Ya va siendo hora de relataros las peripecias que esta alma en pena vivió durante los sesenta días en que no pudo disponer del humilde vehículo de su propiedad, debido a una falla eléctrica. Lo usaba (se entiende que me refiero al alma en pena, aunque desde este momento dejo de usar el epíteto, para evitar críticas a una malintencionada autocompasión); repito, lo usaba, como es de estricta lógica inferir, para el desplazamiento regular hacia el pueblo y por efecto inverso, desde el pueblo a mi cabaña (la cabaña de la ex alma en pena), ubicada a tres kilómetros y doscientos metros de la esquina donde se halla la sucursal de BancoEstado, uno de los puntos de referencia de Frutillar Bajo; digamos, su límite norte, siendo el límite sur el Teatro del Lago. Entre ambos edificios se extiende una breve y hermosa costanera de unos ochocientos metros. No es el momento indicado para describirla, pero ya que estoy en eso, diré que destacan en ella las pocas casas de colonos alemanes que aún se conservan en pie, las iglesias católica y luterana, más bonita la luterana que la católica, el muelle de dudoso gusto desde donde incia su viaje turístico un barquito que recorre una parte del lago Llanquihue;l cuartel de bomberos, un par de cafés (el Chucao y el Herz), ambos en calles perpendiculares a Rodolfo Philipi, nombre de la costanera; la cervecería La Tropera, que vende una insuperable Strong Lager de 7,6 grados de alcohol; el Rigo's Bar, donde atiende Ciro, ex bartender de La Tropera con el que he hecho buenas migas, aunque el Rigo's está algo más al sur del Teatro del Lago, no cuenta para esta descripción; iba a decir que esa cerveza llena todo mi gusto y la consumo antes de retornar a mi cabaña, cada vez que bajo de la biblioteca, alrededor de la una y media de la tarde, lo que equivale a hacer un aro en el camino, un momento de socialización con las encargadas o encargados de la barra, así me fui haciendo amigo del Chino Ciro, así le dicen por la forma de sus ojos, aunque amigos no es la palabra exacta... compinches tal vez... más honesto sería algo así como la relación que se da entre el solitario cliente y el barman paciente, momentos que en todo caso me recuerdan que aún tengo lengua y cuerdas vocales para hablar, y tal vez alguna idea para ensayar; ideas básicas, se entiende, llovió harto anoche, cómo zumbaba el viento, si hubiera tenido tapones me los ponía; claro que sí, don Sergio, ¿otra cerveza? No, con mi cañita tengo...
Corría el fatídico domingo 11 de febrero, Frutillar se hallaba plagado de turistas. Salí del supermercado, encendí el motor, el auto corcoveó y se detuvo. Qué saco con hablar de la causa, si hasta el último día, el día del tarjetazo de 605 mil pesos, no la conocí. Así que ahí quedó, varado en la calle, a la intemperie, en pleno centro de Frutillar Alto y yo, con lo ansioso que soy, imaginando las peores tragedias mientras lo abandonaba como se abandona a las personas que uno va a ver al hospital, claro que sin enfermera que lo cuide por la noche. El autito parecía que se hubiera puesto a llorar en silencio mientras me iba alejando de él, nadie me sacaba de la cabeza que lo suyo al mirarme a la distancia era un ruego de perdedor, ¡no me dejen solo, me van a robar, me van a romper los vidrios!, cara de angustiado le encontré.
El pobre durmió solo. A la mañana siguiente lo fui a ver. Ahí estaba. Donde mismo. Ya era lunes, hacía frío, estaba soleado, ese sol filudo del sur que en este caso derivó pronto en un sol veraniego, amigable, que pone roja la cara en minutos. ¡Sin recriminaciones, muchacho!, le advertí a mi autito, no vayan a creer que se lo dije en voz alta, somos amigos, ¿por un minuto pensaste que te había abandonado?, ¡pero cómo! si te necesito más de lo que tú a mí, ¿no lo entiendes? Mi mente desvariaba pero en el fondo estaba relativamente calmado. Nadie se lo había llevado, nadie le había quebrado ningún vidrio; ahora solo era cosa de que lo viese un mecánico.
La tentación del masoquista que late en mis venas me lleva a escribir sobre la de manos que se han metido a intentar resolver el problema, empezando por la del cabo Jonathan, que se hace pasar por experto en configurar llaves desconfiguradas en sus horas libres, pituteros los llaman, poseedor de secretos revelados a través de sus misteriosos escaners y otros aparatos aún más raros confeccionados para detectar mágicamente la falla en el arranque, cualquier falla, salvo la de mi auto, lo siento amigo, no me anda, no hay caso, mañana vuelvo, hay que meterse en la cablería, aquí tiene la llave, ¡pero cómo, si parece un esqueleto!, es que tuve que sacarle el chip y para eso había que romper la goma, pero le puse de nuevo el chip y lo pegué con huincha aisladora, cuidado, no se le vaya a soltar; a todo esto con mi mujer, mi hijo, mi nieto y mi nuera veraneando en la cabaña, sin poder desplazarlos a ninguna parte, obligados a la solución Uber, que acá es mahometana, hay como tres autos y nunca acuden, rara vez, una de cada quince.
¿En qué estaba? ¿Ya conté lo de don Lorenzo Ocares? No, no lo he contado. ¡Cómo le rogaba al hombre, temprano el lunes por la mañana!, el autito atado a una cuerda gracias a una gauchada de mi amigo Alejandro, el maestro que me puso el estanque de agua para controlar la presión del vital líquido, que en mi parcela funciona al revés de los mortales, un chorro infernal apenas se abre una llave cuando en otras casas sale una gotita... ahora todo anda mejor, digo las llaves del agua, no las del auto, el auto sigue sin andar; las cañerías dejaron de sufrir y así se trabó lo que se podría llamar una ligera amistad con el maestro Alejandro, yo lo remolco don Sergio, no se preocupe, para eso estamos, quién lo iba a decir, un auto en pana descubre amaneceres, hace renacer esperanzas, toc toc toc quién es, soy yo, qué se le ofrece, ¿no es usted don Lorenzo Ocares? Para servirle. Me han dicho que es el mejor mecánico de la zona, ¿quién se lo dijo? Un amigo que conocí donde venden plantas, cerca del club de yates. Cuando lo vea se dará cuenta al tiro que es él, un grandulón de buzo, me dijo; ah, Hugo Morales, pero le pone, tan grandulón no soy, acaso mediré uno noventa, ¡véame el auto por favor don Lorenzo! Qué le pasó, quedé en pana ayer domingo en el EcoMarket, metí la llave, me corcoveó y no me anduvo más, déjemelo, ¿tiene la llave de repuesto para probar? No, parece que me lo vendieron sin llave de repuesto, o debe de estar en Santiago. Sería bueno tenerla. Voy a llamar a Santiago, pero mientras trate de arreglarme el auto. Hoy no puedo mañana sí. ¡Gracias! ¿Aló, Vale? ¡Hola papá! Ve si en el cajón hay una llave de Suzuki. Sí. Muéstramela por videollamada. Esta es, ¿la ves? Sí, pero acércala para ver si tiene chip. No tiene chip. Entonces no es, debe ser la del auto del Matías. ¿Cómo lo están pasando? Mal. ¡Por qué! Estoy en pana del domingo, el auto no quiere andar. Pucha, ojalá que se arregle pronto papá. Chao Vale, gracias. Chao.
Aló señor Mardones, ¿Don Lorenzo? Sí. ¿Me tiene buenas noticias? No me la pude, llévelo donde Berríos. Quién es Berríos. La concesionaria de Puerto Varas. Y cómo lo llevo. En una grúa, llame a Richard Altamirano, yo le doy el teléfono, él lo lleva por cincuenta o por sesenta. Vamos gastando, la concesionaria me saca de entrada 175 mil por el puro diagnóstico. Aló señor Mardones, habla Walter de la concesionaria, no se escucha señor Walter se le fue la señal, aló ahora sí, diga, tenemos el diagnóstico. A Puerto Varas los boletos. Buenas tardes, sí dígame. Vengo por el diagnóstico. Espere en la salita de al lado (espera que te espera). Ahora sí, adelante, pase. ¿Está listo el auto? No. No sabemos lo que tiene. Para empezar a investigar necesitamos cambiar las cinco chapas y las dos llaves de repuesto. Si están las chapas y las llaves en Santiago es cosa de siete días, si no están hay que traerlas de la India, son como cuarenta y cinco días, todo eso con la obra de mano saldría un millón 450, más no sale. ¿Y si no anda? Habría que seguir investigando. ¿Aló, Richard? ¿Don Sergio? ¿Puede venir a buscar el auto con la grúa?, que aquí me están viendo las huevas. Claro, en un rato estoy ahí. (Al rato) ¿Qué le pasó? Me lo llevo, me querían sacar un ojo de la cara.
Al final encontré un garaje caro, pero honesto. Examinaron el auto dos semanas hasta que dieron con la falla. ¿Don Sergio? Sí. Javier Toirkens. ¡Hola, cómo está! Parece que le tengo buenas noticias. ¡No me diga, parto volando! Y a eso quería llegar: volando no me fui, sino a dedo, porque no hay mal que por bien no venga. En estos sesenta días caminé más que nunca por la orilla del lago y aprendí a hacer dedo, a confiar en la bondad de la gente, a eliminar prejuicios, el prejuicio del cuatro por cuatro gigante que no va a parar, el prejuicio del Mercedes Benz que pasa rajado dejándome con la mano estirada, el prejuicio de la señora rubia que mira en menos, el prejuicio del ingeniero sobrado, el del constructor distraído, el del matrimonio de jubilados desconfiados, y a todos con el mismo cuento, llevo dos meses en pana, yo vivo en la parcela de más allá, se me desonfiguró la llave de contacto. Hasta de amigos me hice, el matrimonio de Aníbal y Kristina, su esposa rusa, con sus dos hijitas, Elena y Sofía, un siete. Brent el vulcanólogo neozelandés; Pato, girosintornillos amigo de Aníbal, el otro día nos comimos un asado en su casa, la de Aníbal, después almorzaron en la mía, hablamos de cine, de política, de fútbol poco, no le gusta mucho el fútbol. Me pidió que lo acompañara a sacar una Runner que traía de Punta Arenas por Bariloche, llegamos a Osorno, me entregó el Mercedes y él condujo la Runner; después lo acompañé a Puerto Montt a sacar un Defender que traía en el ferry y casi dejo la escoba, se me detuvo el motor en una subida, los camiones tocándome la bocina y yo no hallando qué hacer... aventuras para contarle a mi familia, cuando vengan a verme.
Cómo está, Javier. Adelante. ¿Se arregló? Sí, ahí tiene su auto, impecable, lavadito. ¿Y qué le había pasado? Una falla tonta, el dueño anterior... no, era una dueña... la dueña anterior le había puesto un cortacorriente que pasaba por dentro del fuelle de la palanca de cambios. Le tomé una foto. Mire, ahí estaba el interruptor, ¿lo ve? ¿Esa cosa cuadradita? Esa. ¿Y qué pasó? Pasó que cuando usted salió del supermercado abrió la puerta y le empezó a sonar la alarma. Usted o alguien que lo esperaba dentro del auto comenzó a accionar botones y sin querer pasaron a llevar el fuelle y apagaron el interruptor que estaba adentro. Era cosa de volver a encenderlo y listo, ¡pero quién iba a saber que allí estaba alojado un cortacorriente, había que ser brujo!, a nosotros nos tomó dos semanas descubrirlo, imagínese que le hubiera dejado el auto a Berríos y que le hubieran cambiado las cinco chapas por las puras.
Y así termina este cagazo que me salió como un millón. 605 mil el arreglo, 120 dos grúas, una de ida a Puerto Varas y otra de vuelta a Frutillar, 175 el "diagnóstico" de Berrríos, diez lucas el cabo Jonathan y un vino reserva a don Lorenzo que no me cobro nada, "porque si yo no arreglo un vehículo no cobro", ¡esa es de hombre, no como los estafadores de la concesionaria!
De vuelta la alegría y la esperanza, mis buenos momentos se han reducido a muy poco, los malos priman, está escrito. Por más que la vida abra puertas, en el ser humano (hasta donde sé, yo me matriculo en dicha especie) existe la tendencia innata a volver a las antiguas costumbres apenas ha pasado la desgracia y ha retornado la normalidad. En lo que a mí respecta, la categoría de mis sueños ha vuelto a transitar de castaño a oscuro, color de hormiga, como se dice. Algunos los consigo recordar, a mi pesar. Lo que vale es que a mitad de la noche despierto con la sensación del vago malestar, cercano al miedo, de la persona que ha perdido la fe. Antes de volver a dormirme alcanzo a pensar: se me viene todo un nuevo día por delante.