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lunes, septiembre 09, 2024

Un libro más, en Rancagua

No hace ni tres días que lancé mi último libro y pareciera que fue hace un mes. Ahora recapitulo e intento sopesar las cosas en su justa medida, pero pucha que cuesta. No sé ni por dónde empezar esta crónica; no fluye, no fluye... de hecho la he comenzado tres veces, y si leyeran lo que borré... "El velo transparente que cubre el pasado"... "Los días vuelven a teñirse de gris"... "Por fin me saqué ese peso de encima"... "El tiempo infinito sigue inmóvil; somos nosotros los que pasamos"... 
A los hechos.
Entramos apurados al centro cultural rancagüino con mi mujer y una amiga; mis hermanos ya armaban la mesa con el vino de honor (vino, café, vasos de café, galletas, queso, salame, frutos secos, brochetas, tapaditos, servilletas, jugo, bebidas). Era un ajetreo como de fiesta, una actividad frenética con la mente puesta en el misterio de los invitados.
Los lanzamientos de libros son una lotería. El que llega, llega. La sala podrá lucir tanto vacía como abarrotada, nadie es capaz de asegurar de antemano ni lo uno ni lo otro. Lo que se veía a esa hora era un comistrajo abundante para un público fantasma. Lo que se veía era una demostración agitada y silenciosa de amor. Con eso ya me consideraba pagado.    
 
Habla el autor. A su izquierda, Luis, Miguel y Víctor.

Afortunadamente, con el correr de los minutos, comencé a divisar viejas caras conocidas, familiares que no veía hace años, ex novias de mis hermanos que venían por el libro y también a vitrinear; un sobrino muy querido, acompañado de sus dos hijos, amigas de toda una vida, de pronto la sorpresa de un par de desconocidos y de un apreciado periodista...
No es que la sala se fuera haciendo chica, pero tampoco sufrí el desconsuelo de las sillas vacías. La asistencia fue muy respetable.
Patricia, mi mujer, se ubicó al fondo, junto a la mesita de ejemplares a la venta. La Marielita, mi sobrina, y periodista, se hizo cargo de las presentaciones. El primero en hablar fue Lucho. Se paró e improvisó unas palabras que me llegaron al alma, no tanto por lo que dijo sino por el cariño que se traslucía en ellas hacia mi persona. "No me sorprende para nada que Hugo haya escrito este libro, porque él desde chico inventaba historias, hacía historietas y destacaba en el colegio". Hugo es mi segundo nombre; así me han llamado siempre mi hermano y mis primos hermanos.
Aplausos. Abrazo. Luego vino Miguel, que fue improvisando sobre unos apuntes escritos a mano, que yo veía a mi izquierda, pues habló sentado, con su característico tono de tranquilidad en la voz. La emoción que me embargaba me impide recordar el tenor de sus palabras. Después de todo era una emoción justificada. Frente a otros laureados escritores acostumbrados a la fama, yo era un amateur que por primera vez lanzaba un libro. Miento. Lancé otro en el Valle de Elqui, en la parcela de Marcos y la Chechi, en una ceremonia muy, muy íntima. Con el correr de los días me quedó dando vueltas lo del discurso de Miguel, y lo llamé. ¡Hola, Merterele! Hola. ¿Tienes copia del discurso que pronunciaste el otro día? No, la boté, pero recuerdo más o menos lo que dije. ¿Puedes mandarme un par de párrafos al whatsapp? Claro. Y esto me mandó: "Nosotros, los primos Mardones Labra, provenimos de una familia en la que dos hermanos hombres (Mardones) se casaron con dos hermanas mujeres (Labra), de ahí que nosotros seamos tan cercanos. Somos como hermanos, crecimos juntos, viviendo cerca. Yo fui el único que se quedó en esta ciudad y me declaro amante de la Rancagua clásica, antigua. El libro de mi primo intelectual revive historias de nuestra niñez y adolescencia, y como veo que la mayoría de los aquí presentes han hecho también gran parte de sus vidas en Rancagua, espero que este libro les haga revivir etapas de sus propias vidas". 
Antes de usar la palabra, mi hermano se levantó y habló de pie frente al micrófono. Había escrito su discurso y por eso fue tan alabado, luego de la presentación. Víctor es un hombre de vasta cultura y siempre ha escrito bien. Para ser un escritor de verdad solamente le faltaría la pasión por las letras, la necesidad imperiosa de escribir, me tienta decir dolorosa. Pero cuando escribe, lo hace muy bien.
"Ese es el espíritu que hoy nos congrega, ese es el espíritu de Micrópolis. Reencuentros con la memoria, pasajes de la infancia que se repiten, gatillados por cualquier evento, noticias, una canción o un aroma. La infancia y el recuerdo. Páginas con palabras, carillas con ideas, relatos con vivencias. Son múltiples las formas cotidianas de viajar al pasado, que responden de manera más rápida y eficaz que H. G. Wells y su máquina del tiempo".
"Agradezco a las generaciones anteriores que nos dejaron y están en estas crónicas, por todo lo que hicieron por nosotros; también, gracias a todos ustedes por acompañarnos en este día, y especialmente, gracias, hermano, por incluirnos dentro de tus recuerdos".
Así habló Víctor. Aplausos. Abrazo. Entonces me dispuse a cerrar el acto.
El autor del libro y de este blog.

Había bosquejado un discurso, pero preferí improvisar. Craso error: en el camino fui descubriendo que improvisar no es tan fácil como parece. No es decir "con que hable mi corazón me las arreglo", porque los nervios suelen traicionar a la memoria; de modo que si bien dije lo principal, olvidé los detalles, que son los que le dan la sal a las palabras. Por ejemplo, agradecí a los organizadores, pero no a los asistentes, que eran tanto o más importantes que los organizadores. Olvidé decir el chiste inicial que llevaba preparado. (Esto es como un funeral: no están los que daba por descontado y se hicieron presentes los que no me imaginaba). Olvidé resaltar la presencia de mis primos Jorge y Rigo, que completaban el mítico equipo de "Los Mardones", cuando jugábamos contra Los Pelusitas de la población Sewell. Olvidé explicar por qué el libro se llama Micrópolis y por qué iba a poner como ejemplo a las famosas muñecas rusas. (Micrópolis es Rancagua en un periodo de tiempo, pero no es exactamente Rancagua sino que es un barrio dentro de Rancagua. Pero no es exactamente un barrio dentro de Rancagua sino que es una familia dentro de un barrio de Rancagua. Pero no es exactamente una familia dentro de un barrio de Rancagua sino un corazón que la conforma y la describe: a su familia, a su barrio, a su ciudad natal). Rescaté eso sí lo principal. El estilo simple, la honestidad, el sentimiento descarnado de amor que respira todo el libro. Y terminé leyendo una de las historias, "Los novios de la tía Gloria". Entonces comprendí que mi ciudad es un pañuelo. Al momento de la firma de los ejemplares, varios de los asistentes se me acercaron, emocionados, para recordar que habían conocido a la tía Gloria y a su marido.
Así es la memoria. Por mucho que se descarte y que se invente, siempre queda algo para compartir entre todos.

De izquierda a derecha, Marielita y Felipe, su pareja; Víctor, Luis, mi esposa Patricia, Julián (atrás, hijo de Marielita), el autor, Miguel, Rigo y su esposa, Sandra.
 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya lo leí y puedo decir que no es un libro más, son crónicas universales e íntimas de un tiempo y lugar de cada lector

Anónimo dijo...

En mis palabras trate de plasmar la admiración que siento por mi querido Huguito, lo vi crecer y desarrollar su prolifica capacidad de relatar historias y de plasmar monos en forma de historias desde pequeño y que hoy nos presente un magnifico libro, este no es un libro mas.