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miércoles, enero 13, 2021

¡Pare, chofer!

Esta mañana me condujo un chofer ahuasado, de hablar campechano, manos gruesas y uñas sucias, camisa sebosa y un aura despreocupada rodeando su personalidad. Hay personas así, a las que la vida parece resbalarles. Yo en el fondo las envidio porque soy de las otras: cada noticia me tiñe el alma de un presentimiento lúgubre.
Veía mi destino a dos semáforos, sentado demasiado encima del chofer en un asiento incómodo y estrecho, para colmo sin salida al pasillo; el chofer dialogaba distraído con el copiloto. La cúpula se acercaba, imponente, era el momento de bajar. Al llegar a la bocacalle las cosas se complicaron. La avenida Bellavista, en reparaciones, ahora corría hacia los dos lados. La calzada era de tierra y el piso quedaba mucho más abajo de la solera, aún no se iniciaban los trabajos de pavimentación. Debí bajarme en ese punto, pero convine en que era imposible. El chofer dobló a la izquierda, pero antes le dio el paso a un microbús que corría en sentido contrario. En la esquina, alejándome ya de mi objetivo, quise descender, pero no usé una voz convincente para pedirle que se detuviera en la Escuela de Derecho; además el chofer conversaba de lo lindo con el copiloto, de forma que la máquina comenzó a atravesar esquinas y poblaciones. Por qué no me habré bajado cuando vi la cúpula, pensé, al tiempo que yo mismo descuartizaba ese argumento: sabido era que el asiento me impedía intentar maniobras vigorosas.
¡Pare!, le grité a viva voz, exasperado.
Eran las nueve de la mañana con ocho minutos. Hora de levantarse.

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