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miércoles, noviembre 20, 2024

Cae la tarde

De los placeres, el de sentir caer la tarde ante la visión de las nubes llevadas por el viento, las aves que rastrean su comida en el pasto verde, la lechuza que sobrevuela la maleza a la siga de un ratón, el afán del canto de los grillos, el ladrido lejano de un perro, el zumbido del moscardón entre las flores del jardín; en el bosque el murmullo de las hojas que castañetean con la brisa, en mi trocito de tierra los árboles que recién están creciendo, con un libro entre las manos o con el libro en la cubierta de una mesa improvisada, ese conjunto envidiable supera a tantos placeres a los que estaba acostumbrado.
El polen invisible se cuela en las narices (todo paraíso guarda su tragedia); surca el cielo una bandada de loros, rompiendo el silencio majestuoso del entorno. Más abajo, una escuadrilla de bandurrias desfila cual aviones de combate en la parada militar; un montón de golondrinas van y vienen, consagrando la primavera austral, sembrando sombras sobre la luminosidad del paisaje; allá encima, muy lejos de los animales alados, aparecen las luces de un avión que se viene acercando, que cruza la cabaña con sus pasajeros detrás de las ventanas, que se aleja a su destino, el aeropuerto. Es el mismo de todas las tardes a esta hora, ya me he encariñado con él.
Ay de mí, tener que escribir sobre estas cosas tan sencillas para vivirlas en plenitud.

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