En algún momento del concierto tuve que haber pensado en eso, en escribir sobre eso, porque para empezar, percibí que llevaba muchos días sin tirar las manos y para seguir, el concierto me estaba resultando algo aburrido. No es que Liszt sea aburrido, es que a mí no me enciende su música, como me enciende la de Chopin, la de Schubert, hablo de piezas para piano, de lieder. El año antepasado "La bella molinera" me arrancó lágrimas en este mismo teatro, lo confieso sin vergüenza y sin alarde alguno de sensibilidad; lo confieso como un hecho de la causa. Las cuatro baladas de Chopin me hacen sentir, especialmente la número dos. Liszt, en cambio, con sus malabarismos, distrae y dispersa mi mente entre naderías. Lo vi de pronto redivivo; el pianista Goran Filipec transfigurado en el huesudo maestro de pelo largo hasta los hombros, arrancando suspiros a las damas del Teatro del Lago, que inconscientemente disputaban su talento para llevárselo a la cama. Las manos de Liszt se cruzaban entre las teclas con romántica vehemencia; duró un par de segundos aquella fantasía hasta que volví a ver la cara, las manos de Filipec, y la añoranza por el maestro original derivó en la constatación de que el sonido del piano, a pesar de ser un Steinway & Sons, era de lo más chicharriento, de lo que surgió el viejo dilema del huevo o la gallina; mas, como lego en estas materias, no sabría dilucidar si es el pianista o es el piano; o si es el piano o la partitura; el asunto es que prefiero mil veces la aparente sencillez, la melodía de Schubert, y la melancolía, la pasión de Chopin sobre las filigranas de Liszt. O es que no lo he logrado entender y deba darme a la tarea de estudiarlo.
Me decía esto mientras asumía los puntos buenos del momento, la tibieza del teatro, la salida nocturna de mi cabaña, tan rara en mi nueva vida sureña, la sensación de estar acompañado de otras almas; me decía esto mientras, nuevamente durante el paseo de la mente, se me presentaba la figura del cuidador del estacionamiento, hombre de gafas que espera el final del concierto al aire libre entre los autos, bajo la helada que se deja caer por estos días, para agradecer con humildad la propina voluntaria que justificará su desafío al frío y que escasos conductores le otorgarán por su servicio.
Este es un gran teatro, no tiene nada que envidiarle a los mejores de Chile y del mundo; ha recibido a directores y artistas de la talla de Helmut Rilling, Valery Gergiev, Diana Damrau, Yo-Yo Ma, Vladimir Ashkenazy, Paquito D´Rivera, Verónica Villarroel; pero hoy por hoy está dejando que desear, no se vaya a transformar en un elefante blanco, con cuántos teatros regionales no ha pasado antes algo así; el oro cuando se acaba hace brillar y desvencija las butacas.
Había entrado levemente entusiasmado, media hora antes del concierto, para echar una mirada a la gente; me gusta ver las caras de los asistentes, los trajes con que van vestidos, me gusta oír sus saludos, sus conversaciones, me gusta diferenciar a quienes van para aprender, quien van para verse, quienes van por interés musical; sobre todo me gusta esperar la función con una copa de espumante en la mano al módico precio de cuatro mil pesos, me recuerda esa copa que bebí en el intermedio de Tristán e Isolda en el Metropolitan Opera House de Nueva York, obnubilado por el peso del programa, de las luces y del teatro, días pasados hace ya casi diez años, me parece que fue ayer.
Lo que no me gusta ver son hileras vacías, presagios de la irrupción silenciosa del elefante blanco; nadie quisiera ser testigo de la demolición de un sueño.
A la salida del concierto el azar me permite conocer a la suegra del portugués Joao Aboim, director artístico de la Fundación Teatro del Lago. De baja estatura, ella es una chilena del sur, sencilla y de muy agradable trato. Le cuento que echo de menos una temporada artística acorde con la grandeza arquitectónica del edificio emplazado en la costanera de Frutillar. Ciudades con menos pedigrí musical la tienen. Me responde, con una sonrisa tímida, lo mismo que acabamos de constatar en la sala. "No hay gente para algo así... la gente no viene".
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