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jueves, noviembre 26, 2009

El tablón

A una edad en que aquellos a los que aspiro a imitar ya están consagrados y dedican buena parte de su tiempo a explicar los motivos por los cuales lograron extraer del mundo su merecida cuota de fama, a esa edad, pienso, aún permanezco en el anonimato. Y esta realidad, que podría carcomer mis vísceras, está terminando por provocarme una secreta alegría.
¡Qué desperdicio de tiempo!, me digo, contar lo que uno hace ante un micrófono, ante una cámara, ante la grabadora de alguien que no tiene la más remota idea de lo que uno es, salvo aquello que hizo y plasmó en un producto material. Tratar de convertir esa materia ya muerta en palabras inteligentes, como si las palabras pudieran reemplazar a esa materia. Luego, descubrir que no se ha hecho más que decir sandeces, que esas palabras nunca debieron pronunciarse y que si tenían que existir, su lugar natural estaba dentro del producto del que, paradójicamente, hablaban.
La vida fluye naturalmente; los tropezones de la memoria no interfieren su destino. El timón gira varias veces al día y de manera importante, una o dos veces en la vida. Lo demás es simplemente el fluir de la vida y los recuerdos operan como espejismos melancólicos que lanzan flechas que dan en el blanco del presente.
Mi secreta alegría es el peso de mi obra y la esperanza de que algún día sea descubierta, es mi forma de enfrentar el flujo. Mi obra está constituida por una suma de otros yo, de caricaturas que no se han tomado en serio. Caricaturas a las que amo y protejo. Mi pálida obra es una suma de perdedores cándidos, rabiosos pero inocentes, temerosos de la montaña y del vacío. ElMonito es la fragilidad humana, un títere que nunca tendrá otra edad que siete años y eso lo salva, porque a los 11, a los 25, a los 55 sería uno más en la selva, otro que muerde el polvo, estaría comprando pañales, recibiendo órdenes, soportando humillaciones; lo veríamos al pobre apretujado dentro de una micro del Transantiago, recordando a su tío negligente, centrado en sí mismo, aquél que lo crió de mala gana y le enseñó lo cruel que era el mundo que debía enfrentar. ¡Cuánta razón tenía! ¡Por qué no le hice caso! ¡Por qué no estudié más, no fui mejor! Mi querido tío el señor Lamordes me lo advertía diariamente, me castigaba, me mandaba a dormir al closet para que aprendiera y aún así no aprendía, no aprendí y aquí me ven, viejo y cansado, cuidándome a mí mismo y sin embargo contento al recordar que hubo alguien que me quiso de verdad, en forma tan humana, imperfecta.
El dr. Vicious, un laberinto de odio al poderoso, de fuerza endemoniada, de dominación a la mujer y de lujuria, ¿quién resultó ser ese pobre? ¡Un puñado de papel amarillo en una librería de viejos! ¿Dónde quedaron sus arrestos, esa ampulosidad de ratón, esa soberbia? ¡En la ignorancia de su conocimiento! ¿Y ese pene brutal que exhibía, qué era, a final de cuentas? El mísero llanto del abandono en que vivió, la metáfora del presuntuoso.
Pereptil, hilillo de carne pegada a los huesos, al menos admite la tragicomedia de su destino: nació para el accidente, todo lo que hace desemboca en un accidente, a su pesar. Sus pretensiones de honradez son chistes que pueden hacer reír hasta las lágrimas. Nada le resulta como lo había pensado porque la vida fluye junto a él... a su pesar. ¿Cuándo hizo mal las cosas Pereptil? ¿En qué momento mantuve yo firme el timón, en vez de darle vueltas? ¿Cuando fue la última vez que miré el abismo con la misma intensidad de ese día en que miraba el agua desde el tablón más alto de la piscina, con mi padre instándome a lanzarme de piquero, mis primos dándome la orden desde abajo, desde ese remoto lugar apenas visible en mi sitio vibrante, alargado, húmedo, solo yo ante el azul del agua y mi terror? ¿No fue hace 25 años, hace 14 años, hace seis años, no fue ayer, no fue esta mañana?
Me di la vuelta y bajé los escalones con una inmensa sensación de derrota. Mi padre, que nunca aprendió a nadar, no me dijo nada; mis primos retomaron sus juegos en el césped y luego se zambulleron, felices. Y yo me preguntaba por qué, por qué, ¡por qué no soy capaz!
Pereptil, hilillo de carne pegada a los huesos, al menos admite la tragicomedia de su destino: nació para el accidente, todo lo que hace desemboca en un accidente, a su pesar. Sus pretensiones de honradez son chistes que pueden hacer reír hasta las lágrimas. Nada le resulta como lo había pensado porque la vida fluye junto a él... a su pesar. ¿Cuándo hizo mal las cosas Pereptil? ¿En qué momento mantuve yo firme el timón, en vez de darle vueltas? ¿Cuando fue la última vez que miré el abismo con la misma intensidad de ese día en que miraba el agua desde el tablón más alto de la piscina, con mi padre instándome a lanzarme de piquero, mis primos dándome la orden desde abajo, desde ese remoto lugar apenas visible en mi sitio vibrante, alargado, húmedo, solo yo ante el azul del agua y mi terror? ¿No fue hace 25 años, hace 14 años, hace seis años, no fue ayer, no fue esta mañana?
Me di la vuelta y bajé los escalones con una inmensa sensación de derrota. Mi padre, que nunca aprendió a nadar, no me dijo nada; mis primos retomaron sus juegos en el césped y luego se zambulleron, felices. Y yo me preguntaba por qué, por qué, ¡por qué no soy capaz!

viernes, noviembre 20, 2009

Chile, esa larga y angosta faja de tierra de Arica a Magallanes

Esta introducción, leída hoy, tiene sentido; el tiempo la tornará ininteligible.
Don Eduardo Frei Ruiz-Tagle dice ser Chile y cada uno de los seguidores que aparecen en su propaganda -pagados o no- también. ¿Por qué no habríamos de creerle al señor Frei? ¿Por qué esa insistencia en tratarlo de "fome", de rebajarlo, de asegurar que ya nada puede ofrecerle al país? Don Sebastián Piñera también es Chile; él lo dice de otro modo, pero la mayoría, al igual que sucede con Don Eduardo, no le cree. Es más, la mayoría lo ataca con saña, lo trata de "empresario" y eso quiere decir esquilmador, y los rostros que lo escrutan se refocilan cuando es descubierto en alguna debilidad, como si la debilidad ocultara algo intencionadamente malo.
¿Por qué nos alegran las debilidades de los demás? ¿Es delito ser empresario? ¿No fue el señor Frei un empresario; no lo fue el otro candidato, Marco Enríquez-Ominami? Uno más grande que los otros, pero empresarios al fin y al cabo. Debieran clasificarse, en justicia, como excelente empresario, buen empresario, pequeño empresario. Aun más, si un excelente empresario, no éste sino cualquiera, se dedica a servir al país antes que a ganar dinero, ¿por qué eso habría de ser motivo de desconfianza? ¿No sería más lógico pensar al revés, o sea, que un mal empresario se dedicara a servir al país? ¿No habría allí motivos para pensar que desea enriquecerse a costa de la política? Porque, la verdad, no me imagino cuánto más dinero podría ganar el señor Piñera si es Presidente de Chile.
Del señor Arrate no voy a escribir nada negativo tampoco, salvo recordar ese famoso dicho que alude al infierno y a las buenas intenciones. Pero el señor Arrate, en sí mismo, me parece que es una persona encantadora, con la que me gustaría compartir otra vez una cena. Compartí hace años una cena con él y me quedó la impresión de que es de esas personas con las cuales uno, sin mayor justificación, no teme confesarse. ¿Por qué nadie lo ataca? Porque en Chile no se gasta pólvora en gallinazos, porque los perdedores caen bien; porque cuando el equipo chico va ganando todo el estadio está con él, y hasta se habla de heroísmo en las graderías.
Chile es una larga y angosta y agregaría desconfiada faja de tierra. Aquí a eso le llaman chaqueteo. Quiere decir que cuando alguien sube en la escala de la popularidad, lo tiran de la chaqueta y baja; lo chaquetean. En Chile prima la envidia. La envidia prima cuando no existe verdadera justicia. Si los chilenos estuviéramos conformes con lo que somos, con las oportunidades que se nos han dado, si comprobáramos día a día que todos somos tratados de la misma forma y que al esfuerzo incluso más humilde le llega su recompensa, entonces no seríamos chaqueteros. Pero como no es así, lo somos. La razón de esta conducta es que en los países jóvenes como el nuestro se debe escarbar muy poco bajo la tierra para que aparezcan los esqueletos de las víctimas que generaron la riqueza de los millonarios. De allí la desconfianza, el chaqueteo.
De modo que con toda propiedad Chile es Frei, Chile es Piñera, Chile es Marco Enríquez-Ominami, Chile es Arrate y ¿por qué no? Chile también soy yo, con mis mejores virtudes y mis peores defectos.
Chile es constante. Voy, día a día, construyendo casi nada, edificando pequeños castillos de naipes que no miran a ninguna parte. Me rijo por dos o tres ideas, de ahí no me muevo, con ellas vivo, de ellas me alimento hasta que vienen dos, tres más.
Es honrado, como lo puedo ser yo, dentro de todo; mintiendo algo, robando a veces (casi nunca), traicionando como traiciona el hombre y a pesar, dentro de todo, en el fondo, diría honrado.
Chile tiene algo de hermético. En Chile no hay huracanes ni tornados; los golpes vienen de adentro. Dentro de mí corre un torrente enfurecido de emociones, las mismas que tratan de definir los libros, emociones que se precipitan al mundo a través de la boca, de los dedos, de la mirada, emociones que nacieron, se fueron y volvieron a entrar al instante, transformadas, rejuvenecidas y gastadas; intuyo las mismas en el lustrabotas que me limpia los zapatos cada mañana y que padece de hernia. Una vecina lo sube y lo baja a grito pelado, delante de todos, porque no se ha puesto la faja que le indicó. Él agacha la cabeza y me sigue lustrando. Cuando se va, lanza un suspiro y no sé bien si quiere matarla o lamentarse de su destino.
Se apropia de Chile el miedo. Hay razones de sobra para tener miedo. Están los mencionados azotes de la naturaleza, están las revueltas de los hombres, están los vaivenes del mundo. Mi horizonte ha sido el miedo, cada mañana lo miro a lo lejos. Si duerme detrás de la cordillera hecho una cagarruta, respiro tranquilo y salgo a la calle a vivir la vida; si las nubes lo bajan a la tierra y me lo acercan, tiemblo de espanto. El miedo se apropia de los países cuando en éstos rige la abundancia. Los pueblos ricos son pueblos de poca fe y Chile está perdiendo la fe. El causante del miedo es la riqueza. El antídoto del miedo es la fe. La religión no es, como se dice, el opio de los pueblos. La religión es el sostén y la esperanza de la fragilidad humana.
¿Sigue Chile siendo provinciano? Claro que sí.
De niño me miraba en Santiago: llegué a Santiago. Entonces me miré en Nueva York: nunca he ido a Nueva York, parece título de canción.

Chile nunca ha estado en Nueva York
Pero vendería su alma por unos diitas
Para llegar cantando
Que estuvo en Nueva York
Que los rascacielos eran casi tan altos
Como la Cordillera de los Andes
Y que Broadway, el Metropolitan Opera House
La Estatua de la libertad, el hoyo de las Torres Gemelas
El clarinete de Woody Allen, Studio 54
La Calle 42, la Quinta Avenida, el Central Park
El edificio Dakota donde asesinaron a John Lennon
El Empire State Building, el Carnegie Hall, el British Museum
No, el British Museum está en Londres
Pero igual puede pasar como que estaba en Nueva York
Llegaría Chile cantando, tan feliz, que todas esas maravillas
Son

Todo eso lo sé, y aun así me empeño, me rompo los nudillos, me excito.
Mediocre es Chile, ahí sí que estaría en el mismísimo centro de la lista.
Los genios no son chilenos, son universales. Mi país es el mundo.
Vengo del sur de Río Grande... ¡qué verde era mi valle!
No, los genios viven exiliados en sus cuatro paredes. Los genios, ya lo dije alguna vez, son como los locos: no los soportamos más de cinco minutos.
A nosotros, los verdaderos chilenos, dennos a Elisa, Morandé con Compañía, Carnes Morandé, el Conde Vrolok, la Madrastra, las putas argentinas, Los Buenos Muchachos, Raúl Correa y Familia, la Piccola Italia, La Cuca, la Kmasu de la tía Mané, Larry Moe, Alberto Plaza, el Mall Plaza, Raúl Nosecuánto está aprendiendo inglés, se quema los ojos aprendiendo inglés, ¡y los moteles con cajitas de fósforos!, sin olvidar el consabido espejo que refleja las carnes flácidas que huelen a parrillada y amor eterno, carne mediocre, poto plano, pico chico... y sin embargo se mueve.
La lista es tan enorme. Imagínense, de Arica a Magallanes, pasando por el desierto de Atacama con su Valle de la luna y sus géiseres del Tatio, encanto sin igual, medios aporreados andan ahora los pobres... pero Julito lo dijo mejor en la Segunda Teletón, la del año 79, dijo:

... Desde Arica
Y después ver a Copiapó
Y viene el norte verde
Y viene Viña y la República de Valparaíso
Y viene Aconcagua con sus valles
Y viene la gran ciudad
¡La selva de cemento que es Santiago!
Y viene la manta colchagüina, como le llamo yo al sur de Rancagua, Talca, Curicó
Para llegar al cordón umbilical de las industrias
Donde hay carbón, donde hay loza
Que es Concepción
Y después seguimos con los árboles
Seguimos con los álamos
Seguimos con los bosques
Seguimos con los volcanes nevados
Seguimos con Osorno
Con Valdivia, donde la luna se baña desnuda
Seguimos por Temuco, mi tierra
(Aplausos)
Donde hay un sendero de copihues que llevan al Ñielol
Y seguimos por allá hasta Punta Arenas
Que nos brinda el calor que contrasta
Con la frialdad que le dio la naturaleza
Porque esa ciudad, que podría ser fría, es tremendamente calurosa
Y seguimos hacia Coyhaique
Y seguimos navegando por el mar de Drake
Y llegamos a esas islas que son nuestras
(Aplausos, vítores)
Que significan patria...
(Aplausos, la gente se levanta de sus asientos)

Bah, pensé que había hablado más, no dijo nada de Copiapó ni del sufrido minero ni del Valle de Elqui con su misterio esotérico. Cómo se le pudo olvidar a Julito ese mar que tranquilo te baña, nada que ver con el mar de Drake, y al no incluirlo en su discurso privó de inmortalidad a los sufridos pescadores, a Rolando Alarcón, al minero de Lota, a Sub terra, a Baldomero Lillo, al Cabeza de cobre, al Hijo de ladrón y a la caleta de Maitencillo el día domingo en la mañana, bullente de figuras del mundo del espectáculo y la política. No habló de los cerros de Valparaíso, el cerro Alegre, el cerro Concepción, ¡Lukas y su humorismo señorial!, los ascensores, el reloj de flores de Viña del Mar, el festival internacional de la canción, el traje metálico de Raquel Argandoña, no dijo una sola palabra del Chile pujante, del Hombre Nuevo, de los ingleses de Sudamérica.
La lista es larga, les decía. Se los anticipé.
El rodeo de Rancagua, el aguardiente de Doñihue, el salto del Laja, los indios de Temuco, la zona de los lagos, el indio pícaro, los palafitos de Chiloé, las acuarelas de Pacheco Altamirano, el Festival de coros del magisterio, las torres del Paine, Magallanes... Magallanes... y el territorio antártico. Y puros chilenos metidos adentro.
¡Cáfila de mediocres!
27 mil ombligos.
Así me desprecio y así me quiero. No existe otro sueño ni otra tierra; Perú no es el paraíso. Brasil no es el paraíso. ¿Cancún? Cancún podría ser por unos días, sin el ciclón Eduvigis ni menos el Rosamel.
Me quiero igual como se quieren los judíos, casi con ese mismo sentimiento de culpa, de ansiedad, de estrechez, de ridícula derrota, de eternos terceros lugares, de clasificaciones con calculadora y de triunfos enanos.
¡Oh Plaza Italia! ¡Qué falta que me hacés! Recíbeme una noche en tus brazos, una sola bastaría; endulza mi vida, convénceme de que nada es como lo pensé. ¡Déjame ser! Quiero matar, vomitar mi ombligo, quiero vomitar las torres del Paine aunque sea una vez cada siete años, como fluye la vida.
Ayer entré a mi oficina y amé lo que vi, mis compañeros de ruta. Se fue uno, llegó otro. El amigo Bigote ya se fue, después me tocará a mí. Me voy yo y Chile se va conmigo, así de simple. Cagaron todos. El día que yo deje de ser mediocre, Chile dejará de ser mediocre. Surgirán las oscuras golondrinas y alumbrarán los cielos, susurrarán sus voces no me olvides no me olvides yo también yo también yo también, millones de yo también armando una telaraña en los cielos; levantarán sus alas fantasmales de los escondrijos clandestinos; el buen campesino que durante una borrachera mató a su mejor amigo a hachazos en un arranque de celos desenterrará los huesos de Gabriela Mistral y bailará con ella a la fuerza, ya que Lucila se resistirá, no querrá ni tocar al hombre; el auxiliar de Tur Bus, ese muchacho flaco y moreno que nos controla los boletos, ese se alzará para destronar a Pablo Neruda; y por qué no, la Claudia y la Paty le echarán en cara a la Violeta el desaseo en que vive y terminarán las tres en la cama, tomando café con torta de frutilla y entonando parabienes ante la tierna mirada de Luis Urrutia O'Nell, Chomsky. Qué dirán los escondrijos, los ángulos remotos del salón y qué dirán las termitas, la larva que se asoma, qué pasará con las termitas.

Dentro de mí reposa el germen de la grandeza
Se alimenta de mediocridad
Y como dice el tango que pedimos prestado

Tan tan

lunes, noviembre 16, 2009

El avión

Cuando mi papá nos comunicó con toda naturalidad que viajaría en avión a un congreso en Antofagasta se produjo una ligera conmoción en la familia. Mi papá nunca había viajado en avión y nosotros tampoco, aunque declararlo de este modo no es tan obvio como parece: un par de veces con el Vitorio habíamos declinado ir al afanadero -así se le decía al aeródromo, ignoro la razón- para participar en calidad de pasajeros en el festival de vuelos populares; renuncias, debo admitir, motivadas más por la flojera de caminar tantas cuadras que por el miedo de subir a un avión.
En cuanto al modo en que mi papá nos había hecho el anuncio, todos sabíamos que detrás de su aparente frialdad se escondía una enorme agitación.
La conmoción familiar estribaba menos en el vuelo que en la importancia que significaba para todos nosotros el que hubiese sido seleccionado. Sabíamos que en la Braden se estaba ganando cierto prestigio como delegado sindical, pero nunca pensamos que fuera para tanto. Este viaje venía a confirmarlo, el prestigio, y le daba motivos a mi mamá para echar a volar la noticia a los cuatro vientos: su esposo también figuraba en la nómina del congreso sindical de los trabajadores del cobre y viajaba en avión al hotel de Antofagasta, con todos los gastos pagados.
El día del viaje mi papá se levantó muy temprano, besó al Vitorio en la cara y le hizo entrega de su reloj cronómetro, "por si pasaba algo". El Vitorio se lo puso altiro y siguió durmiendo, pero en el sueño el reloj le bailaba en la muñeca y la correa metálica le rasguñaba el brazo. Minutos después mi papá, con toda delicadeza, se lo retiró y el Vitorio no se dio cuenta. Cuando despertó y se miró la muñeca, estaba vacía.
El párrafo anterior costaría entenderlo si no se explica que mi papá efectivamente volvió a la casa a los pocos minutos, desempacó la maleta y partió al taller con ese aire triunfante y superior, pero también desgarrador, silencioso, humilde, propio de las personas que son víctimas de una injusticia.
Lo que había sucedido lo supimos de labios de mi madre: "A Sergio lo bajaron del avión", le comentó esa misma mañana a su amiga, la señora Ana Fuentes, delante de nosotros. Con el Vitorio tratamos de captar los detalles y descubrimos que al momento de abordar el vehículo que lo trasladaría junto a demás invitados desde Rancagua al aeropuerto de Los Cerrillos, un dirigente de mayor rango le comunicó que él no viajaba. "Mardones, tú no", le dijo, y mi papá lo había tomado con esa misma naturalidad que exhibió cuando nos contó lo del viaje. No era su momento, se había producido un pequeño error en la lista, un exceso en el cupo (después llegué al convencimiento que lo habían citado en calidad de reserva, por si alguien fallaba). Mas para su filosofía, para su forma de ver el mundo, el balde de agua fría constituyó esa vez un aviso del destino: un ángel de bigote fino e insignia en la solapa, un ángel que se las daba de líder de los demás, lo acababa de salvar de una espantosa tragedia aérea. Así de simple. Así lo quiso entender y no hubo quien lo sacara de esa creencia, al menos de la que manifestaba hacia los demás, porque lo que sentía íntimamente se lo guardó.
El congreso se efectuó con toda normalidad y los participantes volvieron renovados, dispuestos a cambiar las cosas, pero las cosas siguieron funcionando como antes, con la vida de mi padre y la vida de nuestra familia y la vida de Rancagua mezclada entre las cosas. Los años pasaron y mi padre viajó varias veces en avión, a veces solo, a veces con mi madre, a veces conmigo. De la crueldad, de la insensibilidad de ese dirigente de terno y corbata que lo bajó del vuelo no quedó más que un recuerdo. Para mí, una amarga sentencia, una lección. Tal como en la suya, en mi vida laboral se filtró una condena: inclinarme ante el mando de mediocres e insensibles, hombres y mujeres, que me han dejado en incontables ocasiones abajo del avión sin jamás detenerse a pensar que eso me ha dolido más por el ejemplo que heredarán mis hijos que por mi propio dolor. Aguanté en silencio y me hice fuerte en ese sentimiento de superioridad que a pito de nada tenemos los perdedores. Desprecié desde el fondo de mi alma a los pechadores, a las guaguas que lloran para mamar y nunca fui parte de ellos. Si alguien desea descubrir y admirar mis méritos, pues que se dé el trabajo. Así me enseñaron.
Mi hermano fue más inteligente: tomó la historia a la chacota y cada vez que la recuerda se lamenta de ese cronómetro que fue suyo durante algunos minutos, para ser exactos, aventuremos unos 33 minutos con 27 segundos, el tiempo que va desde la ilusión de la partida hasta el dolor del regreso.

jueves, noviembre 12, 2009

Guelamino, el hombre que veía el futuro

Cuando de los pantanos emanaban efluvios nauseabundos y la niebla era la señora de la tierra; en esos tiempos de incertidumbre originados en el poder de los planetas y las bestias, de las fuerzas naturales, en esos tiempos en que llovía días enteros y el barro subía hasta las canillas, y durante meses no había nada pero nada que comer y el rayo era la bendición del fuego, hubo un hombre que vislumbró el futuro, Lo Que Sería. Lo llamaban Bastra o Pastra, otros le decían Uzziel y otros Guelamino, y tenía el don de la supervivencia. El hombre, el hombre en general, en ese tiempo caía arrodillado y su tragedia era una de tantas, apenas un entierro para no ser devorado en medio del grupo. Enterrar era un asunto de visión y de olfato, nada de dolores insufribles, había que seguir temiendo. Y los volcanes los despedían de sus reinos, viajaban como semillas al viento.
Guelamino iba con ellos, desprendía soles de sus venas e indicaba el camino; siempre acertando y siempre solo, y al volver la vista, funesta pintura. Fue el primero en prohibir la antropofagia y alertar contra el incesto; pocos le hicieron caso pero el tiempo le dio la razón. La carne humana y el placer sexual no son malos en sí mismos, pero cuántas familias, cuántos pueblos, cuántas razas desaparecieron más tarde al ceder a la tentación de comerse la cola.
Uzziel predijo lo que habría de venir y lo dejó escrito en la piedra; han pasado miles de años y no logran descifrar sus jeroglíficos, que resplandecen, límpidos. El hombre continúa viviendo en las tinieblas, afinando los detalles de su prueba máxima de imagen, la exportación planetaria; a Uzziel lo han contratado para que trabaje en la bolsa y le pagan buen dinero, menos que lo merecido, y los grandes centros militares lo mantienen cautivo en sus oficinas blindadas, sentado junto a un teléfono rojo. Desnudo, Guelamino intuye el tiempo y le cuelga de un banquillo su blanco pene de niño-adolescente; a él no le importan esas cosas, ni la desnudez ni la bolsa ni la guerra. Son preocupaciones históricas, vencidas, que advirtió a su tiempo, hace más de 3533 años. Maravillado, observa el sabor que trasladan las nubes que vienen del Pacífico y de pronto grita, fuera de sí, presa del pánico: ¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Cuidado!

martes, noviembre 10, 2009

Un ligero destello

Una pequeña explosión sería suficiente, así lo sentía. Bastaría con hacer estallar el rincón, el detalle de un mecanismo y el equívoco se podría arreglar, aunque no habría seguridad completa, la certeza no existe más que cuando se ha dejado de respirar, y aun así hay casos que demuestran que es posible revertir el proceso inevitable. Planteadas las cosas de ese modo, la calle, los vehículos y sus motores, las ruedas forradas en goma que giran sumando su característico sonido al contexto, voces que pasan, que van cambiando de timbre, de tono, de énfasis, voces que hablan sobre pequeñeces, las pequeñeces que conforman la vida, y el espíritu allí, entre ellas, tratando de olvidar el ruido de los motores, imaginando que el estallido de la pieza clave de un mecanismo secreto podría cambiarlo todo. Mas, ¿era eso lo que ansiaba? Porque a fin de cuentas, ¿no se sentía parcialmente conforme con el estado de las cosas? ¿No hubiese deseado, mejor, pequeños cambios de dirección dentro de la gran alameda general? Las masas copan las calles clamando peticiones, la masa herida, humillada, un cúmulo de ideales que se mueve por dinero, la justicia equivale a más dinero, habiendo más dinero se echa a andar la maquinaria y ya vamos yendo mejor por la vida y las protestas se acallan, pensar las vacaciones. ¿Cuándo le dio por amar, por centrarse en el amar? Pero amar tan erradamente, al espíritu del valle. Amar erradamente es oír la propia voz, la orden primigenia. Se coló donde no debía y cuando halló, no era exactamente lo que andaba buscando. El espíritu es, por su naturaleza, egoísta. Al ser no una masa como la que copa las calles, al ser ni siquiera una idea, al ser un sentimiento, menos que una luz, irá siempre a tientas metiéndose en recovecos malsanos y en paraísos oscuros prohibitivos a su esencia, que confunden. ¡Te amo, amor mío! No, no es exactamente eso, debe proseguir el camino, dejar atrás el amor hallado, el verdadero amor que pasó por su lado y sacó los brazos níveos desde las catacumbas y lo llamó ven, espíritu, ven a mi lado, quédate conmigo, no sería capaz de vivir aquí adentro si te vas, no te vayas, ándate si quieres, pero entonces no mires hacia atrás, no hagas la del niño, no te vayas a hacer en los pantalones, un espíritu como tú no usa pantalones, no digiere; el espíritu intenta elevarse un par de metros en la calle para oír mejor aun su voz, como si no la oyera todo el día como oyen voces los locos, sí, la he perdido, he optado por seguir, ¿amar hoy a esta masa enferma de ceguera? ¿Amar de una vez a sus fieles compañeros de ruta, aquellos que lo han acompañado, que en silencio lo han visto sufrir, pidiendo tan poco a cambio, una migaja de atención, una palabra bonita? ¿Amarse de verdad a sí mismo? Eso lleva a la sordera. Espíritu que se ama, esto es que se olvida que es, que flota tranquilo sobre el asfalto caliente y sortea el polen, que ama al Espíritu Mayor, que se guarece del frío con el Manto Sagrado, Manu redivivo, oh, Gran Chaparral, espíritu que se ama tan solo precisaría de un ligero destello y todo podría andar mejor...
A veces, por las noches, salía de la alcantarilla a mirar el cielo; lo que se pudiera ver, alguna estrella que fuese. En su lugar, millones de luciérnagas sobrevolaban edificios y bares, estaciones de trenes, hospitales, comisarías. Quería hacer carne su sueño como el cisne que sometió a la elegida en el río, pero no le salía la voz porque ese tal Odradek no tiene voz, apenas le alcanza para carretilla de hilo.
"Amor... amor... amor...", resuena el trueno; las luciérnagas se esparcen en todas direcciones, son las mismas que por la mañana pedían más dinero.
Momento de bajar al habitáculo viscoso.

sábado, noviembre 07, 2009

Un anciano de ojos claros

¡Cuánta vida ha pasado por el anciano de ojos claros que camina por Alameda, en dirección a República! El peso de los años le ha ladeado la cabeza y le ha encadenado una bola de fierro a sus pies, de tal forma que para él caminar no es caminar; es morir en cada paso, de muerte natural o aplastado por la lava humana que vomita mecánica y religiosamente la boca del Metro, lo más probable esto último, sabe Dios cómo ha escapado tanto tiempo de ese final.
Ha de haber avanzado una pizca de legua en línea recta, el hombre tortuga, mientras nosotros, los hombres liebres, recorríamos callejuelas, subíamos y bajábamos peldaños, comprábamos en tiendas, leíamos los titulares en los quioscos, pasábamos a la fuente de soda, hacíamos una cosa y otra hasta que a la vuelta del día lo veíamos llegar por fin a su esquina, ¿para qué?, piensa uno.
El anciano de ojos claros viste terno azul, cruzado. Tiene la opción de no hacerlo y quedarse en casa, pero cada mañana se incorpora del lecho y con las pocas fuerzas que le quedan va hacia el closet y elige sus prendas. Se las va colocando sin ayuda y cuando estima que está listo se mira al espejo para corregir algún detalle, mas no lo hace bien, porque el cuello de la camisa blanca sigue doblado. Antes de salir se sirve una taza de té, se echa un pan a la boca y así mismo, con migas en la comisura de los labios, abre la puerta e inicia su viaje.
Para él no hay triunfos momentáneos ni cambio de siglo. No hay placeres físicos y ni siquiera una mujer que le lave los calcetines, porque la que tuvo ya se fue. Todas las mañanas acude ingenuamente a esperarla a su esquina, porque allí está la verdad de la que fue su vida, pero a la vuelta del día regresa a su pieza con lo único que le queda: una bola de fierro encadenada a sus pies, una cabeza ladeada y un terno azul, cruzado, con el que espera recibir dignamente, en cualquier momento, a la Sombría Dama.