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domingo, mayo 26, 2024

Otro problema para Frank Yerby

Frank Yerby escribe deprisa, obsesionado en atrapar la sensación que domina a Gregory, un personaje secundario de su novela. Una vez escrita la idea principal, antes de que se le escape de la cabeza, habrá tiempo para someterla a revisión. Gregory carga sobre sus espaldas un crimen que no ha cometido; necesita describirlo en un ambiente interior, sentado, hablando con su acusador, fatigado. La sensación del personaje secundario debe enmarcarse en el desarrollo de sus argumentos bajo el expediente de mover los labios, la lengua y gesticular con cierto cansancio, al tiempo que algo en su interior le insiste en que no se halla en las mejores condiciones, los latidos del corazón, por dar un ejemplo, o la presión arterial un poco alta o el desagradable rodaje de los intestinos o la acumulación de líquido en la vejiga, percepciones físicas mezcladas con ideas que completan la disposición general del personaje en ese momento. 
Desentendida de sí mismo mientras escribe, la mente de Frank Yerby se adentra por completo en la de Gregory. Lo que desea es entregar al lector una semblanza completa del personaje secundario, esto es, lo que siente un hombre acorralado por las circunstancias, y lo que olvida de sí mismo un hombre que se entrega a una misión, en otras palabras, lo que olvida de sí mismo cuando se abre al mundo. Pero no puede ser esa la solución del problema, piensa, queriendo escribirlo, porque esa entrega equivale al paso de un rayo de sol entre las ramas de un roble en un día ventoso. Frank Yerby debe respaldar con hechos demostrables la inocencia de su personaje secundario. 
 Mientras camina por el Parque del Retiro eleva su mirada hacia las nubes, donde unas hélices interrumpen el descanso de las fieras apiñadas entre las paredes húmedas, ansiosas por entrar en acción. El verde musgo de las paredes suena fuerte, anuncia la nueva estación. Los colores del cielo preocupan a Frank Yerby, quien se devuelve intranquilo al hotel Palace de Madrid, donde ha fijado momentánea residencia.
En el bar, Gregory luce cansado, molesto, con su jerez a medio beber, tal como lo imagina su autor. Entre los pliegues de la camisa blanca se transparenta su delgadez.
-Cómo van las cosas por allá, señor Yerby -balbucea Gregory.
-Algo inquietó a las fieras.
-¿Resolvió mi problema? -Gregory habla como si las palabras le lijaran la garganta, como si sus pulmones estuvieran trabajando horas extras.
Un ser en el ocaso. Un personaje secundario.
-Estoy lidiando con eso. Unas hélices despertaron a las fieras.
-El bache lo agota; si continúa con esa forma de encarar la novela... pero antes quisiera recordarle algo. ¿No le parece que ya va siendo hora de que usted exponga mi coartada?
-¿Eso quieres recordarme?
-No, no. Usted no me entiende. Ya habría que entrar en acción.
-Entrar en acción... ¿tú o yo?
-¿Qué haría usted si entro en acción?
El barman se le acerca, lenta, afectuosamente.
-¿Su brandy de siempre, míster Yerby?
-Sí, Paco, si es tan amable.
-¿Qué haría si entraras en acción? -Frank Yerby mastica la pregunta; habla más bien para engañarse a sí mismo; le habla a las contradicciones que laten en la sangre de sus venas. Se queda pensando, mirando la hoja en blanco de su libreta de apuntes, sentado en la barra. Retrocede las hojas, se queda en una, va a otra, vuelve a la primera; repasa, tarja, reemplaza. 
-Supongo que si entras en acción me sumarás... otro problema.
Frank Yerby se aleja del bar rumbo a su habitación, donde pasará en limpio  algunas de las correcciones en la máquina de escribir. Gregory se levanta y toma asiento en la barra, convertido casi en una sombra. Frank Yerby ya no lo tiene en su pensamiento; sentado frente al escritorio, ante la visión de una ciudad gris que le ha dicho adiós a los tranvías, avanzando a tropezones bajo el poder de Franco, lucha por darle forma a Gillian, la protagonista de su historia.
-¿Otra copa de jerez, míster Gregory?
-Otra copa, Paco.
Gregory mira al vacío, no logra desprenderse de su incomodidad.
-¿Le sucede algo, míster Gregory? Lo noto abatido, si me permite hacer ese alcance.
-Quisiera olvidarme de mí mismo.
-Un buen Tío Pepe hace maravillas.
-¿Conoces a Frank Yerby?
-Desde luego, él es muy conocido aquí. Es famoso. Tengo entendido que sus libros se venden bastante bien.
-¿Sabes algo sobre sus personajes?
-La verdad, no leo mucho... no tengo tiempo, míster Gregory. Pero me han dicho que son muy interesantes.
-¿Sabes algo más de Frank Yerby?
-Ha ganado varios premios; es un hombre de situación... ha recibido ciertas críticas por sus posturas frente a la esclavitud, tengo entendido, pero no debe tomarlas en cuenta. La fama despierta envidias.
-¿Sabías que yo soy uno de sus personajes?
-Sí, él a veces... cuando está cansado... me cuenta. Yo lo escucho con bastante atención. Pero ahora que usted me lo dice, qué interesante es conocer de carne y hueso a uno de los personajes de míster Yerby.
-Tú eres otro de sus personajes, Paco.
-¿Yo? No, míster Gregory, cómo se le ocurre. A mí déjeme la barra, con eso tengo suficiente.
-Te diré una cosa, Paco -Gregory se iba animando, al hablar desaparecían sus angustias-. El señor Yerby goza de fama y fortuna, pero está escrito que con los años caerá en el olvido. Su nombre, junto al tuyo y al mío, vivirá apretujado en los empolvados anaqueles de escasas bibliotecas, acaso en los desvanes de casonas del siglo pasado, con suerte en las tiendas de libros viejos. Sucederá con él lo contrario de los genios que vivieron en el anonimato y cuya gloria hoy sobrevuela sus tumbas. Yo no lo conozco tanto como para inferir que está al tanto de esa realidad; conmigo no ha abierto su alma, apenas me ha dado un papel secundario en su obra, el del hombre que actúa y siente, que sufre molestias internas, propias de su organismo, y las demuestra con sus gestos, el hombre que se niega a revelar la causa de su padecimiento a los demás. Solo a ti te puedo contar esto, porque tú siempre les prestas atención a tus clientes. Es… filosofía barata… el tipo de cosas que hablamos los personajes secundarios. Frank Yerby me asignó este papel, y te aseguro que no es el más agradable de los roles.
-Gracias, míster Gregory. Sírvase otro jerez por cuenta de la casa.
-Pero he de advertirte, Paco, que estamos jugando los descuentos. Pronto nadie nos recordará, porque las nimiedades, las bagatelas, no pasan a la posteridad.
-No se haga mala sangre, míster Gregory. Viva el presente, si le apetece mi consejo.
-Gracias, Paco. Creo que ha llegado la hora de retirarme. Buenas noches, te has ganado una buena propina.
-Muchas gracias, míster Gregory; buenas noches, míster Gregory.
-Carga los tragos a la cuenta de Frank Yerby, por favor.
-Sí, míster Gregory, vaya con Dios.

viernes, mayo 17, 2024

Idea para un epígrafe

Ya pasó mi temporada; mi voz no interpreta cambio alguno, no exuda revolución ni desenfado ni desfachatez ni irreverencia, nadie acudirá a una librería a preguntar por mí. 
¿Hubo un tiempo que dejé pasar? ¿Dónde me hallaba aquella vez? ¿Le fallé a quien me requería? ¿Hubo otros que cumplieron mi tarea?
Este es mi tiempo, mi ocaso; me alegro de vivirlo en una hoja de papel; lo noté al despedirme de mí mismo esta mañana, cuando el espejo me devolvió la mirada de mi padre al expirar.
Hay algo verdaderamente noble en publicar la verdad, aun cuando uno mismo así se condene, observó en su día dijo el doctor Johnson. 

jueves, mayo 09, 2024

La rueda de la fortuna

Pasan los días, entra y sale el sol, el sol se va enfriando, la luna es más brillante, la rutina del cambio, sorpresa, melancolía, el tiempo queda atrás, la eternidad imposible, el sueño imposible, dolores que salen y entran como el sol, que hierve de fuego, la luna languidece, hablar en sueños, mortalidad visible, el tiempo cercano, la gracia del otoño, serenidad, nada cambia siempre todo sigue igual, el frío amanecer le abre la puerta al amor, sale y entra el sol, una y otra vez el mismo día. 
Pero entonces...

lunes, abril 15, 2024

Interpretación del 18 de octubre

Para mi frágil, tal vez ingenuo, modo de ver las cosas, el día 18 de octubre de 2019 tiene su origen en el día 11 de septiembre de 1973; seguramente esto lo habrán dicho antes, muchas veces y de mejor forma, con la profundidad que corresponde a la comparación que se desprende de los hechos, reputados analistas, por lo que doy por terminada mi interpretación. 
Si se diera la casualidad de que esto no se hubiese expresado exactamente así, por lo descabellado de la hipótesis o su falta de argumentos sólidos, paso a continuación a quedar en ridículo o a ser pasto de los buitres. 
El 11 de septiembre de 1973 fue la culminación de una contienda civil entre las fuerzas de izquierda y las fuerzas de derecha, ambas muy bien respaldadas por potencias y las ideologías en que se amparaban cada una de ellas. A cualquier persona que tuviese uso de razón y hubiese vivido en Chile en esa época se le imaginaba inevitable la salida violenta al conflicto irresoluble (incluso ambos bandos la patrocinaban), por más que décadas más tarde los políticos aseguren que era evitable y que la democracia pudo sostenerse.
No. Esos mismos adalides de la paz y el diálogo habían caldeado los ánimos a niveles insoportables. Hoy no lo recuerdan, porque no les conviene.
De modo que, desatado el conflicto, había solo una posibilidad: el triunfo de uno de los dos bandos.
Ganó la derecha. Cómo ganó, ya se sabe. Cómo reaccionó la izquierda, no se sabe tanto; he ahí la base de esta hipótesis. Hubo miles de muertos, detenidos desaparecidos y torturados, miles de exiliados, miles de despedidos de sus trabajos y expulsados de sus universidades. ¿Qué pasó dentro de ellos? Lo que ordena la diversidad de la naturaleza humana: salvando obviamente el destino de las víctimas fatales, unos se adaptaron a la nueva realidad, otros se cambiaron de bando, otros mantuvieron y reforzaron sus ideas y se fueron preparando para el día de la venganza, alimentándose de ira soterrada.
Volvió la democracia, diecisiete años después. La gente quería paz, votaciones libres, no deseaba más violencia, el costo había sido demasiado alto, quería unidad, y así se fue construyendo un país más igualitario, Chile comenzó a despegar económicamente, la pobreza fue disminuyendo, hablo a través de datos objetivos de dominio público, pero no todos estaban en eso, había sangre en el ojo y si se advirtió, se obvió. Tampoco era cosa de darles el favor, rendirse ante ellos. Eran minoría y se vivía en democracia.
Para esa minoría la hora de la venganza llevaba años postergada. El proyecto se había aniquilado por la fuerza. Había que volver a él, había que engrandecer a los mártires y rendirles el tributo que se merecían. Dispusieron de casi cincuenta años para concebir una heroica trama, que se fue perfeccionando y heredando a través de tres generaciones. La derecha callaba. No es prudente pisotear a los ídolos del otro bando.
Hasta que llegó el gran momento en que la oportunidad se les dio. Consistió en la simple alza de un pasaje de la locomoción, torpemente calibrada por los señores políticos. Ese día estalló la fiesta, el desahogo. La venganza tomó cuerpo y el país entró en una vorágine de locura que duró tres años. Todos caímos en ella; casi nadie ha hecho su propio mea culpa. Total, pagaba Moya.
De pronto los vientos cambiaron; el frenesí del saqueo, el incendio, la humillación y las venas hinchadas del cuello fueron cediendo paso a la recuperación de la conciencia. El espectáculo cansó a esa misma gente que lo aplaudía noche a noche a cacerolazos. Nada bueno había acontecido para nadie. Los ricos seguían siendo ricos y los pobres ahora eran más pobres. La idea de la justicia popular poco lucía; los mismos que durante el carnaval vociferaban, ahora en el poder asumían en silencio las verdades de la vida.
Ni en sus mejores momentos fueron más de un tercio, pero el 18 de octubre de 2019 fue el tercio que se hizo notar y que influyó en la masa desprevenida. Y si resalto algo bueno de todo esto es que ya no hay a quién culpar de las desgracias del país.    

sábado, abril 06, 2024

Leer a Bukowski

Leer a Bukowski me divierte, lo que es harto decir, y me plantea dudas. 
Cada libro que cae en mis manos condiciona mi estado de ánimo. Me levanto con Auster y ya sé lo que me espera; momentos de placer, pero raros; personajes con problemas de identidad y personajes fantasmas, el autor convertido en personaje, el personaje con el nombre del autor, yoes múltiples casi hasta el infinito. Borges lo supera en eso, dice lo mismo pero en forma sosegada, imprime en el alma una sensación de ironía, como de desdén accidental. Es tan grande su superioridad que no lo puede evitar. En una de sus clases en la universidad -recogida en un libro- contaba que corrigió a unos ingleses acerca del mensaje que contenía un letrero en un pueblo chico de Inglaterra. Ellos erraban en su significado y él los corrigió en su propia tierra, sin vanidad, al menos en apariencia. Leer a Borges siempre es un agrado, si estamos preparados para agachar el moño, y perdonándole sus trucos, a los que todo escritor tiene derecho. 
Leer a Teresa de Ávila es meterse en honduras, aunque escriba en fácil, es tomar conciencia de lo poco que vale uno, de las montañas de vanidad apozadas detrás de nuestras aparentes buenas intenciones; todo estriba en creerle lo que siente y no intentar darles explicaciones científicas, psicológicas, hasta patológicas a sus mensajes. Cómo se ha de sentir uno cuando lee que mientras está de rodillas en el templo Dios le toma el cuerpo de los pies y se lo levanta delante de las otras monjas, qué ha de de ser eso sino éxtasis místico.
Leer a Carla Guelfenbein es una prueba de paciencia y un desafío al alma para que esta no se entregue a la ira, cómo puede alguien escribir de esa manera y vender libros y ganarse el premio de 140 mil dólares de la editorial que la promueve al tiempo que organizó el concurso
Dos mujeres, ¡cuánta diferencia! 
Y sin embargo escribe bien, lo de Carla no es con mala intención, hace lo que le dicta su espíritu, no tiene errores, es loable su objetivo, hay trama e historia, ¡pero me dio una rabia!, menos mal que ya devolví el ejemplar en la biblioteca, leído hasta la última línea, testimonio de perseverancia y masoquismo. 
Leer Textos de Frontera es arrimarse a una hipótesis pretenciosa, que no puede ser más rebuscada, arrimarse a un invento de principio a fin, que pervierte al lector al convertirlo en voyerista de un onanismo literario. Leer lo que escribe Roald Dahl es maravillarse con argumentos ligeros para terminar aburriéndose un poco; leer Paris Review es asomarse a los secretos de los grandes, que no sirven de mucho; Roth es un judío neurótico que se ama a sí mismo, destaco lo de judío porque él se encarga de subrayarlo en sus libros y en las entrevistas que concede. 
Leer a Jorge Marchant es leer a mi compañero de curso, lo leo con cariño y recuerdo nuestro paso por la agencia de noticias Orbe, sección Crónicas, él como cronista, yo como fotógrafo. Pero no puedo dejar de experimentar la sensación de estar cayendo a una especie de túnel del tiempo, no me refiero a la época en que se desarrollan sus historias sino al lenguaje. Es como si el pasado hermanara la trama con la escritura. 
Leer a Bukowski es vivir un sismo de mediana intensidad. A las diez o quince páginas uno ya se acostumbra a las resacas (quiero decir que ya se las espera, ya se las echa de menos, alegran la mañana) se acostumbra a las peleas a combo limpio, a sus visitas al hipódromo, a la sensación de no tener nada y de aspirar a nada, de estar echado en la cama a la una y cuarto de la tarde escuchando música de Mahler con las cortinas cerradas, a los bares de mala muerte, a la ronda de putingas, a los recitales de poesía y a sus aspiraciones de escritor que no renuncia a sí mismo pero que con los años se va poniendo blandengue, incluso se acostumbra uno a las traducciones españolas, tomar por culo, chavales, vamos a por ellos. Con el correr de las páginas surge el Bukowski sensible, no era tan duro, él mismo hace que se lo echen en cara sus conocidos y conocidas, queda claro que sobre todo es un artista viciado. Y de pronto cambia del cielo a la tierra al conocer por fin a una persona a la que admiró por años; se vuelve tierno, cariñoso, ubicado, todo un caballero, como alguna vez nos ha pasado a nosotros mismos cuando se nos ha puesto por delante un viejo maestro que se va a morir. 
Allí es donde me entran las dudas con Bukowski. Porque no había un Bukowski, había dos bukowskis.   

jueves, abril 04, 2024

El vicio, las ideas difíciles, el dolor y los tormentos

Lo esencial es relativamente fácil de explicar. El vicio se nutre de culpa y es gozoso; se desea caer en sus garras porque da un respiro; descreo del que lo confiesa arrepentido a los pies del confesonario entre las tinieblas.
Las ideas difíciles, las fórmulas, son propias de especialistas. Si se las estudia durante un tiempo, unos veinte a veinticinco años, resultan ser juego de niños, desprovistas de genio. Son como decir voy llegando a la esquina y cuando llego diviso otra esquina.
El dolor y los tormentos paralizan. Se hace uno la pregunta de si allí está la verdad o por qué no resisten análisis. Simplemente paralizan, lo dejan a uno botado, aguardando el milagro que vendrá y que siempre ocurre.
Cuando me llegue la hora preferiría morir de un ataque al corazón, sería perfecto.  

martes, abril 02, 2024

Qué pasará con las ranitas

Cuidado con la temperatura ambiente 
Cuidado con los giros de la historia
Ustedes parece que no reparan en los giros de la historia
Se dejan llevar por la corriente porque piensan que la corriente es la cara de la normalidad
Olvidan las corrientes que corren por abajo
Por qué Constitución y por qué Constitución
Parecía tan normal pero nadie se lo imaginó poquito antes
He ahí un ejemplo sacado del libro de los generales después de la batalla
Pensaban una cosa y después pensaban otra cosa Normal
Entonces cuidado con la paz que te rodea
Ni siquiera te puedo aconsejar que la alimentes con tus actos
De pronto llegan vientos de guerra y estamos hasta las masas
En la vida todo tiene justificación, hay razón para todo, no hay hechos estúpidos 
Estúpidos sí, claro que eso se ve con los años
Fácil
Volvemos con los famosos generales
Cuidado con los bienes, con la salud, con el amor de tu señora, con el ojo del que pasa por el lado
Cuidado con lo eterno, lo imperecedero, lo invariable. No te fíes
Nada asegura que el dolor sigue doliendo
Que la  mala racha es perpetua
Que los pasos se pierden 
He aprendido en esta larga vida que la vida tan larga no es
Es cortita
El cerebro es un baúl lleno de recuerdos sin ton ni son 
La niñez está a la vuelta de la esquina 
He aprendido a agradecerle al destino
Cuando se aparece la mala suerte
Pero la gran pregunta es otra
Qué pasará con las ranitas si el hombre emigra a Marte
Habrá que llevar unas cuantas
YA PERO Y LAS OTRAS

miércoles, marzo 20, 2024

Carta al director

Señor Director

Yo nací en una población obrera. A lo largo de toda mi vida no hice más que trabajar para mi empleador, quien cada mes me descontaba religiosamente de mi paga los impuestos que mandataba la ley. Como no se podría afirmar que he sido un boratata, pude ahorrar en forma metódica, de modo que al momento de jubilarme disponía de un dinero a buen resguardo.
Ahora observo que esa voracidad insaciable que caracteriza al Estado, semejante a la voracidad de las hienas, me ha ido cercando por todos los flancos, y está logrando extraerme la sangre de mis venas, año a año, a través de su esbirro omnipotente, el Servicio de Impuestos Internos.
Ya puedo adivinar que cuando me quede lo justo para sobrevivir retirará sus fauces de mi garganta y dejará en paz lo que reste de mi vida; no le faltarán nuevas víctimas, a las que primero olfateará y luego desplumará. De este modo, en vez de premiarnos por nuestra sensata conducta ciudadana, nos habrá sacrificado en pro de la justicia social, a tantos millones de inocentes como a mí.  

S.M.L.

domingo, marzo 17, 2024

La vida, sin auto

Ya va siendo hora de relataros las peripecias que esta alma en pena vivió durante los sesenta días en que no pudo disponer del humilde vehículo de su propiedad, debido a una falla eléctrica. Lo usaba (se entiende que me refiero al alma en pena, aunque desde este momento dejo de usar el epíteto, para evitar críticas a una malintencionada autocompasión); repito, lo usaba, como es de estricta lógica inferir, para el desplazamiento regular hacia el pueblo y por efecto inverso, desde el pueblo a mi cabaña (la cabaña de la ex alma en pena), ubicada a tres kilómetros y doscientos metros de la esquina donde se halla la sucursal de BancoEstado, uno de los puntos de referencia de Frutillar Bajo; digamos, su límite norte, siendo el límite sur el Teatro del Lago. Entre ambos edificios se extiende una breve y hermosa costanera de unos ochocientos metros. No es el momento indicado para describirla, pero ya que estoy en eso, diré que destacan en ella las pocas casas de colonos alemanes que aún se conservan en pie, las iglesias católica y luterana, más bonita la luterana que la católica, el muelle de dudoso gusto desde donde incia su viaje turístico un barquito que recorre una parte del lago Llanquihue;l cuartel de bomberos, un par de cafés (el Chucao y el Herz), ambos en calles perpendiculares a Rodolfo Philipi, nombre de la costanera; la cervecería La Tropera, que vende una insuperable Strong Lager de 7,6 grados de alcohol; el Rigo's Bar, donde atiende Ciro, ex bartender de La Tropera con el que he hecho buenas migas, aunque el Rigo's está algo más al sur del Teatro del Lago, no cuenta para esta descripción; iba a decir que esa cerveza llena todo mi gusto y la consumo antes de retornar a mi cabaña, cada vez que bajo de la biblioteca, alrededor de la una y media de la tarde, lo que equivale a hacer un aro en el camino, un momento de socialización con las encargadas o encargados de la barra, así me fui haciendo amigo del Chino Ciro, así le dicen por la forma de sus ojos, aunque amigos no es la palabra exacta... compinches tal vez... más honesto sería algo así como la relación que se da entre el solitario cliente y el barman paciente, momentos que en todo caso me recuerdan que aún tengo lengua y cuerdas vocales para hablar, y tal vez alguna idea para ensayar; ideas básicas, se entiende, llovió harto anoche, cómo zumbaba el viento, si hubiera tenido tapones me los ponía; claro que sí, don Sergio, ¿otra cerveza? No, con mi cañita tengo...
Corría el fatídico domingo 11 de febrero, Frutillar se hallaba plagado de turistas. Salí del supermercado, encendí el motor, el auto corcoveó y se detuvo. Qué saco con hablar de la causa, si hasta el último día, el día del tarjetazo de 605 mil pesos, no la conocí. Así que ahí quedó, varado en la calle, a la intemperie, en pleno centro de Frutillar Alto y yo, con lo ansioso que soy, imaginando las peores tragedias mientras lo abandonaba como se abandona a las personas que uno va a ver al hospital, claro que sin enfermera que lo cuide por la noche. El autito parecía que se hubiera puesto a llorar en silencio mientras me iba alejando de él, nadie me sacaba de la cabeza que lo suyo al mirarme a la distancia era un ruego de perdedor, ¡no me dejen solo, me van a robar, me van a romper los vidrios!, cara de angustiado le encontré.
El pobre durmió solo. A la mañana siguiente lo fui a ver. Ahí estaba. Donde mismo. Ya era lunes, hacía frío, estaba soleado, ese sol filudo del sur que en este caso derivó pronto en un sol veraniego, amigable, que pone roja la cara en minutos. ¡Sin recriminaciones, muchacho!, le advertí a mi autito, no vayan a creer que se lo dije en voz alta, somos amigos, ¿por un minuto pensaste que te había abandonado?, ¡pero cómo! si te necesito más de lo que tú a mí, ¿no lo entiendes? Mi mente desvariaba pero en el fondo estaba relativamente calmado. Nadie se lo había llevado, nadie le había quebrado ningún vidrio; ahora solo era cosa de que lo viese un mecánico.
La tentación del masoquista que late en mis venas me lleva a escribir sobre la de manos que se han metido a intentar resolver el problema, empezando por la del cabo Jonathan, que se hace pasar por experto en configurar llaves desconfiguradas en sus horas libres, pituteros los llaman, poseedor de secretos revelados a través de sus misteriosos escaners y otros aparatos aún más raros confeccionados para detectar mágicamente la falla en el arranque, cualquier falla, salvo la de mi auto, lo siento amigo, no me anda, no hay caso, mañana vuelvo, hay que meterse en la cablería, aquí tiene la llave, ¡pero cómo, si parece un esqueleto!, es que tuve que sacarle el chip y para eso había que romper la goma, pero le puse de nuevo el chip y lo pegué con huincha aisladora, cuidado, no se le vaya a soltar; a todo esto con mi mujer, mi hijo, mi nieto y mi nuera veraneando en la cabaña, sin poder desplazarlos a ninguna parte, obligados a la solución Uber, que acá es mahometana, hay como tres autos y nunca acuden, rara vez, una de cada quince.
¿En qué estaba? ¿Ya conté lo de don Lorenzo Ocares? No, no lo he contado. ¡Cómo le rogaba al hombre, temprano el lunes por la mañana!, el autito atado a una cuerda gracias a una gauchada de mi amigo Alejandro, el maestro que me puso el estanque de agua para controlar la presión del vital líquido, que en mi parcela funciona al revés de los mortales, un chorro infernal apenas se abre una llave cuando en otras casas sale una gotita... ahora todo anda mejor, digo las llaves del agua, no las del auto, el auto sigue sin andar; las cañerías dejaron de sufrir y así se trabó lo que se podría llamar una ligera amistad con el maestro Alejandro, yo lo remolco don Sergio, no se preocupe, para eso estamos, quién lo iba a decir, un auto en pana descubre amaneceres, hace renacer esperanzas, toc toc toc quién es, soy yo, qué se le ofrece, ¿no es usted don Lorenzo Ocares? Para servirle. Me han dicho que es el mejor mecánico de la zona, ¿quién se lo dijo? Un amigo que conocí donde venden plantas, cerca del club de yates. Cuando lo vea se dará cuenta al tiro que es él, un grandulón de buzo, me dijo; ah, Hugo Morales, pero le pone, tan grandulón no soy, acaso mediré uno noventa, ¡véame el auto por favor don Lorenzo! Qué le pasó, quedé en pana ayer domingo en el EcoMarket, metí la llave, me corcoveó y no me anduvo más, déjemelo, ¿tiene la llave de repuesto para probar? No, parece que me lo vendieron sin llave de repuesto, o debe de estar en Santiago. Sería bueno tenerla. Voy a llamar a Santiago, pero mientras trate de arreglarme el auto. Hoy no puedo mañana sí. ¡Gracias! ¿Aló, Vale? ¡Hola papá! Ve si en el cajón hay una llave de Suzuki. Sí. Muéstramela por videollamada. Esta es, ¿la ves? Sí, pero acércala para ver si tiene chip. No tiene chip. Entonces no es, debe ser la del auto del Matías. ¿Cómo lo están pasando? Mal. ¡Por qué! Estoy en pana del domingo, el auto no quiere andar. Pucha, ojalá que se arregle pronto papá. Chao Vale, gracias. Chao. 
Aló señor Mardones, ¿Don Lorenzo? Sí. ¿Me tiene buenas noticias? No me la pude, llévelo donde Berríos. Quién es Berríos. La concesionaria de Puerto Varas. Y cómo lo llevo. En una grúa, llame a Richard Altamirano, yo le doy el teléfono, él lo lleva por cincuenta o por sesenta. Vamos gastando, la concesionaria me saca de entrada 175 mil por el puro diagnóstico. Aló señor Mardones, habla Walter de la concesionaria, no se escucha señor Walter se le fue la señal, aló ahora sí, diga, tenemos el diagnóstico. A Puerto Varas los boletos. Buenas tardes, sí dígame. Vengo por el diagnóstico. Espere en la salita de al lado (espera que te espera). Ahora sí, adelante, pase. ¿Está listo el auto? No. No sabemos lo que tiene. Para empezar a investigar necesitamos cambiar las cinco chapas y las dos llaves de repuesto. Si están las chapas y las llaves en Santiago es cosa de siete días, si no están hay que traerlas de la India, son como cuarenta y cinco días, todo eso con la obra de mano saldría un millón 450, más no sale. ¿Y si no anda? Habría que seguir investigando. ¿Aló, Richard? ¿Don Sergio? ¿Puede venir a buscar el auto con la grúa?, que aquí me están viendo las huevas. Claro, en un rato estoy ahí. (Al rato) ¿Qué le pasó? Me lo llevo, me querían sacar un ojo de la cara.
Al final encontré un garaje caro, pero honesto. Examinaron el auto dos semanas hasta que dieron con la falla. ¿Don Sergio? Sí. Javier Toirkens. ¡Hola, cómo está! Parece que le tengo buenas noticias. ¡No me diga, parto volando! Y a eso quería llegar: volando no me fui, sino a dedo, porque no hay mal que por bien no venga. En estos sesenta días caminé más que nunca por la orilla del lago y aprendí a hacer dedo, a confiar en la bondad de la gente, a eliminar prejuicios, el prejuicio del cuatro por cuatro gigante que no va a parar, el prejuicio del Mercedes Benz que pasa rajado dejándome con la mano estirada, el prejuicio de la señora rubia que mira en menos, el prejuicio del ingeniero sobrado, el del constructor distraído, el del matrimonio de jubilados desconfiados, y a todos con el mismo cuento, llevo dos meses en pana, yo vivo en la parcela de más allá, se me desonfiguró la llave de contacto. Hasta de amigos me hice, el matrimonio de Aníbal y Kristina, su esposa rusa, con sus dos hijitas, Elena y Sofía, un siete. Brent el vulcanólogo neozelandés; Pato, girosintornillos amigo de Aníbal, el otro día nos comimos un asado en su casa, la de Aníbal, después almorzaron en la mía, hablamos de cine, de política, de fútbol poco, no le gusta mucho el fútbol. Me pidió que lo acompañara a sacar una Runner que traía de Punta Arenas por Bariloche, llegamos a Osorno, me entregó el Mercedes y él condujo la Runner; después lo acompañé a Puerto Montt a sacar un Defender que traía en el ferry y casi dejo la escoba, se me detuvo el motor en una subida, los camiones tocándome la bocina y yo no hallando qué hacer... aventuras para contarle a mi familia, cuando vengan a verme.
Cómo está, Javier. Adelante. ¿Se arregló? Sí, ahí tiene su auto, impecable, lavadito. ¿Y qué le había pasado? Una falla tonta, el dueño anterior... no, era una dueña... la dueña anterior le había puesto un cortacorriente que pasaba por dentro del fuelle de la palanca de cambios. Le tomé una foto. Mire, ahí estaba el interruptor, ¿lo ve? ¿Esa cosa cuadradita? Esa. ¿Y qué pasó? Pasó que cuando usted salió del supermercado abrió la puerta y le empezó a sonar la alarma. Usted o alguien que lo esperaba dentro del auto comenzó a accionar botones y sin querer pasaron a llevar el fuelle y apagaron el interruptor que estaba adentro. Era cosa de volver a encenderlo y listo, ¡pero quién iba a saber que allí estaba alojado un cortacorriente, había que ser brujo!, a nosotros nos tomó dos semanas descubrirlo, imagínese que le hubiera dejado el auto a Berríos y que le hubieran cambiado las cinco chapas por las puras. 
Y así termina este cagazo que me salió como un millón. 605 mil el arreglo, 120 dos grúas, una de ida a Puerto Varas y otra de vuelta a Frutillar, 175 el "diagnóstico" de Berrríos, diez lucas el cabo Jonathan y un vino reserva a don Lorenzo que no me cobro nada, "porque si yo no arreglo un vehículo no cobro", ¡esa es de hombre, no como los estafadores de la concesionaria! 
De vuelta la alegría y la esperanza, mis buenos momentos se han reducido a muy poco, los malos priman, está escrito. Por más que la vida abra puertas, en el ser humano (hasta donde sé, yo me matriculo en dicha especie) existe la tendencia innata a volver a las antiguas costumbres apenas ha pasado la desgracia y ha retornado la normalidad. En lo que a mí respecta, la categoría de mis sueños ha vuelto a transitar de castaño a oscuro, color de hormiga, como se dice. Algunos los consigo recordar, a mi pesar. Lo que vale es que a mitad de la noche despierto con la sensación del vago malestar, cercano al miedo, de la persona que ha perdido la fe. Antes de volver a dormirme alcanzo a pensar: se me viene todo un nuevo día por delante. 


sábado, marzo 09, 2024

Qué vendría siendo el paraíso

Descartando las fuentes sagradas que trocaron en clichés, el cliché del jardín del edén, el cliché de los ríos de leche y miel, el cliché de la luz eterna sobre un fondo de nubes de algodón, el del vergel en medio del desierto, el de los palacios en el cielo, incluso el de los amantes que se reúnen para siempre en un solo corazón...
... a mi edad y para mí la mejor definición del paraíso vendría siendo una tarde tranquila, sin nubarrones de deudas atrasadas ni deudas por pagar, un saldo razonable en la cuenta, buena digestión por la mañana, una breve siesta previa, mi esposa a mi lado, tomados de la mano o cada uno en lo suyo, buena salud y sin apuros económicos mi descendencia, tranquilo mi país, la perspectiva de un libro que seguir leyendo, una historia que seguir contando, un partido de fútbol decisivo por la televisión, un par de copas de whisky mirando las estrellas bajo el frío de la noche del sur.
Hoy por hoy no espero más que eso, y bastante es lo que estoy pidiendo.

martes, febrero 27, 2024

Réquiem por Maluco

Llevo varios días pensando en escribir sobre la suerte de Maluco. Me preparaba para comenzar esta tarde, pero por la mañana, en la biblioteca, bajo el poderoso influjo de las "Notas de un ventrílocuo", de Germán Marín, recordé de pronto esa noche que viajaba en una micro destartalada a la que logré subirme en Arica, con el objetivo de volver a Rancagua. Se me imagina que en toda la historia que pasaré a narrar, no sé bien en qué orden, se esconde una oscura asociación, de tal manera que los cabos sueltos deberían unirse al final. Es mi pretensión, pero si no la materializo en estas breves páginas sospecho que algo intangible habré ganado en el intento.
Me había desplazado al norte afectado por un arranque de idealismo; había viajado a vivir la experiencia del trabajo del obrero, para este caso un trabajo consistente en la construcción del alcantarillado en una humilde población de la última ciudad nortina del país. Tenía 17 años; fue una experiencia fascinante. Supe lo que era laborar de sol a sol, con los rayos del desierto hiriendo la espalda, supe lo que era devorar los almuerzos que nos fiaba el posadero del vecindario, y que liquidábamos religiosamente cada vez que recibíamos nuestra modesta paga; supe lo que fue echarse irresponsablemente en la arena un domingo en la playa de La Lisera, lo que me costó una grave insolación y la formación de llagas en los hombros que debí soportar durante esa y las demás semanas, echándome sacos de cemento al hombro. Conocí la generosidad y el cariño que el obrero chileno de esa época les brindaba a estudiantes universitarios como nosotros; grité el gol de Colo Colo en el partido que escuchamos por la radio y que le dio el campeonato en ese mes de enero de 1971. 
Esa vez, y porque era de pocas palabras, me fui ganando fama de inteligente, como si una cosa tuviese que ver con la otra. Un domingo que disfrutábamos de un asado de cabrito en el valle de Lluta, ya pasados de copas, el capataz, que era el padre de uno de mis compañeros, me ofreció la palabra para que opinara sobre el tema del que se hablaba, un asunto muy serio. Un enorme lagarto nos miraba soñoliento desde una piedra cercana, echado al sol. Se hizo un grave silencio; me preparé para dar mi discurso, pero al oír mi voz pronunciando un par de insensateces me di cuenta de que no tenía nada que decir. Nadie pareció percatarse de mi estupidez; la reunión al aire libre prosiguió hasta el atardecer y volvimos al pueblo.
La micro de la que hablo no pertenecía a empresa alguna; dada la escasez de pasajes se ubicó de pronto en un rincón del terminal; el ayudante voceó la capital de Chile como destino y se llenó en minutos. Logré meterme casi a la mala, de modo que me resigné a viajar de pie los dos mil kilómetros que separan Arica de Santiago. Afortunadamente a la altura de Iquique me pude sentar en el pasillo, sobre un cajón de manzanas, y en Antofagasta por fin agarré un asiento. 
Esa noche iríamos en algún kilómetro de ese espacio interminable que media entre Antofagasta y Copiapó cuando la micro se detuvo. Serían las tres de la mañana.
Algo había pasado en el camino. Los pasajeros bajamos, algunos aprovecharon de orinar. Más allá de la berma, a unos cinco metros del asfalto, sobre la costra de tierra infértil, vimos un auto volcado. Fuera del auto había un cuerpo inerte, un cadáver del que emanaba una sangre viscosa que iba enturbiando la tierra. A su lado, su compañero de viaje, su amigo o su hermano, lo lloraba a gritos; el llanto se perdía en el desierto, era la única vibración que le daba sentido a la noche, transformada en una boca de lobo, a falta de luna. El deseo de ser partícipes de la tragedia, el deseo de mirar, de acercarse al muerto, primó en nosotros, los pasajeros. Al darse cuenta de que tenía compañía, el sobreviviente suspendió su clamor, dirigió una mirada furiosa a la masa informe que lo rodeaba y prorrumpió en maldiciones enloquecedoras hacia todos nosotros. A mí se me pusieron los pelos de punta, porque sentí que deseábamos prestar ayuda y como nada podíamos hacer, nuestro papel en esa puesta en escena era el de mirones; eso era lo que nos clavaba a la tierra, no otra cosa. Saciado el malsano apetito subimos a la máquina y la micro prosiguió su viaje. Al volver la vista atrás, el desierto se tragó en segundos la imagen del auto volcado y de los dos hombres, el uno vivo, el otro difunto.
No es que esa experiencia me haya abierto al mundo de la muerte, tan presente hoy en mi edad dorada; pero sí puedo afirmar que aportó su grano de arena, que sumó en la preparación de la mente y del cuerpo a la verdad más inevitable, poderosa e ininiteligible de todas. Como era de prever, al llegar a Rancagua a disfrutar de los días de veraneo que me quedaban antes de volver a la universidad, echado al sol sobre la toalla en el césped de la piscina de la Braden, rodeado de chicas en bikini, ya había olvidado la experiencia; a lo más se pudo haber colado en el relato de mis tantas aventuras ariqueñas. Hoy se me presentó bruscamente, leyendo un libro de Germán Marín que desplazó mi intención de escribir sobre la suerte de Maluco, el toro que mantenía corto el pasto del lugar en que vivo.
Marín, quien hace pocos años llegó a ocupar el aposento que el tártaro le tenía reservado, escribió que una madrugada fue testigo de un accidente de un vehículo de Tur Bus que bajaba por Agua Santa, en Viña del Mar. En la calzada había tres cadáveres cubiertos de diarios; esa visión le generó un insomnio que le duró varias semanas. Yo he tenido un insomnio parecido en estos días, pero por otras razones; desde luego, no a causa de la partida de Maluco, ya que ante esa situación vivo una suerte de melancolía filosófica, de exhibicionismo del dolor; no llega a tanto mi sensibilidad poética; ni se le acerca a la de Keats ni menos a la de una joven de la que leí que desfalleció al momento de ingresar a la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia, donde se guarda el corazón de Chopin.
Como decía, Maluco me sacaba de apuros y me cortaba el pasto gratis. Lo acompañaban dos caballos corraleros, buenos para morder el pasto hasta la raíz, para hacer hoyos con las pezuñas y para revolcarse en la tierra que iban formando. La bosta de Maluco era aplanada, la de los caballos, redonda. Las dos sirven de abono, pero la de los caballos es más visible, molesta a la vista. Ninguno de los tres pacen hoy en la parcela; los caballos se fueron al terreno del frente y a Maluco también se lo llevaron. Días atrás dos hombres descendieron de una camioneta cuatro por cuatro y me pidieron permiso para entrar a la parcela a estudiarlo. "Bonito el animal", "debe pesar unos 600 kilos", "se ve mejor de lo que pensaba", se decían el uno al otro, mientras le tomaban fotos. Maluco los observaba con esa mirada inocente y cansina de los bueyes y volvía a fijar la cabeza en el pasto, mientras con la cola espantaba a las moscas. 
Yo ya le había perdido el miedo. Todas las mañanas desprendía el seguro que lo encadenaba al fierro de cincuenta kilos que le fijaba el radio de diez metros que le permitía la cuerda a la que se hallaba atado; luego lo conducía al bebedero, en una esquina de la parcela. Maluco me seguía mansamente, hundía el hocico en el agua y bebía con los labios cerrados, bebía unos diez a quince litros de una vez, entonces se relamía la nariz con la lengua, dos a tres veces, y se quedaba quieto frente al bebedero, señal de retorno. Volvíamos, lo encadenaba al fierro, lo cambiaba de posición y lo dejaba comiendo. Así fue nuestra relación durante un par de meses, hasta la llegada de los visitantes.
-¿Se llevan a Maluco?
-El jueves que viene lo venimos a buscar. Nos gustó.
-¿Cuánto pesa?
-Unos 600 kilos.
-¿Cómo calculan el peso?
-Al ojo. Al carnearlo se corta una paleta y el peso de la paleta se multiplica por cuatro y da el peso exacto. Este andará por los 600 a 650 kilos, mejor de lo que pensábamos. Un animal de 600 kilos da 300 kilos de carne, lo demás se bota.
-¿El cuero lo aprovechan?
-No, se bota. Hay gente que hace alfombras, pero es mucho trabajo.
-Le llegó la hora a Maluco...
-Pero no va a sufrir. Con un balazo en la frente muere al tiro.
Los hombres subieron a la camioneta, negociaron el precio por teléfono y en dos minutos quedó sellada la suerte de Maluco. Esa misma tarde lo cambiaron a una de las parcelas de sus dueños, frente a la mía. Ayer llegué tarde, miré al frente y no estaba. Supongo que en el momento en que pretendía escribir estas líneas sobrevino el trámite.
Extrañamente, en el mes de febrero, clímax de la época de verano, como decir agosto en Europa, con la playa de Frutillar colmada de turistas, me he llenado de pensamientos y sensaciones trágicas. Vino a verme mi hijo y mi nieto y justo se me echó a perder el auto. Quedamos inmovilizados en la cabaña, a tres kilómetros del pueblo, lo que nos obligó a hacer dedo como hábito diario. Hacer dedo depara grandes sorpresas; con mi mujer nos hemos hecho de dos excelentes nuevos amigos que nos rescataron en el camino bajo un caluroso sol impropio de las tierras patagónicas, un matrimonio conformado por un argentino y una rusa, él veinte años menor que nosotros, ella, treinta. Tienen dos niñas preciosas y la familia entera es muy amigable. Pero el auto malo es fuente de tensiones y cálculos económicos que se van disparando a medida que lo ve un mecánico y otro y otro. Es un problema no resuelto; odio los problemas no resueltos, la vida es una suma de problemas no resueltos y a estas alturas me siento vulnerable, poco preparado para enfrentarlos. Cómo he deseado volver a ser hijo este mes de febrero, de esos hijos irresponsables de diez a doce años cuya única misión es sacarse buenas notas, hijos llenos de ilusiones y ganas de disfrutar del verano, cómo he deseado lanzarme a nadar a las aguas del lago y mirar las nubes, flotando de espaldas. Pero así no se me están dando las cartas de la baraja. Surgen problemas de salud, hay un familiar muy cercano que se ha visto en apuros; las noticias no eran halagüeñas, pero hoy van mejorando. Hace tiempo que no le rezaba a Dios y a la Virgen por estas cosas. Dios parece que no escuchara y la Virgen tampoco, no deseo pasar por escéptico ni ateo, pero al repasar los logros divinos tiendo a pensar que no es Dios el autor de los milagros, a pensar que no existen los milagros, pero sí existe un alma resignada al oír su propia voz, al sentir su fragilidad, al entregarse al destino. Vaya uno a saber...
Cuando se llevaron a Maluco tuve un presentimiento: ¡Se sacrificó por mi nieta! y me sentí algo aliviado. Puede ser cierto aquello de que las almas nobles de los animales dejan su lugar en la tierra por la vida de un ser humano muy querido. Si ha ocurrido así, Maluco goza de la luz eterna en el cielo.
Debería darle un poco más de espacio al párrafo sobre la divinidad, me quedó dando vueltas, debería detenerme aunque fuese un par de minutos, por respeto a la idea. No creo en Dios, más bien no sé si creo en Dios, ansío creer; rezo con fe y luego me sumerjo en el mundo en el que vivo. Me doy cuenta de las variantes, de lo que rodea la aureola de mis rezos, y sigo transitando. No logro desprenderme de esa imagen  del Dios que ve, entiende, juzga y ordena desde lo alto, no me cabe en la cabeza la existencia de ese todo anterior a todo y posterior a todo, ese todo nacido en la tiniebla y que volverá a la tiniebla y continuará gobernando cualquier fenómeno que se asemeje a vida, movimiento, espacio.
Es un hecho de la causa que mi ánimo se hunde cada cierto tiempo en la depresión y la angustia. Basta una minima circunstancia para que se desencadene la sensación, y siempre me hago a la idea de esperar días, semanas, para que desaparezca. ¿Es la parte infinitesimal de la creación divina? Allá por los años ochenta viví uno de esos episodios, que duró semanas, tal vez un mes, dos meses. Una tarde me hallaba en la oficina y fui al baño, sumergido en un sentimiento de derrota. En el urinario me sonó un clic mental. ¿No habrá llegado el momento de dejar de autoflagelarme?, creo que pensé. Salí optimista. Había expulsado al fantasma de mi cuerpo.
Cuánto desearía ser Maluco, el toro manso que se alimenta y levanta la vista, come y duerme, camina en círculo sin chistar, absorbe la lluvia y el sol, espanta las moscas o las sufre. Y muere sin advertir el cañón que lo apunta, porque sus ojos no ven bien de frente, están hechos para hacerse a un lado.
Tal vez este desorden narrativo podría resumirse en el sueño que tuve anoche. Subí a un bus lleno (¿la micro de Arica?) desconfiando de los pasajeros. Para pagar el pasaje debí sacar la billetera y se alcanzaron a ver unos billetes grandes, me dio miedo. En otros sueños hay personas que se me acercan y me amenazan como los perros que atacan por detrás, y yo les doy de patadas que me hacen despertar. Aquí no hubo nada de eso; los pasajeros redujeros sus amenazas a gestos ambiguos. Sin embargo, había que cambiarse de sitio, y así fue como me deslicé a un espacio más cómodo, un poco más caro, pero adaptado a mis necesidades. Elegí un sofá con una mesita de arrimo, donde me instalé a mis anchas. Todo en ese nuevo espacio del bus destilaba uso, descuido, decadencia. La comida no era cara; me incliné por el menú de la casa. En una salita reservada, del porte de un baño, mi compañero se ladeó, cambió de ángulo, y le vi la cara (entonces me enteré de que este viaje lo hacía con un compañero, no andaba solo por la vida). Su rostro gastado lucía amargado, ojeroso, amoratado en las mejillas; rostro desilusionado, casi pegado a un cenicero cubierto de colillas de cigarro. Me habló con la mirada, una mirada desoladora. Adiviné que se trataba de mi otro yo, no me gustó nada saberlo y la inquietud me hizo abrir los ojos. Serían las tres de la mañana.

jueves, febrero 01, 2024

Dilema

Profundizar en el detalle o intentar una irreflexiva pincelada general. 
He allí la cuestión que se presenta con la edad.

jueves, enero 25, 2024

Su Majestad Carlos III acude al urólogo

Sabido es que los hombres deben visitar al urólogo cuando se han hecho mayorcitos; esto vale para reyes, bomberos, empresarios, apostadores de casinos, hombres buenos, trabajadores a honorarios, empleados municipales e inquilinos. La mayoría le saca la vuelta a tal responsabilidad; algunos, no pocos, exhiben rasgos de presunta hipocondría visitanto al especialista dos y hasta tres veces en el año. Precisamente por estos días el cable nos trae la noticia de que Su Majestad el Rey Carlos III del Reino Unido ha ido a dar al despacho de su urólogo de cabecera, ignórase si por primera, segunda o cuarta vez. Tampoco se ha dado a la publicidad el nombre y el domicilio profesional del galeno que lo atendió, aunque es de suponer que se trata de un urólogo londinense de fama mundial quien, sometido a una cláusula leonina que lo puso entre la espada y la pared, ha de haber firmado un juramento que le impide revelar cualquier atisbo de relación con su mayestático cliente.
No vamos a caer en la bajeza de recordar el chiste del paciente que sucumbe a cada uno de los requerimientos, mejor dicho extrañas sugerencias de su doctor al momento del examen, paciente al que finalmente se le enciende una débil luz en su mente sugestionada y con todo respeto le solicita humildemente a su médico "si pudiera cerrar la puerta de su despacho doctor para que la gente que pase y mire no vaya a creer que me está culiando". Chistes como esos no contribuyen al bien ganado prestigio de tan loable profesión, de modo que no caeremos en el mal gusto de contarlos.
Puedo dar fe, eso sí, merced al trabajo investigativo de ciertos contactos de los que dispongo, de algunos detalles de la visita que el Rey Carlos III le hizo a su urólogo de fama mundial. 
Una vez descartado el ingreso por la ventana, por razones obvias, Su Majestad hizo ingreso a la oficina del doctor por la puerta, como todo el mundo, aunque con dos importantes salvedades. La primera fue que además del Rey el doctor no recibió a paciente alguno esa tarde, porque la visita fue en la tarde, no en la mañana. La segunda fue que acudió de incógnito, para lo cual sus ayudantes de cámara le acomodaron en su rostro una barba con bigotes, además de unos anteojos de voluminoso marco. Una vez adentro, y con la puerta cerrada, el diálogo habría sido el siguiente.
Buenas tardes Su Majestad, tome asiento.
Gracias doctor.
¿Trajo los exámenes?
Aquí están.
(El médico va leyendo los papeles sobre su escritorio con leves interjecciones como mmm... ah... mm... ¡hummm!... ¡oh!... mmm, hasta que los vuelve a meter al sobre y dictamina).
Colesterol pasadito, glicemia dentro del rango... un poquitito alto el antígeno... tenga la bondad de pasar a la camilla por favor.
(El Rey mira de reojo los dedos del doctor mientras se levanta y se sienta en la camilla. Esa mirada le permite conjeturar a quien habla que se trataría de la primera visita a este médico, aunque también podría deberse a un gesto reflejo).    
Bájese los pantaloncitos y los calzoncillos y ponga las rodillas en el pecho, afirmándose las piernas con las manos.
¿Y la capa y la corona, doctor?
Dejéselas puestas, Su Majestad. No influyen.
¿Duele?
¡Para nada!
¿Y esa cremita doctor?
Tranquilito... tranquilito...
¡Ay!
Ya está. Vístase no más.
¿Me puedo sentar?
¡Claro que sí, Su Majestad, faltaba más, no fue nada del otro mundo!... Otro gallo cantaría si tuviera almorranas, je je... disculpe el alcance... pequeñas licencias de la profesión.
¿Qué hacemos ahora doctor?
¿Hacer respecto a qué, Rey Carlos III?
A lo que viene ahora.
Ah, ¿quiere que le sea franco?
No doctor, quiero que me mienta.
Bien. Entonces le cuento que tiene la próstata de un bebé. 
¡Esa mentira no me gusta, porque me permite extraer conclusiones preocupantes!
Entonces mejor le digo la verdad, Su Majestad Rey Carlos III.
Bueno.
Tiene la próstata de un bebé.
¡Ah, qué alivio, doctor!
La próstata del porte de un bebé de unos cuatro kilos y medio. Disculpe Su Majestad, se lo tenía que decir. Dura lex sed lex.
¡Shit!, por eso me cuesta tanto mear.
Así es Su Majestad. Bien grandecita la tiene.
¿Y qué podemos hacer ante este cuadro? ¿Qué le diré a mi pueblo?
Por de pronto se va a tomar estas pastillitas antes de evaluar una posible intervención quirúrgica. Pero no se preocupe, ahora no es como antes. En media hora estamos listos. Ambulatorio. Hay que tener cuidado eso sí de no pasar a llevar el nervio del pico.
¿El nervio de qué, doctor?
La nervadura que induce la erección del miembro viril. Uso un término vulgar para que no queden dudas, Su Majestad. Disculpe la pregunta, pero, ¿aún mantiene usted relaciones sexuales cuerpo a cuerpo? 
Asiduamente, doctor.
Bueno saberlo. Tendremos sumo cuidado entonces con el nerviecito. Y ahora puede irse tranquilo a casita. Vuelva en quince días y ahí tomamos la crucial determinación.
¿Cuánto le debo doctor?
Cómo se le ocurre que le voy a cobrar a un Rey, Su Majestad. Aunque...
¿Sí? Diga, doctor.
Si pudiera meterme en la lista de los candidatos a caballero de este trimestre...
¡Yo lo nombro caballero mañana mismo, si me salva el nerviecito!

sábado, enero 06, 2024

A merced de los rateros

Mientras me hablaba con esa confianza de las mujeres que apoyan la cabeza en el respaldo del sofá y cruzan un brazo bajo el cuello, yo sentía que se me acercaba demasiado. Éramos buenos amigos, es verdad, y ella se las ingeniaba para embriagar con su pelo corto y ondulado y sus labios gruesos y sus ojos grandes, almendrados, pero la amistad conlleva ciertos límites tácitos. Sin embargo, ella se aprestaba a traspasar el umbral, lo noté en sus ojos que miraban decididos, y en su sonrisa. Y tal como lo preví segundos antes, se me puso frente a frente y me estampó un beso en la boca.  
Su casa era un laberinto de piezas, dispuestas como los vagones de los coches dormitorio. Para transitar de pieza en pieza había que caminar por pasillos laterales. Estos pasillos eran de color crema y no eran angostos, como los de los trenes, pero sí interminables, lo que daba una idea lejana de la gran superficie de la casa. Fue entonces, cuando estábamos por llegar a la habitación principal, la pieza del pecado, por usar la metáfora más acertada, que tomé la decisión.
Ese beso no me llevaba a ninguna parte; ella se había equivocado y yo no sería el manso corderito debilucho que cedería a sus deseos encendiendo los míos. Había pasado mi cuarto de hora.
Serían las dos y media de la mañana cuando abandoné su casa. ¡Diablos!, no me había dado cuenta de que quedaba tan lejos, tan a trasmano. La esquina era una pasta grisácea, se asemejaba a un óleo oscuro y difuso, parecido al de los pintores que ansían lograr la fama con pinceladas bravías. Era mucha la gente que esperaba locomoción, y las micros pasaban llenas bajo la luz mortecina del poste de alumbrado público. Estaba en problemas, ninguna de ellas me servía; opté por tomar cualquiera que al menos me dejara a unos kilómetros de mi casa, pero eso tampoco resultaba fácil. Del atado de billetes que portaba en el bolsillo del pantalón intenté sacar uno para pagar el pasaje, pero en la maniobra el billete se enredó con otros y no hubo forma de esconder el fajo en el bolsillo, para que no se viera. Ahora sí que estaba a merced de los rateros. Debía de haber muchos de ellos confundidos con la multitud. De modo que buscaba en vano la micro que me sirviera mientras oteaba en todas direcciones, tratando de adivinar de dónde vendría el ataque.
El ataque llegó de improviso, de manos de un hombre maduro que abrió la puerta de otra casa, salió a la calle y me agarró por detrás, de la cintura. Traté de agacharme; comparamos fuerzas y hasta donde tengo entendido no pudo salirse con la suya.

lunes, diciembre 11, 2023

Alergia de primavera

Entre muchas cosas ajenas a uno mismo hay algo invisible, aparentemente inocuo, que viaja por el aire para entorpecer el transcurso de ciertos días idílicos. Es el lanzamiento de la semilla, lo que bien indica que todo nacimiento lleva aparejada una cuota de dolor, no tanto para el que nace como para su entorno. Hablo de un nacimiento distinto al del ser humano, que toda madre conoce. Hablo del renacimiento de la planta, del que mucho se ignora; y no me refiero al dolor de sus padres, sino al de quienes sufrimos ese parto de los montes, al de quienes caemos derrotados ante la fiebre del heno. Aunque dolor no es la palabra exacta, yo diría que se le acerca bastante pues, ¿de qué otra manera podría definirse la imposibilidad de respirar por la nariz, el espanto que involucra la fantasía de quedarse sin oxígeno en mitad de la noche, acostado en una cama que entrega completa la visión de un pasto enloquecido y rebosante de energía, solitario?
No habría mucho más que decir, puesto que los síntomas son más o menos los mismos y los remedios que van de boca en boca solo sirven para paliar en parte el agobio de la alergia. 
Quisiera poder dormir como en agosto, septiembre, octubre. Para mí el mes es noviembre, aunque ya pasó y los estragos continúan en mis ojos, nariz y garganta.
Paciencia... siempre puede ser peor. 

martes, noviembre 21, 2023

Tentaciones del oficio

Acabo de terminar de leer "Mi vida como hombre", de Philip Roth, una magnífica novela escrita a los 44 años por un superdotado dirigida a otros superdotados, la que desde luego el autor no podría haber escrito hoy, porque ya está muerto; pero principalmente porque si no lo estuviese, él mismo no se habría permitido tamaña "ofensa" a las mujeres, a sabiendas del daño a su imagen y a su carrera literaria que una publicación así le hubiese generado. 
Al margen de que deja que desear el carácter del protagonista, su exagerado narcisismo, su obsesión en la conquista de jóvenes alumnas a las que desea formar a su modo y a quienes siempre mira por debajo del hombro, aunque califica sus trabajos con un sobresaliente, como siempre (¡oh, hombre superior que les habla a los suecos en sordina!, les recuerda que existe, que está disponible), fue mi espíritu de corrector de pruebas el que de pronto se despertó al correr de las páginas, y no pude dejar de hacerme la pregunta: ¿sus pequeños errores fueron suyos, de sus editores o de sus traductores?
Anoto, de entrada, en el epígrafe de la novela: "Yo podría ser su musa, si él me lo permitiera". La frase se halla casi al final del libro, en la página 383, Editorial Debolsillo, colección Contemporánea, traducción de Lucrecia Moreno de Sáenz y Mercedes Mostaza. Dice así: "Yo podría ser su musa, si él me lo pidiera".
La novela está separada en dos partes. La primera, titulada "Ficciones útiles", consta de dos cuentos cuyo protagonista es un personaje llamado Nathan Zuckerman. En uno de los cuentos describe a su amante como menuda, casi enana. Páginas más adelante dice que su marido era alto, grande, que medía 1 metro 85, quince centímetros más que ella. O sea, ella medía 1 metro 70. No era menuda. ¿Se equivoca Roth o fallan las traductoras al convertir pulgadas y pies en centímetros y metros?
Página 290. Cuenta que otra de sus amantes, Susan, vivía en la calle 89 con Park Avenue. Página 293. Susan vivía en la calle 79 con Park Avenue. Aquí la ligera errata podría achacarse al autor.
Página 297. "Ni siquiera yo, el critpógrafo, era incapaz de descrifrarlas". Debería ser: "Ni siquiera yo, el criptógrafo, era capaz de descifrarlas". ¿Error del autor o mala comprensión de quien escribe este blog?
Así como estas hay varias más, que no anoto, porque podría parecer persecución o envidia.
Son equivocaciones mínimas, enanas. ¿Suyas? ¿Mías? ¿De Moreno y de Mostaza?
Ahora estoy enfrascado en las 469 páginas de "Memorias de una viuda", de Joyce Carol Oates, otra que bien viste y calza, como decía el señor Millas. No es por ironizar, o tal vez sí es por ironizar, pero leyendo sobre su vida el libro debió llamarse "Memorias de una viuda (temporal)" o "Memorias de una viuda alegre" o "Memorias de una viuda negra", si pensamos que viuda duró solamente un año y un mes, para volver a casarse... y quedar viuda nuevamente.
El libro no ha logrado conmoverme, que es lo que se espera del diario de una mujer que tras 48 años de matrimonio pierde a su marido. Ni una sola lágrima, ni el más ligero indicador de aceleración cardiaca de parte mía, del lector. Su dolor es el dolor más grande del mundo, insoportable, tanto que incita al suicidio, aunque solo como posibilidad teórica, y eso que su único mérito ha sido quedar viuda. Habla de un basilisco a la vista que le recuerda constantemente la posibilidad del suicidio. ¿Sabrá que existen viudas que quedan en la calle, no tienen con qué vestirse, quién les dé de comer? Las verdad es que me adelanté, la teja le viene a cer en la página 261 ("¡Piensa en las viudas que se quedan verdaderamente sin casa cuando muere su marido!". Desde luego, ese "piensa" está dirigido a ella misma). Es demasiado yo, todo es yo. Las palabras pánico y aterrada salen hasta en la sopa, todo le da pánico a la chiquilla, aterrada y en pánico por lo menos las habré leído unas 200 veces, y eso que recién voy en la mitad del libro. Estoy siendo sarcástico, pero es que tampoco se podría juzgar muy seriamente a una persona que trata a Platón de "fascista reaccionario", por mucho que dijera que ha sido una alusión simbólica, por mucho que dijera que no se entendió la ironía, que no pretendió jamás ponerse al nivel, o sobre el nivel de Platón, si alguien le cuestionara esa afirmación. Además, se lo pasa cenando con sus amigos después de quedar viuda... pero pesa 46 kilos. O sea, ¿come o no come?Además, todos los amigos y amigas son encantadores, buenas personas, tienen tacto y actúan con diplomacia, son doctores, profesores en universidades de prestigio, regios sueldos, regias casas en las colinas, regios estudios o despachos con vista al bosque para trabajar. Después de todo está hablando de su vida, de su experiencia. Pero para mí, a otro perro con ese hueso... aunque concedo que mi actual casita tiene vista al campo en el sur y tampoco es que lo esté pasando como Poe, Melville o Nicomedes Guzmán.  
Está bien que los escritores hablen de su vida; después de todo, es lo más cercano e íntimo que tienen a la mano. Si no se puede indagar profundamente en eso, entonces en qué. Yo mismo me encuentro terminando un libro sobre mis recuerdos de infancia. Pero algo me huele mal cuando el tema del escritor es la literatura y el paisaje es la academia a la que le prestan sus valiosos servicios, como me ha sucedido con estos dos libros, de Roth y de Oates. Me recuerda a esos cantautores que entonan versos como "hoy tomo mi guitarra..." o algo parecido.
Volviendo con la viuda, al leer sus páginas no pude dejar de recordar unas palabras tan sencillas que me dijo mi madre, meses después de haber perdido a su marido de toda la vida, mi padre (y tras 49 años de matrimonio, casi lo mismo de Oates y Smith). Me dijo: "Cuando murió tu padre sentí deseos de morirme. Ya había terminado la etapa y me dije: '¿Para qué voy a seguir yo si ya Sergio no está? No cabe que uno siga sin el otro'. Pero después reaccioné y me dije: 'Lo más sensato es que yo me disculpe por estos pensamientos y decida seguir mi vida tal como está dispuesta'. No es uno el que decide los años que va a vivir, sino el patrón de más arriba. Unos cuatro o cinco meses después de que lloré todo lo que tenía que haber llorado, rezándole mucho, empecé a ponerme media incrédula. Dije yo al final: ¿Dónde está Sergio? ¿Qué es Sergio en este momento? ¿Es una lucecita? Pero no es luz, porque nunca se ha visto que una persona sea una luz, salvo que uno no lo vea y que esté en otro lado. Así que decía yo, ¿qué es?, ¿dónde está?, ¿qué está haciendo? No tiene ojos, no tiene nariz, los cinco sentidos no los tiene. No me puede estar mirando, salvo que sea una cosa misteriosa que uno no la sabe. Entonces empecé a decir: lo enterramos, ahí están sus restos y lo que queda de él está ahí, salvo las ropas que están colgadas en el closet, lo que no se ha repartido, lo que no se ha dispuesto, lo que todavía está aquí. Zapatillas y cosas personales, pero eso no es Sergio. Son cosas de Sergio. Ahora siento que estoy viviendo con la mitad de mi cuerpo, porque la otra mitad era Sergio, y ya no está".
Ahora que ya he leído el libro entero agregaría que a favor de la viuda Oates está el hecho de su honestidad, dentro de lo que podría ser su narcisismo, aunque admito que si los escritores no fuesen narcisistas no podrían ser escritores. Asumiendo esa verdad, su honestidad dentro de su narcisismo, Oates se confiesa tímida, amante del que fue su marido (a quien no se le puede negar cierta dosis de mediocridad en su propia aspiración de escritor, que ella sublima) con el que parece haber llevado una vida feliz durante los 47 años que duró el matrimonio y, lo que creo más importante, revela su intimidad, su mundo interior, que no se diferencia mucho del mundo interior de una persona común y corriente; esto es, de alguien que no es escritor, que no está en la cima del Olimpo creativo, que no es candidato eterno al Premio Nobel. Y al revelarse así plantea la gran pregunta: ¿No es acaso el escritor dos personas, él mismo y su obra? 
Esta mañana leí un cuento de Borges, "Guayaquil". En sus cinco páginas dijo más que en las 800 de esos dos norteamericanos.
Al menos en algo se parecen los tres, hasta el momento: a ninguno lo premiaron con el Nobel.

martes, noviembre 14, 2023

La prueba de fuego

Por una suerte de ignorancia personal de la condición humana, o un yerro en la comprensión del fenómeno amoroso, nunca me ha dejado de llamar la atención el proceso que se vive entre dos amantes que se conocen, se descubren y se entregan a sus sentimientos más profundos. A pesar de que la advertencia inicial debilita mi posición, la deja expuesta a la crítica y me aconseja no meterme en esas honduras, procederé a especular sobre el asunto, en el entendido de que se trata de un ejercicio lúdico destinado a pasar las horas muertas entre el verdor y la lluvia del sur de Chile.
Creo que la vida de los amantes se separa claramente en seis estados. Al primero lo denominaría captación. Esto realmente es muy sencillo; lo adorné de falsa complejidad para que no parezca tan pedestre.
En el momento de la captación, una persona ve a su sujeto de interés; de alguna forma lo selecciona; tal vez lo había visto muchas veces antes, días, semanas, meses, pero de pronto lo nota, lo capta, lo aparta del resto del mundo. 
Si la atracción es mutua, o alguna de las dos partes consigue que se haga mutua a través de una ingeniosa martingala, los futuros amantes pasan a la segunda parte del proceso, que es la charla. En realidad, la charla es una inevitable serie de largas conversaciones, puede ser a la salida del trabajo, en un café, en el banco de una plaza, en una taberna, en algún rincón semioculto de la oficina. Son momentos llenos de sustancia, en los que ambos se comienzan a conocer, aunque con el debido cuidado de enseñar casualmente las características más destacables y espirituales de sus vidas. Esas conversaciones provocan una profunda felicidad en el alma y a mi juicio constituyen la etapa más cercana al enamoramiento.
Echados los dados, y una vez que se ha producido inevitablemente el primer beso, los amantes miden la cancha, reconsideran sus posiciones y cada uno de ellos toma una determinación. Muchos amoríos han llegado solo hasta este punto, generalmente por razones de sentido común o de carácter moral, o por alguna represión latente de las naturales ansias del ser humano. Pero la mayoría cruza hacia el paso siguiente ante la cantidad de tensión acumulada, que impide dar marcha atrás.
El paso siguiente es el clímax de la relación. El clímax es obviamente el sexo. Da la impresión aquí que todo hubiese sido preparado para esto; que los pasos anteriores no pasaron de ser un largo cable eléctrico que perseguía llevar la luz a la casa. De pronto, el sexo se ha transformado en lo esencial, casi en lo único importante de la relación. A los amantes se les ha abierto un mundo de posibilidades y están ansiosos por explorarlas. El conocimiento anterior solo fue una buena base para que cada uno le entregara al otro lo más sagrado que posee, que es su cuerpo. 
El cuarto paso viene a ser la decadencia. El sexo, incluso el buen sexo, aburre. No hay persona capaz de ensayar más que un número limitado de variantes, que tarde o temprano terminan por abrirle las puertas a la rutina. A falta de nuevas variantes se repiten las conocidas. He allí la prueba de fuego de los amantes y he allí por qué las relaciones de pareja duran tan poco en estos tiempos. El desenlace natural de este cuarto paso sería la separación de los amantes, aunque no pocos optan por el matrimonio, por razones diferentes a las mencionadas. Estas serían la aspiración de una vida en común, construir una familia; y el deseo natural de prolongar la especie, de dejar descendencia. 
Los tiempos han cambiado. Antes, en la época de nuestros padres y abuelos, el matrimonio era de por vida. Ahora que es fácil anular legalmente el vínculo, se ha convertido en poco más que una simple relación de pareja.
Hay un quinto y un sexto paso que no por ser menores dejan de cobrar relevancia. Responden ambos a la posibilidad de sobrevivencia de ese amor. Porque a todo esto había amor, en el fondo este encuentro entre dos amantes se trataba del amor. El quinto paso sería la presencia de los celos, que en su justa medida le darán una nueva intensidad a la relación. El último paso será el regreso sosegado al segundo estado, liberado de esperanzas. 
Las costumbres de hoy en día y la Internet han hecho las cosas más fáciles y más rápidas, pero la esencia del asunto es la misma, salvo en el caso de muchos jóvenes, que al saltarse la charla pagan caras las consecuencias de haberse entregado al llamado de la sensualidad.
Así veo las cosas.

martes, octubre 31, 2023

El día siguiente al de la víspera

El día siguiente al de la víspera entraré al laberinto que conduce al vacío y me entregaré a ti, Padre. Caeré dichoso, aliviado en tus brazos. En el pobre mundo que nos fue dado la vida seguirá; a mí me estará aguardando el paraíso, donde conoceré a mi alma. No más tentaciones, miedos ni placeres; me había dejado engañar, yo no vine a esto. 

sábado, octubre 21, 2023

Llegará el momento


Con el paso de los años suman los considerandos para mi próxima condena, algunos de ellos muy graves, como esos pecados que cometí sin darme cuenta, con toda inocencia, incluso con la sensación de haber estado obrando con la debida rectitud.
Lo hecho, hecho está. No puedo remediar las heridas que dejé, solo me queda el consuelo del leve amor que he provocado en mis corazones más pequeños, corazones que me perdonan y no pueden perdonarme.
En la soledad crece la familia y yace la ambición.
Veo en el restaurante de mi pueblo una mesa ocupada por un grupo de padres con sus hijos. Jóvenes, atléticos, varios rubios, en plena consolidación de sus vidas, las que ya se adivinan yendo por el buen camino. Detrás de esta escena se adivinan también lindas casas, relaciones equilibradas. Son personas alegres que disfrutan el momento. Los padres varones conversan entre ellos con sus bebés en brazos, las niñas mayorcitas juegan en la mesa, las mamás beben jugos, ríen, comparten. Son ese tipo de visiones las que despiertan el rencor de los pobres, especialmente cuando están del otro lado de la ventana.
Las personas satisfechas quieren mejor a sus hijos; a los pobres se los come la angustia, la rabia, el rencor, la desilusión, el fracaso, la frustración, y terminan tratando a sus hijos a patadas. O tal vez han llegado a ser pobres porque sus cabezas no procesan bien las emociones y se entregan a los designios del ambiente y de la química.
Llegará el momento en que ese problema lo haya solucionado la ciencia. Entonces verá la luz la humanidad.

miércoles, octubre 18, 2023

Grandes dudas que no aplican

A menudo me pregunto si detrás de alguna "importante" obra de ficción se encubre el requisito sine qua non de que su autor deba representar a una imprecisa élite, en el sentido de que su obra necesariamente deba ser la consecuencia de la persona que parece ser, una persona deslumbrante en el conjunto de sus conocimientos, vivaz, informada, desde luego inteligente, inteligentísima, superdotada (elegí la voz persona para no entrar en complicaciones con el género de la frontera que alcanzo de divisar a través de la ventana) en suma, alguien del nivel superior en la escala intelectual, doctor o al menos candidato a doctor, becario de algún programa gubernamental o de una universidad del primer mundo, de preferencia progresista, muy de izquierda aunque las ideas que proclame se las haya llevado el viento del siglo pasado, amante de una paz y de una justicia en las que asoma por los pliegues del velo que lo cubre el color del esnobismo e incluso de la inclinación ante viejas emociones juveniles o infantiles. 
Leo sus obras, algunas de una levedad, me atrevo a postular liviandad, asombrosa; otras cubiertas por el barniz de un pesado barroquismo, no todas fascinantes, algunas aun pobres, a mi juicio, no bellas.
Entonces me digo esto puedo escribirlo yo, o esto no puedo escribirlo yo. Mas, cuando oigo o veo sus opiniones en las pantallas o en libros de entrevistas o en las páginas de los suplementos de letras casi siempre me digo esto en ningún caso podría decirlo yo, no sería capaz de decir algo así, de que se me ocurriese algo así, y entonces es cuando me surge la pregunta que me devana los sesos. ¿Es su obra apenas la punta del iceberg del escritor?
Lo que sigue es la sensación de envidia ante el genio, la imposibilidad de acceso al Castillo.
En cuanto a mí, solo me resta declarar:
Mi paso por la vida no ha sido otra cosa que una constante huida del miedo. Busco paisajes idílicos por miedo; bebo gratos martinis vespertinos por miedo; abrazo a mis amigos por miedo; escribo por miedo; me miro al espejo con miedo, pienso que cualquier día me hallaré ante otro ser, sin reparar en que los años ya me han cambiado decenas, cientos de veces de cara.