El narrador de esta historia miraba la escena a través del ventanal del segundo piso; mas, haciendo caso omiso de una advertencia del subconsciente, corrió una hoja del ventanal y salió al balcón para tener mejor vista de lo que habría de ocurrir inevitablemente, que era el sacrificio del pavo. Craso error: en la parte superior del alambrado que daba directamente al balcón había una pequeña falla que la pantera gris descubrió no bien el ser humano se afirmó a la baranda. En cosa de fracciones de segundo la pantera trepó al balcón y corrió hacia el hombre, quien, tratando de eludirla, no hizo más que aproximarse a ella, de tal forma que no le quedó otra que echarse bruscamente al piso y apoyarse con los codos. La pantera lo desplazó con el violento roce de su cuerpo y el hombre cayó al patio, donde se hallaba la moto.
Corría a una velocidad imprudente por las callejuelas del pueblo, sin mirar nunca hacia atrás, ni siquiera a través del espejo retrovisor. Se aferraba al manubrio de la moto con firmeza; sorteaba los baches de las calles de tierra con cierta dificultad. Las pocas personas que transitaban por las veredas lo hacían con esmero, de tal manera que no había que tomar demasiadas precauciones. Además, el camino siempre se le iba abriendo; al narrador le daba la impresión de que en la esquina siguiente sobrevendría la desgracia, pero no resultaba así: inevitablemente se abría ante él una nueva callejuela y el viaje se le estaba haciendo hasta agradable.
Pero está escrito que las advertencias del subconsciente rara vez son tomadas en cuenta. El hombre visualizó una subida en el horizonte que terminaba en una calle que hacía las veces de un muro infranqueable. Su camino toparía en ese muro y su viaje habría terminado. Sobre la calle, no al ras de ella, se levantaba una casa como todas las que ya habían pasado por su vista, casas humildes, de poblaciones marginales, acordes con los barrios polvorosos ya dejados atrás.
Ante la disyuntiva, el narrador de la historia se jugó el todo por el todo. Aceleró y se adueñó de la casa, se montó en un patio de la casa; nuevamente un patio, el subconsciente le habla y él no escucha. En ese instante ya estaba para actos irracionales, temerarios. Agarró todo lo que estuvo a mano y lo fue arrojando a la calle. Se trataba de quebrar, destruir, vaciar la casa, hallar la fuerza escondida que lo hiciera entrar en razón.
Y así ocurrió. Pronto apareció el dueño, un hombre de mediana edad y carácter calculador. El narrador se hallaba a su merced, ya no le quedaban armas para defenderse; se había desprendido de todo, la moto humeaba con el choque.
Agachó la cabeza y cerró los ojos. Mientras aguardaba el mazazo sobrevino una luminosidad que aunque no era divina, en algo se le parecía. Era la luz que antecede a la muerte, y el narrador la esperaba sin miedo, sin miedo a la muerte, porque la había buscado, aunque la esperaba con cierta ansiedad.
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