Cuántos de aquellos silenciosos caminantes, pasajeros de tren, inmóviles pacientes de salas de espera, nocheros, soldados de guardia, estarán hablando por dentro, su mente recordándoles, repitiéndoles la misma idea lacerante que circula en el velódromo de sangre una y otra vez, y otra vez, y otra vez, hasta el vértigo.
Cómo enfrentarán sus batallas, con qué temple; cómo saldrán de la encerrona si ni la oración les sirve para vencer al enemigo escondido dentro de sí mismos, en lo más profundo de sus almas. ¿Son ellos su propio capital o les bastará su cobardía? ¿Vislumbrarán la angustia del nuevo amanecer esperanzados?
El cielo amenaza ruina y de pronto la dulzura de un arpa, el paso del vecino nocturno, la pálida Luna cumpliendo los mandatos del tiempo; cosas así, el llamado por el altavoz, el cambio de turno, el ingreso a la oficina, algo que no es lucha, no es resignación, algo mágico en el fondo, inesperado, ocurre.
Mi nombre no tiene importancia, mi edad tampoco. Sólo diré que mi título de Vicioso y Hombre Malo me fue conferido, tras estudiar la vida entera en su academia, por una milenaria formalidad ideada naturalmente por los hombres. Y que si de algo soy testigo es de un derrumbe moral que me ataca por todos los flancos y me obliga a sumarme a él, en el entendido de que la verdad no es otra cosa que aquello que todos tratan de ocultar.
1 comentario:
Esas cosas cotidianas y que se vuelven mágicas tienen el poder de romper con ese flujo incesante de pensamientos y por unos instantes conducirnos al paraiso. No se que seria de nosotros atados a esta rueda del infortunio.
Un caluroso abrazo.
La Lechucita
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