al dictamen de la Ley. En cierto modo, los sacerdotes del templo juegan el juego de pasarme la cuenta; no hay de qué reclamar. Todo está ocurriendo según lo preví.
Eso no importaría nada si a pesar de todo el Yo que sigo siendo fuese un Yo feliz. Y no lo es. Dependo de los jueces. Los jueces me pueden cambiar el día. Hablo demasiado conmigo mismo, como si viviera en una cárcel y los mensajes al mundo fueran a dar a las mazmorras de mi propia celda. Si no existieran los jueces, mi vida sería un tormento inaudito. Pasaría las horas en el silencio de un convento, intentando calmarme, o ya habría expirado qué tiempo.
Además está el hecho del alcohol, que cambia el curso de las horas. La depresión que sobreviene al día siguiente es lo más parecido a la verdad: se halla uno por fin frente a sí mismo; no valen las evasiones y el cuerpo se siente, para mal. Quisiera uno solamente que el día transcurriera, que acabara pronto y llegara un nuevo amanecer, en el que no jueces cautelosos sino jueces buenos dieran el pase para el día que empieza, y vírgenes perfectas borraran la ansiedad para dejar la mente en blanco vagando por los campos elíseos.
Ay, si tuviera la capacidad de los políticos, de los socialistas, de los guerreros, de los ingenieros y de los astrónomos de volcarse hacia las grandes obras visibles. Vivir para la materia, vivir para los demás. Moldearlos con mi arcilla y así sentir la pasión.
Qué me queda en vez de eso: la opacidad del día, que sólo es capaz de romper un arranque secreto de violencia obscena, que me condena; un párrafo agregado a mis Memorias, que me redime.
Y mi familia.

viernes, mayo 08, 2009

Dulce abrazo de mujer

A Liliana Cádiz

Dulce abrazo de mujer
El más dulce del canto de cisne que es la vida
Momento eterno, materia exhausta
Pidiendo amor
Entregada a lo que disponga el Orco, rendida
Suplicante, transfiriendo sensaciones
Sin máscara y sin asomo de vergüenza

Goza el instante, Madre Tierra
Tal vez no haya otro
El átomo hace las maletas
Abraza con tus manos, tus brazos y tu cuerpo entero
Y con el rostro pegado al pecho de tu amado
Tu amado que se fue
El fantasma redivivo

Los niños abrazan y corren
La amante abraza, estruja y se va
Liliana abraza
Quisiera que su tiempo terminara allí
Que el tiempo nunca terminara
El fin del tiempo se abrasará en el amor
Dulce tormento, amarga piedad

La cajita

Un vendedor ambulante atraviesa la calle llevando en sus manos una cajita de cartón que protege como un tesoro. Dentro de la cajita guardará a lo más dos docenas de chocolatitos en barras. Su tesoro son obviamente los chocolates; perderlos equivaldría a una tragedia. No hay otra razón por la que atenace la cajita con sus manos. Ambos pulgares, en la base; los ocho dedos restantes aplastando las barritas para que no se vayan a caer. Una persona indolente la habría tomado al revés, y con una sola mano: el pulgar arriba y el resto de los dedos abajo.
Todo en él es pequeño: su porte, sus manos, su miseria, la cajita, los chocolatitos. La posición que exhibe al caminar recuerda a la del sacerdote que lleva el cáliz, el vino y las hostias desde el sagrario hacia el altar, al momento del ofertorio, sólo que en el vendedor no se aprecia majestad alguna. Noto que se desplaza asustado y algo ebrio; la vereda es estrecha y pareciera que dos mocetones lo vinieran siguiendo, porque también acaban de trasladarse a la acera del frente.
En Rancagua las calles suelen estar desiertas a ciertas horas; es casi un milagro que en este momento yo me dirija hacia el poniente y los otros tres hombres, hacia el oriente.
Hay tantas cosas que hacer en el día. Siempre he pensado que si uno se organizara mejor habría tiempo para hacer más cosas o al menos el tiempo no faltaría. Los atrasos se deben a la mala organización y la mala organización es un resabio latino que heredamos quizás de quiénes. Los ingleses son muy puntuales; o sea, tienen tiempo para hacer más cosas. Por ejemplo, si un inglés advierte que un pobre hombre está a punto de ser víctima de un asalto en la calle quizás haría algo, porque tendría tiempo. Para un latino, en cambio, primará el atraso que lleva y en vez de intervenir apurará el paso, para ganar tiempo.
A lo más el latino dará vuelta la cabeza al doblar la esquina para llevarse el recuerdo del asalto que sufrió un pobre hombre al cual casi por diversión le arrebataron de las manos su tesoro más preciado.

jueves, abril 09, 2009

Los crímenes

Es parte de la vida vivirla entre paradojas. Todos tenemos el camino muy claro, creo yo, pero nos vamos saliendo de a poco o de a una vez, o salimos para volver a entrar, esto es lo más común. Por ejemplo, si nos abocáramos al pecado supremo, que es no matar, a todos se nos ha enseñado desde muy pequeños que matar es malo. La decisión, por ende, parece simple: no se debe matar a nadie. Dicho esto, qué fácil resultaría ver el futuro de la humanidad: los destinos correrían todos parejos, el mundo entraría en una suerte de remolino del tedio. Pero tal sensación, la de vivir en un remolino del tedio, la pensaríamos, nunca la declararíamos en voz alta, porque si lo hiciéramos sentiríamos vergüenza; esto es, culpa. Este tema ha sido extensamente tratado en estas Memorias, no es el momento de abundar en su significado.
Los sicópatas se apartan temprano del camino, por una extraña razón. Luego de que se han apartado, meses o años después, llevan a cabo el acto de matar. Me refiero a matar seres humanos; antes se han ejercitado con plantas y animales. Y antes, con convenciones sociales, que es lo primero que deben eliminar para que el acto resulte impecable. Los sicópatas les quitan el sueño a los lectores de la mente. Son normales, tienen la misma cantidad de glóbulos rojos y de azúcar que todos, piensan y actúan como cualquiera. Después de la batalla es relativamente fácil analizar las causas que los llevaron a matar; pero antes sería la gracia.
El Estado disfraza el crimen con razonamientos que apelan a la supervivencia y hasta a la espiritualidad de la gente por la que vela. Las iglesias del mundo hacen lo mismo, pero esgrimiendo argumentos aun más profundos. En las iglesias el crimen se justifica por una abstracción: la del servicio a Dios.
Si no hubiese sicópatas y no hubiese Estado y no hubiese religión quedaría el problema de los celos. En el fondo, casi todos los crímenes son por celos. Y qué son los celos: una concordancia entre lo más profundo y lo más superficial que habita en el hombre. Examino un ejemplo: una buena mujer ve salir a su esposo de un motel, bien acompañado. Es un hecho a flor de piel, a ras de piso, que no se lo esperaba. Lo más probable es que del túnel de su alma broten celos intensos. Si no lo amaba tanto, el amor hacia él crece a la velocidad del rayo. Se le despierta una forma de sexualidad no experimentada antes; la acomete un deseo inexplicable, el deseo de ser poseída por un traidor. Todo esto ha sido explicado mil veces antes y mejor, de modo que me detengo con la siguiente paradoja: ese deseo de la buena mujer necesariamente lleva al crimen. Todos los crímenes por celos han debido transitar ese camino previamente.
Quedaría aun un tema: el tema hormonal, que en palabras vulgares se podría traducir como la fuerza bruta. El hombre es más fuerte que la mujer, de modo que el hombre mata más que la mujer, es una verdad que no admite réplica. Aquí el camino está muy claro. El hombre nació para matar. Si se desvió del camino fue porque lo han domesticado.

jueves, marzo 12, 2009

Noticia sobre los últimos días de Fidel Castro

Dicen las crónicas de la época que los últimos días de Fidel Castro pasaron relativamente inadvertidos. De vez en cuando se lo recordaba a través de una fotografía o de una columna que escribía para su diario, pero la verdad es que a esas alturas a pocos les importaba su suerte. Ni siquiera al gobernante de los Estados Unidos, nación que durante 50 años lo había mantenido entre ceja y ceja.
¿Ha sido informado de la muerte de Fidel Castro?
Vaya, no lo sabía. ¿Cuándo murió?
Hace unos días.
¿Mandamos delegado?
No, emitimos una declaración.
¿Y quién quedó al mando? ¿Habrá elecciones?
Lo estamos averiguando, prometo tenerle esa información el lunes, a más tardar.
A Fidel Castro lo habían olvidado. Carecía ya de influencia en el mundo.
Murió como Pinochet, tuvo la muerte menos traumática de todas: aquella que se padece en la intimidad de una clínica o de un hogar cálido, bajo el efecto de los sedantes mientras afuera el protocolo ha echado a andar y los representantes tienen su discurso preparado.
En cuanto persona, no hubo llanto a los pies de su cama.
En cuanto mito, el tiempo lo hizo madurar demasiado y cuando cayó del árbol estaba seco, harinoso.
A última hora no se convirtió al catolicismo, como suelen proceder los hombres de poca fe, mas no ha quedado claro cuál fue su postrer pensamiento, qué idea quiso llevarse a la tumba. Dejó escrito una especie de testamento político que nadie entendió e incluso pocos analizan. Es un documento que fue a dar a las universidades, un "documento de estudio" que ha hecho agua la boca de los eruditos.

El legado del compañero Fidel Castro Ruz
Para entender medianamente bien el legado de Fidel Castro, debo declarar que mis padres nos dejaron una casa para cada uno, un amoblado de comedor y un amoblado de living, además de un automóvil marca Toyota, que nos repartimos entre los dos hermanos. El legado inmaterial fue inmensamente superior y sumamente objetivo, pero ha quedado entre Víctor y yo, y nuestra descendencia. No es más importante ni trascendente que eso.
El legado del compañero Fidel Castro Ruz se compone de un sinnúmero de estadísticas. Las estadísticas pueden ser interpretadas de dos maneras: una manera buena y una manera mala.
La esposa de Mao era una diosa. Al año se convirtió en líder de la "Pandilla de los cuatro".
Fidel Castro fue el primer revolucionario del Tercer Mundo de tomo y lomo, antes que Jesucristo, pues Jesucristo fue nombrado el primer revolucionario después de que Castro lograra ascender al poder.
La casa de apuestas Gamebookers de Londres hizo un concurso entre Fidel Castro y el Che Guevara de quién era más famoso y ganó lejos el Che Guevara. Pagó apenas 5 chelines por libra.

Enorme muchedumbre lo acompañó a su última morada (a Fidel Castro); como su funeral no se recuerda otro en Hispanoamérica; tan solo el de Camarón de la Isla podría servir de parangón. Pero mientras en el de éste último se vivió una auténtica pasión y el cajón pasó de mano en mano, en el de Fidel Castro las masas le rindieron un tributo silencioso, desanimado. Los vítores se perdieron con la furia de las olas que azotaban el malecón.

Han caído tantos. Cayó Pedro el Grande, cayó Julio César en un charco de sangre, cayó Carlos Martel, ¡cayeron Cromwell, Enrique Octavo y sus seis mujeres! ¡Cayó María Stuardo, reina de Escocia!
¿Qué recuerda el mundo de ellos? A los mexicanos, Pedro el Grande les suena como Pedro Vargas; a los chilenos amantes del fútbol María Estuardo se les antoja hermana de un futbolista que jugó en Magallanes, en tanto que Carlos Martel sería el papá de Fernando Martel que jugó en Cobreloa; Julio César habría sido un emperador romano anterior a Napoleón, eso se prueba porque Julio César vestía túnica y Napoleón ya andaba con pantalones. Cromwell es Richard Harris en la versión cinematográfica de Ken Hughes y Las seis esposas de Enrique Octavo un disco 33 un tercio de Rick Wakeman, tecladista.
A Fidel Castro sus contemporáneos lo asociaban con los habanos, también conocidos como puros o cigarros. Sus seguidores aseguraban que los aspiraba y no tosía. Pero sus contemporáneos fueron muriendo uno a uno y con ellos la historia de Fidel. La generación siguiente lo identificó gracias a su barba, pero con los años la barba blanqueó y el raleo original se transformó en hilachas de lavandería, de modo que ese ejemplar robusto de traje verde oliva que se puede ver en las páginas amarillentas de los diarios que se guardan en las grandes bibliotecas devino en un viejito que vestía buzo americano. Y así fue enterrado, con el buzo que tan bien le sentó en sus días finales. Claro que para guardar las apariencias, sobre el buzo se le puso traje militar.

¡Loor a Fidel Castro Ruz! ¡Loor a sus inolvidables discursos de siete horas!, que el pueblo seguía extasiado.
No hay chileno que no recuerde dos de los más memorables que jamás haya improvisado, aquel del 28 de septiembre de 1973 efectuado en la Plaza de la Revolución, en el acto conmemorativo del XIII aniversario de los comités de defensa de la revolución, discurso intitulado "De solidaridad con el heroico pueblo de Chile, y de homenaje póstumo al doctor Salvador Allende".
O aquel mítico discurso pronunciado el 12 de septiembre de 1973 en Viet Nam ante sus queridos compañeros Le Duan, Truong Chinh y Pham Van Dong, en el cual lamenta los sucesos de nuestro país con estas palabras:
"Queridos compañeros vietnamitas: debemos mencionar las dolorosas noticias que señalaba el compañero Le Duan acerca de los acontecimientos que han tenido lugar en la República de Chile. Sabemos que el imperialismo yanki conspiraba enérgicamente para derrocar al Gobierno de la Unidad Popular, y en el día de ayer las noticias procedentes de Chile indicaban que el imperialismo había logrado golpear al movimiento popular de Chile, que el gobierno del presidente Allende había sido derrocado. Todavía a estas horas no se tienen noticias exactas de la suerte del presidente Allende, no se sabe si vive o si está muerto. Al lado de esas noticias, les puedo informar que la Embajada de Cuba en Santiago de Chile en el día de ayer fue atacada por elementos de las Fuerzas Armadas chilenas. También podemos informar que un barco mercante cubano que había ido a llevar azúcar a Chile -azúcar que en parte corresponde a donaciones gratuitas que nuestro pueblo, quitándosela de su propia cuota, enviaba a Chile- fue ametrallado por aviones de las Fuerzas Armadas chilenas y fue atacado en aguas internacionales por naves de guerra chilenas.
"Estas son acciones odiosas de elementos fascistas provocadores contra la Revolución Cubana. La Embajada de Cuba fue amenazada por un alto oficial de la Armada chilena. De más está decir que la representación diplomática cubana, lejos de intimidarse, le advirtió que defenderían la Embajada cubana hasta la última gota de su sangre (APLAUSOS PROLONGADOS). Y los tripulantes de la nave mercante cubana, que lleva el nombre de Playa Larga, recordando la agresión mercenaria de 1961, frente a la agresión de las naves de guerra, gritaron: "¡Patria o Muerte!" y se negaron a obedecer las órdenes de las naves militares que la atacaban en aguas internacionales (APLAUSOS PROLONGADOS)".

¡Y qué de esa pieza maestra pronunciada para la inauguración del tramo del ferrocarril rápido Habana-Santa Clara, el 30 de diciembre de 1977!, cómo olvidarla. ¿Alguien le ha tomado el peso al simbolismo que encierran las siguientes palabras? Sospecho que aún no.
Helas aquí, para delicia de los eruditos.
"Hace algo menos de tres años se inauguró en esta misma provincia el primer tramo del ferrocarril central, 25 kilómetros. Sabíamos el trabajo que nos esperaba a todos mientras se construía esa vía. Porque al principio se comenzó a trabajar por los tramos nuevos, donde se enderezaba la vía; no había que interrumpir el tren. Pero llegó el momento en que había que trabajar sobre los tramos viejos, y eso nos ocurrió mucho entre Santa Clara y La Habana.
"Se hizo una concentración de brigadas en ese tramo, porque mientras tanto el tren se estaba desviando por Cienfuegos, prolongando el tránsito entre Santa Clara y La Habana en montones de horas. Se paralizó, como es lógico, esta vía, se consagraron a trabajar en esa vía 11 brigadas de terraplén, y cinco brigadas de puentes para avanzar rápidamente. Con ese esfuerzo se logró avanzar en las explanaciones -que es como le llaman a los terraplenes-, y en la construcción de puentes rápidamente. Fue necesario hacer algunos puentes respetables, como por ejemplo, el puente de Canímar. Un gran puente, parece que el tren va por el aire cuando va por ese puente".

Oh Fidel, ex compañero, lloro ante su tumba. Movilizó grandes masas, forjó Usted el espíritu de una nación y hoy quién es, en qué se ha convertido, en lo que más deploraba, en un montón de gusanos, en una suma de palabras gastadas, de palabras gastadas, de palabras gastadas, de palabras gastadas, de palabras gastadas, de palabras gastadas, de palabras gastadas, una suma de palabras vacías, de palabras vacías, de palabras vacías, de palabras vacías, de palabras vacías, de palabras vacías, de palabras vacías y el cielo resplandece en lo alto.

jueves, enero 15, 2009

Antifaces, título provisorio

Presumí de afligido; era alegre
De fracasado; vencedor
Lúgubre; optimista
Creador; simple copista

Quise impactar a Dios; guardaba una carencia
Conquistar a las mujeres; ceguera
Penetrar en el laberinto de las letras; ceguera
Ser bueno; cálculo

Me declaré viejo; estaba joven
Enfermo; sano
Retirado; vigente
Rebelde; de café

Desprecié el vil dinero; atesorando
A mis hermanos escritores; intentando penetrar sus laberintos
Los vicios; ensayando conquistas
La soberbia; provocando a Dios

Ahora soy qué
Hombre de un solo norte
Al menos lo tengo claro
Vida
Virtud
Vicio
Letra
Miedo
Muerte

viernes, enero 09, 2009

El Mundial del 62

Ahora que se acercan a pasos agigantados los 50 años del Mundial de Fútbol repaso la literatura nacional y considero que se ha hablado bien poco de ese fenómeno social, que en Chile sólo podría compararse con el del golpe de estado, descontando los terremotos. Callaron Neruda y Parra, debiendo haber escrito. Seguramente les sucedió lo que a todos los intelectuales de fuste de su tiempo: habrán considerado insignificante referirse a un torneo de fútbol. El doctor en filología hispánica Jesús Castañón Rodríguez escribió que "en Chile, la fase final de 1962 inspiró el poema Homenaje al Mundial, con el que Julio Barrenechea obtuvo el Premio Nacional de Literatura de Chile", afirmación completamente falsa, ya que Julio Barrenechea recibió dicho premio en 1960, que fue el año del terremoto de Valdivia, no el año del Mundial. Entre paréntesis, qué dirá ese poema y qué dirá la obra de Julio Barrenechea, hoy sepultado en el olvido. El Mundial sigue creciendo, mientras que esos versos y tantos conflictos trascendentales que vivió el país... para qué seguir.
Me he propuesto la titánica misión de escribir un poema en prosa dedicado al Mundial, "para que quede para el recuerdo". No se vayan a reír si empiezo mal; generalmente los comienzos de cualquier iniciativa que emprende el ser humano son imperfectos. La carga se va arreglando en el camino. Dice así:

El Mundial del 62

El Mundial del 62 fue una fiesta universal del deporte del balón. Porque no teníamos nada lo queríamos todo y los Cuatro Mosqueteros de Lisboa lo consiguieron. Alvear, Dittborn, Pinto Durán, Bianchi. Los periodistas Luis Urrutia y su colega y amigo Guarello escribieron un libro donde sale que un relator deportivo vio llegar al estadio a los Cuatro Mosqueteros de Lisboa, pero confundió el noble apodo y dijo al aire: "Ahí vienen entrando los Cuatro Jinetes del Apocalipsis...". Cuando llegué a esa parte me maté de la risa; es realmente una de las anécdotas más sabrosas del libro, éxito de ventas por lo demás.
Nunca he sabido de alguien que se haya muerto de la risa, pero sí de muchos que se han muerto de miedo.
De modo que el Mundial fue creciendo con los años. ¡Ese partido con Rusia en Arica! Lev Yashin, "La araña negra", desconcertado ante el zurdazo de Leonel, todo Chile poniéndose de pie y un grito largo y apagado que surge al mismo tiempo desde un receptor de radio en Siberia, un lamento en onda corta que hace maldecir y sucumbir al grupo de hombres reunidos en torno al receptor en un galponcito en medio de la nieve, bajo la noche más oscura que jamás se haya visto en los confines del planeta. Goool de Chile... Goool de Chile...
El sol abrasador del desierto de Atacama. La escalofriante estepa de Siberia, metáfora del símbolo.
Y qué decir del duelo ante Italia, el combo de Leonel, el gol de Jorge Toro mientras Inglaterra humillaba a la Argentina en el estadio Braden de Rancagua.
¡Oda a Maravilla Gamboa, a Efraín Caimán Sánchez! ¡Oda al gol olímpico de Colombia y a las fintas de Garrincha! ¡Oda al Cinco Copas Carbajal, el gran arquero mexicano! ¡Cómo lloraba ese hombre el 3 de junio, cuando Peiró de España le metió un gol en el último minuto! Lloraban también Di Stéfano, Sivori y Pelé desde la banca, los tres grandes ausentes del Mundial.
Ya estamos entre los cuatro primeros, decía el Maestro Lucho. Esa noche todo se veía movido. La gente corría de un sitio a otro de la casa. La frase del Maestro Lucho a la que aludo fue pronunciada en la cocina; me parece que la dijo de lado, pero al momento siguiente la cocina estaba vacía. Todas las luces se encontraban encendidas y de cualquier rincón irrumpían ecos de voces triunfales. El Maestro Lucho ya está muerto, pero su frase quedó para la posteridad: Chile le había ganado 2-1 a la Unión Soviética en Arica y se ubicaba entre los cuatro grandes del mundo, por primera y única vez en su historia. ¡Loor al taponazo de Eladio Rojas desde 30 metros!, algunos dicen 35 y ya hay quienes hablan de 40.
Vino entonces lo esperado, la profecía autocumplida. Habíamos volado demasiado lejos, llegamos a los pies del Olimpo y al levantar la cabeza vimos algo así como el Castillo de Kafka. No hay vacantes; laureles reservados hace cien años. La tragedia estaba escrita, sólo había que representarla en el teatro griego a cielo abierto. Debía perderse con Brasil; se perdió con Brasil. Debía ganársele a Yugoslavia; se le ganó a Yugoslavia. Pero debía ganársele con heroísmo; se le ganó con heroísmo. Nunca en la vida hubo algo más perfecto para Chile; el tercer puesto encajó como pieza de un rompecabezas mitológico. Se juega el último minuto, Chile espera el espantoso alargue con tres hombres lesionados que hacen número en la cancha del Estadio Nacional, impresionante zapatazo de Eladio, Marcovic desvía la pelota, el arquero Soskic se retuerce y llega tarde, la pelota se anida en el fondo de la red y el estadio se levanta, se le hinchan las venas del cuello a Julio Martínez Pradanos, se inicia el paseo de Riera en andas, los jugadores dan la vuelta olímpica, la Plaza de Armas aplaude por la noche a un negro de Brasil montado en un caballo blanco, Brasil gana al otro día el título y en Praga los checos se levantan el lunes a mirar los diarios en los quioscos, se detienen en la foto de Mauro con la copa Jules Rimet y siguen caminando, no compran el diario, el Mundial se ha terminado.
Los archivos fílmicos han creado una interpretación particular de ese momento de la historia. Para los más jóvenes el Mundial del 62 es un episodio de media hora en blanco y negro; sería inconcebible que aquello equivaliera a "nuestros días", en que el mundo está normal, viste normal, camina corre y piensa normal. El pasado tiene algo de ridículo, aun en la forma de hablar de las personas. Supiera la gente cuán parecida es no lo creería. Dicen que los hombres prehistóricos sentían celos y que había dramas pasionales en la cueva de Altamira, no puede ser, si eran poco menos que animales.