Visitas de la última semana a la página

martes, junio 30, 2009

Esperando el resultado del examen

La preparación del examen de Historia era infernal. Para mí consistía en abrir el libro de Francisco Frías Valenzuela y leer unas 70 páginas, que empezaban con Egipto, seguían con las guerras médicas, Aníbal y los elefantes y terminaban en Roma con sus tres grandes periodos. Me tendía en la cama o en el sofá. Afuera hacía calor mientras en la pieza seguían pasando uno tras otro los elefantes de Aníbal y los 300 héroes caían por la culpa de un traidor, poco antes de que los romanos viejitos pasearan en túnica frente al Coliseo en pleno siglo de Augusto. Los pelotazos de mis amigos rebotaban en la pandereta y rompían el silencio provinciano estival. La población Rubio y Rancagua nunca fueron lugar de autos ni bocinazos, ahora lo son y hasta de tacos formados por taxis colectivos en sus estrechas calles; pero eso es harina de otro costal, podredumbre de la vida moderna y augurio de lo que les espera a las nuevas generaciones.
La primera lectura me tomaba unas dos horas y la hacía por necesidad; leía en voz alta. Las páginas iban pasando una tras otra hasta llegar a la última, que no me provocaba gran placer, ya que entonces comenzaba de inmediato la segunda lectura, que ejecutaba en voz baja. Dos horas después empezaba la tercera lectura. A veces, para otras pruebas, leía cuatro y cinco veces la materia, pero eso era una desproporción generada en mi inseguridad: por lo general la materia "me entraba" a la tercera lectura.
Siempre pensé que así había que estudiar, que era el único método válido. Y los hechos me daban la razón. Cuando lo hacía de esa manera obtenía la nota máxima. En ocasiones el señor Zelada en mitad de una clase se refería a mí como "memorión" o "mateo", lo que yo después negaba rotundamente ante mis amigos, que me sacaban pica con ese sobrenombre, mil veces peor que "Dumbo el elefante volador", "paila mocha", "mono", "pelao" o "guatón relleno con sapos".
A los exámenes debíamos acudir provistos de lapiceras cargadas de tinta, pues los lápices a pasta estaban terminantemente prohibidos. Se trataba de controles de extrema formalidad. A nadie se le habría ocurrido burlar las reglas. Mi mente traducía ese momento como una especie de cápsula que contenía la esencia de la vida; lo demás, todo lo que había pasado durante el año, no tenía la menor importancia.
El señor Zelada entraba a la sala junto con una comisión compuesta por otros dos maestros. Eran los mismos que con mis papás veíamos comprando fiado en la tienda de Pepe Martínez cuando mis viejos iban por lo suyo; o los mismos que bailaban con frenesí en las fiestas del gimnasio, pero en ese instante ingresaban investidos del poder que les confería el nombre de La Comisión. El señor Zelada dictaba las preguntas y yo, al copiarlas con la lapicera me decía ésta me la sé, ésta me la sé, ésta también me la sé, ésta me la sé más o menos. Entregaba el examen con una ligera satisfacción y una tonelada de alivio: me había sacado otro peso de encima y ya se divisaban las vacaciones, que consistían sobre todo en no estudiar.
Esperando el examen corríamos por el patio, jugábamos a la pelota con una tapita de Coca-Cola, nos sentábamos a descansar, hablábamos de nuestras vidas, de lo que nos aguardaba ese verano. Alguien se encaramaba a mirar por la ventana el trabajo de la comisión y decía desde lejos: "Falta". Diez minutos después otra voz informaba: "Siguen corrigiendo". Esperábamos frente al patio desierto. El tiempo se hacía interminable, era como estar presos dentro de un reducto de tedio silencioso. No había vida, para nosotros a esa hora Rancagua se parecía a una ciudad fantasma, a un montón de arquitectura abandonada; no llegaba sonido alguno del otro lado de las paredes que nos encerraban en el templo del estudio y el saber. El sentimiento que experimentaba era no de angustia por una espera que se hacía eterna, sino de... vacío sereno ante lo irremediable, que es como definir a la muerte.
Aunque de todas maneras le agradezco a ese ramo el haberme salvado de la debacle intelectual, pues al menos la vida y aventuras que corrían por sus páginas captaron mi interés por algo "importante", con el tiempo descubrí que mis conocimientos de historia no sólo eran harto malitos sino que no me habían servido prácticamente para nada. Y sin embargo, ¡cuán fundamental y poderoso es el pasado!
Toda mi vida odié estudiar, no hubo cosa más funesta para mí que estudiar. Durante el periodo más largo de mi existencia, aquel comprendido entre los 11 y los 16 años, me encerré por propia voluntad en un corral de chanchos sólo por el gusto de ser destacado cada cierto tiempo como el chanchito obediente por el dueño del corral. Pagué con esa fría responsabilidad, con esa humildad mentirosa, esas ansias de ser reconocido que me caracterizan y recién, a estas alturas, podría decir que comienzo a despertar...

sábado, junio 20, 2009

Explosión de vida

Explosión de vida. Mesa humeante. Chicas revoltosas. Brindis. Anécdotas cigarrillos flashes y ansias secretas de apareamiento. La vida fluye. La vida debe palpitar y luego debe recogerse. La vida vale mucho. La vida vale bien poco. La vida es un torbellino de soles desbocados. La vida es un manto de sombra. La vida tiene moral. La vida no tiene moral. La vida tiene sentido. La vida no tiene sentido. La vida se vive con los sentidos. Los sentidos generan sensaciones y las sensaciones generan pensamientos. Los pensamientos alejan de la vida. La vida se muestra por instantes. El placer acerca a la vida. A mayor placer menos pensamiento y más vida. El placer más intenso es la vida en estado puro. El éxtasis es explosión de vida. La vida en estado puro se desconecta de la realidad. La sensación más prolongada e intensa de vida no está en el placer, está en el dolor. El poder de concentración del ser con su dolor supera al del éxtasis. La vida necesita respiros. La vida necesita sumergirse en el mundo verdadero, porque cuando la vida se sumerge en el mundo de las ideas la vida deja de ser la vida. Pero la vida para ser vida precisa del verbo y el verbo es el comentario acerca del mundo ficticio, que es el mundo de las ideas combinadas con la de los sentidos. La observación no es parte de la vida. La vida prohíbe vivir a quienes la observan. Los observadores de la vida viven la vida observando la vida. La vida no fue hecha para ser observada. Si no fuera observada, la vida pasaría sin pena ni gloria. Quien quiera vivir la vida debe entregarse a la vida. Quien desee vivir para observar la vida debe renunciar a vivir. Sólo quien renuncia a vivir puede describir la vida. Quien vive la vida está imposibilitado para referirse a ella. Quien vive, desea. Quien observa, reprime el deseo. La vida es una explosión y la inmortalidad, un sacrificio.

viernes, junio 19, 2009

El tío Mario y la tía Luchita

El tío Mario y la tía Luchita formaban una pareja ideal, a nuestros ojos provincianos. Habían vivido en Estados Unidos y sabían hablar inglés. Estaban siempre alegres; se querían mucho, eran cómplices, se protegían el uno al otro. Carecían de los prejuicios que tanto le pesaban a nuestra familia y por eso mismo, se reían con desparpajo de los demás. Sus hijos eran pintosos, altos, tenían carácter y vestían a la moda. En otras palabras, el tío Mario y la tía Luchita vivían la vida.
Cuando llegaban de Estados Unidos traían regalos. A mí me tocó una lapicera Parker y al Julio, un impermeable. El Vitorio se adueñó del Piggy cook, un chanchito a pilas que volteaba un huevo de plástico en el sartén. Como a nosotros la tía Ana nos prestaba una vivienda de su fundo para pasar el verano, si ellos iban a vernos mi mamá los lucía en la casa patronal y podían disfrutar de la piscina. En cambio si los visitantes eran el tío Pablo y su familia, éstos debían conformarse con un baño en la acequia. Detalles de ese estilo demostraban cuánto los admirábamos.
La admiración es la materia brillante que sale a flote del pozo turbio de la envidia.
Con el tiempo fui entendiendo que no todo era color de rosa, aunque tampoco de hormiga. Ese amor que se prodigaban, más que amor parecía una esfera transparente, egoísta y claustrofóbica que los separaba de la gente. El tío Mario era mujeriego, eso no lo sabíamos entonces. Ya adulto me enteré de que un día llegó a Rancagua con "una amiga de la oficina" y mi padre, que en cuestiones de moral era bruto como el diamante, sin decir agua va le arrojó una jarra de vino a la mujer en pleno escote y echó a perder la fiesta. Ante los atisbos de censura que surgían al recordar esa anécdota, al viejo nunca pudimos sacarle más que esta frase: "Se lo merecía". En esa relación entre ellos, que eran primos, el tío Mario era el desborde y mi padre, la contención, lo que para mí simbolizaba la alegría de la improvisación versus la amargura de las trabas autoimpuestas.
De vuelta a Chile, la tía Luchita retomó su puesto de enfermera, mientras que el tío Mario se desenvolvió con éxito como vendedor viajero. El protagonista de mi cuento "Lección de música, segunda versión" está inspirado en la etapa final de su vida.
Pero he dejado deliberadamente un detalle para el final: en su departamento tenían un televisor, un Zenith traído desde los Estados Unidos, que para la fantasía infantil de entonces valía más que un auto. Y así, cuando un buen día nos invitaron a los cuatro a pasar un fin de semana con ellos, saltamos de alegría en la cama con mi hermano.
El departamento ubicado en la calle Particular, barrio San Diego, estaba en el cuarto piso y no había ascensor. Apenas llegamos nos instalamos frente al televisor y no salimos más, salvo cuando tocó la hora de volver a Rancagua. El aparato en blanco y negro, de unas 15 pulgadas, vivía sus últimos días. La pantalla temblaba como si sufriera Parkinson, pero no nos importó. El sofá y el televisor constituyeron toda nuestra aventura de tres días. A veces sentíamos reír a los mayores en la otra habitación, a veces nos llegaba la hora de comer y dos veces tuvimos que irnos obligados a dormir. Pero el resto del tiempo fue una suma de series entre las que recuerdo "El fugitivo", "Ruta 66", "En la cuerda floja", "Combate", "Arresto y juicio", "Míster Ed", "Hong Kong", "Ben Casey", "Los intocables"...
Volvimos a Rancagua. En lo personal estaba ansioso de contarles a mis primos tanta maravilla y en efecto, apenas me preguntaron cómo lo había pasado tomé aire para hablar.
Pero entonces, y de eso se trata realmente esta historia, entonces mi relato acabó de golpe. Enumeradas las series que había visto me di cuenta de que no tenía nada más que decir. Ya con ese dato había provocado un pequeño desbande en el grupo; resultaba estúpido gastar tiempo relatando los argumentos de las series.
Qué curioso: tres días completos de mi vida, tres días muy importantes, que aún recuerdo, fueron a dar a un foso. Para los demás no había existido y para mí mismo, mi propia vida trocó por un instante en la prolongación de una suma de fantasías.
No sé si el problema radica en contar historias en las cuales la demás gente no interviene, o sea, no logra hacer suyas, como sucede cuando alguien muestra un álbum de fotos de viaje; o si el problema estriba en una especie de fastidio que nace de la envidia por parte de los receptores del mensaje; o si el pudor nos vuelve prudentes. El hecho es que desde aquella vez guardo cierto recelo hacia la televisión.

lunes, junio 15, 2009

Carrera de motonetas

Hubo un tiempo en que los domingos disfrutábamos la tarde entera en el velódromo. El Melo cortaba los boletos con un cigarrillo en los labios, "para pasar el hambre", explicaba sonriente, queriendo decir con eso que su labor voluntaria era sacrificada, pero que la cumplía con deleite. El Melo era un joven sano, simpático y buena gente, y por eso a nosotros nos caía bien. No bebía y en los paseos nos ayudaba a elevar volantines. Un día, en mi casa, el Melo reparó en los dos Torterolo que colgaban en la pared y sacó a relucir las virtudes de otro pintor que comenzaba a destacar en Rancagua. Le alabó su marcado realismo, el uso de los colores y ahora que voy haciendo memoria, rescató especialmente un Cristo en la cruz que le había visto en su atelier y del cual opinó que era superior a los de las iglesias, "porque no tiene una cara tan triste". Recuerdo exactamente la frase genial de su remache. "Este Cristo se ve más rellenito, más gordito". En la audiencia familiar se produjo un silencio, no supe si de aprobación o de rechazo. Yo tampoco hice comentarios, pero si lo recuerdo ahora es porque ese juicio se me quedó grabado a fuego.
El Melo tenía la cabeza grande, se peinaba para atrás y lucía un bigotillo de esos que usaban los galanes de cine de los cincuenta. Como este episodio está situado a comienzos de los sesenta, ese bigotillo comenzaba a pasar de moda. El nuevo look era peinarse para el lado, al estilo de Cary Grant o Stephen Boyd. Mi papá, quien iba a la peluquería del centro, lucía ese estilo, que nos agradaba mucho. Lo bautizamos "Mesala", por el parecido que tomó con el personaje secundario de Ben-Hur. Sin el bigote mexicano que le daba por dejarse cada seis meses, con el corte a lo Mesala y pasando por alto sus visitas a la cantina, mi papá habría sido perfecto.
Al igual que Mesala, mi papá fue siempre un personaje secundario. Mi hijo y un sobrino descubrieron un día una foto suya, olvidada en un cajón. Aparecía el famoso Hugo Miranda montado en su bicicleta de carrera y a su lado, de pie, mi papá con una bandera de largada y el bigote mexicano. Mi hijo creyó, orgulloso, que su abuelito era el ciclista, hasta que mi madre lo sacó del error. Entonces con su primo le pusieron "el banderero", apodo que se mantuvo por años y que al viejo nunca le hizo gracia.
Ese domingo del velódromo las tribunas estaban llenas y mucho de eso tenía que ver -yo no lo sabía entonces- con el personaje secundario que las hacía de dirigente. Ya se habían corrido las pruebas de velocidad, persecución individual, persecución por equipos y los 25 kilómetros con llegadas parciales y emocionantes toques de campana en las últimas vueltas. Hugo y Guido Miranda habían disputado palmo a palmo con Turchán, Letelier, Cavieres, Urrutia, Valdebenito, el loco Moraga y otros tantos. El día tenía que haber cerrado ahí, pero una fuerte presión de los coléricos que por esos días causaban furor con sus Vespas y sus Lambrettas obligó a una prueba final: ¡una carrera de motonetas!, algo nunca visto y que atrajo poderosamente la atención del público.
Dieron la partida y las motonetas volaron. Con mi hermano y mis primos nos acercamos todo lo que pudimos a la pista de cemento para sentir el rugido de los motores. No habían transcurrido tres vueltas cuando un competidor rozó a otro y cayó estrepitosamente al piso. No recuerdo si el casco saltó, pero sí que se golpeó en el cráneo y quedó inconsciente. A los niños se nos revolvió el estómago y la multitud lo rodeó en un segundo. Querían ver de cerca la escena, la máquina averiada, la sangre en el cemento, el rostro juvenil contraído, la luz de una linterna iluminando esos ojos blancos, sentir algún quejido. Atardecía.
La ambulancia llegó como a los 20 minutos y se lo llevó. El espectáculo quedó hasta ahí, al igual que las carreras de motonetas en el velódromo, que tuvieron su debut y despedida. Durante la semana le escuché decir a una amiga de mi mamá, en la feria, que el motonetista todavía no recuperaba el conocimiento.

viernes, junio 12, 2009

Kermesse infantil

Demasiados años después de que corriéramos con esa frenética inconsciencia infantil por los patios del Instituto Inglés de Rancagua profundicé en un fenómeno que en ese instante se me antojó extraño y feliz. Con mi hermano hallábamos tickets en el suelo como si se tratara de cajetillas vacías. Nunca antes había escuchado la palabra ticket; desde ese día la asocio con suerte, desinterés, negligencia.
Asistíamos a una kermesse infantil, invitados en calidad de "hijos de la tía Fani". No era como las fiestas de la Escuela 1, que se dividían en entonación del himno nacional, discurso del director, recital de números artísticos y para el final, partido de baby fútbol o revista de gimnasia, dependiendo de la fecha de la fiesta. Ésta era una fiesta con todas las de la ley: sala de cine con películas de dibujos animados, juegos de feria con jugosos premios fáciles de ganar, carreras de ensacados, torta, chocolate caliente y helados a destajo. Cada una de estas posibilidades valía un ticket y nuestro presupuesto, que alcanzaría a lo más para cuatro, pasó a segundo plano con el inesperado regalo que encontrábamos a cada paso en el suelo.
La recuerdo como una de las tardes más felices de mi infancia. Era increíble; ningún otro niño reparaba en los tickets descuidados. Para ellos era tan natural tener dinero que se podían dar el lujo de extraviarlo y sus vidas no sufrían cambio alguno. Mi hermano y yo, en cambio, andábamos con la vista pegada en el suelo, recogiendo tickets para disfrutar de ellos. Las argollas resultaban inexplicablemente anchas, entraban como si nada en las botellas; el mesón con los rifles a postones estaba demasiado cerca del blanco; nadie perdía, todos ganábamos, era una fiesta fabricada para ganar, una fiesta hecha para un mundo acostumbrado a ganar y sus organizadores la habían planificado inocentemente así, de la manera más lógica, pensando en la diversión de sus hijos. Allí no cabían ni el esfuerzo ni la suerte ni los talentos ni la ambición. La riqueza que viene del cielo provoca somnolencia y en ese medio me vi de pronto como pájaro raro, pechador desvergonzado.
Cada cierto tiempo mi mamá nos llamaba la atención, haciéndonos ver que no era educado andar recogiendo tickets del suelo. Con el Vitorio le hacíamos caso solamente para la foto; apenas se daba vuelta proseguíamos la búsqueda: ya estábamos cebados.
Mi madre era parvularia. Con el perdón de las parvularias, definirla hoy de ese modo la rebaja de categoría. En tiempos en que no existían parvularias y apenas había un kindergarten en Rancagua, mi madre era la "tía del kinder" y nosotros, por consiguiente, pasábamos a ser los "hijos de la tía Fani".
Un par de semanas después de transcurrida la fiesta mi mamá nos contó durante el almuerzo que la invitación había tenido por objeto convencerla de que se incorporara a ese colegio. Ella lo tomó como un halago y a pesar de que su sueldo se habría triplicado, rechazó la oferta. No recuerdo sus palabras exactas, pero sí la idea que primó en su decisión. Ese era un colegio pagado y ella enseñaba en un colegio gratuito; ella les abría los brazos a todos los niños, no era una maestra exclusiva para niños ricos. Mi padre, mi hermano y yo aplaudimos su decisión y nos pavoneamos un buen tiempo del asunto. La casa siguió sufriendo estrecheces, los años fueron pasando. Su ejemplo se me grabó a fuego en la mente y me llegó la adultez. A la primera de cambio acepté un trabajo mejor que el que tenía; no era ya tiempo de ideales.

jueves, junio 11, 2009

Amo a Chile, amo a Rancagua

¿Amas a tu país, sientes a tu país en las venas? ¿Amas a tu ciudad natal?
Amo a Chile como amé a mi niñez y amo a Rancagua como amé a mi padre.
Siendo niño solía compararme con los mayores. Al hacerse evidentes las diferencias de conocimiento y de experiencia llegaba a una conclusión devastadora: si estuviese en el lugar de ellos no sería capaz de desenvolverme, no tendría temas de qué hablar ni argumentos que defender. Pero entonces, el niño que era se comparaba con otros niños que sí se desenvolvían frente a los mayores como niños que eran y mi conclusión variaba: los niños pueden relacionarse con los mayores sin renunciar a ser niños y no hay drama en ello. Los mayores no sólo entienden perfectamente el asunto sino que además buscan ese tipo de relación, porque se sienten renovados. Ríen con sus ocurrencias y tienden a sacar a flote la benevolencia que llevan dentro. Los niños a su vez conservan la alegría y ganan confianza en sí mismos. Dicha conclusión me serenaba de inmediato, pero luego la observación y el razonamiento me conducían a una despiadada contradicción: si yo salía del paso frente a los mayores portándome como niño, sería el niño quien atraería el cariño de los mayores, no el par. Habría allí algo de farsa, de condescendencia, en el fondo de perdón. Fueren como fueren las cosas, mientras fuese niño estaría en una posición disminuida frente a ellos.
Ay, pienso ahora, cómo el mezquino cerebro doblega al corazón y deja pasar las mejores oportunidades de la vida.
¡Si nomás mi alma hubiera sido!
Amé a mi padre con censura y con desprecio, lo puedo decir ahora, sin traicionarlo, a pesar de que en vida él se sintió traicionado varias veces al descubrir mis sentimientos y los achacó a sus propias faltas, aunque no pudo ocultar su dolor. Me avergonzaba de que fuera mi padre, no era él el padre que soñaba. En ciertas ocasiones lo evité ex profeso o me burlé de él abiertamente, de tal forma que la ira apenas dejaba una rendija de luz a la desilusión y la desilusión ocultaba por completo la tristeza.
Era tan ignorante de las cosas importantes, tan inculto, esa es la palabra. No sabía manejarse en las grandes ocasiones y para todo empleaba sus emociones primarias, de las que parecía declararse orgulloso. El refinamiento era su antónimo y el vicio, su compañero inseparable. Sus gritos destemplados hacían vibrar las paredes de la casa, su impaciencia era superlativa, sus celos, prodigiosos, y solo sacaba a relucir su alma, su alma de poeta, cuando bebía. Porque tenía alma de poeta, pero en cuerpo de minero, entendiéndose por minero al hombre que lucha contra la naturaleza cabeza abajo para arrancarle un tesoro que oculta en la negrura y que cuando raras veces se le ocurre ver el cielo solo ve una luz blanca que enceguece.
Corren los años y cada vez me le parezco más; hasta me he sorprendido copiándole algunos gestos y el tono de su voz. Cuando me hago consciente del fenómeno miro con sus ojos y fabrico naturalmente el rictus de sus labios. Entonces me parece que él renace para apoderarse de mi cuerpo.

martes, junio 09, 2009

Apología del tiempo perdido

Cuenta una crónica de principios del Siglo XX que miríadas de indígenas de una tribu no identificada levantaron una torre en plena selva, con la finalidad de vencer la prodigiosa altura de los árboles. Una vez concluida se repartieron el tiempo destinado a contemplar el sol, la luna y las estrellas. Los que accedían de día lo hacían a la semana siguiente de noche y así, nadie fue privado del espectáculo universal.
La torre se transformó pronto en objeto de culto y como tal duró muchísimos años, ya que a la mantención de su base y su estructura iban a dar las mejores energías de la tribu de la selva. Y como se trataba de una tribu pacífica, sus miembros no les impidieron el acceso a los visitantes ocasionales, fueran indígenas o exploradores. Entre éstos últimos se hizo presente un antropólogo de fuste que se había vuelto loco. Se llamaba Peter McDouglas. Su expedición vivía días de angustia y desasosiego, las provisiones escaseaban y ya casi no le quedaban indios, apenas un par. Completaba el grupo su secretario particular, Charleston Penguin, a quien dictaba los apuntes.
Los inteligentes no supieron maravillarse ante el hallazgo. El antropólogo asoció la torre a un falo gigante y escribió un paper sobre la materia, que dio que hablar décadas completas entre el mundo académico. Concluía el trabajo que hombres y mujeres se rigen por el mandato primario del sexo viril, al que adoran por encima de otras consideraciones físicas o espirituales. "El falo es el dios de las civilizaciones", afirmó entonces.
No olvidemos que estaba loco.
En cuanto a la torre, ésta duró muchísimos años, como ya se dijo, hasta que un rayo la convirtió en astillas. En ese momento no se consideró necesario edificar otra, ya que las grandes máquinas abrían la selva a pasos agigantados: los niños habían alcanzado la edad adulta y la tribu se había consagrado por fin a una divinidad, el dios Mr. Peter McDouglas, El hombre del falo endemoniado.

viernes, junio 05, 2009

Momento político

Mamá Presidenta, ¡mamita querida!, el Resentimiento de Madre Presidenta. La verdad absoluta, el Canon Universal de los Derechos Humanos del Hombre, aj aj aj! Resiliencia.
Al menos antes se avergonzaban; mataban para callado. Sabían que era malo. No están en ninguna pared, son asesinos de frentón, la falsa sociedad merece su castigo.
El gran Presidente de la hermana nación bolivariana de Venezuela Hugo Chávez, mensajero de la vida, peregrino que viene desde la isla de Cuba. Su Santidad el Papa Benedicto XVI, la voz del gran Presidente Chávez, su estilo, el Negro tranquilo no me ayude compadre, esperanza del Mundo Occidental y esperanza del Mundo Mundial, el Gran Imperio Amarillo, hace tiempo que no se condena a China por violar el Canon Universal de los Derechos Humanos del Hombre, cuando China despierte el mundo temblará, unas pocas líneas para los 20 años de Tiananmen, más que nada el chinito y el tanque, el Imperio Chino suma y el Imperio Occidental resta. No se puede hablar de ciertas cosas, sólo está permitido producir y pensar diferente, la diversidad es la Reina Madre, ¡ay si hablas contra de la diversidad te espera la cárcel!
¡Hoy te nombro, Libertad! El tridente mágico de Corea del Norte: Kim Il-sung, Kim Jong-il, Kim Jong-un, clasifican al Mundial, temas de menor alcance. Gordon Brown, Mauricio Israel en Israel vs Palestino a la Primera B, Zapatero y Nadal, ¡Angela Merkel!, nostalgias de Chiang Kai-shek y el Amado Presidente Lula, reelecciones colombianas, Ingrid Putencur.
Cagó Navarro, cagó Arrate, cagó el Colorín Zaldívar, cagaron llenos de caca que lanzó el ventilador Marco Enríquez-Ominami y su Primera Dama de mirada fija y risa como asustada, ¿sabe bien la gente qué quiere la gente? ¡Justicia, queremos justicia! ¡Mar para Evo Morales! ¡Muera el Perú, carajo! Los vamos a hacer recagar a bombas a los culiados. Viva el Reggaeton, viva la cumbia chilena, un Viva prudente, queremos más dinero para pasarlo bien, menos trabajo, menos cesantía, más postas cuatro por cien y más postas cuatro por cuatrocientos, dulces tres leches, vino ensamblaje reserva, a culiar a culiar que el mundo se va a acabar, autopistas, el esmog al paredón las momias a la cama, no se paga el Transantiago ladrones culiados se burlan del pueblo no pagamos. Los Grandes Poderes Fácticos al garaje. Cirugía estética. El doctor Zarhi condenado por dejar una gasa dentro de una teta de plástico, ¡hizo diez mil operaciones buenas y lo condenan por una gasita! Nadie le aconseja a Piñera que cuente la firme: cómo lo hace para ganar tanta plata. ¿Por qué oculta su mayor virtud? ¿Es un pecado mortal ser millonario? ¿Hay como dicen un crimen oculto debajo de la alfombra de la fortuna? La Gran Crisis mundial de la Economía, apetito desmedido del rico, "Instituto Profesional Piñera: sea rico en dos años", corte con 750 puntos en la PSU, demasiados interesados. La Educación. Los profesores. Los alumnos. El problema de las nanas peruanas. La influencia de Chile en el mundo. Larga y angosta faja de tierra. Vengo del sur del Río Grande, desde el fin del mundo, de un país pequeño pero de grande y noble corazón (aplausos) vengo a anunciar el momento político ad portas de los ¡200 años!
Existe una confabulación mundial ideada por la CIA que impone la Verdad. La fórmula.
Bloques opositores-Religión
Alimentarlos con injusticias injustas Crece el odio
Aplastar como gusanos a los tiranos populares
Nace el descontento
El pueblo clama justicia
Gobiernos de izquierda
Padre Lagos, temor
Madre Presidenta, cariño
El descrédito
La corrupción
Roban como desenfrenados
¡Que vuelva el Inmortal! ¡Que vuelva el Asesino!
Golpe de estado Cruento
Mártires
Canto a la vida
Marchas gigantescas por las Grandes Alamedas del Mundo
Marcha contra la CIA, marcha contra Richard Bush
Fidel perro comunista
Valí callampa

junio 2009

jueves, junio 04, 2009

El Dictador

Descansa el Dictador entre edredones de pluma de ganso y desde allí procede. Para ordenar a la gente común dispone de un ejército de tiranuelos. Haz esto, haz aquello, haz lo de más allá, piensa ahora, ahora no pienses, compórtate, rebélate, ve por dentro de la línea, ¡no huyas como un cobarde! ¡Arranca! Estudia, no trabajes tanto, date un gusto, has gastado demasiado, ¡roba que no te ven!, tírate al dulce, cuidado con ese hoyo en la vereda.
La gente común le hace caso, no se da cuenta de la trampa en que vive. Cada uno cree que se rige por sus propios dictados y el Dictador sonríe bajo su edredón de plumas, fumando opio.
El Dictador también fuma marihuana y cuando lo hace se mata de la risa de los científicos de la mente que pretenden analizarlo. Creen ellos que el hombre común se rige por hombres pequeñitos que habitan su cerebro y que serían la prolongación de hombres reales, el papá, la mamá, el niño libre, el papá bueno, el papá malo, el niño asustado, el lobo, la abuelita. Pero se olvidan de Homero y se olvidan de La Biblia. Y se olvidan de Dios.
El Dictador le teme a Dios porque Dios lo conoce bien. Entre ambos existe una relación de respeto mutuo, el Dictador un par de escalones más abajo que Dios.
Breve ejemplo de conversación entre Dios y el Dictador.
-¿Han cenado mis hombres?
-Sí mi comandante.
-Entonces dígales que al abordaje.
-Sí mi comandante.
El Dictador es el gran problema de los escritores bellos sin alma, porque se avergüenzan de él y lo mantienen preso en una mazmorra llena de ratones infectos, entonces el Dictador se ve en la obligación de utilizar sosias para salir a flote.
El Dictador elige mentes exquisitas para revelar su mensaje, el Dictador no es malo como muchos piensan, tampoco es tan bueno que digamos; el Dictador tiene sus defectos como todo el mundo, pero a él se le notan más, porque el Dictador es la Pureza en estado bruto.
Hubo en los tiempos del futuro una expedición que se organizó para llegar a la base de su laberinto. Los expedicionarios se hicieron enanitos para poder meterse en la sangre dentro de un cohete, al estilo del remake de "Viaje fantástico". Qué decía la bitácora. "Navegando latitud 5 grados sur longitud 7 y medio cuadrante norte, ¡cuidado con los glóbulos!", y se los comieron. Se organizó una segunda expedición. Esta vez se protegió al cohete con un escudo antimateria. Qué decía la bitácora: "Seguimos internándonos en este río de leche cada vez más blanca, es increíble que exista algo así dentro del cuerpo" y salieron disparados dentro de una cavidad cárnea vulvosa, se habían equivocado y habían ido a dar al conducto seminal, pero entonces el cohete se llenó de estrellas laterales al estilo de "2001 Odisea del espacio", parte final de la película, la parte sicodélica, y de pronto se encontraron coleteando medio a medio de un óvulo: ¡eran protagonistas del nacimiento de la vida!
Y ahí estaba el Dictador, muy echado en su edredón de pluma de ganso.
-Ja ja ja los estaba esperando -todos mueren.
El único sobreviviente pudo arrimarse al corazón del laberinto y desde hace años se encarga de darlo a conocer a quien quiera escucharlo.
¡Soy yo!
Me dicen loco
Dicen que estoy chalado
El Dictador habla
Dentro de mí está
Abuelita me quiere matar con ácido filarmónico
Es una gran conspiración
El Dictador me lo advirtió
Y no le creía
La contienda es desigual
¡Alabado sea Dios!

lunes, junio 01, 2009

Ante las olas

Los días, que pasaron volando, se tradujeron en una suma de buenos ratos, tanto así que cuando ambos volvieron a Santiago lo hicieron pensando no que habían cambiado para bien, sino que al menos había sólidas razones para creer que podían seguir viviendo juntos el resto de sus vidas. Vargas se había sentido con la suficiente confianza como para hablarle de lo que él llamaba su esquizofrenia, de modo que le contó, caminando por la playa, que su deseo íntimo era abandonarlo todo y convertirse a la pobreza. Ella se rió con su acostumbrada risa espontánea, ausente de cálculo.
-No es lo que demuestran tus actos -le comentó, sin soltarle la mano.
Vargas sabía que eso era cierto y no pudo dejar de experimentar rubor cuando su esposa recordó la anécdota, acabado el viaje, con toda la familia alrededor de la mesa.
Había dos verdades, le había enunciado él, siempre con ese fondo hipnotizante y saludable de las olas rumorosas. Una verdad verdadera, que era la verdad interna de los hombres, esos pensamientos que se repiten, esos deseos que maduran y mueren sin salir a la superficie, esas conversaciones consigo mismo, tantos sueños, tantas imágenes deambulando por el cerebro, tantos terrores inconfesados; y una segunda verdad, una verdad de fantasía, que era la verdad de la "vida real". En el fondo, ésta última era la verdad de la gente que vivía para la materia, el 95 por ciento sino más. Era la verdad de la compra del supermercado, del trabajo o de la cesantía, del comer y el beber, de la oferta de Viajes Falabella, de los atochamientos de tránsito y los amontonamientos en los paraderos del Transantiago y las veladas idiotizantes ante la TV y los envíos de currículos, esperanzas malgastadas. "Mi aspiración es vivir de una vez por todas la primera verdad y no regirme más por la segunda", se atrevió a proclamar frente a las olas.
Su esposa le replicó con observaciones mesuradas y objetivas. La vida real es la que nos conecta con el mundo, no se puede obviar ni rehuir. Vargas se desanimó y le dio la razón. De pronto salía con estupideces que no resistían el menor análisis. ¿Qué quería decir en realidad? ¿De qué compuestos se formaba el combustible que animaba su fuego interno?
Por la tarde, otra luz, las mismas olas, su esposa le confesó que había sentido miedo al escucharlo.
-Cuando dijiste lo mismo hace tantos años yo te creí. Querías ser escritor, pero en realidad habías encontrado a otra mujer y te aprestabas a vivir con ella.
Vargas calló. Esas palabras no eran ciertas. Eran la interpretación que su mujer daba a la crisis matrimonial que los había hecho separarse en ese entonces, separación breve, que no cuajó. Tocaban además el punto sensible de la otra que se amó, fantasma indefendible porque de partida es mala, devoradora de hombres casados, mejor que yo, más joven, traidor cobarde, poco hombre... Meterse en esas honduras frente a la playa a la hora del crepúsculo equivalía a generar un temblor submarino que en segundos habría adquirido la forma de un tsunami, de modo que el tema quedó hasta ahí y se pasó a otro, al de la vida de ella, a su "vida real", a su vida comprobable. Vargas la escuchaba con atención, por si en algún segundo filtraba por casualidad la información que realmente le interesaba, ese detalle que le permitiera concluir que ella le era infiel, como lo venía sintiendo desde hace un buen tiempo. Vargas vivía obsesionado con la idea. A veces se levantaba pensando en eso y se acostaba con lo mismo. Como por razones de trabajo no se veían nunca en la semana, había "motivos reales" para desplegar fantasías en torno a ese tópico. El sexo había dejado de formar parte habitual en sus vidas y ella parecía no echarlo de menos... parecía. Y si él mismo sólo ansiaba ser él mismo, dejarse de patrañas y enfrentarse a su propio yo y sacar a rodar sus anhelos, por qué no también ella, por qué ella habría de estar ausente de ese fenómeno tan esencial, que es el fenómeno de la vida interna. ¿O es que realmente ella era tan natural y transparente como se lo había asegurado, siempre ante las olas del mar? Qué diablos, cuántas cosas en qué pensar, cuántas dudas que ir trabajando sobre una materia que por resultar generadora de conflictos había derivado en problema intocable. Vargas sabía perfectamente que bastaba con declararle su amor a través de palabras y gestos y todo iría mejor. Ella se le entregaría y fundirían sus cuerpos, luego la invitaría a cenar pescado al vapor y él bebería un poco más de la cuenta y no habría nubes que anunciaran temporal. Pero antes su mente le ordenaba despejar esa duda, retirar el mosquito que ensuciaba el mecanismo de relojería, confirmar que no había motivos para pensar en aquella supuesta infidelidad o enfrentarse de golpe a lo peor para tomar entonces la decisión final.
¡Oh, todo era un gran enredo! Se sentía atrapado, incapaz de volcarse a la "vida real". Su esposa le hablaba de los imanes que la atraían y Vargas se empeñaba en conectarlos a los suyos, pero se hallaban tan lejanos los unos de los otros que mientras no surgiera una imprevista atracción todo era tenso aburrimiento, similar al del pescador que habían visto hundido en la arena con sus altas botas frente al mar, la vista fija en las olas.
Y sin embargo habían vuelto felices, renovados. Ella, cargada de regalos. Vargas, satisfecho de la misión autoimpuesta de contribuir al bienestar material de sus seres queridos.
Al terminar el día, mientras lavaba la loza, las dos míseras gotas de detergente que quedaban en el envase lo irritaron. Por qué no había; qué costaba comprar. Una taza de té del juego "para los días de fiesta" cayó al suelo y se hizo añicos. Su esposa asoció el hecho con el retorno "a lo de siempre" y el amor tierno volvió a su estado de hibernación, sepultado por la "vida real".
Al meditar sobre la almohada, una sucesión de imágenes desordenadas se le vino a la mente. Vio el pueblito de Vicuña y sus cerros de tecnología digital y sintió el frío del atardecer en esas hileras de moradas de adobe, vio a sus habitantes tranquilos por fuera viviendo internos mundos turbulentos, sintió otra vez el rugido de la moto que los despertó en el hotel, a su cuñado poeta y su mujer bióloga, agrupados los cuatro sin hablar demasiado en torno a una mesa llena de pasteles, relucientes máquinas del casino que lo sumergían en una somnolencia alegre, brillantes luces de colores, los poemas de Ginsberg que abren el alma, el poema de su madre loca con la falda arremangada sobre las caderas exhibiéndole la mata de pendejos canosos y las cicatrices del abdomen, el poema del girasol en medio de los aceites industriales y las máquinas oxidadas, los fuegos artificiales en el aniversario de Coquimbo, las caminatas por la Avenida del Mar. Y ahora, cama fría, esposa durmiente, Vargas sentía que en el fondo era él quien tenía la razón. No había contradicción alguna en expresar el deseo de ser pobre con la vida que llevaba y no había razones para haber evidenciado rubor ante las burlas amorosas de su esposa y de sus hijos. La pobreza era lo único que le pertenecía de verdad y el argumento era perfectamente defendible; lo demás era fantasía o si se quiere, propiedad temporal. Era en la pobreza donde se sentía vivo, aunque esa sensación no conllevara felicidad ni bienestar. La pobreza ni siquiera necesitaba papel y lápiz, o un computador donde volcar las ideas. Estaba más allá, más atrás, en una especie de remolino dentro del cual se podía contemplar la llamarada circular. La vida sin ausencia, sin una base esencial anterior a todo logro físico no tenía sentido. Y pensando en eso se fue quedando dormido.