¿Y si viviera aquí, por qué no, qué me lo impide? No me agradan las casas con arbustos de hojas verde oscuro a las entradas, las casas que reciben en la sombra al forastero; no elegiría una así. Tendría que ser algunas de estas que estoy mirando en diagonal; casas sencillas de un pueblo silencioso, moderado.
Incluso aquella de color blanco que se divisa detrás de todas, a los pies del cerro, con aires de mansión provinciana, de balcones y ventanas en aguja; incluso para esa alcanzaría el presupuesto, aunque a mis amigos les parecería una humorada de las mías, una excentricidad de la que se beneficiarían no acorde con la mofa de sus buenos corazones.
Me han dicho, sí, que un solo espectáculo desentona con la placidez del pueblo. Es el que suele dar un tontorrón que se pasea desnudo, arrastrando la verga por la tierra; un grandote de escaso entendimiento que va hacia el campo en busca de animales. Pero lo hace en la profundidad de la noche, calladamente, y cuando regresa a su hogar aún no ha amanecido.
En cuanto a las necesidades esenciales, aquí están solucionadas. Y ya sé que hay una micro que la comunica con las ciudades mayores. Si tuviese que ir al médico tomaría la micro de las tres, me atendería a las seis y volvería a las ocho, para llegar un poco pasado de hora a la cena.
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