Leyendo a Flaubert, y a lo que Barnes escribió sobre Flaubert, se me despertaron las obsesiones relacionadas con la palabra escrita. En una parte de su libro, Barnes fotocopia unos recortes del maestro francés. Uno de los que me llamó la atención, porque al principio no lo entendí (luego me parece haber despejado el misterio que de paso da origen a estos apuntes) alude al subrayado del vocablo "que", utilizado varias veces en el mismo párrafo por el autor que Flaubert estudiaba en ese momento. Recordé a José Donoso y supuse que Flaubert pensó que esa reiteración afeaba el texto, lo alejaba de su propia obsesión por cazar la palabra justa, el término exacto. A Donoso, quien a mi juicio es más famoso de lo que justifica su obra, le leí una vez que había que evitar los "que", sin explicar sus razones para ello. Debió de escribir eso influenciado por Flaubert. Al igual que Jorge Edwards, le gustaba compararse con los monstruos, Flaubert en su caso y Montaigne en el de Edwards.
El asunto es que estas barbaridades me contagiaron y empecé a fijarme en los "que" en cada libro que leo; asimismo, he intentado evitarlos en mis propios escritos, sin ningún éxito, a juzgar por lo que se lee aquí. En estas pocas líneas ya lo he usado doce veces, sin contar los entrecomillados.
Tratar de reemplazar la conjunción que es difícil, sino imposible; lo mismo vale para el pronombre relativo que: son demasiadas las ocasiones en que su uso lo exige. Ayer mismo leía un cuento de Borges, de quien no se podría decir que escriba mal o que utilice lugares comunes. Los que eran infaltables en cada párrafo. Y con esto pongo punto final al problemilla de los que, antes de que a la sesera se le agregue una causa más para su deterioro, descontando el paso de los años. Hacía tiempo que no estaba de acuerdo conmigo mismo: su uso es inevitable. Y qué.
Paso a continuación a abordar los mente.
He aquí un asunto más fácil, sobre el cual nos han alentado una multitud de autores pesos pesados, sin ir más lejos Vargas Llosa y García Márquez, antes o después de que se agarraran a trompadas, realmente no lo recuerdo, en todo caso antes de que pasaran a mejor vida. Ellos se cansaron de alertar sobre el abuso de los adverbios, otros lo siguen haciendo, especialmente aquellos terminados en mente (ojo, llevo dos en el mismo párrafo, me queda solo un tiro más en el cartucho antes de ser condenado al bostezo que según se proclama causan los momentáneamente, escandalosamente, sigilosamente, libremente, etc. Corregir). Se ve brava la cosa, es harto complicado entrar a explicar por qué no se debe abusar de los adverbios terminados en mente, pareciera que el oído es el que dicta esa norma no escrita, o el sentido común. Si existen alternativas, yo le recomiendo que las use y y así se evitará problemas con la crítica (al lector estos detalles no le importan; con suerte entenderá el sesenta por ciento de lo que usted escribe, me refiero a cuando escribe claro, clarísimo. Y si el lector bosteza es que lo que escribe es notablemente aburrido, aunque también puede que sea ligeramente aburrido, dejémoslo en aburrido).
Otro adverbio que se cuela como que no quiere la cosa en montones de textos es muy y su primo hermano mucho. Decir que Joseph Cotten fue un buen actor es condenarlo al escalafón de la mediocridad, por eso es mejor que Joseph Cotten haya sido un catalogado de muy buen actor; también de gran actor; pero sonaría feo decir que fue un muy buen gran actor, sonaría raro, entre exagerado e irónico. Lo mismo con su primo hermano mucho. No sería políticamente correcto afirmar que el cantante Luis Jara se veía gordito en sus primeros tiempos porque comía mucho Lucho. El recato sugiere el comentario siguiente: Lucho Jara se veía gordito porque comía. No. Algo falta.
O sea, el muy y su primo hermano a veces son exigibles, pero allí estriba la trampa. A la vuelta de la esquina el picoteo estuvo muy rico, me gustó mucho la película, lo que pasa es que él la quiere mucho a ella y ella no lo quiere tanto a él; en ese caso sería mejor, mucho mejor, por el bien de la pareja, oír que él la quiere a ella y ella lo quiere a él. O que ella lo quiere mucho poquito y nada y que él la quiere más que a su propio ser, o tanto como su propio ser, es casi igual, siempre que ella lo quiera aunque sea un poquito, pero no muy poquito, pienso que en ese caso es mejor que se separen.
Y qué decir de todos, que puede ser adjetivo o pronombre. Les pido que se fijen en una noticia cualquiera de los diarios o en novelas escritas por aspirantes al salón de la fama. Los todos salen hasta en la sopa. No daré ejemplos. Está bien decir que todos los días pueden ser Navidad, pero está mal decir Feliz no cumpleaños te deseamos a tú. Me la juego al todo o nada. A propósito de nada, la Rae define a la nada como la inexistencia total o carencia absoluta de todo ser. Se fue al chancho. Y en relación con lo que es mi personita, al revisar mis textos saco todos los todos y aun así se me pasan unos cuantos.
Por ahora no me voy a meter con los signos, no lo considero prudente; estos plumíferos insignificantes ya vienen siendo cosa de estilo, estoy hablando del guión que usan los periodistas en sus entrevistas, el punto y coma del que abusa Borges con elegancia, los puntos suspensivos de Céline, el punto seguido de Ramírez Capello, etcétera etcétera etcétera...
No sé por qué de repente me da por escribir estas leseras. Ya sería hora de sentar cabeza. Hasta cuándo la misma farsa.