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jueves, septiembre 25, 2025

Esta vez ha sido un cadáver derramado en la vereda

Esta vez ha sido un cadáver derramado en la vereda. Caminaba por el centro de Rancagua, un centro en ruinas, como el verdadero, que suda negligencia, descuido de la autoridad municipal y del mismo rancagüino, preocupado de quizá qué cosas, menos del embellecimiento de su ciudad histórica. 
Por ese centro caminaba, cerca de las cuatro de la tarde, cuando me advirtieron que evitara la calle que venía, debido a la presencia de un muerto.
Podría haber aceptado el consejo, pero no hice caso, tal vez debido a la natural curiosidad que me hizo periodista. No es que quisiera ver la escena, al contrario, trataría de no verla; pero es que era imposible negarme a ser testigo de un hecho como aquel.
La calle estaba cerrada al público; sospecho que debo de haber mostrado alguna credencial, la cosa es que ya me hallaba caminando hacia el sitio nefasto.
El cadáver, como he dicho, estaba desparramado a la orilla de la vereda opuesta a la mía. Mientras pasaba por el frente vi sus restos informes, cual si fuese un cuerpo pasado por la licuadora, del que solo destacaban dos largos fierros arqueados, que en vida debieron ser sus piernas, semejantes a las piernas de los robots. Ante él hacía guardia un grupo de señoras agrupadas al estilo de un lienzo renacentista, posiblemente vecinas o familiares del occiso; algunas de ellas echaban viento con pañuelos para alejar el olor nauseabundo que desprendía el cadáver, olor que sin embargo no llegaba a mi acera. Las demás completaban la comparsa del último acto de la muerte.
La pared contra la que estaba apoyado el cuerpo era de un color amarillento.    

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