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martes, noviembre 24, 2020

Esto me recuerda a 1973

Esto me recuerda el año 1973. Una mayoría popular se fue alzando contra Allende y sus planes que llevaban a la dictadura del proletariado. La mayoría se hizo incontenible, las fábricas dejaron de producir, las universidades dejaron de hacer clases, la Alameda se llenó de manifestantes y sobrevino el golpe de estado, con el apoyo de al menos el 60 por ciento de la población (de acuerdo con la votación democrática de marzo, la última de ese aciago periodo de nuestra historia). Quienes vivieron esa época pueden dar fe de esto, al margen de sus posiciones políticas.
Ahora esa mayoría abrumadora se inclina por el cambio del modelo. La fuerza se ha polarizado en ese sentido, los parlamentarios se acomodan para tratar de representar lo que ellos creen que es "el pueblo", ya se exige la salida del Presidente y "la calle", que la compone el 1% de la población, manipulada por cerebros escondidos, se tomará el poder, con la adhesión de los "tontos del batallón", quienes más tarde serán los primeros en llorar sobre la leche derramada, tal como lo hicieron en 1973. Esta vez las Fuerzas Armadas harán vista gorda y nuestro país entrará en una vorágine social de la que le será muy difícil salir.
No quisiera escribir de estas cosas; preferiría mil veces apostar por la belleza de las letras, pero la ansiedad, la conciencia y mi desgraciada intuición, que me hace ver un poco más allá de las cosas, me lo impiden.
 


domingo, noviembre 15, 2020

Tú y ellos

Los miras y te dices: no soy como ellos, no pienso como ellos, no puedo sentir amor por ellos. Y hay resentimiento y enajenación en tu sentir, la impotencia de los derrotados que han intuido el abismo al que se dirigen. 
Así te aislas, te sumerges, hundes tu cabeza de avestruz en el jardín del hogar y en la soledad del mundo abstracto buscas el refugio que tu ciudad no te da.
Teóricamente, el asunto se presenta muy sencillo: vaciar tus pensamientos diurnos de gusanos, pues de los nocturnos se encargan tus sueños. 
Algunas de las estratégicas fantasías que andan por ahí revoloteando son 
Resguardo
Defensa
Escondite
Poesía
Música
Paz
 

lunes, noviembre 02, 2020

Lectura imaginaria

Lees en voz alta para mí, tu entrega es modelo de pasión, un poema incomprensible de Celan; me llega en el dulce acento de tu voz, la profundidad de tu razón y la luz de tu saber. El significado entero del poema eres tú; mi felicidad está en asimilarlo, confundir mi ser con tu espesura, con el amor que desocupa mi alma en la inmensidad de tus ojos y en ese amor distante, el amor que tú me das.
Vuelvo al libro. La brisa africana que ha sobrevolado el jardín se alojó en mi corazón y le dejó un aroma incierto de flores de violeta al tiempo material.


lunes, octubre 19, 2020

La chusma contra Chile

El tema, tal como yo lo entiendo, ha terminado por quedar reducido a esto: la chusma contra Chile. Es un asunto de clases; ese grupo se aloja en lo más bajo en la escala social y su hogar natural parece ser la cárcel. Salvo los iluminados que sueñan con sacar provecho de esa fuerza y guiar sus destinos manejando hilos abstractos, culturales, nadie simpatiza con esa pequeña y oscura masa de vándalos resentidos que aplastan y destruyen en un afán exhibicionista de celebrar sus triunfos. 
La chusma siempre ha existido; antes era muy superior en número, pero le temía al poder. Y al ser temerosa, respetaba.
Puede resultar desafortunada y triste la comparación, pero tal como las cucarachas y las ratas, sus integrantes salen a devorar al amparo de la noche, y en el día se esconden.
Es la minoría más importante para tener en cuenta y nadie se ha hecho cargo de ella.
Sin embargo y tal como acontece con la reacción que generan los fenómenos sociales, al haber perdido el miedo firmaron el acta de su próxima derrota; la luz del día los está haciendo visibles y tarde o temprano volverán al extrañamiento a rumiar su fracaso, más humillados que antes.

domingo, octubre 11, 2020

Nuevos rumbos

Ya es hora de sacarme la carga que pesa sobre mis hombros. El intercambio me contuvo, los hijos marcaron mi quehacer, Occidente me impuso su lenguaje y me sobrecargó de mitos. Ahora camino hacia la cita con el destino más libre que nunca, atado a las debilidades de mi cuerpo.
 

lunes, septiembre 21, 2020

Lilith

Olga tanteó con escaso interés la oferta que la devolvía al carnaval de las falsas promesas y acabó reaccionando con indiferencia. 
-¿Trabajaría para mí?
-No sé.
-¡Anímese, le va a gustar!
Se iba dejando llevar por la viciosa tentación del cambio.
-¿Cuánto paga?
-El mínimo, más casa y comida. No tendrá mucho que hacer, ya verá. Las camas, una trapeadita de vez en cuando, lavar un par de platos. Yo como pocazo, no soy de andar comiendo todo el día. Lo principal es echarle el ojo al taller -dejó pasar un momento y luego subió la voz, enérgico-. ¡Anímese! La espero mañana, esta es mi dirección.
Al despedirse le pellizcó la mejilla; Olga se ruborizó y guardó silencio.
No era una joven, ya frisaba los cuarenta. Entendía que hacia atrás su vida se resumía en una pila de torpes decisiones que la habían llevado a desempeñarse en oficios dudosos. Ahora trabajaba como asesora hogareña, pero ¿qué futuro le cabía esperar? Le gustaban los hombres, como a toda mujer, pero en ella se asomaba algo lúbrico desde su constante irritación. Vivía mirándose al espejo, porque no le desagradaba su cara, aunque si pudiese arreglársela un poco, darle un toque... distinto... ir a la peluquería, teñirse, cambiarse el peinado.
-Me voy, señora, este es mi último día, despídame de don Pedro -le anunció a la dueña de casa, que volvía de la oficina.
Discutieron los detalles y quedó todo acordado. No había mucho más que hacer, Olga hablaba con un convencimiento que aunque incierto, sonaba definitivo. El matrimonio, por su parte, no se perdía una gran colaboradora.
-Venga mañana temprano y mi esposo le dará lo que se le debe.
La noticia sirvió para animar los únicos minutos que cada noche compartía el matrimonio. 
-¿Qué le daría por irse a la Olga?
-El maestro que vino a arreglar la lavadora le ofreció trabajo en su taller. Algo así le entendí.
-¿Y qué va a hacer la pobre en un taller de lavadoras?
-Asunto suyo.
-Tienes razón, pero no olvides colocar un aviso en el supermercado.
-Ya fui, no te preocupes.
Gómez se dejaba estar; lo sentía cada mañana al salir de la ducha. El pantalón se le hacía más angosto, los botones de la camisa amenazaban con dispararse al aire y la papada le relucía tras la afeitada. Desde la cocina vio el auto de su mujer, saliendo del edificio. Estaba atrasado. Apuró el café, se lavó los dientes y miró el reloj. Lo esperaba un montón de asuntos en el decanato, su auténtica vida; se paseaba incómodo por el amplio departamento cuando sonó el timbre.
-¡Olga! La esperaba. Mi señora me contó.
-Sí, don Pedro. Me voy.
El hombre le entregó un sobre.
-Bueno, aquí está lo que se le debe. Cuéntelo.
-No, si le creo... -puso el dinero dentro de una carterita negra y lo miró a los ojos-. Bueno, don Pedro, me voy... que le vaya bien.
Se dieron un abrazo y ella caminó hacia la puerta, pero antes de que la abriera sucedió algo que a cualquier narrador le sería difícil de explicar. Gómez la observó, dudoso. Pareció una interminable observación; sin embargo no duró más que los cuatro pasos que la empleada doméstica dio para llegar a la puerta. La llamó:
-Venga.
-¿Qué quiere, don Pedro? -La mujer interpretó la mirada de su patrón y sonrió, avergonzada.
-Deme otro abracito... no sea mala... va a ser la última vez que nos vamos a ver.
Olga bajó la vista. Gómez avanzó y la tomó de los hombros. Ella sacó una libretita de la cartera y comenzó a hojearla en forma inconsciente; repasando las hojas una y otra vez, hacia adelante, hacia atrás. Gómez no la soltaba. 
-¡Oiga, usted se las trae! 
Se besaron en la boca, tanteándose al inicio, luego con hambre; él la agarró del pelo y ella le lamió la cara y se dejó acariciar las nalgas. Gómez bajó una mano por dentro de la falda y con la respiración entrecortada palpó la mata húmeda de la que brotó un penetrante olor a mujer; ella se le apegó a la barriga y le presionó el miembro con su vientre. Al instante presintió un estertor, semejante al que le iba a venir a ella.
-Don Pedro... pare, don Pedro... 
El día transcurrió con rutinaria placidez en la universidad. Al atardecer, en su oficina, Ángel Correa revisaba documentos cuando el decano abrió la puerta y le habló.
-¿Mucha pega, Ángel?
-Estoy terminando; este alto de papeles queda para mañana. El famoso tema de las licenciaturas, ya sabes.
-¿Aún no se resuelve?
-Los alumnos pidieron otra sala. Voy a tener que hablar con Juanito.
-Mañana lo hablan. ¿Comamos algo? Te invito.
Dejaron sus autos en el estacionamiento que el plantel reservaba para ellos y se instalaron en el restaurante de siempre, cómodo, sencillo y cercano. Bebieron una botella de vino y devoraron sus platos de una manera poco académica, aunque las servilletas se encargaron de cubrirlos de un escándalo. Al momento del bajativo ordenaron dos whiskys. La noche aún era joven y sobraba tiempo para la sobremesa. Antes de iniciar la charla el decano aflojó discretamente la correa de su pantalón.
-¿Y has visto a tu amiguita?
Ángel dudó en responder. De reojo consultó su reloj. Enseguida se animó.
-¿Tienes tiempo, Pedro?
-Pero hombre, claro que sí. Mi mujer sabe que nunca llego antes de las 11.
-La mía igual -dijo Ángel, y levantó los hombros. Recelaba de su superior, pero lo necesitaba. Sabía de sobra que de vez en cuando había que darle en el gusto. Nada mejor para ello, había descubierto, que usar la táctica de la sinceridad. Abriendo su corazón quedaba en una frágil posición ante él, como la de un niño ingenuo ante sus maestros. Ciertas personas se conmueven cuando durante una brusca oleada de confianza algún subordinado les revela sus sentimientos más íntimos; Pedro Gómez era una de esas personas. Él no lo sabía, pero le gustaba ser cazado por las confesiones ajenas. Cuando aquello ocurría era como si a sus fosas nasales le llegara una vaharada de poder.
-La universidad nos consume -se quejó Pedro.
-Más al secretario de estudios que al decano -se atrevió Ángel.
-¡Ja ja ja!, ya llegarás a decano, Ángel Correa... ya llegarás a decano, y verás que no existen los peces de colores.
Brindaron por la noche y por sus vidas. Reconciliado consigo mismo, y creyéndose poseedor de una no confesada superioridad sobre su jefe, aquella de la que disfruta el hombre bien parecido ante el supuesto gordo bonachón, Ángel habló.
-Vi a Lily la semana pasada. 
-Suéltala completa, hombre, soy todo oídos.
Ordenaron otros dos tragos. Hacían sonar el hielo. Bebieron un sorbo.
-Entré al café con dos colegas, nos sentamos a disfrutar el show y ella salió a bailar. Mientras bailaba me fije en Kaira, una negra... ¡con un culo! Nos pusimos a conversar. Cada dos frases me pedía que le regalara unas zapatillas de marca. "Son para trotal, mi amol. Tú dime... ¿cómo conselvo esta figura sin trotal?", me picaneaba. "Te las voy a traer sin falta cuando venga de nuevo", le prometí.
-¿Y Lily, qué hacía?
-Lily me evitó con la mirada, terminó su baile con un rápido desnudo y luego atravesó una cortina y desapareció. Cuando retornó a la oscura salita para alternar con los cinco o seis parroquianos presentes dejé a Kaira a un lado y quise saludarla, pero me volvió a ignorar. La llamé con la voz más suave que pude, para no causar un escándalo, ya que los clientes y las demás chicas se empezaban a dar cuenta de que entre ambos se estaba produciendo una diferencia de opiniones. Yo disponía de la ventaja del poder sobrehumano que se les da a personas como yo en esos antros, pero ella tenía su carácter. Conociéndola como la conocía, me puse a la defensiva.
-¿Qué pasó?
-"¡Mentiroso!", me gritó de pronto, mirándome a los ojos, y me dio la espalda. Casi me arroja un vaso de bebida en la cara. No se atrevió. Le habría costado la salida del local.
-¿Y tú?
-Me largué a reír. Con mis colegas...
-Fuentes y Valladares. Doble contra sencillo.
-¡Cómo manejas el decanato, Pedro! Ni una hoja se mueve sin que lo sepas.
-Es parte de mi trabajo, Ángel Correa... ¡ya llegarás a decano!
Hubo un ligero silencio. Correa continuó su relato.
-Cuando salimos del café traté de explicarles lo inexplicable, me fui enredando en la argumentación y mientras esperaba sus bromas lapidarias noté que tomaban mi derrota con humor y una pizca de conmiseración y complicidad. Se hizo un par de comentarios sin asunto antes de pasar a otras cosas. No he vuelto a entrar a ese lugar.
-¿Eso fue todo?
-Sí.
-¿Cómo una persona como tú se enredó con una chica como esa?
Correa captó el sentido del lugar común, que ahorraba la pregunta directa, brutal.
-¿Quieres saberlo de verdad?
-Dale, hombre, tenemos tiempo.
"A esta hora, por ejemplo, Lily debe de estar bailando. A las doce de la noche hará lo mismo. La primera vez que nos acostamos le pregunté cómo había llegado al café. Por un aviso, me dijo. ¿Y desde cuándo bailas? Hace no tanto. ¿Y qué hacías cuando chica? ¿Me estái entrevistando? No, es que me gustaría conocer tu historia. ¿Y qué tiene mi historia? No sé, pero me gustaría conocerla. ¿Y por qué? No sé, pero es una broma, no te preocupes. Ah, erí un mentiroso.
"Fue la primera vez que me llamó mentiroso, pero el tono y la intención eran otros. Tenía 12 años, recuerdo que me dijo entonces, cuando viajó a probar suerte a Perales, cerca de Cobquecura. Entró a atender una cantina. El dueño tenía 40 años y su mujer, 60. Lily atendía a los borrachos consuetudinarios en el día y en la noche dormía en una piececita que estaba al fondo del patio. Al parecer, su destino es dormir en piececitas. Al momento de acostarse solía encontrar calzones nuevos que le dejaba el dueño, de regalo. Una tarde que la dueña había salido, él le confesó que le estaba gustando y la empezó a perseguir por toda la casa hasta que llegaron a la cocina, donde Lily agarró un cuchillo y lo amenazó con matarlo si la tocaba y santo remedio. Cuando en la cantina los parroquianos se ponían odiosos tomaba una luma y les daba en la cabeza, y así se iba haciendo respetar. Eso le ha servido hasta hoy, porque si algún cliente intenta propasarse ella dice me quito un zapato y le parto el hocico.
"Me contó que su primer contacto sexual ocurrió en Quirihue, durante el primer cumpleaños bailable de su compañero de curso, Andrés. Los chicos tomaron té, bailaron todo el disco 33 un tercio 'Carrera de éxitos número 2' y después no hallaron qué hacer, hasta que a uno se le ocurrió poner el disco por segunda vez. Se sentían mayores. Estaban solos, o sea, sin grandes. ¿Cómo aprovechaban la tarde, entre disco y disco?, le pregunté. Lily leía la revista Suzy y los demás hacían lo propio con Red Ryder, Superman, Hopalong Cassidy, El llanero solitario. Haciendo un paréntesis en la lectura, me dijo que de pronto Andrés partió a la cocina y volvió con unos canapés de paté y ave con mayonesa y una botella de pisco con una Coca Cola familiar, que los invitados combinaron y se bebieron como si estuvieran apurados por ponerse ebrios. No había pasado media hora cuando Lily le dijo a Andrés que con el pisco le había dado sueño. Andrés la subió a su pieza, sacó los regalos de la cama y le dijo que se acostara y se sacara la ropa 'por mientras'. Enseguida bajó al living, declaró que la fiesta se había terminado y los mandó a cambiar a todos. Andrés subió los escalones con nerviosismo, entró a la pieza y vio que Lily le había hecho caso, pues abrió la cama y la vio durmiendo con sostén y calzones. Se quitó la ropa, se metió a la cama con calcetines, la abrazó y como no encontró mayor resistencia se puso a refregar el pene entre los muslos de Lily. No habían pasado dos minutos cuando Lily sintió que se le mojaban las piernas y lo encontró chistoso. A Lily le habían dicho que la primera vez dolía. Como no le dolió estimó que la suya había sido una primera vez a medias.
"Lily se retiró del colegio en octavo básico porque según sus mayores, la materia 'no le entraba' y además necesitaban sus brazos para el tiempo de las cosechas.
"La primera vez de verdad de Lily ocurrió unos tres meses después de la fiesta de cumpleaños. Se ofreció y fue aceptada para servir las mesas en una pensión de Cobquecura durante el verano. A la pensión iban a almorzar todos los días los trabajadores de una empresa forestal y Lily se prendó del capataz, que era un hombre de unos 50 años. Se ruborizaba cada vez que el hombre la saludaba al entrar a la pensión. Le gustaba mirar sus manos, que eran gruesas y callosas, y sus ojos, que le parecían tiernos. Con los trabajadores le mandaba papelitos. Los papelitos decían usted caballero me gusta. El capataz, que en un principio la miraba como la niña de 14 años que era, de pronto sintió que se empezaba a fijar en ella. Lily entonces no tenía el cuerpo que tiene ahora, que es un cuerpo bajo, curvilíneo, exuberante, pero ya se insinuaba que iría en esa dirección. La nariz chata y los labios carnosos le daban un aire distraído y sensual, pese a su corta edad.
"Una tarde el capataz la subió a su camioneta y la invitó a su casa. Lily se asustó un poco pero le aceptó al instante. Dice que el vehículo se alejó de la playa por unos totorales y enfiló por un camino de tierra en dirección a Ninhue. Al cabo de unos 12 kilómetros se apartaron del camino hasta llegar a una casona silenciosa, donde estacionaron. Nadie saldría a abrir porque no había nadie, le adelantó el capataz. Entraron y él le enseñó la casa y sus habitaciones, una por una. Era una casa grande, me dijo Lily. Primero tomaron un vaso grande de Cinzano en el sofá y después él le propuso pasar al dormitorio 'para descansar un poco'. Lily no estaba cansada y se imaginaba lo que podía suceder. Pensó un momento mirando al cielo, como ella hace, y le aceptó su invitación. En el borde de la cama se dejó acariciar y entonces vino la primera vez de verdad. Sobre ese tema es pudorosa y no cuenta mucho, ya que no le gusta abordar esos detalles de su vida. Sólo agrega que por un tiempo se siguieron viendo hasta que el capataz, preso de una sensación de culpa, la dejó 'para no hacerle daño'. Lily no lo vio nunca más, pues antes de que llegara el otoño volvió a Quirihue y luego se vino a probar suerte a Santiago.
"En esos tiempos me contaba que andaba a caballo en pelo y cuando se bajaba sentía que los muslos le ardían. Dominaba bien al animal, no como su hermano que ahora vive en Australia. El hermano corrió un día hasta una acequia y como el caballo no quiso saltar se cayó, no al agua sino al barro de la orilla. La hermana gemela de Lily, que se llama Sacha y es una polvorita, me cuenta, se lo pasó retándolo, pero los demás lo tomaron para la risa.
"El hermano de Australia siempre le escribe y le pide que se vaya con ella, pero Lily dice que no sabe hablar inglés y que allá no sabría qué hacer y que prefiere esta vida. Sobre sus padres habla poco, menos que lo suficiente. Su papá era un francés que se entusiasmó con su mamá y la llevó a varias partes, pero siempre iban los dos solos. Cuando no estaba el francés la mamá andaba en lo suyo, con hombres. Cuando llegaba el francés, como una vez al año, a Lily le regalaba dulces. ¡Dulces! recuerda ahora, ¡dulces! y se ríe, no de resentimiento sino casi de chiste. Por eso cuenta que prefirió dejar la casa para irse a trabajar puertas adentro.
"Hubo una segunda vez y una tercera vez y una cuarta vez. Hay razones fundadas para sospechar incluso que hace un buen tiempo pasó la milésima vez. Pero sobre esto no hay confirmación.
Lily tuvo una pareja y un hijo pero nunca se ha casado, no por falta de pretendientes. Simplemente no ha encontrado al hombre de su vida. Lily cree firmemente que hay un hombre en la vida de cada mujer. Y ese hombre no era el gordito del aserradero, dice.
"El gordito del aserradero era un hombre que se prendó de ella cuando Lily rondaba los 15 años. Lo llamaba Don Gastón y era dueño de un aserradero. La abordó un día en Cobquecura -porque Lily siempre volvía a Cobquecura, le gustaba el viento frío de la playa- y la invitó a comerse unas empanadas fritas. Lily le dijo que sí, porque ella no suele ver mala intención en los hombres. Si le preguntan algo, contesta; si la invitan a comerse unas empanadas fritas, lo piensa un poco y responde. Como a la tercera empanada Don Gastón le confesó usted me gusta mucho y Lily se rió. Esa risa de Lily siempre ha perdido a sus admiradores, porque no entienden de qué risa se trata, si de una risa de estupidez, de burla, de malicia o de ingenuidad. Don Gastón la tomó del brazo y la quiso besar, pero ella le dijo ya, po, no se propase y todo quedó ahí, en las tres empanadas.
"El hombre nunca le ofreció matrimonio porque lo que quería era 'mandárselo a guardar', oyó Lily cuando sus amigos lo envalentonaban, viendo que perdía la batalla. Pero esa actitud grosera de macho herido en su amor propio cambiaba cuando veía a Lily: Don Gastón entonces era tierno y solícito, cariñoso, hasta tímido, me contó. Un día se la encontró en la calle y la invitó a conocer el aserradero. Anduvieron en auto un buen rato, en su Chevrolet 51, hasta que llegaron. Se bajaron y él le dijo este es. Ella lo vio y comentó que era bien grande. El gordito se ruborizó e intentó hacerse el modesto, incluso habló de una sierra gastada, de una hipoteca en el banco. Pero es bien grande, le insistía ella. Él se alegró, la tomó del hombro y la atrajo hacia sí, sin que Lily opusiera resistencia. Fue una tarde romántica, la última tarde que pasaron juntos en la vida.
"Pocos días después ella se vino a probar suerte a Santiago. Ya tenía 16 años. La recibió una hermana, no la polvorita sino otra, Luisa, que ahora está separada y trabaja en "El sanguchón" de Franklin, al lado de una pizzería. Luisa le advirtió que su situación no era de las mejores. Lily le dijo que no se preocupara porque ella había venido a buscar trabajo. Y así lo hizo, buscó trabajo como empleada doméstica hasta que encontró uno puertas adentro. De esa forma, dejó de ser una carga para su hermana y nadie pudo recriminarle en ese hogar que viviera de allegada.
"Cuando le preguntaba en el café qué se siente ser un objeto de deseo se extrañaba, porque decía que esa idea no le cabía en la cabeza. Si le hacía ver que sí lo era soltaba una de sus carcajadas y cruzaba las piernas. Cuando Lily cruza las piernas le reluce un blanco calzón, un colaless provocador, una tirita de encaje. ¿Por qué brilla tanto?, le pregunté una tarde, para darle un toque divertido a la situación. Por la luz, me contestó y mostró la luz negra propia de los topless y los cabarets.
"A veces, cuando se lo pedían con un billete, mostraba lo que había bajo el calzón. Entonces dejaba a la vista un minúsculo matorral podado a medias. La mano del hombre bajaba y acariciaba, autorizada por el billete; ella cerraba los ojos y le besaba el lóbulo de la oreja, y bajaba su mano también.
"En sus tiempos de empleada doméstica en Santiago, entre los 30 y los 40 años, se enteró por boca de una prima de que Don Gastón había muerto. Un día de viento y lluvia en el sur resbaló en el aserradero y cayó sobre una sierra en movimiento. Su muerte fue instantánea, pues cayó de cabeza.
"Fue por esos tiempos cuando conoció a los tres hombres de su vida. El primero fue un joven de buenas intenciones con el cual tuvo a su único hijo, hoy de nueve años. Se vieron en la Plaza de Armas un día domingo; él la invitó a comer un completo en una fuente de soda al paso ubicada en el portal Fernández Concha y después entraron al cine. Adentro de la sala él le tomó la mano y como ella no dijo nada, la besó. Cuando la besó, Lily tampoco dijo nada. Dos semanas más tarde se acostaron y para ella no fue como si estallara una galaxia, pero tampoco fue como para rehusar la propuesta de dejar el empleo e irse a vivir con él. Así, de pronto, Lily se convirtió en señora y dueña de casa. Y un año más tarde, en mamá.
"A esas alturas, tal vez un par de años después, poco quedaba del joven de buenas intenciones. Se había convertido entonces en un hombre de mal vivir al que le gustaba llevar amigos a la casa, y llevarlos con malas intenciones. El hombre dejaba a sus compinches solos con Lily y volvía a la taberna. A Lily eso no le gustaba porque le traía recuerdos de sus tiempos en Perales. Los amigos empezaban a ponerse pesados y con el alcohol a uno o dos o tres les daba por mirarla demasiado y a veces con querer tocarla, sobre todo ahí, donde la minifalda se curvaba demasiado. Cansada de soportar humillaciones gratuitas y aún con el honor intacto en lo que se refiere a sus amigos, un día lo castigó y se fue. Cuando le pregunté cómo lo castigó me dijo 'le corté el pico' pero luego de una risotada se aprovechó del desconcierto y rectificó sus dichos. 'No se lo corté pero me aproveché de que estaba curado y lo tiré por la escalera y me fui', me confesó. Pero la decisión le costó cara. El cuñado abogado se encargó de todo. Ellos eran 'de otro nivel' y Lily salió perdiendo. Ahora no puede ver ni de lejos a su hijo.
"De los otros dos hombres de su vida casi no habla, porque aunque no lo creas, Pedro, a Lily no le gusta hablar de su vida privada. En realidad, me ha costado un mundo sacarle datos. Sé que uno fue un rabino al que conoció en la calle. Él la abordó con sigilo y la invitó a una oficina oscura 'llena de leseras'. Capaz que haya sido una sinagoga, porque me describió un salón con candelabros en la mesa y en la repisa. 'Cuando me tenía en pelotas me lamió el chorito y me bautizó'. ¿Te bautizó?, le pregunté. Sí, me bautizó, me puso el nombre que uso ahora. ¿Cuál? Lily po, tonto. ¿Y qué te decía? ¡Lilith, Lilith!, arrodillado, con la lengua babosa. Yo le decía que no, que me gustaba más Lily y me quedé con Lily. Me dijo que la volvió a invitar tres veces más al salón oscuro y que a ella le gustaba el rabino porque lo encontraba divertido, porque le hacía cosquillas con la barbita y porque adentro estaba fresco, era época de calores. Pero un día entró una señora, los vio en pelotas y pegó un alarido. Salieron arrancando con las luces apagadas, así que la señora no se dio cuenta de que era el rabino, eso me contó".
El mozo apareció con dos nuevos whiskys. Ambos miraron la hora.
-¿Queda tiempo? -preguntó el secretario de estudios.
-Claro que sí. Esta historia resultó ser más de lo que esperaba. Continúa, por favor -dijo el decano.
"Como te iba diciendo, cuesta un mundo sacarle datos. Tuve que echarme la mano al bolsillo varias veces para que las historias fueran saliendo, una por aquí, otra por allá, a goteras, sin sentimiento, como si la que hablara fuese una mujer de hielo. Y en este punto me detengo un poco. Lily no es una mujer de hielo en el sentido que se le da a ese término. No es una mujer sin corazón, no es una mujer cínica, malvada ni calculadora. Más bien es una mujer sin sentimientos románticos, una mujer de pocas palabras o en otras palabras, una mujer de una sola palabra; una mujer honrada, una mujer leal. Una mujer que no tuvo pascuas ni muñecas.
"La administradora del café topless, por ejemplo, la culpó en una ocasión de armar una rebelión entre las niñas del local y ella le dijo que si no la conocía bien, cómo podía pensar eso. 'Conózcame primero y luego opine'. Con el tiempo quedó clara su inocencia y ahora es la mujer de confianza de la administradora. A veces ella la invita los sábados a su casa en Pudahuel y las dos pasan juntas el fin de semana. Ha ido ganando su espacio y su prestigio en el local.
"El café está ubicado en el subterráneo de un pasaje céntrico. Los clientes concurren porque pueden acariciar a las chicas por mil pesos. Mientras las chicas bailan ellos se sientan a tomar café en asientos cuyo respaldo es la pared. De entrada no se ve mucho pero a los pocos segundos las muchachas se hacen visibles, todas vestidas de negro, todas con minifalda, salvo la bailarina de turno, que termina desnuda y toqueteada hasta el cansancio. Hay mujeres muy jóvenes y delgadas, otras más rellenitas pero también jóvenes. Lily las aventaja por lo menos una década en edad.
Lily dice que hoy tiene 38 años, pero nadie le cree, aunque tal vez sea cierto y las bolsas en los ojos se deban a que no tuvo infancia.
"Cuando la conocí, simpatizamos. Un día la invité a salir y Lily me respondió que sí, que por 30 saldría conmigo. Yo le le dije que por 20. Lily lo pensó y dijo que bueno.
"Días más tarde nos juntamos en una esquina céntrica. Mi calidad de académico me hizo avergonzarme de caminar junto a ella porque en cualquier momento surgía algún conocido, de modo que caminamos juntos, pero como si fuésemos unos extraños. Los hombres la miraban con malicia, vulgaridad; las mujeres lo hacían con un ligero o un fuerte desprecio. Vestía un sweater ajustado y un jeans, nada tan llamativo pero por alguna razón, provocador, caliente, sensual. Se le notaba a lo lejos su condición, de ahí que yo estuviera permanentemente mirando para otro lado, sonriéndole a una conciencia escurridiza. Tomamos un taxi que pasó casi frente a La Moneda y desembocamos en un motel de mala muerte, de colcha rosada con hoyos de cigarro. Allí, sin hablar mucho, sin protestas ni quejidos ni grandes abrazos Lily me entregó su cuerpo y yo lo tomé y le dije palabras lindas y por un momento fui feliz, satisfice un viejo antojo, conocí esa felicidad que es tan esquiva, tan escasa, tan miserable, cuando se consigue a ese precio. Nos vestimos, ella estiró la mano, salimos y tomamos caminos separados. Luego nos volvimos a ver dos o tres veces y siempre entre el momento de la felicidad y el de la partida, Lily me daba a conocer fragmentos desconocidos de su vida.
"Me contó que en el local hubo una chica peruana infectada con el VIH. Se lo había contagiado su pareja en Lima y así había viajado a Chile a ejercer el oficio, sin saber de su enfermedad. Cuando supo entró en depresión. Las compañeras empezaron a hacerle el vacío. Cada vez que ella iba al baño dejaban pasar media hora antes de entrar y luego, la que se atrevía, rociaba la taza con cloro y spray desinfectante. La situación se hizo insostenible y la peruana se fue. Un cliente que se atendía con ella continuamente, llevándosela a su departamento de soltero del centro, entró al café una noche con aire de desesperación e hizo la consulta. Las chicas bajaron la vista y no respondieron. El hombre se fue, sollozando, y nunca más se le ha vuelto a ver por allí. Cosas así son las que me cuenta Lily.
"Otra de las chicas padecía una infección grave y no quería ir a controlarse porque decía que ella se sanaba sola. Pero yo tengo los papeles limpios, me aseguró, al notar que me ponía intranquilo. Ese día me dijo que yo le gustaba porque me encontraba divertido. Ese mismo día le pregunté qué era lo que más le gustaba hacer en la cama y Lily se quedó pensando un buen rato y no supo responder, más bien respondió con una frase incorrecta, porque dijo que 'no le gustaba nada en excepción' en vez de decir 'nada en especial'.
"Lily vive en el mismo local donde trabaja. Podría decirse que vive en una ratonera. De la mañana a la noche en una ratonera. Despierta al mediodía, se levanta, se viste y comienza a atender. Le dan las dos de la mañana bailando o manoseando por cinco mil pesos o dejándose manosear no por todos sino solamente por los que ella elige, aclara, hasta que llega la hora de cerrar y la administradora manda a la calle a los sinvergüenzas, a los cafiches, a las almas solitarias, a los ociosos, a los embaucadores, pero entonces Lily debe barrer y pasar el paño por la baldosa y recién entonces puede acostarse a esperar el siguiente día. Detrás de una discreta puerta del café están los camarines y por ese camino, al fondo de un pasillo angosto se halla su residencia, que es, por lo que describe, una colchoneta y un locker metidos como por milagro en un rectángulo imposible. No es mala vida, dice y se extraña de nuevo ante la pregunta. No es mala ni es buena, es la vida no más. Lo único malo, si pudiera cambiarse, es la colchoneta, que en invierno amanece húmeda.
"En la pieza de al lado vivía su gran amiga. La frase que usa para acordarse de ella es: 'Yo tenía una amiga, pero me la mataron'. Fue una noche en la población Juan Antonio Ríos. La muchacha llegó a una fiesta y su rival de amores, que era una chica de la población, la acuchilló y la mató. La mujer se desangró en la calle y 'el funeral fue bien bonito, hubo un lleno completo', recuerda. Eso sucedió hace tres años, o sea, un año después de que Lily se enrolara en esta profesión. Antes, inmediatamente antes, me contó que había trabajado en un taller de reparación de lavadoras, pero el patrón era un sátiro que vivía llevando cabras jóvenes a su casa. 'Las metía a la pieza y me hacía mirar por la ventana para que le viera la tremenda cosa', me dijo. Mientras tanto compraba el diario para fijarse en la sección Ocupaciones ofrecen. Su hermano la seguía llamando a vivir con los canguros pero ¿qué voy a hacer donde viven los canguros si no sé hablar inglés?, me decía. Esa vez le pregunté si su hermano vivía en el zoológico. ¡Ay, qué erí divertido!, me dijo.
"Lily probó suerte en un topless de la Plaza de Armas 'lleno de guatonas'. Iba a visitar a una ex compañera pero el dueño la abrazó y le ofreció trabajo, aunque le hacía muchas preguntas. Eso no le gustó. Le preguntó sin ninguna elegancia si hacía sexo. Eso tampoco le gustó. Le preguntó 'cuánto le pagaban los huevones en el otro local' y ella le contestó que sus dueños no eran huevones. Al final le ofreció trabajo 'y yo le respondí con sus mismas palabras: le dije que no trabajaba para huevones'. El dueño se enojó y la echó y ella se fue".
Pedro Gómez estaba pensativo. Dijo algo por decir:
-¿Qué sacas de todo esto, Ángel?
-Si analizo la vida de Lily desde el punto de vista de los bienes materiales, se parece mucho a la que llevan los santos. Nada tiene y todo lo da. Si los santos fumaran y no les diera por andar toqueteando a cambio de unos pocos pesos hasta podría pasar por una hermanita de la caridad. No reza, es cierto, pero en su mente no hay cálculo ni maldad, lo que de por sí la sube bastantes escalones en la pirámide moral de los seres humanos. Nunca ha hecho el amor con otra mujer, aunque su última patrona se le insinuó un día que estaba haciendo la cama. Me contó que sintió escalofríos cuando la mujer se le acercó por detrás, la abrazó por la cintura y le refregó las tetas en la espalda, pero las cosas no fueron más allá porque Lily le dio un codazo en las costillas. Yo creo que si no fuese una bailarina de café, una maraca... aunque no parece enteramente justo referirse a ella en esos términos. Ya es casi un lugar común suponer que las verdaderas putas se hallan dentro de las mansiones, de las oficinas públicas, entre las mujeres que disponen de cuotas importantes de poder. Porque las que pertenecen al oficio, al menos las que yo conozco, fornican de manera simple y directa, no son amigas de perversiones ni rebuscamientos, gozan con maniobras básicas. Tal vez la conducta masculina induzca a la conducta femenina, tal vez esas putas sean de otra manera con otros hombres. Buena parte de las mujeres decentes sueñan con ser putas en la alcoba y vestirse como putas y decir cochinadas como putas. Pero las putas no hacen nada de eso: las putas ansían en el fondo de sus corazones la vida de hogar. Si le preguntaran a Lily qué es lo que más anhela, diría tal vez que ver ponerse el sol mientras la micro la lleva a su casa, donde la esperan sus hijos y su esposo.
-¿Qué más te dijo de esa patrona que tuvo?
-Nada más. 
-Pero qué le gusta entonces.
-A Lily le gustan los hombres mayores, no los jóvenes, porque los jóvenes no tienen mucho que decir y la impetuosidad, la fogosidad del varón no le interesan tanto como la experiencia, menos aún el tamaño del miembro, porque los más grandes pueden llegar a doler y los chicos, los chicos... cuando la llevé a ese punto me dijo con un atisbo de molestia que los hay de todos portes y que ella no tendría por qué reírse de un pene pequeño. Pero enseguida recordó que uno de sus últimos clientes tenía 'la pirula chica, como de medio jeme', y no sólo eso, era un flojo porque le gustaba quedarse quieto y taparse la cara mientras ella hacía el trabajo. Tengo otro, me dijo, que se va a la primera pasada, a veces ni alcanza a entrar...
De pronto Ángel se echó a reír.
-¿De qué te ríes?
-Me acordé de un día que estábamos en la cama. Ya habíamos terminado; Lily sacó un cigarrillo curvo, trasnochado, lo encendió y me miró desnudo. "Así mismo te quedó la tula", dijo y echó una calada.
-¿Cómo es Lily en la cama? 
-Como todas las mujeres, sospecho. La única rareza suya, lo único que hace con gusto es lamer la cara. De Lily revolcándose en la alcoba no guardo recuerdos y lo que pude experimentar en carne propia puede que no hable bien, no de ella sino que de mí. Siempre me llamó la atención, eso sí, el hecho de que conmigo estirara literalmente la mano al final y no al principio, como hacen todas. Ese gesto tan suyo siempre me inclinó a aventurar que tal vez yo le gustaba de verdad, pero ahora que me ha tratado de mentiroso sin razón alguna, tal vez por no haber vuelto en mucho tiempo o por lo de Kaira... pero eso no es ser mentiroso, a lo más eso sería ser incumplidor, mal educado, desleal, incluso cínico, pero no mentiroso... mentiroso... ¿o acaso se le habrá ocurrido dar crédito a esas palabras bonitas que se dicen cuando la sangre está hirviendo? No recuerdo haber dicho algo tan comprometedor, aunque el asunto no tiene importancia. Mal que mal, por algo dicen que todas son iguales.
-Decías que tuvo tres hombres en su vida. Por lo que me has contado, el tercero seguro que eres tú.
-No. Me dijo que fue un patrón que tuvo en Las Condes, un gordito romántico, usó esas palabras. Nunca lo ha podido olvidar porque dice que la respetó. Cuando renunció al trabajo los dos se despidieron con un beso y no pasó nada más, a pesar de que me aseguró que en ese momento se le habría entregado. En esos tiempos no había conocido al rabino y todavía usaba su verdadero nombre.
-¿Y cuál es su verdadero nombre? 
-Olga.


viernes, agosto 28, 2020

La Constitución, el último MacGuffin de Alfred Hitchcock

Extraigo este párrafo de Wikipedia, tal como podría hacerlo cualquier lector:
"Un Macguffin (también MacGuffin, McGuffin o Maguffin) es un elemento de suspense que hace que los personajes avancen en la trama, pero que no tiene mayor relevancia en la trama en sí. MacGuffin es una expresión acuñada por Alfred Hitchcock que designa una excusa argumental que motiva a los personajes y al desarrollo de una historia, pero carece de relevancia por sí misma. 
El elemento que distingue al MacGuffin de otros tipos de excusas argumentales es que es intercambiable. Desde el punto de vista de la audiencia, el McGuffin no es lo importante de la historia narrada. 
Hitchcock afirmó en 1939 sobre el MacGuffin: "En historias de rufianes siempre es un collar y en historias de espías siempre son los documentos". Hitchcock explica también esta expresión en el libro-entrevista con François Truffaut "El cine según Hitchcock": "La palabra procede de esta historia: Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro '¿Qué es ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?'. El otro contesta: 'Ah, eso es un McGuffin'. El primero insiste: '¿Qué es un McGuffin?', y su compañero de viaje le responde: 'Un MacGuffin es un aparato para cazar leones en Escocia'. 'Pero si en Escocia no hay leones', le espeta el primer hombre. 'Entonces eso de ahí no es un MacGuffin', le responde el otro".
¿No se parecen toda esta sarta de absurdos e insignificantes argumentos que aun así la gente sigue con hipnótico interés a nuestra anhelada nueva Constitución?

viernes, agosto 21, 2020

21 de agosto, 22 de agosto

Tejado sombrío bajo la lluvia del 21 de agosto que cae sobre la tierra de secano; recuerdos de María Williams, la escuela María Williams de San Vicente de Pucalán. 
Algo inconsciente me ha llevado a ese atardecer de 1971. Hoy es 21 de agosto, víspera del día de la locura del amor, día de las decisiones inconscientes.
¡Cuántos niños abusados vagan por el mundo! Genialidades puras, poesías ambulantes que adornan lejanas islas del Atlántico. 
La belleza, la belleza, la belleza...
¡Cuántos pobres de espíritu y de raza persiguiendo algo que jamás les será concedido! Almas oprimidas por el peso del destino y el peso de las comparaciones. 
Si pudiesen ver sus ojos el daño que se hacen, entonces no habría que temer; y si el corazón juvenil fuese un poco menos desbocado, qué triste que sería el mundo, y si los ricos salieran de la tierra y entraran en el reino de los cielos, cesarían los temblores.  

martes, agosto 18, 2020

Los planes

Como si fuese una malla de pesca salida del pantano, mis sensaciones brotan mezcladas, pero priman los tonos oscuros. El mal genio de costumbre, las aprensiones de siempre, hasta las buenas noticias les auguran tragedias a mi mente. Antes no era así, no recuerdo haberme preocupado tanto por una picazón en la espalda, una puntada, un escozor, qué decir de una repentina expropiación de mis fondos, del malestar de la gente. ¡Pero si hasta las elecciones en los Estados Unidos me están quitando el sueño! 
Tiendo a pensar que la carga aumenta con la compañía y que la soledad aliviana, pero ¡hay tantos corazones solitarios, tantas vidas impotentes que fueron a dar al resumidero! 
Estoy perdiendo horas preciosas, días preciosos. Escribir ya me está sonando falso. ¿Debo velar mi yo real cuando lo reemplazo por mi yo poético? Y si no lo hago, ¿qué mamarracho de poesía estaré escribiendo?
No creo que la solución del problema pase por aspirar el aire fresco del invierno y gozar la vista de los castaños durante mi caminata matutina. El amor tampoco me hará cambiar; el amor es algo de momentos, no se sostiene como sensación eterna, sí como disposición, pero eso equivale a una declaración de principios grabada en un rincón de la agenda, no a la paz del alma. Mejor sería contentarme de ver con buenos ojos todo aquello que me rodea, personas y animales, plantas, incluso las noticias de la televisión. Me haría mucho bien, por último, desprenderme de los planes, porque son los planes los que echan a perder la vida. Lo voy descubriendo un poco tarde, y aun así me aferro a ellos.   


martes, agosto 11, 2020

Correrías en torno a un galpón

Mi prueba se había perdido en la carpeta y a mi amigo el Viejito Olivares ya le habían demostrado sus errores, infantiles, que lo hacían reprobar por esta vez. Otra prueba, muy limpia, marcaba un número siete, un siete con filigranas y raya cruzada. El profesor Gai, gran amigo nuestro, partía a otra sala, insistiendo en que mi prueba se hallaba en la carpeta. Rebuscando entre sus hojas de cartulina la encontré; un siete muy buen puesto a una prueba perfecta.
Mi atractiva colega me esperaba en su auto para llevarme a su casa. ¡Pero qué haces! Manejaba acostada en el asiento, con la cabeza hacia los pedales. Parecía ser que maniobraba el volante con la ayuda de un espejo, porque subía perfectamente las estrechas calles y doblaba bien las curvas en las esquinas.
La carta de presentación de su casa en la playa era una angosta terraza de madera, pero adentro se abría un verdadero galpón. Llegaba el momento de acercarnos, y al darle un largo beso noté algo desencajado en su boca, enfermizo. Además, ambos sabíamos que estaba derrotada; eso me confirmó que yo no lo iba a hacer con placer. Aun así, el encuentro se estaba por producir cuando oímos un movimiento de gente venido de arriba, que aguaba nuestras sucias intenciones. Eran otros colegas, que corrían por andamiajes que daban a la escalera que bajaba hacia los balcones laterales. ¿Cómo explicarles nuestra situación? ¿Por qué nos hallábamos ahí en el centro del depósito, escondidos, dispuestos a acometer la estupidez de un acto sin deseo y sin amor? Optamos por callar, aunque lo planeado se esfumaba entre las correrías en torno al galpón de esa gente que ni siquiera parecía tomarnos en cuenta.
La vida es un acertijo de sentimientos, sentir, sentir. Yo siento algo, pero no lo digo. Y tú, dime qué sientes en verdad respecto a mí. Lo que siento respecto a ti yo lo sé, pero no te lo digo. Así nos llevamos.
Desde la placidez de mi terraza temperada escuché una voz oculta. Fui a mirar; la voz venía de la calle, la tapaba una rama de crategu que me sirve de barrera contra el mundo. El hombre se hallaba apoyado en el pilar y solo le veía su mochila gris, raída. Hablaba arrastrando las palabras, borracho, y eso lo descartaba como sospechoso. "Me robaron todo... me robaron todo", repetía. Recordé a mi padre, tantos años que gastó, sin horizontes, destruyendo una a una sus razones para vivir. Pensé que el hombre hablaba solo, luego descubrí que portaba un celular. "¡Quiéreme!", pedía nítidamente, a sollozos, luego de lanzar un mar de frases ininteligibles.
Algo me ausentó de la pieza. Cuando volví a mirar ya no estaba.

domingo, julio 19, 2020

Sueño dominical con un hombre incluido en una revista

Debía hacer clases y le dejé la guagua a Sergio, pero Sergio se la entregó a otra persona y ahora yo debía recuperar la guagua. Atardecía y todo se tornó confuso: la guagua no estaba donde debía estar, el sujeto se había trasladado a la calle Alameda con San Ignacio, donde nos esperaba con la guagua en brazos. Tenía que ir a buscar la guagua aunque perdería la clase, pero no había alternativa. El problema era que las micros tomaban recorridos caóticos.
Nunca más volví a saber de la guagua y lo culpé a él. Temeroso de un ataque, Sergio se escondió dentro de una revista. Cuando vi un montoncito dentro del papel aplasté la revista en el suelo. De adentro brotó un chillido casi inhumano. Ay. Ay. Qué haces.
Corrí a buscar algodón y alcohol. Al volver a la oficina sobresalía un dedo de las hojas de la revista. ¡Le fracturé un dedo a Sergio!, pensé.
En su despacho el doctor abrió la revista, echó un vistazo y diagnosticó: ¡No tiene nada! ¡Se está haciendo! Abrí la revista y Sergio había desaparecido. Cuando ya todo volvió relativamente a la calma, me confesó que había huido para evitar males mayores.
A través de la pantalla mis cuñados ríen a  carcajadas con el sueño que les ha contado mi esposa.
-¿Qué interpretación le darían? -les pregunto.
-Sergio se quiere ir y la Paty lo quiere retener -dice Isabel. Mi mujer le replica al instante, casi inconscientemente: "Ojalá se fuera".
-La guagua es algo tuyo que pierdes -le dice Carlos a su hermana, que es mi mujer.
-Significa que eres un alaraco -irrumpe Isabel.
-A propósito, ¿se acuerdan cuando hace años les contaba que había comenzado a soñar con guaguas? Por una u otra razón aparecía un bebé en mis sueños. No eran pesadillas, eran sueños tiernos, que en ese momento interpreté como un renacer de la pureza en mi alma -les digo.
-Claro que me acuerdo, lo dijiste hartas veces -dice Carlos.
-Pues bien, al poco tiempo Matías me comunicó que iba a ser padre y meses después nació Benicito. Eso dice mucho acerca de los sueños. No todos tienen una explicación racional. Existirían las premoniciones, aunque también está el factor de la intuición. Lo digo porque yo me considero una persona fundamentalmente intuitiva, más que analítica.
Carlos dispara:
-La teoría cuántica habla de que el tiempo está encerrado en un envase, donde el pasado, el presente y el futuro se mezclan como si nada.
-Entonces una parte de la mente sería capaz de captar eso a través de los sueños.
-Exactamente.
-¿Y qué tienen de almuerzo?
-Prietas con puré de verduras.
-¿Con un vaso de leche, como la otra vez?
-No, ahora nos preparamos y tenemos vino blanco, vino tinto y cerveza -dice Isabel.
-...Y leche -agrega Carlos.
-¿Será verdad que un vaso de leche tibia antes de acostarse hace dormir mejor?
-A mí me resulta -dice Carlos-. Anoche mismo me tomé uno y dormí como un lirón.
-¿Será un efecto psicológico o químico?
-Yo creo que se asocia con la leche materna.
-Entonces es mental- digo.
-Mental -dice Carlos.
-Emocional, dice Patricia y añade: ahora nos vamos a despedir, porque estamos atrasados con el almuerzo.
-Verdad. Hasta el otro domingo.
-Chao.
-Chao.
-Chaooo.

domingo, julio 05, 2020

Zoom

Exceso de imágenes entrecortadas, de diálogos a medias, de silencios, de voces de pianos eléctricos, de cortes abruptos, de papas fritas, piscolas, cervezas, luces violentas, gatos que se cruzan, citas agendadas, pulgares, manos diciendo adiós, poses, palabras vacías, el tiempo, el frío, la lluvia, el almuerzo, el vino, la marca del vino, la cepa del vino, el precio del vino, la salud, la tos, la alergia, el miedo, la actualidad nacional, la serie de Netflix, no esa no, otra, la compra internet del supermercado, la comisaría virtual, los hijos, las hijas, los sobrinos, la última gracia de la nieta, el futuro, la batería al dos por ciento, bye, hasta pronto, cuídense, nos vemos el próximo sábado.

miércoles, junio 24, 2020

El cartonero

Es de madrugada; un sueño obsesivo, de imágenes que se repiten, me hace ir al baño. Mi esposa duerme bajo un techo seguro, en una habitación temperada, con la gata a sus pies. Antes de volver a la cama veo a un cartonero que pasa recogiendo lo que le hemos dejado en la vereda al camión del reciclaje. Él se le anticipa, es esa la misión que se autoimpuso para salir adelante en la vida. El frío hace llorar los vidrios y los parabrisas de los autos estacionados en la calle; el cartonero camina solitario; hasta las ratas han pasado la noche abrigadas en algún rincón de alcantarilla. Observa a la distancia los materiales desechables, descarta con la vista, recoge lo que sirve y lo ordena en su triciclo, tan silencioso y noble como él. Si cerrara los ojos un momento, pienso; si se viera a sí mismo... pero si no fuese él sería otro igual que él. Y aunque fuese el mejor cartonero de Santiago no sería más que un cartonero.
Cuando me jubile, mi cupo será llenado por alguien que no será más que lo que fui. De un presidente de la república se puede decir lo mismo, también de un científico inventor.
La pequeña diferencia es que a nosotros nos place trabajar y la del cartonero fue una decisión. Otra prueba más de lo mal que está engrasada la máquina de la naturaleza.

lunes, junio 15, 2020

Un cuento, de una y media a dos páginas

El hombre de abrigo se hallaba a solo dos cuadras de la avenida Vicuña Mackenna, pero por una razón que no lograba comprender se le hacía imposible acceder a ella. Lo invadía una sensación de desasosiego, casi podía divisar la avenida, o al menos adivinarla, sentir su tráfico desde la calle en que se encontraba. En un momento le pareció que soñaba y que su sueño, que no alcanzaba a ser una pesadilla, era un sueño kafkiano. Le habría sido fácil, conveniente, haberse quedado con esa interpretación; así se habría resuelto el misterio y ahora tendría tiempo para otras cosas. Pero se daba el caso de que no era así. El hombre de abrigo oscuro se hallaba a dos cuadras de Vicuña Mackenna en la vida real y debía enfrentar el problema, debía salir adelante; le hormigueaban las piernas y por ráfagas le daba la impresión de que la vida había sido creada para tenderle trampas de difícil solución, trampas que apenas vencía anunciaban nuevas trampas, como las olas que acaban en la arena.
Enfiló por un pasaje, para acortar camino. El pasaje se le fue haciendo angosto, cada vez más angosto, y terminó en un pasillo de tierra húmeda que lo llevó a la puerta de una humilde casa de población de la que se desprendían olores azumagados y a ropa lavada. El hombre de abrigo se sintió con el derecho de entrar a la casa y de hecho lo hizo: entró. En la casa no había nadie, no había nada que robar y ninguna persona indefensa. Cruzó el living, pasó por el comedor y la cocina, abrió la puerta y volvió a salir a la calle, a otra calle, otro pasaje que lo condujo a una esquina amplia, poblada de gente, a una calle pavimentada que pudo haber sido Vicuña Mackenna, de no mediar que su nombre era otro.
Se acercó a un poblador y le hizo la pregunta de rigor. Este le indicó la dirección correcta con el índice y al hombre de abrigo le pareció que ya era momento de aspirar a la meta. Pero entonces se dio cuenta de que la calle se le volvía a estrechar, volvía a tomar curvas impensadas que lo desviaban de su plan.
Recordó Valparaíso y lo cercano que vio una tarde el restaurante "El gato tuerto". Aquella vez la realidad lo despertó, le enseñó como se le enseña a un niño que llegar a ese local suponía atravesar un cerro tras otro, tomando calles que lo alejaban de su deseo, hasta que se dio por vencido. Así eran sus recuerdos, se le mezclaban con el nuevo pasaje ante sus ojos, flanqueado por altos postes de electricidad de los que colgaban cables de diversos grosores que se obstinaban en oscurecer el cielo; o tal vez ocurriera que realmente se iba haciendo tarde, con los peligros que ello acarreaba para él.
El hombre de abrigo no portaba nada de valor, salvo su eterna billetera, compañía diaria, especie de amuleto de la buena suerte en el que descansaban buena parte de sus plegarias matutinas. No era momento de ostentaciones; eligió engibarse un poco para dar la impresión de un viejo roñoso y así enfiló hacia Vicuña Mackenna. Desde el fondo de la calle vio a un hombre estrafalario; a medida que se le iba acercando pudo observar inquietantes detalles: sus brazos desnudos y bronceados eran deformes, como si la articulación del codo estuviese doblada en el sentido contrario. ¿Eso lo hacía aún más peligroso? No, pero lo hacía más animal. Era cosa de esperar para saberlo, ya que ahora se hallaba a no más de tres metros de su figura encorvada.
Pasaron uno frente al otro, casi rozándose. La bestia ni lo miró, siguió de largo. El hombre de abrigo quedó más solo que nunca frente a otra callejuela poco menos que una callejuela de campo, con un portón que se vio en la obligación de sortear, subiéndose a él y luego bajando con la cabeza hacia el piso, afirmándose de los pies. Eso lo llevó a golpear la madera, despertando a una araña que se alojaba en las rendijas. La araña se le encaramó a la mano. Era una especie muy extraña, más grande que su mano, con el poto de color gris metálico y las patas aceradas, largas y brillantes, como araña artificial, creada por el ingenio humano. El hombre de abrigo la trataba de expulsar con movimientos desesperados, viéndose a sí mismo sacudir la mano en lo más profundo de la noche, como si se tratara del despertar de una pesadilla, pero no era una pesadilla: el hombre de abrigo se hallaba atrapado en su propia realidad.
Bastó la sacudida para que la araña desapareciera e irrumpiera su mujer en el vehículo que lo trasladó en pocos segundos a la ansiada avenida Vicuña Mackenna, lo supo por el cartel de lata que indicaba el nombre de la calle en una pared amarillenta, esas viejas paredes de las calles de su juventud, cuando la vida duraba eternamente y nada cambiaba, las cosas se mantenían en el tiempo y los problemas se podían chutear para más adelante.

viernes, junio 05, 2020

Padre e hijo

El buen padre maleducó a su hijo
Hoy el hijo mal educado
Reeduca bien a su mal padre

domingo, mayo 31, 2020

El buen ciudadano

El encierro obligado entre cuatro paredes enseña a ejercer la humildad; las pretensiones se desvanecen con el viento y con el tiempo, importa ya a muy pocos lo que hacen los demás y qué queda sino vivir para uno mismo. Grandes autores copan las páginas de los suplementos, al lado de otras páginas con noticias demoledoras. Byron soñó con ser recordado y que su frente fuese coronada de laureles. Los deseos actuales del buen ciudadano, libre de las desgracias de tantos, son el buen aperitivo, el disfrute de una serie de TV, buena música y lectura; planear el almuerzo del día. Eso es ceguera social, insensibilidad, dirán algunos, ¿pero quiénes son esos? ¿A quiénes representan sino también a ellos mismos? El mal de ciertas fuerzas políticas está en condenarlo todo, exigir venganza con la cara rabiosa; no hay humildad ni amor en sus gestos y a esas demandas el buen ciudadano, aquel que lo ha conseguido todo con justas artimañas, no se somete tan fácilmente. Escribir es un gran placer, si se ejerce en un ambiente sereno, serena la mente y sereno el entorno. Se puede escribir en un entorno de perturbación, pero no se puede escribir bajo el influjo de las pasiones, no puede salir de allí una página inspirada. Suele decirse de los poetas: ¡tan diferente que eran sus libros de aquel que los escribía! Y quienes mejor lo podrían definir, que son los miembros de su familia, a menudo yerran medio a medio. "Aunque no lo leíamos, sospechábamos de sus vuelos de artista, pero en persona era pedestre..."

jueves, mayo 28, 2020

El recaudador de impuestos

Le habían dado el dato de un carnaval indígena donde las mujeres andan en busca de hombres. El recaudador de impuestos arribó por la tarde, en un bus destartalado, con el pretexto de una inspección zonal. Alquiló una habitación en el mejor hotel del pueblo, alojamiento que le quitó apenas un décimo de su viático; cenó algo liviano y salió a dar una vuelta. Una mujer entrada en carnes le echó el ojo cuando pasaba debajo de un farol. Sin mediar preámbulos lo condujo al interior de una ramada mientras le iba introduciendo su mano en el bolsillo, no precisamente con propósitos de hurto, sintió el recaudador. En la semioscuridad se percató de que adentro estaba solo y que la mujer ni siquiera había entrado. Por las separaciones de las varillas de las paredes alcanzaba a ver a otra mujer, más baja, que se acicalaba para él. Pensó que era la espía que le habían advertido que andaba detrás suyo, de modo que cuando ella entró a buscarlo a la ramada ya no sentía deseo sexual y trató de esconderse. La mujer escrudiñaba sin éxito; el recaudador se había logrado tapar con una esterilla. Ella daba vueltas alrededor suyo, no lo podía ver, y se fue, en el mismo momento en que entró la indígena entrada en carnes. Bailaron en el piso de tierra, el recaudador se le apegó al cuerpo y la sometió; pero entonces se metió la espía y ambas se besaron en la boca, delante suyo.
Por la noche, de vuelta a su pieza del hotel con el abrigo en el brazo, puso el sombrero en el colgador y se dispuso a recibir el llamado para ingresar a la puerta de la muerte. La habitación pesaba por su decorado y su luz ambiental, de la que emanaban sensaciones intranquilas y serenas. Primaban los colores café de la madera barnizada y rojo de la alfombra; reinaba un cierto olor a desodorante ambiental, a fragancia de vainilla.
La espera comenzó a tornársele molesta. No llegaba nadie. Salió a mirar hacia el largo pasillo y no divisó ninguna figura humana.
De pronto la indígena le dio tres golpes en la espalda, apurándolo, pero al darse vuelta ya se había ido.
"Por qué no vienen de una vez", se impacientó, como si ya quisiese estar muerto. La puerta de la muerte estaba al fondo de la habitación, frente a la entrada. Era un hueco negro abierto a lo desconocido. Pero no se atrevía a lanzarse por sí solo.

lunes, mayo 11, 2020

Avidez de sangre

Ascendió al trono empapado de sangre y su primera orden fue bañar de sangre las mazmorras; las voces de súplica circundaron su oído indiferente y pasaron de largo; el bostezo le sirvió de pantalla para idear los próximos ataques.
Pueblos enteros cayeron bajo el yugo, sometidos: la furia iba creciendo, se alimentaba de ella misma, de la sangre.
Gustaba de ver las rodillas en la tierra, los hombros inclinados; de oír al enemigo echando maldiciones en voz baja, su llanto desgraciado, el lamento de las vírgenes entregadas en bandeja a su carne flácida ahíta de placeres; de oler la sangre vertida en copas de plata.
Eso fue hace años, pero el pueblo es débil, busca con tesón al verdugo que le dé sosiego y cuando lo halla sacrifica la sangre de su hermano.
La fuerza doblega y cuando hay sangre de por medio, cuando la vida es la que está en juego, la fuerza impone el mandamiento de la sangre y arrasa con lo que se le ponga por delante, un animal desprotegido, una tribu ingenua, un país entero, un pariente sospechoso.
Ríos de sangre no apagan la sed del bebedor, el vicio, la sangre la almacenan en toneles pero no se calma la ansiedad.
Enceguecido de pasión, ya que nada le era suficiente, utilizó su propio brazo para desmembrar a su oponente y hacer correr la sangre; apenas la vio brotar sus ojos se acercaron al viscoso brillo y su lengua vigorosa se hundió en la fuente del placer.
El sometido cedió ante la voluntad mayor como el cordero que sacrifica su sangre por supremos ideales, historia hermosa tan contada en los altares y fogatas.    

lunes, mayo 04, 2020

La mujer y el circo

El circo en caravana pasaba por la callejuela de adoquines; al tomar la curva una mujer se asomó a mirar por la ventana del segundo piso. El enano vio su silueta detrás de las cortinas y pensó: desearía estar allí.
La mujer oyó un ruido que venía de la calle. Se asomó a la ventana y vio que pasaba un circo. Desearía estar allí, pensó con un cigarrillo entre los dedos. El espejo de su pieza reflejaba a un hombre mayor tendido en la cama.
Acabada la función, el circo se adueñó de la periferia solitaria, recogido en sus carromatos; el enano untó el pan en el plato de sopa y bebió dos copas de vino antes de acostarse en un lecho blando con vista a las estrellas.
La mujer dormitaba ante la chimenea encendida en la habitación aledaña, con un libro abierto en el regazo.

viernes, mayo 01, 2020

Los diez ladrones muertos

En la profundidad de una noche plena de turbulencias, confusiones y tormentos visitaron mi casa diez ladrones, y los diez estaban muertos o cuidaban bien de parecerlo; mi intuición lo confirmó al adivinarles la cara debajo de la tela de gasa que los cubría de pies a cabeza. Los diez eran de etnias diferentes, todos altos, de recias estampas. Se alinearon y me fueron hablando uno a uno.
Di algo, me apretó el primero, porque vengo a robar tus pretensiones
Callé, no dije nada, y el ladrón se llevó mis pretensiones
Vengo a robar tus deseos al anochecer, dijo el segundo, el más alto de los diez
Callé, me fui debilitando y perdí para siempre mis deseos trasnochados
El tercero de la fila ordenó que le entregara mis últimas certezas
Callé, aliviado, ¡esperaba este robo desde niño y no llegaba nunca!
Avergüénzate, vengo a robar tus momentos de placer, dijo el cuarto, con aires de profeta
Callé, avergonzado, qué poco ya me iba quedando
El quinto ladrón se llevó mi pluma creativa
¡Una pluma falsa!, era el menos ducho de los diez
Vengo a robar tus pesadillas, me amenazó el siguiente
Callé y pensé cuánto las iba a echar de menos
El séptimo empezó a recoger mis bienes materiales
No, eso no, eso sí que no
Vengo a robar tu salud, dijo el octavo
Me sobresalté; la noche reveló males alargándose por debajo de la piel como raíces
Con sus manos grandes y ojos bondadosos, el penúltimo de la fila me robó la identidad
Grité, angustiado
Habló el décimo ladrón y dijo: me llevo los latidos de tu corazón
No me quedaba nada que ofrecerle a cambio, y el ladrón me robó los latidos del corazón

No suena bien mi honestidad entre los que mucho me conocen; no doy la impresión de ser honesto sino más bien mezquino, defectuoso, mis aires de grandeza no les llegan, me sitúan en las revolturas de la tierra, como extraviado en la polvareda.
Tanto me conocen que les nace el derecho a criticarme, a hablar de mí entre bastidores, a despertar mi paranoia. Y tras cartón a engrandecer mis virtudes mínimas.
Algunos quisieran que fuese como no soy para quererme más; otros recuerdan mi pasado para explicar sus temores propios, otros me ven partido en dos.
Y pensar que así es la vida, que eso soy para los que más me aman. Yo quisiera volar muy alto, pero en mi escrutinio nocturno solitario hay diez ladrones muertos recordándome que ellos tienen la razón.