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domingo, enero 03, 2021

Episodios de una noche de verano

Del fondo del dormitorio, camino a la puerta, un hombre obeso sale vociferando. Me obliga a reprenderlo por el elevado tono de su voz. ¡Qué se ha creído!
Cada salida del metro me permite asomarme a un nuevo barrio de París. Ahora es una plaza con una iglesia de un piso y muros verdes. París no es como Nueva York, donde contemplo a la pasada enormes teatros, edificios monumentales, sitios inolvidables que no tendré la oportunidad de visitar. Hacia un lado de la calle, cuadrados gigantescos unidos por arcos de hormigón y acero inoxidable, plagados de ventanas dentro de las cuales jamás se apaga la luz; hacia el otro lado, obras definitivas de una arquitectura clásica inolvidable o de una audacia impensada. Este París algo nublado, pueblerino, no era el que imaginaba. Me han hablado de un teatro que está ofreciendo un buen espectáculo. Es a la derecha de esa esquinucha, se ve allí al costado, anda, visítalo y no te arrepentirás. En efecto, ya en el pasillo de acceso, que es una murallita baja que separa el recinto de una casa habitación con arbustos y plantas, se percibe el ambiente de la vibración humana. Al entrar, la sala está casi llena de gente ansiosa, una sala pequeña, moderna, de butacas blancas, cómodas. Veo dos espacios vacíos en la segunda fila y sorteo a los demás espectadores para ocupar el lugar junto a mi esposa. Cuando estoy sentado descubro que ella eligió otro asiento, más atrás. Vuelvo la vista y no la alcanzo a divisar. Mis ganas de orinar son intensas. Me levanto y voy al baño. Se halla en la subida del pasillo, una puerta de madera café con un signo que identifica a los varones. Le comento al que está a mi lado: el forro del prepucio se me tiñó de rojo, del color de la betarraga, se parece al capullo de una flor, pero la orina me está saliendo cristalina, por fortuna.
Entonces me voy a despedir de mis amigos, una pareja que me ha tratado tan bien. Ella, sobre todo; pero él también. Se me acerca demasiado, imagino el peligro. Me toma de los hombros y me va a empujar al precipicio, que es bastante profundo, como cualquier precipicio al borde de una montaña que se precie de tal. Sin embargo esta vez no tengo miedo. Doy por sentado que mi caída sería mortal, pero también que no sentiría dolor, porque dentro de todo algo me dice que esta que vivo no es la realidad...

1 comentario:

Fortunata dijo...

El sueño de la razón genera monstruos. Ya lo decía Goya. Y en las noches de insomnio vagan a sus anchas.
Besos de picos garras y plumas.
La Lechucita.