Se suceden en el mundo, unas tras otras, oleadas de pasión. Los viejos las ven llegar desde la costanera. Vienen del mar.
Al principio era un mar encabritado, espumoso, el que los arrojó a la playa. Corrieron por la arena, eufóricos de frío. Se sentían intensos, tenían ganas de hablar. De lejos eran mirados por unos ancianos miopes que con su mirar les arrancaban carcajadas delirantes de grandeza.
Sin darse cuenta, subieron a la costanera y los viejos fueron ellos. Miraron hacia atrás: nada había cambiado. Estaban en las bancas mirando a los que venían desde el mar.
Era un mar gastado, lechoso. Un mar de ansias ajenas de vida. Del mar nacían nuevos viejos, sus iguales.
Cuando fueron reemplazados miraron al cielo desde un fondo cavernoso de la tierra.
Una figura negra los hizo pasar a un palacio negro y allí están los viejos de ayer, esperando novedades, oleadas de pasión.
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
1 comentario:
¿Será por eso que nos gusta tanto mirar el mar? Esperamos que un día esa oleada nos tome por sorpresa y nos revuelque de gozo....no importa lo que después venga... solo importa sentirnos engullidos por la ola, arrastrados......
PV
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