En las inmediaciones del lugar volaban plumas y se vivían escenas de honda aflicción nunca antes vistas. Visiblemente emocionado, el destacado periodista constató que tres operarios de la fábrica habían pasado a mejor vida y que más de una docena habían sufrido heridas de diversa consideración, tras ser rescatados por bomberos que debieron hacer uso de una fuerza hercúlea para llevar a cabo su magna tarea más allá de todo cálculo. Una hilera de ambulancias cobijaba en su interior a otros cinco trabajadores marcados por un trágico sino, por lo que se aguardaba de un momento a otro un nuevo desenlace fatal. Igual sus seres queridos hacían caso omiso de los controles y los miraban con sus propios ojos a través de las ventanillas de los coches del nosocomio, llorando a moco tendido, al tiempo que el equipo de psicólogos designados para contenerlos tiraba la toalla, sin pena ni gloria.
Para colmo, los amigos de lo ajeno hacían de las suyas con una violencia pura y dura, logrando apropiarse de la caja fuerte y otras numerosas especies de valor de lo que quedaba del inmueble, dándose a la fuga con camas y petacas en dos vehículos de alta gama. Caerían varias hojas del calendario antes de que la policía uniformada hiciera entrar en vereda con todas las de la ley a los sujetos, a quienes tenía entre ceja y ceja. Todavía estarían tomando el sol a cuadritos si Su Señoría no los hubiese dejado en libertad por falta de pruebas, que fue lo que ocurrió. Raya para la suma: había consenso unánime en que la fábrica sufría el más duro revés de su historia; desde luego, una historia plagada de laureles bien guardados en el baúl de los recuerdos.
El destacado periodista marchó al diario ipso facto para despachar la noticia, mientras el conductor del radiotaxi seguía un partido por la radio. Decir de paso que el encuentro de marras resultó ser de campanillas y se jugó con los dientes apretados; hubo acciones de riesgo en ambos pórticos, y la visita cayó por la cuenta mínima en las postrimerías de la brega, con un tanto dirigido al rincón de las arañas que hizo inflar las redes y delirar a la afición. ¡Justicia divina!, gritó el hombre del micrófono, pues minutos antes se había cobrado un dudoso penal a favor del conjunto visitante. Fue ejecutado desde los doce pasos y el golero se lució con una magistral intervención: voló hacia atrás como un Caravelle, atenazó el balón con las dos manos y se hizo un ovillo en el césped de nuestro principal coliseo deportivo. Por si fuera poco en los descuentos se armó una tole tole y el colegiado, que no estuvo a la altura de la confrontación, se metió en camisa de once varas repartiendo tarjetas a diestra y siniestra. Al momento del pitazo final el punta de lanza de la visita se perdió un gol cantado ante el arco desguarnecido. Agregar que se trató de un pleito no apto para cardíacos y que el estadio se hallaba repleto en sus dos terceras partes: más de cuarenta mil almas colmaban las aposentadurías.
Cabe destacar que el destacado periodista ardía en deseos de sentarse ante la computadora para sacarle trote a su afamada pluma, la que no escatimaría en recursos para describir la épica batalla de los caballeros del fuego. De un tiempo a esta parte, sin embargo, sentía menguar su proverbial sabiduría. “Tal vez me está llegando la hora de colgar los guantes, pues si bien es cierto aún me quedan fuerzas, no es menos cierto que los años no están pasando en vano para mí, aunque ni más ni menos que lo que pasan para todo el mundo”, reflexionaba en el asiento de atrás del mencionado coche de alquiler, con esa filosófica profundidad que caracteriza a los discípulos de Camilo Henríquez, entre un mar de dudas y el trasfondo del llamado a los cuarteles de invierno, bajo una lluvia torrencial que se había dejado caer con una furia patagüina. Y pensar que el día anterior reporteaba bajo un sol radiante. "En fin, volvió a filosofar, al mal tiempo buena cara".
Llegó al diario y despachó la nota en un dos por tres. En lo que era la sala de Crónica no volaba una mosca, reinaba un silencio sepulcral. A su lado, el colega Carloncho, de la sección Deportes, fumador empedernido, escribía con meridiana claridad sobre el cotejo recién finalizado, dándole el protagonismo de su joyita al silbante. "Fútbol, pasión de multitudes" murmuraba con el pucho en los labios mientras destacaba la volada de palo a palo del guardavallas, sacándole chispas al teclado. Mientras, el colega Canelo, de Economía, se mandaba al pecho una exclusiva sobre la crisis del gigante asiático, en que ponía en tela de juicio a aquellos que habían borrado con el codo lo que habían escrito con la mano y el colega Díaz, apodado el "Cabezón", lo hacía acerca del masivo éxodo de santiaguinos que gastarían sus morlacos el fin de semana largo para darse la vida del oso. El colega Quiroz, del Obituario, más conocido como el "Vampiro", abordaba el sensible fallecimiento de un renombrado hombre público que había pasado al más allá víctima de una larga y penosa enfermedad. Enterado Carloncho del deceso largó una de sus frases para el bronce: "¡Pero si lo vi la semana pasada!". El destacado periodista interrumpió a título de escopeta: "Hice una crónica para ponerla en un marco, pero por falta de espacio tuve que dejar afuera lo mejor". El colega Vega, de Policía, redactaba una jaita en que les doraba la píldora a los sabuesos de la BH, quienes asumiendo una orden perentoria y sin dar su brazo a torcer, tras una ardua investigación habían dado con una nueva arista del caso que los condujo a la semilla de maldad, un mocoso que resultó ser el autor del crimen y cuyo porvenir ahora pendía de un hilo. Apelando a su sexto sentido, Vega sospechó desde un principio que el mocoso no era más que una cortina de humo levantada por un potentado de alto rango a través de un testaferro, destinada a echarle tierra al caso... pero siguió escribiendo. En el escritorio contiguo, el colega Martínez, de Tribunales, despachaba la nota de portada sobre un fallo lapidario de la Corte Suprema, que al vulgo le sonaba a volador de luces pues, se comentaba entre bastidores, el supremazo distraía la atención del respetable ante cierto contubernio que se habría descubierto en el tribunal más alto de la república. "Viejos de mierda", mascullaba entre dientes, sin pelos en la lengua mientras tiraba las manos, hecho un quique. En cuanto al colega Urzúa, apodado el "Caballo", se limitaba a hacer acto de presencia, acabada su crónica política sobre los convenios truchos que habían salido a flote en unas fundaciones que dejaban harto que desear, escándalo que se había transformado en una papa caliente y que mantenía en vilo a la nación. La única reportera del lote, de apellido Alegría, despachaba para la sección de Espectáculos los avatares del reality del que hablaba medio mundo y donde el quid del asunto radicaba en si una pareja había o no hecho de las suyas debajo de las sábanas, como lo aseguraban ciertas lenguas viperinas. Las demás colegas del sexo débil se habían retirado qué rato, tras cumplir con sus deberes. En un momento dado los periodistas se dieron una rápida mirada cómplice y continuaron escribiendo, total y absolutamente concentrados, mientras afuera seguía lloviendo a cántaros.
De pronto y sin mediar provocación alguna, el colega Carloncho gritó, desaforado: "¡A las siete canta Gardel!". Vega replicó: "¡Pan para hoy, hambre para mañana!". "El salario del miedo", comentó el Caballo Urzúa. "Donde putas vamos", dijo Canelo. "A matar la gallina de los huevos de oro", propuso Díaz el "Cabezón". "¡Ay, chiquillos, las leseras que dicen!", cerró Alegría. Finalmente, con la honda satisfacción del deber cumplido, los viriles colegas provistos de dinero contante y sonante en sus bolsillos se pusieron las zapatillas con clavos y partieron a pasos agigantados al restaurante Don Quijote para disfrutar de una opípara cena de mantel largo. En el camino, al destacado periodista le asaltó una duda, puesto que no había alcanzado a apersonarse a la caja, que a esa hora estaba cerrada bajo siete llaves. Extrajo la billetera y se le vino la noche: estaba planchado, los piticlines brillaban por su ausencia. En resumen: el descubrimiento de hallarse al tres y al cuatro le cayó como balde de agua fría. "Calma y tiza, compipa; yo le empresto, mañana nos arreglamos", le ofreció el colega de Economía. "Una vez más mi compadre responde a las expectativas", caviló el destacado periodista. Acto seguido le volvió el alma al cuerpo, jurándose a sí mismo que a la mañana siguiente y contra viento y marea pagaría la deuda de honor que había contraído, aunque no estuviese en su sano juicio por la segura resaca.
Satisfecho el pecado de la gula enfilaron a un discreto lugar en que las mujeres tratan de tú. Escrito estaba que harían las de Quico y Caco y echarían la casa por la ventana. Alineados los astros, la flor y nata del periodismo nacional entró en gloria y majestad donde Las Costureras, que así llamábase el lupanar al que los ilustres reporteros habían acudido a disfrutar del reposo del guerrero. En estricto rigor, el lenocinio no destacaba precisamente por ostentar un lujo oriental. Lucía un letrero hecho y derecho, visto hasta el cansancio por los parroquianos: "A nuestra distinguida clientela: se prohíbe terminantemente escupir en el suelo"; y más abajo: "Hoy no se fía mañana sí".
Como era fin de mes, en la mancebía no cabía un alfiler. Sobre el tabique adornado con papel mural, una pintura versallesca más falsa que Judas, de lujos y riquezas al alcance de la mano, representaba a miembros de las más altas esferas poniendo el mundo a los pies de una joven danzarina de los siete velos. Sin ir más lejos y en honor a la verdad, era la misma escena que tenía la suerte de disfrutar la concurrencia, traducida a la chilena: una mujer de dudosa reputación, entrada en carnes y de paño pifiado en su faz de baja estofa se despojaba de sus pilchas para ellos, algo así como el sueño del pibe hecho realidad. Dándose ínfulas, el colega Carloncho, caballero a carta cabal, se mandó otra de sus frases para el bronce: estás más bonita que de costumbre, le susurró a la meretriz, a quien se le iluminó el rostro ante la mentira descarada. En gustos no hay nada escrito, murmuró el "Caballo" Urzúa con una sonrisa sardónica de oreja a oreja. A la hora de los quiubos el Vampiro del Obituario, tacaño por naturaleza, clavó sus ojos inyectados de sangre en la minita más baratieri del salón. Martínez ironizó muerto de la risa: "¿Querís darle una puñalada de carne a esa diosa?". El Vampiro respondió al vuelo: "La necesidad tiene cara de hereje, viejito". A renglón seguido el "Cabezón" Díaz puso el grito en el cielo ante el cobro leonino de una asilada reguleque.
Dirían las malas lenguas que la remolienda habría de durar hasta altas horas de la madrugada, como Dios manda, pero se pisaron la huasca porque cuando los miembros del grupo ya estaban en calidad de bulto se encendieron las alarmas, al verse envueltos en un confuso incidente. Un sapo -luego se comprobó que era pagado por el alto mando- dateó a los tiras, los que tomaron cartas en el asunto e hicieron su ingreso a sangre de pato, acompañados ni más ni menos que por la Comisión, con bombos y platillos. Se los llevaron a todos a la casa del jabonero por posesión de cuatro gramos de la yerba que hace reír, y por ofensas a la moral y a las buenas costumbres, ya que tres de ellos fueron sorprendidos bailando en calzoncillos; a saber, los colegas Carloncho, Canelo y el borracho consuetudinario del Vampiro, transformado este último en el alma de la fiesta. A pesar de que se jugaron el todo por el todo y de que Vega amenazó con hacer valer su credencial, quedaron con los crespos hechos y aunque hicieron de tripas corazón les salió el tiro por la culata. Cuento corto: al final del día sufrieron un fracaso estrepitoso, pero la sacaron barata gracias a una gestión providencial de la vieja decrépita de La Regenta, quien, al darse cuenta de que la situación escalaba a cotas impensadas, sin previo aviso ingresó como un celaje, acusó que el allanamiento era un chivo expiatorio para desprestigiar a la prensa, tiró a la mesa viejos favores recibidos por los señores de la ley, amenazó con destapar la olla y en menos que canta un gallo los dejó libres de polvo y paja, evitando que la denuncia pasara a mayores. Ironías del destino: la multa les salió un moco de pavo y la pagaron religiosamente.
Salieron de la capacha entre gallos y medianoche. Aunque la calle era una boca de lobo, al rato ya entonaban a los cuatro vientos el Himno al estudiante, con voces estentóreas. El grupo se disolvía cuando el Caballo Urzúa sintió la imperiosa necesidad de ir a las casitas; a la postre terminó contentándose con el tronco de un plátano oriental. Mientras el Caballo echaba la corta, al colega Vega le salió la del curado que dice la verdad y lo acusó de ignorancia supina. A la mañana siguiente se disculparía diciendo que andaba con el gorila al hombro porque a la salida del calabozo se le borró la película, lo agarró el aire y le bajó un delirio de grandeza. Volviendo a la escena de los hechos, ante tan inesperado ataque a mansalva el Caballo reaccionó a la velocidad del rayo y le tiró a Vega un combo a la maleta que fue a dar a las nubes. Vega casi liquida la pelea por la vía del cloroformo, ya que le respondió con un gualetazo en l'hocico que dejó al Caballo medio groggy. "¡Salgamos afuera!", le espetó el Caballo, sin darse cuenta de que ya estaban afuera. El colega Martínez aprovechó el envión para acusar al Vampiro de arreglarse los bigotes con los mandamases de la empresa; el Vampiro contraatacó donde más duele, afirmando sin pruebas al canto que "al Martínez se le queda la patita". Si no ardió Troya fue por la salomónica intervención de Carloncho, referee de la noche. "¡Paren de huevear, que parecen cabros chicos! ¡Desen la mano (sic) y aquí no ha pasado nada!", les ordenó y todos los colegas acataron como mansos corderitos.
Eso es lo fundamental de este cuento. El resto es música.
Y nada.
Cambiando radicalmente de tema, el Bardo de Avon y el Manco de Lepanto, quienes debieron conocer sin asomo de duda el dicho de su contemporáneo Francisco de Sales, patrón de los periodistas, de que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, jamás imaginaron la de lugares comunes y aforismos del año de la cocoa que habrían de utilizar ciertos reporteros, noteros de matinales, locutores deportivos e informadores de cancha para contar sus historias. ¡Cómo se revolcarían en su tumba si alguien se los soplara al oído!
1 comentario:
Pues si da para esvribir algo mas largo...guarde la idea para otro dia...¿quien se encargara de escribir la noticia sobre los periodistas pilladosfuera de sus casa ¿una mujer?
Da para mucho.
Besos airados
La Lechucita
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