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lunes, enero 11, 2021

Cabeza de sioux

Antes de salir, o de entrar, reparé en el banquillo situado al lado de la puerta. Aguzando la vista se podía apreciar la cabeza de un hombre debajo del asiento.
-Fíjate bien, ¿ves esa cabeza?
Advertí mi error. Antes de traspasar el umbral que nos pondría a salvo brotó ¿o siempre estuvo? otra cabeza al lado de la anterior, más cerca nuestro, una cabeza de indio sioux que dio muestras de vida al mover los ojos de un punto a otro. De la cabeza emergió un brazo que bajó a buscar un arma de fuego o un cuchillo, y no lográbamos avanzar.
-¡Ayyy!, grité, espantado.
Caminando hacia el café pensaba en esa rareza adquirida hace un buen tiempo de pasar en limpio los sueños. Nada se me aclara, nada cambio al escribirlos, nada práctico concluyo, solo he de tomarla por ahora como un ejercicio de estilo. Tal vez con el tiempo alguien sepa leer mejor que yo estas líneas.
Más beneficioso resultaría dar con la solución de un problema obvio que se le ha pasado de largo a la humanidad durante milenios. Y es que sin más ni más se da por sentada la existencia de clases sociales. Clase alta, clase media, clase baja. Señores, siervos, esclavos. Emperador, patricios, el pueblo. Ricos, oficinistas, pobres. Entre las tres divisiones se cuela la grieta de la desigualdad y al final de esa grieta, otra más profunda, la grieta de la injusticia. Al fondo quedaría el reino de don Sata. 
En la India el sistema de castas traba el movimiento social; en EE.UU. el sueño americano lo alienta; en Suecia el estado de bienestar lo adormece. ¿Desaparecen las clases? Persisten. ¿A qué se debe esto? 
Hay personas más afortunadas que otras. La solución es científica: igualarlas en sus capacidades, eliminar sus defectos y conservar sus virtudes. Rendimiento similar ante las vallas de la vida, actitud similar para enfrentar los obstáculos, disposición similar para salir adelante. No más ganadores, no más losers. Un solo ser virtuoso. Así, no importaría gran cosa lo que hubiesen heredado. La educación privada con piscina y cancha de tenis resultaría irrisoria. Se daría fin a la igualdad por decreto, y la bienvenida a la igualdad del ADN, aun con las monstruosas consecuencias que el nuevo trato pudiera implicar.

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