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jueves, septiembre 12, 2024

Un sueño. Sumamente extraño

Antes de verlos bajando hacia la playa, o hacia el bosque, el narrador ya conocía el significado de ese descenso. Los dos norteamericanos, altos y rubios, vistos de espalda, pieles blancas con vellos en los hombros, serían del gusto de su esposa. El asunto se decidiría en la ducha. 
Caía el agua sobre sus cuerpos; ella, o él, no buscaba limpieza. Es curioso que en los sueños del narrador, sus personajes a veces asuman apariencias contrarias a su género. En este caso ella, ahora él, se arqueaba, se les ofrecía.
-¡Quiero sexo, ese sexo que nunca me has sabido dar y que espero que no me vuelvas a pedir jamás! -increpó, amenazó al narrador. El narrador esperaba esas palabras; todo estaba dispuesto para que se configurara dicha escena.
En la cama, ella con uno de los dos norteamericanos, la sintió comentar después del acto: el placer que me provocó el orgasmo ha sido el mismo de siempre. El norteamericano se quejaba de dolores en la espalda, producto de una placa de metal inserta en su cuerpo. 
El mal se había consumado. Llegaba la hora del narrador. Llegaba el momento de la decisión del narrador.
Querías sexo y has pecado. Lo permití; ahora te dejaré para siempre.
La decisión le despertaba sentimientos encontrados. Ansiaba febrilmente que ella se empapara en las consecuencias de su deseo carnal, que viviera el abandono, que tomara conciencia de que no lo vería nunca más. Al mismo tiempo, en el corazón del narrador la presencia de su mujer se le hacía inolvidable; latía en su memoria, vagaba entre sus pensamientos.
Echado en el suelo del bar la vio salir hacia la calle, abriéndose paso con cierta indiferencia, vestida con un traje ajustado de colores llamativos.
Ahora viajaré por el mundo, iré de un país a otro, ese será de hoy en adelante mi destino, se prometió el narrador. 

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