Visitas de la última semana a la página

viernes, octubre 13, 2006

Retratos de hombres solitarios

"Retratos de hombres solitarios", exposición a la que tuve el gusto de asistir días atrás en la galería Atlas, del pasaje Matte.
"Escritor ansioso". Se ve en el cuadro a un hombre de barba, unos 55 años, rasgos de Bogart, sentado ante un computador. En la mesa no hay cenicero y sí un estuche de lápices. Su pieza es amplia y oscura. De fondo puede apreciarse un equipo de música. Una lucecita verde delata que el equipo está encendido. La ansiedad se expresa en la mirada, fija en la pantalla. La mano izquierda le afirma la barbilla; la derecha descansa a un costado del teclado.
"El caminante". Un hombre bajo y semicalvo camina por una amplia oficina, hacia la puerta. Uno de sus hombros está ligeramente más inclinado que el otro. Se aprecia tranquilo, relajado, absolutamente seguro de sí mismo, pero ello es el producto de la genialidad del trazo del artista, quien, tras una segunda visión de la pintura, nos revela un dato fundamental, apenas perceptible: el hombre va mirando hacia el suelo. La tranquilidad troca en hondo dramatismo, en presagio de una tragedia.
"El parroquiano". Un hombre barbado y de lentes se toma un cortado en el Café Haití. Está solo en la barra, pareciera esperar a alguien. En el lienzo aparece junto al café un vaso de soda a medio consumir. Retratado en perspectiva aérea se van viendo a lo lejos los demás personajes del local: un anciano con sombrero alón y corbata multicolor, un hombre con bigote a lo Hitler, un empresario del boxeo, una pareja conformada por un hombre bajo y canoso y una rubia despampanante y algo entrada en años, un grupo compuesto por un hombre rubio de ojos verdes, otro alto y algo barrigón (con un bolso al hombro) y un tercero regordete, con lentes de mucho aumento y sandalias en vez de zapatos. Afuera, la gente desfila por el paseo peatonal.
"El lector compulsivo". Un hombre cercano a los 40 años, completamente calvo, de rostro aguzado, lee en un rincón de un restaurante. Es la hora del almuerzo y a su lado se puede apreciar a un grupo de oficinistas que comen y ríen. El lector afirma el libro con su mano izquierda en la cubierta de la mesa mientras con la derecha trincha un pedazo de carne, que en la imagen aparece a medio camino entre el plato y su boca, que aún está cerrada. Del cuadro parecen emerger ondas sonoras, correspondientes a carcajadas estentóreas y ruidos de tenedores y cuchillos sobre la loza, sensación que vuelve aún más solitario y diríase despectivo hacia el mundo entero el acto de leer.
"La película". Contra el fondo de una pantalla desmejorada que exhibe Lo que el viento se llevó se recorta la silueta de un espectador, uno solo, en medio de la vieja sala. El pintor se concentra en los rostros gigantescos de Clark Gable y Vivien Leigh, rayados con hilillos negros. Del espectador sólo se muestran sus hombros y la cabeza, levemente inclinada hacia arriba. En la pantalla no se lee ningún subtítulo. Al costado derecho de la sala se dibuja en rojo intenso la palabra exit dentro de un letrerito mínimo. La cortina, debajo del cartel, más que verse, se adivina.
"Reo rematado". Detrás de unos barrotes, que ocupan la mayor parte de la tela, el artista nos regala el ojo hambriento de un reo de alta peligrosidad en su celda solitaria. Las paredes están cubiertas de mensajes escritos con tiza, lápiz de pasta, lápiz grafito y hasta con caca parece que estuviese dibujado un par de ellos. El instinto asesino del preso queda al descubierto por el brillo del ojo: es desmesurado para la luz del ambiente.
"El aprendiz de romántico". Un hombre de unos 50 años lee un mensaje que le ha escrito su amada. Está de espaldas y unos audífonos cubren sus oídos. El fondo del cuadro es la pantalla del pc en la que priman los colores azules y celestes. Hay publicidad en los bordes y el correo parece ser hotmail. No se aprecia remitente, pero sí el contenido del mensaje, escrito en letras mayúsculas: YO TAMBIÉN TE EXTRAÑO.

martes, octubre 10, 2006

Dos actores frente a frente

Hoy vi al Doctor Mortis. Me estiró los brazos desde su cama de hospital. Parecía un pájaro ansioso de cariño, atado a la cama con una correa que le impedía escaparse, como hubiese deseado hacerlo cuando el cuerpo le respondía, no hoy.
Dijo que me amaba y quiso llorar.
Recordé a Martin Landau emulando a Bela Lugosi; yo era el dr. Vicious emulando a Tim Burton. Dos actores frente a frente, él menos actor que yo o más, si ser actor es compenetrarse tanto del papel que uno se olvida que actúa.
Él no actuaba, yo sí.
Pero yo, ¿actuaba o siempre he sido así, cariñoso y calculador? ¿Es eso actuar? ¿Actúa el asesino, juega un papel cuando mata o sólo mata? ¿Es el mundo entero una reunión de actores que se las baten a medio morir saltando con sus roles?
Tal vez cuando muera, el Doctor Mortis se llevará a la tumba un buen recuerdo de su tocayo el dr. Vicious; mas me temo que tal como lo proclamó en su cama de hospital, ni la muerte ni la vida existan y haya sido él la suma de una conjunción de planetas olvidada en el tiempo.