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domingo, agosto 04, 2024

Promesa de amor

Una vez que ya nos vimos, estábamos bien abrazados en un rincón que unía dos altas paredes de esa casa antigua, descolorida, casa melancólica, me hizo saber que por la tarde íbamos a gozar en la cama. Entre palabras adormecidas que salieron de su voz profunda me manifestó que deseaba ofrecer a mis sentidos su intimidad posterior; no era una insinuación la suya, sino una decisión. 
Vaya, así están las cosas, no me lo esperaba en este momento, no sabía a ciencia cierta si me interesaba su propuesta, si estaba en condiciones de asumirla. 
Alrededor de las dos de la tarde me hice acompañar por mi viejo amigo de juergas, para los que no lo conocen, un hombre calvo de lentes oscuros con tatuajes en los brazos. Recordamos que la tienda se hallaba en uno de los pasajes del centro, pero no había forma de encontrarla, años que no andábamos por ahí. El calvo de gafas me guiaba por los pasillos embaldosados; se hacía respetar haciendo a un lado a la gente.
Subimos por una escalera de mano, echando abajo a los demás interesados; antes de llegar al techo descubrimos el puesto de ropa usada de mujer, pero el artículo que perseguíamos ya no estaba a la venta, de modo que pronto nos vimos en ese camino situado en los arrabales, dispuestos a dar con él. 
Ya nos devolvíamos, eran cerca de las cinco de la tarde, la hora que anuncia el crepúsculo, cuando mi viejo amigo calvo de lentes oscuros indicó hacia arriba, con su dedo índice.
-Allá está, ¿lo ves?
Dispuesto en el muro de adobe, adherido a unos alambres para no caer al vacío, se hallaba lo que andaba buscando. 
Ahora era cosa de ir por ella. 

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