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miércoles, septiembre 13, 2006

Haciendo el bien

(Una esquina de un pueblo de provincia. Está a punto de llover.)
-Levántate, gusano.
-¿Ah?
-¡Levántate, levanta el cuello de una vez!
-Perdón...
-Pareces un jorobado.
-Sí, es verdad...
-Pareces un caracol que se arrastra por el suelo.
-A veces encuentro billetes, soy especial para eso.
-¿Te hiciste millonario encontrando billetes?
-No, me han servido a lo más para gastarlos en hot-dogs.
-Mírame a mí. Échale un vistazo a mi saldo de Redbanc. ¿Lo ves? ¿Te fijaste? ¿Sabes el secreto?
-¿Mirar siempre al cielo?
-No, imbécil. Mirar hacia el frente... ¡Enderézate!
-Me cuesta. Me enderezo y no sé cómo, pero ya estoy encogido otra vez. Me sienta mejor andar así, ya me acostumbré. Es que, ¿sabe? No me hallo erguido, me imagino que soy creído, y yo no soy creído.
-Naciste looser y morirás looser. No vayas a salirme con que no te lo advertí.
-Gracias... sí... es verdad... usted no ha sido el único... gracias... trataré.
-¡Trata! Camina como yo. ¡Trata de verdad! ¡Verás que lo puedes lograr!
-Gracias... sí... trataré... lo prometo... trataré.
-Así me gusta. La próxima vez que te encuentre en la calle te cobraré la palabra. Ay de ti si te pillo gibado, ¿entendiste?
-Sí, je, je... gracias... sí entendí... gracias... así lo haré.
-Me voy, debo ir al banco... ¡Eh, no te vayas todavía, espera un poco!
-¿Sí?
-¿Te quedó claro? ¿Tomaste nota del consejo? ¡Es un consejo sano!
-Sí... sí... tomé nota... por supuesto.
-Bien. Ensaya desde ahora mismo... ¡Y ahora, vete!
-....
-¡¡¡Enderézate, gusano!!!
-... Sí.... sí...
(Ése no va a cambiar nunca. ¿Qué saco con gastar mi tiempo haciendo el bien?)

martes, septiembre 12, 2006

En la cuerda floja

Querida hija. Te juro que esto que te relataré a continuación es la pura y santa verdad. Sucedió en la primavera de 1957 y me lo contó una persona de fiar. Como te decía, tuvo lugar en la Plaza de los Héroes de Rancagua durante la primavera de 1957, la fecha exacta no la tengo, pero debió ser cargada para octubre. La cuerda floja unía la torre oeste de la Catedral con la azotea del Liceo de Niñas en su borde norponiente y según la persona de la que te hablo, tu tío Antonio (Q.E.P.D.) quien estuvo allí y fue testigo fiel de los sucesos acaecidos, la cuerda estaba más tensa que floja. Y no hablemos de tensa, hablemos de súper tensa. Era como una línea de fierro que subía desde el Liceo a la Catedral.
Zach Colino cumplía una semana de visita en Chile, promoviendo una película circense cuyo nombre no logro recordar, creo que se llamaba "El gran circo", con las actuaciones estelares de Victor Mature, Vincent Price, Rhonda Fleming y otras estrellas. La breve gira de Zach Colino por el país había incluido Viña del Mar, Valparaíso, Quillota y la provincia de O'Higgins, escogidas por el productor seguramente por ubicarse todas cerca de Santiago. Al día siguiente Zach Colino debía viajar a Lima desde el aeropuerto de Los Cerrillos.
Pues bien, a esa hora de las ocho de la noche, en el momento en que toda la gente pensaba que Zach Colino comenzaría a subir por la cuerda floja hacia la Catedral, una mujer mayor de edad con una faldita de ésas que usan las tenistas se le adelantó. Las opiniones se repartieron entre el público. Hubo quienes aseguraron que se trataba del "aperitivo" de la jornada. Se lo hicieron ver a sus hijos y aplaudieron efusivamente. Otros especularon con la hipótesis de un escándalo destinado a causar sensación; decían que la idea que los organizadores querían dejar flotando en el ambiente era que la artista rancagüina le estaba robando el show a Zach Colino. Era Zingarella, ¿la recuerdas, hijita, esa que actuaba en el circo Frankfurt? Finalmente hubo también quienes pensaron en un número especial, un dúo en la cuerda floja, y los hechos casi les dieron la razón a éstos últimos, aunque según el tío Antonio el asunto nunca se llegó a aclarar.
Salió Zingarella y la sorpresa se convirtió en murmullo y luego en gesticulaciones, codazos entre la gente. Era de noche, como te decía, pero un foco se encargaba de iluminar a los artistas. Y justamente por ese efecto de rayo que disparaba desde abajo, los espectadores de todas las edades, que subían del millar, notaron con toda claridad que a Zingarella le faltaba su prenda más íntima. Las especulaciones se desviaron entonces hacia la depravación o su alternativa, el simple olvido producto del nervio.
En esos tiempos, como recordarás, hija mía, las mujeres no se depilaban sus vergüenzas, porque a nadie le cabía en la cabeza mirar con desparpajo esa zona de sus cuerpos, salvo a sus maridos o a sus amantes, y dentro del lecho. De modo que la visión de Zingarella en las alturas, desde la calle, se convirtió en un inesperado festín para el público, pero un festín que debió reglamentarse con rapidez. Todo fue tácito, no hubo necesidad de palabras. Las mujeres les taparon los ojos a sus pequeños y se los llevaron de inmediato para la casa, vociferando palabras que denotaban sensaciones de odio, desprecio y amargura. Unas pocas lograron arrear a sus maridos. De aquéllos, sólo algunos volvieron la vista. Los que se quedaron no hicieron mofa de los que tuvieron que irse; no había tiempo: el show estaba calculado para durar unos tres minutos, lo que dura la travesía en cuerda floja desde el Liceo a la Catedral.
El tío Antonio contó que a su parecer Zigarella estaba bebida, no tanto como para no poder cruzar, pero sí lo suficiente como para hacerlo con demasiada lentitud. De un rincón surgieron los primeros caballazos. Los piropos se fueron transformando en insultos procaces, la multitud se iba enardeciendo y desde lejos, a unas cuadras de distancia de la plaza, las madres y sus hijos escuchaban el eco de un griterío parecido al que generan las rechiflas en el estadio Braden durante un partido del O'Higgins. Zingarella no parecía estar consciente del fenómeno que estaba provocando 18 metros más abajo, lo que demostraría que lo suyo había sido simple descuido.
Hasta el momento he sido muy cuidadoso en el relato, hija mía. Trataré de extremar mis cuidados para contarte lo que viene. Te aseguro que las cosas sucedieron así. Tú sabes que el tío Antonio nunca fue dado a exagerar ni a mentir.
No se supo por qué, pero el hecho fue que Zingarella no había cumplido ni la mitad del recorrido cuando Zach Colino pisó la cuerda y avanzó hacia la Catedral. Llevaba la vara típica en sus manos y vestía un pantalón blanco ceñido al cuerpo, similar al de los bailarines de ballet. Su tórax al desnudo, su bigotillo y su peinado a la gomina resaltaban su figura varonil. El público, ya enfervorizado por el espectáculo que les regalaba Zingarella, aulló de placer con la entrada del hombre. Zach Colino exhibía una destreza sin igual en el arte de caminar por la cuerda floja, de manera que pronto, y sin pretenderlo, se fue acercando a la artista rancagüina. Para colmo, la súper tensión de la cuerda resultó ser en todo caso bastante inferior a la fuerza de gravedad: el peso de los cuerpos los acercaba naturalmente a ambos y de ello Zach Colino y el público se daban cuenta; Zingarella, no tanto.
Hija mía, presta oídos a los hechos que el tío Antonio me narró a continuación pero no oses desprender de aquéllos una enseñanza que los relacione y los formule a través de una conducta personal, pues si bien el instinto es la verdadera madre de todos los vicios en un animal inteligente, lo que lo convierte en pecado no es su conocimiento sino sucumbir a su llamado de una manera razonada.
Pudo ser el desgaste por el uso o acaso la excitación ante lo que sus ojos contemplaban delante de él, que eran las nalgas voluptuosas de Zingarella, lo cierto fue que de pronto el pene, sí, el pene de Zach Colino saltó hacia la noche de la Plaza, debido a un resquicio en la costura del pantalón blanco. Los bramidos de la multitud llegaron a decibeles impensados para una ciudad de provincia; algunos de los presentes se fueron detrás de unos árboles y se entregaron a bajos deseos, pero siempre mirando hacia arriba; otros alentaban al dúo a la unión carnal y había quienes contemplaban en silencio; el tío Antonio entre éstos últimos, si se les da fe a sus palabras. El foco ahora reunía a los dos artistas, muy cerca el uno del otro; la primera bastante más alta que el segundo.
Cuando Zingarella sintió el primer roce, como de una pelotita de carne entre sus nalgas, trató de controlar su paso para no caer, al tiempo que se le deslizó un gritito agudo que pasó inadvertido para la multitud. La dotación del miembro viril de Zach Colino era la de una persona común y corriente, lo que alegró la siquis de los hombres rancagüinos, siempre tan acomplejados del tamaño de su ciudad respecto del porte de los grandes edificios de la capital. Desde abajo el falo erecto parecía un arco brillante y venoso, que paso a paso iba desapareciendo, iba siendo tragado por la matriz de Zingarella, contra la voluntad de la artista y la de Zach Colino, pues ni al uno ni al otro se les pasaba por la mente copular en público, menos aún concentrados como debían estar, segundo a segundo, en la línea que los aferraba a la vida en el océano de la muerte.
Pero veo que ya estás preparada, hija mía. Pasemos al confesonario o, si prefieres, lo podemos hacer en esta misma pieza. Arrodíllate y veamos lo que te ha traído de nuevo hasta mí...