Eso me lo había contado Víctor, rompiendo una promesa. Mi madre le había hecho prometer que no me diría nada. Después de mucho insistirle me había narrado el drama. Era segunda o tercera vez que yo telefoneaba a la casa de mis padres; finalmente accedía a la verdad.
Me había llamado la atención que siempre me contestara Víctor. Él ya no vivía en la casa, no tenía por qué estar allí. Pero estaba, y debía de haber una razón de peso para que abandonara sus propias obligaciones, y para que se mostrara tan parco en el trato a la distancia. Ahora ya la conocía.
¿Por qué estaba él y no estaba yo? ¿Por qué mi madre no quería que yo me entarara de su exabrupto, para protegerme o como muestra de desconfianza, esto es, para castigarme? Dos misterios que quedarán para una reflexión más reposada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario