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miércoles, enero 27, 2021

El incierto camino que conduce a la moderación

Sin que hayan menguado ni el ansia ni el bendito atributo de generar ficciones, ha crecido con los años un ímpetu de tinte confesional, característico de las memorias, que busca revelar los hilos internos que van moldeando las personalidades por las que atraviesa una vida, algo más cercano al ensayo que al cuento, y reñido de cierta forma con la vanidad latente en el deseo de impresionar. Digo de cierta forma, porque ese pecado se cuela en cualquier proyecto, en cualquier obra humana.
Ya enteré quince años escribiendo bagatelas, cuentos que devinieron en libros, impresiones, sueños, reflexiones de orden político (obligado por las circunstancias. Imposible desligarse de las amargas realidades), poemitas que hacen bien en permanecer muy escondidos. En los inicios se trataba de alimentar las Parábolas del dr. Vicious, texto que inauguró mi prescindible obra. Al poco tiempo las nuevas contribuciones fueron siendo reemplazadas por historias de alcance más ambiguo y el dr. Vicious fue enviado a su casa. Permanecieron de este las acciones grotescas, vulgares, desmedidas, violentas, expresadas desde luego a través de la palabra escrita, porque de eso se trata todo esto. Siguieron brillando la rabia, la ira y la venganza, hermanas trillizas, pero fueron agregándoseles otras emociones, otras formas de examinar la sexualidad y el deseo carnal, otras ambiciones literarias. 
No es el propósito de esta entrega, como se pudiera creer, hablar de la evolución de este blog, sino de la evolución de mi vida. Intento comprender mis estados, saber si van hacia alguna parte, saber si la edad, el deterioro físico, el retiro laboral influyen realmente en la creación artística. ¿Cuánto de mí queda del dr. Vicious? ¿Cuánto de él se me sigue revelando en los sueños? ¿O en mis estados obsesivos, manipuladores, en mis aproximaciones trágicas a la cotidianidad, mis revueltas mentales, mis ansias de poder, mis extraños deseos de pisotear al más débil al hacerle ver mis argumentos "irrebatibles"? El dr. Vicious es una fuente inagotable de contradicciones, muy parecidas a las que yo mismo me echo en cara. Si puedo escribir sobre esto, por ejemplo, es porque lo hago en un momento de serenidad. Al mismo tiempo, porque experimento día a día aquello sobre lo que escribo.
Cuánto influye la salud, la situación económica, el tiempo disponible, las frustraciones, los problemas familiares, la plácida autocomplacencia, en lo que el escritor traduce en texto. Cuánto es solo creación en estado puro, cuánto de lo que se originó en Siddhartha bajo la higuera sagrada fue producto de su sola experiencia interna. Nunca me ha dejado de sorprender un comentario de Nietzsche sobre lo que puede variar el ánimo de una persona según el estado en que se hallan sus intestinos.
Según pasan los años, mi estilo ha ido variando del sarcasmo y la vulgaridad a una forma de contemplación más indulgente hacia los personajes que desfilan en la escena de la comedia humana. Así como me puedo seguir acusando, lo que de hecho materializo entrega por media, siento también que tiendo a perdonarme más ahora que antes. A perdonar mis vulgaridades, mis apetitos carnales, mis egoísmos, envidias y avaricia. Intento transitar el incierto camino que conduce a la moderación. A la vejez. Mas no será mi persona la que dictamine si esa tendencia le hará mejor a las letras que brotan de mis manos; eso quedará para quienes se aproximen a las pruebas del tránsito. Hay artistas cuyos trabajos más notables han sido los tempranos, se da también el caso inverso. Obras más bien juveniles de Schoenberg como sus Gurre Lieder y Verklärte Nacht son fascinantes; Pierrot Lunaire, compuesta un año más tarde, es intragable y desvergonzadamente revolucionaria. Los primeros dibujos de Van Gogh presagian tormentas; Hokusai entra a la gloria pasados los setenta. El asunto estriba en dar con la clave que abra el corazón del creador, sea a través de la vulgaridad, el humor, la serena reflexión o lo que venga. Pero nada que no vaya en ese sentido vale la pena. Ni siquiera las nobles aspiraciones a una moral redentora.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y no será, lo más importante, la actitud abierta a lo que venga en cada momento hasta desaparecer el artista en ara de lo creado.
Ser un simple siervo del arte, en continua búsqueda del mejor estilo para transmitir aquello que se percibe, con la necesidad imperiosa de transmitirlo. Olvidándose de la edad o del momento social en el que se vive.
Un abrazo con ojos como radares
La Lechucita

Anónimo dijo...

Sabias palabras, como siempre. Me hacen reflexionar acerca de lo que escribo.
D.