El polen invisible se cuela en las narices (todo paraíso guarda su tragedia); surca el cielo una bandada de loros, rompiendo el silencio majestuoso del entorno. Más abajo, una escuadrilla de bandurrias desfila cual aviones de combate en la parada militar; un montón de golondrinas van y vienen, consagrando la primavera austral, sembrando sombras sobre la luminosidad del paisaje; allá encima, muy lejos de los animales alados, aparecen las luces de un avión que se viene acercando, que cruza la cabaña con sus pasajeros detrás de las ventanas, que se aleja a su destino, el aeropuerto. Es el mismo de todas las tardes a esta hora, ya me he encariñado con él.
Ay de mí, tener que escribir sobre estas cosas tan sencillas para vivirlas en plenitud.
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