Comenzó a escribir acuciado por el miedo. Le parecía vivir días inseguros, aunque si aplicaba la razón, no más inseguros que antes; incluso menos inseguros. La conclusión no podía ser más simple: cómo pude haber vivido con mi inseguridad a cuestas.
El pensamiento no lo calmaba; alentaba su malestar.
Las piezas del solitario se le iban separando; estaba escrito que esta tampoco sería una obra maestra, apenas una bagatela. Las jugadas principales ya se habían hecho, el destino de la pequeña obra ya se había decidido.
Qué hay en mí, qué hay realmente en mí que sea digno de compartir con mis lectores. Una masa de miedos, de inseguridades que no dan para argumento. La forma ayuda, pero no lo es todo. Se trata de hacerle frente al bloqueo con nimiedades, ejercicios para olvidar el vuelo de avión enfrentando turbulencias.
Los aeropuertos dejaron de ser glamorosos; más interesantes parecerían hoy las historias que ofrecen los terminales de buses y de trenes.
Fui testigo de una persecución a la entrada de la Estación Central; la víctima corría a esconderse en el andén del Metro; el cuchillero la perseguía ante la vista horrorizada de los pasajeros que se habían bajado del tren. El andén estaba lleno de vendedores ambulantes; cada uno guardaba su metro cuadrado con celo.
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