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domingo, septiembre 28, 2025

Viaje a las ruinas de Pompeya

El viaje a las ruinas de Pompeya me devolvió a mi sustancia, y fue un viejo discípulo de mi oficina quien me instó a hacerlo. Él me acompañó, con su buen humor y sus bromas a flor de piel, y se lo agradecí con el pensamiento. Las piedras se levantaban como en los paisajes griegos, rocas sobre tierra ardiente que rellenaban el horizonte e invitaban a tomar fotografías. 
Había un entierro, sin permiso eché unas piedras sobre el ataúd, los nativos hacían lo mismo, una piedra sobre la otra.
De este lugar no debí salir jamás, me decía, esto me motiva, aquí retorno a mi verdadera vocación, la de describir mundos. Estaba excitado, había vuelto a confiar en mis medios.
Las piedras rocosas conformaban una especie de cementerio antiguo, nublado, del que costaba salir.
Pero no era tormentoso, implicaba una suerte de renacimiento. Por ningún lado un asomo de angustia.
Me despedí de abrazo de mi discípulo; los nativos me miraron, algo indiferentes, no parecían muy interesados en mi renacer, mas no eran agresivos, pudiendo serlo, ya que me había instalado en sus dominios sin permiso previo.
Afuera llovía a cántaros, la lluvia de primavera golpeaba el ventanal.

viernes, septiembre 26, 2025

Vidas secretas

¿Cuántos, como ustedes, tendrán vidas secretas y de qué magnitud estamos hablando? ¿De una magnitud suficiente como para que los errores se paguen caros y los países tiemblen?
Las vidas secretas suelen emerger en las historias policiales, una vez que comienzan a ventilarse por cierta prensa ávida de escarbar en la privacidad, cada vez que le es lícito y hasta constructivo hacerlo. Y siempre, sin excepción alguna, resulta haber algo más en el misterioso caso que llevó a sus autores o a sus víctimas a la ruina, a la locura, al descrédito, a la muerte. Solo entonces se descubre lo que antes, quizás, apenas se sospechaba: que la víctima -o el victimario- era un estafador, un loco, un depravado, un asesino.
Hay tres profesiones -porque habría que decirlo ya, la del sacerdote es una vocación, pero también una profesión- especializadas en vidas secretas: detective, psiquiatra, sacerdote. El primero esconde una suerte de perversidad en la delectación escéptica ante las obscenidades del crimen; el psiquiatra aspira a desenredar nudos que ya existían en la prehistoria del hombre; el sacerdote conoce mejor que nadie la mediocridad del alma humana: son tan pocos y tan repetidos los pecados de sus confesores que le cuesta evitar el bostezo en medio del sagrado sacramento (a menos que los grandes pecados, los verdaderos pecados, se nieguen a salir de la boca para traspasar la celosía).
No se necesita tener dos dedos de frente para afirmar que detrás del tema de las vidas secretas subyacen el bien y el mal, el vicio y la virtud. Ustedes lo saben. Aun así las dos columnas que sostienen vuestros hombros se levantan a la misma altura, una irrigando amor, la otra destilando desprecio.
La virtud y el bien se exhiben, no en pocas ocasiones ostentosamente. El mal y el vicio permanecen escondidos tras la puerta que han cerrado para ellos y que abren cada vez que son llamados.
Escribo esto desde una posición fácil, abstracta, no ha llegado la hora de hacerme parte de este asunto.     

jueves, septiembre 25, 2025

Esta vez ha sido un cadáver derramado en la vereda

Esta vez ha sido un cadáver derramado en la vereda. Caminaba por el centro de Rancagua, un centro en ruinas, como el verdadero, que suda negligencia, descuido de la autoridad municipal y del mismo rancagüino, preocupado de quizá qué cosas, menos del embellecimiento de su ciudad histórica. 
Por ese centro caminaba, cerca de las cuatro de la tarde, cuando me advirtieron que evitara la calle que venía, debido a la presencia de un muerto.
Podría haber aceptado el consejo, pero no hice caso, tal vez debido a la natural curiosidad que me hizo periodista. No es que quisiera ver la escena, al contrario, trataría de no verla; pero es que era imposible negarme a ser testigo de un hecho como aquel.
La calle estaba cerrada al público; sospecho que debo de haber mostrado alguna credencial, la cosa es que ya me hallaba caminando hacia el sitio nefasto.
El cadáver, como he dicho, estaba desparramado a la orilla de la vereda opuesta a la mía. Mientras pasaba por el frente vi sus restos informes, cual si fuese un cuerpo pasado por la licuadora, del que solo destacaban dos largos fierros arqueados, que en vida debieron ser sus piernas, semejantes a las piernas de los robots. Ante él hacía guardia un grupo de señoras agrupadas al estilo de un lienzo renacentista, posiblemente vecinas o familiares del occiso; algunas de ellas echaban viento con pañuelos para alejar el olor nauseabundo que desprendía el cadáver, olor que sin embargo no llegaba a mi acera. Las demás completaban la comparsa del último acto de la muerte.
La pared contra la que estaba apoyado el cuerpo era de un color amarillento.    

sábado, septiembre 20, 2025

El alce y el ciclista

Era un espacio dispuesto para unos alces que se paseaban tranquilamente por el patio interior de la casona. Los contemplaba desde el balcón techado del segundo piso, que rodeaba el cuadrilátero del patio de tierra dura. No eran alces como los que estaba acostumbrado a ver; estos carecían de cornamenta y sus hocicos se prolongaban en trompas de mínimo alcance, similares a las de los tapires. No comían, pero había algo en ellos que llamaba la atención; ejercían un movimiento respiratorio que les inflaba y desinflaba el cuerpo. Era bien curiosa la escena, en la que el silencio se iba transformando en un actor de cierta importancia. No había forma de que los alces subieran al balcón del segundo piso, pero aun así uno de ellos se las ingenió para hacerlo. Lo veía recorrer el balcón, avanzando lenta e indefectiblemente hacia su persona, y cada vez que se inflaba copaba el pasillo con su carne enanchada, de manera que ya era una potencial máquina asesina, tranquila y pacífica, pero asesina al fin y al cabo; no cabía hacerle frente, solamente se podía huir de ella, de la máquina de carne, y la única manera era hacerlo rápidamente, antes de que lo aplastara, enfilando por una salida estrecha que daba a un pasillo paralelo donde estaría a salvo, cosa que hizo en segundos. 
Pero no todo estaba escrito; el estrecho pasillo lo llevó a la calle donde ante la puerta de la casa lo esperaba su tía; era cosa de atravesar, saludarla y entrar.
Un ciclista que pasaba por la calle se detuvo, la figura ya estaba con su tía, pero el ciclista no se movía de su bicicleta y los miraba desde la vereda del frente. La figura pensó: estoy ante una situación de peligro, pero no alcanzo a entrar.
Entonces el ciclista atravesó con un hilo que le rajó la garganta a su tía, sin sacarle sangre. La figura quiso enfrentarlo con un palo, pero más le preocupaba la posible herida de su tía; no tenía nada serio, pero la situación era verdaderamente preocupante.  

miércoles, septiembre 10, 2025

Bagatelas

Comenzó a escribir acuciado por el miedo. Le parecía transitar días inseguros, aunque si aplicaba la razón, no más inseguros que antes; incluso menos inseguros. La conclusión no podía ser más simple: cómo pude haber vivido tanto tiempo con mi inseguridad a cuestas; cómo es posible que pueda seguir sorteando la vida con mi inseguridad a cuestas.
Ya que que no había una respuesta a su aprensión, el pensamiento no lo calmaba; alentaba su malestar.
La perfección se le iba internando en la bruma de la mente; estaba escrito que tampoco esta sería una obra maestra, apenas una bagatela. Las jugadas principales ya se habían hecho, el destino del trabajito estaba decidido.
Qué hay en mí, qué hay realmente en mí que sea digno de compartir con mis lectores. Una masa de miedos, de inseguridades que no dan para argumento. La forma ayuda, pero no lo es todo. Se trata de hacerle frente al bloqueo con nimiedades, ejercicios para olvidar un vuelo de avión enfrentando turbulencias.
Los aeropuertos dejaron de ser glamorosos; más interesantes parecerían hoy las historias que ofrecen los terminales de buses y de trenes.
Fui testigo de una persecución a la entrada de la Estación Central; el amenazado corría a esconderse en el andén del Metro; el cuchillero lo perseguía ante la vista horrorizada de los pasajeros que se habían bajado del tren. El andén se hallaba repleto de vendedores ambulantes; cada uno guardaba su metro cuadrado con celo, atesorando las bagatelas que les daban un respiro en la vida; uno de ellos era la víctima; otro, el cuchillero. La tensión disminuía.
No se me dan los cuentos de señoras acaudaladas, tampoco los de niños vulnerables ni jóvenes universitarias ni loros de Flaubert ni sumisiones ni donantes de órganos; tal vez de arqueros que atajan penales.


lunes, septiembre 01, 2025

Dudas existenciales de discreto alcance

¿Cómo puedo comprobar que pasa el tiempo? ¿Mirando el avance del segundero en el reloj? ¿Yendo de un lado a otro? ¿Contemplando el paisaje, el viaje del sol desde que amanece hasta que se pierde tras las montañas (otro día más)? ¿Sintiendo la ráfaga de viento, la caída de la lluvia desde el cielo, el pequeño cansancio, agradable, al caminar? ¿Comprobando científicamente las fases de descomposición de un cadáver, o viéndolo echado en la hierba, a merced de perros, aves e insectos? ¿Combinando imágenes e ideas en la mente para desviarlas a una pantalla de computador? ¿Moviendo la lengua y los labios para hacerle frente a una tensa o placentera conversación? ¿Aceptando la teoría de la relatividad que postula que el espacio y el tiempo son un solo objeto continuo de cuatro dimensiones y que el tiempo transcurre más lento en un espacio con mayor gravedad? ¿O la segunda ley de la termodinámica, que postula la tendencia hacia el desorden a través de la flecha del tiempo?
Quisiera responder que sí, pero nada me asegura, de esos ejemplos, que el tiempo está pasando. Lo que veo que pasa son circunstancias dentro del tiempo.
Lo que imagino es que el tiempo está detenido, que el tiempo no se mueve. Lo que imagino es que nosotros nos movemos en torno a él. Si estuviese solo en el mundo dentro de una cámara completamente oscura a prueba de todo, e inmovilizado, ¿esos pensamientos que circularían dentro de mi cabeza serían el tiempo? ¿La degradación de mi cuerpo sería el tiempo?
El espacio es visible; el tiempo es invisible, como Dios. La definición de Dios podría ser la definición del tiempo. El gigante irreflexivo. 
Hora de nuevas preguntas. ¿Había tiempo antes de la creación del universo o no había nada; es decir, solo había muerte? Entonces pudiese ser que el tiempo haya nacido de la muerte, que Dios haya nacido de la muerte. ¿La muerte en sí misma marca el final del tiempo para lo muerto? ¿Están realmente ligados el tiempo y el espacio? ¿Puede haber espacio sin tiempo, tiempo sin espacio? ¿Comenzó el tiempo con la expansión del espacio?
Lamento entregar cavilaciones como estas, envueltas en una capa de tontería que esconde una supina ignorancia científica y filosófica. Si me atrevo a plasmarlas se debe, aunque no lo crean, a que principiantes como nosotros también les dedicamos de vez en cuando un tiempo a estas cosas.

jueves, agosto 28, 2025

El miedo del lector al disparo de Peter Handke

Hará unos treinta años escribí un cuento que titulé "Malditas palabras". Hace veinte años escribí dos cuentos, titulados "El mundo de Ark ark Nauw, donde no todos los días amanece" y "El palacio azul". En el primer caso se aborda la diferencia abismal e invisible entre el vocablo y la representación mental que los seres humanos hacemos de él; en otras palabras, cómo las voces pueden estar revestidas de profundo significado para un personaje y de insustancial significado para otro, aunque se trate de un simple saludo de "buenos días". Los otros dos cuentos tratan de la visión desestructurada de la realidad que poseen los protagonistas de esos relatos. Pasan de una imagen a otra sin enlace o consecuencia, abordan situaciones incomprensibles con toda naturalidad; o por el contrario, ante sus ojos hechos ordinarios derivan en absurdos.
De seguro esos temas ya fueron tratados mucho antes por diversos creadores, sería cosa de escarbar un poco y hallaría montones de ejemplos. El caso al que me deseo referir recae en Peter Handke, reciente ganador del Nobel, quien en 1970 escribió la novelita "El miedo del portero al tiro penal".
La saqué de la biblioteca y cuando comencé a leerla pensé: estoy ante el típico caso de un autor que escribe mientras va imaginando, método tan convencional y aceptable como aquel en que el escritor "ya tiene armada la novela en la cabeza" o definida mediante un minucioso plan dispuesto en su cuaderno de apuntes. Luego me fui dando cuenta de que a pesar de que Handke fuese improvisando había detrás una esforzada y desesperante planificación. Al final de la lectura quedé en la duda, lo que habla bien del libro. Un libro difícil, denso, angustiante, que deja huella, como me la dejó la lectura de "Las tablas de la ley", de Thomas Mann, en las antípodas en cuanto a estilo, pero cuyo enorme mérito es bajar del pedestal la figura del profeta de Dios, Moisés, traducir el mito, hacer verosímil su historia, terrenales sus decisiones.
Me felicito de haber acertado en la interpretación que le di al libro de Handke, que para mí aborda dos cuestiones fundamentales: la locura, vista por dentro ("El palacio azul"); y el misterio del lenguaje ("Malditas palabras"). Ambas cuestiones se ven reflejadas en el pánico que provoca la trivialidad, el pánico ante la existencia misma y los detalles que van surgiendo del acto de vivir. Mientras leía no pude dejar de preguntarme, con buena intención y nada de intentos evasivos, si no será mejor atontarse con la idea de un whisky al atardecer, una película por la noche, la preparación de una receta casera al mediodía, la lectura de un libro por la mañana...    
Lamentablemente, el escritor austriaco se vio enfrascado en la polémica cuando tomó partido por la posición serbia en la guerra de Bosnia, al punto de negar la masacre de miles de musulmanes en Srebrenica. Llegado el caso, tomar partido es un trago amargo para los artistas; el lugar común dicta que preferirían sobrevivir en la tibieza de sus despachos adornados con libros, una botella, un paquete de cigarrillos y un cenicero a mano, y una buena chimenea. Muchos de ellos hacen carne esa práctica, guardando las proporciones yo también trato de no distraerme con los conflictos sociales y prefiero permanecer en mi cuarto propio, mas la realidad siempre ordena tomar partido, ya sea activa, pasiva o tácitamente. En los meses del estallido social, también llamado octubrismo, tomé partido por el orden y contra el vandalismo que día a día revolvía mi estómago y me obligaba a ir a la cama con tres copas de whisky en el cuerpo. Afortunadamente mi nombre no es más que un chispazo en la internet, de tal modo que nadie me contradijo, nadie me funó. Con Peter Handke sí que lo hicieron, sobre todo tras ganar el Nobel. 
A las personas como yo, algo propensas a la incontinencia de la sensibilidad, temerosas en el fondo del monstruo desconocido que se aloja en el alma, les cuesta leer novelas como estas; temo que demasiados la hayan abandonado a la cuarta página; temo lo peor, que uno solo haya soltado amarras e ideado planes prohibidos, nunca antes pensados, arriesgándolo todo por fidelidad a sí mismo.