Poblete cuenta que ese día en el café Irlandés, donde él estaba, había un mexicano en la mesa de al lado, un mocetón bien vestido, de mediana edad. El mexicano se tomó dos cafés y pidió la cuenta. En la carpetita de cuero que contenía la boleta puso diez mil pesos, más un turro de dólares de propina. La chica que lo atendía se los recibió, boquiabierta. La carpetita no podía cerrarse con tantos billetes. El mexicano se despidió y se fue.
Poblete dice que él le ayudó a la chica a contar el dinero en una mesa del rincón. Contaron 35 billetes de 20 dólares. Eso sumaba 700 dólares, casi 500 mil pesos.
Al salir del café, Poblete llamó por celular a uno de sus amigos, porque necesitaba narrarle a alguien la historia. El amigo dijo posteriormente que lo notó deprimido.
Al día siguiente llegó a su otro café, el Haití, el café de la charla. Lucía cansado, pálido, ojeroso. Relató la misma anécdota a sus compañeros de la barra, uno de los cuales le preguntó si el mexicano le había pedido algo a cambio a la chica. Poblete se burló de la pregunta. Comentó que el mexicano no tenía necesidad de hacerlo, que así son los mexicanos. Su interlocutor le hizo ver que tal vez fuese lavado de dinero. Qué importa, dijo Poblete, que no lograba desprenderse de la sensación que le ocasionaba a su mente la acción presenciada con sus propios ojos.
Al día subsiguiente añadió que la chica que atendió al mexicano ahora está todo el día mirando hacia la puerta, esperando que el hombre de la generosa propina reaparezca.
Otro de los contertulios comentó: "Lo que fácil llega, fácil se va".
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
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