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martes, septiembre 13, 2022

El asesino del teatro

El espectador camina entre las butacas, se detiene frente a dos ancianas sentadas en la fila contigua, la fila de más atrás. Los tres han decidido agacharse, sacando solo las cabezas del respaldo. Al igual que el teatro entero, intentan protegerse del asesino. El espectador les inventa frases de consuelo, pero apenas se retira, una de ellas se lo echa en cara y le masculla algo así como hipócrita
Anda por el pasillo lateral, donde se une a un grupo de asustados que forman una larga fila, de cuatro a cinco personas por línea. Minutos antes el locutor ha anunciado que el asesino ejecutará a cinco de los  asistentes a la función.
El asesino puede ser cualquiera de ellos, hasta podría ser el espectador, con la diferencia que el espectador sabe que no lo es, aunque los demás no lo sepan. Bien miradas las cosas, todos podrían pensar lo mismo en su fuero interno, de modo que si nadie es el asesino, alguien  tiene que ser, lo sepa o lo ignore. Es una inferencia bastante rara, o ingenua, que entronca con un asunto de corte psicológico o del tipo existencial.
Al fondo de la sala, antes del hall, uno le sopla: ya van cinco. 
En este teatro las noticias vuelan; o los rumores.
Dos hileras se cruzan, en una de ellas va el espectador, de nuevo hacia la profundidad del teatro; la otra camina hacia la salida, aunque todos entienden perfectamente que nadie puede huir mientras la orden no haya sido dada. 
El locutor anuncia que la tarea se ha cumplido. Gritos de alivio, ¡viva!, ¡hurra!, ¡viva!, abrazos, palmotazos en la espalda, leves comentarios de desahogo, pero la alegría no es completa: sus vidas han pendido de un hilo y cinco personas no pudieron contar el cuento. Lo bueno que ha tenido esta historia, si es que a eso se le puede llamar bueno, es que no se ha visto sangre coagulada en el parquet del teatro, no se han divisado los cuerpos desfigurados de las víctimas, no se conoció la faz del asesino. Ha sido una masacre de una limpieza inmaculada, como pocas en la historia.
El espectador y su mujer entran a la sala de al lado. Pocaza asistencia para un teatro destinado a la difusión de música selecta, encima un público con pinta de aficionados.
Los carteles, escritos a mano. El programa, repetido. ¿Vale la pena entrar por segunda vez a escuchar las mismas obras de Von Weber, Lutoslawski, Baldassare Galuppi, que nunca les entusiasmaron tanto?
Era mejor la idea del baño caliente en el spa, aunque esos baños se caracterizan, ahora que recuerda, por sus bolsones de polvo y pelos acumulados en las esquinas de la pileta angosta. El agua llega al pecho, se camina sin poder abandonar esas esquinas y cuando el espectador mira hacia afuera halla que siempre está a cierta altura.

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