Ha terminado la final de la Champions. Venció el Real Madrid, inapelablemente. Vislumbro ahora una oleada de angustia, con toda la tarde por delante. No sería bueno continuar sentado en el sofá; iré al supermercado a comprar cosas para la once, mataré media hora de tiempo.
Cuando esté sentado tomando once, ya ha pasado antes, casi todos los fines de semana, engulliré rápido y miraré al vacío. En la mesa me harán bromas, se aludirá a mi cara de pescado.
En las grandes ocasiones, en las grandes cenas, en las grandes fiestas. Vuelvo la mente hacia el pasado, sé que dije muchas cosas pero no recuerdo cuáles. Miro hacia más atrás y no recuerdo quiénes estaban presentes.
Cómo decirles que tengo el corazón demasiado lleno y que lo que hay adentro no sale, está atascado. El miedo y la tristeza son los enemigos. Si pudiese hablar, se irían tal vez como perros resignados.
Qué son los arreboles si a algunos les falta el sustento. Qué son los arreboles si la vaga inquietud se viste con ropas extrañas.
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
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