El cambio anunciado era el siguiente: libres de ataduras, los seres humanos se comunicarían de hoy en adelante simplemente a través de su yo más íntimo. Dirían lo que piensan y expresarían lo que sienten. La hipocresía, la mentira y el pecado desaparecían de la faz de la tierra y le abrían las puertas a la luz, el amor y la verdad.
Sentado en un banquillo de la plaza aguardaba ser testigo de una fiesta de abrazos, los ensayos apuntaban hacia eso; algo cercano a la felicidad invadió su corazón al comprobar cuántas personas compartían en una esquina sus experiencias con sonrisas en las caras, cómo se palmoteaban las espaldas y canturreaban viejos temas populares. Gestos de buenas intenciones se multiplicaban por doquier, aunque varias calles más allá, proveniente de un espacio invisible a sus ojos, le pareció percibir una ligera humareda; sin casi darse cuenta un reguero de sangre le llegó a los pies.
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