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viernes, abril 17, 2020

Un hotel de 121 pisos

Un hotel de 121 pisos. Desde abajo en la acera es una punta de flecha que se va cerrando al infinito cubierta de cuadrados, sus habitaciones. Las nubes le ocultan el extremo superior; han hecho desaparecer la azotea con sus luces de nostálgico cancán.
Tres pasajeros y yo ingresamos al ascensor; el tablero me confunde, no lo domino. Aprieto el 1 y luego el 9, pero el aparato sigue de largo. Aprovecho que un huésped desciende en el 20 y salimos juntos, él detrás de mí, pero yo bajo las escaleras y él se queda en medio del pasillo alfombrado de violeta; titubea.
Al día siguiente me levanto sin bañarme ni afeitarme; al dejar la habitación decido bajar al piso 18, donde se halla la piscina temperada y el sauna. Pero no doy con el lugar. Los mozos del restaurante no tienen la menor idea de nada, vestidos de traje calipso y solapa ancha brillante: mis preguntas los intranquilizan, se adivina de lejos que su misión es desfilar alrededor de las mesas vacías. ¡Pero qué tipo de gente atiende en este lugar! Se consultan entre ellos y responden idioteces, encima usando vocablos groseros, ¡qué falta de respeto!
En fin, doy con la piscina y al entrar noto que olvidé la toalla blanca... pensar que ya estaba a doce pasos y hasta sentía el calorcito del vapor. Me devuelvo a la pieza a buscarla y tras cartón la piscina de nuevo se me esconde. Ayer me bañé sin problemas. ¿Cómo es que siempre me pasan estas cosas, a mí precisamente? ¿Es que deberé bajar a hacer la consulta a la recepción, corriendo el riesgo de ser interceptado, llevado de un lado a otro, desviado de su afán por interpósitas personas?
Bueno, heme aquí en la recepción, haciendo la consulta. ¿No adivinan la respuesta de la dama de traje marengo? ¡Puras explicaciones absurdas! ¡Puras excusas de hotel de segunda!
Qué le voy a hacer, daré una vuelta por el hall. Frente a la joyería me ha parecido haber visto un centro de informaciones, claro que sí, lo atienden señoritas de delantal verde, muy educadas, agradables de trato.
¿Las aguas? -me preguntan- adelante, caballero, aquí están las aguas benditas.
Pero dónde me han hecho entrar. A una sala de primeros auxilios con dos camillas vacías. Pase. No señorita, busco la piscina temperada. ¿La piscina temperada? Esta es la sala de las aguas benditas. No quiero aguas benditas. Percibo al salir que debajo de la camilla manchada de sangre agoniza un anciano desnudo, acostado sobre la baldosa. Su carne venosa y transparente debe andar por los noventa; luce un feo corte sanguinolento al costado de la ceja derecha. ¿Así trata a los muertos este hotel de 121 pisos? ¿O aún no muere el viejo? En fin, no estoy aquí para andarme fijando en pequeñeces...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi querido D. Se despertó de la pesadilla o todavía sigue soñando?
Yo con los ojos cada vez más grandes para que quepa todo lo que me queda por ver.
Ya le estaba echando en falta.
Un abrazo desde mi cueva de anacoreta.
La Lechucita