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miércoles, agosto 25, 2010

Monólogo del ángel guardián del Purgatorio

El espacio suelta voces confusas; a medida que se acercan las voy reconociendo, llevo miles de miles de años en esto, después de todo es mi oficio. Son lamentos de quienes se han marchado y que por las noches se tornan plañideros.
Me hablan al oído y me cuentan sus historias, como si creyeran que yo tuviera las llaves de algo o influencias en el Cielo; vuelan otra vez y se revuelven, se agitan, retornan sin bajar a tierra, la causa lejana de su presente indefinido; y sin lograr fundirse en las estrellas, anhelan las estrellas.
Su pasar está en el éter.
A todos los escucho, yo no juzgo, aquí donde se me ordenó residir no existe la moral y los pecados no se pagan. En este lugar de paso las voces van de un lugar a otro en completa libertad y nunca cruzan la frontera, qué ironía. El completo juego de intercambios no sirve para nada; cada voz lleva un mensaje, cada mensaje un destino y cada destino es el vacío. Y sin embargo no veo desesperación por ninguna parte, eso es de otro círculo, mas no del círculo del poeta que le cantó al infierno, ese se halla más arriba, qué sé yo, no he tenido acceso a ese lugar, ya he dicho que a mí se me ordenó estar aquí.
Donde habito es casi siempre de noche, pero de pronto y sin aviso tres golpes de luz lo valen todo para ellos. Cuando se abre el cielo se forma un revoltijo, nacen rayos de la nada y estallan truenos que me obligan a taparme los oídos. Las voces que se abalanzan al misterio de esa luz caen al instante derretidas. Al tocar la escarcha que emana a ras de suelo reviven su serena agonía y ya las siento de nuevo haciendo su negocio. Otras permanecen en los bordes, paralizadas ante la esperanza de la fuga, y cómo saber si una o dos nos abandonan, no dispongo de instrumentos para captar ese trance. Es la fiesta de la luz, no la mía; yo prefiero la noche, cuando todo es más tranquilo y los vuelos son murmullos agitados levemente, pequeños roces de unos con otros, intercambios imposibles, ya lo dije.
¿Merece una historia salir de su escondite? ¿No valdría más que entrara? Aquí tampoco las almas se hacen todas una. No hay razón para que yo siquiera intente intercambiar esa envoltura algodonosa que las cubre, sus recuerdos. Yo sólo escucho y si alguien quiere hablar, matar el tedio, contar una vez más la misma historia cien mil veces ocurrida, acojo, qué otra cosa puedo hacer.

lunes, agosto 23, 2010

Canto a los mineros de la mina San José

Ellos no sabían si eran tardes las que llenaba el silencio con su melancólico pesar. Recordaban los días de sol, vagos, se frotaban las manos, se oía un hilo de agua, un suspiro contenido, lo demás era silencio de tarde silenciosa o de noche o de día, no se sabe, todo era igual allá abajo; aun así eran capaces de mantener la calma y esperar el nuevo día.
Alguien los alienta, los insta a recordar, les impulsa en sus almas el recuerdo de la vida plena.
El paraíso, entonces, es una guagua que llora, el hijo que se le parece y también el viaje a la ciudad a comprar vino, a comprar carne, el paraíso es la voz de la mujer y por qué no las tetas de una amante. El alma es invisible a otros ojos, se puede alimentar perfectamente de recuerdos prohibidos.
El paraíso, qué es el paraíso. Por qué vivir, a qué tanto, por qué se ansía la luz y por qué cuando pensamos en el cielo pensamos en la luz y cuando vislumbramos el infierno se nos abren profundas cavidades. Ya se vio que vivir no es un acto de heroísmo, las miradas y las cartas lo demuestran. Es harto más sencillo que eso. Volver a sentir el sol bajo la espalda, ver de nuevo al ser amado y encomendarse a Dios, a esa fuerza que la gran ciudad contempla, achatada, desde el microscopio de sus rascacielos.
Hemos sido todos, en el fondo, mineros, como ellos volverán a ser arriba pobres seres pobres de sueldo miserable, frío en las manos, manos gastadas y con suerte, insultos a los futbolistas del equipo perdedor la tarde del domingo, antes de pensar que todo empezará otra vez el día lunes.
Divagaban, maldijeron el día, la hora, el minuto de la mala suerte; tenían tanto tiempo para pensar como los presos de la cárcel, ya se lo quisiera uno en estos días, tiempo para pensar sin correr ni dar explicaciones, sin tratar de convencer a nadie. Tiempo era todo lo que tenían y de sobra, y sin embargo preferían otra cosa, como nosotros quisiéramos descansar sin prisa, ellos preferían otra cosa.
Incluso cuando emergió la sonda desde un punto ciego de la tierra preferían otra cosa, querían sin decirlo que todo empezara de nuevo y que la esperanza fuese un signo perenne, incumplido, intraducible, más allá de lo real, de lo que viene. Porque puede haber tanta tristeza en el futuro del tiempo que viene.
Honores, aplausos, el himno nacional, el llanto compartido en los honores, las cámaras de la televisión, la plata en el bolsillo, todo es tan vano, impotente, mero espectador del abismo ante los pies, la profundidad de los que esperan el paso de las horas.
El hombre les canta a los héroes y se olvida del enfermo, del anónimo farero, del minero de la mina de al lado, de la mujer que los espera en el burdel, de tantos héroes que nunca lo serán y morirán sin ser reconocidos. El amor no alcanza para todos.

domingo, agosto 08, 2010

Una perra enana me mordió en el parque

Cae la tarde
Con Dvorak y Chopin
Sus nocturnos para piano
El Romance de violín
Por la mañana fui feliz
Ambos ya estiraron la pata
Una perra enana me mordió en el parque
No me hizo ni cosquillas
Ahora mismo lo soy
En el frío de la sala
Mientras la tarde cae
Y yo escribo que la tarde cae
En el frío de la sala
Con Dvorak y Chopin
Le eché una carrera a la Lunita
Y perdí
Paseamos gratis por el parque
Almorzamos en un hotel
Echamos bromas provincianas
Apliqué el descuento del
Club de Lectores
Hice planes de ahorro
No me he salido del límite
Pero hago esfuerzos por no estar
Dentro del redil
De los afortunados
Esa finura de los mozos
He llegado a pensar que corre incluso
Para servir a los malandrines y a los estafadores
De qué valen mis Memorias
Si a la hora de la pregunta final
El corazón se detiene y calla
La voz
Esa felicidad del parque
La risa de mi nieta palillo
Cuando la perra enana me mordió
Qué desea el joven
Mi hijo mal vestido
Mi mujer "todo caro"
Mi hija artista mayor
La ausencia de mi pequeña Valentina
¿Es el camino?
Jamás me publicarán
Se agota la esperanza vana literaria
El asiento del poeta
Todo ese tiempo invertido
En ser feliz
Si la felicidad está en el parque
En mi otro Yo
No en el escondido
La tarde cae para todos
Cientos de poetas sentados
Miles de poetas
Examinan la tarde que cae
Bajo el peso de la Ley
Dicen sus versos cantan
Estilos diferentes
Cuántos ebrios, cuántos mendigos
Y qué decir de los 33 mineros
Que conocieron la antesala del Infierno
Vivieron la angustia, la desorientación
Están vivos, están muertos
Si viven cuesta imaginar cuesta entrar a esa mina
Sentir el encierro, la tapia
Si han muerto... pero cuál es la forma de morir
Cómo va a decidir uno por los demás con qué ropa
Habló S.E. el Presidente de la República
Dio órdenes, dijo algunas palabras
Y luego partió a visitar a unos niños en el Día del Niño
¿Y qué querían? ¿Que fuera de nuevo a la mina?
¿Que bajara a la mina, que llorara con ellos?
¿Que se quebrara? ¿Que fuera ellos en su llanto?
Se quebró, dirían, vivió la emoción más intensa delante de todos
O falseó ante medio Chile
Da lo mismo no hay manera de llegar
A esa mina
Niños no fueron celebrados
Niños fueron celebrados
Cae para ellos la tarde
Los viejos del futuro
En cien años
Toda esta carne visible habrá muerto
Si dos por dos fuera dos
Si el tiempo se detuviera
No corriera ni para atrás ni para adelante
Y quedara justo ahora
No mejor en la mañana
Cuando anduve por el parque
Y la perra enana me mordió el tobillo
Ahí justo el grito ¡corten! Se detiene la acción
La Lunita ríe a carcajadas
Dios creó el Universo
Para que el tiempo se detuviera este domingo en la mañana
Debo admitir que cumplió si soy justo con Él
A medias pero cumplió

lunes, agosto 02, 2010

La tía Inés

El Julio hacía rebotar la pelotita de esponja en el patio de la Escuela 2 y yo corría a tomarla. Enseguida yo lo imitaba y corría él. Disponíamos de todo el espacio para nosotros dos. La pelotita podía saltar cuanto quisiera y nunca se nos perdía. Los botes prodigiosos contra las baldosas la desplazaban hasta las paredes del patio o las ventanas de las salas de clases. Jugábamos en un perímetro cerrado y la pelotita era la presa que nos servía para desahogar nuestra felicidad. La felicidad de esa mañana de invierno consistía en correr y perseguir una enloquecida y blanda esfera mágica.
El Julio era mi primo. Tenía cinco años y yo, cuatro. Hacía frío. Sobre nosotros, a baja altura, la niebla amenazaba dejarse caer para envolvernos.
¿Por qué estábamos allí? La memoria no registra detalles como aquellos. La memoria se deja impresionar demasiado fácilmente por voladores de luces y borra lo importante. La vida, que más bien es el recuerdo de la vida, se engaña a sí misma y nos hace creer que fuimos lo que no fuimos; o, si miramos el asunto con mayor indulgencia, perdona nuestras faltas y las deja pasar, las sepulta en el olvido o las traspasa a los demás. De los pecados, sólo quedan flotando los que generaron mucha culpa en su momento.
La Escuela 2 era la escuela de niñas donde trabajaba la tía Fani, que era mi mamá. Mi mamá era parvularia y como tal, la única que atendía niños y niñas. Si jugábamos los dos con el Julio debió de ser porque ese día no hubo clases y ella nos llevó a la escuela a pasar el rato. O tal vez nos mandó "castigados" al patio mientras todo el mundo estaba en clases. Yo asistía al kinder con el Julio porque mi mamá me matriculó un año antes, sospecho que para colgarme el letrero de superdotado aunque no lo era; el verdadero superdotado de la familia fue el Julio, muerto a los 19 años cuando se quedó dormido mientras conducía un camión en la patagonia argentina. El Julio, quien antes de morir me escribió una carta contándome sus duros días de emigrante. Tanta explicación para qué, tantos recuerdos de abrigo y de bufanda; en tardes como éstas me avergüenzo de mí mismo, de mi cobardía artística, de mi profesionalismo de academia gastada.
"Anoche llegó la tía Inés. Me trajo esta pelotita. Al Lucho le trajo unos dados y al Miguel le trajo un trompito", gritó el Julio mientras la sacaba del buzo y me la mostraba de lejos. Le dio un bote gigantesco y yo me alegré y empecé a correr. La tomé y la apreté. Sentí una sensación rica cuando se hundió en mis dedos; era verdosa, con vetas rojizas y moradas. Le di otro bote. Al elevarse hacia el cielo miré hacia arriba y vi la niebla. La pelotita era un punto negro que desaparecía en la blanca oscuridad y caía sobre el patio, sin hacer un ruido. Tenía la virtud de aparecer y desaparecer, aunque siempre terminaba quedando en nuestras manos. Digo siempre por decir durante esos quince minutos, ya que me consta que se perdió. Yo no la tengo; nadie la tiene, nadie la heredó. Hoy descansará en un escondrijo prohibido a las visitas, como descansan los muertos.
Mi mamá contaba que la tía Inés tenía una librería en Santiago. Se llamaba "La duquesa" y quedaba en la calle Independencia. Al oír la palabra librería los sentidos se me hacían agua porque me imaginaba la librería "Cervantes" con sus juguetes en la vitrina. La librería "Cervantes" se ubicaba en el centro de Rancagua, en nuestra propia calle Independencia. En la vereda del frente y a pocos metros había otra librería, cuyo nombre no recuerdo. A esa dejé de ir cuando a don Aurelio, que era el papá de la Ita Matilde, se le empezaron a olvidar las cosas. Un día se volvió loco y le dio por regalar billetes y se lo llevaron a la casa para siempre, digo para siempre queriendo decir dos o tres meses, hasta que una carroza de caballos con crespones negros lo fue a buscar para trasladarlo al cementerio.
Don Aurelio tenía una cara redonda de español, porque era español. La coronaba una boina y lucía un gran lunar en el pómulo derecho, gruesas cejas y lentes con montura de metal. La Ita Matilde era flaca, alta, rubia y también usaba anteojos. Su mamá ostentaba una eterna sonrisa compasiva. Hablaba como si estuviera pidiendo perdón. A la tía Inés, que era la hermana mayor de la abueli, la hermana buena, porque la abueli tenía una hermana rica no tan buena y otra que sin ser rica era creída, digo de la tía Inés, retomando el hilo, que se le salía la hernia dos veces al año y tenían que operarla. "A la tía Inés se le salió la hernia otra vez", llegaba contando cada cierto tiempo el Julio, pero cambiábamos luego de tema hacia otro menos rutinario.
La tía Inés permanecía dos o tres semanas en la casa de Ibieta 732, donde vivía la abueli con la tía Mirita y el Lucho, el Julio y el Miguel. Se marchaba cuando la venía a buscar su hija, la tía María, una mujer audaz que usaba uñas largas y pestañas postizas, fumaba y jugaba a las cartas.
Algún día de algún año perdido en el tiempo la tía Inés tuvo que haberse muerto, no recuerdo el día, pero me consta que murió, porque si estuviera viva tendría cerca de 140 años y su nombre estaría inscrito en el libro Guinness. Me parece que la tía María también murió, pero me han contado que la librería "La duquesa" todavía existe.