Visitas de la última semana a la página

sábado, noviembre 22, 2025

Parado, sentado, acostado

Recorriendo museos -algo que no hago hace mucho tiempo- me preguntaba por qué me cansaba tanto; llegué a la ingenua conclusión de que el cansancio se originaba en la lentitud y persistencia de la caminata. Esto es, caminar deteniéndose ante cada cuadro, no caminar a paso firme. Ahí estaba la explicación.
Hoy pienso diferente, pienso que la solución de ese enigma era más fácil todavía. El hombre nació para estar sentado; o sea, fue mal fabricado. El ideal es estar acostado, pero acostado no se puede vivir, no se puede progresar, el hombre acostado habría durado poco tiempo en la tierra. De allí que las horas de sueño sean tan apetecidas, se las imagina uno como un premio. Lo que se aguarda no es tanto el sueño como el estar acostado. Las horas obligadas de sueño eximen de la culpa.
Estar sentado, hoy por hoy, es productivo. Se ve bien que el hombre esté sentado. Tome asiento señor, le cedo el asiento, señora. El Metro venía lleno, de milagro agarré un asiento. 
Qué sería de las oficinas si no hubiese sillas, ojalá con brazos y rueditas. Qué sería de las salas de espera de clínicas, hospitales, registro civil, bancos, sin asientos. Qué sería de los estadios, de los teatros, sin butacas.

sábado, noviembre 15, 2025

Disparates

Las razones por las él que me alentaba a descartar mis argumentos, mi percepción del fenómeno, eran atendibles y bien miradas las cosas, lógicas. Pero mi voluntad se negaba a inclinarse hacia el bando de la razón. Decidí que no iba a perder la batalla contra mí mismo.
Así fue como ocurrió todo; mantengo lo dicho -afirmé con un tono dubitativo, tímido. A un observador modesto le habría bastado esa vacilación para aplicar el aguijonazo extra que diera por terminado el duelo, por así llamarlo.
Creo, sin embargo, que mi interlocutor no captó el cambio de entonación, lo que me produjo un vago desencanto, pues más tarde descubrí que lo que anhelaba en el fondo de mi alma era ser humillado. El hecho fue que cerró abruptamente la carpeta y dio por concluido nuestro encuentro. 
De particularidades como la que acabo de narrar se van tejiendo historias que acaban en disparates. En cuanto a mi caso, estaba libre, libre una vez más para proseguir mi camino torcido.     

miércoles, noviembre 12, 2025

Exabrupto de mi madre

El asunto no era que mi madre se hubiese vuelto loca. El asunto era que se había revelado de la forma más inapropiada, abriéndose parte del brazo con una cuchilla y removiendo con el dedo de arriba abajo la herida ensangrentada, hundiéndolo en los tejidos, las venas, los músculos, delante de medio mundo. Mientras me lo contaban, yo me la imaginaba haciendo ostentación de su acto, refregándose maliciosamente la abertura de la carne con la mirada perdida. No se trataba de un intento de suicidio, se trataba de una conducta obscena de exhibicionismo. 
Eso me lo había contado Víctor, rompiendo una promesa. Mi madre le había hecho prometer que no me diría nada. Después de mucho insistirle me había narrado el drama. Era segunda o tercera vez que yo telefoneaba a la casa de mis padres; finalmente accedía a la verdad.
Me había llamado la atención que siempre me contestara Víctor. Él ya no vivía en la casa, no tenía por qué estar allí. Pero estaba, y debía de haber una razón de peso para que abandonara sus propias obligaciones, y para que se mostrara tan parco en el trato a la distancia. Ahora ya la conocía.
¿Por qué estaba él y no estaba yo? ¿Por qué mi madre no quería que yo me entarara de su exabrupto, para protegerme o como muestra de desconfianza, esto es, para castigarme? Dos misterios que quedarán para una reflexión más reposada.  

martes, noviembre 11, 2025

Que. Mente. Todos. Etc.

Leyendo a Flaubert, y a lo que Barnes escribió sobre Flaubert, se me despertaron las obsesiones relacionadas con la palabra escrita. En una parte de su libro, Barnes fotocopia unos recortes del maestro francés. Uno de los que me llamó la atención, porque al principio no lo entendí (luego me parece haber despejado el misterio que de paso da origen a estos apuntes) alude al subrayado del vocablo "que", utilizado varias veces en el mismo párrafo por el autor que Flaubert estudiaba en ese momento. Recordé a José Donoso y supuse que Flaubert pensó que esa reiteración afeaba el texto, lo alejaba de su propia obsesión por cazar la palabra justa, el término exacto. A Donoso, quien a mi juicio es más famoso de lo que justifica su obra, le leí una vez que había que evitar los "que", sin explicar sus razones para ello. Debió de escribir eso influenciado por Flaubert. Al igual que Jorge Edwards, le gustaba compararse con los monstruos, Flaubert en su caso y Montaigne en el de Edwards.
El asunto es que estas barbaridades me contagiaron y empecé a fijarme en los "que" en cada libro que leo; asimismo, he intentado evitarlos en mis propios escritos, sin ningún éxito, a juzgar por lo que se lee aquí. En estas pocas líneas ya lo he usado doce veces, sin contar los entrecomillados.
Tratar de reemplazar la conjunción que es difícil, sino imposible; lo mismo vale para el pronombre relativo que: son demasiadas las ocasiones en que su uso lo exige. Ayer mismo leía un cuento de Borges, de quien no se podría decir que escriba mal o que utilice lugares comunes. Los que eran infaltables en cada párrafo. Y con esto pongo punto final al problemilla de los que, antes de que a la sesera se le agregue una causa más para su deterioro, descontando el paso de los años. Hacía tiempo que no estaba de acuerdo conmigo mismo: su uso es inevitable. Y qué.
Paso a continuación a abordar los mente.
He aquí un asunto más fácil, sobre el cual nos han alentado una multitud de autores pesos pesados, sin ir más lejos Vargas Llosa y García Márquez, antes o después de que se agarraran a trompadas, realmente no lo recuerdo, en todo caso antes de que pasaran a mejor vida. Ellos se cansaron de alertar sobre el abuso de los adverbios, otros lo siguen haciendo, especialmente aquellos terminados en mente (ojo, llevo dos en el mismo párrafo, me queda solo un tiro más en el cartucho antes de ser condenado al bostezo que según se proclama causan los momentáneamente, escandalosamente, sigilosamente, libremente, etc. Corregir). Se ve brava la cosa, es harto complicado entrar a explicar por qué no se debe abusar de los adverbios terminados en mente, pareciera que el oído es el que dicta esa norma no escrita, o el sentido común. Si existen alternativas, yo le recomiendo que las use y y así se evitará problemas con la crítica (al lector estos detalles no le importan; con suerte entenderá el sesenta por ciento de lo que usted escribe, me refiero a cuando escribe claro, clarísimo. Y si el lector bosteza es que lo que escribe es notablemente aburrido, aunque también puede que sea ligeramente aburrido, dejémoslo en aburrido). 
Otro adverbio que se cuela como que no quiere la cosa en montones de textos es muy y su primo hermano mucho. Decir que Joseph Cotten fue un buen actor es condenarlo al escalafón de la mediocridad, por eso es mejor que Joseph Cotten haya sido un catalogado de muy buen actor; también de gran actor; pero sonaría feo decir que fue un muy buen gran actor, sonaría raro, entre exagerado e irónico. Lo mismo con su primo hermano mucho. No sería políticamente correcto afirmar que el cantante Luis Jara se veía gordito en sus primeros tiempos porque comía mucho Lucho. El recato sugiere el comentario siguiente: Lucho Jara se veía gordito porque comía. No. Algo falta.
O sea, el muy y su primo hermano a veces son exigibles, pero allí estriba la trampa. A la vuelta de la esquina el picoteo estuvo muy rico, me gustó mucho la película, lo que pasa es que él la quiere mucho a ella y ella no lo quiere tanto a él; en ese caso sería mejor, mucho mejor, por el bien de la pareja, oír que él la quiere a ella y ella lo quiere a él. O que ella lo quiere mucho poquito y nada y que él la quiere más que a su propio ser, o tanto como su propio ser, es casi igual, siempre que ella lo quiera aunque sea un poquito, pero no muy poquito, pienso que en ese caso es mejor que se separen.
Y qué decir de todos, que puede ser adjetivo o pronombre. Les pido que se fijen en una noticia cualquiera de los diarios o en novelas escritas por aspirantes al salón de la fama. Los todos salen hasta en la sopa. No daré ejemplos. Está bien decir que todos los días pueden ser Navidad, pero está mal decir Feliz no cumpleaños te deseamos a tú. Me la juego al todo o nada. A propósito de nada, la Rae define a la nada como la inexistencia total o carencia absoluta de todo ser. Se fue al chancho. Y en relación con lo que es mi personita, al revisar mis textos saco todos los todos y aun así se me pasan unos cuantos.
Por ahora no me voy a meter con los signos, no lo considero prudente; estos plumíferos insignificantes ya vienen siendo cosa de estilo, estoy hablando del guión que usan los periodistas en sus entrevistas, el punto y coma del que abusa Borges con elegancia, los puntos suspensivos de Céline, el punto seguido de Ramírez Capello, etcétera etcétera etcétera...
No sé por qué de repente me da por escribir estas leseras. Ya sería hora de sentar cabeza. Hasta cuándo la misma farsa. 

lunes, octubre 27, 2025

Desacuerdos de oficina

En síntesis, el editor del diario provinciano cuestionaba mis iniciativas. Ostentaba su poder delante de los demás reporteros, a lo más habría dos o tres en la oficina; insinuaba en modo potencial que yo tendría la obligación de consultarlo antes de proceder. Es más, no podía andar desparramando mi estilo con viento fresco; aquí las cosas no eran así.
Yo lo escuchaba sin importarme un rábano, sus palabras me entraban por un oído y me salían por el otro. No es que lo menospreciara; sencillamente él no acababa de entender mi posición en el periódico. Yo había llegado voluntariamente a colaborar. Regalaba mi talento a la empresa, que se beneficiaba objetivamente de él; eso sí que el editor lo entendía, de allí que sus críticas fuesen medrosas, hipócritas. De manera que todo continuó tal cual; él había desperdiciado saliva y yo acentuaba mi prestigio; no hubo más drama que eso.
Diferente fue la situación en la vieja casa de mi colega y amigo José Gai. Allí se respiraba generosidad, aunque las cosas no cuadraban. El lavamanos estaba tapado y el orinal goteaba, mojando la baldosa. El otro baño no lucía mejor y la cocina era un desastre de ollas amontonadas en el lavaplatos, aunque todos parecían convivir alegremente en medio del caos.
Gai me preguntó si ya lo había hecho y le contesté que sí. Nos despedimos cariñosamente; al ayudante quise darle un abrazo en el pasillo, pero se mostró reticente; tal vez temía ser apuntado con el dedo, mala cosa para él, considerando su bajo perfil. Las mujeres de la casa no presentaban características que se acoplaran al recuerdo. Al jefe lo seguí a la calle; el caballero vestía un terno gris y atravesaba la plaza rumbo a la escala que daba al edificio público. Era un hombre maduro, amable, reflexivo, pero tampoco estaba para abrazos. Decidí continiuar con mis asuntos, en un estado de ánimo optimista.     

lunes, octubre 20, 2025

Después del concierto

-¿Estás bien?
-¿Por qué lo preguntas?
-Te noto extraño.
-Estoy bien. No sé... a veces...
-Andas mirándote en todas partes. Aprovechas cada espejo, cada escaparate para mirarte. ¿Crees que no me he dado cuenta?
-No es nada. Quiero ver el programa, convídame el programa, por favor.
-Pavana para una infanta difunta. Concierto para violín, de Korngold. La Inconclusa de Schubert.
-Ah... cuánto esperaba este concierto.
-No preguntes por el programa, entonces. Te lo sabes de memoria.
-Son los detalles, amor. Me interesan los detalles.
A la salida, bajo la noche serena, camino a casa, las calles silenciosas, ella lo reconviene.
-Ya estás con ese tic. Te has mirado tres veces, hasta retrocediste para volver a mirarte en la puerta de vidrio de ese edificio.
-No me di cuenta. Tendré la cabeza en otra parte.
-¿Qué estás tratando de comprobar?
-Si te lo digo... ¿me creerás? ¿O pensarás que me estoy volviendo loco?
-Llevo años pensando que estás loco. Y no te creas tan listo. Los locos no son más inteligentes que los cuerdos, solo son más locos.
-Tu palabra posee el don misterioso de cerrarme los caminos. Siempre ha sido así.
-No dramatices. Habla, aprovecha el momento, ha sido un hermoso concierto, estamos en confianza. Pero no exageres.
-Está bien, me lanzo entonces. ¿No te sucede, como a mí, que necesitas comprobar una y otra vez que eres tú, que eres tú la que camina con tu cuerpo? Es algo así como... no te burles... lo digo en serio. Tengo que verme de frente, de perfil, de espaldas, ver mi cabeza, mi pelo cano y raleado, mi nariz ganchuda, ver las fotos que me toman sin aviso. Ya es una obsesión, la de verme no como yo creo que me veo, sino verme desde afuera, como siempre me han visto mis hijos, tú, mis amigos, los desconocidos con los que se cruza mi figura... Hace un tiempo, un mes, no sé, dos meses, se me fue volviendo imperioso darle una vuelta de tuerca a mi verdadera identidad, la que ahora se me antoja que no se halla dentro de mis ojos, sino en lo que reflejan de mí los espejos, las miradas ajenas
-¿Y qué has logrado con eso?
-Cada vez que enfrento esa experiencia me doy cuenta de que el que creía ser yo era otro. Durante años me creí más grande de lo que realmente era. Los espejos me están revelando una realidad escondida, están aplastando mi orgullo. Mi próximo tiempo debería dedicarlo a adaptarme a esta nueva condición.

sábado, octubre 18, 2025

La fábrica

Decido crear de la nada un par de protagonistas de una ficción por escribir. Ella será una lumbrera; él, un operario en una fábrica de ensamblaje. Ambos vivirán en una modesta población. Noto que ya existen antecedentes, si se escarbara en aspectos secundarios de mi vida. 
-Dónde vas.
-Necesito beber.
-No vuelvas muy tarde.
Atraviesa la ciudad, la pequeña ciudad, hasta llegar al bar. El cantinero le pregunta:
-¿Lo de siempre, señorita?
Ella bebe con melancolía, sentada frente a la ventana que da a la calle. La gente pasa y la mira.
En historias como estas no es raro que al bar entre un criminal -conocido o desconocido para la mujer, eso se sabrá más tarde- y se siente en su mesa. El criminal puede ser un pervertido, un terrorista o un asesino en serie.
-Invítame a un trago.
La joven hace un gesto; el cantinero se acerca con una cerveza.
-No, algo más fuerte.
-Tráele lo que pide, Renán.
El mensaje gestual ha sido comprendido.
-¿Vienes conmigo? Quisiera presentarte a mi pareja. Trabaja en la fábrica de ensamblaje.
-Hoy no, podría ser mañana.
-Aquí estaré.