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miércoles, diciembre 20, 2006

Tarde en el aeropuerto

Estoy muy nervioso, porque esto no lo he hecho nunca. Miento. Lo he hecho dos veces. O pudieron ser tres, a lo más cuatro, contando esa ocasión fallida. No, entonces han sido cinco o seis veces, como mucho. No deja de sorprenderme que lo que se informe por los diarios se aleje tanto de la realidad. Dicen que las mujeres salen arrancando o lanzan gritos o denuncian a la policía, pero hasta ahora, contando esa vez, en que apenas hubo un asomo de rechazo, diría más bien de susto, las demás han sido triunfos. Me sorprende que con estos antecedentes no practique mi vicio secreto más seguidamente.
Estoy en el aeropuerto, en una sala vacía. Espero a la mujer, a Mi mujer. La que acaba de sentarse se acerca mucho al perfil que ya empiezo a dominar como la palma de mi mano... la palma de mi mano, ¡ja! Mira de reojo, bebe un refresco; se cruza de piernas, deja ver los muslos, fuertes, vigorosos, ansiosos de aventuras prohibidas como la que le espera. ¿Es necesario que compre un refresco y se lo venga a beber a una sala vacía, sabiendo que no hay nadie, salvo yo? ¿Por qué lo hace? ¿Por qué me provocas, maldita puta miserable? De seguro eres una mosquita muerta. Voy a probarte, será como el aperitivo. ¿Ves esto, lo ves, ves como crece? ¿Ya enganchaste? Pues entonces ahora te deleitarás con algo bueno...
¡Ay, ese hombre que está sentado y me mira! No le puedo quitar la vista de encima. Se comporta como un depravado, tal vez intente algo indecente, sobre todo ahora que hemos quedado solos en este inmenso salón, ¿o siempre estuvimos solos? Debo irme ahora mismo, estoy justo a tiempo; pero no puedo, mi cuerpo se niega a levantarse, mis nalgas siguen pegadas al asiento. Me incomoda, no es bueno esto que me pasa. ¡Si sólo pudiera quitarle la vista de encima!... ¡Ay, qué hace ahora!...
¿Entiendes, putita de salón, entiendes que el deseo, el verdadero deseo, es una patología? ¿Se te está metiendo en la cabeza, por fin, que el placer aquel que se manifiesta a través de temblores incontrolables y que provoca orgasmos débiles y rápidos es el único que vale, y que en cambio ese otro placer, que es ese placer intenso y gozoso, alegre, pleno de amor, de entrega, de desprendimiento del yo, no es el que andamos buscando (me refiero a ti y a mí y tal vez a tantos pobres tipos como nosotros, ansiosos de vergüenza, humillación, derrota)?...
¡Ay, señor!, tan solo que está, me da miedo, esta escena completa me da miedo, malestar, rabia. Usted allá, feo y barrigón, mirándome, siempre mirándome... y tocándose... ¿Es necesario que lo haga, que se arriesgue por una desconocida, por mí? Va a entrar otro pasajero cualquiera que lo descubrirá, que llamará a los guardias; vendrá de un momento a otro un niño y gritará ¡mamá mira la pirula del señor! Yo entonces seré inocente aunque por dentro el fuego del infierno me condene, pero usted, ¿qué hará entonces? ¿Seguir con este juego de pesadilla que me humedece y me obliga a rozarme discretamente con los dedos? Oh, Dios mío, cómo quisiera que esa carne tensa y erecta formara parte de mi cuerpo, poseer una parte suya, como usted ya tiene mi deseo en su mente... ¿es ésta una transfiguración, la verdadera transfiguración?...
Creo que ya te tengo, putita... no te vayas a ir ahora, mira fijamente donde tú sabes, no despegues la vista, no despegues la vista, no despegues la vista...
¡Ay, el temblor de sus piernas de hombre, de hombre, de hombre!... ¡Ay ese suspiro que da!... y eso que brota y fluye... Nadie aquí, nadie allá. Qué me pasa... qué siento, Dios mío...
Ahora te desprecio. Ya no te necesito. Lo guardo y todo acaba aquí. Puta de salón. Todas iguales. ¿Esperas algo, esperas algo más de mí? ¿No te conformas con lo que te regalé esta tarde?...
¡Ay!, me hace sentir y se va, me deja en este estado, pasa sin siquiera dedicarme una mirada cariñosa... ¿por qué me desprecia? ¿Hice algo mal esta vez, cariño?
No puedo seguir con esto. Esta sí que ha sido la última vez. Este deseo enfermizo, ¿hasta dónde me podría llevar? ¿Por qué siento pánico ante mi desnudez? Le temo tanto que la exhibo, acaso para vencerla. Deberé acudir a un especialista. Será lo primero que le diga en la consulta. Creo que la base de todo está allí, en el miedo a la desnudez. Pero también está lo de la ley, eso que dicen del brazo de la ley. Hoy me fue bien, camino libre por las calles... mas me temo que para mí no hay mañana, me temo que el mañana será devorado por mi pasado...

jueves, diciembre 14, 2006

Preguntas y respuestas

Tardé 53 años, y me lo tuvieron que decir, en darme cuenta de que los hombres se dividen en dos grandes grupos: los que viven haciendo preguntas y los que viven dando respuestas. Hay algunos que pertenecen a ambos grupos, pero en un momento harán preguntas y en otro darán respuestas. Hay unos pocos que permanecen eternamente en silencio, observando, lo que no quita que vivan haciéndose preguntas, dándose respuestas o las dos cosas. Mirado desde este punto de vista el asunto puede llegar a enloquecer, pues por más que uno trate de intentar una salida diferente y actuar de otra manera, resulta imposible. Querrá no hacer preguntas pero las hará sin signo de interrogación. Querrá no dar respuestas pero las dará, incluso al declarar que duda o que no tiene respuesta que dar.
Yo antes vivía haciendo preguntas, como los niños. Era mi manera de aprender, pero sobre todo de protegerme del mundo. Un conocido detective privado me ha dejado al descubierto y desde hace un par de semanas camino casi pegado a los muros, ensuciándome incluso el saco. Le temo a la vida y creo que ha llegado la hora de dar respuestas, pero no sabré qué decir cuando me hagan las preguntas, porque será un campo nuevo para mí, será mi debut.
Otra cosa importante es que de nada vale llorar. Antes me parecía una forma original de respuesta, hoy no tanto, casi nada. Llorar es confesar una derrota para despertar compasión y renacer como el Ave Fénix para terminar cantando victoria. Pero son victorias a lo pirro, de ésas que no se celebran o se viven en rincones de patios.
Recuerdo hoy nítidamente la historia del robot sentimental que tenía un amo. Ambos miraban cada atardecer un puntito celeste en el firmamento; el robot ponía el disco All the way en la voz de Frank Sinatra, le llevaba a su amo una bandeja, le servía una copa de oporto y el amo brindaba por ese puntito, que era el planeta tierra. El robot se acostumbró a la hora feliz del aperitivo; la esperaba todo el día, mientras trabajaba en la base junto a su amo. Eran los dos únicos habitantes de una estación espacial ubicada en un alejado satélite. Una tarde el amo se disponía a brindar por su tierra querida, por su planeta, cuando al mirar al cielo notó que el puntito estallaba en mil pedazos. Se produjo un relumbrón como de luciérnaga y luego ese espacio del firmamento quedó a oscuras. El hombre caminó por la arena muerta, arrastró las botas hasta la estación, entró y se disparó un tiro. El robot sintió el disparo, corrió a atender a su amo, pero ya no había nada que hacer. Pasó una hora, pasaron dos horas, pasó la noche. El robot velaba a su amo. Quería llorar, pero no podía. Como a las tres de la tarde decidió continuar con sus labores de mantención. A la hora fresca del atardecer colocó el disco de siempre, se sentó en la silla de madera que usaba su amo, llenó la copa, hizo un brindis al cielo y se desconectó.
Este cuento fue imaginado, escrito y dibujado por Máximo Carvajal y se publicó en la revista Robot. Máximo Carvajal hace ya un tiempo deambula por el Valle de los Muertos, un valle donde no hay preguntas ni respuestas. Las almas allí vuelan sobre una especie de arena volcánica pero no ven nada; sólo se limitan a chocar eternamente unas con otras, sin reconocerse. En los tiempos del Gobierno Militar, Máximo Carvajal fue detenido por portar un arma sin percutor que le servía de modelo para crear sus historietas de acción.

domingo, diciembre 10, 2006

El día en que murió el viejo dictador

El día en que murió el viejo dictador las emociones de la masa se arremolinaron en torno a su recuerdo. No fue un día ni gris, ni frío, ni lluvioso. Hacía muchísimo calor. La gente almorzaba en sus casas cuando circuló de boca en boca la noticia, que todos sintieron como propia. Corrieron a encender la TV para acercarse lo que más pudieran a él, mientras la TV se acercaba lo que más podía a su cadáver. Al hospital comenzaron a llegar hordas de adherentes. Hubo que colocar vallas. De no haberlas, entra la TV y entran los adherentes. Si lo hubiesen permitido se lo engullen. Los hombres nacieron para comer. La forma suprema de identificación con aquél que veneramos es la fagocitosis. Los católicos comen el cuerpo de Cristo. La amada le pide al amante que se la coma.
Luego, con el correr de las horas, cada uno fue recuperando su individualidad, pero al no haber comida no había ni satisfacción ni digestión. El hambre torna a la gente rabiosa y violenta, el hambre desespera, hace cometer crímenes.
Esa noche bebí whisky escocés. Me eché a la boca un vaso entero de un trago, sin hielo. Con el tiempo la muerte del viejo dictador pasó a ser un hito comparable con el golpe de estado, el Mundial del 62, la visita del Papa.

miércoles, diciembre 06, 2006

Los ojos de Glenn Gould

Las Variaciones Goldberg incluyen acertijos, algunos que nunca podrán descifrarse, otros que provocan escalofríos, como el de haber visto a través de la música de Bach los verdaderos ojos de Glenn Gould; esto es, lo que se escondía en el fondo de los ojos del pianista o mejor dicho, lo que realmente resultaron ser los ojos del pianista canadiense.
Glenn Gould murió a los 50 años y hoy es un artista de culto. Se dice que ha interpretado mejor que nadie la música de Bach para teclado. Sus detractores le echan en cara el estilo, que no es más ni menos que un estilo marcado por el ritmo, con poco o nulo uso de pedales y concentrado en la esencia de la música, no en la filigrana. Yo siempre he pensado que esos detractores están picados, porque Glenn Gould tocaba demasiado bien para ser tan joven. Él, además, le ponía de su cosecha: dejó de ofrecer conciertos para encerrarse en los estudios. Grababa sentado en un piso chico, cosa de quedar no sobre sino bajo el teclado, algo totalmente anti-ortodoxo para un ejecutante. Lo que es peor: tarareaba durante las grabaciones.
El profesor de piano de Glenn Gould fue un chileno, eso lo saben pocos.
Una tarde hojeaba una revista de música, cuando me topé frente a frente con una foto de Glenn Gould que desconocía. Me quedé helado: eran los ojos de, ¿podré decirlo? una mujer cercana, una notable dama de la sociedad chilena que durante un tiempo ejerció mucha influencia en mí. Miré a todos lados antes de analizar la foto. Estaba solo. Pero no, no estaba solo: esos ojos me escrutaban y palidecí al comprender tantas cosas. Era ella, era él, eran ambos, unidos contra mí, echándome en cara mis contradicciones sexuales. ¿El amor qué es, necesita cuerpo? Eran sobre todo dos ojos muy inteligentes; nada de bonitos, pequeños, negros y profundos. ¿De qué se enamora uno, del cuerpo o de la mente? Mirada inescrutable, dueña de una lejana burla, como esas miradas que nos dedican aquellos que son más grandes que nosotros. ¿Entiendes -me decían- entiendes? "No, mi amo", les contestaba, "no, maestra". El amor es un sentimiento alterado por la naturaleza; si no fuese así no habría depravaciones y uno se enamoraría del espíritu, del alma y todo sería puro. En estos tiempos que corren los dictados de la naturaleza intervienen el amor: lo natural se hace sucio.
Calculé entonces que Gould falleció aproximadamente al nacer mi amiga. No es que esté hablando de reencarnación. Ella era tan brillante, pero nunca la quise. Su cuerpo verdoso brillaba a la luz de la luna. Me burlé ferozmente de sus ojos negros; fue mi única forma de defensa ante el Coloso de Rodas. La inteligencia luchando contra la magia. Una de ambas habría de caer en cualquier momento, como cayó el Coloso. Resolví en su tiempo que lo mejor era darlo todo por terminado, cosa de mantener en alto el status de la magia, que es lo que realmente hace que el mundo se mueva. Ella me contestó años después, mientras yo abría una revista. Esa respuesta quedó impresa, como la burla de Glenn Gould ante la opinión de sus críticos; mi gesto seudo-romántico de llorar ante la leche derramada se lo llevó el viento.

sábado, diciembre 02, 2006

Santos vs Checoslovaquia

Un día jugaron Santos versus Checoslovaquia. Iba ganando Santos 1-0 con gol de Coutinho. El Estadio Nacional estaba casi lleno. Era de noche. Coutinho se veía de lejos igual a Pelé, un poco más gordito eso sí, y por eso el público los confundía. "Ahí va Pelé", decían, pero era Coutinho con su dribling endemoniado. Después empató Checoslovaquia 1 a 1. En ese partido no estuvo Scroif, el crédito checo bajo los tres palos. No habían pasado ni 15 minutos cuando Checoslovaquia se puso en ventaja. Luego Pelé hizo una chilena en el área chica y el reemplazante de Scroif la sacó con la punta de los dedos. En el minuto 44 Pelé vio levemente adelantado al portero y le hizo un gol de globito que estremeció al estadio. Así que se fueron al descanso con la cuenta emparejada 2 a 2.
El segundo tiempo fue inferior en calidad de juego, Santos iba ganando 4-2 hasta que Checoslovaquia empató 4 a 4. Ya la gente se estaba parando de sus asientos cuando Pelé metió dos goles y Santos ganó a Checoslovaquia 6-4. En el último gol Pelé se los pasó a todos y conectó de costado, inflando la red.
Yo vi el partido desde la galería Sur, bajo el tablero marcador, un poco hacia el costado poniente.

viernes, diciembre 01, 2006

Plumaje de gorrión

Más que con el voyerismo, ese acto innato de andar mirando todo lo que se mueve, la autodestrucción está relacionada con el exhibicionismo. La autodestrucción es una enfermedad, no forma parte de la naturaleza humana; el exhibicionismo sí: es la prueba visible de la capacidad, errado camino de conquista. La conquista es subterránea, se mueve por otros senderos. La conquista es un pacto. El amor lo envuelve todo. Los exhibicionistas son ejemplares desesperados por pegarse a la piel por un rato una etiqueta de malsana figuración. Se les confunde con los burlones y con los cínicos. Pero son mucho menos: son apenas exhibicionistas de plumaje de gorrión.