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viernes, marzo 10, 2023

Qué significa ser bueno para la cama. Esbozo exploratorio

El título del presente ensayo guarda relación con el revolucionario ascenso del movimiento feminista en los últimos años; de allí que, correctamente leído, reitero, el título, formularía la expresión de una mujer que define el comportamiento de su compañero de aventuras en el lecho. Esto, adelantándome al meollo de la tesis, porque quien mejor podría calificar a un hombre bueno para la cama es una señora que ha gozado de sus virtudes amatorias (se comprende que tal calificación también podría provenir de un varón invertido). Mas supongamos que estamos en presencia del primer supuesto. Si en una reunión social se pronuncia discretamente la frase "el gásfiter resultó ser muy bueno para la cama", se entiende que ha sido pronunciada por una dama de respetable posición social, casada, aparentemente insatisfecha, mientras le confidencia a sus amigas la performance de su sorpresivo amante ocasional. Si la conversación hubiese versado sobre su marido, es probable que habría utilizado conceptos menos francos o habría guardado silencio, salvo que su consorte tuviese la costumbre de sufrir de impotencia al intentar cumplir con sus obligaciones conyugales o fuese dueño de un pene diminuto (el popular maní). En tal caso mi experiencia profesional me lleva a asegurar que la dama deslizaría la tragedia personal a sus amigas a modo de velada advertencia, con el fin de que estas leales compañeras de jornadas rutinarias acompañadas de daiquiris, caipirinhas, cosmopolitans y margaritas no se lo levanten, me refiero al marido, no al órgano viril del marido, pues quien habla había omitido el dato de que su marido, el de la dama, no el de quien habla, pues quien habla tiene esposa, no marido, digo que el marido de la dama es un palogrueso, de lo que se desprende que no sería raro ni reprochable que todo aquello se diese en un contexto de sana envidia surgida al calor de una reunión en que el grupo femenil se hallare un tanto pasado de copas. 
Si, por el contrario, este ensayo se hubiese intitulado "Qué es ser buena para la cama" daría la falsa primera impresión de un trabajo de autoría femenina, aunque el ojo atento detectaría que estaríamos en presencia de un artículo sexista escrito por un hombre. Debiese causar entonces cierta sorpresa en los círculos académicos que el autor de este ensayo sea un candidato a doctor de sexo masculino, de lo que doy completa fe, en mi calidad de ser yo mismo el autor del ensayo, tal como yo mismo era la tercera persona en la frase antes ideada, aunque en estos tiempos nunca se sabe. 
Más de alguien objetará cualquiera de los dos títulos y afirmará que se refieren a la postura de un hombre que habla del placer de una mujer, como a la de una mujer que habla del placer de un hombre, dejando fuera la alternativa de los nuevos sexos que han emergido con fuerza en el Siglo XXI. De manera que el responsable del ensayo, exigirán estas voces, debiese ser un representante del tercer sexo y el proyecto tendría que encabezarse con el título políticamente correcto, de acuerdo con estas mentes posmodernas, de "Qué es ser buene pere le queme", símil de los visionarios versos que cantan desde hace cien años: "Le mer estebe serene, serene estebe le mer...". 
Volviendo con la tercera persona, el autor de este opúsculo ha decidido no sucumbir a la retórica semántica. Y para dejarlos a todos medianamente satisfechos, ha separado la pregunta atendiendo a la unanimidad de los géneros disponibles en el mercado, exceptuando el tocuyo, el brocato, la seda y el percal. Así, nuestros lectores conocerán las diferencias y semejanzas entre un hombre bueno para la cama, una mujer buena para la cama y une ser, para no decir sujete porque sujete huele a agravio; decía une sujete, perdén, une ser buene pere le queme. Volviendo a la primera persona, a aquellas mentes fanatizadas solo me resta sugerirles que la comunidad científica estaría gustosa de dar a luz una obra procedente de aquel respetable sector de la sociedad, en tanto la subsiguiente evaluación no aborte la iniciativa. La lógica y la sensatez indica ir con la vieja Rae en el uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, de modo que "qué significa ser bueno para la cama" incluye a los tres sexos y en este punto no hay nada más que decir.   
Más allá de consideraciones babilónicas, la pregunta de qué es ser bueno para la cama implica para quien se la hace un asomo de inseguridad, salvo que el curioso, o investigador, actúe con fines científicos, aunque no faltan ejemplos en que en aras de la ciencia se encubren motivaciones íntimas, desconocidas, secretas, la más recurrente de las cuales apela a la vanidad.
Entrando en materia, a diferencia del caballo, el perro y demás animales que conforman el arcoíris de la fauna terrestre (léase terrestre, marítima y aérea) y que ejecutan de la misma forma una y otra vez, desde el principio de los tiempos, el acto carnal, con mínimas variantes, el ser humano dispone del procesamiento de la memoria, que es la imaginación. No obstante, esta investigación ideada y llevada a cabo por quien habla ha demostrado que la imaginación humana tampoco es ninguna maravilla. Desfallece y termina por agotarse tras 130 variantes, las mismas que se repiten, al igual que en el caso de los animales, desde el principio de los tiempos. Ni siquiera el Marqués de Sade, Boccaccio y el Kama-sutra fueron capaces de algo más que eso.   
Este esbozo exploratorio se ha basado en experimentos tributarios del informe de William Howell Masters y Virginia Johnson, así como en focus group. En la mitad de los experimentos se encerró a una pareja en una pieza, a sabiendas de que eran observados por cámaras desde todos los ángulos. A la otra mitad se la grabó sin permiso por un hoyito en la pared de un motel, a semejanza del libro de Gay Talese. En cuanto a los focus group, se los dejó hablar a discreción.
Desde luego, lo primero que surgió en los focus group fueron opiniones basadas en prejuicios tales como que una mujer buena para la cama lleva la delantera si posee senos turgentes, trasero en modo Kim Kardashian, inteligencia no muy elevada que evite angustias, crisis y depresiones; ojos azules y voz de Marilyn Monroe. Pero luego, de la memoria de los asistentes fueron saliendo casos que, si bien no contradecían las afirmaciones primitivas, al menos se hacían respetar. Tal era la situación de una persona poco agraciada pero segura de sí misma, de la cual se dio nombre y apellido, que demostraba tanta pasión y gratitud hacia sus parejas que provocaba en ellas una sensación de mayor placer durante el acto, de lo que se concluía que ser bueno para la cama implicaba un beneficio para el receptor de tal conducta, más que para el emisor. Ya se ahondará más adelante en este tópico.
Dentro del focus group se contaba el caso de una mujer de talla XL que invitaba a sus compañeros de trabajo a los pubs del barrio Suecia, cuando existía el barrio Suecia. En la oscuridad de la mesa y al calor de las piscolas les rozaba el miembro con las nalgas, poniéndose de lado. Decían que la mentada oficinista se entusiasmó más tarde con un gitano que pasó por su casa vendiendo pailas de cobre; a las dos semanas lo cambió por un locutor de la radio de Melipilla y ahí se le perdió la pista. Todos los testimonios la caracterizaban como "más caliente que un cautín". 
Otro caso ocurrió con una joven delgada a la que le gustaba hacer el amor en la clásica postura denominada "del misionero". Quien relató la historia pensó al principio que gozaría de una cópula sin aliciente, mas al calor del momento sintió algo así como dos tenedores que le clavaban los riñones: la jovencita se había puesto espuelas sin que él se diera cuenta y le tenía agarrada la espalda con los pies. Movía las espuelas como rodillo para cortar empanadas. "Descubrí que el sufrimiento de las espuelas me estaba empezando a gustar, y al despedirnos de beso le agradecí su ocurrencia", testimonió.
Aunque la palabra fue mencionada solo dos o tres veces, caía de cajón que para los voluntarios de los diversos focus group el factor clave de la persona buena para la cama era su energía. Lo contrario, comentaban los varones, era la figura de la "vaca echada"; en cuanto a las mujeres, para ellas el antónimo de la energía se materializaba en la eyaculación precoz, sin que se detuvieran a considerar que tal fenómeno puede deberse precisamente a un exceso de energía. Cabe considerar que la mayoría usaba el vocablo "ganas". Para el caso de este esbozo exploratorio, energía y ganas pasan a ser sinónimos, aunque estrictamente no se trate de lo mismo. 
Una señora de respetable edad contó que su joven amante era demasiado efusivo; tenía demasiada energía, demasiadas ganas, lo que a ella la terminó por incomodar. No negó que había pasado un buen momento en su compañía, pero en los hechos no lo volvió a telefonear.
Surgieron en los focus group otros elementos para tener en consideración, como los tamaños y el sexo pagado. En este último caso no hubo dos opiniones: por eximia que fuese la meretriz o el prostituto, nada se la ganaba a una relación "por amor". Además pasaron a incluirse en la lista otras categorías lógicas como el sexo casual, la infidelidad, sexo al despedirse (reloj, no marques las horas), sexo en una carpa de circo. El sexo casual, a pesar de la excitación que provocaba en las parejas -hacerlo en una oficina, un baño, una disco, un avión, un bus interprovincial, detrás de una puerta, bajo un puente, detrás de matorrales, en los asientos del taxi- no llevó las de ganar al momento de elaborar un ránking de personas buenas para la cama, ya que los participantes concluyeron que se hallaban ante ejemplos de relaciones sexuales a la rápida, lo que a juicio de ellos contradecía la clave de la excelencia en materia de coitos, cual es su duración más allá de lo normal. Llegado a ese punto y asediado por las damas presentes, un defensor de la eyaculación precoz debió admitir con cierta cuota de vergüenza que el secreto del buen ayuntamiento reside en hacer durante tres horas lo mismo que él hacía en 30 segundos. Sin embargo, los llamados "duraznos" tampoco se llevaron los laureles. En su contra se argumentó que actúan como robots, haciendo predominar el perfeccionamiento y la rigurosidad alemanas por sobre la improvisación latina. En otro orden, casi todos los participantes le concedieron un alto puntaje a "la cuota de ternura" durante el acto sexual, no necesariamente al finalizar este. Las relaciones perversas, morbosas o degeneradas, aunque despertaron interés y no poco asombro especialmente entre las damas, de quienes se especuló que al parecer apelaban al honor femenino disfrazándolo de estupefacción, no figuraron en los primeros lugares del ránking. La rareza, la creatividad y el atrevimiento no necesariamente forman parte de la excelencia sexual, sino que a lo más contribuyen a esta, tal como un buen jugador de fútbol asiste al goleador, metáfora utilizada por algunos varones. Esta última afirmación, la de que la rareza, la creatividad y el atrevimiento no necesariamente forman parte de la excelencia sexual, sino que a lo más contribuyen a esta, y no la que corresponde al ejemplo del jugador que asiste al goleador, es una afirmación que procede de la intuición del autor de este esbozo exploratorio; o sea, de quien habla.
En cuanto al tipo de relación en que se da el apareamiento, tanto hombres como mujeres coincidieron en que la más gozosa es la de los amantes en un contexto de infidelidad, puesto que allí priman dos grandes factores; a saber, la situación de tintes dramáticos en que se hallan envueltos y el deseo carnal entre ambos por sobre el cariño profundo que se profesan.
No constituyó ninguna sorpresa constatar que el tema del tamaño fue el que encendió las polémicas más ardientes, sobre todo entre los varones. Así, mientras en casi todos los focus group las opiniones estaban divididas casi en un 50 y 50 entre las mujeres, habiendo mujeres que lo desestimaban y mujeres que lo aplaudían, llamó la atención que un porcentaje muy mayoritario de los hombres defendiera la calidad de la técnica por sobre la naturaleza bruta del tamaño. De acuerdo con expertos, ello solo confirmaría la presunta inseguridad de los varones acerca del porte de sus miembros, incluso entre aquellos que admiten estar sobre la media; vale decir, sobre los 14 centímetros de longitud y 3,5 centímetros de grosor. Esta inseguridad viril se explicaría en la publicidad boca a boca que las integrantes del sexo femenino suelen hacer de ciertos penes que por razones circunstanciales han tenido la oportunidad de disfrutar. Otro factor de trascendencia monumental en la incertidumbre masculina de raza blanca, indígena y asiática es la omnipresencia psíquica del fatídico Negro. Hay razones antropológicas en la generación de esta leyenda, las que no son motivos de este ensayo, aunque solo a modo de barniz no sería vano apuntar que el fatídico Negro implica para el inconsciente colectivo del macho de las razas nombradas una censuradora mezcla de fuerza bruta, analfabetismo y color de la piel, color este último asociado a la maldad durante miles de años de civilización judeo-cristiana.
Los tamaños femeninos tampoco estuvieron exentos de polémica. Para sorpresa de las damas participantes, no resultó escaso el número de varones que se decantó por los senos pequeños, incluso planos; así como por el rechazo a los implantes mamarios. Sobre el volumen de las asentaderas femíneas primó entre los hombres la inclinación por la redondez antes que por la desmesura, aunque las opiniones resultaron menos uniformes, más variadas. En lo que hubo poca discusión -la opinión fue prácticamente unánime- fue en la preferencia masculina por la vagina serena y estrecha, de pliegues discretos, antes que por la vagina abierta de labios que asemejan cortinas de teatro. Sin admitir que las poseían, algunas damas intentaron defender el argumento de que esa crítica provenía de hombres con penes diminutos, pero lo cierto fue que ni sus mismas hermanas de género en los diversos grupos adhirieron a esa teoría. 
El caso del ano de la mujer desató indisimulable apetito en la mayoría de los hombres, y furiosas réplicas por parte de la mayoría de las damas. La palabra vejación y los números setenta, setenta y uno y setenta y dos estuvieron entre los más socorridos por estas para explicar el desagrado que experimentaban al ceder por obligación al capricho masculino. Los hombres justificaron su apetito en que la redondez del traste y la sequedad y estrechez del conducto excretor les proporcionaba un inefable placer. Pero para las mujeres, ningún hombre, por muy bueno para la cama que fuese, podía disponer a discreción del recto de ellas. En el caso inverso, los hombres, o gran parte de ellos, se manifestaron dispuestos a ser sodomizados por una dama con el uso de la lengua, el dedo o el juguete sexual denominado arnés, según confesaron, "para probar qué se siente".         
Interesante además resultó la comprobación de la célebre teoría que dice relación con que, por muy buena para la cama que sea una persona, terminará por fastidiar a su pareja. Esa sería la causa de la existencia del Don Juan -más que su homosexualidad reprimida, como afirman ciertos seguidores de Freud- de allí que este, digo el Don Juan de turno, busque inconscientemente un "cambio de carne". Famosa es en la ciudad chilena de Rancagua la anécdota de un ex jugador argentino del O'Higgins casado con un monumento de mujer, quien, al ser sorprendido acostado con la empleada doméstica por aquella, digo por el monumento, justificó su conducta con esta cínica explicación: "Atendéme, monumento de mujer, si contigo como filete 29 días al mes, dejáme un día al menos para zamparme un hot dog". Cabe hacer notar que, en su acalorada defensa, el jugador del O´Higgins de Rancagua no tuvo en cuenta los meses de 31 días ni el mes de febrero, que generalmente consta de 28 días, pues seguramente juzgó para sus adentros que si en aquel momento clave de su vida entraba en dicha precisión el argumento perdería fuerza. 
Siguiendo con el tema del fastidio, una ejecutiva de Isapre se quejaba amargamente en el focus group número cinco de que su marido, al que describió como "excelente en el ring de cuatro perillas", había agarrado la costumbre de degustar únicamente el pezón derecho de ella los sábados por la mañana, sorprendiéndola por detrás al momento de despertar. (Lo que reveló que -si se observase a dicha pareja desde la cabecera de la cama- él se acostaba al lado derecho y ella, al izquierdo. Sobre este punto, constituye una verdad comprobada en la rama de la psicología aquella que postula que si el miembro de la pareja ocupa el lado derecho de la cama, visto desde la cabecera, domina la relación, o piensa que la domina.) Se concluyó en dicho focus group número cinco que la rutina atenúa la calidad de la persona buena para la cama, puesto que al reiterar hasta el cansancio sus inigualables técnicas, estas enmohecen, se oxidan.
Este informe se ocupará a continuación de la primera sección de los experimentos de observación directa; vale decir, la grabación mediante la técnica del video de parejas que voluntariamente aceptaron ser filmadas durante el acto sexual realizado en una pieza en la que fueron instaladas cámaras desde todos los ángulos. Un grupo de técnicos seleccionó las mejores tomas, que quien habla se encargó de procesar, acompañado de un rollo de papel higiénico, como se le aconsejó.
Lo primero que llamó la atención fue la diferencia entre aquellos que estaban conscientes de que los estaban grabando y los que, aun sabiéndolo, parecían desentenderse de la experiencia erótica que los tenía como protagonistas. No se trató de una diferencia uniforme, puesto que también se dio unilateralmente entre miembros de determinadas parejas.
La selección de las mejores tomas fue acompañada de un informe de los técnicos, que postuló el alto grado de exhibicionismo entre aquellos y aquellas que estaban conscientes de que eran grabados, lo que a juicio de estos, no las parejas, sino los técnicos, tendía, sino a invalidar, al menos a menguar lo que llamaron "la exposición del acto". Abundaban entre los exhibicionistas, en efecto, las proezas gimnásticas, los gemidos de elevados decibeles y las poses más escabrosas y antinaturales, como aquella en que el hombre, erguido sobre la cama en la dificultosa posición de la araña, hacía girar como un remolino a la mujer sentada sobre su pene, mientras ella se daba vuelo en el respaldo del catre de bronce. (A modo de anotación a pie de página, cabe consignar que debido a dos factores al parecer no tenidos en cuenta originalmente por esa pareja, a saber, insuficiente lubricación vaginal y grosor excesivo del miembro viril, este último, digo el pene del caballero, no logró quedar libre y fue girando sobre sí mismo con cada vuelta de carrusel que daba la mujer, hasta que su peligroso estrangulamiento, se entiende que el estrangulamiento del pene, alertó al hombre, quien a pesar de su evidente excitación le rogó a su pareja que lo retirase ipso facto de la matriz. La experiencia desembocó en que el falo ejerciera de surtidor de cuáquer por la pieza mientras se desenrrollaba y volvía a su posición natural.) Quien habla tomó la decisión de eliminar de su estudio a dichas parejas y concentrarse solamente en aquellas que parecían ignorar la presencia de las cámaras, absortas como se hallaban en el cumplimiento de su misión científica.
Antes de pasar a los casos que realmente interesan, los de aquellas parejas grabadas sin su consentimiento a través de un lente gran angular instalado en un hoyito de la pared de un motel, se revisará el comportamiento de las parejas grabadas con consentimiento firmado ante notario, pero que parecieron obviar la presencia de lentes que las apuntaban, como se ha dicho, desde todos los ángulos.
Sobre casi todas dio la impresión de que más que nada gozaban la oportunidad de estar a solas, a sabiendas de que eran grabadas. Los técnicos manifestaron más tarde en su informe que estos voluntarios habían sido seleccionados al azar en la esquina de las calles San Antonio y Alameda Bernardo O'Higgins, ofreciéndoseles como recompensa un hot dog y una bebida en lata a cada uno. Dichos productos les fueron siendo entregados a la salida de la habitación, junto a sendas servilletas. Abundaron en esa instancia las quejas referidas a bebidas en lata no lo suficientemente heladas.
No dejó de sorprender un patrón de conducta que prácticamente derivó en regla. Este fue, relatado en términos vulgares, el siguiente: una vez a solas en la habitación, el hombre rápidamente "tiró las manos", hallando cierta resistencia en la mujer. Con el correr de los minutos la mujer "entró por los palos", tomando la iniciativa a placer. Logrado el ansiado gustito, el hombre perdió el interés y tendió a mirar hacia la puerta; la mujer intentaba prolongar la estadía e incluso no disimulaba su enfado cuando el hombre le recordaba aquello del hot dog y la bebida en lata. Esto dio paso a que los técnicos aventuraran en su informe la hipótesis de que las mujeres son mejores para la cama que los hombres, en tanto que los hombres evidencian una marcada predisposición por los embutidos.
Capítulo aparte merecería la constatación del defectuoso uso que las parejas dan al lenguaje durante el progresivo avance de la cópula. Los técnicos ofrecieron los siguientes ejemplos de imperfección en su informe final (pedimos anticipadas excusas a nuestros lectores por los vocablos reñidos con la ortodoxia o los giros pedestres que en aras de la ciencia nos hemos visto obligados a transcribir. Para esto se ha partido de la base de que el presente ensayo tiene como destinatarios a mayores de edad con capacidad de discernimiento).
Estos fueron algunos de los ejemplos recogidos:
Hombre: "Pónete patita al hombro", en vez de "levanta las piernas y acomódalas en mis hombros".
Mujer: "Háceme feliz guachito", en vez de "hazme feliz, huerfanito".
Hombre: "Présteme el poto mijita", en vez de "obséquiame tu intimidad posterior, amada mía".
Mujer: "No te vayái tan luego conchetumadre", en vez de "resiste un poquito más, cariño".
Hombre: "Bájate al pilón maraca culiá", en vez de "sé buenita y practícame una felación".
Mujer: "Échame tres sin saque por la zorra", en vez de "te ruego que alcances al menos tres orgasmos sin retirar el miembro viril de mi matriz". 
Hombre: "Te voy a baldear la guata de moco", en vez de "creo que estoy a punto de eyacular sobre tu abdomen".
Mujer: "Me vestí de puta pa ti", en vez de "escogí esta lencería especial de acuerdo con el gusto tuyo".
El tiempo es un tesoro del universo; su inapreciable valor merece el más alto de los tributos, de modo que este esbozo exploratorio ha decidido entrar en tierra derecha. Así, nos ocuparemos finalmente de aquellas parejas grabadas a la mala en un motel, a través de una cámara introducida a un hoyito de la pared.
Según se ha dicho, a la cámara se le insertó un lente gran angular. Como bien saben los aficionados a la fotografía, el objetivo gran angular capta la imagen que se ofrece a su mira con un ángulo mayor, más parecido al de la visión humana, que el que ofrecen el objetivo normal o el teleobjetivo. A diferencia, sin embargo, de esta, la visión humana, se comprende, el efecto que se percibe con el gran angular es el de amplitud y lejanía otorgados por una relativa distorsión de la imagen. Dicho efecto alcanza grados de ridiculez cuando se utiliza el máximo gran angular desarrollado por la tecnología, el famoso ojo de pescado de 180 grados. Para este experimento se recurrió al gran angular normal de 65 grados. Valga esta perorata como excusa para advertir que las grabaciones captaron la completitud del fenómeno de apareamiento, mas no sus detalles.
Desde luego, se confirmó una vez más que el acto sexual entre hombre y mujer (y sus derivaciones, se entiende) resulta de una pobreza franciscana, y alcanza un promedio de 24 minutos, contando el momento del despojo de la vestimenta hasta aquel en que se recurre al papel higiénico para proteger las sábanas de abajo, a pesar de que no había necesidad de aquello, pues el contrato que la empresa encargada de la producción del estudio realizó con el motel incluía el lavado de sábanas tras cada acto, acabara este en la cama, encima de la alfombra, en el sillón de descanso o en el baño.
En general se materializaron tres posturas, comenzando generalmente por la popular postura del número 69, que dejó a varios por el camino. Las parejas que resistieron pasaron a una segunda postura, consistente en introducir el miembro viril por el orificio vaginal, con el hombre acostado detrás de la mujer, ambos de lado. Esa postura le permitía al hombre agarrar mejor los senos de la dama y a esta, masturbarse a través de la graciosa estimulación del clítoris con uno, dos o tres dedos de la mano, en ciertos casos con la palma entera. Quienes lograron sortear con éxito este segundo paso culminaron la performance con la clásica posición del misionero y la variante agregada "patita al hombro", postura en la que el clímax masculino se torna imposible de frenar, no así el de las damas. Cabe hacer notar que un porcentaje no despreciable de féminas quedaron "con gusto a poco", como se dice vulgarmente; ligeramente arrepentidas de haber accedido al tercer paso, de allí que a los pocos minutos retomaran sus avances, ya sea mediante indirectas o derechamente presionando con los glúteos el pene de su pareja, no siempre con favorables resultados.
Quien habla, en su calidad de firmante de este esbozo exploratorio, debe hacer hincapié en un factor no tenido en cuenta inicialmente, pero que con el transcurso de la investigación quedó a la vista. Y es que las parejas grabadas sin consentimiento demostraron tener en su contra (también puede ser en su favor, dependiendo del punto de vista del asunto) el hecho de acudir a la cita amatoria sin otra motivación que las puras ganas de hacerlo, a diferencia de las anteriores, que lo hicieron además en aras de la ciencia o por un completo y una bebida. Lo anterior quedó demostrado en los comentados 24 minutos de promedio de duración del coito. Para el caso de las parejas que se sabían grabadas el promedio aumentó a 73 minutos, tratándose de las parejas exhibicionistas, y solo a 34 en aquellas parejas que parecieron o fingieron ignorar las cámaras (cifra que se acerca bastante a la de las parejas grabadas a la mala). Para quienes se entregaron por un hot dog el promedio de la relación sexual sumó 41 minutos.
Siguiendo con las parejas grabadas por un hoyito mencionaremos a continuación algunos factores que, a juicio de quien habla, podrían influir en el hecho de que una persona sea buena para la cama, o no lo sea. Estos son la condición etaria, la condición social, la temperatura corporal, el atarantamiento varonil, la represión de ciertas damas (que frecuentemente termina desembocando en una ruptura entre la psique y su antónimo, que a modo general vendría siendo el cuerpo) y otros factores que podrían ir saliendo en el camino.  
Si bien la edad se asocia objetivamente a la reserva de energía, no se observó una estricta relación entre la excelencia erótica y los distintos niveles etarios. Naturalmente, los más jóvenes demostraron ser rápidos, violentos y atléticos, e intercambiaron fluidos con profusión envidiable; pero los "viejitos de la tercera edad" -como los hemos dado en llamar, con todo respeto y gran cariño- compensaron sus penurias con innumerables ocurrencias y mostraron un notable empeño en su faena, a pesar de sufrir enfermedades y carencias físicas advertidas por algunos de ellos a sus respectivas parejas, con el fin de prevenir el rebrote de un dolor intenso en algún sector definido de sus organismos. Frases como "no tan fuerte que se me sale la hernia", "más lo que aplastái que lo que metís", "no te las dis de choro, acuérdate del lumbago", "póneme cremita que la tengo seca", "dame un beso con la lengua pa este lado mejor, mira que el otro día fui al dentista y me dejó un gutaperche en la muela de abajo, esta de acá", "contrólese caballero, que está resollando como locomotora y le puede sobrevenir un infarto agudo al miocardio", "mil perdones Waldo... tenía pendiente tomar el Gasopax después de comer lentejas y no lo hice" resumen los numerosos obstáculos que este grupo etario debe saltar para alcanzar el éxito. De allí que la pregunta recobre su vigencia: ¿Son mejores para la cama los jóvenes o los viejos? Difícil respuesta, que quien habla deja abierta, de acuerdo con lo observado.
Otra pregunta que quedó sin respuesta, flotando en el aire, es si la persona buena para la cama es aquella que se despliega en pro del placer de su pareja, sin que necesariamente experimente con frenesí el clímax, uno o varios; o aquella que goza como oriental durante el ejercicio del coito. A esta se agrega una pregunta siamesa con la anterior, que es si el callado, el silencioso, el no amigo de arranques histriónicos goza menos, goza más o goza lo mismo. Desgraciadamente la ciencia aún no dispone de un medidor objetivo del gustito que no sea el control de los latidos del corazón, el termómetro o la abertura de los dedos de los pies, ambiguos indicadores estos tres del placer sexual intrínseco del ser humano.
La condición social de los fornicadores da lugar a reflexiones no exentas de inteligente agudeza, a juicio de quien habla, en su calidad de autor de las reflexiones. La más inteligente de todas se refiere a la connotación que las diversas capas sociales le están dando a la cópula en los tiempos que corren. Así, mientras para los miembros de la alta sociedad esta no pasa de ser una más dentro de las infinitas ofertas del mercado en materia de hedonismo, la clase baja, o el pueblo, se la juega toda en la cama. Esto último explicaría cierta preferencia retorcida entre las damas de alcurnia por los rotos, así como la superabundancia de chineros entre mandamases y gerentes de grandes empresas. La máxima, en este caso, sería: "el placer crece en la escasez y declina en el exceso". Sin embargo, en cuanto a técnicas malabarísticas, las grabaciones demostraron que el promedio de las parejas "de clase" suele ser más imaginativo que el rango puro denominado "el pueblo", hallazgo que implica a su vez una reflexión de alcances paradójicos; a saber, que la rapidez y el vigor consustanciales al apetito desenfrenado del pueblo son inversamente proporcionales a la lentitud del aparente desgano de los platudos. Este último factor, el del desgano, favorece en las parejas de clase media alta y aún más en las de clase empingorotada la presencia de una mayor variedad de posturas en un margen mayor de tiempo que el coito de los rotos, factor que quien habla no dudó en calificar de "producto del nivel cultural superior" del segmento ABC1 de la población. En otras palabras, a mayor cantidad de información recogida por la pareja, más posturas practicadas. Así, mientras la sabia naturaleza le provee al pueblo un abanico limitado de posturas, solamente las necesarias porque las demás son vicio, los platudos cuentan con tiempo, dinero y sobre todo el tedio existencial para desarrollar una multiplicidad de variantes difíciles de creer de no haberlas visto con nuestros propios ojos, lo que abre una nueva duda: ¿son mejores para la cama los rotos con sus limitaciones de estilo o la clase alta con sus excesos? He allí un dilema digno de ser enfrentado por las próximas generaciones.
Quien habla se remitirá a continuación en forma sucinta, en aras del tiempo, a la temperatura corporal como coadyuvante del atarantamiento varonil. Quien habla sostiene al respecto, basado en los experimentos grabados y los focus group, que es la acción del atarantamieno la que aumenta la temperatura del cuerpo y no a la inversa, de lo cual quien habla desprende que el acto sexual incompleto o fallido por parte del varón, que desemboca en la expulsión abrupta y temprana del moquillo, tiene su causa en una forma de conducta y no en una patología de fuente orgánica. 
El caso se contrapone en su vertiente psicológica al de la dama reprimida, mal llamada frígida. Quien habla sostiene que ante un inminente encuentro sexual el organismo de esa dama reacciona con muestras anticipadas de excitación no advertidas por su acompañante, pero sí por ella. Estas corresponden a un brusco aumento del pulso y de la temperatura corporal, sumada al brote espeso de fluido vaginal. Quien habla desprende de lo anterior que la referida alteración orgánica opera en la psiquis de la mujer como una suerte de parelé (el profesor de la Universidad de Mississippi Xixis Colepat -se pronuncia Cóulpat- define este fenómeno como "Muro verduguiano") que la lleva a un estado de pánico que resuelve a través de una cefalea. Por lo tanto, mientras en el varón atarantado el factor psicológico es la causa de la alteración orgánica y la eyaculación precoz, en la mujer reprimida es la consecuencia.
Si nuestros queridos seguidores hubiesen comenzado por el final de esta suerte de ensayo erótico-científico, como lo hacen ciertos lectores de diarios que privilegian la sección de espectáculos antes que la noticiosa, se habrían ahorrado las consideraciones que han precedido a la entrante (...) conclusión definitiva. Pues, de acuerdo a lo observado a través de los tres grandes métodos (focus group, filmación a sabiendas y filmación a la mala) las definiciones sobre "qué es ser bueno para la cama" son las que se ofrecen a continuación.
El hombre bueno para la cama por excelencia (para los efectos del presente estudio ingresan en esta categoría heterosexuales, homosexuales, bisexuales, pansexuales, travestidos, transformistas, transexuales, célibes, enanos y jorobados) es aquel capaz de sostener una relación sexual por más de 24 minutos y de ser titular de una herramienta considerable de no menos de 21 centímetros. Otras de sus virtudes deben ser: fogoso por naturaleza, no por cálculo; buenmozo, seductor, muy cariñoso, voz abaritonada. Durante el acto debe practicar como mínimo unas tres posturas. Dentro de lo posible, haberse lavado los dientes, cosa que de su boca exhale olor a menta o anís cuando bese en los labios a su pareja. Dueño de un extraordinario bagaje cultural que le faculte sortear con éxito cualquier tipo de diálogo. Poseedor de un alto grado de autocontrol que le permita afrontar con templanza aquellos temas que le proponga su pareja, sobre todo los relacionados con los productos de belleza, las figuras del Festival de Viña del Mar y las novedades de la oficina. No puede darse el lujo de levantarse de inmediato al baño para practicarse el aseo genital y debe ser capaz de asumir la iniciativa de la segunda cópula, también llamada cacha por el vulgo.
La mujer buena para la cama por excelencia (en esta categoría entran heterosexuales, bisexuales, pansexuales, lesbianas, religiosas, camionas, frígidas y enanitas) es aquella de senos turgentes y trasero redondo, abultado y firme, dueña de una voz que exprese necesidad y de un carácter complaciente, desinhibido y despreocupado, que en lo posible se adapte con delectación a los requerimientos de su pareja, sea esta un hombre, otra mujer o un clérigo. Se agrega a las virtudes psicológicas la ausencia de dolores de cabeza. Es una experta en llegar fácil y rápidamente al orgasmo y caer en ese abismo del placer cada vez que su pareja la excite, aunque a veces utilice el método de aparentar los espasmos mediante quejidos lascivos. Por ningún motivo debe prestar la intimidad posterior o practicar la fellatio por obligación, sino por vocación. En cuanto a la fellatio, de preferencia debe consumir el líquido seminal hasta la última gota o expulsarlo de su boca con discreción. Entre las acciones copulatorias deben encontrarse la apertura a nuevas poses y el movimiento independiente de las nalgas en el contexto del twerking. Otras características básicas serían: uso de lencería en su variedad de ofertas, disposición a la búsqueda del placer con juguetes para adultos, abstención de tatuajes en las zonas íntimas, ya que esta costumbre no es del gusto del promedio de las personas; y encubrimiento de las pestilencias de evocación marítima mediante aseo previo o lociones inhibitorias. La performance de la mujer buena para la cama culmina a la perfección con un largo masaje a su Hombre (o a su pareja), sea la hora que sea, hasta que su Hombre se entregue dócilmente a los brazos de Morfeo.
Y con eso estaríamos. Quien habla agradece en lo que vale el tiempo que se le ha brindado para la exposición de un tema tan relevante para la humanidad como el que se ha expuesto de manera asaz sucinta en estas líneas.

Profesor Bruburundu Gurusmundu
Candidato a doctor    

 

lunes, febrero 20, 2023

Mi nombre es Maggie

Mi nombre es Maggie. Provengo de una familia de lombrices alojadas en el sótano de un cementerio de provincia. Que yo sepa, nadie ha contradicho esta aseveración, de modo que habrá de tomársela por cierta. 
Mi padre, oh, mi padre... ¡mi padre!, mi buen padre, mi padre admiraba a Maggie Smith; al momento de inscribirme en el Registro Civil vomitó a la rápida su nombre, mi nombre... y así quedé para toda la vida junto a mi sexo masculino. No se trató de un gesto destinado a torcer el destino o a imponer esa suerte de veneración por Maggie Smith, que siempre se alojó en el alma frustrada alojada en el cuerpo de mi padre, mi padre, aunque alma frustrada no sería el término exacto; más bien dolida, amargada, rabiosa... ¡irritable!, eso es, alma irritable, de esas que estallan como guatapiques al menor roce con el sonido de otras almas.
No fui criado con muñecas ni vestido con falditas de color rosado, nunca fue esa la apetencia de mi padre; pero el nombre me pesaba. Y me sigue pesando.
A veces lo sorprendía mirando viejas películas de Maggie Smith por la televisión en blanco y negro. Y me avergonzaba de mí mismo, me ardía la cara y debía salir a la calle con cualquier pretexto, a comprar pan, a comprar cigarros, una Coca-Cola familiar. 
Al costado del sofá donde él pasaba las tardes instalaba una escupidera de bronce que mi madre vaciaba al momento de recogernos a nuestros dormitorios.
¿Cuándo vas a crecer, Maggie? No estamos hechos de fibra de cemento; el mundo se te vendrá encima sin darte cuenta, me amonestaba con cierta timidez en las noches de invierno, mientras mi madre, al fondo en la cocina, cebaba el mate.
A los treinta años mi pared de trabajo lucía dos títulos universitarios y un doctorado en una universidad americana. La verdad pura es que yo no había aprendido nada. No sabía nada. Engañaba a la gente con los alcances de la teoría fenogenetista o la homogeneidad del genoma humano según el entender de los lingüistas modernos, cosas así. Le exponía estas ideas a mi novia arriba del auto; ella me contradecía con argumentos deslumbrantes, el paisaje desfilaba ante nuestros ojos como un fantasma invisible, parecía que nos íbamos hundiendo en los asientos. Finalizado el torrente, el choque de palabras, ambos descendíamos a nuestro destino con los ánimos por los suelos.
Me enamoré más tarde de una chica de doce años, algo completamente ilegal. Sabiéndolo, perseveré. 
Ella no se enteró jamás de mi pasión. Ni siquiera tuvo el placer de conocerme. Ni siquiera me vio al trasluz y aunque yo tampoco le pude divisar las pantorrillas, amé con toda mi alma su imagen idealizada en mis turbios sueños nocturnos. Mi novia se retorcía en el costado izquierdo de la cama, envuelta en sus propias pesadillas.
¡Si se hubiese conocido el origen de mi nombre! 
En los mesones de los aeropuertos las encargadas me miran dos veces al examinar el pasaporte. No pueden saber que cuando ingresé a primero preparatoria juré no explicar jamás esa rareza de mi padre, y por eso preguntan con los ojos. Mi impasibilidad está respaldada por un documento legal. Lo que me abre el paso es mi inteligencia, una inteligencia basada en la ignorancia y la pesadumbre. 
    

martes, febrero 07, 2023

Un nuevo día, aún vacío

Desde más allá del ventanal se me anuncia un nuevo día, aún vacío. El brillo de la Luna va desapareciendo ante la arremetida de la aurora; acostado en la cama, me sumo en visiones pesimistas. Qué se me vendrá encima cuando acompañe al Sol en su trayecto, qué haré hoy para llenar las horas; qué hice ayer que valiera la pena, en qué estado se hallan mis músculos por la caminata larga de la víspera, cómo está amaneciendo ese ligero malestar en la muela del fondo de la boca.
No sé vivir, aún no aprendo a vivir, qué poco he aprendido de la vida, qué poco he aprendido de las plantas y de las abejas, de las hormigas, de los caballos, de las aves de rapiña, de la liebre, del ratón, hasta de las arañas; de las nubes, de la lluvia, de los artistas y de la masa humana que pulula por la tierra. 
Sobre la sentencia que viene no hay dos opiniones: habré aprendido a vivir cuando despierte alegre, no asustado.
Al atardecer, el primer whisky sosegará mis sentidos, y con esa esperanza me levanto de la cama.
Observar, contemplar. Y cuando se presente el problema, hacerme cargo. 
Este es mi momento, hoy por hoy. A pesar de todo, idílico, según mi familia y mis amigos. 
Y para los que no me conocen, agradezco que estas líneas se encuentren tan escondidas en el firmamento virtual; de lo contrario me expondría a la jauría de envidiosos y resentidos que sostienen su diálogo basados en la supuesta injusticia que los condena a mirar desde la calle los brillantes escaparates.

sábado, enero 28, 2023

Vida de un caballo, fundamentalmente

Fundamentalmente, mi vida se resume en inclinar el pescuezo para arrancar el pasto con los dientes. Yo y mi compañera nos pasamos el día entero en eso, y no podría asegurar que a raíz de este hecho de la causa se alojen dentro del alma sensaciones de agobio, miedo, aburrimiento ni ansiedad, no porque esas sensaciones no existan sino, fundamentalmente, porque se dice que aún no se ha resuelto la duda de la existencia del alma en los caballos. 
Siempre se dice, se dice. Se dice que el caballo es noble, se dice que el caballo bebe del agua que le ofrezcan, se dice que el caballo no piensa, se dice que los caballos de Gulliver eran capaces de enhebrar una aguja, se dice que al caballo regalado no se le miran los dientes; pero de ahí a que todo aquello sea cierto...  
En la primavera el pasto fue abundante, pero ya se nos está acabando. En la pradera del frente, en cambio, donde se halla sentada la figura, ¡ahí sí que hay pasto largo! Pero no se nos pasa por la cabeza hincarle el diente, limitados como estamos por el cerco de alambre de púas.
Acabo de ver una liebre seguida de cuatro perros que se la quieren comer. Se metió al terreno del frente, huyendo bajo el pasto y la maleza; la figura se levantó para contemplar la novedad; la liebre traspasó la alambrada y se me perdió de vista a la altura del roble y las zarzamoras, seguida de los perros excitados.
Yo no sé de corazones, pero se me ocurre que el de esa liebre palpitaba más que el mío cuando corcoveo, relincho y doy de coces a mi compañera. No estoy tratando de hacer comparaciones, no sería propio de un caballo como yo, pero es que el pobre animalito tenía sobrados motivos para exigir al máximo a su cuerpo esbelto y alargado; en cambio lo mío en esas ocasiones se traduce en una suma de ejercicios frenéticos, alocados, momentos que interrumpen la razón de mi ser. Y ya que llegamos al punto, les recuerdo una vez más que la razón de mi ser consiste en arrancar el pasto con el pescuezo inclinado, fundamentalmente.
Las bandurrias se posan en el techo de la cabaña, una o dos; al sobrevolar mis dominios de mentira emiten esos clásicos graznidos a los que ya estoy acostumbrado, no así la figura, que se levanta, estira el cogote, apunta su mirada hacia el cielo y luego vuelve a su cueva de vidrio. Parecen plumas recortadas en las nubes de algodón que adornan el cielo azul.
Me echo en el pasto para rascarme el lomo y la grupa, le ordeno a la cola que espante a los bichos que se alimentan de mi sangre. Lo último ocurre casi siempre; lo primero, a veces. Si no fuera por esos molestosos seres diminutos mi vida sería completamente feliz; aunque eso es un decir: nunca he meditado ni sobre la felicidad ni la angustia ni el miedo ni la ira ni la envidia, porque no corresponde. Eso le corresponde a la figura de la cueva de vidrio. Yo bebo agua verde del abrevadero, consumo el pasto, añoro la piedra de sal que alguna vez me dieron de lamer. Momentos que apenas se recuerdan, porque mi vida es el presente, fundamentalmente.
En el terreno de al lado hay un toro y una vaquilla. Pasan echados; se levantan para rumiar y vuelven a echarse con placidez sobre el pasto seco. He oído de boca de una figura que se pasea con una manta y que por las tardes monta con su amigo a Civil y Ventajero, caballos más jóvenes y briosos que yo, que cualquier día se llevarán al matadero al torito y la vaquilla. Matadero es una voz que no me infunde miedo, porque ni me la imagino. Se dice que ellos la adivinan en los últimos minutos; antes no lo saben, ni siquiera lo intuyen, Cuando les llegue la hora se los llevarán en un carrito techado que he visto más allá, para que viajen tranquilos a tocar las puertas del cielo. Yo no soy de esos, se podría decir que he nacido con suerte, pero la suerte es otra palabra que desconozco, de modo que no sé por qué la menciono. Quiero decir que ellos marcharán y yo y mi compañera nos quedaremos acá por un tiempo, hasta que se acabe todo.
Ha venido la lluvia; llueve fuerte y los campos se mojan; cuando el pasto chupa el agua es más fácil de arrancar y es más rico. El viento me despeina las crines. La lluvia me hace bien, a la figura le provoca emociones inexplicables, sobre todo el viento y sus lamentos. En cuanto a nosotros, los caballos, cuando el temporal se desata nos refugiamos bajo los árboles, fundamentalmente.
El atardecer nos sorprende de pie, comiendo pasto. Los peucos bajan de los árboles y se instalan en los palos de la cerca a observar a la liebre, al zorro que baja del cerro, pero fundamentalmente a los ratones que se atreven a acercarse a la cabaña de la figura, en busca de restos de comida.    
Al llegar la noche la figura se retira; oigo notas musicales que le agradan a mi oído. Cierra la cueva de vidrio, baja las cortinas y se encierra a escribir. Yo y mi compañera esperamos el nuevo amanecer y la salida del sol para seguir arrancándole el pasto a la tierra, fundamentalmente.

martes, diciembre 20, 2022

Frutillar

Precedida por curvas que bajan y suben, una larga recta asfaltada anuncia el final del trayecto.
Árboles frondosos, la lluvia, el lago, el volcán, la ondulación de la hierba. 
De vez en cuando un arcoíris y una liebre. Al atardecer, casi siempre, un zorro. 
Una casita en medio del campo, remecida cuando la visita el viento. 
El silencio. La Luna, si la dejan ver las nubes. La contemplación del paisaje.

sábado, diciembre 03, 2022

José Toledo

Llevo más de veinte días en mi nueva casa y hoy por primera vez tocaron a la puerta. Era José Toledo. Nos saludamos, bajé los tres escalones y nos dimos la mano. Caminamos por la parcela, examinando el largo del pasto. El viento del sur lo despeinaba en ondas con un cierto aire poético. José Toledo estudió el terreno y quedó de conseguirse un plano para saber exactamente los límites del corte, de modo que el pasto de la parcela vecina no aumentara el precio del trabajo.
"Está más corto de lo que pensaba. Me ha tocado cortar pasto de más de un metro de alto. Se lo puedo dejar en ochenta".
Hicimos trato. El día antes me habían pedido ciento ochenta. Un corte de pasto de ciento ochenta liquida cualquier presupuesto mensual a un jubilado.
Me hallaba ante un hombre más bien bajo, de cejas gruesas, sombrero no de huaso, sino de ala ancha, a la moda, casaca de gamuza, manos sucias. La descripción se ajusta a lo normal para un trabajador del campo. Con lo que no contaba era conque fuese parlanchín. Hay parlanchines entradores y parlanchines naturales. José Toledo parecía ser un parlanchín natural, confiado. 
Por un extraño motivo yo le estaba cayendo bien; comenzó a hablar sin freno.
"A usted le convendría instalar un estanque. Acá a veces se corta el agua uno o dos días. Hay máquinas que pasan a llevar la matriz y queda la tendalada. Cuando a usted le construyeron su casa pasó eso y la parcela se inundó. Me tocó venir a ver la cosa y les dije: ustedes rompieron, ustedes arreglan. Estuvieron de acuerdo, sí, no se preocupe, nosotros arreglamos. Con un estanque de unos 1.200 litros queda bien. Se corta el agua, usted echa a andar la bomba y tiene agua para dos días, por lo menos. Pero también habría que cerrar la parcela".
-Me interesa.
"Hay dos maneras. Yo le digo cuánto hay que comprar, cuántos palos, cuánto alambre, usted cotiza y yo le hago el cierre. Lo otro es que yo le entrego el trabajo vendido".
Iba a preguntarle cuánto me saldría cuando se me ocurrió pasar al tema de los corderitos.
-Me gustaría tener unos corderos para que me cortaran el pasto. ¿Se podría?
"Claro que sí. ¿Conoce el Espantapájaros?".
-Sí, el tenedor libre camino a Puerto Octay.
"Ese mismo. Ahí venden corderos. Antes costaban cuarenta, ahora creo que andan por los ochenta. Tiene que comprarlos borreguitos porque más grandes son asalvajados, cuesta hacerlos entrar en vereda. Los aguacha con sal, al cordero le gusta la sal; venden unas rocas saladas, se ponen en el pasto y el cordero las va langüeteando".
-¿Se escapan los corderos? ¿No se los comerán los perros, los zorros?
"Aquí no se ven perros; el zorro es chico. Con un buen alambrado no se van. Si quieren salir por el portón se compra una piola que les manda un huascazo de electricidad y ya no se acercan más al portón. Hay que tenerles agua fresca. El cordero es de agua fresca, si toman agua estancada se apirgüinan. Se saca el agua con una manguera que va a dar a un depósito que siempre se está llenando, eso actúa por gravedad, no gasta corriente. Con unos cuatro corderitos quedaría bien".
-¿Y yo podría viajar a Santiago y dejarlos solos en la parcela?
"Yo tendría que venir a echarles una mirada. Y tener su teléfono. Aló don Sergio, se fueron los corderos. Aló don Sergio, los corderos están tranquilitos. Aquí hay que hacer dos canales para que corra el agua de la lluvia. El vecino había instalado una cañería... (tantea bajo el pasto) no la noto. Usted tendría que hacer una excavación aquí, de unos setenta centímetros, y otra allá al fondo. El agua correría hasta el zanjón a la orilla del camino. Eso también se lo puedo hacer".
-¿Y puede venir mañana a cortar el pasto?
"Mañana al mediodía puedo venir. El viernes no, tengo control médico, eso es sagrado".
-¿Nada serio?
"Yo me dializo".
-¿Y qué le pasó?
"Yo reventé. Trabajaba en una empresa eléctrica y me llamó otro patrón. Oye José, me gusta como trabajas, quiero que te vengas a trabajar conmigo. Ya pues, me vengo. Y así estuve harto tiempo, pero un día le fueron con cuentos. Buenos días patrón, vengo a conversar con usted. No tengo nada que conversar contigo, me fallaste. Cómo que le fallé. No trabajas más conmigo. No me puede decir eso así no más, tiene que darme una razón. ¿Le robé? ¿Le falté al trabajo? La semana pasada te mandé la carta del finiquito. Aquí la ando trayendo, patrón. Entonces no hay más que hablar. No pues patrón, yo no me voy. Cómo que no te vas. No me voy, usted no me puede echar así no más, yo tenía un buen trabajo en Talca y usted me mandó llamar. Mándeme a Talca en un camión con todas mis cosas y me voy, o déjeme aquí haciendo lo que sea. Entonces te mando a barrer. Claro, no se me van a caer las jinetas por barrer, páseme la escoba. Y me fui a la bodega y en dos horas le tenía todo limpio, ordenado, las maderas para un lado, los sacos por otro, la basura en un tarro. ¿Y qué pasó aquí que todo está tan limpio? Los demás me miraron. El José limpió. Nunca había tenido tan limpias las bodegas, desde ahora te encargas de las bodegas. Y yo le cuidaba el manejo, la salida de la madera, hasta los clavos".
-¿Y qué pasó?
"Una tarde en la casa me puse a pensar. Aquí hay algo que no cuadra. Me senté y tiré lápiz. Al otro día llegué a la pega y le dije a don Alberto. ¿Sabe don Alberto? Anoche tiré lápiz y no me conviene seguir trabajando para usted. De dónde sacas esas cosas José. Mire, yo antes tenía cinco millones en el banco. Ahora, en vez de tener cinco millones debo cinco millones. Con usted no me estoy haciendo más rico, con usted me estoy empobreciendo. Pero si te pago lo justo. Es verdad, pero usted no cuenta que yo trabajo con mi camioneta. José lleva esta carga para allá, José andar a buscar madera y me la traes pacá. José, llévate esos cinco sacos de cemento a la obra. Uso mi camioneta y usted no me reemplaza ni un neumático. La otra vez se me echó a perder una pieza del carter y ni siquiera me dijo cómprala y la pagamos a medias. Ah yo no sé, tú eres el chofer. Yo era el chofer pero ahora no soy más el chofer, ahora vendí la camioneta y me compré un auto, así que arreglemos. Arreglemos. Yo le debía unas platas y le pagué con el finiquito. Don Germán me recibió y ahora le trabajo a él. Con su señora se han portado muy bien, me dieron una casita al lado de la casa patronal y ahí vivo con mi señora de ahora y mis dos hijitos. Si hubiera jubilado por la AFP habría sacado una miseria. Ellos hablaron con unos abogados y me salió un seguro por Penta, muy superior".
-¿Cuántos años tiene?
"Cincuenta y uno. Ya soy abuelo de mi hija que vive en Talca".
-Yo tengo sesenta y nueve.
"¡Sesenta y nueve!, no se le notan".
-Pero por qué se dializa.
"Un día me bajé del tractor y mi señora me dice qué te pasa José que estás tiritando. Después la señora Astrid me dice José qué te pasa en los ojos, los tienes rojos, tienes la cara amarilla. Yo le había echado la culpa al trabajo, pero me mandaron al consultorio. Tú te estás muriendo me dijo el doctor, te vas hospitalizado de inmediato. No doctor, si me voy a morir, que me muera al aire libre, debajo de un árbol, no le tengo miedo a la muerte, usted no me puede dejar aquí. Bueno, te vas si es tu deseo, pero tengo que ponerte un catéter. En la casa ya no podía resistir. Mi esposa, que es evangélica, se encomendó a Dios y me dijo José, tienes que morirte cuando los niños estén más grandes, ahora están muy chiquititos; tengo dos niños con ella, el mayor tiene siete y es de mechas de clavo por mi ascendencia mapuche y la menor es una muñeca, rubiecita de ojos verdes, en mi familia en Talca había muchos rubios. Un día estábamos donde mi comadre y mi comadre dijo del Cielo viene una niñita. A los dos meses mi señora un día se cansó y se fue a acostar. Tú estás embarazada, le dije. Pero cómo voy a estar embarazada José, si tú no estás en condiciones. ¿Te acuerdas cuando la comadre dijo lo de la niñita? Claro que me acuerdo. No era para ella, era para ti, era una señal que venía del Cielo. Entonces volví al consultorio, me convenció con lo de los niños. Volviste, hombre, ¿y el catéter? Se me cayó arriando unos animales, lo tengo acá en la guata. Pero hombre, tú te vas ahora mismo al hospital de Puerto Montt, pero tienes que llegar haciéndote el muerto, hazme caso, llega arrastrándote o si no, no te van a recibir, hazme caso. Y llegué arrastrándome por la anemia. Los riñones me funcionaban como al diez por ciento".
-¿Y se dializa cada tres días?
"Día por medio. Tres días serían una maravilla... ¿y qué hace usted?"
-Soy jubilado.
"Pero, ¿qué hacía antes?"
-Era periodista. Trabajé cuarenta años en Las Últimas Noticias. 
"¡Periodista!... aquí hay hartas historias que contar... podría contar la historia de José... ¡si le contara mi vida!" 

domingo, octubre 16, 2022

Dos ejemplos de mil días

Hay dos ejemplos de mil días que se parecen: los mil días transcurridos entre el 4 de septiembre de 1970 y el 11 de septiembre de 1973 (que exactamente fueron 1103), y los mil días entre el 18 de octubre de 2019 y el 4 de septiembre de 2022 (que exactamente fueron 1052).
Cada quien puede hacer su propio análisis del parecido. En cuanto a mi reflexión, no deja de sorprenderme la (desgraciada) ubicuidad del señor Salvador Allende. 
Los primeros mil días serían el experimento político, económico y social que culminó con su muerte. Los segundos mil días, una revancha, un volver atrás que terminó con un estrepitoso fracaso en las urnas. 
Muchos culparán a diversos factores, todos atendibles, pero... ¿habrán de pasar otros cincuenta años para que a este personaje de la historia se le dé una tercera oportunidad de abrir las anchas alamedas? ¿O algún hecho aciago en el futuro mediato obligará a retirar su estatua del pedestal en que se halla, como ocurrió con la del general Baquedano?

miércoles, septiembre 21, 2022

Supe de un señor...

Supe de un señor que toda la vida anduvo con mujeres jóvenes y que a la hora de elegir a la compañera de sus años dorados se inclinó por una de su edad. Al poco tiempo a la mujer se le declaró un tumor en el cuello. 
Supe de una pareja que se llevaba bien, aunque por la noche él se bebiera ocho cervezas. Los unía cierto apetito artístico e intelectual.
Supe de un músico que llenó su semana con cuatro conciertos mientras su hijo de seis años se iba al sur con su abuela.
Supe de un jubilado ansioso al que le disminuían los ingresos y que vivía imaginando tragedias.
Supe de un columnista que se saltó una estación del año en su comentario semanal.
Supe de una mujer entregada a su oficio pedagógico; alegre y optimista por fuera, insegura por dentro.
Supe de un matrimonio entrado en años que pasó el Dieciocho en el norte chico. Viajaron a ver el desierto florido, pidieron unas empanadas de locos en el pueblito de Carrizal Bajo y a la primera mascada sintieron que estaban aliñadas con azúcar.
Supe de un día que amaneció frío y soleado; supe de un dictador que llamó a 300 mil reservistas y puso la bomba nuclear sobre la mesa.
Todo esto que cuento lo supe en un lapso de minutos.  

martes, septiembre 13, 2022

El asesino del teatro

El espectador camina entre las butacas, se detiene frente a dos ancianas sentadas en la fila contigua, la fila de más atrás. Los tres han decidido agacharse, sacando solo las cabezas del respaldo. Al igual que el teatro entero, intentan protegerse del asesino. El espectador les inventa frases de consuelo, pero apenas se retira, una de ellas se lo echa en cara y le masculla algo así como hipócrita
Anda por el pasillo lateral, donde se une a un grupo de asustados que forman una larga fila, de cuatro a cinco personas por línea. Minutos antes el locutor ha anunciado que el asesino ejecutará a cinco de los  asistentes a la función.
El asesino puede ser cualquiera de ellos, hasta podría ser el espectador, con la diferencia que el espectador sabe que no lo es, aunque los demás no lo sepan. Bien miradas las cosas, todos podrían pensar lo mismo en su fuero interno, de modo que si nadie es el asesino, alguien  tiene que ser, lo sepa o lo ignore. Es una inferencia bastante rara, o ingenua, que entronca con un asunto de corte psicológico o del tipo existencial.
Al fondo de la sala, antes del hall, uno le sopla: ya van cinco. 
En este teatro las noticias vuelan; o los rumores.
Dos hileras se cruzan, en una de ellas va el espectador, de nuevo hacia la profundidad del teatro; la otra camina hacia la salida, aunque todos entienden perfectamente que nadie puede huir mientras la orden no haya sido dada. 
El locutor anuncia que la tarea se ha cumplido. Gritos de alivio, ¡viva!, ¡hurra!, ¡viva!, abrazos, palmotazos en la espalda, leves comentarios de desahogo, pero la alegría no es completa: sus vidas han pendido de un hilo y cinco personas no pudieron contar el cuento. Lo bueno que ha tenido esta historia, si es que a eso se le puede llamar bueno, es que no se ha visto sangre coagulada en el parquet del teatro, no se han divisado los cuerpos desfigurados de las víctimas, no se conoció la faz del asesino. Ha sido una masacre de una limpieza inmaculada, como pocas en la historia.
El espectador y su mujer entran a la sala de al lado. Pocaza asistencia para un teatro destinado a la difusión de música selecta, encima un público con pinta de aficionados.
Los carteles, escritos a mano. El programa, repetido. ¿Vale la pena entrar por segunda vez a escuchar las mismas obras de Von Weber, Lutoslawski, Baldassare Galuppi, que nunca les entusiasmaron tanto?
Era mejor la idea del baño caliente en el spa, aunque esos baños se caracterizan, ahora que recuerda, por sus bolsones de polvo y pelos acumulados en las esquinas de la pileta angosta. El agua llega al pecho, se camina sin poder abandonar esas esquinas y cuando el espectador mira hacia afuera halla que siempre está a cierta altura.

miércoles, agosto 31, 2022

Senderos trágicos, pacíficos, cotidianos

Anoche tuve el siguiente sueño: estaba muerto, había muerto de Covid. Caminaba con mis amigos, una especie de cámara nos enfocaba en plano medio, mientras reflexionaba sobre el asunto. 
De modo que el Covid fue capaz de matarme, aun habiéndome vacunado. Esta toma cinematográfica era la prueba.
No había sufrido ningún tipo de dolor, ni molestias. Nada de problemas con la respiración, el olfato, la fiebre. Simplemente había muerto de Covid. 
Sentí que nunca le había tomado el peso a la epidemia y que el hecho debía comunicarlo de algún modo. La peste blanca me había llevado de este mundo; a la muerte se podía llegar por distintos senderos. Había senderos catastróficos, trágicos, accidentales, pacíficos, serenos, cotidianos.

martes, agosto 30, 2022

El misterio del éxito y del fracaso

No basta haber aprendido a leer a los dos años ni haber interpretado a Shakespeare a los diez. Tampoco, haber sido amado y criado en libertad. O haber tenido un padre alcohólico.
Las cosas que suceden, suceden por motivos extraños; la mente adopta su respuesta al mundo ante una caja de fósforos que cae al suelo, un tropezón en una acequia, un chicle que se va por la garganta.
Benicito entró corriendo a mirar por el telescopio, eran las siete de la tarde; alcanzó a ver un poco de la Luna, pero una nube la tapó. Bajó a tocar el piano y jugó con los dedos y las teclas, inventando ritmos y sonidos. Después se fue a dormir con su papá, mi hijo.
Quisiera orientar los misterios que transitan por su alma, mas los años no me han regalado certeza alguna; a esta altura ni siquiera sé qué sabor tiene el éxito ni a qué sabe el fracaso.

miércoles, agosto 10, 2022

De nuevo lo mismo, por Dios

¡De nuevo lo mismo!, tal parece que nunca aprendo, por Dios; vuelta a quedar abandonado en un punto impreciso de la vía, en los arrabales de la capital. Solitario en la berma, formando parte de un paisaje híbrido que tiene de ciudad y de campo chileno. 
Una fila de álamos oculta la acequia, los sembradíos y lo que no se ve más allá; se hace tarde. 
Si no pasa otra micro tendré que pasar la noche aquí. No es peligroso, es... incómodo. Le pregunto al hombre que camina si estoy realmente en Américo Vespucio, hace rato que me nació la duda. 
"Américo Vespucio es la calle paralela". 
Eso significa que es inalcanzable. Por mucho que recorra este camino, jamás llegaré a Américo Vespucio. 
De modo que estoy en dificultades. Parado en un lugar cuyo nombre ignoro, y por donde no pasan micros que me puedan llevar a casa. 
Por la mañana la gente espera en una sala la partida de sus buses; al subir a examinarlos observo que ya hay pasajeros sentados. Podría asegurar un asiento, pero aún no me confirman cuál sería mi autobús. El amable empleado de camisa blanca y corbata comprende mi ansiedad, mis temores. Me rodea la espalda con su brazo. "Hay uno que lo puede dejar en la Plaza Ñuñoa. Súbase a ese, si gusta". "Claro, claro, ahí ya me ubico".
En mi casa le voy relatando paso a paso el episodio a mi mujer, las razones por las que no pude regresar la noche anterior. No había nada sórdido, nada pecaminoso ni escondido. Ella escucha sin mayor interés, está preocupada de otras cosas, da por sentado que mi explicación es coherente. Pero entonces le doy la mayor de las sorpresas.
"No, le digo, te lo he contado todo y me has creído, pero esto nunca sucedió, ha sido un sueño que tuve, yo pasé la noche contigo y sentí como te movías en la cama".
Al despertar del doble sueño me he propuesto narrar esa experiencia.

lunes, julio 25, 2022

Diferencia entre el periodismo de antes y el de hoy

Cuando se me consultó acerca de la diferencia entre el periodismo de los ochenta y el de hoy, sonreí de buena gana y me dispuse a contestar, a sabiendas de que me metía en un problema mayor, no tanto porque no supiera la respuesta sino porque, sin estar realmente preparado para ir sacando datos del sombrero de mago que es mi mente, había que desarrollarla frente a un público que aguardaba en el espacio al aire libre. 
Me había metido en un problema relativo a la lingüística, esa era la verdad. O en términos más simples, debía hilvanar de la nada una respuesta creíble, debía juntar vocablos que tuvieran el mismo significado y sentido para mí y para los espectadores. Aún así, confiado en que conocía en algo la materia, me dispuse a responder.
"Todo empieza con las máquinas...", quise decir... "Las máquinas...", pero no lograba modular bien las palabras. Por más que trataba de juntar las sílabas me salía algo así como "was buáwiwa...". El imprevisto se me antojó una buena excusa para suspender la disertación, a pesar de que en un momento dado pude pronunciar claramente "las máquinas...", fue cuando mi mujer me tocó el brazo y desperté a medias, aunque de inmediato continué soñando, más aliviado, desligado de la responsabilidad que los presentadores me habían echado sobre los hombros. No es que me sintiese abrumado; era que para esa pregunta requería de un pequeño tiempo de reflexión, que fue lo que me permitió ese roce, de allí que no me canso de agradecerle a mi mujer la ayuda que me presta en ciertos casos.
Lo que realmente quería decir, pensé en el sueño, es que la gran diferencia entre estas dos etapas del periodismo era que en el de los ochenta el oficio se caracterizó por su trabajo grupal, manadas de reporteros que iban juntos de un lugar a otro, convidándose datos, comunicados de prensa, declaraciones de autoridades; y en el de hoy campea el trabajo individual, cada uno en su computador pero alerta a los millones de computadores encendidos a lo largo y ancho del orbe. La paradoja estriba en que mientras en ese periodismo anodino de los ochenta el público recibía noticias diferentes y golpes periodísticos entregados por diversos medios que se jugaban la vida en eso; en el periodismo brillante y colorido de estos días el resultado se parece más a una masa homogénea e insípida de contenido noticioso que a la antorcha de la verdad.
Sumo ya varios años despertando en la mañana con una sensación de desasosiego en la cabeza, como si se me viniera encima un tiempo de angustia. La mayoría de las veces se me pasa al levantarme, y ya cuando me dirijo al café me siento algo más confiado en la existencia. 
Tuve un mentor en mis años de adolescencia; era mi guía espiritual, a quien reverenciaba, un seminarista joven, sano, vigoroso, imbuido de un optimismo y una felicidad que le salía por los poros. Paseábamos de noche por las calles de mi ciudad, como si él fuese el filósofo y yo su aprendiz; una vez me confesó que nunca había tenido una pesadilla, que siempre sus sueños eran felices. Yo me quedé helado, no podía concebir que uno fuese capaz de administrar el contenido de sus sueños; pensaba que los sueños llegaban de otra parte y que podían ser buenos, malos, insólitos, pesadillescos, incestuosos, lo que tocara en suerte. 
Una de esas noches pasamos frente a un mendigo tirado en el suelo; era invierno, hacía frío. Mi consejero se agachó, le regaló unas palabras compasivas y le puso en la mano un billete de gran valor, unos veinte mil pesos al día de hoy. Mi maestro era un hombre de pocos recursos, los que le destinaba la Iglesia para su diario vivir, pero en ese instante se desprendió de ellos con una facilidad que me abismó, y no lo hizo para darme un ejemplo, lo noté en su semblante, sino realmente para aliviar, entregarle un soplo de esperanza a ese pordiosero, quien recibió el billete con la mirada perdida y una sonrisa en los labios.     

viernes, julio 08, 2022

Blanda luz que baña la copa

Blando sillón en blanda hora, blanda luz que baña la copa y modera la escena. 
El ambiente va forjando leves espejismos; los espejismos derivan en terrores cotidianos, provienen de otra esfera imposible de aclarar; perceptibles en la opresión del pecho, en una vaga incertidumbre, en la aspiración del sueño, en un llamado a la calma, el cálculo de las vías de escape.

jueves, julio 07, 2022

Vistazo en diagonal a un conjunto de casas de clase media

Examiné con más detalle el pueblo y me gustó. Las nubes altas le imprimían al barrio un brillo parejo, sosegado. Por la calle pasaba una camioneta vendiendo verduras; su motor ronroneaba desganado. El pueblo no ofrecía grandes novedades y las casas de un piso, una tras otra, exhibían fachadas limpias detrás de sus antejardines protegidos por ingenuas rejas. Eran todas casas de clase media, de empleados que se ganaban honradamente su sueldo y que a esa hora se hallaban precisamente en sus trabajos; casas que aparentaban no ofrecer vida, pero en las que se adivinaban tardes y noches mansas, placenteras. 
¿Y si viviera aquí, por qué no, qué me lo impide? No me agradan las casas con arbustos de hojas verde oscuro a las entradas, las casas que reciben en la sombra al forastero; no elegiría una así. Tendría que ser algunas de estas que estoy mirando en diagonal; casas sencillas de un pueblo silencioso, moderado.
Incluso aquella de color blanco que se divisa detrás de todas, a los pies del cerro, con aires de mansión provinciana, de balcones y ventanas en aguja; incluso para esa alcanzaría el presupuesto, aunque a mis amigos les parecería una humorada de las mías, una excentricidad de la que se beneficiarían no acorde con la mofa de sus buenos corazones.
Me han dicho, sí, que un solo espectáculo desentona con la placidez del pueblo. Es el que suele dar un tontorrón que se pasea desnudo, arrastrando la verga por la tierra; un grandote de escaso entendimiento que va hacia el campo en busca de animales. Pero lo hace en la profundidad de la noche, calladamente, y cuando regresa a su hogar aún no ha amanecido. 
En cuanto a las necesidades esenciales, aquí están solucionadas. Y ya sé que hay una micro que la comunica con las ciudades mayores. Si tuviese que ir al médico tomaría la micro de las tres, me atendería a las seis y volvería a las ocho, para llegar un poco pasado de hora a la cena.  

sábado, julio 02, 2022

Un cuento natural

Una epidemia de gripe devastaba la ciudad; su ataque se ensañaba con los ancianos y los niños.
El hombre llegó esa tarde a la biblioteca, como de costumbre. La encargada le entregó el libro de siempre y él no le dijo nada, como si no hubiese reparado en su ausencia. Buscó el rincón más lejano, dejó su libreta y un lápiz sobre la mesa y se sentó a leer. La mujer volvió a sus ocupaciones, que no eran tantas, y el silencio retornó al lugar. Llevaba ella una blusa negra y un abrigo negro de lana y sobre su escritorio, al lado del computador, un pequeño marco de madera destacaba la foto de una niña en traje de primera comunión. Disponía de una estufa eléctrica para calentarse los pies, no así los visitantes. El recién llegado vestía una parka cerrada hasta el cuello. El frío húmedo de los atardeceres invernales atacaba desde todos los ángulos de la sala, aunque sin rebasar el límite de lo soportable, gracias al encierro. Los pocos asistentes daban fe de que el acto de leer en dichas circunstancias debía resultar forzoso, imprescindible.  
El hombre de la parka debía de tener entre veintisiete y treinta años; su apariencia era la de un oficinista de menor nivel y su delgadez, la típica de quienes se podrían dar un banquete sin sumarle al cuerpo un solo gramo. Sus ojos iban y venían, huidizos; el pelo opaco peinado hacia atrás dejaba al descubierto dos grandes entradas que anunciaban una calvicie inevitable. De lejos tenía un parecido con el malogrado actor John Cazale.
Pensaba, ofuscado, casi echado en la mesa, en la fórmula para dar con su cuento, un cuento diferente, un cuento que sumara los tres pilares que resumieran su perfección: estructura granítica, indestructible, a prueba de agua y de sal; argumento desconcertante con un final sorpresivo que dejara deslumbrado al lector; estilo afilado, de tono neutro; y de llapa una suerte de fuerza invisible: la chispa revolucionaria que lo dejase anclado en un momento de la historia. Había tantos cuentos que respondían a esa fórmula, las estanterías de la biblioteca se hallaban rebosadas de obras maestras que lo llamaban con sus manos de papel. Era cosa de recordar, agitar, sintetizar, crear algo nuevo a partir de algo consagrado; mirar un poco hacia afuera y mezclar con lo que guardaba en su interior. Pero seguía enrabiado consigo mismo; no era capaz de hallar la fórmula, no andaba ni cerca; llevaba meses viviendo dentro de una tortura abstracta; sus problemas no lo dejaban en paz, y el frío ni siquiera era uno de ellos. El plazo vencía...
De aquel libro, al que acudía con esperanza y obsesión, había leído la opinión de Truman Capote, laureado escritor con menos ambiciones que las suyas, para quien la forma correcta de un relato era "simplemente descubrir cuál es la manera más natural de contarlo"; esto es, un cuento que no pudiese ser narrado de otro modo. 
Faulkner confesaba en el mismo volumen que el entorno ideal del escritor es "cualquiera que pueda proporcionar ciertos niveles de paz, aislamiento y placer a un costo no demasiado elevado. Si el entorno no es el adecuado -agregaba-, lo único que conseguirá es que le suba la presión, y desperdiciará demasiado tiempo combatiendo su frustración y su rabia".
Hemingway ponía un énfasis especial en la seguridad financiera y las preocupaciones. "Se puede escribir en cualquier momento, siempre y cuando te dejen en paz y no te interrumpan. En ese caso, la seguridad financiera es una gran ayuda, pues te quita preocupaciones. Las preocupaciones destruyen la capacidad de escribir". 
Volvió sobre los párrafos que habían llamado su atención. "Si el entorno no es el adecuado, lo único que conseguirá es que le suba la presión, y desperdiciará demasiado tiempo combatiendo su frustración y su rabia". La fórmula estaba al alcance de la mano: un cuento natural escrito por un hombre libre de preocupaciones financieras, en un entorno adecuado. El congelador en que mataba sus tardes era el mejor entorno de que disponía para dar a luz su creación. Y la fecha se acercaba...
Maldecía su suerte sobándose las manos, abrumado ante su vacío, ante su incompetencia para fabricar novedades y movimiento en sus personajes, que seguían estancados, como sucede luego de una tarde en la hípica. Eran cuatro, anotados en el cuaderno. Un hombre, una niña y dos mujeres, formados como piezas de ajedrez o distribuidos como figuras en una plaza de pueblo, insustanciales. 
Por muy sinceras que fuesen, tal vez por eso mismo, las opiniones de los maestros se le devolvían con los ecos de una farsa: eran frases que reposaban sobre el colchón de la fama, se apoyaban en el respaldo del estrellato; podían ellos decir lo que quisieran y resultaría brillante. De allí que se afirmara en su idea, la geométrica o botánica, la teoría del árbol que abre sus ramas, ramas que a medida que crecen hacia el cielo van determinando la mediocridad o genialidad de una creación. Así, un cuento resultaba ser como un juego de competencia, con la pequeña diferencia de que él podía ir atrás las veces que quisiera. Pero advertía que eso le servía de poco: un buen jugador siempre le termina ganando a un mal jugador, entendida la comparación como la mano que se estampa en el hall de la fama. Mientras más tiempo pasaba, los golpes en su contra iban repitiéndose y el cuento se diluía aplastado por una movida cualquiera, como tantos otros. 
La cruda verdad, cuya alborada comenzaba a intuir, era que no servía para el oficio, que no tenía dedos para el piano, como reza el adagio. La vida le había dado oportunidades, como a los demás escritores, y no las había tomado, no porque no hubiese querido; es más, habría dado una mano por tomarlas, como la dio Cervantes, sino porque nunca sabía dónde estaban, jamás las veía. Los argumentos podían pasar por su lado, vestidos estrafalariamente, y no se daba cuenta. La continuidad, el movimiento, era como la imaginación cuando se pega en una imagen y no avanza. ¿De qué le valía entonces el consejo de Capote, si ni siquiera sabía cuál era la forma natural de contar su cuento? ¿De qué le valían las palabras de Hemingway y Faulkner, si no disponía de un entorno ideal y menos, de alivio financiero? Lo único que le quedaba era echar ramas en su árbol famélico, el árbol de la primera persona, el árbol del centro del desierto. 
No conseguía desprenderse de sí mismo. Coincidía con sus "colegas" en que un escritor con problemas equivale a una página en blanco. Y por ser problemas de la talla de los que sufre todo el mundo es un milagro que produzca un párrafo.
La puerta de la biblioteca se abrió con suavidad; entró una mujer con una niña en brazos. La bibliotecaria se concentró en la escena. La mujer ojeó el lugar hasta encontrar a la persona que buscaba. Se acercó en puntillas y le susurró por encima del hombro: "Mario..." 
El hombre de la parka, el hombre que luchaba contra sus demonios creativos, volvió el rostro, desconcertado. "... La niña está ardiendo en fiebre".
La bibliotecaria reparó en las ojeras, los labios azulados, los jadeos de la pequeña. El hombre se levantó y las acompañó al paradero, en la esquina de la plaza. La bibliotecaria miró por la ventana. La mujer arropaba a la niña, mientras el hombre, cabizbajo, se rascaba el pelo. Con un hilo de voz, ella le repetía algo con insistencia; él sacó unos billetes del bolsillo, se los entregó y les dio la espalda. Estaba a punto de entrar nuevamente a la biblioteca cuando lo que pareció ser el signo de un detestable remordimiento en su rostro lo hizo devolverse al paradero. Pasó una micro, subieron los tres y la máquina continuó su recorrido.  
La bibliotecaria se dio a la tarea de volver a las repisas los volúmenes devueltos ese día, como si evitara volver la mirada al retrato.
La epidemia alcanzó su punto más alto. La televisión explotaba el sufrimiento humano; las portadas de los diarios mostraban escenas de conmoción en hospitales, cementerios. Algunos de los títulos recogían frases que culpaban a las autoridades, otros se remitían a la fuerza natural del fenómeno. Se vivía una sensación generalizada de duelo, a la que se sumaba la pérdida del asombro, odiosa compañía que suele teñir de gris los males que se van quedando en el ambiente.
Cuando el hombre entró nuevamente a la biblioteca habían pasado tres semanas. Lucía demacrado; su parka daba cuenta del gusto que se estaba dando el sebo sobre ella. La encargada le hizo un leve gesto, equivalente a un saludo. Extrajo del escritorio el cuaderno y el lápiz olvidados en su última visita y se los puso sobre el mostrador. El hombre los tomó severamente, pidió el libro de costumbre y se sentó en su rincón. El plazo había vencido, pero nunca faltaba un concurso al que postular.
Releyó lo anotado:
"Los grandes escritores se burlan de mí en mis propias barbas. Ellos saben y adivinan, por eso confiesan sus secretos sin dar la fórmula que resuma su perfección: estructura granítica, argumento con final sorpresivo, estilo neutro, y una chispa revolucionaria que lo deje anclado en un momento de la historia. De lo que entiendo, sería entonces cosa de recordar, sintetizar, mirar un poco hacia afuera, mezclar con lo que guardo en mi interior y contar el asunto de una forma natural. Pero afuera no veo nada digno de interés y por dentro sigo enrabiado. No soy capaz de hallar la fórmula, no ando ni cerca; mis problemas no me dejan en paz, y ahora ni trabajo tengo...
¿Cómo se escribe un cuento natural? ¿Admitiendo mis limitaciones? Eso sería para mí un cuento natural... pero entonces... sería un cuento limitado... porque yo soy un escritor limitado... eso no conduce a ninguna parte... Tal vez un cuento sobre un hombre hundido en deudas, víctima de injusticias laborales... qué ordinario... Un cuento con amantes... qué vulgar... Mejor un cuento fantástico, alejado de mi inteligencia y cercano a mi alma... O un cuento hípico, vicioso... Sí, pero... dónde meto a mis personajes... Y cómo mejoro mi entorno... con qué plata... 
Mala suerte... me afecta, me destruye el vacío al que me han llevado... mi incompetencia para fabricar personajes... Pero voy a resistir, la vida no me la va a ganar... escribiré un cuento y ganaré un concurso... y seré famoso... Saldré en diarios y revistas... firmaré ejemplares... la plata entrará en carretillas... Jajajá... Soñar no cuesta nada... Perros babosos..."
La nube de desaliento pareció verse recompensada por un rayo de inspiración que le iluminó los ojos. Antes de que la idea se le fuera de la cabeza tomó el lápiz y escribió:
"Un golpe de suerte
Jack abandonó la oficina sin despedirse de su jefa, que lo miró con la boca abierta. Le dijo que no volvería más y la jefa le echó una maldición y después contrataron a otro empleado. Pero a Jack no le importó quedarse sin trabajo, porque sus planes eran más ambiciosos. Tomó un taxi y se fue a las carreras... En la última carrera, cuando todo estaba perdido, Jack le apostó a un caballo llamado... Relincho... y se ganó el premio trifecta... Sí, voy bien... Un cuento afortunado con final trágico... Jack se va a celebrar a un casino, gasta la mitad del premio en fichas y... cuando llega a la casa... su mujer lo reta porque llegó tarde... su hija no puede decirle nada... está... durmiendo...
¿Y qué sigue después? Lo dije todo en un párrafo y no se me ocurre qué agregar. O sea... si al otro día la jefa le tocara la puerta y le pidiera que volviera al trabajo... pero Jack no quiere volver a ese trabajo... le diría que no... Entonces aparece de nuevo su mujer y le pide plata... siempre plata... todo se reduce a la plata... qué vulgar... A Jack le queda aún del premio y le da unos billetes, pero se guarda la tajada del león y vuelve a las carreras..."
Una niña que asomó la cabeza por la puerta le rompió la inspiración. La encargada la reconoció. La niña corrió enérgica hacia el hombre de la parka; su madre esperaba afuera. Saltó a sus rodillas y lo abrazó. "¡Papito, vamos a jugar a la plaza!"... 
"¡Shhh!...", la hizo callar la bibliotecaria.   
El hombre condujo a la niña de la mano, la dejó con su madre, discutieron unos segundos y se devolvió a la biblioteca.

lunes, junio 20, 2022

Poema y prosa

Quisiera aprender de los poetas la matemática de la libertad. Versos oscuros, lectores confundidos, lluvia de dardos zumbando al oído; y de pronto un flechazo, la conexión.

Un sol venido de una nube complicada
Intuyó la minusvalía del poder 
Se acható con su luz
Se alimentó de su fuego
Y fue surgiendo entre las nubes

Un sol irradió calor a sus estrellas enanas
Se asomaba cruel desde la altura
Hiriendo y quemando
Crecieron plantas y corrió sangre como el río furioso

Un sol venido para hacerse cargo del sistema
Marcado por su origen
Una nube complicada

¿No sería más sencillo y más osado confesar que nací mirando a mi padre, sus virtudes y defectos, que me responsabilicé de él, tal como luego lo hice con mis hijos, sin llegar jamás a ser yo mismo, mi sol mío?
He aquí el contradictorio sol de este sistema: máximo egoísta, hijo y padre a cargo.

miércoles, junio 08, 2022

Una habitación estrecha en un día de lluvia

Siempre me han inquietado las habitaciones estrechas en días de lluvia, esas mañanas inútiles en donde dos a tres personas se pasean, se estorban, se disputan el minúsculo espacio sin tener gran cosa que hacer. Los niños ya visten el uniforme con que acudirán al colegio y se entretienen, si es que cabe una palabra así, tan optimista, mirando las moscas en los visillos; la sirvienta encera el piso de tabla y la casita se llena de olores oscuros que la ventana no consigue disipar. Un silencio penetrante completa la húmeda escena. 
De niño nunca conocí el horror, salvo, desde luego, el que me infundían las arañas. Pero era ese un horror del que se podía escapar. Bastaba con que la araña volviera al nido o con que mi madre le diera un zapatazo (eso era mejor) para que la sensación se extinguiera. Yo no sabía que otros niños podían sentir horror, y aún creo ignorar en qué medida el horror puede apoderarse de sus almitas inocentes, hasta dejarlas convertidas en una cebolla frita, aceitosas y retorcidas. El horror recién lo vine a conocer en el año que media entre la juventud y la madurez.
Esas mañanas de casa oscura, sin embargo, se me quedaron en la cabeza; creo que me he pasado la vida fugándome de ellas, huyendo hacia las llamas de la chimenea, hacia los atardeceres y las noches sosegadas, en las que la cálida luz de una lámpara ilumina las páginas de un libro y el contorno de un vaso de whisky. Es la fuga del condenado hacia el huevo que lo aísla de la incertidumbre, lugar común que desprecio apenas lo escribo, pero que ofrece una idea lejana del misterio que ha salvado a los niños cuando han estado a un paso del horror.

domingo, junio 05, 2022

Entrada la mañana

A Benicito

A pesar de los muros, las barreras, la montaña inobjetable, la pasión con que te aferras a los soles colorados que te asombran, entrada la mañana verás tu reflejo en el agua y la serenidad de la onda esmeralda refrescará tus ojos. 

lunes, mayo 30, 2022

La herencia

El faro emite una luz mortecina; la barca se aleja de la costa y va entrando al mar desconocido. Los marineros reciben la ración nocturna bajo las estrellas que se cubren de nubes grises; presagian tormenta. El capitán reparte palabras, gestos y miradas.
Heredé cuartos cerrados pendientes del sonido de la llave, palabras suaves y severas, alegrías maliciosas, dos ríos de lava negligente. 
Di en herencia ojos nerviosos, alegrías malvadas, quejas, censura.

jueves, mayo 26, 2022

Tributo a Gary Brooker

Enterado, con meses de atraso, de la muerte de Gary Brooker, vocalista de Procol Harum y autor de los grandes éxitos del grupo británico junto a su amigo el poeta Keith Reid, mi corazón ha rebosado de melancolía. Hay días como este en que, apegado a cualquier pretexto, me descubro revisando una y otra vez sus temas en Youtube. Entonces me invade una dulce tristeza, algo así como la blanca palidez que baña su rostro de fantasma, el rostro de Ella. 
Procol Harum es un conjunto que recuerdan los de mi generación, mejor dicho, unos pocos de mi generación, que es la generación dorada de The Beatles, The Rolling Stones, Woodstock, Adamo, Leonardo Fabio, Gilbert Becaud, Domenico Modugno, Los Iracundos, José Alfredo Fuentes, Cecilia, Violeta Parra, Víctor Jara. Nunca vinieron a Chile porque sospecho que pocos habrían pagado por verlos. A Procol Harum se lo tragaron tempranamente los monstruos de la música rock y la relativa complejidad de sus creaciones.
En mi tiempo y aparte de los temas de la segunda etapa de The Beatles, hubo dos canciones que me estremecieron al oírlas por primera vez. Una de ellas fue A whiter shade of pale y la otra, Good Vibrations. Más adelante me ocurrió algo parecido con Still crazy after all these years, la notable invención de Paul Simon en la que de la nada irrumpe un brutal cambio de tonalidad. En cuanto a la primera, sin conocer la técnica del contrapunto y no habiendo escuchando antes a Bach, me impresionó un "descubrimiento" que atribuí a mi oído musical, pues parecía que nadie se fijaba en ese detalle. Se trataba de que la melodía dominante corría como un río subterráneo desde el órgano que tocaba Mathew Fisher, mientras la segunda melodía, que cantaba Gary Brooker, se revelaba desde la superficie como una secundaria y lejana imploración. Pasarían años antes de que me avergonzara de mi hallazgo: la ocurrencia tenía doscientos cincuenta años de antigüedad. Good Vibrations, por su parte, destacaba por su estructura de popurrí, con cambios de ritmo y arreglos vocales desconocidos para mi nula formación musical. Los había ideado Brian Wilson, un genio que sufría lo indecible por vivir a la sombra de los Beatles.
Quiso el destino que además me topara a estas alturas de mi vida con la serie televisiva The Flying Circus, de Monty Phyton, y es como si el círculo se hubiese completado. Aquel humor absurdo y aquellas imágenes pasadas de moda -mezcladas con las vírgenes vestales de la antigua Roma, las que custodiaban el fuego eterno, y con los relatos del viejo molinero- evocan a Schubert y a Yeats y lo que finalmente asoma a través de esa amalgama romántica son ganas de detener el tiempo, acariciar al personaje femenino de la canción antes de que el fandango se diluya y la habitación vuele por los aires, y despedir con un abrazo a Gary Brooker, desearle un buen viaje y darle las gracias por haberle regalado un puñado de latidos a mi corazón.
No existe una razón; la verdad es fácil de ver...   

martes, mayo 24, 2022

Dentro de uno mismo

¿A qué se reduce todo?, a uno mismo. Y aquello a lo que se reduce todo hay que buscarlo dentro de uno mismo, pues ahí se halla el resumen de la Creación; no es uno más que eso, pero lo es todo; así se da el hombre por completo. 
El hombre está destinado a ayudar a sus semejantes y es mi aspiración hacerlo a través de mis palabras, dándome a mí mismo. Alejada la vanidad de esta esperanza, mi anhelo sería llegar al mundo entero. Sin embargo, con uno que me haya leído ya sería bastante, aunque no suficiente; aspiraría a un poco más que eso. 
Desearía que mi mensaje se extendiera. Yo soy el mundo y mis hermanos me acompañan en el viaje, hasta los de más lejanas tierras y más lejanos tiempos; ellos me nutren y así conformamos la unidad, unidad que solo se nos revelaría en su esplendor desde la superficie de Plutón: una lucecilla brumosa, visible a través del telescopio, destinada a la extinción. 
A la distancia el mundo tiende a condensarse; de cerca se va abriendo y ya dentro de uno mismo asoma el vacío.
Cada pueblo enarbola su verdad, y no es bueno despreciarla.

miércoles, mayo 11, 2022

La cama

El pináculo de la catedral se mecía en la dirección del viento tormentoso. Adentro, los fieles oraban de rodillas y las esperanzas menguaban. 
El asesino andaba suelto.
Las noticias informaban que se había metido a una cama, dándole muerte a otro advenedizo de un golpe en la garganta, lo que había dejado a la mujer desnuda a sus expensas.
Los ruegos no alcanzaban a llegar a las ojivas; antes que eso el viento los desviaba hacia las puertas laterales, que se abrían y cerraban  según los apetitos venidos del cielo.
Metros más al norte, sobre el escenario del teatro a oscuras, desfilaban los dobles del asesino en grupos de pares. Era una escena inquietante, digna de una pesadilla.  

martes, mayo 10, 2022

Tres anécdotas en torno a Gálvez

El café perfecto

Esto de dar con el café perfecto tiene sus trampas, no es llegar y entrar a un café, ordenar un expreso y tomárselo de un sorbo... Momento, Lehuedé, estoy gustando mi Nescafé... Hay asuntos... cómo decirlo... detalles... el tema del diseño de la silla, el tema de los mozos, el tema del precio, el tema de la repostería, el tema del frío y del calor, el tema del entorno, el tema de la decoración, el tema de los decibeles, el tema de la pantalla del televisor que se entromete en algunos locales que no comprenden el sentido de la vida, que es la elegancia, la mesura, la clase; el tema de la clientela, el tema de la tradición. El sol de invierno es apetecido; el sol de verano obliga a entrar, refugiarse en mangas de camisa y soportar el frío del aire acondicionado mientras afuera el asfalto se derrite, he allí un punto crucial; de modo que de partida el café perfecto es un café expreso pero no la gota que los italianos entienden por espresso sino un lungo, un expreso largo con un vaso de soda, mejor aún un americano, pero no un americano entero, porque eso es mucha agua y poco café, sino un americano tres cuartos, que no se pierda el sabor del lungo y que no dure tan poco como para volver de buenas a primeras al mundo terrenal, al valle de lágrimas como se le llama; y a no mirar en menos el vaso de soda, que en demasiados locales olvidan; ojalá fuesen dos vasos, no agua de la llave; soda, pero soda gratis, no cobrada, porque cobrada ya enturbia el ánimo; hay gente que hace un negocio de todo y este rito se supone que se funda en un trato amable, rito de caballeros, buenos días amigo, buenos días, ¿lo de siempre?, lo de siempre; aquí está su americano tres cuartos y sus dos medialunas, muchas gracias.
Pasan los meses, pasan los años y durante media hora, una hora al día se es feliz, no completamente feliz porque siempre habrá un problemilla, aunque sí feliz hasta donde lo permite el valle de lágrimas, pero llega el día fatídico en que aparece un mozo nuevo al que se le pide lo de siempre y él murmura al oído pida la promoción, se llama Dulce desayuno, es lo mismo pero vale menos y el energúmeno que habita en el fondo del alma despierta... reacciona... ¡Cómo, a un cliente no haberle advertido nunca esto!... tantos meses... tantos años pagando más caro... a un cliente como yo... y el café entra más amargo que de costumbre a la garganta, y a la vuelta surge un banquillo cualquiera en el camino, donde la calculadora sacada del bolsillo multiplica cinco cafés a la semana por 52 semanas y después multiplica el número por diez años, lo que da un millón cuarenta, ¡un millón cero cuarenta pesos en billetes contantes y sonantes que no se hubieran esfumado si ese mozo hubiese existido desde siempre!... Entonces se trama la venganza, que consiste en no poner un pie en el café perfecto durante tres meses, para compensar de alguna manera el gasto, pero a los dos días el energúmeno imaginario se ha batido en retirada y el mozo vuelve a sugerir ¿lo de siempre, señor Gálvez? sí, americano tres cuartos y mis dos medialunas, pero naturalmente de acuerdo con la promoción Dulce desayuno, cómo no, señor. Y se vuelve a experimentar esa sensación de haber regresado al otro mundo, un misterioso planeta donde no existen los problemas nacionales ni mundiales ni tampoco los caseros, las cuentas, los compromisos pendientes, los papeleos que nunca faltan para amargar la vida; porque la vida en el fondo no es más que una maraña de problemas, problemas que algunos toman como bendiciones, justificaciones para levantarse todos los días, mientras que otros los traducen en maldiciones... en peleas de culebras dentro de un saco... en la expulsión del paraíso... 

El aura rojiza

Habrá de comprender que su maraña de problemas son contrariedades comunes y corrientes. No desearía gastar ni su dinero ni mi tiempo en un análisis banal, admítamoslo. En lo que sí podríamos internarnos a fondo es en ese misterio que deslizó en la sesión pasada, al que parece no haberle dado la importancia que merece. Nunca me había tocado un paciente que de un día para otro empezara a ver un aura rojiza en los vagones del metro, alrededor de las cárceles, en las calles, en las oficinas bancarias, en cultos religiosos. Le prevengo que esa nube se está apoderando de su mundo y lo está alterando más allá de lo prudente. 
Ha dado usted en el clavo. He acudido a varios médicos; el oftalmólogo me tapó de exámenes que me costaron un ojo de la cara y me mandó a un neurólogo; el neurólogo me sometió a un scanner y para no quedar mal conmigo, pues no tuvo nada que decirme, me derivó a un psiquiatra, y así fue como llegué a su consulta. Y ahora que le hablo de mi maraña de problemas y termino confesándole lo del aura rojiza, que me la quería dejar para mí, usted desprende que yo padezco una típica neurastenia pigmentada asociada a una deficiencia de la corteza visual primaria, enfermedad que desde luego es indemostrable, aunque tiene un nombre muy científico, largo y severo; le ruego que no cargue otro problema en mis espaldas.
Echa usted al olvido lo que sigue, Gálvez, ¿recuerda lo que sigue? 
Sí.
¿Qué recuerda? 
Recuerdo que cuando casi me había acostumbrado a ver el mundo de un color rojizo comencé a oír voces y captar imágenes dentro de esas nubes. 
¿Recuerda qué tipo de voces? 
Voces internas de la gente que va pasando a mi lado, expresadas en ráfagas de inquietudes que se disuelven en fracciones de segundo. Pertenecen a esas almas, no a la mía; no son voces ni pensamientos inventados. 
Continúe. 
Al mezclarse con la multitud, las visiones cinéticas crecen; al alejarse, van desapareciendo. Las imágenes van acompañadas de lamentos escépticos, agobiados, retorcidos, angustiados, estoicos, son voces que pueden emparentarse con el sufrimiento y la desesperanza. Se me dibujan perfectas entre el vapor rojizo frases repugnantes.
Qué frases.
Putamadre, mierda, por qué a mí me tenía que tocar, la puta que lo parió, por qué no morí cuando guagua, huevón tenía que ser. En no pocas ocasiones el fenómeno toma la forma de palabras que arman un pensamiento, incluso palabras mal escritas, con faltas de ortografía. Las percibo claramente.
Cuánto lleva usted en eso.
Un mes, más o menos.
Y qué explicación le daría al fenómeno.
Usted debería decírmelo, para eso vine aquí. 
No, me interesa su versión de los hechos, si es tan amable. 
Bueno, no le niego que algo he pensado, y es que a mi juicio mi patología, si pudiese llamarla así, me hace depositario de la maraña de problemas que aquejan a la gente. Por una razón desconocida, de pronto puedo ver con claridad los problemas de las personas que pasan por mi lado, los enredos que tienen en la cabeza, problemas que ya soy capaz de advertir a medida que se aproximan esas sufrientes humanidades, debido al aura rojiza que irradian, ¿qué le parece? 
Más importante es qué le parece a usted, Gálvez. 
A mí me parece que se me ha sumado un nuevo problema. 
Hagamos un ejercicio. Dígame, por ejemplo, cuál sería mi problema, ya que usted lo puede ver. 
Usted tiene la mitad de su mente puesta en mi caso y la otra mitad en la piscina que se está construyendo en la casa; le preocupan los maestros y duda de la calidad de los materiales que escogieron, se le nota arrepentido de no haber contratado a una empresa seria para que le hiciera la piscina. 
Es todo verdad, usted lo ha dicho en forma exacta, pero... qué ve en mi problema, ¿ve la piscina, ve a los maestros? 
No, veo el problema de su piscina... cómo decirle... yo no soy capaz de leer la mente completa de las personas, solo soy capaz de ver la maraña de problemas que las afligen. 
Claro, claro, ¿me podría dar otro ejemplo, Gálvez? 
Cuando paso frente a un jardín infantil veo muy poco vaho rojizo sobrevolando el lugar, y esa escasa radiación sale de las parvularias y de sus asistentes, poco y nada de los niños. 
Me intriga su caso... ¿le molestaría que saliéramos a la calle para que me cuente lo que va viendo? 
Cómo no... ahora mismo diviso una mancha poderosa dentro de esa vivienda; proviene de un hombre sentado en el escusado al que lo atormenta su mala digestión... está pensando que el colon lo llevará al hospital. Veo claramente su pobre digestión; en la casa de al lado veo a una señora atormentada por la gordura que le delata el espejo, se promete que retomará la dieta pero sabe que no lo hará y por eso está tensa; y esa joven que va por ahí, esa de vestido azul, esa joven está recién titulada; eso la inseguriza, entre el aura rojiza que sale de su cuerpo se me aparece impartiendo clases, preparando trabajos interminables que no son tan necesarios. Esa mujer de más allá tiene una hija de ocho años súper alta; le va muy bien como ingeniera, pero le han detectado un cáncer precoz. La rodea un aura rojiza muy tenue, porque le detectaron el cáncer a tiempo y espera los resultados de los exámenes con confianza. El padre aquel que camina con su hijo está preocupado porque imagina a su hijo indeciso; sabe que le gusta el deporte y quiere verlo estudiando pedagogía en educación física, kinesiología o veterinaria. Y a esos jugadores arremolinados en las escaleras del Teletrak no hay más que verlos con sus cuadernos en la mano, mal vestidos, desaseados, silenciosos, con sus miradas sombrías, para desprender que son todos iguales, esclavizados al único vicio que les da esperanzas de una vida mejor. En ellos el aura rojiza que los cubre está casi de más...
Regresemos a la consulta, por favor
Cómo no.
En el camino lo he venido pensado y se me ha ocurrido una solución poco ortodoxa para su problema. Mientras sea víctima de ese curioso fenómeno no le quedan más que dos posibilidades: una es que se lo eche al hombro y continúe con su vida de tormentos, como ha estado ocurriendo; otra es que le saque partido y hasta gane dinero con esto. 
No me vaya a mandar a uno de esos concursos de la televisión, que ya lo he pensado, pero no resultaría.
¿Por qué lo dice?
A los telespectadores no se les puede dar garantía de algo que solo veo yo. Y existe la posibilidad de que a los elegidos para hacer la prueba de entre el público no les aflore problema alguno, sumidos como estarían en la excitación del programa. ¡Pasaría más vergüenzas que el tipo que hablaba 27 idiomas! 
Concuerdo con usted, Gálvez, pero no es lo que había pensado.
¿Y cuál es su consejo? 
Existen muchas personas que cobran dinero por diagnosticar los problemas de sus congéneres, con el propósito de solucionarlos. Ahí ve usted a los oftalmólogos, a los abogados, a las adivinadoras, digo las adivinadoras pues por una razón que no acabo de entender, este oficio lo ejercen de preferencia las mujeres. Se les agregan el viejo sastre remendón, el zapatero, el gásfiter, el arquitecto, el ingeniero, yo mismo y tantos otros que en el fondo dependen del dinero de los demás para vivir. Tenemos entonces a una masa de personas que se ven obligadas a pagar, a veces mucha plata, para ser atendidas. Pero se habrá fijado usted que existe un espécimen que no solo no cobra sino que pagaría por solucionar los problemas de la gente, aunque la solución no le importe demasiado, y nótese que no estoy hablando del sacerdote, que si bien no cobra en apariencia, recuerde usted el diezmo, tampoco paga y lo que hace es acarrear agua para su molino espiritual, ¿sospecha hacia dónde estoy apuntando? 
No.
Muy sencillo, Gálvez, ese espécimen es el político. Mi consejo es que se arrime a un político de fuste y le demuestre su talento; no tardará en hacerle firmar un contrato de exclusividad. Usted le revelará los problemas del vulgo, no el lloriqueo manipulador y artificial que nace del aprovechamiento, y a él le será más fácil que a nadie sintonizar con las verdaderas necesidades de la opinión pública, aquellas que permanecen ocultas, que causan dolor y que a veces no dejan dormir. El político llegará al alma del pueblo y gracias a usted su nombre subirá como espuma en las encuestas. Prometerá lo real pero imposible, no lo posible y artificial, y se ganará el cariño de la gente, que dirá: ¡este hombre sí que conoce mis desdichas y comprende mis dolores! Le aseguro, Gálvez, que quien se arrime a esas manchas rojizas tendrá el poder de la nación. 
Veré qué hacer... pero le confieso que me voy más aliviado...

Un pacto con el Diablo

Gálvez entró a la consulta del especialista, lo saludó con una mano húmeda que denotó su trastorno de ansiedad y tomó asiento; el médico corrió las cortinas, que dejaron la habitación en penumbras, y dio inicio a la sesión, recordando las últimas palabras del encuentro anterior. Gálvez reaccionó con cierto desgano; no era un tema que le interesara tratar. Siguiendo su consejo, en el intertanto de esas dos semanas había sido recibido por Walter Sátrapa, un diputado de dudosa moral a quien, una vez comprobadas, maravillaron las cualidades de su interlocutor, al punto que de inmediato lo sumó a su grupo de asesores. A partir de ese momento, bruscamente, Walter Sátrapa comenzó a hacer noticia por audaces propuestas que lo estaban encaramando en los sondeos de opinión. 
Las felicitaciones del psiquiatra le valieron de poco; Gálvez se hallaba enfrascado en una nueva contrariedad: las exigencias del político le demandaron un esfuerzo mayor, que produjo efectos inesperados. El aura declinaba y él se estaba viendo en una situación embarazosa. Enfrentado a unos cuantos electores citados a la oficina de Sátrapa, no supo salir del paso y equivocó su diagnóstico; aquello levantó vallas en el trato entre ambos; Sátrapa comenzó a sospechar que había contratado a un charlatán. 
El psiquiatra le hizo ver que el cauce que había tomado el problema era una buena noticia para él y una mala noticia para Sátrapa, de lo cual se alegró, porque ese político nunca había estado entre sus predilectos. A Gálvez, perder ese don le significaba no solo perder un fajo mensual de billetes sino sacarse el peso de los problemas ajenos. Todo indicaba que pronto desaparecería por completo el aura misteriosa, de modo que cada cual enfrentaría sus propios males y para Gálvez quedarían solamente los suyos. Sátrapa, en tanto, decaería en las encuestas.
Gálvez se manifestó medianamente conforme con el pronóstico médico; así pasó la sesión y así llegó la siguiente, donde el paciente pudo explayarse en torno a la vivencia que captaba su interés desde hace unos días.
Había otra cosa que quería contarle.
Hágalo a sus anchas.
Ayer volví a mi hogar después de compartir un asado con mis amigos. Eran como las seis de la tarde. Por la noche les conté que le había propuesto al Creador Supremo, lo escribí usando esas mismas palabras, les decía que le había propuesto al Creador Supremo que detuviera el tiempo y lo fijara en ese día, entre la una y media y las cinco y media de la tarde, la hora del encuentro, desde luego. Luego les agregué que el Supremo Creador me había mandado a freír monos. Minutos después me llegó un mensaje al celular.
"Hablaste con la persona equivocada". 
Era Ernesto, uno de los miembros de nuestra cofradía, hombre que si no fuera tan ingenioso me habría hecho saltar las alarmas, de modo que tomé su respuesta como una broma. Fueron mis demás amigos quienes se posaron en su árbol genealógico y me recordaron la telaraña de brujos y hechiceras que se enredaban en su pasado. Ernesto les respondió por la misma vía que no se pasaran rollos. 
A esa hora de la noche, lo importante para mí era que ese asado me había sacado del problema de las goteras que llevan dos días cayendo en el hall, y aun más, del problema mayor: mi imaginación circular que amplifica los peligros, hace ver dramas donde no los hay, repite escenas nunca vistas como si uno fuese un niño ante los afiches del rotativo; mientras continúa el tic tac de las goteras... tac... tic... tac... tac... la puerta cerrada del dormitorio para no escuchar, tic... tac... tac... 
Así estaba por quedarme dormido cuando sonó el timbre. Era Ernesto; su silueta lucía borrosa por el contraluz que provocaba la luminaria del poste eléctrico. 
Hablaste con la persona equivocada, repitió. Vine a ofrecerte un pacto con el Diablo para detener el tiempo en la hora indicada. 
Acepté y se esfumó. 
No te vayas, dónde hay que firmar. 
Volvieron a tocar el timbre. Un mendigo me pidió limosna; le di mil pesos y desapareció por un camino en bajada. Ernesto regresó, cubierto con un poncho de lana, sumido en un profundo estado de meditación. Me preguntó qué me había dicho el mendigo. Le dije que poco y nada. El Diablo te acaba de conceder tres deseos, es cosa de que los pidas. 
Cerré los ojos.
Deseo... deseo detener el tiempo en ese asado... deseo vivir en una eterna sensación de felicidad y de vacío... deseo ser otro al momento de morir, para que mi alma no se la lleve el Diablo. 
Desperté en un mundo repleto de cadáveres resucitados, pero no olían mal, aunque el tono de la piel no era el más saludable. Se movían como gusanos, aplastándose unos con otros, pues no había cupo para tanta gente en la tierra. Quiénes son ustedes. Hicimos pacto con el Diablo al igual que tú, ven con nosotros. Adónde. Déjate llevar por los más ingeniosos, síguelos como hacemos nosotros. Vi que se dirigían hacia un montículo ubicado en un punto lejano. Al llegar a una orilla cubierta de lodo, los que me antecedían caían a un hoyo y los que venían detrás mío me empujaban; así caí con los demás y fui a dar al Más Allá. Noté que en el infierno se respetaba un orden y no había caos, estaba todo muy bien organizado, aunque la situación no me acomodaba. Tan rápido que había pasado el tiempo, lo del asado no pensaba ser la eternidad, pasó volando. Un ángel salió en mi defensa y se enfrentó con el Diablo, que seguía exigiendo el cumplimiento del pacto. El ángel le propuso que postergara para más adelante el problema. El Diablo me empujó a las patas de un burro negro que venía retrocediendo; antes de recibir la coz di un salto y desperté con la sensación de ese sueño, mientras el agua seguía cayendo, gota a gota... 
¿Y qué lecciones saca de esto, Gálvez?
Ninguna. Los sueños se van olvidando con los minutos.
Está bien, se ha hecho tarde, nos vemos en dos semanas, adiós.
Hasta pronto.

Una maraña de problemas

Cómo está, Gálvez, cómo se ha sentido.
Bastante bien.
Tome asiento. Cuénteme.
De un tiempo a esta parte he reafirmado la idea de que la vida es un problema. Uno tras otro.
Volvemos al principio.
Problemas por aquí, problemas por allá, problemas en la casa, problemas con los hijos, problemas con la esposa, y en medio de los problemas... una o dos burbujas que me alivian, y así voy dando vueltas y vueltas.
Gálvez, esta es nuestra última sesión y tengo que acortarla. Me mandaron llamar de mi casa y debo ir ahora mismo a recibir la piscina; los maestros me están esperando. Espero no causarle una molestia, pero aunque me temo que no lo desearía, debo asegurarle que usted se encuentra bien. Desde luego, la consulta será gratis. Piense que en el fondo le estoy dando dos buenas noticias. Y para despedirnos desearía invitarlo por última vez a recostarse en el diván.
Hágase honor a la piscina nueva.
Así... muy bien... relájese... respire profundo... bote el aire... respire... espire... afloje los músculos... relájese... inspire... exhale... Ahora está usted en una playa... camina hacia las olas... se tiende en la arena... está nublado... el sol no le molesta los ojos... no hace ni frío ni calor... ¿siente el ruido de las olas?... ¿siente las olas?... Bien... Las olas son sus problemas... van y vienen... van... vienen... van... vienen... nunca se acaban... nunca se acaban... pero no alcanzan a llegar a sus pies... no lo ahogan... no lo cubren... van... vienen... nunca se acaban... no hace ni frío ni calor... el sol no le molesta... Bien... Ahora se levanta... retrocede hasta las dunas... retrocede un buen trecho... sortea el vaivén... sube... baja... se vuelve a tender... la arena está tibia... agradable... solamente existe usted... las nubes bajo el sol... la arena tibia... el verdor de las docas... Las olas están, pero se han ido... están, pero no están... solo se las imagina... están por ahí, en alguna parte... pero no están... Así son sus problemas... están... siempre estarán... pero se han ido... 
¿Entiende lo que intento demostrarle? Veo en usted a una persona sumida en una maraña de problemas que lo agobian, como si fuese Atlas llevando el mundo en las espaldas. No contento con eso, cree que todos los seres del planeta están hechos de la misma madera. Pero usted hace una errada interpretación del fenómeno. A la mayoría de los hombres les importan un comino las dificultades y cuando arrecian, se saltan sin pudor la moral para escabullirlas. Observe la manada que entra a las micros sin pagar, las mentiras que se echan a sí mismos para salir del paso, la compulsión por pisotearlo todo para sobrevivir, como el pánico ante la estampida. Su nube rojiza no podía ser más que el producto de la mente de un neurótico y las goteras, un problema que se soluciona llamando al gásfiter. Haría bien en tomarse unos tres cafés al día y disfrutar más con sus amigos; es bastante simple. ¿Concuerda con mi conjetura?
Me gustaría decirle que sí, pero no. 
¿Cuál es la suya?
Escabúllete, aléjate de ti mismo y entra al fondo de la cuestión. Rechaza lo que fluye, la orden interna, lo fácil, y sumérgete en la inconsciencia. Solo de allí saldrá tu verdad. Mientras, no anheles lo obvio, el razonamiento del fracaso, y entrégate a tus apetitos, por más superficiales que resulten. Tal vez el deseo sea más grande de lo que aparenta, y el egoísmo más aún. 

lunes, mayo 02, 2022

El trabajo

Llevo dos noches volviendo al trabajo.
Me internaba en una galería del centro; miré una vitrina y vino el desaliento: no hay ningún tema nuevo para hoy. Qué hago, llegaré al diario sin un tema que ofrecer en la reunión de pauta. Cómo es posible que dependa de los artículos que vende una tienda del centro, baratijas colgando de la pared, esa me sirve, esa no me sirve, esa me podría servir mañana, esa es muy pequeña, esa otra no le interesaría a nadie, no generaría clics. 
En las demás tiendas tampoco hay novedades, ya las venía examinando de antes, ni siquiera vale la pena ahora echar un vistazo, mejor entregarse a la suerte. 
En el diario un fichero luce los temas asignados. Allá arriba está escrito mi nombre. Resulta que se me ha dado algo; se me ha regalado un hueso que roer, benditos jefes. Debo seguir la nueva serie que se estrena en Netflix. No me desagrada la misión, aunque no han pasado ni cinco minutos cuando reparo en que es mucho más que eso; es una tarea de doble filo; se trata de llamar al extranjero a los actores, averiguar noticias de ellos para informar a nuestros lectores. Mi superiora se toma esa dificultad con ligereza; ella siempre se ha tomado con ligereza las cosas que me atañen, es como si confiara demasiado en mí, como si su mente siempre estuviese en un lugar lejano, no en mis bagatelas. Y se ríe, y sufre sus penas de amor, sus achaques, y cambia de tema. 
¡Oh, Dios! qué suerte que estoy jubilado y esto no pasa de ser un sueño; pero los sueños son también la vida y esa intranquilidad, ese vago malestar que traen los despertares...
Entre los dos trabajos nos cae la muerte de Roberto Lecaros. Domingo de sol, el cementerio cubierto de cicatrices dejadas por los manifestantes; no hay salud por los difuntos. Los santos que marchan nos van guiando al sitio del entierro, donde sus hermanos tocan en un ambiente sereno de alegría. Recuerdan anécdotas y el humor enérgico del "Loco Robert"; el público sentado entre las tumbas. Clarinetes, saxofones, la batería que va cambiando de manos, un piano eléctrico, Mario, Félix, Roberto el hijo, una muerte suave, la muerte de un artista del jazz.
El día antes, entre sueño y sueño, lo vi en el féretro en la parroquia. Parecía alegre, como queriendo abrir los ojos. Saludamos a los papás del Cristóbal y a mi hijo, que había llegado por su cuenta, otro jazzista. Mi hijo lucía un perfil sereno, había varios carreteados de gafas, alguien comentó que a mi hijo lo querían mucho y entonces nos vamos. Pasamos por varias pastelerías, pero mi mal genio me impide detenerme en alguna; el mal genio es más poderoso, es enemigo de lo bueno, siempre ha sido así, y terminamos en la casa caída la noche, viendo una película.
He resuelto probar la oferta. Por la oficina de medio pelo se pasean ex colegas tan viejos como yo, ex reporteros decadentes que laboran por unos pesos, que desean seguir viviendo y que ya se acostumbraron a sus nuevas funciones. Este nuevo diario es de tendencia de izquierda, muy de izquierda. Los temas se tratan según esa perspectiva y yo me pregunto: ¿presentaré objeción de conciencia? Pero, pensándolo mejor, ¿qué hacía que yo pensara como pensaba? ¿Qué diferencia haría que hoy pensara de otra forma? ¿Son tan cuestionables estos nuevos puntos de vista? ¿Acaso no me lavaron el cerebro durante años? ¿No resultaría insensato protestar porque ahora me lo lavan otra vez?
Claro que tampoco me llueven las propuestas, mi sino es vibrar en silencio mientras los demás viven de lo  más tranquilos, sin dramas. 
¿Cómo es que no se dan cuenta de la crisis? ¿O es una crisis personal, de un solo espíritu?
Lo del festival se cae a último momento por un desperfecto eléctrico. René Cid lleva los cables y no hay sitio para mí, los puestos se han copado. Obligado a sacar la vuelta; eso me acomoda y me angustia, a nadie han echado por sacar la vuelta cuando los puestos se han copado. Sin embargo la verdad dice que hay otros que trabajan, que sí tienen misión, que se han arreglado los bigotes; así es cómo se va dando la selección natural.
Dejar pasar el día sin hacer nada, haciéndome el que trabajo.
Le pregunto a Pepe por el asunto de las platas. "Los domingos en la noche reparten diez mil a cada uno y los días de semana, mil cada día". Pero eso no hace ni cien. "Algo así, poco menos de cien mil al mes". Pero con mil al día no me alcanza para dos pasajes de bus, salgo perdiendo seiscientos pesos diarios. "Claro, es lo que hay".