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martes, agosto 11, 2020

Correrías en torno a un galpón

Mi prueba se había perdido en la carpeta y a mi amigo el Viejito Olivares ya le habían demostrado sus errores, infantiles, que lo hacían reprobar por esta vez. Otra prueba, muy limpia, marcaba un número siete, un siete con filigranas y raya cruzada. El profesor Gai, gran amigo nuestro, partía a otra sala, insistiendo en que mi prueba se hallaba en la carpeta. Rebuscando entre sus hojas de cartulina la encontré; un siete muy buen puesto a una prueba perfecta.
Mi atractiva colega me esperaba en su auto para llevarme a su casa. ¡Pero qué haces! Manejaba acostada en el asiento, con la cabeza hacia los pedales. Parecía ser que maniobraba el volante con la ayuda de un espejo, porque subía perfectamente las estrechas calles y doblaba bien las curvas en las esquinas.
La carta de presentación de su casa en la playa era una angosta terraza de madera, pero adentro se abría un verdadero galpón. Llegaba el momento de acercarnos, y al darle un largo beso noté algo desencajado en su boca, enfermizo. Además, ambos sabíamos que estaba derrotada; eso me confirmó que yo no lo iba a hacer con placer. Aun así, el encuentro se estaba por producir cuando oímos un movimiento de gente venido de arriba, que aguaba nuestras sucias intenciones. Eran otros colegas, que corrían por andamiajes que daban a la escalera que bajaba hacia los balcones laterales. ¿Cómo explicarles nuestra situación? ¿Por qué nos hallábamos ahí en el centro del depósito, escondidos, dispuestos a acometer la estupidez de un acto sin deseo y sin amor? Optamos por callar, aunque lo planeado se esfumaba entre las correrías en torno al galpón de esa gente que ni siquiera parecía tomarnos en cuenta.
La vida es un acertijo de sentimientos, sentir, sentir. Yo siento algo, pero no lo digo. Y tú, dime qué sientes en verdad respecto a mí. Lo que siento respecto a ti yo lo sé, pero no te lo digo. Así nos llevamos.
Desde la placidez de mi terraza temperada escuché una voz oculta. Fui a mirar; la voz venía de la calle, la tapaba una rama de crategu que me sirve de barrera contra el mundo. El hombre se hallaba apoyado en el pilar y solo le veía su mochila gris, raída. Hablaba arrastrando las palabras, borracho, y eso lo descartaba como sospechoso. "Me robaron todo... me robaron todo", repetía. Recordé a mi padre, tantos años que gastó, sin horizontes, destruyendo una a una sus razones para vivir. Pensé que el hombre hablaba solo, luego descubrí que portaba un celular. "¡Quiéreme!", pedía nítidamente, a sollozos, luego de lanzar un mar de frases ininteligibles.
Algo me ausentó de la pieza. Cuando volví a mirar ya no estaba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Entre el presente y el pasado existe un hilo de emociones que los ata,en tramos se deshilacha en lágrimas o carcajadas, hay poca diferencia. ¿Es esto la vida? nos preguntamos en los tramos de cordura y, es entonces, cuando nos damos cuenta de que nunca, ni antes ni ahora, entendemos nada.

Un beso con aire del poniente y sabor salino.
La Lechucita