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lunes, julio 01, 2024

Una novela dentro de una novela

Así como las obras maestras de la pintura de los pasados siglos se hacían admirar por su belleza indiscutible (la perfección en el uso del color, la luz y la sombra, la composición del cuadro, la rigurosa perspectiva, la historia que contaba, incluso la intención escondida del autor, etcétera), y así como las portentosas creaciones musicales románticas, clásicas y barrocas deleitaban el oído con sus armonías, estructura, feliz combinación instrumental, así también las grandes novelas de los siglos Dieciocho y Diecinueve destacaban como catedrales macizas y completas, obras redondas que abarcaban un mundo en sí mismo, en el que nada faltaba y nada sobraba. 
Esto no es un análisis crítico ni mucho menos. Solo quería deslizar el hecho incuestionable de que al comienzo del siglo Veinte todo cambió, al menos en lo que se refiere a las artes. Entró aire fresco, se desordenó al naipe; la irreverencia, el desorden y otros accidentes virtuosos se tomaron la cancha. Un lienzo blanco con fondo blanco se consagró como obra maestra y después, un montón de basura en el centro de la sala de exposiciones. Ulises, la obra más ininteligible que se conoce (fuera de Finnegans Wake) marcó la pauta literaria, mientras la música docta celebraba la teoría de las notas organizadas en el pentagrama a través de una suerte de juego de lotería.
Hoy se ha llegado al extremo de considerar que cualquier cosa puede ser una novela, aunque temo que esa última esperanza pase pronto al olvido; está llegando el momento en que las máquinas comiencen a escribir los best sellers para la masa. Pero me mantengo en el ya nostálgico ahora. Basta que el ejemplar tenga cien, qué digo, sesenta páginas y no se trate de un librito de poesía, una colección de cuentos ni un ensayo para caer en la formidable categoría de novela. Porque la novela, claro está, da estatus al escritor. Estoy escribiendo un libro de cuentos, ah me alegro cosa tuya; estoy escribiendo una novela, oh qué extraordinario de qué se trata, de nada y de todo en particular hay reflexiones filosofía ciencia personajes que van y vienen sin un hilo argumental. Oh revolucionario. No estoy haciendo un chiste, se lo escuché el otro día a un autor que hoy vive en las nubes. Tampoco hago una crítica; tal vez ese autor sigue el rumbo correcto que ha tomado la novela en nuestros días. Tampoco hablo por envidia, me faltan pergaminos para siquiera envidiar. Y por último a quién le importa hoy realmente una novela,
A lo que quería llegar realmente, y ese es el origen de esta entrega, es que leyendo un libro de Cortázar llamado "Clases de literatura", en donde el argentino explica cómo fue que escribió su famosa novela "Rayuela", me entregué a pensar que quizás la novela que hace veinte años estoy tratando de escribir podría ser una novela dentro de esa otra novela que podría llamarse "Memorias del dr. Vicius". Y esto por qué. Porque estas memorias, que ya deben de andar por las mil doscientas páginas, no son ni una colección de cuentos ni son memorias propiamente tales ni son lo que antes se consideraba una novela, sino que son lo que yo llamaría una suma de impresiones originadas en el humor con que me encontraba al momento de escribir el capítulo correspondiente. Entre las páginas, que partieron como relatos fantásticos y que fueron derivando hacia una especie de crítica social, pasando por desequilibrados arrestos poéticos y muchos relatos de sueños, hasta llegar a la simple sensación, muy propia de la tercera edad, de ver cómo pasan los días, se fue deslizando misteriosamente una novela con argumento y todo. O sea, una novela dentro de una novela. La novela, queda claro, son las Memorias del dr. Vicius, en el contexto de lo que hoy se entiende por novela. La novelita, aún sin terminar, pero cuyas entregas periódicas mis lectores atentos ya habrán leído aquí, se monta sobre una arquitectura más formal y trata de lo siguiente.
Diversos inquilinos se han integrado y conviven en una casa de pensión, de la que no pueden salir. Hay una película de Buñuel en la que los personajes van a una fiesta en una mansión y tampoco pueden salir, pero se dan cuenta de eso y ahí se produce la desesperación, ahí está la genialidad de la película. Aquí no. Pero resulta que aquí se hallan en la antesala del infierno. En el purgatorio. Y ni siquiera lo sospechan. Cada uno es dueño de sus pecados y la comunicación es la que se suele dar entre los arrendatarios de pensiones que aún quedan en Santiago. El tiempo, además, avanza y retrocede. Esa novela la he titulado de diversas maneras. Comenzó siendo "En el lago", debido a que el traslado de los inquilinos a la pensión lo hace en una barquita un pobre hombre que ha perdido toda esperanza y decidió dedicarse a ese trabajo miserable: trasladar pasajeros de una orilla a otra del lago. Luego pasó a llamarse "La máscara de gorila", debido a que parte importante de la novela la protagoniza un joven ingenuo que fue cayendo a un pozo de degradación y lujuria. Luego me incliné por el título "Marpyc", que corresponde a otro de los personajes, una especie de detective metafísico que ha llegado para solucionar un crimen cometido en la casa de pensión. 
Estoy pensando que esta sería la mejor solución para ese quebradero de cabeza de la novela que no avanza: dejarla como una novela dentro de la novela. 

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