Visitas de la última semana a la página

sábado, febrero 15, 2020

Dios

Cuatro amigos se reunieron en un alejado pueblo sureño al borde de un lago, libres de prejuicios, para escarbar en los lugares comunes que dan acceso a la luz del misterio divino, dejando para las noches siguientes lo que surgiera de la tertulia. Deshechas las maletas, distribuidas las habitaciones y tras compartir unos tallarines con salsa de tomates y una botella de vino tinto, se sentaron a sus anchas frente al fuego de la chimenea, arrellanados en sus sillones, y entraron en materia, con la alegría íntima de saberse dueños de un largo fin de semana para ellos solos.
Comenzó el anfitrión y propuso que lo mejor sería partir por el supuesto de que Dios no existe. Así todo se haría más fácil y podríamos cambiar de tema, aún estamos a tiempo, advirtió. Entonces quién creó las cosas, quién nos creó a nosotros, le rebatió su compañero del sillón opuesto en diagonal. De ser así, en el origen todo se creó solo, nadie creó las cosas, dijo el tercero, de frondoso bigote. Todo ha sido una casualidad, si no un sueño, dijo el cuarto, de lentes poto de botella. Si todo es un sueño es que estamos durmiendo, tanteó el de frondoso bigote. Echemos una cabezadita, propuso el de lentes poto de botella.
Se entregaron a un ligero sueño en sus sillones y no tardaron en despertar. Abrieron otra botella, partieron un trozo de queso y mientras lo disfrutaban, mientras paladeaban el vino, uno de los cuatro amigos, el Anfitrión, se apropió de la palabra para derribar dos grandes mitos. El primero, dijo secamente, es que Dios está en el cielo. Si no ustedes, yo por lo menos he vivido con esa creencia buena parte de mi vida, y cada vez que le elevo una plegaria, nótese que usé la voz elevo, me arrodillo mirando hacia arriba, convencido de que Dios me está escuchando allá en el cielo. Tienes razón, comentó el del sillón en diagonal. El de bigotes agregó que el ser humano tiene el defecto de pensar que la felicidad está más allá, en otra parte, lo que en el caso de Dios se extiende al cielo o mejor dicho, al reino de los cielos. Poto de botella complementó que si el cielo se entendía como "el espacio", el mito se derrumbaba por sí solo, pues no habría un motivo lógico para suponer que Dios se hallaba al final de un viaje a través del espacio, como si el espacio tuviera principio y fin, como si se tratara de un punto cercano a la Luna, a Marte, a Ganímedes o a cualquier exoplaneta; es más, a lejanas galaxias situadas en los extramuros del universo. Bastaría entonces con llegar hasta ese remoto sitio y preguntarse: "pues bien, estoy aquí, pero ¿dónde está Dios, que no lo veo?" Retomó la palabra el Anfitrión para recordar que las más tempranas enseñanzas del catecismo dan cuenta de que Dios está aquí, allá y en cualquier lugar, de lo que él desprendía que no se hallaba realmente en ninguna parte porque estaba en todas. O en la sustancia de todas las cosas, observó el Sillón en diagonal. Si fuese así, dijo Bigote, habría que entenderlo como una energía, una especie de llama eterna al estilo de lo que predicó Zoroastro, una llama que inflama de vida las cosas de este mundo, ya que aún no nos hemos referido al otro mundo, al Más Allá. Poto de botella sostuvo que esa forma de ver a Dios lo acercaba a los postulados de la física y la química, asimilándolo a los gases incandescentes que consumen su energía desde el principio hasta el fin, una y otra vez, dando origen a una estrella y a otra y a otra que brillan en el firmamento durante miles de millones de años, hasta que se extinguen. Mas, que se sepa, agregó, las estrellas no disponen de inteligencia ni raciocinio.
El Anfitrión levantó la mesa, cogió un delantal, se lo anudó en la espalda y lavó los platos. Con el amén del Anfitrión, Bigote acudió a la vitrina, sacó una botella de cognac y vertió parte de su contenido en cuatro copas de cristal. Se propuso un brindis por el Todopoderoso, el que derrama la dicha y los tormentos sobre la especie humana. Los cuatro amigos se pusieron de pie y sorbieron el néctar de los dioses; luego se volvieron a sentar.
El Sillón en diagonal tomó la palabra y preguntó de qué se trataba el segundo mito. Como si le hubiera leído el pensamiento al Anfitrión, fue Poto de botella quien desplegó la idea. Dijo que desde su más tierna infancia, apoyado en los textos sagrados, se le enseñó que Dios era poseedor de las máximas facultades del pensamiento, las que se expresaban de la misma forma que la conducta humana; es decir, Dios piensa, premia, castiga, organiza, observa, pero en forma perfecta. Así se explican las mandas, el temor de Dios, los milagros, la oración cargada de peticiones, apuntó el Anfitrión. Bigote preguntó entonces por qué los textos sagrados hablan de la creación del hombre "a imagen y semejanza" de Dios. El Sillón en diagonal conjeturó que un hombre "a imagen y semejanza de Dios" es un ente que porta el germen de la vida y de la muerte, la organización, la desorganización, el crecimiento, el desarrollo y la putrefacción que da origen a nueva vida. Hay en el hombre la misma clase de energía que enciende la luz de las estrellas y el mismo tiempo que consume esa energía, estimó Bigote. De lo que me atrevo a colegir, dijo el Anfitrión, que tú entiendes a Dios, si es que Dios existe, como un dios del tiempo. Todo el mundo nos ha hablado hasta ahora de un dios eterno, omnisciente, omnipresente, omnipotente, pero lo que afirmas es que tendría fecha de extinción. Bigote guardó incómodo silencio, que rompió el Sillón en diagonal. Si el tiempo no fuese más que otra de las grandes ilusiones, dijo, necesariamente incluiría al Más Allá, pues sin principio ni final abarcaría el antes y el después, que no existirían, ya que formarían parte del todo, de la ilusión completa. En eso coincido con ciertos textos sagrados que prometen la resurrección. Del mismo modo, la muerte no sería otra cosa que un viaje en el tiempo. Dicha idea fue cuestionada por Poto de botella, quien exigió una aclaración. El Anfitrión interpretó el pensamiento del Sillón en diagonal acerca de la muerte como un desplazamiento de la energía desde la materia hacia el espacio y nadie quiso contradecir dicha hipótesis.
Surgieron los primeros bostezos; el reloj de pared dio las dos de la mañana. Los cuatro amigos consideraron el aviso como un llamado al descanso; se levantaron de sus sillones y se marcharon a las habitaciones que les había preparado el Anfitrión, optando por darle una segunda vuelta al tema en la siguiente velada.
Afuera, el viento mecía los árboles y la niebla ocultaba la visión del lago.
Segunda noche

Al día siguiente disfrutaron de las delicias del balneario. Se levantaron cada uno a la hora que más les acomodó y dejaron sus camas hechas, conforme al acuerdo inicial; a eso del mediodía se reunieron en el café y luego almorzaron un menú ligero en el restaurante Tío Pedro. El tiempo les regaló un día precioso, de modo que pasaron la tarde entera en la playa de arenas negras, alternando el baño con la lectura. A la hora de la cena el Anfitrión los sorprendió con unas truchas que informó haber comprado en un puesto ubicado en la península del lago. Las acompañó con humeantes papas cocidas y ensaladas. Poto de botella se cuadró con dos vinos chardonnay Casillero del diablo, el Sillón en diagonal apareció con un litro de helado de limón de pica y Bigote ofreció para el momento del bajativo una botella de bourbon Bulleit, ofrecimiento que no originó protestas de ningún tipo.
Acabada la cena, Poto de botella se ofreció para lavar los platos, mientras el Sillón en diagonal encendía la chimenea; negros nubarrones habían ensombrecido el cielo al atardecer y ya se presentían aires de lluvia. Ese era el ambiente cuando se reinició la charla.
El Anfitrión planteó que al asunto de Dios no se le debía dar demasiadas vueltas, porque o bien se caía en bochornosas reiteraciones o se entraba en la simple y llana especulación, que a nada podía conducir. Sin embargo, conjeturó que para él había una verdad fuera de cualquier duda, y era la de que Dios no era humano en apariencia ni en inteligencia, vale decir, ni en cuerpo ni en alma, y lo decía arriesgándose a la excomunión, pues, admitió, aún se consideraba católico, apostólico y romano. "Yo lo vislumbro como esa luz enceguecedora de la que habla el Dante en su Divina Comedia; es lo más parecido a la divinidad que me ha regalado el arte", afirmó Bigote, palabras con las que concordó el Sillón en diagonal, no así Poto de botella, quien desplegó ante la chimenea el último alcance sobre el tema. Postuló, medio en broma y medio en serio, que Dios, aun con toda su perfección y todo su poder, no era capaz de hacer las cosas que hacía el hombre y a lo más, si se aceptaba su existencia, las hacía a través del hombre, empleando al finalizar su perorata un término que hizo empalidecer al Sillón en diagonal y reír a carcajadas al Anfitrión y a Bigote. "Dios -argumentó Poto de botella, absorto en su divagación- creó el Universo, es cierto. Nada fácil. Hizo que el polvo se convirtiera en materia sólida y que el fuego de las estrellas tomara forma. Estableció la variante planetaria, consistente en convertir los despojos de las estrellas en esferas rotatorias que tarde o temprano iban a dar origen a la vida, lo que a la postre sucedió. La gracia de Dios entonces fue aprovechar un resto que cualquier otro habría arrojado a la basura, me refiero a los planetas, sacándole provecho gracias a su buen ojo. La otra gracia de Dios fue haber creado el tiempo y el espacio, todo un logro. Creo que hasta aquí llega Dios, salvo que se me hubiera olvidado algo, pero lo dudo. El asunto es que Dios se echó a descansar hace tiempo, porque todo lo que tenía que hacer ya lo hizo".
Los tres lo miraban estupefactos.
"Veamos ahora al hombre -prosiguió-. Creó la televisión. ¿Son capaces de imaginarse ustedes cómo un señor pasado de peso que está en los estudios del Canal 13 puede verse dentro de una pantalla plana de TV no sólo en la casa suya sino que en las casas de todo el mundo? Y nótese que aquí va incluido otro invento: el satélite. O sea, mandar un cohete sin equivocarse un solo metro a la estratósfera y luego hacer que el aparato que lleva empiece a dar vueltas alrededor de la Tierra, conectando señales que se le envían desde abajo. A mí no se me habría ocurrido nunca. El hombre creó las redes, los sistemas, ¡la computación, que es una cosa de otro planeta! El hombre hace que un chorro de agua que cae a una turbina proporcione energía eléctrica a un país completo. Hace que una máquina de cuatro ruedas se mueva con sólo dar vuelta una llave y apretar un pedal. ¿Qué tal, sería capaz Dios de hacer eso? Sumo y sigo: ¿acaso Dios es capaz de fabricar un submarino nuclear? ¿O un humilde lápiz Faber número dos? No, mis amigos, Dios se aprovecha del hombre y se va a la cochiguagua, sería el momento de admitirlo".
Tras las mencionadas risas del Anfitrión y de Bigote, el Sillón en diagonal se permitió discrepar de sus palabras. Aceptó que Dios no poseía las dotes de un prestidigitador o un mago que puede sacar un micrófono de su sombrero. "Pero Dios -postuló- puede hacer todo eso y mucho más por extensión, a través de una misteriosa facultad delegatoria, en el entendido de que es imposible que el hombre cree algo si antes alguien no lo ha creado a él".
El Anfitrión atizó el fuego, los cuatro amigos brindaron "a la salud de Dios" y dieron por cerrado el debate. Afuera ya había comenzado a caer una fina lluvia; de tanto en tanto las gotas rebotaban en los cristales, empujadas por el viento.
La noche era joven; fue servida la primera ronda de whiskey, paladeada con fruición. Luego de un dulce silencio que se prolongó durante varios segundos, Bigote sintió la necesidad de sacarse un recuerdo de la mente, acicateado por el alcohol que se mezclaba con su sangre.
"Esto que deseo contarles se aparta del tema que nos ha convocado, pero así se dan las cosas esta noche, de manera que si alguien se opone, que hable ahora o calle para siempre..."
Reinó el silencio en la sala. Bigote prosiguió: "Se trata del esbozo de la historia de una mujer que conozco hace años y que siempre me ha impresionado por las razones que ya habrán de saber. Muchas veces he pensado plasmar su vida en un cuento, pero como el Creador no me regaló los talentos de un artista me veo motivado a deshacerme de ella esta noche tan proclive a los recuerdos, a las confesiones y a la grandeza del espíritu". Los tres amigos le dieron el pase, gustosos, y se dispusieron a escuchar.
Y así habló Bigote:
No bien se marchitaron las flores, no bien la primavera dio paso a un verano abrasador que secó cuanto estuvo a su alcance, no bien volvieron los primeros rayos inclinados de la estación dorada, Gisela reapareció en las calles del centro de Santiago. Según me contaron sus amigas, las pocas que le quedaban, había pasado unos días en una modesta residencial de Viña del Mar, que pudo pagar con el esfuerzo de meses de ahorro. Se había dado ese gusto con la expresa finalidad de disfrutar del Festival, pasión juvenil que aún conservaba a pesar de sus años, de los que no daré más pistas por caballerosidad.
Como decía, ese día de otoño la divisé caminando por McIver. Al parecer salía de la Iglesia de la Merced y se movía candorosa, tanteando la vereda con las puntas de los pies; sus zapatos blancos de suela de goma semejaban plumas que la transportaban sobre el pavimento, ese garbo desprendía para el que no la conociera. Me disculparán por el siguiente alcance que haré de ella, pero el rostro de Gisela siempre lo relacioné con el de una calavera, por la marcada forma de sus pómulos y su amplia frente redondeada. Imagino que acabo de regalar una encontrada impresión de su figura, de modo que daré un paso atrás para volver a describirla: Gisela es dueña de una piel blanca como la leche, bajo la cual corren venas azulosas que le otorgan un aire virginal. Su rostro de muñeca, cuyo centro de interés son sus ojos azules, preciosos, diríase que surgidos de torrentes de agua de las tierras australes, protegidos por hermosos párpados que le dan a su mirada un aire ensoñador; su rostro de muñeca, decía, descansa en su eterna sonrisa formada por labios para ser besados y dientes de Berenice. Su pelo liso y brillante completa una cara de estrella cinematográfica, todo lo cual, sumado a su porte de modelo de pasarela, hace que los hombres se vuelvan a mirarla. Y aun así, siempre le encontré cara de calavera.
Los amigos rieron; el Anfitrión sirvió la segunda ronda y Bigote continuó con su relato.  
Costaría pensar qué la llevó a arrendar una pieza de residencial para pasar unos días de vacaciones; aun más, a vivir de modo tan modesto en Santiago, pues de hecho sé que comparte un pequeño departamento en la villa Olímpica con su madre, si no agregara el detalle que les revelaré a continuación.
Bigote no tuvo necesidad de esperar la pregunta de sus amigos. Solo se limitó a guardar un breve silencio y disparó:
Gisela padece desde su temprana juventud de glaucoma, en fase irreversible; sus ojos son diamantes vacíos, piedras falsas incapaces de revelar las profundidades del alma, puesto que mueren en la superficie. Gisela mira eternamente hacia un punto indeterminado del espacio, y lo hace temiendo que los demás la descubran, detecten su punto débil, por usar un eufemismo, y se alejen de ella para siempre. Yo sé todo esto porque en su momento me lo contó mi esposa, gran amiga suya en la universidad. Cuando la invitaba a nuestro hogar yo no podía dejar de admirarla, como lo hacía mi propia mujer, con esa especie de envidioso entusiasmo tan propio del sexo femenino cada vez que alguien de su mismo género destaca por su belleza. En alguna ocasión las sorprendí a las dos caminando por el paseo Huérfanos, seguidas de una corte de admiradores. Gisela sonreía, se dejaba querer, a sabiendas de que se trataba de piropos imposibles de desembocar en algo carnal, lascivo, porque esa es la palabra. Paseaban ambas para sentir el deseo de los hombres, para sentirse mujeres deseadas. Yo las descubrí y las dejé seguir; no había motivo para armar una escena de celos. Y sin embargo me fijé en su vestido transparente, en esa ligera deficiencia en su trasero, tan propia de las chilenas, y seguí mi camino...
La lluvia arreciaba; se iba haciendo tarde. Poto de botella se animó a interrumpir a Bigote para preguntarle a dónde quería llegar con su historia. El Sillón en diagonal agregó a modo de duda si Dios tenía algo que ver con aquella mujer. Bigote reiteró que su historia se trataba solamente de un antojo del alma, metáfora que fue del gusto de los demás, quienes lo animaron a proseguir su relato, no sin antes rellenar sus vasos.
Gisela siempre fue una romántica empedernida -dijo-, tanto así que hasta bien entrada edad admitía en voz baja ante sus amigas que seguía siendo virgen, y lo hacía de modo natural, sin cuestionamiento alguno. Ignoro si ya ha conocido varón, pero me da la impresión de que no, pues, por lo que sé, ella ve al hombre como una ilusión, como la encarnación de una idea feliz, lejana, inalcanzable a los sentidos. En su juventud se enamoró perdidamente de un tipo mayor cuyo único mérito fue dar vueltas en torno a ella en un parque, declarándole su pasión con palabras bonitas. Ese arrobamiento basado en un absurdo carrusel humano le duró meses; no hablaba de otra cosa con sus compañeras de universidad, a la primera ocasión. En otra oportunidad aceptó una invitación a bailar, pero el día antes de la cita tomó la precaución de contar los pasos que iban desde la esquina en que había quedado de encontrarse con su galán hasta la entrada de la disco. Todo, por supuesto, para que él no percibiera su debilidad. De ese modo, a nadie le sorprendía que sus proyectos de pololeo duraran poco, que sus pretendientes huyeran en silencio, que no la volvieran a llamar, pues Gisela les ocultaba a ellos y a ella misma lo que tal vez fuese su mayor valor, que era la falsía de su belleza. Qué hubiese sido de su vida si hubiese partido reconociendo ante los demás su defecto, por llamarlo así, su enfermedad, su glaucoma, qué sé yo, su hándicap. ¿Acaso no habría despertado en más de uno, como suele suceder, el instinto paternal? ¿No llevaría hoy una vida feliz y serena en la intimidad de su hogar, esperando la llegada de su marido cada tarde, en vez de andar paseando a tientas por las calles del centro de Santiago, a la espera de una casualidad que reoriente su destino? No, mis amigos, no puedo dejar de decirlo: Gisela prefirió vivir de ilusiones, esperanzas infundadas, palabras almibaradas y vacías, sueños nocturnos que solo se dan cuando la visión de lo externo pierde toda importancia, eligió el canto de sus ídolos escuchado desde una lejana galería, el amor que ofrecen los versos musicales lanzados al viento, antes que la desenmascarada misericordia que yace en lo profundo y esencial de su vida. Eligió hundirse en las fauces de la ciudad para que la espantosa inconsciencia de la masa se la trague un día cualquiera. Y esto no me habla de otra cosa que de la tenaz resistencia de Dios a congraciarse con la especie humana.
Tercera noche

A la mañana siguiente los cuatro amigos amanecieron algo decaídos, tal vez a causa de la lluvia, cuya presencia serena entristecía los verdes campos del sur; o quizás por el natural efecto en el ánimo que provoca una ligera sobredosis de bourbon. Se dirigieron al café y allí se pasaron buena parte de la mañana contemplando el lago, en relativo silencio. El día transcurrió sin novedades, fue como esos días provincianos en que afuera no pasa nada, días aparentemente vacíos, perdidos, de los que sin embargo surge a veces un insospechado examen de la conciencia, uno de esos días introspectivos en que algunas personas adoptan grandes decisiones.
No obstante, con el correr de las horas los amigos se fueron animando y ya al atardecer disfrutaban del aperitivo en la terraza, bajo un cielo despejado que les fue dando cabida a las estrellas. Por la noche cenaron un salmón escabechado, dando pruebas, con sus gestos, sus bromas y los temas de conversación, de que había retornado la alegría. El Anfitrión ofreció de postre un trozo de dulce de membrillo casero con crema, que acompañó con un vino dulce que sacó del refrigerador. Llegada la hora de sentarse ante la chimenea, el Sillón en diagonal se dirigió a su pieza y regresó con una botella de brandy, presente que fue recibido con calurosas muestras de aceptación: la velada nocturna nuevamente estaba asegurada.
El fuego ardía, empañando las ventanas de la sala. Afuera caía una helada propia del clima sureño. Fue entonces cuando Poto de botella se dirigió a los demás, para comentar, sin ánimo de crítica -advirtió- que si bien la historia de Gisela lo había ido conmocionando con el correr del día, más por lo que sugería que por lo narrado, deseaba introducir un nuevo tema en la conversación, un tema que rayaba en la incredulidad, en lo absurdo, en los límites de la tecnología tanto como en las discutibles verdades que cualquiera de las personas que andan por las calles se sienten con el derecho de dar a conocer, aprovechándose del humilde dispositivo que no sueltan de sus manos.
Los amigos, que conocían el humor extravagante de Poto de botella, se sintieron aun así intrigados ante una introducción de tal naturaleza, que les ofrecía la perspectiva de un relato científico y a la vez discutible. Bien se enfrentaban a la posibilidad de oír un fiasco como al conocimiento de una materia que no dominaban, con la carga de novedad que eso implica, de modo que se echaron el primer trago de brandy a la boca, brindaron por las sorpresas que otorga la existencia y se dispusieron a escuchar, gozosos, ante los leños que crepitaban en la chimenea.
"Habrán leído esa noticia de que en una universidad europea, cuyo nombre en este momento escapa de mi mente, se está experimentando una droga que les devuelve la vida a los muertos, salvo a quienes han sido incinerados", comenzó Poto de botella. El Sillón en diagonal mencionó que algo había escuchado en su momento, pero que no le prestó atención tras considerar que se trataba de una noticia falsa. Bigote admitió su ignorancia y el Anfitrión se limitó a abrir los ojos y levantar las cejas. Poto de botella añadió que cuando la leyó sintió lo mismo que el Sillón en diagonal, con la diferencia de que se sumergió en la internet para recabar mayor información. "Si lo desean, me encuentro en condiciones de ofrecer un resumen de lo averiguado", dijo. Viniendo la propuesta de quien venía, los amigos intercambiaron gestos irónicos entre ellos y lo instaron a proseguir.
"La droga se está administrando en un pequeño pueblo de Bulgaria, país más abierto a la libre experimentación científica por el hecho de poseer un código de salubridad pública menos riguroso que los gigantes europeos -habló-. Como era de esperar, y a la vista de los resultados, que tienen a los resucitados frente a las puertas de sus casas, algunos de ellos cómodamente sentados en sillas de playa mirando el paso de la gente, han surgido fuertes recriminaciones en el seno de las familias que previamente decidieron incinerar a sus deudos, aunque, como veremos más adelante, subyace en dicho sentimiento una sensación de alivio".
¿A dónde quería llegar Poto de botella? Al principio sus amigos no entendieron nada. Estupefactos, se limitaban a seguir el hilo del relato, el que de pronto experimentó un extraño giro.
"Ustedes creerán que toda la gente desearía volver a la vida a sus seres queridos, pero el experimento llevado a cabo en este pueblo búlgaro nos está demostrando que no es así. Según los reportes que he recogido, comienzan a darse casos de familias que han pedido "postergar" el retorno de sus muertos, bajo la vía del arrepentimiento a última hora en la oficina de pagos y hasta de la negación de la firma en el contrato. No reconocen ni por nada que el motivo de la retractación se debe al alto costo que significa para ellos el proceso de la resurreción, a sabiendas de que el estado no dispone de fondos para asumir el gasto, sino que argumentan que sus "queridos viejitos", por mucho amor que les tengan, terminarán contribuyendo al problema del sobrepoblamiento mundial. Primero está la vida del planeta Tierra; en segundo lugar las de nuestros parientes, argumentan, henchidos sus corazones de orgullo. Como el procedimiento científico implica darle un tiempo de dos meses al cadáver para ser resucitado, aquí no voy a detenerme en el detalle porque no lo domino, en los funerales que han tenido lugar en el intertanto el número de incinerados en vez de disminuir ha crecido, según lo demuestran las estadísticas".
-¿Cómo se explica lo que nos acabas de contar?, lo interrumpió el Sillón de diagonal.
-Porque olvidé decir que quienes resucitan lo hacen en las mismas condiciones en que murieron -dijo Poto de botella, y continuó:
"Es decir, con la misma edad que tenían al morir, y básicamente con las mismas enfermedades, aunque los investigadores han llegado al logro de evitar cualquier tipo de dolor en sus cuerpos. El problema que surge de esta invención, calificada por los entendidos como una "técnica en pañales en proceso de perfeccionamiento", es que naturalmente los renacidos vuelven a morir al poco tiempo, de lo cual se desprende que si los deudos incurrieron en ese gasto lo hicieron para despedirse de verdad, para gozar de la repentina presencia de sus muertos, para darles el amor que tal vez no les dieron en vida o qué sé yo, para no sentirse culpables de haber dejado pasar la oportunidad de su resurrección, para saldar alguna cuenta pendiente, para conocer el destino de algún secreto documento o mil razones más".
-¿Y luego, qué sucede? -preguntó Bigote.
-Luego que mueren por segunda vez los vuelven a enterrar, dejando abierta la posibilidad de resucitarlos dos meses después. Pero, agotados los fondos en la mayor parte de los casos, lo que sigue es la incineración. Así evitan toda tentación posterior.
Un ambiente de pesadumbre inundó la sala. Hubo una segunda ronda de brandy, bebida prácticamente al seco. El Anfitrión echó dos leños a la chimenea antes de que Poto de botella siguiera hablando.
"Tengan la edad que tengan al momento de fallecer, a los "muertos vivos" se los reconoce por el tono amarillento de la piel, un olor dulzón que se desprende de sus cuerpos y un impenetrable gesto semejante a la resignación, diríase una resignación propia de los que han retornado del Más Allá. La gente los saluda al pasar; ellos no responden, porque no han vuelto para hablar. Es más, es imposible arrancarles palabra alguna, de allí que se les termine viendo sentados frente a las puertas de sus casas. De seguro molestan a los de adentro, sus deudos, mientras estos pasan la aspiradora, limpian las ventanas, preparan el almuerzo, vigilan las tareas de los niños o hasta hacen el amor. Los renacidos no se comunican, casi no duermen y mantienen una mirada bondadosa dirigida a un punto indeterminado del horizonte. Tal vez guardan celosamente el secreto de la eternidad, mas si piensan es algo que no se ha logrado demostrar hasta el momento".
Cuando se levantaron de sus sillones, cada uno de ellos, incluyendo al relator, inevitablemente se retiraron a sus dormitorios con una sensación de desasosiego. Y es que hasta el mismo Poto de botella se había impresionado con lo que narraba, a medida que la historia iba siendo asumida por su propia conciencia. Asomaban especialmente en sus almas, en la oscuridad de sus dormitorios, en la soledad de la noche austral, las últimas palabras de Poto de botella, que hablaban de las reacciones de los vecinos ante el fenómeno de los resucitados; al principio, de enorme curiosidad, una curiosidad malsana que se materializaba en el hecho de rodearlos, hacerles preguntas, rozar sus ropas y sus miembros, querer extraer algo trascendente de esos seres; con el correr de los días de una conformidad que iba dando paso a la simpatía superficial, para terminar con muestras de total indiferencia: pasaban diariamente frente a ellos y ni siquiera los miraban, como si no existiesen. Sus propios familiares, cansados ya de abrazarlos y mimarlos, y sin saber qué más hacer, cuando llegaba la hora asumían sus segundas muertes no tanto como algo irremediable sino como un alivio culpable; y cotizaban los valores de la incineración en diversos camposantos. Al Sillón en diagonal le martirizaba sobre todo la relación de los habitantes de ese pueblo con una verdad cuya naturaleza se tornaba más profunda y misteriosa a medida que les llegaba a sus mismas barbas; mientras miraba el negro cielo más allá de su ventana recordaba aquellos cuentos sobre entierros en el campo que le contaban cuando niño, en los que el tesoro casi a la vista evadía las manos del obseso perseguidor, y en su insomnio concluía que la esencia de las cosas es imposible de captar, como sucede con el tiempo presente: se tiene a la vista y se escapa entre los dedos. El Anfitrión no podía dejar de pensar en la que habría de ser su propia muerte, cada vez más cercana, si reparaba en la estadística; cada vez más familiar, amigable, temida, socia y compañera. Bigote le daba vueltas al papel que jugaba el Creador en todo esto y a la necedad humana, que percibe lo divino como un sencillo hecho no probado, contentándose con suponer que acaso existe; mientras Poto de botella recién advertía las grietas que la vanidad había dejado en su alma, no solamente por su exposición de esa noche, sino por la conducta, por la irónica máscara que durante toda su vida les había enseñado a los demás.
Impregnaba el ambiente, como un vapor húmedo que se hubiese colado por las rendijas, la unánime sensación de que el recuerdo de una vida, más que la presencia de esa vida, es lo que la hace renacer y lo que inflama el espíritu del que la vuelve a traer al mundo.
Cuarta noche

Aquella jornada, la última de su viaje al sur, la pasaron en las termas. Temprano en la mañana Bigote los condujo en su vehículo, y mientras se desplazaban por la carretera entre prados verdes, cerrados bosques y fuertes chubascos que de cuando en cuando hacían sudar la gota gorda al limpiaparabrisas, cantaban a coro temas de Barry White que para ellos simbolizaban la alegría de estar vivos. Luego del primer baño almorzaron una carne de cerdo a la mostaza con cebolla en escabeche, papas cocidas, ensalada de tomates, abundante mayonesa casera y una canasta de pan amasado, que acompañaron con tres botellas de vino. Durmieron una breve siesta, disfrutaron de un segundo baño, caminaron un buen rato por los senderos del lugar, soportando felices las gruesas gotas que les caían de los árboles, y al atardecer retornaron a la cabaña. Habían decidido que por la noche se servirían una cena frugal, y así lo hicieron. No hubo aperitivo; de la comida pasaron directamente a la sala, donde el fuego de la chimenea los estaba esperando, a iniciativa del Anfitrión.
Fue precisamente este quien inició la tertulia, y lo hizo para hacerle honor a una tía fallecida tiempo atrás a una avanzada edad. "La recordé esta mañana, mientras cantábamos las canciones de Barry White. Ese disco que puse en la radio del auto se lo regaló ella a mi mujer un verano en que los tres compartimos unas vacaciones; era de su completo gusto y gozaba no solo escuchándolo, sino también bailándolo. Nuestra querida tía Eliana portaba aquella vez en su maleta una botella de espumante, un tarro de paté, galletas saladas y un juego de cartas. Vestía siempre solo prendas elegantes y no había quién le ganara al carioca. Durante el juego, a veces mi mujer o yo intentábamos explicar o rebatir una jugada. Entonces la tía Eliana dictaminaba, muy seria: "mañana se lo cuenta al juez". Por ella propongo el primer brindis de la noche". Los cuatro amigos se pusieron de pie, chocaron sus copas y bebieron del vino que quedaba en la botella.
-Gente como tu tía no debiera morirse nunca, comentó Bigote.
-Gente como nosotros tampoco, dijo Poto de botella.
"Paradójicamente, sus últimos días le jugaron una mala pasada -continuó el Anfitrión-, pues murió en plena crisis de la peste que nos acaba de dejar. Ella misma había organizado su funeral, una ceremonia que debía ser majestuosa, con flores, coros, un conjunto musical y una soprano que le cantaría Gracias a la vida en una iglesia repleta. Terminó siendo sepultada por doce personas, número máximo que autorizó el obispo que ofició la misa fúnebre". El Anfitrión hizo amago de llevarse otro trago a la boca, mas prefirió continuar:
"Con mi mujer alcanzamos a despedirnos de ella, por fortuna. Viajamos desde Santiago a La Serena, donde vivió sus últimos años. Esa tarde nos llamó a todos a su dormitorio, a sus hijas, nietos y nietas, a su yerno y a nosotros. El grupo apretujado guardó respetuoso silencio y esperó su mensaje, un mensaje que resultó ser hermético, tal vez debido a la morfina que circulaba por sus venas. "Veía luces, si bien no he visto más. Venía un choclón, me sentía cansada; un pelotón, y ustedes saben cómo quiero a los niños. El niño venía corriendo de lejos con la pelota. Después se perdió. Era bien bonito... Yo veía cosas brillantes, eran muchos mosquitos chicos, muchos mosquitos chicos... Y ahora... ahora... vístanme de blanco, que tengo que presentarme al rey", fue lo que dijo antes de cerrar los ojos".
Los cuatro amigos guardaron silencio. El Anfitrión remató:
"No murió esa vez, sino días más tarde, pero me quedó ese recuerdo, que esta noche les transmito".
-Acabas de dar la noche por cerrada -murmuró Bigote.
Tres de ellos hicieron amago de dirigirse a sus piezas, cansados y melancólicos como habían quedado con la historia oída, cuando el Sillón en diagonal alzó la voz y les pidió que volvieran.
"¿Me dejan usar la palabra?", preguntó. La petición pareció renovar los ánimos de los cuatro, como si en el inconsciente hubiesen estado esperando algo así. Y es que íntimamente no les parecía esa la forma de culminar tan espléndidas jornadas; hacía falta un cierre... ¿majestuoso? No, no era esa la palabra. Lo que veladamente ansiaban era un final de desarrollo sereno y descendente, que los llevara satisfechos a sus camas, felices de haber vuelto a compartir una amistad que ya enteraba cuatro décadas. Poto de botella echó dos leños a la chimenea, el Anfitrión descorchó una botella salida nadie supo de dónde y Bigote apareció con un trozo de queso de fundo, un salame y una tortilla con chicharrones comprada a la vuelta del viaje a las termas. El Sillón en diagonal se paseaba ante al fuego en actitud meditabunda; el cielo había vuelto a cerrarse y de sopetón lanzó un largo aguacero al tejado, fenómeno que -al revés de lo que pudiera creerse- le regaló una inesperada energía a la atmósfera de la sala.
Brindaron por ellos mismos y sus familias; el queso y el embutido fueron desapareciendo de a poco del platillo plantado en la mesa de centro, mientras el vino en la botella suplicaba inútilmente continuar siendo testigo de la que sería la última noche de los cuatro amigos en la cabaña sureña.
"No quiero tomarme la palabra para hablar a nombre del grupo, porque no me corresponde. Bien sabemos que aquí cada uno es libre de decir lo que se le venga en gana y tal vez eso, sumado a la completa igualdad que reina entre nosotros, en la que los bienes materiales e intelectuales pierden todo su valor, es lo que nos ha mantenido cohesionados tantos años. Durante tres noches he oído sus reflexiones y testimonios con sumo interés, intercalando de vez en cuando algunas de mis propias vivencias; sin embargo esta vez deseo compartir un sentimiento que me da vueltas hace varios meses", comenzó el Sillón en diagonal. Los tres lo escuchaban con atención, a sabiendas de que se aproximaba un discurso interesante.
"Les diré la verdad ahora mismo, descubriré lo esencial de mi relato: desde hace unos meses, tal vez un par de años, tres o cuatro años, quizás, me vengo sintiendo alejado, apartado de lo que daré en llamar mis hermanos; otros dirían mi pueblo y otros el grupo social. Me di cuenta no de que la vida es corta; eso lo he sabido siempre, al menos desde los cuarenta en adelante, sino de que la producción vital es tan breve y tan estúpida, por decirlo así, y al volver la vista atrás, esto me hace experimentar algo de pavor. ¿Por qué luchaba tanto? ¿A qué quiso aspirar mi chispa vital, de la que ahora tengo plena conciencia que comienza a apagarse? Me desviví cuidando el puestecito que le daba de comer a mi familia y entretanto me vanagloriaba de saltar las pequeñas vallas que me iba poniendo el anodino acontecer, hasta el punto de sentirme satisfecho del sitio que ocupaba en el sistema ideado por otros, no por mí. Pero, ¿era necesario hacer las cosas que hice? ¿Qué porcentaje de ellas no fueron más que bravuconerías, burradas, vanidad de vanidades? ¿Y qué ha resultado de todo eso? ¿El tiempo de disfrutar lo acumulado, el tiempo del merecido descanso, de la espera quieta? ¿Qué fue de la pasión, del fervor? ¿Sirvieron de algo, ayudaron a edificar la nave? ¿Pero qué nave? ¿Una que bien poco vale ya, porque está siendo hecha astillas por las nuevas generaciones? ¿Esa nave ayudé a edificar durante los mejores veinte, treinta años de mi vida? Ah, embarcación injusta, indecorosa, orgullo y vergüenza de mi generación...".
El Anfitrión observó a los otros dos amigos oyendo al Sillón en diagonal: estaban tan incómodos como él, moviéndose en sus sillones, cambiando de pierna a cada  momento, como si el planteamiento hubiese sido una flecha que les llegara al corazón.
"En fin, sea como sea, me cabe en este momento la sensación de ser un hombre sin tiempo. Y es que el tiempo, como factor que define los pasos que he dado en la vida; el tiempo, ese pintor cuya paleta cubre, embellece, desfigura, afea e inmortaliza el instante, en mi caso los pocos años productivos que les he dado a los demás; digo que el tiempo, ese tiempo está dejando de tener significado para mí, no porque haya decidido retirarme a los plácidos salones de la vejez, sino porque mi alma tiende últimamente a destinar sus sentidos a otro tipo de vida, a otra especie de vida. No sé si a ustedes les ha sucedido algo parecido últimamente. Lo que es a mí, esta percepción se ha transformado en un moscardón que sobrevuela mi cabeza día a día, tarde a tarde, noche a noche. De pronto sentí que ya no era uno más del equipo, uno más de los que ayudaban a edificar la nave. La voluntad participativa de lucha se fue trastrocando de modo invisible y a mi pesar en una impresión turbia, algo así como lo que debe sentir un náufrago que ha ido a dar a la orilla de una playa abandonada".
Al notar que se le quebraba la voz, los amigos hicieron amago de levantarse a consolarlo, pero el Sillón en diagonal los detuvo con un gesto: necesitaba desahogarse, sacarse la tristeza que se alojaba en su alma.
"Ahora que técnicamente he llegado a ser lo que se conoce como un viejo, tal vez recién ahora, reparo en que el argumento de mi vida no ha sido otro que el de haberle dado la espalda a Dios, al mismo Dios cuya razón de ser ocupó nuestra primera tertulia y al cual nos referimos con tanta liviandad aquella noche. No sé cómo ni por qué he accedido a un destello de lucidez durante estos cuatro días, y no sé qué papel han jugado ustedes en esto; pero sea como fuere, agradezco de corazón que hayamos materializado este encuentro. Nunca es tarde para enmendar el rumbo; aunque no estoy afirmando que de ahora en adelante me vaya a convertir en un fariseo que se anda dando golpes en el pecho y gritando a viva voz sus pecados y su arrepentimiento; lo que quiero decir es que la muerte nos viene arrastrando a su morada como la caña que recoge al pez, y lo hace para ofrecernos la lección final, aquella que se aprende en la última hora, en el último minuto, en el último suspiro. Y esa, comienzo a presentir, es la grandiosa contemplación de lo inefable".    
-¡Sacaste trago, autoflagelante! -exclamó Bigote.
-¿Autoflagelante? ¡Pero si este es el más autocomplaciente de los cuatro! -dijo Poto de botella.
El Anfitrión rellenó las copas y los amigos brindaron de pie, mientras el fuego de la chimenea proyectaba sus sombras sobre la ventana empañada. Había cesado de llover y un frío glacial rodeaba la cabaña y su entorno. Con otras palabras, Bigote expresó que a él le venía sucediendo algo parecido; el Anfitrión les hizo ver que cada generación se refugia en su tiempo y que eso es lo que tiene al mundo patas arriba. "Los cabros con los cabros, los viejos con los viejos", complementó Poto de botella mientras se desabrochaba los zapatos. Añadió el Anfitrión que esa paradoja, a su juicio, no tenía solución; vale decir, la situación se mantendría hasta el fin de los tiempos sin que el mundo pusiera los pies en la tierra, "nótese la nueva contradicción, la de que el mundo no pueda poner los pies en la tierra", advirtió. "Ustedes tienen razón, amigos míos -volvió a hablar el Sillón en diagonal-; tal vez me excedí en mis fantasías espirituales, pero hablar me sirvió hasta el punto de sentir que me he sacado un peso de encima y que esta noche volveré a dormir como un lirón, como lo hacía en los años de mi infancia, cuando ni siquiera recordaba mis sueños".
-¡Pero qué te pasa! -interrumpió Bigote, dando un salto. A su lado, Poto de botella lucía completamente desnudo.
-Este huevón se volvió loco -murmuró el Anfitrión.
-Lo que es yo, no estoy para seguir chachareando -les respondió el pilucho-. Ahora mismo voy a cruzar la calle y me voy a meter al lago.
Y dicho esto abrió la puerta, salió corriendo y se lanzó al agua. La Luna había reaparecido entre dos colosales nubes negras y desprendía la fría luz de una hoja de afeitar. Poto de botella saltaba de alegría, con el agua hasta la cintura, chapoteando como niño chico. Extasiados por la ocurrencia, pronto Bigote y el Sillón en diagonal se le unieron en su disparate, mientras el Anfitrión meneaba repetidamente la cabeza de hombro a hombro, al tiempo que se desprendía de sus últimas prendas. Un automóvil que transitaba por el camino se detuvo brevemente a contemplar la escena, dio dos bocinazos y siguió su marcha.
Al poco rato estaban de nuevo en la cabaña, vestidos, pero aún semicongelados, sintiendo un dolor en los huesos que sabían que no se les pasaría ni con sus ropas secas ni con el ardor de la chimenea ni con un café humeante, sino solo con el correr de los minutos. El Sillón en diagonal echó otro leño a la boca de fuego, el Anfitrión apareció con una botella de cognac y los cuatro se sentaron a disfrutar lo que les quedaba de su última noche. Afuera, la Luna se empecinaba en brillar, pero las nubes le ganaron finalmente la batalla y desapareció del cielo. Así estuvieron un buen rato, sin decir una palabra, envueltos en un mutismo que solo rompía el crepitar de los maderos. Bigote bebió de su licor, miró a Poto de botella y soltó de improviso: "Dice San Agustín que una vez al año es lícito hacer locuras".
El Anfitrión susurró, mirando al fuego: "El silencio de Dios nos acoge en su grandeza".

lunes, enero 06, 2020

La mosca

Dibujaba una de mis historietas cuando una mosca se paró en la mesa. Lo de las historietas daría para un buen par de páginas, pero he de resumirlas diciendo que era mi pasatiempo favorito, junto con jugar a la pelota. Por esos días mi mamá, gracias a sus contactos, me llevó a una psiquiatra infantil que atendía en el hospital de Rancagua. Entramos a su consulta; mi mamá tomó la palabra y le confesó que estaba preocupada porque yo movía los hombros. No le dijo, de seguro porque no lo consideró importante, que también movía la cabeza para conciliar el sueño, todas las noches, de un lado a otro de la almohada. El asunto es que durante las sesiones la doctora me fue sacando lo de las historietas y me pidió que se las mostrara. Una vez que hubo examinado los montones de cuadernos dictaminó que yo creaba con mi imaginación el mundo que no se me daba en la realidad; por eso dibujaba grandes campeonatos de fútbol, aventuras del Oeste, carreras de autos, guerras de aviones y batallas de romanos. Menos mal que las consultas eran gratis, porque haber pagado para escuchar algo así...
Mi mamá quedó conforme con esa teoría, pero después no tanto con la de mis tics, porque la doctora le hizo ver que me exigía demasiado y que eso me tenía moviendo los hombros y haciendo visajes a cada rato. Dicha interpretación la dejó perpleja, porque juraba que la culpa de mis rarezas era el vicio de mi papá, un obrero de la Braden asiduo al bar Caletones. A nadie se le ocurrió pensar que a lo mejor yo quería darme importancia... aunque hasta el día de hoy ignoro la razón de mis tics.
Volviendo con la mosca, cuando se paró en la mesa una ligera brisa primaveral entraba por la ventana del comedor. Con el lápiz sobre el cuaderno y sin mediar provocación alguna de mi parte, vi cómo el díptero se dio vuelta de campana, aleteó débilmente, estiró las patas y murió.
Nunca más desde entonces he sido testigo de que una mosca muera de muerte natural.


miércoles, diciembre 25, 2019

Pulsiones

Quienes me quieren de verdad no me admiran, me aconsejan. Yo escucho y callo, pondero. Están por convencerme, y me lo dicen con todo amor, de que soy un completo chiflado que navega en un mar bravío de pulsiones.
No pienso que haya vivido siempre en una suerte de conflagración; solo pienso que llegado el momento abriré los brazos y me entregaré a mi suerte.
Pero el peso de la sinceridad lleva directo a un ataque de nervios, más poderoso es el pasado y aún más poderosa es la rutina.

lunes, diciembre 23, 2019

Socialismo, capitalismo

Las sociedades socialistas son femeninas; las capitalistas, masculinas. ¿Cuándo me siento mujer? Cuando escribo como un hombre. Allí me hago salvaje en mi mundo mío y propio, abro senderos, asumo riesgos, levanto catedrales de fantasía. Y sin embargo de qué escribo: de mi interioridad, de cómo soy. Lo reconozco a estas alturas con un dejo de humor. Cuanto más hombre soy es cuando admito mi femenina sensibilidad.

domingo, diciembre 08, 2019

Ah, la peste

La tierra gira, sigue girando, seguirá girando montones de años más, millones de años, acaso trillones. De la oscuridad nace la luz, larga noche de tinieblas, una noche de cuarenta, de cincuenta días. Y cuando el diluvio se acabó todo no era igual que antes; fue horrible ver esa inmundicia. Y lo invisible, ¡más feo, horrible de feo! ¡Espantosamente horrible! Sobre los muros cubiertos de pintura corazones destrozados, miradas torvas, desajustes cerebrales, hígados y tripas para la miseria. Vamos, Ferdinando, échame una mano, no seas malito Papa Joe, dales por el culo chibilín chibilán, sácales caca Ferdinando; ojos rodando por las calles, un miedo ancestral, cavernario, puños inexpertos de burla, de poder de bota militar, carambolas diabólicas, cobardes enemigos, ¡niñitos de pecho!, ¡niñitas de pañuelos mataguaguas!, grandes víctimas del Estado, Estado asesino, estadito asesinito, ¡qué lindo es disparar al bulto!, ¡qué lindo fuego!, ¡a trompadas!, ¡a palos en la cabeza los quiero ver! Maldita desconfianza, odio maldito, sed de venganza.
Como iba diciendo, el contrabajo suena desafinado. Intentaré volver a la cordura. Las noticias me hacen mal, recuerdo el paraíso que hace poco anunciaban las noticias de las nueve de la noche, arrancaban bostezos y ahora las dan envenenadas mentes envenenadas que le hacen la corte a la carroña, ¡por miedo!, ¡se cagan de miedo!, ¡les hace así el orto!, Ferdinando, ¡les late mientras ponen la mejor carita!, ¡terror a caer en las brasas!, malditos faraones de la edad media.
¡Oh, la peste!, el virus que se instala sin aviso, inofensivo, menospreciada advertencia que se aloja y va multiplicándose, invadiendo como el agua la hierba, el humo el horizonte, el tumor un cuerpo indefenso que se hace polvo mientras la tierra gira montones, millones de años más.
Al lado juró el nuevo mandatario y lo primero que hace es llorar miserias. ¡No hay plata! ¡Estamos en la quiebra! ¡Ay mamacita lo que se viene allende los Andes! Al otro lado hacen pucheros y más allá andan a balazo limpio. Buena opción sería mirar la arena, qué mejor que el avestruz, cuidado con el poto eso sí, en estos tiempos es peligroso hundir la cabeza.
¿Quién se mete al sobre cada noche como único dueño de la verdad?
¡Yo!
Pero los sueños me la disputan.
Anoche vi el cortejo del líder del Perú, venía en un Ford 61 negro de la funeraria presidencial, y al llegar frente a los árboles que enfrentaban a la iglesia, donde lo aguardaba la multitud, los empleados volcaron el opaco vehículo, lo dejaron de lado con la rueda sucia dando vueltas para comprobar que todo estaba bien, y de entre la muchedumbre destacaba Ella, que lo lloraba vestida de blanco. Luego Ella ingresó al salón deshabitado vestida de luto con un traje ajustado y me mostró las medias negras brillantes, sus piernas, recostada en el canapé. Sentí la necesidad urgente de acudir al urinario. Subía los escalones del edificio y el pasillo repleto de gente me desviaba por una escalera lateral que descendía al piso inferior; quería devolver mis pasos pero debía seguir bajando para intentar subir por una nueva escala, y así fue hasta que entré al urinario, una caseta en la que adentro había un funcionario que vendía boletos, burlé a los demás en la fila y apenas cabíamos los dos; la orina caía sobre el piso, desaparecía bajo la rejilla...  

jueves, diciembre 05, 2019

Desmontando "Un violador en tu camino", la canción de moda del verano

Querido AMIGO BIGOTE
Le hago entrega de mi última genialidad. Estos días me han puesto peleador.
Lo saluda y recuerda con cariño su aprendiz
El Zanahoria

Desmontando "El violador eres tú", la canción de moda del verano

El patriarcado es un juez
Es una forma de decir, lo que se llama una metáfora. En Chile no existe el patriarcado, el estado de Chile no es patriarcal. La figura del patriarca, además, no es necesariamente negativa. Es más, el diccionario de la Real Academia define el término como la "persona que por su edad y sabiduría ejerce autoridad en una familia o en una colectividad". Pero ya se sabe que la Real Academia ha sido acusada de machista. Ganan una vez más las mujeres.

que nos juzga por nacer 
El Estado de Chile no juzga a nadie por el hecho de nacer, menos que nadie a las mujeres, hasta donde llegan los datos que manejo. Sí duele pensar en las niñas que no alcanzaron a nacer, muertas por la decisión de sus propias madres.

y nuestro castigo es la violencia que no ves
Si no veo la violencia no es porque aparte la mirada. Puede que yo haya estado en otra parte. Puede ser también que se trate de una violencia imaginaria; esto es, de un sentimiento desencadenado por la imaginación. De todos modos, el mundo está plagado de violencia, que afecta a unos y a otros, más a unos que a otros.

y nuestro castigo es la violencia que ya ves
Sí, en estos 50 días he visto mucha violencia, de palabra y obra, en eso tienen razón. El alma de Chile está desquiciada. He visto estatuas cubiertas de pintura roja, iglesias incendiadas, ojos perdidos, bombas molotov surcando el aire, varones inocentes apaleados hasta decir basta.

Es femicidio
En realidad la palabra es feminicidio y así la traducen los medios internacionales cuando dan a conocer esta letra. Aunque ahora último leo en un diccionario menor que femicidio también se acepta, porque vendría de la voz inglesa femicide. Otro ejemplo de la influencia que ejerce el primer mundo sobre nosotros. El feminicidio sí existe, es una forma de homicidio. Se habla de feminicidio cuando un hombre asesina a una mujer por machismo o misoginia. Pero el caso es que no basta que un hombre asesine a una mujer para que la muerte sea calificada de feminicidio; debe ser acompañada de las razones enunciadas.

Impunidad para el asesino
Ante esta afirmación, la ley exigiría pruebas. Si se habla de feminicidios, no pienso que los tiempos estén para eso.

Es la desaparición
Es la violación
Pasó el tiempo de los detenidos desaparecidos. El libro "La memoria y el olvido. Detenidos Desaparecidos en Chile", de Elías Padila Ballesteros, editado por el Centro de Estudios Miguel Enríquez, consigna un total de 1.193 casos de desaparición forzada de personas a partir del 11 de septiembre de 1973 hasta el 14 de noviembre de1989. De ellos, 1.119 casos corresponden a hombres y 74 a mujeres. En cuanto a la violación, se trata de un crimen deleznable, propio de un ser que persigue el placer sexual a través del uso de la fuerza. La violación es condenable bajo todo punto de vista, salvo que se produzca dentro de un sueño, femenino o masculino.


Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía
Nunca, bajo ningún punto de vista, la víctima será culpable de la violación de que ha sido objeto.

El violador eras tú
El violador eres tú
Aquí comienzan las afirmaciones gratuitas. Si yo escucho o leo esa frase, inmediatamente asumo que se me acusa de violador. Hablamos de una injuria o una calumnia, según el Código Penal, en el entendido de que injuria es toda expresión declarada o acción ejecutada en deshonra, descrédito o menosprecio de otra persona, y calumnia es la imputación de un delito determinado pero falso y que actualmente pueda perseguirse de oficio. La calumnia por escrito y con publicidad es una figura más grave. Lo que sigue de la letra, sin embargo, circunscribe la acusación a ciertos objetivos.

Son los pacos
La institución es la llamada a defenderse.

Los jueces
El Poder Judicial tiene la palabra.

El Estado
El Consejo de Defensa del Estado tendrá algo que decir.

El Presidente
A Su Excelencia le corresponde proteger su honra.

El estado opresor es un macho violador
La imagen suena bonita, pero no pasa de ser solo eso, una consigna al viento.

Duerme tranquila niña inocente, sin preocuparte del bandolero, que por tus sueños dulce y sonriente vela tu amante carabinero.
Aquí vuelve a atacarse a Carabineros de Chile, parodiando su himno a través de una mordaz ironía.

Sabemos de sobra que ni los pacos, ni los jueces, ni el Estado ni el Presidente van a defenderse, porque no les conviene, es batalla perdida. La canción ha sido realzada por los medios de comunicación, los que no han sido tocados por los versos, con sabiduría feminista. Así se los convierte en mensajeros. De otra forma perderían buena parte de la publicidad gratuita que han recibido.
¿De qué se trata todo esto?
De un gran y tal vez legítimo resentimiento femenino en contra del género masculino, incubado durante siglos. Es probable que ciertas mujeres sientan que se las ha mirado en menos; hoy favorece a sus argumentos la certeza de que la palabra se ha vuelto más poderosa que la ley. Aun así, siendo aparentemente pacífico, este movimiento violenta a muchos que optan por callar e inclinar la cerviz, atemorizados ante la posibilidad de ponerse en el lado equivocado de la historia.
Es lo mismo que sintieron los maestros humillados por sus alumnos durante la tenebrosa época de la Revolución Cultural.
Pero como dicen que el sistema capitalista fagocita a sus enemigos en provecho propio, no sería descabellado pensar en la posibilidad de que el grupo LasTesis abriera el próximo Festival de Viña del Mar. Sería una estupenda obertura.


Habla el AMIGO BIGOTE

Álzate, fiel Zanahoria. Porque no hay nada más cierto que eso de que "el que se humilla será ensalzado…", y tu gesto de buscar la verdad, por todos los caminos posibles, te enaltece como nunca había visto hasta hoy.
Pero, cuidado: que tu madurez no petrifique tus arterias.
¿Dónde quedó el inevitable latigazo de tu humor impúber o senil, lo mismo da, siempre inesperado, que repudia las normas de la mínima lógica, recato o prudencia? No castigues a nuestra desnivelada época privándola de ese espolonazo, del aguijón en el anca del potro que nos devuelve el sístole y el diástole a la cifra perfecta.
Por piedad, no te tomes la vida -y menos los gritos plebeyos de la horda vial- en serio.
¿Dónde quedó el regocijante dr. Vicious, que habría incitado a las féminas a desgarrar sus vestiduras como protesta, a exponer sus turgencias como rechazo a los machos, a desparramar nubes de feromonas como respuesta válida a los gases lacrimógenos, convirtiendo el casco antiguo del Santiago neo extremeño en colorida y sudorosa bacanal permanente?
Por qué no incitarlas a convertir las avenidas en escenario de furibundas cuchipandas, para demostrar que la igualdad no precisa de muros, o aprobaciones timbradas y ni siquiera de órdenes de partidos? ¿Por qué no poner una gigantografía de Camila en el costado poniente de la Plaza del Lumpen, con sus anteojos de marca y su peinado de coiffeur, con un letrero que confirme que hoy "EL PC VISTE DE PRADA"?
Zanahoria bienamado, es el destino: el tiempo te hará caer todo. Espero que lo último que se derrumbe sea tu humor impío, zaparrastroso pero con indesmentible D.O.
Recibe mis complacencias.
R

viernes, noviembre 29, 2019

Forjando al Hombre Nuevo. Receta

Esta receta fue descubierta recientemente dentro de un baúl en la que había permanecido escondida durante 49 años. Su autor la firmó solo con sus iniciales: P.C.

Ingredientes
Un equipo de oxicorte
Una galleta de esmeril angular
Un bidón de bencina
Un bidón de acelerante
Cinco botellas vacías
Tres kilos de género
Un litro de aceite de motor
Cinco capuchas
Cinco voluntarios
Tres neumáticos
Doce sillas
Un contenedor de basura
Una caja de fósforos con dos palitos
Un puñado de tontos útiles
Un grupo de carabineros
Un supermercado
Un tocadiscos con parlante
Un disco

Preparación
Corte los tres kilos de género en cinco porciones e introduzca cada una en una botella. Llene cada botella hasta la mitad con bencina y un poco de aceite de motor, de manera que el género se impregne completamente con el combustible. Deje remojando diez minutos.
Apile los neumáticos, el contenedor y las sillas en la esquina del supermercado, hasta armar lo que se conoce como una barricada. Aplique un chorro de bencina y préndale fuego. Basta un solo fósforo de la caja para dicho procedimiento.
Al momento en que aparezcan los carabineros, disponga de los tontos útiles para distraerlos. Mientras, ordene a tres voluntarios con sus rostros cubiertos por capuchas que abran las puertas del supermercado con el equipo de oxicorte y la galleta de esmeril angular. Una vez descerrajadas, ordene a los otros dos voluntarios también encapuchados que ingresen al supermercado. Encienda con otro fósforo las puntas de género de las cinco botellas y arrójelas dentro del supermercado. Aplique el acelerante y disponga el ingreso de los tontos útiles.
Ponga el disco sobre el plato del tocadiscos y échelo a andar.
Cuando comience a escucharse "El derecho de vivir en paz" y enseguida "Las casitas del barrio alto", de las llamas del supermercado surgirá el Hombre Nuevo cargado de trofeos, como recién salido del horno.

viernes, noviembre 22, 2019

Tránsito

Destellan alevines bajo el riachuelo de aguas claras que tiritan; los álamos se mecen con la brisa, blancas nubes cubren la primavera de los soles. El poeta de sandalias transita el espectáculo divino, se enternece y rompe en llanto ante la visión de un niño durmiendo en el granero.
Por la noche, abrumado en su tiznada habitación, le agradece a la vida, a la ventana que le enseña la Luna, anhela la presencia de su hermana Gretl antes de que los terrores nocturnos se apoderen de su cuerpo. Vendrán sueños negros, difíciles, ejércitos de hermanos disputando el mismo territorio a caballazos, derramamiento de sangre viscosa sobre áridos terrones.
La aldea está en silencio; solo el canto de los grillos. Amanece; las fuerzas desgastadas del poeta le impiden levantarse, aires viciados se respiran en la pieza. Lo mantiene ausente una urna griega, un amor correspondido, el recuerdo de las aguas cristalinas y la brisa que mece las copas de los árboles. Eso come, de eso vive.
El cielo se oscurece, llueve. Bajo el felpudo, el oficio y la palabra. Dos goteras mojan su frazada, arde de fiebre, una sonrisa tenue humaniza sus ojos mortecinos vislumbrando el momento que se acerca. Y sin embargo, ¡tan poco que ha cambiado el continente!, tal vez un nuevo alcalde, quizás un nuevo impuesto, la momentánea dirección del viento, el sabor del agua de la noria.
Detrás de la puerta, el poeta ansioso la aguarda  para darle la noticia.

martes, noviembre 19, 2019

Nobles enseñanzas del AMIGO BIGOTE a su amado discípulo El Zanahoria

Lunes 21 de octubre

Recordado AMIGO BIGOTE
Se echa de menos en este instante difícil, si no extremo, la palabra del AMIGO BIGOTE.
Lo saluda atte.
El Zanahoria

Habla el AMIGO BIGOTE
Soy apenas un susurro. No es tiempo de oradores. Como dice Eclesiastés 3, 1-8 "... hay tiempo para callar y tiempo para hablar..." ¿No te sorprende la impresionante concertación de hechos, todos ocurridos simultáneamente? ¿Crees que es coincidencia? Hemos visto la eliminación de las FF.AA. a la antigua, que salvaron a Chile. Fueron reemplazadas por estos generales venales, que llegaron a llenarse de dinero. Y les quemaron las manos a los militares, para que no lo vuelvan a salvar. Creo, querido Zanahoria, que está viendo el día previo a la formación de Chilezuela, sin que nadie parezca darse cuenta (y menos que nadie, los monigotes de TV que sólo repiten bastante, bastante, y que se quejan porque los militares no ponen orden, y se quejan porque llevan armas!)
Querido Zanahoria, es tiempo de meditar.
R.R.

Martes 22 de octubre

Acudo una vez más, esta noche aciaga, al Oráculo del AMIGO BIGOTE, para que oriente los derroteros de mi alma en pena...
Hablad, AMIGO BIGOTE, no calléis
El Zanahoria

Habla el AMIGO BIGOTE
¿Me hablas de la víspera que esto se convirtiera en Chilezuela?
Porque, matemáticamente hablando, ¿ qué porcentaje de probabilidades existe para que el lumpen corriente idee, el mismo día, a la misma hora, y con las mismas técnicas destrozar sistemáticamente las líneas del metro, saquear supermercados y quemar instituciones potentes?
Como si de poner a prueba la capacidad de reacción de un gobierno se tratara. Después de que, por décadas, se ha castigado brutalmente a los militares que salvaron al país de las debilidades de Allende, que dejó la puerta abierta para que la violencia tratara de adueñarse de Chile. Poniendo generales títeres, los gobiernos socialistas le quitaron a las FF.AA. ese concepto patriótico que nos salvó una vez, pero con el que ya no se puede contar, después de mas de medio siglo de humillaciones, castigos inmerecidos, y las diatribas de cualquier ignorante que ponen frente a las cámaras, en el lugar que alguna vez estuvieron los periodistas. Que, al menos, intentamos ser ecuánimes, y no representantes de una añeja ideologia que, en el primer mundo, fue hace rato arrojada al retrete de la historia. Con tanta violencia que las derechas han ganado una fuerza que, en realidad, no se merecen.
¿Dónde está la esperanza? El chileno, en su mayoría, no es tonto. Y estos desmanes calculados y financiados del exterior dejan su huella, y el chileno se resiente. Son demasiados los que quedaron sin trabajo por las mismas promesas que, en cuarenta años, los mesías marxistas no han sido capaces de cambiar ni en un punto. La charlatana de la Gordi, buena para apitutarse internacionalmente y de disfrazarse con una bata blanca, no resolvió nada con sus hospitales sin camas ni con su nuera arribista. Y el Metro es un triunfo para la gente que vive a tanta distancia de su trabajo. Que ahora sentirá la distancia en los músculos, y la felonía de estos terroristas en su falta de trabajo.
Esa es la gran esperanza. El chileno es ingenuo, se siente superhombre porque algún chileno juega en un equipo de futbol de clase mundial, pero no es tonto.
Y apuéstele a eso, querido Zanahoria.


Miércoles 23 de octubre

... El Zanahoria acude al Oráculo del AMIGO BIGOTE, habiendo transcurrido ya 24 horas desde que escuchó su última predicción, y a escasas horas del traslado de los restos de Franco, personaje a quien tanto admira el AMIGO BIGOTE, quizás por guardar gran parecido físico con su semblante.
Sacad la voz, AMIGO BIGOTE, no os chupéis, hacedlo por vuestro amigo El Zanahoria.
Así habló El Zanahoria

Habla el AMIGO BIGOTE
¿Also sprach Carota, mi pequeño Nietzsche? Durante muchos años llevé un llavero español, que me regaló un gran amigo, con el retrato del Caudillo en su uniforme verde, en su época juvenil que en el reverso decía "Volverá".  Le tenía mucha estima al símbolo de humor y filosofía. Y como decía mi admirada amiga, doña Emilia Pirzzio Biroli, alcaldesa de Puerto Cisnes, no digo más, porque es tu deber revisar los arcanos y descifrar el mensaje que te señalan los astros.
R


Viernes 25 de octubre

El Zanahoria esboza la hipótesis de que luego de la "marcha histórica" el camino se está despejando y el choclo comienza a desgranarse. Por un lado, la inmensa mayoría que representa el malestar de siempre y que aspira a sacar un pedazo más grande de la torta; por otro, el lumpen y el narco; por otro lado, los anarquistas organizados por la ultra ultra izquierda, Maduro y Moscú.
Todo cambia para que todo siga igual, dice Lampedusa en su Gatopardo (que no me llenó demasiado el gusto cuando lo leí, no hace tantos años). ¿Nos despedimos del mundo las viejas generaciones, agachando el moño? ¿Nos superan las fuertes campanadas de la nueva voz?
PERO EL ORÁCULO del AMIGO BIGOTE seguramente tiene algo más profundo que agregar.
¡Usad la palabra, AMIGO BIGOTE, no calléis!
El Zanahoria, a sus pies

Habla el AMIGO BIGOTE
Amado discípulo:
Ni las desorbitadas circunstancias de los últimos días justifican ni validan su personal desenfreno en juzgar y calificar tan ligeramente al príncipe de Lampedusa y duque de Palma di Montechiari, el palermitano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, quien creó en el Gatopardo esa magnífica postal de la atmósfera, refinada y banal a la vez, de los años de la Unificación Italiana. Porque esa es precisamente la clave de este momento: la constante dualidad. No sé si conserva en su cacumen la frase mágica del príncipe frente a los altibajos de las pasiones humanas, los conflictos y los fracasos: "dormiamoci sopra". O sea, frente a los problemas que cada día nos acometen, lo sabio es irse a dormir. Y tal vez, mañana, con la luz del amanecer, puede que algo cambie... Una actitud muy DC, típica de la derecha moderna, y absolutamente socialista.
Si el humano temor me alcanzara, los recientes días habrían sido la ocasión más cercana a sentirlo. Desde la descomposición republicana de los días de Allende que no se ha sentido una masa crítica tan riesgosa como la que provocan estas multitudes descomunales y ensimismadas, que reemplazaron la identidad por el celular. El viernes en la tarde temí lo peor: tal cantidad de gente, sin norte alguno, en una atmósfera hiper combustible, podía arrasar la mitad de Santiago hasta los cimientos.
Y, oh prodigio, las leyes profundas del universo convirtieron el descomunal despliegue en una ecuación taumatúrgica: esta muchedumbre de zombies, cada uno drogado con sus personales -y mayormente infundadas- visiones y demandas, ondeó banderas y gritó sus mantras. Y, como debe ocurrir hasta con los áfidos (específicamente los pulgones del rosal, querido ignaro), se relajó. Y de su balbuceo ininteligible surgieron si no unas tablas de piedra, al menos unos plumavit de la ley, con unos esperpénticos mandamientos. Que, no lo tomes a risa, parecen, sin embargo, venir de los elementos fundamentales de la materia misma.
Abreviando, me alegro del final feliz tipo película estadounidense de los años cincuenta. No es que tenga fe en tanta bobería ("saquemos el TAG, eliminemos la AFP, que nos paguen sin trabajar"), pero al menos demostraron a la infinidad de cretinos (o sea, políticos) que no es llegar, decir "y no me den las gracias por todo esto, que lo hice yo" y repetirse el atracón parlamentario por el resto de la vida. No: borrón y cuenta nueva. Es la última esperanza, es la sabiduría ancestral de nosotros los tres grandes depredadores, del Jurásico hasta el presente: las ratas, las cucarachas y nosotros, los simios.
No obstante, hay una frágil llamita de esperanza, vacilante, en medio del huracán grado 5 que son la realidad y la sanidad mental de Chile. Pero, observando la historia de este conglomerado, su gente, sus dichos, sus costumbres, sus deseos y sus pasiones, la única conclusión posible es que Dios existe.
Que la Fuerza te acompañe, Zanahoria.


Domingo 27 de octubre

El AMIGO BIGOTE ha hecho uso y abuso esta vez de su natural arrogancia, llegando a ribetes de soberbia que debe pagar este humilde siervo.
El comentario al pasar sobre una novela lo ha disgustado. El escritor que despacha este mensaje pudiese haberlo desarrollado con argumentos literarios, pero no era el caso. El AMIGO BIGOTE no ha entendido a su interlocutor y se ha dejado dominar por sus prejuicios; el más fuerte de ellos, el prejuicio de la superioridad intelectual, el prejuicio de la vieja raza.
Demostrado está, otro comentario al pasar, que las mejores decisiones se toman por la mañana, después de un buen sueño. Me lo comentó días atrás en el café Luis Valenzuela, y a él se lo hizo ver otro señor. No es prudente acometer una acción al caer la noche, cuando el problema se encuentra en estado de ebullición.
Sin embargo el AMIGO BIGOTE RETOMA LA TEMPLANZA y da visos de pensador en la segunda mitad de su entrega, que es la mitad con la cual se queda este vapuleado Zanahoria.
Se le agradece al AMIGO BIGOTE que siga dando luz a la nación.
Honor al AMIGO BIGOTE
El Zanahoria 

Habla el AMIGO BIGOTE
¡Cuánto bien le haría, apreciado tubérculo, evitar la autocalificación y los espasmos de inexplicable egolatría que lo embargan tan a menudo. ¿Ahora, además, quiere convertirse en crítico literario, en emular a esa señorita Espinosa a o algo así que escribe en nuestro amado periódico? O tempora, o mores. Prefiero, -con la benevolencia del quien mira sobre un portaobjeto las evoluciones de alguna elemental bacteria-, asumir que, como atacado por la misma pandemia que afectó a un millón de vecinos en Plaza Italia el viernes pasado, usted trata de exorcizar sus personales demonios denostando a los valores y pilares fundamentales de nuestro universo.
Paciencia. El pensamiento de los Rosacruces, de madame Blavatsky y su Teosofía le advierte "si no puedes ser el sol, sé el planeta humilde..." Y siempre es válido "lo que es arriba es abajo". Y por favor, no conviertas este pensamiento metafísico en alguna de las monstruosidades del abominable Dr. Vicius, que, lo estoy viendo, en su disipada jerga  comentaría que "en el baño, del color de las cortinas es el felpudo".
Pero si, el caleidoscopio de obsesiones, patologías, de esta multitud es una oportunidad valiosa, de corta duración. Es la muecha cora del explosivo. O se anula en el corto plazo, o el estallido será muy violento. Se necesita cortar cabezas, como se certifica en los frescos de los patios de los juegos de pelota de Chichén Itzá y las decenas de vestigios mayas de México, Belice y Guatemala. Los dioses siempre están sedientes de sangre. Y toda la multitud quiere beber de las apulentas arterias qwue riegan las billeteras de nuestros políticos del congreso y los grandes puestos.
Cuidado: después de masacrar a zar, la zarina, el zarevitz y el resto de la famila en Ekaterimburgo, el estallido del rencor destruyó a todos, hasta llegar a los inocentes campesinos que también fueron masacrados por la misma Revolución de Octubre. Y han seguido asesinando hasta hoy. Porque la envidia es un artefacto que no tiene botón para apagarla.
Bien: sumiso Zanahoria, trata de seguir el camino de la virtud, aunque no tengas el mapa y en GPS correspondiente. Recibe mis bendiciones y oraré por ti ante Kukulkán, la divinidad que encauzaba la sandre divina sobre los humanos.



Domingo 27 de octubre

Observo, AMIGO BIGOTE, una redacción a la rápida, exenta de las mínimas correcciones; un estilo que pretendió ser docto pero que se dejó llevar por la pasión y no aplicó el mínimo de cuidado con la palabra, algo que tanto se echa de menos estos días.
Pero, aun así ¡PERDONO AL AMIGO BIGOTE!
Se ha dejado llevar por la incontinencia de los años, pero ¿quién a nuestra edad está libre de ese pecado venial?
SALUD Y ETERNA AMISTAD AL AMIGO BIGOTE

Habla el AMIGO BIGOTE
Amado aspirante a discípulo,
No olvide el motivo de su nombre. Y, por cortesía, no tome el rábano por las hojas (en este caso, el tubérculo que ya sabemos). Vamos al meollo.
Socráticamente, mi papel, como docente constante, es siempre el de ser el aguijón en el anca de potro (... por decirlo así, traduciendo "a pain in the ass" como diría Shakespeare).
Paternalmente,
R.R.

Martes 29 de octubre

Estimado AMIGO BIGOTE
Observo que la demencia social ha sido capaz de crear un ligero desencuentro entre estas dos almas.
¡Hablad, AMIGO BIGOTE!, vuestra palabra es siempre bienvenida. ¿Veis una luz en el tenebroso horizonte?
El Zahanoria (escritor)

Habla el AMIGO BIGOTE
Estimado Zanahoria, te recuerdo la profecía que mi maestro apuntó hace tiempo en Macbeth:
"La vida no es más que una sombra en marcha; un mal actor que se pavonea y se agita una hora en el escenario y después no vuelve a saberse de él: es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no significa nada".
Ya hemos visto estos diálogos entre dementes, como lo fue la  mal llamada "rebelión estudiantil" del 68. "¡Queremos cambios!" bramaban los ignaros. Y los tuvieron. Allí empezó el sistema de créditos. ¿Te acuerdas de qué se trataba? ¿Sirvió de algo? Un truco de los titiriteros de siempre para que dejaran de destruir; de parte de los agresores no se trató de la búsqueda del conocimiento o la verdad, sino de conseguir que las mujeres dejaran de usar sostén, el único cambio que cabe recordar. Ahora piden cambios, Piñera asegura que los hará PERO... un cambio toma tiempo y nadie se interesa en dar tiempo. Sonará la alarma antes de que se organicen tales cambios y, por cierto, antes de que sean aprobados por la monstruosa burocracia que, como todas las tiranías se llama a sí misma "democracia" y jamás permitirá que le arrebaten sus prebendas.
Mala cara tiene el difunto, como comentaba el saber popular en los velorios a urna abierta. Que los dioses se apiaden. Y ojalá que no acuchillen una vez más a César junto a la estatua de Pompeyo y que no sea necesario que arda Roma, otra vez.
Pax vobis, Carota puerus
Rodolphus Rex

Martes 29 de octubre

Estimado AMIGO BIGOTE
El Zanahoria volvió a casa, caminando una hora entera desde el diario, con una sensación de pesadumbre, de derrota. Es curioso que luego de experimentarla, como les sucede a los seres humanos, comenzó a acostumbrarse, a resignarse y a buscarle el nuevo lado bueno a las cosas. Lo comento a propósito de dos frases que el AMIGO BIGOTE desliza al pasar: "Mala cara tiene el finado" y la muerte de César.
¿No sería mejor, a esta altura, que S.E. renunciase, su sucesor, que sería Blumel, llamara a elecciones en 120 días e irrumpiera el nuevo líder, que hasta podría ser Kast, si no Lavín? ¿O es muy ingenuo de parte del Zanahoria este razonamiento?
¡Hablad, AMIGO BIGOTE!

Habla el AMIGO BIGOTE
Todo parece válido cuando se desata el pánico. ¿En qué pensaban los pompeyanos el año 70 y tantos cuando se produjo el flujo piroclástico del Vesubio? Todo daba lo mismo en ese instante de agonía. ¡Ni siquiera si hubieras asaltado una botillería de barrio y te hubieras bebido solo varios bidones de alcohol metílico se entendería que propusieras al inepto, incapaz y basura de Lavín como gobernante! ¡Diantres, hay un límite hasta para la insanía!
Ánimo, Zanahoria amigo, que "ancor non e detta l 'ultima parola!"  Respira y expira. Relájate. Y espera que la tierra gire, y no gires antes tú...
Está malito, pero todavía respira.
Que amanezcas mañana con el frescor de un nuevo día, que siempre será el máximo regalo de lo que te quede de vida...
Namasté
R

Miércoles 30 de octubre

Estimado AMIGO BIGOTE
Los días van pasando y junto a ellos surgen nuevas sensaciones. El Zanahoria estuvo hoy menos deprimido, porque recorrió el centro y fue testigo de una señal minúscula de normalidad. El café estaba abierto, no así grandes tiendas comerciales, selladas a fuego de soldadura. A la salida del trabajo fue sorprendido por los gases lacrimógenos, pero, oh milagro, terminó el día cenando en un restaurante con sus seres queridos.
No está dicha aún la última palabra, sin embargo. Y por lo mismo,
Hablad ahora o callad para siempre, AMIGO BIGOTE.
El Zanahoria

Habla el AMIGO BIGOTE
Hay un insecto que se llama, precisamente, efímera (emífera diría un premiado cronista deportivo). Pero siempre nuestra existencia es así, que me gusta definir como "un fugaz chisporroteo entre dos eternidades de silencio". Se juntaron elementos subatómicos, átomos, partículas, células y ¡oh sorpresa! existió ese curioso fenómeno, el yo. Con fecha de vencimiento más corta que un yogurt. Antes, ni sospecha. Después la nada irremediable, la ataraxia, le néant. Lo divertido entonces es que cada cual, cada vez, redescubre toda la historia del prefacio casi hasta el epílogo, mayoritariamente con el colofón borrosamente impreso...
Y en vez de anhelar una inmortalidad imposible deberíamos agradecer esta piadosa brevedad, esta espera corta para despertarnos muy pronto, sin pesadillas, del doloroso sueño de la vida.
R

Viernes 1 de noviembre

Querido AMIGO BIGOTE
Las mareas humanas van cesando en su accionar y en su nivel de destrucción, tienden a recogerse las olas; su colega en el oficio no vislumbra rebrotes de temer, ahora que las demandas de los de siempre empiezan a concentrarse en cambios de eje, no precisamente populares.
Pero ante esto El Zanahoria se pregunta: ¿Acaso el AMIGO BIGOTE no tendrá algo iluminador que decir? ¿O ha preferido también hacer como los cangrejos que se hunden en la arena cuando el mar se repliega?
No calléis, AMIGO BIGOTE, su palabra, aunque mínima, aún posee algún valor.
El Zanahoria

Habla el AMIGO BIGOTE
Tarde o temprano la alimaña asoma de su cubil. (Anota y busca en wiki estas palabras, en el primer paso de tus ambiciones de llegar a ser al menos un escribidor).
¿Tú hablas de  mínimo? ¿Tu, un ente subatómico? ¿Cómo podría yo iluminar el agujero negro de tu existencia, tan denso que es del todo insoportable y que, ya que no absorbe las enseñanzas del maestro, se traga todo lo demás, incluso la luz, y sigue siendo igual de abyecto?
El verme que califica al sol: "Hoy día no amaneció tan luminoso como otras mañanas".
Este es uno del piélago de males que nos corroen, y que tienen su playa de estacionamiento en ti.
Y, por favor, piensa en ti. O, al menos, piensa.
Esa es tu próxima tarea para la casa.
(Esta nota no va firmada, para que no trates de hacer negocios con ella).

Sábado 2 de noviembre

Durante estos días lúgubres, la extraordinaria sensibilidad del AMIGO BIGOTE no se ha dejado caer NI POR ASOMO sobre el espinoso tema de las desigualdades que habrían dado origen al estallido social que nos golpeó en la cara a los chilenos todos. ¿Acaso no hay un atisbo de misericordia en el corazón del AMIGO BIGOTE por los que más sufren, personas a las que el AMIGO BIGOTE tal vez solo conozca por los diarios, las imágenes de la TV o lo que proyectan a los ojos del AMIGO BIGOTE esas mismas personas desde los paraderos de las micros?
Hablad, AMIGO BIGOTE, no os dejéis dominar por la razón.
Vuestro fiel amigo El Zanahoria

Habla el AMIGO BIGOTE
Cualquier periodista profesional recuerda a aquella ministra francesa que tuvo la desafortunada idea de comparar a los chinos con las hormigas, en cuanto a conglomerado social. Fue un símil desafortunado, pero espontáneo. La dictadura maoísta los convirtió en número, en una inmensidad de esclavos sin vida propia.
 Las desigualdades son intrínsecas al hombre, desde el Génesis, con un Abel agricultor y un Caín cazador. Gracias al cielo todos somos distintos (lo siento, Zanahoria, pero está en nuestro ADN). Ese es el encanto de la humanidad. Pero cosa distinta es que el egoísmo marque una frontera entre nuestra categoría de simios autorreferentes, y prefiramos destruir alimentos a compartirlos con los que mueren de hambre. Y, que como país, los legisladores sean ignorantes y bellacos, incapaces de hacer leyes breves pero eficientes, cada una con un reglamento que las haga funcionar.
Pero el problema no nace de la desigualdad, sino de la responsabilidad. ¿Qué laya de hombre es aquel que sólo agita banderas de derechos, pero se desentiende de deberes? Soy descendiente de migrantes: con antepasados lo bastante honestos como para no poner bombas, ni destrozar los escasos bienes de un país, sino de trabajadores que dejaron su tierra nativa buscando paliativos para una guerra, la Gran Guerra, que no declararon, no buscaron ni decidieron pero sufrieron en toda su brutalidad. Pero era gente de trabajo. Y si algún ínfimo bienestar disfruto es el resultado de una cadena de gente de esfuerzo permanente, responsable y generoso, que paga sus impuestos, ayuda a quien puede, y evita cometer actos indebidos. ¿Por qué no pueden todos hacer cada uno su pequeña parte de una comunidad?
Por mí, yo pasaría bala frente a una horda de miserables saqueadores de televisores y suntuarios, de canallas que dejan sin trabajo a la gente más modesta. Y no seguiré el juego de los izquierdistas que lloran por las desigualdades, pero las aprovechan a dos carrillos, y no han sido capaces de resolver nada durante medio siglo en que han metido manos más al erario nacional que a la justicia social. Ahora quieren que Piñera resuelva en horas lo que sus representantes no han hecho en décadas.
Por favor, nada con el POPULISMO que quiere todo gratis, pero no aporta nada. Es el más reciente truco de izquierda, y de esas tonteras ya saturaron el siglo pasado, donde perdieron la mitad del mundo.
El infierno son los demás, advirtió Jean Paul. Y como dice en Huis Clos, "Eh bien, continuons".
R

Sábado 2 de noviembre

El AMIGO BIGOTE ha dicho cosas bien interesantes, menos de las que pensaba su discípulo; mas en aras de la verdad, tal vez El Zanahoria ha esperado hasta este momento para hacerle la pregunta crucial. A saber, ¿quién encendió la mecha aquel fatídico viernes 18 de octubre? El Zanahoria exige una explicación.

Habla el AMIGO BIGOTE
¡ESTE NO LO CONTESTASTE!!!

Lunes 4 de noviembre

Estimado AMIGO BIGOTE
Se equivoca Ud., cariñosamente se lo digo. Tras su mensaje que comienza con la ministra y los chinos, El Zanahoria le envió la siguiente pregunta (el sábado), que tal vez se traspapeló en el correo de EL AMIGO BIGOTE. La reproduzco:
“El AMIGO BIGOTE ha dicho cosas bien interesantes, menos de las que pensaba su discípulo; mas en aras de la verdad, tal vez El Zanahoria ha esperado hasta este momento para hacerle la pregunta crucial. A saber, ¿quién encendió la mecha aquel fatídico viernes 18 de octubre? El Zanahoria exige una explicación".
Se le recuerda finalmente al AMIGO BIGOTE que El Zanahoria no responde las enseñanzas del AMIGO BIGOTE, sino que trata de asimilarlas. El Zanahoria lo que hace es acudir al oráculo de Lo Barnechea.
Alabado sea el AMIGO BIGOTE
El Zanahoria

Habla el AMIGO BIGOTE
Bueno, trate de asimilar mis enseñanzas. Y aquí va una: nunca diga "Ud. se equivoca",  porque R.R. no lo hace.
Pero vamos a lo que importa.
Anoche mi amigo y profesor, Hugo Zepeda Coll se lució en el programa de la srta. Bretahuer con un análisis que me parece muy atinado sobre Constitución, sobre plazos, sobre posibilidades. Búsquelo en internet. Comparto sus puntos de vista, que es de lo poco digerible que muestra la pantalla.
¿Sobre el tema? Conversar, departir. Pero no tan idiotamente como se acostumbra ahora, que los DD. HH. sólo cuidan a lo saqueadores pero ignoran a los carabineros que defiende a la gente modesta. NO: esa es una pelotudez marxista que sueña con una asamblea constituyente que domine, para meternos  una Constitución nueva, por supuesto, que sea como ellos, totalitaria y totalmente en sus manos. No. La democracia es mala (porque aguanta en su interior a quienes siempre trabajan para destruirla) pero sigue siendo lo único posible. Por cierto que hay abusos, y hay que resolverlos. Eso es lo que se vio el viernes de la gran marcha, que todos los chilenos aullamos por distintas razones; pero si bien "la copia feliz del Edén" no se dio con el Presidente Pinochet... tampoco se dio con los presidente que le siguieron, después que entregó el mando.
Bueno, que los dioses velen tu sueño, pequeño saltamontes.
R

Viernes 8 de noviembre

Querido AMIGO BIGOTE
Someto a su consideración este pequeño relato surgido de los difíciles tiempos que vivimos. Se intitula "Murmullos en el paraíso".
Su humilde amigo escribidor
El Zanahoria

Habla el AMIGO BIGOTE
Gracias por esta joyita, esta divagación entre mi querido Hieronymus Bosch y su Jardín de las delicias y Salvador Dalí, divagaciones de mundos discontinuados que, en raras ocasiones -justo como ahora- son el único relato auténtico de nuestra concreta realidad. Sobre la inocencia de nuestros pueblos aborígenes recordé haber pasado los dedos en Tikal sobre esos deleitosos bajo relieves mayas que mostraban a los equipos enfrentados en el juego de la pelota, con la cabeza de los perdedores en la mano, como trofeo. Inocentes no eran, precisamente, como dicen esos falsarios de la historia del hombre.
Pero es cierto: estas horas validan nuestros más contrapuestos soliloquios. Ese ser y no ser. Una canalla congénita (esos maleantes que en Chile llaman penosamente "el gallo choro"), más esos delincuentes internacionales, de sueldo en euros que se apropiaron de los derechos humanos, y cobran por ellos. Gran basura. En mañanas como esta es cuando brotan de la tierra los tiranos furibundos: la tierra está abonada para que germinen. Si vis pacen para bellum: si quieres la paz prepárate para la guerra, afirmaban mis antepasados, que NO eran DC sino gente de trabajo y honesta.
Hay mucho más que teclear mas, por ahora, esperemos tu pensamiento.
R




lunes, noviembre 18, 2019

La Cosam

Una vez al mes acompañábamos a mi mamá a la Cosam. He tratado de averiguar el significado de esa sigla; internet solo me informa que ahora se trata de una comisión de salud mental. Pero antes era otra cosa, algo así como una cooperativa de obreros de la Braden, un almacén de abarrotes.
La Cosam estaba en Campos, entre Millán y Astorga, vereda oriente, a mitad de cuadra. Mi mamá llevaba una caja de madera y se instalaba entre las mujeres que pechaban por arrimarse de las primeras al mesón de ventas. En ese entonces a nadie se le había ocurrido idear el sistema del reparto de números, de modo que la atención era por orden de decibeles de garganta, de majadería, incluso de violencia verbal. Cuando mi mamá se cruzaba con ese tipo de mujeres, que eran las esposas de los obreros que vivían en la población Sewell, evidenciaba su desprecio por ellas en los comentarios que hacía al llegar a la casa, dentro de la protección que le brindaba la intimidad. De vuelta de la carnicería, por ejemplo, solía comentar que mientras ella pedía medio kilo de posta, esas mujeres de cuerpos bajos y pantorrillas voluminosas ordenaban tres y hasta cuatro kilos con voz bien fuerte, como para que se notara la diferencia. Esos comentarios suyos, que moldearon mi personalidad y mi forma de ver y enfrentar la vida, resuenan en mis oídos hasta el día de hoy.
Mi mamá marcaba la diferencia con esas mujeres con finura y delicadeza. Imponía su mayor cultura de un modo discreto y elegante; lograba con esos gestos tácticos que fuesen los demás los que se dieran cuenta de su superioridad. Pero en la intimidad se desahogaba y mostraba el correón de la ojota con un placer rayano en lo vulgar. Mi papá, que poseía el grado cultural de esas mujeres, pero la sensibilidad de un artista, se enfurecía ante esas reacciones casi infantiles, lo que a mi mamá la hacía gozar aún más y a mi papá indignarse el doble, lo que llevaba la escena hacia una conclusión violenta, ejemplificada en gritos, los famosos gritos de mi padre, que traspasaban los muros, llegaban hasta dos y tres casas de distancia y nos dejaban temblando.
Puede que esto ya lo haya dicho antes; si fuese así, trataré de escribirlo de otra manera. Después de todo, el hombre ha vivido contando día a día la misma historia; nada nuevo hay bajo el sol. Una noche que viajábamos de vuelta en la micro que nos había llevado a la playa junto con decenas de vecinos de la población Sewell, y mientras las bromas, los brindis de los adultos y las voces de los niños se iban apagando, mi mamá comenzó a entonar Summertime, con la suavidad de una pluma. Su voz de soprano, que no era potente, pero sí maravillosa, se fue imponiendo sobre el ruido del motor y el rodar de los neumáticos en el asfalto del camino, hasta resonar ella sola dentro de la máquina, donde ya no volaba una mosca. Había llegado el momento de rendirse a la belleza del arte y a la nostalgia. Después de todo un día en la playa, los satisfechos pasajeros se entregaban mansamente a un baño de cultura. Al terminar la canción resonaron los aplausos y los vivas; un minero se entusiasmó y entonó un bolero, otro se atrevió con un tango. Al cabo de un rato el silencio se adueñó de la micro. El Vitorio dormía a mi lado, yo me sentía orgulloso, mis padres no decían nada y ni siquiera hablaban entre ellos, buena señal.
Retomo las visitas a la Cosam. A pesar de la notable diferencia de cuerpos, mi mamá se las ingeniaba para desplazar a las mujeres cuadradas, que siempre aparecían de a dos o de a tres, y lograba acodarse en el mesón, donde pedía el arroz, los fideos, porotos, garbanzos, lentejas, azúcar, chancaca, sémola, sal y aceite para dar la vuelta al mes. Los dependientes, ataviados con delantales grises, corrían a atender; se encaramaban sobre escaleras apuntaladas a los anaqueles o desaparecían en la gran despensa posterior para, al cabo de unos minutos, surgir con la mercadería solicitada. Llenábamos la caja, mi mamá pagaba con billetes, hacíamos parar una victoria y volvíamos a la casa. No había una gran alegría en esa rutina. Se compraba lo que había que comprar y tal vez un engañito extra, un paquete de galletas o un chocolate y eso era todo. Lo demás se adquiría en el quiosco de la esquina y las frutas y verduras en la feria La Doñihuana, al costado de la estación de ferrocarriles.

miércoles, octubre 23, 2019

Murmullos en el café

El Presidente había pedido perdón, con la mano sobre el pecho. Se le veía atribulado, compungido, no derrotado, sí descorazonado. Aquello que había intentado construir durante años, sus grandes sueños de trascendencia, se le desplomaba en una sola noche. Su cabeza estaba en juego, pero él no parecía darse cuenta de ese pequeño detalle. El día antes le había declarado la guerra a un enemigo invisible, a unas hordas sin rostro que se adueñaban de la ciudad. La masa silenciosa, en tanto, se hacía preguntas, se cuestionaba sus certezas, se tentaba: eran demasiados los incendios, los saqueos y los gritos de jóvenes encapuchados que se comunicaban a la distancia a través de sus celulares, cantando enceguecidos al grito de "Chile despertó". Tal vez no estuvieran tan equivocados, tal vez era el momento de seguirlos en su locura, quizás un provecho personal podría sacarse ante el nuevo escenario, diríase que podrían estar pensando miles, millones de chilenos.
Eliodoro huyó caminando hacia su hogar, invadido por un miedo... por un miedo... diferente, una sensación que le comenzaba en la médula, le atravesaba el corazón, se le alojaba en la mente y se le expandía desde la conciencia más profunda en mil direcciones, presentes y futuras. Hacía años que no se sentía así, quizás nunca antes había experimentado dicha sensación, algo similar al vacío y también a lo que existe en demasía, a lo que puebla un continente, lo repleta y se aloja en él como el aire en el globo, como una sustancia que de buena deviene en tóxica. Por la tarde un grupo de vándalos había entrado a su oficina, provocando destrozos menores, de esos que no salen en los diarios, pero destrozos al fin y al cabo, daños al sistema nervioso de su empresa. Le aguardaban unos cuatro a cinco kilómetros de caminata, una hora o poco menos. En otras circunstancias habría sido un trayecto saludable; pero esa noche parecía más una película de terror, "La guerra de los mundos", "Los muertos no mueren" o alguna de ese calibre, con estaciones del metro convertidas en escombros tras los incendios, sus carros pulverizados, buses dejando ver sus humeantes esqueletos deshechos, edificios públicos e iglesias en ruinas. Empezaban los saqueos y la TV exhibía a sus anchas, envalentonada por sus quince minutos de fama, cómo incontables dueños de automóviles recién salidos de fábrica abrían las fauces de sus vehículos para apropiarse con toda tranquilidad de la mercadería de los supermercados en llamas. Los manifestantes utilizaban la técnica de las hienas: rodeaban a sus víctimas más frágiles, aquellos locales comerciales de grandes ventanales indefensos, libres de enrejados o diseñados con protecciones débiles, les prendían fuego y los saqueaban. Sin ser católico de misa, en medio de la multitud a Eliodoro se le vinieron a la mente las palabras de Jesucristo clavado en la cruz: perdónalos, Señor, que no saben lo que hacen.
Recorría las mismas calles de siempre, pero con una nueva forma de ver las cosas, como hacen los niños o los turistas que abren los ojos ante lo nuevo que se les manifiesta. Veía los rostros de la gente mezclados de ansiedad y alegría, la falsa alegría que sintieron quienes abrieron la caja de Pandora. En uno de los pocos pubs que se mantenían abiertos, clientes treintañeros fumaban y bebían cerveza en las mesas que daban a la calle; parecían indiferentes ante el gas de las bombas lacrimógenas que impedía respirar con normalidad. O tal vez presentían que se les había aguado el panorama del viernes por la noche; y sin embargo insistían en proseguir como zombis con su rutina, como almas en pena.
¡Cuánto tiempo hacía que no anhelaba un buen café como esa noche! Pronto llegaría a su hogar; entonces se sentaría en el sofá, escucharía su programa favorito de jazz, leería la poesía negra de George Trakl y escribiría sus diarios apuntes sobre la suerte de los suyos y la suerte del mundo. La taza de café humearía en la mesita de arrimo y aquel sería todo su mundo, el único posible en el que el alma se vacía, se derrama y el cuerpo busca en paz su guarida temporal. Había trabajado el día entero, había cumplido como buen empleado con su compañía, le había sido leal años de años. Y ahora le restaban solo veinte, cuando mucho treinta minutos para suspender la pesadilla al menos unas horas, las que irían de las diez de la noche a las ocho de la mañana.
Una turba de sujetos vestidos de negro y muchachas con pañuelos verdes se le cruzó en el camino. Invadido por un odio desconocido, nacido del fondo de su alma, Eliodoro no se hizo a un lado y con el hombro pasó a llevar a una de las mujeres, que protestó al instante. La turba lo cubrió de improperios y se le fue encima; un fogonazo surgido de la oscuridad lo desplomó sobre la acera. Se hallaba en una de las calles laterales que había escogido para evitar los disturbios, pero el destino se ensañaba con él; al verse en el suelo presintió que no había sido una buena elección. Desde su nueva postura en la acera divisó una luz roja de neón que lo invitaba con su mensaje. "Café Hades", decía. Era un negocio pequeño, tres a cuatro mesas apegadas a una pared alumbrada por lamparillas dispuestas en alejados rincones para crear ambiente; parecía camuflado en la discreta calle, como si toda su existencia hubiese consistido en esconderse en el corazón de la jungla, esperando su momento para dar la señal.
Entra, yo te acojo.
El mensaje poderoso crecía en su mente; tal vez debería adelantar sus deseos. El púrpura brillante del neón se asemejaba a esos cuentos infantiles de desobediencia que terminan mal, con los pequeñajos en el despeñadero. Ah, la malévola e inocente desobediencia infantil.
Un joven de acento extranjero le ofreció la carta, una página plastificada algo grasosa por tanto uso.
-Un café y un vaso de agua -pidió Eliodoro-. Sin azúcar -añadió-. El vaso de agua grande, por favor -complementó.
Cuando el café estuviera en su mesa le daría el primer sorbo y resucitaría; ese sorbo, menor que el paso de un segundero entre un número y otro de la esfera, le daría sentido a su existencia. En ese instante su vida se hallaba reducida a saborear una taza de café, el primer sorbo de una pequeña taza de café. Entretanto lo iba inundando un sopor que atribuyó a la rara sensación de tranquilidad surgida de la cálida y débil luminosidad del local, la ausencia de ruido exterior, el relajamiento de su tripa, la respiración rítmica y pausada. Afuera, el caos, el fuego, el vandalismo, los cacerolazos y el griterío de la multitud superaban a sus peores pesadillas, pero desde el pequeño café no se oía nada, salvo un leve murmullo, que recién ahora se incorporaba a su conciencia. En el recinto eran dos: el desolado Eliodoro que desde niño odió las multitudes y practicó la obediencia y el orden -el abrumado Eliodoro que se daba una pausa antes de proseguir el incierto camino a casa- y el muchacho concentrado en la preparación del café detrás de la barra.
Eliodoro llevaba siempre consigo una libreta de apuntes. La ocupaba en sus noches, pero también en alguno de sus momentos de ocio. Más que un hábito, era uno de sus escasos vicios, que los tenía, como todo el mundo. Mientras aguardaba su café de grano escribió lo que se le vino a la cabeza.
Sentía que esos pequeños apuntes le habían devuelto a su psiquis la dosis de pesimismo para aliviar su mal. Las hordas de jóvenes marchaban ante la ventana, pero no las oía. Tendrán lo que pedían, pero querrán más, y así se desemboca en la penuria, protestaba no su intelecto sino su sensibilidad, dejando traslucir un profundo desprecio hacia la juventud inconsciente, que no le hacía bien a su semblante. Razonaba con odiosidad, como si una semilla de violencia se expandiera hasta nublar los dos hemisferios de su cerebro para negarse los placeres, impedirse otra manera de mirar la vida. Y sin embargo, haciendo un esfuerzo, intentaba ponerse en el lugar de ellos, arrimarse al nuevo tiempo, salvar su identidad. Al contemplar sus perfiles enérgicos, definitivos, dejó escrito en su libreta:

Si una ideología apela al instinto, a la riqueza y al individuo mientras otra lo hace al corazón, a los pobres y al reparto de los bienes, la primera tiene la batalla perdida en el campo de las masas, porque la gente posee una idea irreal de sí misma. ¿Quién se negaría a adherir a la compasión? ¿Quién abrazaría la causa de la crueldad?
Todo ha sido edificado sobre la base de la injusticia. El resentimiento se extiende como un manto de polvo de huesos sobre la faz de la tierra. Las masas exigieron y hubo que darles. El mundo entró en conflagración y de la sombra emergió el próximo gigante. Cuando las cosas hayan ocurrido y surja el nuevo orden no habrá oportunidad para lamentaciones. Todo habrá sido pisoteado por el tiempo, los culpables se esconderán bajo sus nuevas máscaras, pedirán castigos y de aquellas viejas ideas incendiarias no habrá quedado nada.

Como una bruma que avanza sobre el lago, se divisa de lejos y de pronto envuelve el entorno, así Eliodoro se fue haciendo parte de ese ambiente elegíaco al que hacía tanto tiempo, y sin admitirlo, ya pertenecía. Se hallaba solo en el café; afuera relumbraban las calles y por la vereda veía pasar carros de supermercados repletos de mercaderías saqueadas.
El mozo se dirigió al fondo de la sala llevando la bandeja; con un guiño le pidió que lo siguiera hasta una puerta cubierta con una cortina de género. Sobre el dintel, una placa luminosa advertía: Exit. A los pies, echado en una alfombra roñosa, dormitaba un perro. Apenas meneó la cola cuando ambos traspasaron la cortina.
Los recibió un montacargas abierto, sin barandas. Al tiempo que los murmullos iban creciendo el aparato bajaba automáticamente, tres, cinco, diez, veinte, treinta metros, como si se dirigiese al inframundo; de pronto el mozo saltó a un piso que ofrecía el trayecto, sin aviso y sin derramar una sola gota de café. Eliodoro también brincó y fue a dar al suelo, mientras el montacargas continuaba descendiendo hasta más allá de lo que sus oídos eran capaces de captar como señal de detención. Los rodeó un enjambre de voces y figuras imprecisas que iban y venían sin destino fijo por el sorprendente espacio; reparó en que sus siluetas alteraban todo aquello que abarcaban sus ojos, al tiempo que no cambiaban las cosas en nada. Las ráfagas de seres intercomunicados lo traspasaban, ya no necesitaba tomar apuntes, bastaba sentir la sensación en plenitud para que las cosas fueran por fin como debían ser. El destello ensordecedor guiaba sus pasos; eran sus viejos amigos pero sobre todo el enemigo, eran miles de cerebros, miles de manos, miles de pies unidos en pos de un objetivo cambiante, impreciso, modificable. Se trataba de una experiencia insólita; aun así le recordaba algo ya visto, tal vez un sueño lejano. En el rincón menos iluminado de la sala, cuyo piso de tierra era un mero detalle, acaso olvidado a propósito por el creador, un cuarteto de cuerdas interpretaba a Borodin; en todo lo demás el recinto lucía un esplendor no visto por Eliodoro nunca antes en lugar alguno de la esfera. De la música almibarada le era dable oír solamente un acorde, que no por el hecho de que jamás se desplazara al siguiente significaba que molestara al oído; a la inversa, provocaba la mayor sensación de placidez que en su vida hubiese sentido.
Miraba fijamente a través de las imágenes que fluían como la brisa de atardecer, el muchacho le servía el expreso humeante con guantes blancos, Eliodoro bebía una y otra vez el primer sorbo y su cuerpo entero se estremecía de placer. El café dentro de la boca era un riachuelo caliente que sorteaba la valla de la lengua, inundándola de sabores, copando la cavidad con su esencia misteriosa, hasta desembocar bajo el extremo del paladar y caer hacia el abismo de la faringe y el esófago al mismo tiempo que le dejaba el recuerdo de esa sensación en la memoria, en la boca y en el alma. Era un momento infinito, inefable y eterno. Había traspasado la meta, se hallaba en el origen y no sabía cómo transmitir la buena nueva. Pero ¡qué importancia podía tener aquella banalidad! El creador volvía a escribir en renglones torcidos, y llegaba la hora de que Eliodoro conociera a sus perseguidores, la hora de las presentaciones.
Se prendó de ellos apenas los reconoció como se reconoce uno en un estanque, cuando se tiende y mira el agua desde arriba; y ellos le declararon su amor definitivo. Habían hecho las paces.
¡Qué felicidad ardiente y suprema, imposible de contener, siempre presente!
Se leían la mente, el pensamiento fluía entre la revoltura de polvo que se dispersaba alrededor del epitafio grabado en la losa:
Tenía tanto que entregar
y me lo traje a la tumba


lunes, octubre 07, 2019

Una Nochebuena

Faltando pocos días para Navidad, todo se iba haciendo menos grave; contribuían el calor del verano, la piscina de la Braden y el término del periodo escolar. Aquejado de ataques cautivantes de ocio caminaba en polera y pantalones cortos por las calles, mirando los escaparates de las casas comerciales, que cada año en esta época cambiaban sus aburridas mercancías por regalos de toda índole, arcos y flechas, trajes de soldados romanos, juegos de bádminton, trenes eléctricos, pistolas de fulminante, pelotas y camisetas de fútbol, tacatacas, autitos a cuerda. Con el Vitorio nos pegábamos a las vidrieras, soñábamos dentro de las posibilidades y gozábamos imaginando lo que nos depararía la ruleta del destino. Los días se iban haciendo más lentos y cada movimiento sospechoso de nuestros padres era seguido por ambos con un respeto condescendiente.
La noche del 24 era sagrada, lo había decidido mi padre, el menos católico de todos. La unidad de la familia se imponía como una severa obligación y no solo debíamos reunirnos ante la mesa y el pino navideño nosotros cuatro, sino además la abueli, la Mirita, el Lucho, el Julio y el Miguel. La familia completa era esa y solo restaba decidir en cuál de las dos casas se haría la reunión. Llegado el día, el genio de mi padre se iba avinagrando a medida que pasaban las horas y se multiplicaban las pequeñas fallas que implica la organización de toda fiesta. Cada percance le generaba una rabieta mayor que la anterior, desde el nudo imperfecto de la corbata a la caída de la cera de una vela en el mantel. Quería controlarlo todo y su carácter nos hacía chirriar los nervios. La perfección era requisito previo a la unidad y el amor y sus gritos lo dejaban meridianamente claro.
Cuando la situación retornaba a la calma, acabada la cena, durante la interminable espera de la medianoche, solía recordar el año nuevo que había pasado de niño en el campo, en el pueblo de Codegua. "Cuando dieron las doce la tía Juana estaba planchando. El tío Acricio salió al patio con la escopeta, disparó un balazo al aire y se entró. Ahí terminó la fiesta y nos fuimos a acostar". Dicho recuerdo, tan contrario al significado que él le daba a las fiestas de fin de año, lo había marcado para siempre.
Esa Nochebuena en particular la celebramos en Ibieta y no tuvo buen comienzo: durante la semana encontramos una pila de regalos al fondo del ropero y nos pusimos a jugar con ellos en el parrón. Mi padre llegó antes del trabajo y nos pilló in fraganti. Encolerizado, vociferó que un compañero de trabajo le había pedido esconder esos paquetes por temor a que sus hijos los descubrieran. Dio hasta el nombre del compañero y en nuestra relativa ingenuidad, nosotros le creímos.
A las diez de la noche el pastel de choclo con presas de ave borboteaba en el horno de la cocina a leña, pero mi padre impidió que se sirviera. Faltaba el Julio y había que esperarlo. Alguien comentó que siguiendo a una polola se le había ocurrido ir a la misa del gallo. Mi padre echaba humo y los demás empezamos a encontrarle la razón.
Pasaban los minutos, pasó más de una hora; de pronto todos odiábamos al Julio.
Apareció cerca de la medianoche, echando tallas como de costumbre y burlándose de todos, especialmente de mi papá, al que no le guardaba respeto alguno. Recién entonces nos sentamos a la mesa. El ambiente no era de los mejores.
Cuando dieron las 12 abrimos los regalos. Eran  los mismos que habíamos descubierto en la semana, se notaba por la envoltura, de modo que a falta de sorpresa, nuestra alegría dejó bastante que desear.
Pero el Julio jugaba feliz con su pelota de fútbol.

jueves, octubre 03, 2019

La rutina del tiempo

Un eterno éxtasis, el retumbo de todos los instrumentos de la orquesta siguiendo un mismo ritmo ausente casi de silencios, la acción incesante que va dando paso a hechos nuevos sin pausa alguna, sin descanso, sin respiro. Un cúmulo de situaciones montadas unas sobre otras, de novedades que tejen una pirámide frenética.
Es el tiempo y su rutina, que corren incluso en el manso atardecer de un desierto engañosamente moribundo.
Sobre la tierra reseca y bajo la tierra reseca, insectos y alimañas se enfrascan en la competencia del instinto que da origen a batallas sangrientas, inclementes. Palpita el ser en todos ellos, indiferente ante el horrendo espectáculo de la vida.

Llevo varios días imaginando que comienzo a escribir un cuento basado en esos parámetros; un cuento de acción eterna, en el que cada situación eclipsa a la anterior y obliga al lector a sumirse en un estado de concentración absoluta, atrapado por los hechos que se van desencadenando uno detrás del otro. Mientras el relato asciende, apasionado y violento, porque la verdadera acción implica violencia desmedida, yo describo mi estado físico y mental, mi pálida rutina, el ambiente en el que escribo, la música que escucho, el licor que bebo, lo que ocurre en mi casa, en mi entorno. Es el viejo truco del cuento dentro del cuento, el viejo truco del escritor en su propio cuento.
No sería tan difícil imaginar el cuento; en el fondo se trata de simples fórmulas que muy pronto podrán serles encargadas a un robot, si esto ya no se ha hecho. Menos complicado aún es describir mi estado, bastaría hablar del dolor que desde hace unas semanas empecé a sentir en los brazos al teclear, al cargar bolsas del supermercado, al hacer cualquier fuerza; del ingenuo bienestar que me embarga al beber una copa, de la tácita compañía de mi mujer, enfrascada en sus propias tareas ante su computador, del problema de las palabras que significan otra cosa, el eterno problema de las dudas, las inconsistencias y las correcciones, del destino de la trama, del valor, del sentido de los quince minutos que se le robarán al lector, minutos que le dejarían un sabor provechoso en el espíritu si el tema del tonel que le cae en el pie al cuidador de la bodega le pareciera interesante, o curioso, o dramático, teniendo en cuenta que anochece y los demás empleados de la viña se han ido, que es viernes y no regresarán sino hasta el lunes. El tonel contiene 10 mil litros de vino de guarda y en un descuido insólito rodó y las diez toneladas quedaron fijas sobre su pierna izquierda. Grita el hombre de dolor y de terror, pero su voz desde el fondo de la bodega cerrada rebota en las paredes y se devuelve a sus oídos en un eco insoportable.
Miro a todos lados y apenas ya distingo la fila de barriles ordenados, anclados en sus bases; no puedo aún creer que uno de ellos haya burlado toda regla de lógica y rodara en silencio hasta atraparme, descuidado como estaba, dándole la espalda. ¿O es que alguien tramó esta historia de terror? La oscuridad se va apoderando del recinto; de las angostas ventanas situadas a lo alto de los muros no entran ya las ondas luminosas que regalaba el día; habré de esperar hasta la madrugada del sábado para volver a ver. Mientras, deberé enfrentar el miedo de la pierna aplastada, el dolor de la fractura, las gotas de sangre que emanan de la pierna y que atraen a las ratas, siento sus colas en el hombro, sobre un brazo, en la oreja, en la camisa, son demasiadas, y han olido mi sangre...
El horror súbito y ascendente de la pierna aplastada, la ausencia de algún instrumento que la cercene para liberarse, el dolor extremo, la sangre que brota, las ratas que se acercan a lamer y a escarbar, a hundir sus hocicos y sus dientes en la herida abierta conforman una suma de láminas truculentas que más valdría la pena eliminar de raíz, pues no logran enganchar con la psiquis del lector desprevenido; para que se produzca la empatía se necesitarían más que unas pocas líneas, y una historia in crescendo, no la suma de situaciones de clímax que no pueden conducir sino a la muerte. Eso, y la natural decepción del trabajo mal hecho hacen que el autor se levante de la silla y salga a caminar; a veces las caminatas refrescan la mente y dan buenas ideas.
El viejo Hipólito se detuvo a pensar. Revisó las llaves y al salir miró hacia atrás. El polen inundaba el ambiente y lo hizo estornudar. Un tren se acercaba a la estación, las ruedas iban disminuyendo su marcha y al detenerse, la locomotora soltó un chorro de humo negro y echó dos pitidos cortos y uno largo. Desde el patio trasero el viejo lo oyó partir al cabo de un rato. Pelaba una manzana verde, ácida, y se la echaba a la boca en trozos. Al masticar se le hacían agua los carrillos y cerraba involuntariamente los ojos. Había un libro sobre la cubierta de vidrio de la mesa, pero no sentía ganas de reiniciar su lectura. Era un libro de Hölderlin. El separador resaltaba alrededor del primer tercio del ejemplar; los moscardones entraban y salían de los cilindros huecos que él había colgado de una rama y que los insectos habían elegido como nidos. Últimamente el viejo y los bichos se habían transformado en compañeros de viaje, aunque el diálogo entre ellos no pasaba de un par de gestos lindantes en el ridículo.
Sintió un leve sonido a su espalda, pero no le dio importancia sino hasta que una mano se posó en su hombro. Una mano suave, una mano desconocida de mujer.
La mujer se inclinó y lo besó en la mejilla; atardecía y las nubes oscurecieron el cielo. Pronto empezó a caer la lluvia; sin embargo no se movían ni se hablaban, ella siempre de pie detrás de él, sentado. Las lágrimas de ambos se confundían con las gotas de lluvia.
Su nombre era Diotima, y llegaba a su vida veinte años después de lo que el viejo Hipólito hubiese deseado.
Se abrió entonces el cuento en un abanico infinito, como las jugadas del ajedrez a medida que avanza el juego. No era eso lo que pretendía, una historia simbólica que se adivinaba ficticia; él quería una como las que había leído la noche anterior en una selección de cuentos canadienses. Historias que les sucedían a personajes de carne y hueso y que reflejaban momentos importantes de sus vidas; historias que casi se podían oler, saborear, historias inteligentes sobre gentes sencillas. Molesto, argumentó para sí mismo que sus crónicas estaban plagadas de historias bien contadas de personas reales, de lo que desprendió que el camino no era aquel, por mucha admiración que sintiera hacia esos autores de excelencia. El cuento, su forma de narrar los cuentos, no apuntaba en esa dirección. Ese pensamiento lo incomodaba, no lo dejaba tranquilo; se le aparecía en la duermevela y le quitaba amaneceres, mediodías.
Los nuevos cuentos son como las nuevas sinfonías: irritan. Mientras, los materiales más diversos se van mezclando en el gigantesco remolino que al final los transforma en el inevitable y único gran tema. Así eran sus cuentos. Comenzaban de las formas más extrañas; terminaban uniéndose hasta dar con la sensación de abandono que se alojaba en lo más profundo de su alma. No había nada que hacer. Estaba predestinado a hablar de sí mismo, a sucumbir a la tentación del autoanálisis.

miércoles, septiembre 11, 2019

Tres preguntas a la Luna

Yo ya he cumplido mi tarea y hoy transito hacia el depósito de la confusión; los hechos han situado a mi vanidad donde siempre estuvo, donde nunca quiso estar.
Recién abría mis ojos cuando me atribuí un valor. Y en eso me llevé a tantos conmigo.
He perdido días, meses, años completos al acecho de rostros, cerebros influyentes absortos en sus propios temas con tantas cosas que pensar,
como niño esperando ante una puerta cerrada.

Destino aciago el del artista; vivir pendiente de sí mismo construyendo ficciones a partir de la gota de fuego que brota de su alma.
Tal vez por eso ya no más cerebros influyentes, no más mirar hacia uno u otro lado de la tierra.
A mi edad, hoy ya me puedo dar el lujo de hablarle a la Luna sin temor al ridículo. Por qué no, si ella es más grande que nosotros, guarda más secretos,  presagia tantas cosas.

Luna, tú que aún te hallas a medio camino, con millones de años de vida por delante
(no sé si envidiar tu horizonte o compadecer tus vueltas inmutables)
¿me puedes enseñar, decirme algo sobre los días que me restan?
¿Intuyes los años que para ti vendrán?
¿Aguardas tu final con la misma dignidad del Sol y las estrellas?

Todo ha sido dicho, afirma la soberbia humana.
Pero qué hay del significado de los mensajes que no llegan.

domingo, agosto 11, 2019

El verbo de los dioses

Opacos nubarrones han persistido en anclarse varios días sobre la tierra, a modo de amenaza velada. En el momento designado por los dioses y solo por ellos, eternos e inmutables, los cielos se vacían, el llanto corre en riadas sobre las mejillas y sobre los chalecos incapaces de absorber el agua que baja por la tela; los padres les imploran el perdón a sus hijos y son perdonados, pero queda un gusto ardiente y amargo que ronda los días, no se aplaca sino hasta la siguiente catarata, y la siguiente. Las noches se pueblan de fantasmas, surge oscuro el pincelazo de un auto arrinconado a medio estacionar y los amaneceres no traen alegría sino angustias, temores. El agua salada taladra como gota china, se concentra en un solo punto de la mente. Salen a flote las equivocaciones, los errores de trato, los descuidos.
Los dioses observan, de lo alto. Todo está siendo encaminado conforme a nuestros designios, y nuestra orden recuerda las páginas de Job. Eso se espera que piensen los dioses, pero solamente ellos saben lo que piensan...
Habrá una fortuna sin miedos; despertará leve la alegría y el chaparrón quedará flotando en el pozo del alma, como buena señal. Antes que eso habrá que sufrir, seguir llorando, seguir pidiendo explicaciones, rogar a los dioses, cuestionar la sustancia, esperar lo peor.

***

Entré a la oficina de la AFP a arreglar el asunto de mi hijo. Me explicaron el tema, lo entendí y quedé conforme. La diligencia me tomó solo diez minutos. Haciendo tiempo para juntarme con mi esposa pasé y seguí de largo ante un  negocio que ya me había llamado la atención; se ubica cerca del teatro Nescafé de las Artes, donde me quedé mirando la programación de la ópera del MET. Pero el imán del negocio hizo que se devolvieran mis pasos. Entré, miré y compré un surtidor de aceite y una copa de vino que me faltaba del juego de seis. De allí me fui al Drugstore, entré a la librería Altamira y elegí un libro de bolsillo, que deseché al momento de pagar por hallarlo demasiado caro, considerando su tamaño y extensión, apenas unas docenas de páginas por nueve mil pesos. Los míos cuestan lo mismo y tienen 300 páginas, pero concedo que eso no demuestra nada.
Tomamos café, charlamos, tratamos de relajarnos. El destino corría por debajo, a modo de tren subterráneo; me fraguaba otro día infernal. Ya era hora de partir a la iglesia, pero antes nos separamos un momento: ella iría a comprarse un cosmético y yo pasaría por la librería Tak. Allí encontré a un autor que andaba buscando hace dos años. Me lo había dado a conocer Tomás Nettle, un poeta mayor del Valle del Elqui; fue él quien por primera vez me habló una tarde de verano, bajo la sombra de un árbol al costado de la capilla que hace las veces de plaza de Alcohuaz, de George Trakl. Ahora lo tenía ante mí en la vidriera, un precioso volumen ilustrado por Alfred Kubin. Miré con asombro sus dibujos a plumilla de los poemas en prosa del austríaco: lograban trasmitir esa atmósfera pesadillesca que se desprende de los versos de Trakl. Así me gustaría hacer un libro con mi hijo. Memorias del dr. Vicious, ilustradas por su pluma. Dibujos profundos para historias quizás no tan profundas; dibujos que se merecerían otro poeta. El tema de mi hijo me ronda desde hace dos semanas, aunque la verdad es que me ronda desde hace casi cuarenta años. Un niño, un adolescente, un muchacho, un joven, un hombre de extraordinaria sensibilidad, frágil frente a un mundo que no lo representa, puesto que el suyo sobrevuela la realidad o la transita por debajo, palabras estas últimas que tal vez constituyan la mejor definición de lo que es ser artista. Su música y sus dibujos son el iceberg de su alma, un alma alimentada de sufrimiento, ansiosa de dar y recibir amor. Y yo, ¡cuánto he hecho por negárselo!
A la salida de la librería el destino echa a rodar su plan. Alguien me informa que un colega de trabajo ha sido hallado muerto en el hogar de sus padres. Me estremezco. Nadie se atreve a decir la causa, la información oficial se esconde. Luego se produce el primer desencuentro con mi esposa. Ella no está donde dijo que estaría y yo la espero donde dije que no estaría. Al fin nos reunimos, pero tomamos el metro equivocado, que retrasa nuestro viaje a la iglesia en más de media hora. Al subir los escalones que nos devuelven a la superficie de Santiago nos recibe la Gran Avenida; años que no andábamos por esos lados. En la iglesia nos aclaran que la misa de difuntos será media hora más tarde de lo que pensábamos y que el servicio funerario que trae los restos del padre de Vicky, la amiga de mi esposa, no ha llegado.
Esperamos sentados en un banco situado fuera de la iglesia, en plena calle. Ella me indica a la hermana de Vicky, la "hermana rica". Se le nota en su vestuario, en su corte de pelo, en la estampa de sus hijos. Un grupo de haitianos aparece en fila india justo cuando llega el carro fúnebre y detrás, el auto con familiares. Vicky baja sola, sin sus hijos; los haitianos corren a abrazarla. Le agradecen de esa forma la dedicación a ellos, su labor voluntaria en pro de la causa de los inmigrantes.
Todo rastro de calor ha huido de la iglesia; es como si brotara aire helado de un témpano escondido detrás del altar. Mi mujer siente el frío; viene saliendo de una bronquitis y por un momento temo que eso le haga mal. El cura no puede desprenderse de los lugares comunes; habla de "don Osvaldo", olvida que para la muerte no hay dones ni doñas, todos somos el mismo cuerpo que se degrada. Nos damos el abrazo de la paz, también con los haitianos de los bancos aledaños. Mi mujer reza, pero no comulga. Al momento de los discursos sube al púlpito uno de los hijos del difunto, quien destaca las características y cualidades de su padre: honrado, de pocos pero buenos amigos, trabajador. Dos minutos de discurso improvisado dan por finalizada la ceremonia, de la que solo resta el rocío de agua bendita y los seis hombres sacando el cajón.
Volvemos caminando hasta el metro. Sin darnos cuenta ya estamos en la estación Inés de Suárez. Mi mujer se asusta al no ver su bicicleta estacionada donde creyó haberla dejado, pero estaba donde siempre estuvo. Resolvemos que ella se irá pedaleando a calentar el almuerzo y yo me iré caminando. Me esperan, fuera de este, otros dos días libres. Hubiese deseado pasarlos trabajando, porque me pesa una enorme angustia, que no me deja en paz y me lleva a un solo punto: mi hijo. Cómo salir de esto; no bastan ni los rezos ni los llantos, es algo realmente maquiavélico, la concentración en un ser que depende en mínima parte de uno, la búsqueda de soluciones, la amenaza de los miedos que afloran desde cualquier rincón, el más banal, el más inesperado, una imagen en la TV, el salto de la gata, las mismas cosas que en otro instante depararían alegría e invitarían a la relajación del músculo. Cada intento evasivo me lleva al daño que he hecho con este carácter que, buscando la perfección, deja huellas dolorosas en la persona amada. Si fuese más ligero, despreocupado, si fuese otra persona... pero vivo aislado en mi propia trampa, sacando la cabeza de vez en cuando para tomar el aire puro que me mantenga salvo al volver a sumergirme; así ha sido mi vida toda, un respiro entre fantasías de desgracia.
Luego, a poner caras en la once, a tratar de animarme; y entonces viene la estocada, mi hijo me abraza y yo le cuento la desgracia de mi compañero de trabajo, se lo digo como señal de alarma, pero provoco el efecto contrario; vuelve a angustiarse, a concentrarse en su propio caso, en su crisis, a relacionarlo todo. Me aferro a él y me transmite su molestia: no desea un padre miedoso, un padre atormentado, necesita un padre que le infunda esperanza y valor, un padre alegre y optimista que lo saque de su estado.
Se retira a su pieza de música, le comenta a mi hija mayor lo que le acabo de decir. Y de pronto comienzo a creer que todos me aíslan como a un loco. Pienso en mi vida de loco, esa palabra que me atrae por su originalidad pero que ahora adquiere ribetes impensables, peligrosos de angustia. Un loco es capaz de cualquier cosa; la locura es la negación de la realidad. Un loco inventa sus propias realidades y las saca a relucir a través de la rabia. Ay del loco que despierte aislado, maltrecho, arrinconado su ser, no le quedará más que la soledad de su mente hermética, cueva que no sirve de refugio, sótano que aloja a una loba enferma. Llegará la noche que fue solaz del alma, invitación al descanso, hoy sinónimo de sueños pesadillescos, sobresaltos, golpes inconscientes en la cama, aleteos de murciélagos resonando en las paredes. La noche que la mente quisiera que fuese interminable, noche ausente sumergida en mundos extraños y apasionantes, acaso mundos desconocidos, mundos blancos mundos invisibles mundos ignorados mundos ajenos mundos sanadores dan paso al nuevo amanecer que ordena incorporarse, caminar a tientas hasta el baño, ducharse y afeitarse, recoger el diario, comer el cereal, lavarse los dientes, enfrentar el día, dirigirse al café con un libro bajo el brazo y una libreta en el bolsillo, vivir el día a pesar de las tinieblas, el día con sus vidas desplegadas como juego de naipes; el día bendito que recoge los despojos de mi alma y los devuelve a la vida, hijo mío, bendito que saldrás adelante a pesar de tu padre. Bendito seas. Bendito. Bendito.





  

sábado, julio 06, 2019

El mordisco imaginario

Era un camino de tierra, como siempre un camino de tierra, en bajada. Yo y mi cadena mediana, que hacía girar a más no poder. Detrás, las figuras de la televisión, que se disponían a humillarme, rostros perfectos de hombres y mujeres, guapos en sus trajes, bromeando entre ellos, no podrás escaparte de nosotros, ¡tu cadenita, de qué vale! y sin embargo hay que esquivarla. Pero le di y hasta lo dejé atrapado al más alto, al de Megavisión, que aguantaba y superaba el dolor con gestos dramáticos; claro que no había logrado hacerle daño, era una cadena hasta cierto punto sin importancia, elemento de poca fuerza, o quizá un golpe mal dado, o tal vez lo asimiló bien, no lo esquivó pero supo asimilarlo. De modo que el desenlace venía siendo previsible, como en los sueños, toda la escena estaba destinada a mi sufrimiento, a ser atrapado por ellos, acogotado, ahorcado en un rincón, aunque me quedaba la cadena; si la hacía girar podría darle en plena espalda y liberarme, lo que no ocurrió. Entonces la mente ideó una última salida, el mordisco en el brazo, mordisco de perro, y así lo hice: giré la cabeza y mordí hasta sentir la carne del victimario, a sabiendas de que después vendría la paliza.
-Despierta -me abrazó mi mujer- despierta, mi amor, estás soñando.
Llevo varias jornadas saltando, manoteando y pateando en los sueños. Quizás debiese poner una almohada entre ella y yo. De vez en cuando conviene tomar ciertas precauciones.

viernes, junio 14, 2019

La voz de la autopista

Demostración sin costo
Se vende
Vendo arriendo
Parada
La mejor parrilla sin pagar de más
En el corazón de Chile
Festina
Salida
SOS
Primera clase gratis
Salga aquí
Disponible
Vale la pena el viaje
Cuídate
Grandes ofertas
El futuro comienza ahora
Solo residentes
Nadie se resiste
No entrar
Parada suprimida
Todas las edades y razas
Áridos
Centro de distribución
Santo secreto
Aquí lo primero es tu seguridad
Vivero del alma
Gran show en vivo viernes y sábado
Sé el superhéroe que quieras
Inflamable
No contamine
Precaución de sobrepeso
Se te acabó tu pacto
Huevos lácteos
Paso inferior catemito sur
Paso inferior catemito norte
La caserita
Todos por Chile
Precisión
La noche es nuestra
¿Necesitas un cambio de aceite?
Jesús es el camino la verdad y la vida
Entrada solo compradores
Desde 1938 tu vida más fácil
Mi talento es tu envidia gusano
Alto
Religiosas adoratrices
35 años de lucha
Unión de parejas

miércoles, junio 12, 2019

Las pasiones. A manera de desahogo

Algo tienen las pasiones, en las personas débiles, que aplastan la razón, la nublan, la ciegan a pesar de las promesas anteriores, hechas una y mil veces, de que eso no volverá a suceder. A menudo nacen de las verdades más profundas que incuba la mente, represiones impuestas por la sociedad que brotan ante una ínfima provocación. El arrepentimiento que sigue a esa explosión de la lengua no es virtuoso, sino lógico; lo que cuesta es expresarlo, pero aun así no vale gran cosa. Lo que sí es digno de admiración, lo que roza la proeza, es la contención ante el ataque, la entrega irascible y vergonzosa al adversario. Decirse a uno mismo, en último término: me has ofendido, has pisoteado lo que más quiero, que es mi vanidad, pero te admiro y te sigo respetando.
Estos apuntes no tienen logro alguno; solo fueron escritos a manera de desahogo.