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sábado, enero 28, 2023

Vida de un caballo, fundamentalmente

Fundamentalmente, mi vida se resume en inclinar el pescuezo para arrancar el pasto con los dientes. Yo y mi compañera nos pasamos el día entero en eso, y no podría asegurar que a raíz de este hecho de la causa se alojen dentro del alma sensaciones de agobio, miedo, aburrimiento ni ansiedad, no porque esas sensaciones no existan sino, fundamentalmente, porque se dice que aún no se ha resuelto la duda de la existencia del alma en los caballos. 
Siempre se dice, se dice. Se dice que el caballo es noble, se dice que el caballo bebe del agua que le ofrezcan, se dice que el caballo no piensa, se dice que los caballos de Gulliver eran capaces de enhebrar una aguja, se dice que al caballo regalado no se le miran los dientes; pero de ahí a que todo aquello sea cierto...  
En la primavera el pasto fue abundante, pero ya se nos está acabando. En la pradera del frente, en cambio, donde se halla sentada la figura, ¡ahí sí que hay pasto largo! Pero no se nos pasa por la cabeza hincarle el diente, limitados como estamos por el cerco de alambre de púas.
Acabo de ver una liebre seguida de cuatro perros que se la quieren comer. Se metió al terreno del frente, huyendo bajo el pasto y la maleza; la figura se levantó para contemplar la novedad; la liebre traspasó la alambrada y se me perdió de vista a la altura del roble y las zarzamoras, seguida de los perros excitados.
Yo no sé de corazones, pero se me ocurre que el de esa liebre palpitaba más que el mío cuando corcoveo, relincho y doy de coces a mi compañera. No estoy tratando de hacer comparaciones, no sería propio de un caballo como yo, pero es que el pobre animalito tenía sobrados motivos para exigir al máximo a su cuerpo esbelto y alargado; en cambio lo mío en esas ocasiones se traduce en una suma de ejercicios frenéticos, alocados, momentos que interrumpen la razón de mi ser. Y ya que llegamos al punto, les recuerdo una vez más que la razón de mi ser consiste en arrancar el pasto con el pescuezo inclinado, fundamentalmente.
Las bandurrias se posan en el techo de la cabaña, una o dos; al sobrevolar mis dominios de mentira emiten esos clásicos graznidos a los que ya estoy acostumbrado, no así la figura, que se levanta, estira el cogote, apunta su mirada hacia el cielo y luego vuelve a su cueva de vidrio. Parecen plumas recortadas en las nubes de algodón que adornan el cielo azul.
Me echo en el pasto para rascarme el lomo y la grupa, le ordeno a la cola que espante a los bichos que se alimentan de mi sangre. Lo último ocurre casi siempre; lo primero, a veces. Si no fuera por esos molestosos seres diminutos mi vida sería completamente feliz; aunque eso es un decir: nunca he meditado ni sobre la felicidad ni la angustia ni el miedo ni la ira ni la envidia, porque no corresponde. Eso le corresponde a la figura de la cueva de vidrio. Yo bebo agua verde del abrevadero, consumo el pasto, añoro la piedra de sal que alguna vez me dieron de lamer. Momentos que apenas se recuerdan, porque mi vida es el presente, fundamentalmente.
En el terreno de al lado hay un toro y una vaquilla. Pasan echados; se levantan para rumiar y vuelven a echarse con placidez sobre el pasto seco. He oído de boca de una figura que se pasea con una manta y que por las tardes monta con su amigo a Civil y Ventajero, caballos más jóvenes y briosos que yo, que cualquier día se llevarán al matadero al torito y la vaquilla. Matadero es una voz que no me infunde miedo, porque ni me la imagino. Se dice que ellos la adivinan en los últimos minutos; antes no lo saben, ni siquiera lo intuyen, Cuando les llegue la hora se los llevarán en un carrito techado que he visto más allá, para que viajen tranquilos a tocar las puertas del cielo. Yo no soy de esos, se podría decir que he nacido con suerte, pero la suerte es otra palabra que desconozco, de modo que no sé por qué la menciono. Quiero decir que ellos marcharán y yo y mi compañera nos quedaremos acá por un tiempo, hasta que se acabe todo.
Ha venido la lluvia; llueve fuerte y los campos se mojan; cuando el pasto chupa el agua es más fácil de arrancar y es más rico. El viento me despeina las crines. La lluvia me hace bien, a la figura le provoca emociones inexplicables, sobre todo el viento y sus lamentos. En cuanto a nosotros, los caballos, cuando el temporal se desata nos refugiamos bajo los árboles, fundamentalmente.
El atardecer nos sorprende de pie, comiendo pasto. Los peucos bajan de los árboles y se instalan en los palos de la cerca a observar a la liebre, al zorro que baja del cerro, pero fundamentalmente a los ratones que se atreven a acercarse a la cabaña de la figura, en busca de restos de comida.    
Al llegar la noche la figura se retira; oigo notas musicales que le agradan a mi oído. Cierra la cueva de vidrio, baja las cortinas y se encierra a escribir. Yo y mi compañera esperamos el nuevo amanecer y la salida del sol para seguir arrancándole el pasto a la tierra, fundamentalmente.

martes, diciembre 20, 2022

Frutillar

Precedida por curvas que bajan y suben, una larga recta asfaltada anuncia el final del trayecto.
Árboles frondosos, la lluvia, el lago, el volcán, la ondulación de la hierba. 
De vez en cuando un arcoíris y una liebre. Al atardecer, casi siempre, un zorro. 
Una casita en medio del campo, remecida cuando la visita el viento. 
El silencio. La Luna, si la dejan ver las nubes. La contemplación del paisaje.

sábado, diciembre 03, 2022

José Toledo

Llevo más de veinte días en mi nueva casa y hoy por primera vez tocaron a la puerta. Era José Toledo. Nos saludamos, bajé los tres escalones y nos dimos la mano. Caminamos por la parcela, examinando el largo del pasto. El viento del sur lo despeinaba en ondas con un cierto aire poético. José Toledo estudió el terreno y quedó de conseguirse un plano para saber exactamente los límites del corte, de modo que el pasto de la parcela vecina no aumentara el precio del trabajo.
"Está más corto de lo que pensaba. Me ha tocado cortar pasto de más de un metro de alto. Se lo puedo dejar en ochenta".
Hicimos trato. El día antes me habían pedido ciento ochenta. Un corte de pasto de ciento ochenta liquida cualquier presupuesto mensual a un jubilado.
Me hallaba ante un hombre más bien bajo, de cejas gruesas, sombrero no de huaso, sino de ala ancha, a la moda, casaca de gamuza, manos sucias. La descripción se ajusta a lo normal para un trabajador del campo. Con lo que no contaba era conque fuese parlanchín. Hay parlanchines entradores y parlanchines naturales. José Toledo parecía ser un parlanchín natural, confiado. 
Por un extraño motivo yo le estaba cayendo bien; comenzó a hablar sin freno.
"A usted le convendría instalar un estanque. Acá a veces se corta el agua uno o dos días. Hay máquinas que pasan a llevar la matriz y queda la tendalada. Cuando a usted le construyeron su casa pasó eso y la parcela se inundó. Me tocó venir a ver la cosa y les dije: ustedes rompieron, ustedes arreglan. Estuvieron de acuerdo, sí, no se preocupe, nosotros arreglamos. Con un estanque de unos 1.200 litros queda bien. Se corta el agua, usted echa a andar la bomba y tiene agua para dos días, por lo menos. Pero también habría que cerrar la parcela".
-Me interesa.
"Hay dos maneras. Yo le digo cuánto hay que comprar, cuántos palos, cuánto alambre, usted cotiza y yo le hago el cierre. Lo otro es que yo le entrego el trabajo vendido".
Iba a preguntarle cuánto me saldría cuando se me ocurrió pasar al tema de los corderitos.
-Me gustaría tener unos corderos para que me cortaran el pasto. ¿Se podría?
"Claro que sí. ¿Conoce el Espantapájaros?".
-Sí, el tenedor libre camino a Puerto Octay.
"Ese mismo. Ahí venden corderos. Antes costaban cuarenta, ahora creo que andan por los ochenta. Tiene que comprarlos borreguitos porque más grandes son asalvajados, cuesta hacerlos entrar en vereda. Los aguacha con sal, al cordero le gusta la sal; venden unas rocas saladas, se ponen en el pasto y el cordero las va langüeteando".
-¿Se escapan los corderos? ¿No se los comerán los perros, los zorros?
"Aquí no se ven perros; el zorro es chico. Con un buen alambrado no se van. Si quieren salir por el portón se compra una piola que les manda un huascazo de electricidad y ya no se acercan más al portón. Hay que tenerles agua fresca. El cordero es de agua fresca, si toman agua estancada se apirgüinan. Se saca el agua con una manguera que va a dar a un depósito que siempre se está llenando, eso actúa por gravedad, no gasta corriente. Con unos cuatro corderitos quedaría bien".
-¿Y yo podría viajar a Santiago y dejarlos solos en la parcela?
"Yo tendría que venir a echarles una mirada. Y tener su teléfono. Aló don Sergio, se fueron los corderos. Aló don Sergio, los corderos están tranquilitos. Aquí hay que hacer dos canales para que corra el agua de la lluvia. El vecino había instalado una cañería... (tantea bajo el pasto) no la noto. Usted tendría que hacer una excavación aquí, de unos setenta centímetros, y otra allá al fondo. El agua correría hasta el zanjón a la orilla del camino. Eso también se lo puedo hacer".
-¿Y puede venir mañana a cortar el pasto?
"Mañana al mediodía puedo venir. El viernes no, tengo control médico, eso es sagrado".
-¿Nada serio?
"Yo me dializo".
-¿Y qué le pasó?
"Yo reventé. Trabajaba en una empresa eléctrica y me llamó otro patrón. Oye José, me gusta como trabajas, quiero que te vengas a trabajar conmigo. Ya pues, me vengo. Y así estuve harto tiempo, pero un día le fueron con cuentos. Buenos días patrón, vengo a conversar con usted. No tengo nada que conversar contigo, me fallaste. Cómo que le fallé. No trabajas más conmigo. No me puede decir eso así no más, tiene que darme una razón. ¿Le robé? ¿Le falté al trabajo? La semana pasada te mandé la carta del finiquito. Aquí la ando trayendo, patrón. Entonces no hay más que hablar. No pues patrón, yo no me voy. Cómo que no te vas. No me voy, usted no me puede echar así no más, yo tenía un buen trabajo en Talca y usted me mandó llamar. Mándeme a Talca en un camión con todas mis cosas y me voy, o déjeme aquí haciendo lo que sea. Entonces te mando a barrer. Claro, no se me van a caer las jinetas por barrer, páseme la escoba. Y me fui a la bodega y en dos horas le tenía todo limpio, ordenado, las maderas para un lado, los sacos por otro, la basura en un tarro. ¿Y qué pasó aquí que todo está tan limpio? Los demás me miraron. El José limpió. Nunca había tenido tan limpias las bodegas, desde ahora te encargas de las bodegas. Y yo le cuidaba el manejo, la salida de la madera, hasta los clavos".
-¿Y qué pasó?
"Una tarde en la casa me puse a pensar. Aquí hay algo que no cuadra. Me senté y tiré lápiz. Al otro día llegué a la pega y le dije a don Alberto. ¿Sabe don Alberto? Anoche tiré lápiz y no me conviene seguir trabajando para usted. De dónde sacas esas cosas José. Mire, yo antes tenía cinco millones en el banco. Ahora, en vez de tener cinco millones debo cinco millones. Con usted no me estoy haciendo más rico, con usted me estoy empobreciendo. Pero si te pago lo justo. Es verdad, pero usted no cuenta que yo trabajo con mi camioneta. José lleva esta carga para allá, José andar a buscar madera y me la traes pacá. José, llévate esos cinco sacos de cemento a la obra. Uso mi camioneta y usted no me reemplaza ni un neumático. La otra vez se me echó a perder una pieza del carter y ni siquiera me dijo cómprala y la pagamos a medias. Ah yo no sé, tú eres el chofer. Yo era el chofer pero ahora no soy más el chofer, ahora vendí la camioneta y me compré un auto, así que arreglemos. Arreglemos. Yo le debía unas platas y le pagué con el finiquito. Don Germán me recibió y ahora le trabajo a él. Con su señora se han portado muy bien, me dieron una casita al lado de la casa patronal y ahí vivo con mi señora de ahora y mis dos hijitos. Si hubiera jubilado por la AFP habría sacado una miseria. Ellos hablaron con unos abogados y me salió un seguro por Penta, muy superior".
-¿Cuántos años tiene?
"Cincuenta y uno. Ya soy abuelo de mi hija que vive en Talca".
-Yo tengo sesenta y nueve.
"¡Sesenta y nueve!, no se le notan".
-Pero por qué se dializa.
"Un día me bajé del tractor y mi señora me dice qué te pasa José que estás tiritando. Después la señora Astrid me dice José qué te pasa en los ojos, los tienes rojos, tienes la cara amarilla. Yo le había echado la culpa al trabajo, pero me mandaron al consultorio. Tú te estás muriendo me dijo el doctor, te vas hospitalizado de inmediato. No doctor, si me voy a morir, que me muera al aire libre, debajo de un árbol, no le tengo miedo a la muerte, usted no me puede dejar aquí. Bueno, te vas si es tu deseo, pero tengo que ponerte un catéter. En la casa ya no podía resistir. Mi esposa, que es evangélica, se encomendó a Dios y me dijo José, tienes que morirte cuando los niños estén más grandes, ahora están muy chiquititos; tengo dos niños con ella, el mayor tiene siete y es de mechas de clavo por mi ascendencia mapuche y la menor es una muñeca, rubiecita de ojos verdes, en mi familia en Talca había muchos rubios. Un día estábamos donde mi comadre y mi comadre dijo del Cielo viene una niñita. A los dos meses mi señora un día se cansó y se fue a acostar. Tú estás embarazada, le dije. Pero cómo voy a estar embarazada José, si tú no estás en condiciones. ¿Te acuerdas cuando la comadre dijo lo de la niñita? Claro que me acuerdo. No era para ella, era para ti, era una señal que venía del Cielo. Entonces volví al consultorio, me convenció con lo de los niños. Volviste, hombre, ¿y el catéter? Se me cayó arriando unos animales, lo tengo acá en la guata. Pero hombre, tú te vas ahora mismo al hospital de Puerto Montt, pero tienes que llegar haciéndote el muerto, hazme caso, llega arrastrándote o si no, no te van a recibir, hazme caso. Y llegué arrastrándome por la anemia. Los riñones me funcionaban como al diez por ciento".
-¿Y se dializa cada tres días?
"Día por medio. Tres días serían una maravilla... ¿y qué hace usted?"
-Soy jubilado.
"Pero, ¿qué hacía antes?"
-Era periodista. Trabajé cuarenta años en Las Últimas Noticias. 
"¡Periodista!... aquí hay hartas historias que contar... podría contar la historia de José... ¡si le contara mi vida!" 

domingo, octubre 16, 2022

Dos ejemplos de mil días

Hay dos ejemplos de mil días que se parecen: los mil días transcurridos entre el 4 de septiembre de 1970 y el 11 de septiembre de 1973 (que exactamente fueron 1103), y los mil días entre el 18 de octubre de 2019 y el 4 de septiembre de 2022 (que exactamente fueron 1052).
Cada quien puede hacer su propio análisis del parecido. En cuanto a mi reflexión, no deja de sorprenderme la (desgraciada) ubicuidad del señor Salvador Allende. 
Los primeros mil días serían el experimento político, económico y social que culminó con su muerte. Los segundos mil días, una revancha, un volver atrás que terminó con un estrepitoso fracaso en las urnas. 
Muchos culparán a diversos factores, todos atendibles, pero... ¿habrán de pasar otros cincuenta años para que a este personaje de la historia se le dé una tercera oportunidad de abrir las anchas alamedas? ¿O algún hecho aciago en el futuro mediato obligará a retirar su estatua del pedestal en que se halla, como ocurrió con la del general Baquedano?

miércoles, septiembre 21, 2022

Supe de un señor...

Supe de un señor que toda la vida anduvo con mujeres jóvenes y que a la hora de elegir a la compañera de sus años dorados se inclinó por una de su edad. Al poco tiempo a la mujer se le declaró un tumor en el cuello. 
Supe de una pareja que se llevaba bien, aunque por la noche él se bebiera ocho cervezas. Los unía cierto apetito artístico e intelectual.
Supe de un músico que llenó su semana con cuatro conciertos mientras su hijo de seis años se iba al sur con su abuela.
Supe de un jubilado ansioso al que le disminuían los ingresos y que vivía imaginando tragedias.
Supe de un columnista que se saltó una estación del año en su comentario semanal.
Supe de una mujer entregada a su oficio pedagógico; alegre y optimista por fuera, insegura por dentro.
Supe de un matrimonio entrado en años que pasó el Dieciocho en el norte chico. Viajaron a ver el desierto florido, pidieron unas empanadas de locos en el pueblito de Carrizal Bajo y a la primera mascada sintieron que estaban aliñadas con azúcar.
Supe de un día que amaneció frío y soleado; supe de un dictador que llamó a 300 mil reservistas y puso la bomba nuclear sobre la mesa.
Todo esto que cuento lo supe en un lapso de minutos.  

martes, septiembre 13, 2022

El asesino del teatro

El espectador camina entre las butacas, se detiene frente a dos ancianas sentadas en la fila contigua, la fila de más atrás. Los tres han decidido agacharse, sacando solo las cabezas del respaldo. Al igual que el teatro entero, intentan protegerse del asesino. El espectador les inventa frases de consuelo, pero apenas se retira, una de ellas se lo echa en cara y le masculla algo así como hipócrita
Anda por el pasillo lateral, donde se une a un grupo de asustados que forman una larga fila, de cuatro a cinco personas por línea. Minutos antes el locutor ha anunciado que el asesino ejecutará a cinco de los  asistentes a la función.
El asesino puede ser cualquiera de ellos, hasta podría ser el espectador, con la diferencia que el espectador sabe que no lo es, aunque los demás no lo sepan. Bien miradas las cosas, todos podrían pensar lo mismo en su fuero interno, de modo que si nadie es el asesino, alguien  tiene que ser, lo sepa o lo ignore. Es una inferencia bastante rara, o ingenua, que entronca con un asunto de corte psicológico o del tipo existencial.
Al fondo de la sala, antes del hall, uno le sopla: ya van cinco. 
En este teatro las noticias vuelan; o los rumores.
Dos hileras se cruzan, en una de ellas va el espectador, de nuevo hacia la profundidad del teatro; la otra camina hacia la salida, aunque todos entienden perfectamente que nadie puede huir mientras la orden no haya sido dada. 
El locutor anuncia que la tarea se ha cumplido. Gritos de alivio, ¡viva!, ¡hurra!, ¡viva!, abrazos, palmotazos en la espalda, leves comentarios de desahogo, pero la alegría no es completa: sus vidas han pendido de un hilo y cinco personas no pudieron contar el cuento. Lo bueno que ha tenido esta historia, si es que a eso se le puede llamar bueno, es que no se ha visto sangre coagulada en el parquet del teatro, no se han divisado los cuerpos desfigurados de las víctimas, no se conoció la faz del asesino. Ha sido una masacre de una limpieza inmaculada, como pocas en la historia.
El espectador y su mujer entran a la sala de al lado. Pocaza asistencia para un teatro destinado a la difusión de música selecta, encima un público con pinta de aficionados.
Los carteles, escritos a mano. El programa, repetido. ¿Vale la pena entrar por segunda vez a escuchar las mismas obras de Von Weber, Lutoslawski, Baldassare Galuppi, que nunca les entusiasmaron tanto?
Era mejor la idea del baño caliente en el spa, aunque esos baños se caracterizan, ahora que recuerda, por sus bolsones de polvo y pelos acumulados en las esquinas de la pileta angosta. El agua llega al pecho, se camina sin poder abandonar esas esquinas y cuando el espectador mira hacia afuera halla que siempre está a cierta altura.

miércoles, agosto 31, 2022

Senderos trágicos, pacíficos, cotidianos

Anoche tuve el siguiente sueño: estaba muerto, había muerto de Covid. Caminaba con mis amigos, una especie de cámara nos enfocaba en plano medio, mientras reflexionaba sobre el asunto. 
De modo que el Covid fue capaz de matarme, aun habiéndome vacunado. Esta toma cinematográfica era la prueba.
No había sufrido ningún tipo de dolor, ni molestias. Nada de problemas con la respiración, el olfato, la fiebre. Simplemente había muerto de Covid. 
Sentí que nunca le había tomado el peso a la epidemia y que el hecho debía comunicarlo de algún modo. La peste blanca me había llevado de este mundo; a la muerte se podía llegar por distintos senderos. Había senderos catastróficos, trágicos, accidentales, pacíficos, serenos, cotidianos.

martes, agosto 30, 2022

El misterio del éxito y del fracaso

No basta haber aprendido a leer a los dos años ni haber interpretado a Shakespeare a los diez. Tampoco, haber sido amado y criado en libertad. O haber tenido un padre alcohólico.
Las cosas que suceden, suceden por motivos extraños; la mente adopta su respuesta al mundo ante una caja de fósforos que cae al suelo, un tropezón en una acequia, un chicle que se va por la garganta.
Benicito entró corriendo a mirar por el telescopio, eran las siete de la tarde; alcanzó a ver un poco de la Luna, pero una nube la tapó. Bajó a tocar el piano y jugó con los dedos y las teclas, inventando ritmos y sonidos. Después se fue a dormir con su papá, mi hijo.
Quisiera orientar los misterios que transitan por su alma, mas los años no me han regalado certeza alguna; a esta altura ni siquiera sé qué sabor tiene el éxito ni a qué sabe el fracaso.

miércoles, agosto 10, 2022

De nuevo lo mismo, por Dios

¡De nuevo lo mismo!, tal parece que nunca aprendo, por Dios; vuelta a quedar abandonado en un punto impreciso de la vía, en los arrabales de la capital. Solitario en la berma, formando parte de un paisaje híbrido que tiene de ciudad y de campo chileno. 
Una fila de álamos oculta la acequia, los sembradíos y lo que no se ve más allá; se hace tarde. 
Si no pasa otra micro tendré que pasar la noche aquí. No es peligroso, es... incómodo. Le pregunto al hombre que camina si estoy realmente en Américo Vespucio, hace rato que me nació la duda. 
"Américo Vespucio es la calle paralela". 
Eso significa que es inalcanzable. Por mucho que recorra este camino, jamás llegaré a Américo Vespucio. 
De modo que estoy en dificultades. Parado en un lugar cuyo nombre ignoro, y por donde no pasan micros que me puedan llevar a casa. 
Por la mañana la gente espera en una sala la partida de sus buses; al subir a examinarlos observo que ya hay pasajeros sentados. Podría asegurar un asiento, pero aún no me confirman cuál sería mi autobús. El amable empleado de camisa blanca y corbata comprende mi ansiedad, mis temores. Me rodea la espalda con su brazo. "Hay uno que lo puede dejar en la Plaza Ñuñoa. Súbase a ese, si gusta". "Claro, claro, ahí ya me ubico".
En mi casa le voy relatando paso a paso el episodio a mi mujer, las razones por las que no pude regresar la noche anterior. No había nada sórdido, nada pecaminoso ni escondido. Ella escucha sin mayor interés, está preocupada de otras cosas, da por sentado que mi explicación es coherente. Pero entonces le doy la mayor de las sorpresas.
"No, le digo, te lo he contado todo y me has creído, pero esto nunca sucedió, ha sido un sueño que tuve, yo pasé la noche contigo y sentí como te movías en la cama".
Al despertar del doble sueño me he propuesto narrar esa experiencia.

lunes, julio 25, 2022

Diferencia entre el periodismo de antes y el de hoy

Cuando se me consultó acerca de la diferencia entre el periodismo de los ochenta y el de hoy, sonreí de buena gana y me dispuse a contestar, a sabiendas de que me metía en un problema mayor, no tanto porque no supiera la respuesta sino porque, sin estar realmente preparado para ir sacando datos del sombrero de mago que es mi mente, había que desarrollarla frente a un público que aguardaba en el espacio al aire libre. 
Me había metido en un problema relativo a la lingüística, esa era la verdad. O en términos más simples, debía hilvanar de la nada una respuesta creíble, debía juntar vocablos que tuvieran el mismo significado y sentido para mí y para los espectadores. Aún así, confiado en que conocía en algo la materia, me dispuse a responder.
"Todo empieza con las máquinas...", quise decir... "Las máquinas...", pero no lograba modular bien las palabras. Por más que trataba de juntar las sílabas me salía algo así como "was buáwiwa...". El imprevisto se me antojó una buena excusa para suspender la disertación, a pesar de que en un momento dado pude pronunciar claramente "las máquinas...", fue cuando mi mujer me tocó el brazo y desperté a medias, aunque de inmediato continué soñando, más aliviado, desligado de la responsabilidad que los presentadores me habían echado sobre los hombros. No es que me sintiese abrumado; era que para esa pregunta requería de un pequeño tiempo de reflexión, que fue lo que me permitió ese roce, de allí que no me canso de agradecerle a mi mujer la ayuda que me presta en ciertos casos.
Lo que realmente quería decir, pensé en el sueño, es que la gran diferencia entre estas dos etapas del periodismo era que en el de los ochenta el oficio se caracterizó por su trabajo grupal, manadas de reporteros que iban juntos de un lugar a otro, convidándose datos, comunicados de prensa, declaraciones de autoridades; y en el de hoy campea el trabajo individual, cada uno en su computador pero alerta a los millones de computadores encendidos a lo largo y ancho del orbe. La paradoja estriba en que mientras en ese periodismo anodino de los ochenta el público recibía noticias diferentes y golpes periodísticos entregados por diversos medios que se jugaban la vida en eso; en el periodismo brillante y colorido de estos días el resultado se parece más a una masa homogénea e insípida de contenido noticioso que a la antorcha de la verdad.
Sumo ya varios años despertando en la mañana con una sensación de desasosiego en la cabeza, como si se me viniera encima un tiempo de angustia. La mayoría de las veces se me pasa al levantarme, y ya cuando me dirijo al café me siento algo más confiado en la existencia. 
Tuve un mentor en mis años de adolescencia; era mi guía espiritual, a quien reverenciaba, un seminarista joven, sano, vigoroso, imbuido de un optimismo y una felicidad que le salía por los poros. Paseábamos de noche por las calles de mi ciudad, como si él fuese el filósofo y yo su aprendiz; una vez me confesó que nunca había tenido una pesadilla, que siempre sus sueños eran felices. Yo me quedé helado, no podía concebir que uno fuese capaz de administrar el contenido de sus sueños; pensaba que los sueños llegaban de otra parte y que podían ser buenos, malos, insólitos, pesadillescos, incestuosos, lo que tocara en suerte. 
Una de esas noches pasamos frente a un mendigo tirado en el suelo; era invierno, hacía frío. Mi consejero se agachó, le regaló unas palabras compasivas y le puso en la mano un billete de gran valor, unos veinte mil pesos al día de hoy. Mi maestro era un hombre de pocos recursos, los que le destinaba la Iglesia para su diario vivir, pero en ese instante se desprendió de ellos con una facilidad que me abismó, y no lo hizo para darme un ejemplo, lo noté en su semblante, sino realmente para aliviar, entregarle un soplo de esperanza a ese pordiosero, quien recibió el billete con la mirada perdida y una sonrisa en los labios.     

viernes, julio 08, 2022

Blanda luz que baña la copa

Blando sillón en blanda hora, blanda luz que baña la copa y modera la escena. 
El ambiente va forjando leves espejismos; los espejismos derivan en terrores cotidianos, provienen de otra esfera imposible de aclarar; perceptibles en la opresión del pecho, en una vaga incertidumbre, en la aspiración del sueño, en un llamado a la calma, el cálculo de las vías de escape.

jueves, julio 07, 2022

Vistazo en diagonal a un conjunto de casas de clase media

Examiné con más detalle el pueblo y me gustó. Las nubes altas le imprimían al barrio un brillo parejo, sosegado. Por la calle pasaba una camioneta vendiendo verduras; su motor ronroneaba desganado. El pueblo no ofrecía grandes novedades y las casas de un piso, una tras otra, exhibían fachadas limpias detrás de sus antejardines protegidos por ingenuas rejas. Eran todas casas de clase media, de empleados que se ganaban honradamente su sueldo y que a esa hora se hallaban precisamente en sus trabajos; casas que aparentaban no ofrecer vida, pero en las que se adivinaban tardes y noches mansas, placenteras. 
¿Y si viviera aquí, por qué no, qué me lo impide? No me agradan las casas con arbustos de hojas verde oscuro a las entradas, las casas que reciben en la sombra al forastero; no elegiría una así. Tendría que ser algunas de estas que estoy mirando en diagonal; casas sencillas de un pueblo silencioso, moderado.
Incluso aquella de color blanco que se divisa detrás de todas, a los pies del cerro, con aires de mansión provinciana, de balcones y ventanas en aguja; incluso para esa alcanzaría el presupuesto, aunque a mis amigos les parecería una humorada de las mías, una excentricidad de la que se beneficiarían no acorde con la mofa de sus buenos corazones.
Me han dicho, sí, que un solo espectáculo desentona con la placidez del pueblo. Es el que suele dar un tontorrón que se pasea desnudo, arrastrando la verga por la tierra; un grandote de escaso entendimiento que va hacia el campo en busca de animales. Pero lo hace en la profundidad de la noche, calladamente, y cuando regresa a su hogar aún no ha amanecido. 
En cuanto a las necesidades esenciales, aquí están solucionadas. Y ya sé que hay una micro que la comunica con las ciudades mayores. Si tuviese que ir al médico tomaría la micro de las tres, me atendería a las seis y volvería a las ocho, para llegar un poco pasado de hora a la cena.  

sábado, julio 02, 2022

Un cuento natural

Una epidemia de gripe devastaba la ciudad; su ataque se ensañaba con los ancianos y los niños.
El hombre llegó esa tarde a la biblioteca, como de costumbre. La encargada le entregó el libro de siempre y él no le dijo nada, como si no hubiese reparado en su ausencia. Buscó el rincón más lejano, dejó su libreta y un lápiz sobre la mesa y se sentó a leer. La mujer volvió a sus ocupaciones, que no eran tantas, y el silencio retornó al lugar. Llevaba ella una blusa negra y un abrigo negro de lana y sobre su escritorio, al lado del computador, un pequeño marco de madera destacaba la foto de una niña en traje de primera comunión. Disponía de una estufa eléctrica para calentarse los pies, no así los visitantes. El recién llegado vestía una parka cerrada hasta el cuello. El frío húmedo de los atardeceres invernales atacaba desde todos los ángulos de la sala, aunque sin rebasar el límite de lo soportable, gracias al encierro. Los pocos asistentes daban fe de que el acto de leer en dichas circunstancias debía resultar forzoso, imprescindible.  
El hombre de la parka debía de tener entre veintisiete y treinta años; su apariencia era la de un oficinista de menor nivel y su delgadez, la típica de quienes se podrían dar un banquete sin sumarle al cuerpo un solo gramo. Sus ojos iban y venían, huidizos; el pelo opaco peinado hacia atrás dejaba al descubierto dos grandes entradas que anunciaban una calvicie inevitable. De lejos tenía un parecido con el malogrado actor John Cazale.
Pensaba, ofuscado, casi echado en la mesa, en la fórmula para dar con su cuento, un cuento diferente, un cuento que sumara los tres pilares que resumieran su perfección: estructura granítica, indestructible, a prueba de agua y de sal; argumento desconcertante con un final sorpresivo que dejara deslumbrado al lector; estilo afilado, de tono neutro; y de llapa una suerte de fuerza invisible: la chispa revolucionaria que lo dejase anclado en un momento de la historia. Había tantos cuentos que respondían a esa fórmula, las estanterías de la biblioteca se hallaban rebosadas de obras maestras que lo llamaban con sus manos de papel. Era cosa de recordar, agitar, sintetizar, crear algo nuevo a partir de algo consagrado; mirar un poco hacia afuera y mezclar con lo que guardaba en su interior. Pero seguía enrabiado consigo mismo; no era capaz de hallar la fórmula, no andaba ni cerca; llevaba meses viviendo dentro de una tortura abstracta; sus problemas no lo dejaban en paz, y el frío ni siquiera era uno de ellos. El plazo vencía...
De aquel libro, al que acudía con esperanza y obsesión, había leído la opinión de Truman Capote, laureado escritor con menos ambiciones que las suyas, para quien la forma correcta de un relato era "simplemente descubrir cuál es la manera más natural de contarlo"; esto es, un cuento que no pudiese ser narrado de otro modo. 
Faulkner confesaba en el mismo volumen que el entorno ideal del escritor es "cualquiera que pueda proporcionar ciertos niveles de paz, aislamiento y placer a un costo no demasiado elevado. Si el entorno no es el adecuado -agregaba-, lo único que conseguirá es que le suba la presión, y desperdiciará demasiado tiempo combatiendo su frustración y su rabia".
Hemingway ponía un énfasis especial en la seguridad financiera y las preocupaciones. "Se puede escribir en cualquier momento, siempre y cuando te dejen en paz y no te interrumpan. En ese caso, la seguridad financiera es una gran ayuda, pues te quita preocupaciones. Las preocupaciones destruyen la capacidad de escribir". 
Volvió sobre los párrafos que habían llamado su atención. "Si el entorno no es el adecuado, lo único que conseguirá es que le suba la presión, y desperdiciará demasiado tiempo combatiendo su frustración y su rabia". La fórmula estaba al alcance de la mano: un cuento natural escrito por un hombre libre de preocupaciones financieras, en un entorno adecuado. El congelador en que mataba sus tardes era el mejor entorno de que disponía para dar a luz su creación. Y la fecha se acercaba...
Maldecía su suerte sobándose las manos, abrumado ante su vacío, ante su incompetencia para fabricar novedades y movimiento en sus personajes, que seguían estancados, como sucede luego de una tarde en la hípica. Eran cuatro, anotados en el cuaderno. Un hombre, una niña y dos mujeres, formados como piezas de ajedrez o distribuidos como figuras en una plaza de pueblo, insustanciales. 
Por muy sinceras que fuesen, tal vez por eso mismo, las opiniones de los maestros se le devolvían con los ecos de una farsa: eran frases que reposaban sobre el colchón de la fama, se apoyaban en el respaldo del estrellato; podían ellos decir lo que quisieran y resultaría brillante. De allí que se afirmara en su idea, la geométrica o botánica, la teoría del árbol que abre sus ramas, ramas que a medida que crecen hacia el cielo van determinando la mediocridad o genialidad de una creación. Así, un cuento resultaba ser como un juego de competencia, con la pequeña diferencia de que él podía ir atrás las veces que quisiera. Pero advertía que eso le servía de poco: un buen jugador siempre le termina ganando a un mal jugador, entendida la comparación como la mano que se estampa en el hall de la fama. Mientras más tiempo pasaba, los golpes en su contra iban repitiéndose y el cuento se diluía aplastado por una movida cualquiera, como tantos otros. 
La cruda verdad, cuya alborada comenzaba a intuir, era que no servía para el oficio, que no tenía dedos para el piano, como reza el adagio. La vida le había dado oportunidades, como a los demás escritores, y no las había tomado, no porque no hubiese querido; es más, habría dado una mano por tomarlas, como la dio Cervantes, sino porque nunca sabía dónde estaban, jamás las veía. Los argumentos podían pasar por su lado, vestidos estrafalariamente, y no se daba cuenta. La continuidad, el movimiento, era como la imaginación cuando se pega en una imagen y no avanza. ¿De qué le valía entonces el consejo de Capote, si ni siquiera sabía cuál era la forma natural de contar su cuento? ¿De qué le valían las palabras de Hemingway y Faulkner, si no disponía de un entorno ideal y menos, de alivio financiero? Lo único que le quedaba era echar ramas en su árbol famélico, el árbol de la primera persona, el árbol del centro del desierto. 
No conseguía desprenderse de sí mismo. Coincidía con sus "colegas" en que un escritor con problemas equivale a una página en blanco. Y por ser problemas de la talla de los que sufre todo el mundo es un milagro que produzca un párrafo.
La puerta de la biblioteca se abrió con suavidad; entró una mujer con una niña en brazos. La bibliotecaria se concentró en la escena. La mujer ojeó el lugar hasta encontrar a la persona que buscaba. Se acercó en puntillas y le susurró por encima del hombro: "Mario..." 
El hombre de la parka, el hombre que luchaba contra sus demonios creativos, volvió el rostro, desconcertado. "... La niña está ardiendo en fiebre".
La bibliotecaria reparó en las ojeras, los labios azulados, los jadeos de la pequeña. El hombre se levantó y las acompañó al paradero, en la esquina de la plaza. La bibliotecaria miró por la ventana. La mujer arropaba a la niña, mientras el hombre, cabizbajo, se rascaba el pelo. Con un hilo de voz, ella le repetía algo con insistencia; él sacó unos billetes del bolsillo, se los entregó y les dio la espalda. Estaba a punto de entrar nuevamente a la biblioteca cuando lo que pareció ser el signo de un detestable remordimiento en su rostro lo hizo devolverse al paradero. Pasó una micro, subieron los tres y la máquina continuó su recorrido.  
La bibliotecaria se dio a la tarea de volver a las repisas los volúmenes devueltos ese día, como si evitara volver la mirada al retrato.
La epidemia alcanzó su punto más alto. La televisión explotaba el sufrimiento humano; las portadas de los diarios mostraban escenas de conmoción en hospitales, cementerios. Algunos de los títulos recogían frases que culpaban a las autoridades, otros se remitían a la fuerza natural del fenómeno. Se vivía una sensación generalizada de duelo, a la que se sumaba la pérdida del asombro, odiosa compañía que suele teñir de gris los males que se van quedando en el ambiente.
Cuando el hombre entró nuevamente a la biblioteca habían pasado tres semanas. Lucía demacrado; su parka daba cuenta del gusto que se estaba dando el sebo sobre ella. La encargada le hizo un leve gesto, equivalente a un saludo. Extrajo del escritorio el cuaderno y el lápiz olvidados en su última visita y se los puso sobre el mostrador. El hombre los tomó severamente, pidió el libro de costumbre y se sentó en su rincón. El plazo había vencido, pero nunca faltaba un concurso al que postular.
Releyó lo anotado:
"Los grandes escritores se burlan de mí en mis propias barbas. Ellos saben y adivinan, por eso confiesan sus secretos sin dar la fórmula que resuma su perfección: estructura granítica, argumento con final sorpresivo, estilo neutro, y una chispa revolucionaria que lo deje anclado en un momento de la historia. De lo que entiendo, sería entonces cosa de recordar, sintetizar, mirar un poco hacia afuera, mezclar con lo que guardo en mi interior y contar el asunto de una forma natural. Pero afuera no veo nada digno de interés y por dentro sigo enrabiado. No soy capaz de hallar la fórmula, no ando ni cerca; mis problemas no me dejan en paz, y ahora ni trabajo tengo...
¿Cómo se escribe un cuento natural? ¿Admitiendo mis limitaciones? Eso sería para mí un cuento natural... pero entonces... sería un cuento limitado... porque yo soy un escritor limitado... eso no conduce a ninguna parte... Tal vez un cuento sobre un hombre hundido en deudas, víctima de injusticias laborales... qué ordinario... Un cuento con amantes... qué vulgar... Mejor un cuento fantástico, alejado de mi inteligencia y cercano a mi alma... O un cuento hípico, vicioso... Sí, pero... dónde meto a mis personajes... Y cómo mejoro mi entorno... con qué plata... 
Mala suerte... me afecta, me destruye el vacío al que me han llevado... mi incompetencia para fabricar personajes... Pero voy a resistir, la vida no me la va a ganar... escribiré un cuento y ganaré un concurso... y seré famoso... Saldré en diarios y revistas... firmaré ejemplares... la plata entrará en carretillas... Jajajá... Soñar no cuesta nada... Perros babosos..."
La nube de desaliento pareció verse recompensada por un rayo de inspiración que le iluminó los ojos. Antes de que la idea se le fuera de la cabeza tomó el lápiz y escribió:
"Un golpe de suerte
Jack abandonó la oficina sin despedirse de su jefa, que lo miró con la boca abierta. Le dijo que no volvería más y la jefa le echó una maldición y después contrataron a otro empleado. Pero a Jack no le importó quedarse sin trabajo, porque sus planes eran más ambiciosos. Tomó un taxi y se fue a las carreras... En la última carrera, cuando todo estaba perdido, Jack le apostó a un caballo llamado... Relincho... y se ganó el premio trifecta... Sí, voy bien... Un cuento afortunado con final trágico... Jack se va a celebrar a un casino, gasta la mitad del premio en fichas y... cuando llega a la casa... su mujer lo reta porque llegó tarde... su hija no puede decirle nada... está... durmiendo...
¿Y qué sigue después? Lo dije todo en un párrafo y no se me ocurre qué agregar. O sea... si al otro día la jefa le tocara la puerta y le pidiera que volviera al trabajo... pero Jack no quiere volver a ese trabajo... le diría que no... Entonces aparece de nuevo su mujer y le pide plata... siempre plata... todo se reduce a la plata... qué vulgar... A Jack le queda aún del premio y le da unos billetes, pero se guarda la tajada del león y vuelve a las carreras..."
Una niña que asomó la cabeza por la puerta le rompió la inspiración. La encargada la reconoció. La niña corrió enérgica hacia el hombre de la parka; su madre esperaba afuera. Saltó a sus rodillas y lo abrazó. "¡Papito, vamos a jugar a la plaza!"... 
"¡Shhh!...", la hizo callar la bibliotecaria.   
El hombre condujo a la niña de la mano, la dejó con su madre, discutieron unos segundos y se devolvió a la biblioteca.

lunes, junio 20, 2022

Poema y prosa

Quisiera aprender de los poetas la matemática de la libertad. Versos oscuros, lectores confundidos, lluvia de dardos zumbando al oído; y de pronto un flechazo, la conexión.

Un sol venido de una nube complicada
Intuyó la minusvalía del poder 
Se acható con su luz
Se alimentó de su fuego
Y fue surgiendo entre las nubes

Un sol irradió calor a sus estrellas enanas
Se asomaba cruel desde la altura
Hiriendo y quemando
Crecieron plantas y corrió sangre como el río furioso

Un sol venido para hacerse cargo del sistema
Marcado por su origen
Una nube complicada

¿No sería más sencillo y más osado confesar que nací mirando a mi padre, sus virtudes y defectos, que me responsabilicé de él, tal como luego lo hice con mis hijos, sin llegar jamás a ser yo mismo, mi sol mío?
He aquí el contradictorio sol de este sistema: máximo egoísta, hijo y padre a cargo.

miércoles, junio 08, 2022

Una habitación estrecha en un día de lluvia

Siempre me han inquietado las habitaciones estrechas en días de lluvia, esas mañanas inútiles en donde dos a tres personas se pasean, se estorban, se disputan el minúsculo espacio sin tener gran cosa que hacer. Los niños ya visten el uniforme con que acudirán al colegio y se entretienen, si es que cabe una palabra así, tan optimista, mirando las moscas en los visillos; la sirvienta encera el piso de tabla y la casita se llena de olores oscuros que la ventana no consigue disipar. Un silencio penetrante completa la húmeda escena. 
De niño nunca conocí el horror, salvo, desde luego, el que me infundían las arañas. Pero era ese un horror del que se podía escapar. Bastaba con que la araña volviera al nido o con que mi madre le diera un zapatazo (eso era mejor) para que la sensación se extinguiera. Yo no sabía que otros niños podían sentir horror, y aún creo ignorar en qué medida el horror puede apoderarse de sus almitas inocentes, hasta dejarlas convertidas en una cebolla frita, aceitosas y retorcidas. El horror recién lo vine a conocer en el año que media entre la juventud y la madurez.
Esas mañanas de casa oscura, sin embargo, se me quedaron en la cabeza; creo que me he pasado la vida fugándome de ellas, huyendo hacia las llamas de la chimenea, hacia los atardeceres y las noches sosegadas, en las que la cálida luz de una lámpara ilumina las páginas de un libro y el contorno de un vaso de whisky. Es la fuga del condenado hacia el huevo que lo aísla de la incertidumbre, lugar común que desprecio apenas lo escribo, pero que ofrece una idea lejana del misterio que ha salvado a los niños cuando han estado a un paso del horror.

domingo, junio 05, 2022

Entrada la mañana

A Benicito

A pesar de los muros, las barreras, la montaña inobjetable, la pasión con que te aferras a los soles colorados que te asombran, entrada la mañana verás tu reflejo en el agua y la serenidad de la onda esmeralda refrescará tus ojos. 

lunes, mayo 30, 2022

La herencia

El faro emite una luz mortecina; la barca se aleja de la costa y va entrando al mar desconocido. Los marineros reciben la ración nocturna bajo las estrellas que se cubren de nubes grises; presagian tormenta. El capitán reparte palabras, gestos y miradas.
Heredé cuartos cerrados pendientes del sonido de la llave, palabras suaves y severas, alegrías maliciosas, dos ríos de lava negligente. 
Di en herencia ojos nerviosos, alegrías malvadas, quejas, censura.

jueves, mayo 26, 2022

Tributo a Gary Brooker

Enterado, con meses de atraso, de la muerte de Gary Brooker, vocalista de Procol Harum y autor de los grandes éxitos del grupo británico junto a su amigo el poeta Keith Reid, mi corazón ha rebosado de melancolía. Hay días como este en que, apegado a cualquier pretexto, me descubro revisando una y otra vez sus temas en Youtube. Entonces me invade una dulce tristeza, algo así como la blanca palidez que baña su rostro de fantasma, el rostro de Ella. 
Procol Harum es un conjunto que recuerdan los de mi generación, mejor dicho, unos pocos de mi generación, que es la generación dorada de The Beatles, The Rolling Stones, Woodstock, Adamo, Leonardo Fabio, Gilbert Becaud, Domenico Modugno, Los Iracundos, José Alfredo Fuentes, Cecilia, Violeta Parra, Víctor Jara. Nunca vinieron a Chile porque sospecho que pocos habrían pagado por verlos. A Procol Harum se lo tragaron tempranamente los monstruos de la música rock y la relativa complejidad de sus creaciones.
En mi tiempo y aparte de los temas de la segunda etapa de The Beatles, hubo dos canciones que me estremecieron al oírlas por primera vez. Una de ellas fue A whiter shade of pale y la otra, Good Vibrations. Más adelante me ocurrió algo parecido con Still crazy after all these years, la notable invención de Paul Simon en la que de la nada irrumpe un brutal cambio de tonalidad. En cuanto a la primera, sin conocer la técnica del contrapunto y no habiendo escuchando antes a Bach, me impresionó un "descubrimiento" que atribuí a mi oído musical, pues parecía que nadie se fijaba en ese detalle. Se trataba de que la melodía dominante corría como un río subterráneo desde el órgano que tocaba Mathew Fisher, mientras la segunda melodía, que cantaba Gary Brooker, se revelaba desde la superficie como una secundaria y lejana imploración. Pasarían años antes de que me avergonzara de mi hallazgo: la ocurrencia tenía doscientos cincuenta años de antigüedad. Good Vibrations, por su parte, destacaba por su estructura de popurrí, con cambios de ritmo y arreglos vocales desconocidos para mi nula formación musical. Los había ideado Brian Wilson, un genio que sufría lo indecible por vivir a la sombra de los Beatles.
Quiso el destino que además me topara a estas alturas de mi vida con la serie televisiva The Flying Circus, de Monty Phyton, y es como si el círculo se hubiese completado. Aquel humor absurdo y aquellas imágenes pasadas de moda -mezcladas con las vírgenes vestales de la antigua Roma, las que custodiaban el fuego eterno, y con los relatos del viejo molinero- evocan a Schubert y a Yeats y lo que finalmente asoma a través de esa amalgama romántica son ganas de detener el tiempo, acariciar al personaje femenino de la canción antes de que el fandango se diluya y la habitación vuele por los aires, y despedir con un abrazo a Gary Brooker, desearle un buen viaje y darle las gracias por haberle regalado un puñado de latidos a mi corazón.
No existe una razón; la verdad es fácil de ver...   

martes, mayo 24, 2022

Dentro de uno mismo

¿A qué se reduce todo?, a uno mismo. Y aquello a lo que se reduce todo hay que buscarlo dentro de uno mismo, pues ahí se halla el resumen de la Creación; no es uno más que eso, pero lo es todo; así se da el hombre por completo. 
El hombre está destinado a ayudar a sus semejantes y es mi aspiración hacerlo a través de mis palabras, dándome a mí mismo. Alejada la vanidad de esta esperanza, mi anhelo sería llegar al mundo entero. Sin embargo, con uno que me haya leído ya sería bastante, aunque no suficiente; aspiraría a un poco más que eso. 
Desearía que mi mensaje se extendiera. Yo soy el mundo y mis hermanos me acompañan en el viaje, hasta los de más lejanas tierras y más lejanos tiempos; ellos me nutren y así conformamos la unidad, unidad que solo se nos revelaría en su esplendor desde la superficie de Plutón: una lucecilla brumosa, visible a través del telescopio, destinada a la extinción. 
A la distancia el mundo tiende a condensarse; de cerca se va abriendo y ya dentro de uno mismo asoma el vacío.
Cada pueblo enarbola su verdad, y no es bueno despreciarla.

miércoles, mayo 11, 2022

La cama

El pináculo de la catedral se mecía en la dirección del viento tormentoso. Adentro, los fieles oraban de rodillas y las esperanzas menguaban. 
El asesino andaba suelto.
Las noticias informaban que se había metido a una cama, dándole muerte a otro advenedizo de un golpe en la garganta, lo que había dejado a la mujer desnuda a sus expensas.
Los ruegos no alcanzaban a llegar a las ojivas; antes que eso el viento los desviaba hacia las puertas laterales, que se abrían y cerraban  según los apetitos venidos del cielo.
Metros más al norte, sobre el escenario del teatro a oscuras, desfilaban los dobles del asesino en grupos de pares. Era una escena inquietante, digna de una pesadilla.