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lunes, agosto 19, 2024

Periplo de Callaos Cauros en tierras sureñas


El tío Pablo llegó a las siete y media de la mañana en punto, tal como se había convenido. Lo saludé en pijama desde la puerta y le abrí y cerré dos veces la mano derecha. Diez minutitos plis. No hay problema. Miré el pasto: no estaba escarchado, como lo pronosticaba el informe meteorológico. Podría haberlos ido a dejar yo mismo al aeropuerto; otro signo de las aprensiones que gobiernan mi vida. Tuvieron que pagarle el taxi al Tío Pablo.
Mis hermanos apuraban sus frugales desayunos y echaban las últimas prendas a las mochilas, mientras yo me iba haciendo a la idea de volver a la soledad. 
La soledad se padece antes de ser experimentada. Una vez que se asoma de verdad, se disfruta. Es mi caso, al menos; no siempre, pero sí la mayoría de las veces, y eso hace que el peso sobre los hombros se torne abordable.  
No hacía nada que los recibía en el aeropuerto, previo intercambio de chats. ¿Pasó algo que no salen? Llegamos hace rato. Pero dónde están que no los veo. En la salida. Pero si yo estoy en la salida. En cuál salida. En la única que hay. Nosotros también estamos en la única salida. ¿Están en la calle? ¡No, estamos adentro en la salida! ¡Yo también!
Primer desencuentro; las cosas parecen seguir igual que siempre. Callaos Cauros es un menjunje de ansiedades, dedos en la llaga, tallas pesadas. Pero esas capas rebotan en un cuero de elefante que protege el auténtico espíritu del grupo, fundado en el cariño. Nosotros lo tenemos claro, pero a los demás les toma un poco de tiempo darse cuenta.
Callos Cauros guarda cierta relación con el tío Pablo. El tío Pablo murió hace como veinte años y también fue taxista. El taxista que llegó a recogerlos se llama Carlos González. Si le puse Tío Pablo fue porque le encontré un dejo suyo en la apariencia y sobre todo en el carácter alegre, simplón.
Un día, cuando estábamos chicos, el verdadero tío Pablo nos llevó a jugar a la pelota a los alrededores de Codegua en su auto viejo. Todos felices porque andar en auto era sinónimo de felicidad, aumentada en ese caso por las bromas en el camino y el gustito que sentíamos en la guata en cada subida y bajada del camino de tierra. Los ocho primos Mardones hombres (había tres mujeres) echábamos el bofe en la canchita de tierra, con el tío Pablo en un equipo y no recuerdo si mi papá en el otro, cuando de repente el tío Pablo lanzó un grito:
-¡Callaos, cauros!
Se paró la pichanga. Qué pasa. Los Mardones expectantes en la cancha. Silencio sepulcral.
De pronto sonó un pedo, que nos hizo reír a todos. No fue un pedo de poto de elefante ni un pedo del estilo rompe tocuyo. Yo diría, por el recuerdo que guardo, que fue un pedo normal, algo agudo, más corto que largo, un pedo de niño. El juego continuó.
Durante el periplo sureño hubo un momento para analizar esa anécdota, que dio origen al nombre del grupo. En lo de la pichanguita en los alrededores de Codegua no hubo dos opiniones, pero en los hechos que le siguieron la cosa se bifurcó, no como en el jardín de los senderos de Borges, pero se bifurcó. Una versión le atribuyó el pedo al tío Pablo y la otra al Jorge, su hijo mayor, que entonces tendría unos diez años. Al Jorge lo bautizamos "Maravilla Gamboa" en honor al crack colombiano que brilló en el Mundial del 62, aunque Colombia no pasó la primera ronda. El Jorge, morenito, hacía cachañas parecidas a Delio "Maravilla Gamboa": quedó con ese apodo para siempre. Como la tecnología permite actualmente acometer empresas imposibles para otro tiempo, y ya que el ocio que genera la soledad me lo permite, me decido a llamar al mismísimo Maravilla Gamboa para salir de dudas.
(Suena el teléfono).
¿Hablo con Maravilla Gamboa? ¡Hola Huguito!, me pillaste manejando. Te llamo más tarde. No, dime no más, ando sin pasajeros. Es por un asunto muy puntual, se trata de la anécdota de Callaos Cauros; ¿sabes el origen? Claro, es de mi papá. Ah, entonces fue el tío Pablo. Claro; estábamos jugando a la salida de tu casa, en ese cuadradito que era una especie de antejardín. Pero eso era muy chico para jugar. Sí, pero no estábamos jugando a la pelota, estábamos jugando a las bolitas y de repente mi papá exclamó: ¡Callaos, cauros! Todos nos quedamos callados, intrigados por saber lo que iba a decir, y entonces soltó un gas. Ah, fue el tío Pablo; yo pensaba que habías sido tú. No, yo fui el que después contó la anécdota. Bueno primo, ¡gracias, nos sacaste de una duda!, sigue manejando tranquilo, adiós. ¡Chao Huguito!, ¿cuándo te dejas caer por Rancagua? Un día de estos.
De esta anécdota surgen tres aristas, como se dice hoy. La primera es que la memoria engaña. La segunda es que la verdad suele teñirse de luminosos colores y cuando sale a relucir es gris. La tercera es el poder que tienen los recuerdos sucios, hasta el punto de que la memoria los conserva sobre otros hechos de sobra más importantes. Hasta Freud ha metido mano en el asunto, con su teoría de la fase anal, que todo niño desarrollaría entre los dos y cuatro años. Yo prefiero regocijarme pensando simplemente que el recuerdo de la anécdota del tío Pablo se mantiene vivo por la sorpresa que provoca un pedo cuando sale en público, que es algo que causa risa si se trata de una excepción, pues como hábito despertaría fastidio. Tal vez de ahí venga el dicho "chiste repetido sale podrido".
Aclarando las cosas, Callaos Cauros no somos cuatro hermanos, como dije el principio, sino dos hermanos más dos hermanos que forman un  cuarteto de primos hermanos, a tal punto que tenemos los mismos apellidos. Dos hermanas Labra se casaron con dos hermanos Mardones. Esa fuerza de parentesco nos llevó a vivir prácticamente juntos durante toda la infancia, de allí que Luchizo decidiera un día cualquiera de su adolescencia tratarnos de "hermanos". Y en el fondo somos hermanos, qué duda cabe. Luchizo (Luis) es el mayor de todos, coronel en retiro de la Fach. Le sigo yo, Huguizus (Sergio Hugo, Hugo para la familia), periodista jubilado y escritor, si ser escritor es haber escrito diez libros. Después está Papazete (Víctor, mi hermano de mamá y papá), arquitecto, empresario, cinéfilo, dibujante y fotógrafo por vocación. Y cierra el grupo Merterele, también llamado Gl (Miguel), ingeniero civil, pensionado, rentista, bajista del grupo Nieve, fanático de Paul McCartney hasta un poco más allá de la exageración. Si no hubiese muerto Julchus (Julio) a los 21 años, Callaos Cauros sería un quinteto.
Merterele es de talla fácil, liviana. Durante este viaje que acaba de finalizar me rebautizó como El cochero de Drácula. Años antes me había puesto Palmer, porque cuando me peinaba hacia atrás el pelo se me abría como palmera. Dábamos la vuelta completa al lago Llanquihue y como siempre, le tocó el asiento trasero junto con Papazete. Luchizo, de copiloto. El auto de dos puertas se bamboleaba ante ciertos baches del camino y además porque es un auto duro, de campo más que de ciudad. ¡Puta, vamos en la carroza de Drácula!, protestaba Merterele, de vez en cuando. Esa tarde pasamos por Puerto Octay y como siempre hago con las visitas, los llevé a la preciosa costanera y les enseñé el monolito en memoria de los músicos mártires de la banda del regimiento de Valdivia, fallecidos el 28 de febrero de 1931, al ser despedazados varios de ellos por las hélices de un barco cuando se disponían a rendir homenaje a los príncipes de Gales Eduardo y Jorge, futuros reyes de Inglaterra. Se dice que los príncipes andaban huasqueados; prefirieron quedarse en el bar de la casa Centinela -que luego derivó en el Hotel Centinela- antes que acudir al tributo organizado para ellos en la península del mismo nombre. Los músicos bien gracias, pero tenían que partir de vuelta a Valdivia y para eso los debía ir a buscar un buque para llevárselos a Puerto Octay y de ahí a Valdivia por tierra. Pero falló el vapor, no tenía leña para encender los motores. Ansiosos, descubrieron una lancha para veinte personas y se subieron. Mientras tanto el vapor se consiguió leña y partió a buscarlos desde Puerto Octay a Centinela. Plena noche. El barco no vio a la lancha y la partió en dos. Al echarse para atrás, las aspas dieron cuenta de algunos músicos; los otros, desesperados, nadaron al centro del lago en vez de nadar hacia la orilla y se ahogaron. Doce víctimas en total. Los príncipes no tuvieron la culpa pero igual se echaron al pollo al otro día y mandaron una corona de flores desde Argentina. ¿Alguna vez habrá conocido Wallis Simpson esa historia de labios de Eduardo VIII? ¿Le habrá aumentado la tartamudez a Jorge VI con el shock? Callaos Cauros la conoció esa tarde y Merterele, impresionado, buscó más detalles en Google.
Aunque el diccionario de americanismos afirma que el dicho correcto es "echarse el pollo", yo prefiero usar "echarse al pollo".
El restaurante La Olla no es de delicatessen; es de salón amplio con cuarenta mesas y gran cocina a la vista. Ahí nos mandamos sendas merluzas y congrios a lo pobre o con papas salteadas, Papazete se inclinó por un plato de verduras. Esa fue una de las salidas; otra fue a La Tropera, donde la noche del arribo nos mandamos al pecho dos pizzas y sendas degustaciones de cervezas. Otra fue al hotel Elún. Pasamos la mañana y la tarde entera gozando de los sillones, la conversación frente a la chimenea, la comida, el café y la hospitalidad del local con vista al lago. Y otra fue a Cancagua, pleno bosque frente al lago. Allí se nos vino la noche disfrutando dos horas y media un baño con el agua a 41 grados de temperatura. Merterele encontró un poco cara la experiencia, aunque días antes había materializado la reserva de un viaje de cinco días a Montevideo para ver a Paul McCartney. Cada uno con sus gustos, como decía la vieja.  
Las mañanas en la cabaña comenzaban con la diana militar con canto de gallo incluida, que seleccioné de Youtube especialmente para este encuentro. El único que se reía era yo. Las noches empezaban relativamente temprano, tipo ocho, los cuatro sentados ante la pantalla de 50 pulgadas. La serie escogida fue "El encargado". Yo la he visto tres veces pero Papazete la conocía solo de oídas y como en Santiago las hace de administrador de su edificio en plena Zona Cero del estallido, quería verla. De modo que a las ocho y diez minutos la escena era la siguiente: Papazete y quien habla con un whisky en la mano, viendo la serie; Luchizo estirado en un sofá, roncando; Merterele, haciendo como que la veía pero al ratito, roncando sentado. Después, a convertir los sofás en camas, a preparar el colchón inflable para Luchizo y a dormir.
Yo pensaba que en este encuentro nos íbamos a ir de conversa profunda, porque era la primera vez en la vida que pasaríamos cuatro días solos, pero fue lo de siempre. No se pueden forzar las cosas, y si se sobreentiende el cariño entre nosotros (aunque a veces nos pasamos a pullazos y peleas) para qué entrar en profundidades; no hay necesidad de abrazos ni declaraciones rimbombantes; además, y de la nada, podrían haber reflotado sentimientos cochinos. Hubo sí un episodio que me llamó la atención. En una de esas noches salió a relucir la violenta reacción de Papazete cuando lo tratábamos con el apodo de "Toronjo asesino" en la niñez. En vez de reírse, dijo:
"Me sentía pequeño y tenía que defenderme". ¡Vaya, eso no lo había oído nunca!, es un dato de la mayor importancia. 
Luchizo sigue siendo una montaña rusa de emociones, que van desde sus grandes entregas de amor, en la cima, a quejumbrosos lamentos en que da la sensación de haber sido traicionado, burlado, mirado en menos. Merterele, cuando logra vencer su manía de andar cerrando la puerta tres veces o repasando la posición de las llaves del gas, lo ve todo desde su apacible rincón, y de repente lanza un guadañazo que resulta divertido, como ya lo dije, intervención que no molesta como las bromas de Papazete y en menor medida, las de Luchizo, que son más cautelosas. Porque Luchizo es cauteloso y Papazete, frontal. En cuanto a mí, me veo ahora mismo envejecido diez años en un par de días, a juzgar por las fotos del viaje que va registrando Papazete con enervante decisión, fotos que nos obligan a esperarlo a regañadientes en el auto, que generan quejas, a sabiendas de que serán el testimonio del periplo.
Son mis primeras vacaciones en diez años, se defiende. Lo que no deja de llamarme la atención. 
Tú, que no tienes problemas económicos, ¿primeras vacaciones en diez años? 
Sí, dice, y su explicación se me borra de la memoria.
Escapa a esta pintura de brocha gorda la posibilidad de adentrarse en los ríos subterráneos que fluyen dentro de Luchizo, Papazete, Merterele y quien habla. Ningún retrato reflejará completamente la esencia de ningún ser humano si el retratista no posee las armas para bucear en oscuridades clausuradas al mundo. Los silencios y los sueños son los señores de la verdad del hombre; ni siquiera quien sueña o quien guarda un silencio reflexivo conoce su verdad. Da la impresión de que por una razón misteriosa las personas esconden de las miradas de los demás lo más importante de sus vidas. Juntos, esos días, conformamos un grupo de hermanos, Callaos Cauros, y posiblemente nos unimos más que nunca; pero esos silencios nos mantuvieron separados, como siempre.     
 
 


miércoles, agosto 14, 2024

Profundidad, moda

Vayamos hacia lo más profundo; olvidemos los fantasmas, los demonios, el pozo de la mente, las alimañas que chapotean en el pozo, toda esa lista de lugares comunes, de metáforas trilladas, e intentemos bucear aún más abajo. 
Quisiera saber qué hallaría, con qué me enfrentaría, quisiera intuirlo, quisiera descubrir que no es el miedo, no es el amor, que ni siquiera es el vacío ni la oscuridad ni la luz.
Qué hay más allá de mi alma, lo ignoro; no desearía recurrir a palabras gastadas, huecas, para describir ese estado, porque además no tengo la menor idea de qué describiría. Qué hay más abajo o más adentro de mi alma, más allá de la semilla y del gusano.
Bastante inhumano, masoquista, es querer sobrepasar los límites de la inteligencia que el creador nos regaló. Y sin embargo, de ser posible, mi deseo tiende a proseguir la excavación hasta llegar a la antesala del tesoro.
Días después de haber redactado estas palabras gastadas me surge una ligera reflexión: si los libros clásicos escritos hace cien, doscientos, setecientos años evidencian los avatares de la época en que los recibieron sus lectores, digamos una época con realidades, costumbres, creencias totalmente extemporáneas a las de nuestros días, y aun así perduran en el tiempo, ¿dónde está la moda, el acierto o la ridiculez  en este texto? La sola pregunta podría indicar que entré por el camino errado. Salvo tal vez para un filólogo, ahora mismo no hay forma de saberlo.       

domingo, agosto 11, 2024

Un domingo en el hotel Elún

Se acaban de ir. El vestíbulo, que también es recepción, bar, comedor, estar, todo dispuesto alrededor de la gran chimenea, vuelve a quedar vacío. Se fueron las voces, las risas, los intercambios de palabras, las acotaciones, los planes inmediatos, el optimismo que se les despierta a los pasajeros que abandonan los hoteles al mediodía, cuando tienen algo más que hacer.
Y qué hay de mí? Nada trascendental; vuelvo a quedar solo con la música del parlante, siempre la misma canción de Adele, todos los domingos es igual; la dulce Pía, sirviéndome el mismo café de siempre, antes de que se lo ordene, la joven de lentes sentada frente al pc de la administración, en mis manos el libro Vida, de Santa Teresa.
No puedo creer que siga dudando de las visiones de la santa, al leerlas se me vienen a la mente los delirios de Bernardo Lazcano Mella, el personaje de mi libro de crónicas; en algo se parecen la intensidad con que describen la presencia, la visita de Jesús y de Dios a sus almas, y el dolor, la extenuación que les deja la experiencia, una vez acabada. Yo siempre leí con respeto las palabras de ese loco, aunque para mis pocos lectores no sean más que una chifladura de marca mayor y su historia suelan pasarla pronto al olvido. Es curioso que eso mismo pensaran hasta los mismos confesores de la santa. La invitaban a rechazar sus visiones, de las que aseguraban eran muestras de la presencia del demonio. Hoy se diría de visiones como esas que constituyen la prueba de un síndrome mesiánico, delirios místicos. Desde luego, en aquel tiempo las rechazaban porque ninguno de esos católicos ejemplares había vivido ni vivió jamás algo así.
Conforme avanza el tiempo y la vista se me cansa, la sensación que se apodera de mi cuerpo es de serena placidez, sensación lindante con el aburrimiento, con la comprobación de ausencia de emociones; el vaso de agua que acompaña al café me hace ir una, dos, tres veces al baño. Es un vaso grande, a esa hora me provoca ese efecto. Tal vez se deba a la blandura del sofá o al líquido que consumí antes, al desayuno, en mi cabaña. A la otra posible causa no me voy a referir, ni por broma: ya un gran amigo está padeciendo sus efectos, recibiendo rayos cada martes hasta que complete el tratamiento. 
Sea como fuere, las mañanas de los domingos siempre son iguales: salgo de la cabaña, tomo el auto, llego al hotel, me sirven lo de siempre, saco del estante el libro de la santa, que se halla siempre donde mismo, lo abro donde lo dejé marcado con una boleta, avanzo diez páginas, busco luego otro más simple, divertido, crónicas de cine. De pronto y sin aviso, alguna idea, el contenido de la lectura, algo que mis sentidos captaron, me fuerzan a sacar el lápiz y un pedazo de papel en blanco, que siempre es el reverso de una boleta, y escribo. Esta vez fueron las voces a mi espalda, las alegres voces que daban por terminada la estancia de fin de semana en un hotel, las voces que se iban. 
Para no ser menos me levanto, pago la cuenta, me despido y yo también me voy.

jueves, agosto 08, 2024

Verdadera felicidad

Según el principio de los contrarios (ignoras si alguna vez algún autor habrá reivindicado este principio en un libro serio, erudito) tu afán por el orden, el hábito, la rutina, la organización, la moderación, el control, se debería al temor de que a la vuelta de la esquina surja de tu interior, para enfrentarte, la locura desbocada, el desorden, la imprudencia, la libertad, el despilfarro, la desventura, el caos, el sino trágico.
Piensas con cierta ligereza que tus afanes aspiran a la felicidad sobre la tranquilidad, porque te imaginas que la tranquilidad se parece a la muerte y que la felicidad es la ilusión de la vida. 
Y cuándo es que sientes felicidad, verdadera felicidad: cuando estás sentado ante una pantalla en el living de tu casa, con un vaso de whisky al alcance de la mano, mientras disfrutas de una película. Conseguiste llegar a ese estado porque lo planificaste así y la vida te fue magnánima, despejó para ese momento tu alma de fantasmas. Una película de Woody Allen, en lo posible, que abarque el infortunio en clave de comedia, se cebe en las obsesiones humanas y desemboque en un final esperanzador.
Hay otra felicidad, la de escribir, pero esa no se siente. Se vive. Se vive mientras la practicas y cuando has guardado la pluma te deja en un estado de insatisfacción, ansiedad ante un trabajo que debes someter a revisiones.
En ese pequeño despegue de tu imaginación del que acabas de hacer gala olvidaste mencionar que en almas como la tuya la felicidad engendra el caos y que en tu vida, mal que te pese, la base de la felicidad es la tranquilidad. No es un detalle sin importancia, debiste incorporarlo en tu informe.
Así es tu mundo perfecto. Ausencia de problemas, de amenazas, bien los que quieres y los que te quieren.
Tu viejo conocido no entiende mucho de esas cosas; suele quedarse con lo que ofrecen las vitrinas. 

domingo, agosto 04, 2024

Promesa de amor

Una vez que ya nos vimos, estábamos bien abrazados en un rincón que unía dos altas paredes de esa casa antigua, descolorida, casa melancólica, me hizo saber que por la tarde íbamos a gozar en la cama. Entre palabras adormecidas que salieron de su voz profunda me manifestó que deseaba ofrecer a mis sentidos su intimidad posterior; no era una insinuación la suya, sino una decisión. 
Vaya, así están las cosas, no me lo esperaba en este momento, no sabía a ciencia cierta si me interesaba su propuesta, si estaba en condiciones de asumirla. 
Alrededor de las dos de la tarde me hice acompañar por mi viejo amigo de juergas, para los que no lo conocen, un hombre calvo de lentes oscuros con tatuajes en los brazos. Recordamos que la tienda se hallaba en uno de los pasajes del centro, pero no había forma de encontrarla, años que no andábamos por ahí. El calvo de gafas me guiaba por los pasillos embaldosados; se hacía respetar haciendo a un lado a la gente.
Subimos por una escalera de mano, echando abajo a los demás interesados; antes de llegar al techo descubrimos el puesto de ropa usada de mujer, pero el artículo que perseguíamos ya no estaba a la venta, de modo que pronto nos vimos en ese camino situado en los arrabales, dispuestos a dar con él. 
Ya nos devolvíamos, eran cerca de las cinco de la tarde, la hora que anuncia el crepúsculo, cuando mi viejo amigo calvo de lentes oscuros indicó hacia arriba, con su dedo índice.
-Allá está, ¿lo ves?
Dispuesto en el muro de adobe, adherido a unos alambres para no caer al vacío, se hallaba lo que andaba buscando. 
Ahora era cosa de ir por ella. 

jueves, julio 25, 2024

Qué dejan los libros

De la lectura de un libro me queda, con suerte, según pasan los años, una idea suelta, un giro fabuloso del autor, una o dos imágenes. Cuán cerca estuvo el escritor de haber planeado clavarme precisamente esa azarosa estaca en la memoria, en el corazón, lo ignoro. Yo creo que andaba lejos.
Allí, precisamente, está su aporte al lector común y corriente (no al académico, al perito, al docto que absorbe y desmenuza su contenido, como si fuese una máquina de inteligencia).
De uno de los libros de Hesse, ni siquiera recuerdo cuál de los dos, Demian o El lobo estepario, conservo la imagen de un joven sentado ante el fuego de la chimenea. No estoy seguro si estaba solo o acompañado, pero sí que sentía crepitar los leños. De eso es de lo que estoy hablando. 
Mi labor como lego consistiría en desentrañar la contribución de imágenes como aquella al pozo profundo de mi ser.  

miércoles, julio 24, 2024

El mundo y yo

Ciertos héroes lo desean redimir, hay otros que le echan en cara su injustica, su maldad. Para unos el mundo es ancho y ajeno; para otros, un rompecabezas, para otros, una eterna y feliz aventura. Son héroes que nacieron en la mente de un artista, se transformaron en papel y hay gente que los lee y hasta se deja seducir por sus discursos y sus actos. Algunos han trascendido al libro y ya son compañeros y guías de la humanidad; los más yacen en estanterías empolvadas o desvanes de casas de playa.  
Mi héroe es una persona pequeñita que aún no entiende dónde está, que busca hacerse a un lado, que nada heroico tiene que ofrecer. No ha sido hecho ni para servir de ejemplo ni para conmover ni para portar el estandarte de la justicia; a lo más para despertar una que otra sonrisa o para ser despreciado o compadecido.
Es curioso que ese tipo de héroe salga de mi pluma, porque yo no siento que mi alma sea así. Y sin embargo, algo debe de haber en ella para que me identifique con esos personajes. 

martes, julio 16, 2024

El tauteo del zorro

(Tauteo: Gañido peculiar del zorro)

Es de noche, hace frío
He bajado del bosque a buscar compañía
Estoy plantado entre la hierba 
Los camaradas me rehúyen 
Soy el centro de una gran circunferencia solitario
Mi llamado espanta
Huyen las ratas, las perdices; indiferente la lechuza
El perro mi enemigo huele desde lejos
El hombre mi lejano amigo
El eternamente sospechoso
Descansa en su cabaña
De la que sale humo por un tubo
El humo nace del fuego, del fuego nace el calor
Allá adentro lo está todo, todo se hace fácil
Hay pan, hay carne, hay huevos
Qué sería de mi vida si me colmaran de manjares
Yo tengo a las estrellas, los árboles, los arroyos
La tierra a mis pies; el sereno de la noche
El viento que remece las ramas de los árboles
Mi soledad
Mi llamado inútil

sábado, julio 06, 2024

Honor a las aves que corren por el campo

Qué me gritan los pájaros que corren por el campo
Me gritan: Ese que va pasando eres tú
Esa figura, esa sombra que pasa
Ese hombre eres tú 
Sal de tu sueño
Alguien de esta tierra te vigila
Esta noche no eres, son otros
Creemos que son otros 
Levántate y vigila
No se te ocurra cruzarte con la vida
Hombre, te engañas
Nuestra ira es el miedo disfrazado 
¡Huye de aquí!  

lunes, julio 01, 2024

Una novela dentro de una novela

Así como las obras maestras de la pintura de los pasados siglos se hacían admirar por su belleza indiscutible (la perfección en el uso del color, la luz y la sombra, la composición del cuadro, la rigurosa perspectiva, la historia que contaba, incluso la intención escondida del autor, etcétera), y así como las portentosas creaciones musicales románticas, clásicas y barrocas deleitaban el oído con sus armonías, estructura, feliz combinación instrumental, así también las grandes novelas de los siglos Dieciocho y Diecinueve destacaban como catedrales macizas y completas, obras redondas que abarcaban un mundo en sí mismo, en el que nada faltaba y nada sobraba. 
Esto no es un análisis crítico ni mucho menos. Solo quería deslizar el hecho incuestionable de que al comienzo del siglo Veinte todo cambió, al menos en lo que se refiere a las artes. Entró aire fresco, se desordenó al naipe; la irreverencia, el desorden y otros accidentes virtuosos se tomaron la cancha. Un lienzo blanco con fondo blanco se consagró como obra maestra y después, un montón de basura en el centro de la sala de exposiciones. Ulises, la obra más ininteligible que se conoce (fuera de Finnegans Wake) marcó la pauta literaria, mientras la música docta celebraba la teoría de las notas organizadas en el pentagrama a través de una suerte de juego de lotería.
Hoy se ha llegado al extremo de considerar que cualquier cosa puede ser una novela, aunque temo que esa última esperanza pase pronto al olvido; está llegando el momento en que las máquinas comiencen a escribir los best sellers para la masa. Pero me mantengo en el ya nostálgico ahora. Basta que el ejemplar tenga cien, qué digo, sesenta páginas y no se trate de un librito de poesía, una colección de cuentos ni un ensayo para caer en la formidable categoría de novela. Porque la novela, claro está, da estatus al escritor. Estoy escribiendo un libro de cuentos, ah me alegro cosa tuya; estoy escribiendo una novela, oh qué extraordinario de qué se trata, de nada y de todo en particular hay reflexiones filosofía ciencia personajes que van y vienen sin un hilo argumental. Oh revolucionario. No estoy haciendo un chiste, se lo escuché el otro día a un autor que hoy vive en las nubes. Tampoco hago una crítica; tal vez ese autor sigue el rumbo correcto que ha tomado la novela en nuestros días. Tampoco hablo por envidia, me faltan pergaminos para siquiera envidiar. Y por último a quién le importa hoy realmente una novela,
A lo que quería llegar realmente, y ese es el origen de esta entrega, es que leyendo un libro de Cortázar llamado "Clases de literatura", en donde el argentino explica cómo fue que escribió su famosa novela "Rayuela", me entregué a pensar que quizás la novela que hace veinte años estoy tratando de escribir podría ser una novela dentro de esa otra novela que podría llamarse "Memorias del dr. Vicius". Y esto por qué. Porque estas memorias, que ya deben de andar por las mil doscientas páginas, no son ni una colección de cuentos ni son memorias propiamente tales ni son lo que antes se consideraba una novela, sino que son lo que yo llamaría una suma de impresiones originadas en el humor con que me encontraba al momento de escribir el capítulo correspondiente. Entre las páginas, que partieron como relatos fantásticos y que fueron derivando hacia una especie de crítica social, pasando por desequilibrados arrestos poéticos y muchos relatos de sueños, hasta llegar a la simple sensación, muy propia de la tercera edad, de ver cómo pasan los días, se fue deslizando misteriosamente una novela con argumento y todo. O sea, una novela dentro de una novela. La novela, queda claro, son las Memorias del dr. Vicius, en el contexto de lo que hoy se entiende por novela. La novelita, aún sin terminar, pero cuyas entregas periódicas mis lectores atentos ya habrán leído aquí, se monta sobre una arquitectura más formal y trata de lo siguiente.
Diversos inquilinos se han integrado y conviven en una casa de pensión, de la que no pueden salir. Hay una película de Buñuel en la que los personajes van a una fiesta en una mansión y tampoco pueden salir, pero se dan cuenta de eso y ahí se produce la desesperación, ahí está la genialidad de la película. Aquí no. Pero resulta que aquí se hallan en la antesala del infierno. En el purgatorio. Y ni siquiera lo sospechan. Cada uno es dueño de sus pecados y la comunicación es la que se suele dar entre los arrendatarios de pensiones que aún quedan en Santiago. El tiempo, además, avanza y retrocede. Esa novela la he titulado de diversas maneras. Comenzó siendo "En el lago", debido a que el traslado de los inquilinos a la pensión lo hace en una barquita un pobre hombre que ha perdido toda esperanza y decidió dedicarse a ese trabajo miserable: trasladar pasajeros de una orilla a otra del lago. Luego pasó a llamarse "La máscara de gorila", debido a que parte importante de la novela la protagoniza un joven ingenuo que fue cayendo a un pozo de degradación y lujuria. Luego me incliné por el título "Marpyc", que corresponde a otro de los personajes, una especie de detective metafísico que ha llegado para solucionar un crimen cometido en la casa de pensión. 
Estoy pensando que esta sería la mejor solución para ese quebradero de cabeza de la novela que no avanza: dejarla como una novela dentro de la novela. 

lunes, junio 24, 2024

Dos almas

Suelo preguntarme a cualquier hora del día, en cualquier ambiente, en una biblioteca, camino al supermercado, durante el ejercicio matutino, sobre todo ante las páginas de un libro, de dónde vendrá esa constante que ya parece haberse afincado en mi estilo, la de escribir para dos almas; un alma crítica y un alma benevolente. 
El alma crítica lee mi relato y desliza sin mala intención un cúmulo de observaciones lapidarias; ha acertado en los defectos de la obra, la ha minimizado, aun cuando admite cierta calidad en ella que esa alma no posee.
El alma benevolente ve lo bueno de la misma obra y también es exacta en sus apreciaciones; y si aventura alguna crítica, lo hace con una delicadeza rayana en la veneración.
Me es imposible concluir con cuál de las dos almas me quedo. Mi vanidad elige el alma benevolente, impregnada de amor y sabiduría. Ella me recuerda que lo que emprendo es bueno, porque se nutre de perseverancia, honestidad y esperanzas; la corrupción que abrevia mi mente se queda con el alma crítica, que de las dos es la que me permitirá escalar en la comedia de las letras, a fuerza de sangre, sudor y golpes. 

miércoles, junio 12, 2024

Detrás del estilo de Saul Bellow

Below reflexiona a su nivel

Con Mister Sammler

Pero en la entretela...

Los hombres, guapos

Las mujeres, engreídas, locas

Yo, que no me las doy de feminista

Lo encuentro curioso 

¿Qué se le pasaba por la cabeza a nuestro amigo

En medio de sus reflexiones elevadas?


Debes reflexionar, Sergio

No te soporto

Podría vivir como vaga

Pídeme disculpas

Frases que duelen 


Junta de amigos

Conversaciones, recuerdos...

De personajes casi todos muertos

La zambullida en las tinieblas de Blas Cubas

¿Huida, escape? 


La víspera del viaje de retorno

Fue poner al día la maleta 

Ante la amenaza del ciclón

Qué tanto perdería a estas alturas

Recibir y dar amor

La vida, simplemente

Libros no editados

De gozar, gocé

De comer y beber, comí y bebí

De triunfar, triunfé

De fracasar, fracasé


No me vean con envidia

Envídienme solo esa capacidad

De observar las cosas y la gente

Algunas ideas locas

Pero lo demás...

Una voz descriteriada 

Llamados de atención

Tirones de oreja

Contumacia

He ahí el contenido

De mi maleta humilde 


domingo, mayo 26, 2024

Otro problema para Frank Yerby

Frank Yerby escribe deprisa, obsesionado en atrapar la sensación que domina a Gregory, un personaje secundario de su novela. Una vez escrita la idea principal, antes de que se le escape de la cabeza, habrá tiempo para someterla a revisión. Gregory carga sobre sus espaldas un crimen que no ha cometido; necesita describirlo en un ambiente interior, sentado, hablando con su acusador, fatigado. La sensación del personaje secundario debe enmarcarse en el desarrollo de sus argumentos bajo el expediente de mover los labios, la lengua y gesticular con cierto cansancio, al tiempo que algo en su interior le insiste en que no se halla en las mejores condiciones, los latidos del corazón, por dar un ejemplo, o la presión arterial un poco alta o el desagradable rodaje de los intestinos o la acumulación de líquido en la vejiga, percepciones físicas mezcladas con ideas que completan la disposición general del personaje en ese momento. 
Desentendida de sí mismo mientras escribe, la mente de Frank Yerby se adentra por completo en la de Gregory. Lo que desea es entregar al lector una semblanza completa del personaje secundario, esto es, lo que siente un hombre acorralado por las circunstancias, y lo que olvida de sí mismo un hombre que se entrega a una misión, en otras palabras, lo que olvida de sí mismo cuando se abre al mundo. Pero no puede ser esa la solución del problema, piensa, queriendo escribirlo, porque esa entrega equivale al paso de un rayo de sol entre las ramas de un roble en un día ventoso. Frank Yerby debe respaldar con hechos demostrables la inocencia de su personaje secundario. 
 Mientras camina por el Parque del Retiro eleva su mirada hacia las nubes, donde unas hélices interrumpen el descanso de las fieras apiñadas entre las paredes húmedas, ansiosas por entrar en acción. El verde musgo de las paredes suena fuerte, anuncia la nueva estación. Los colores del cielo preocupan a Frank Yerby, quien se devuelve intranquilo al hotel Palace de Madrid, donde ha fijado momentánea residencia.
En el bar, Gregory luce cansado, molesto, con su jerez a medio beber, tal como lo imagina su autor. Entre los pliegues de la camisa blanca se transparenta su delgadez.
-Cómo van las cosas por allá, señor Yerby -balbucea Gregory.
-Algo inquietó a las fieras.
-¿Resolvió mi problema? -Gregory habla como si las palabras le lijaran la garganta, como si sus pulmones estuvieran trabajando horas extras.
Un ser en el ocaso. Un personaje secundario.
-Estoy lidiando con eso. Unas hélices despertaron a las fieras.
-El bache lo agota; si continúa con esa forma de encarar la novela... pero antes quisiera recordarle algo. ¿No le parece que ya va siendo hora de que usted exponga mi coartada?
-¿Eso quieres recordarme?
-No, no. Usted no me entiende. Ya habría que entrar en acción.
-Entrar en acción... ¿tú o yo?
-¿Qué haría usted si entro en acción?
El barman se le acerca, lenta, afectuosamente.
-¿Su brandy de siempre, míster Yerby?
-Sí, Paco, si es tan amable.
-¿Qué haría si entraras en acción? -Frank Yerby mastica la pregunta; habla más bien para engañarse a sí mismo; le habla a las contradicciones que laten en la sangre de sus venas. Se queda pensando, mirando la hoja en blanco de su libreta de apuntes, sentado en la barra. Retrocede las hojas, se queda en una, va a otra, vuelve a la primera; repasa, tarja, reemplaza. 
-Supongo que si entras en acción me sumarás... otro problema.
Frank Yerby se aleja del bar rumbo a su habitación, donde pasará en limpio  algunas de las correcciones en la máquina de escribir. Gregory se levanta y toma asiento en la barra, convertido casi en una sombra. Frank Yerby ya no lo tiene en su pensamiento; sentado frente al escritorio, ante la visión de una ciudad gris que le ha dicho adiós a los tranvías, avanzando a tropezones bajo el poder de Franco, lucha por darle forma a Gillian, la protagonista de su historia.
-¿Otra copa de jerez, míster Gregory?
-Otra copa, Paco.
Gregory mira al vacío, no logra desprenderse de su incomodidad.
-¿Le sucede algo, míster Gregory? Lo noto abatido, si me permite hacer ese alcance.
-Quisiera olvidarme de mí mismo.
-Un buen Tío Pepe hace maravillas.
-¿Conoces a Frank Yerby?
-Desde luego, él es muy conocido aquí. Es famoso. Tengo entendido que sus libros se venden bastante bien.
-¿Sabes algo sobre sus personajes?
-La verdad, no leo mucho... no tengo tiempo, míster Gregory. Pero me han dicho que son muy interesantes.
-¿Sabes algo más de Frank Yerby?
-Ha ganado varios premios; es un hombre de situación... ha recibido ciertas críticas por sus posturas frente a la esclavitud, tengo entendido, pero no debe tomarlas en cuenta. La fama despierta envidias.
-¿Sabías que yo soy uno de sus personajes?
-Sí, él a veces... cuando está cansado... me cuenta. Yo lo escucho con bastante atención. Pero ahora que usted me lo dice, qué interesante es conocer de carne y hueso a uno de los personajes de míster Yerby.
-Tú eres otro de sus personajes, Paco.
-¿Yo? No, míster Gregory, cómo se le ocurre. A mí déjeme la barra, con eso tengo suficiente.
-Te diré una cosa, Paco -Gregory se iba animando, al hablar desaparecían sus angustias-. El señor Yerby goza de fama y fortuna, pero está escrito que con los años caerá en el olvido. Su nombre, junto al tuyo y al mío, vivirá apretujado en los empolvados anaqueles de escasas bibliotecas, acaso en los desvanes de casonas del siglo pasado, con suerte en las tiendas de libros viejos. Sucederá con él lo contrario de los genios que vivieron en el anonimato y cuya gloria hoy sobrevuela sus tumbas. Yo no lo conozco tanto como para inferir que está al tanto de esa realidad; conmigo no ha abierto su alma, apenas me ha dado un papel secundario en su obra, el del hombre que actúa y siente, que sufre molestias internas, propias de su organismo, y las demuestra con sus gestos, el hombre que se niega a revelar la causa de su padecimiento a los demás. Solo a ti te puedo contar esto, porque tú siempre les prestas atención a tus clientes. Es… filosofía barata… el tipo de cosas que hablamos los personajes secundarios. Frank Yerby me asignó este papel, y te aseguro que no es el más agradable de los roles.
-Gracias, míster Gregory. Sírvase otro jerez por cuenta de la casa.
-Pero he de advertirte, Paco, que estamos jugando los descuentos. Pronto nadie nos recordará, porque las nimiedades, las bagatelas, no pasan a la posteridad.
-No se haga mala sangre, míster Gregory. Viva el presente, si le apetece mi consejo.
-Gracias, Paco. Creo que ha llegado la hora de retirarme. Buenas noches, te has ganado una buena propina.
-Muchas gracias, míster Gregory; buenas noches, míster Gregory.
-Carga los tragos a la cuenta de Frank Yerby, por favor.
-Sí, míster Gregory, vaya con Dios.

viernes, mayo 17, 2024

Idea para un epígrafe

Ya pasó mi temporada; mi voz no interpreta cambio alguno, no exuda revolución ni desenfado ni desfachatez ni irreverencia, nadie acudirá a una librería a preguntar por mí. 
¿Hubo un tiempo que dejé pasar? ¿Dónde me hallaba aquella vez? ¿Le fallé a quien me requería? ¿Hubo otros que cumplieron mi tarea?
Este es mi tiempo, mi ocaso; me alegro de vivirlo en una hoja de papel; lo noté al despedirme de mí mismo esta mañana, cuando el espejo me devolvió la mirada de mi padre al expirar.
Hay algo verdaderamente noble en publicar la verdad, aun cuando uno mismo así se condene, observó en su día dijo el doctor Johnson. 

jueves, mayo 09, 2024

La rueda de la fortuna

Pasan los días, entra y sale el sol, el sol se va enfriando, la luna es más brillante, la rutina del cambio, sorpresa, melancolía, el tiempo queda atrás, la eternidad imposible, el sueño imposible, dolores que salen y entran como el sol, que hierve de fuego, la luna languidece, hablar en sueños, mortalidad visible, el tiempo cercano, la gracia del otoño, serenidad, nada cambia siempre todo sigue igual, el frío amanecer le abre la puerta al amor, sale y entra el sol, una y otra vez el mismo día. 
Pero entonces...

lunes, abril 15, 2024

Interpretación del 18 de octubre

Para mi frágil, tal vez ingenuo, modo de ver las cosas, el día 18 de octubre de 2019 tiene su origen en el día 11 de septiembre de 1973; seguramente esto lo habrán dicho antes, muchas veces y de mejor forma, con la profundidad que corresponde a la comparación que se desprende de los hechos, reputados analistas, por lo que doy por terminada mi interpretación. 
Si se diera la casualidad de que esto no se hubiese expresado exactamente así, por lo descabellado de la hipótesis o su falta de argumentos sólidos, paso a continuación a quedar en ridículo o a ser pasto de los buitres. 
El 11 de septiembre de 1973 fue la culminación de una contienda civil entre las fuerzas de izquierda y las fuerzas de derecha, ambas muy bien respaldadas por potencias y las ideologías en que se amparaban cada una de ellas. A cualquier persona que tuviese uso de razón y hubiese vivido en Chile en esa época se le imaginaba inevitable la salida violenta al conflicto irresoluble (incluso ambos bandos la patrocinaban), por más que décadas más tarde los políticos aseguren que era evitable y que la democracia pudo sostenerse.
No. Esos mismos adalides de la paz y el diálogo habían caldeado los ánimos a niveles insoportables. Hoy no lo recuerdan, porque no les conviene.
De modo que, desatado el conflicto, había solo una posibilidad: el triunfo de uno de los dos bandos.
Ganó la derecha. Cómo ganó, ya se sabe. Cómo reaccionó la izquierda, no se sabe tanto; he ahí la base de esta hipótesis. Hubo miles de muertos, detenidos desaparecidos y torturados, miles de exiliados, miles de despedidos de sus trabajos y expulsados de sus universidades. ¿Qué pasó dentro de ellos? Lo que ordena la diversidad de la naturaleza humana: salvando obviamente el destino de las víctimas fatales, unos se adaptaron a la nueva realidad, otros se cambiaron de bando, otros mantuvieron y reforzaron sus ideas y se fueron preparando para el día de la venganza, alimentándose de ira soterrada.
Volvió la democracia, diecisiete años después. La gente quería paz, votaciones libres, no deseaba más violencia, el costo había sido demasiado alto, quería unidad, y así se fue construyendo un país más igualitario, Chile comenzó a despegar económicamente, la pobreza fue disminuyendo, hablo a través de datos objetivos de dominio público, pero no todos estaban en eso, había sangre en el ojo y si se advirtió, se obvió. Tampoco era cosa de darles el favor, rendirse ante ellos. Eran minoría y se vivía en democracia.
Para esa minoría la hora de la venganza llevaba años postergada. El proyecto se había aniquilado por la fuerza. Había que volver a él, había que engrandecer a los mártires y rendirles el tributo que se merecían. Dispusieron de casi cincuenta años para concebir una heroica trama, que se fue perfeccionando y heredando a través de tres generaciones. La derecha callaba. No es prudente pisotear a los ídolos del otro bando.
Hasta que llegó el gran momento en que la oportunidad se les dio. Consistió en la simple alza de un pasaje de la locomoción, torpemente calibrada por los señores políticos. Ese día estalló la fiesta, el desahogo. La venganza tomó cuerpo y el país entró en una vorágine de locura que duró tres años. Todos caímos en ella; casi nadie ha hecho su propio mea culpa. Total, pagaba Moya.
De pronto los vientos cambiaron; el frenesí del saqueo, el incendio, la humillación y las venas hinchadas del cuello fueron cediendo paso a la recuperación de la conciencia. El espectáculo cansó a esa misma gente que lo aplaudía noche a noche a cacerolazos. Nada bueno había acontecido para nadie. Los ricos seguían siendo ricos y los pobres ahora eran más pobres. La idea de la justicia popular poco lucía; los mismos que durante el carnaval vociferaban, ahora en el poder asumían en silencio las verdades de la vida.
Ni en sus mejores momentos fueron más de un tercio, pero el 18 de octubre de 2019 fue el tercio que se hizo notar y que influyó en la masa desprevenida. Y si resalto algo bueno de todo esto es que ya no hay a quién culpar de las desgracias del país.    

sábado, abril 06, 2024

Leer a Bukowski

Leer a Bukowski me divierte, lo que es harto decir, y me plantea dudas. 
Cada libro que cae en mis manos condiciona mi estado de ánimo. Me levanto con Auster y ya sé lo que me espera; momentos de placer, pero raros; personajes con problemas de identidad y personajes fantasmas, el autor convertido en personaje, el personaje con el nombre del autor, yoes múltiples casi hasta el infinito. Borges lo supera en eso, dice lo mismo pero en forma sosegada, imprime en el alma una sensación de ironía, como de desdén accidental. Es tan grande su superioridad que no lo puede evitar. En una de sus clases en la universidad -recogida en un libro- contaba que corrigió a unos ingleses acerca del mensaje que contenía un letrero en un pueblo chico de Inglaterra. Ellos erraban en su significado y él los corrigió en su propia tierra, sin vanidad, al menos en apariencia. Leer a Borges siempre es un agrado, si estamos preparados para agachar el moño, y perdonándole sus trucos, a los que todo escritor tiene derecho. 
Leer a Teresa de Ávila es meterse en honduras, aunque escriba en fácil, es tomar conciencia de lo poco que vale uno, de las montañas de vanidad apozadas detrás de nuestras aparentes buenas intenciones; todo estriba en creerle lo que siente y no intentar darles explicaciones científicas, psicológicas, hasta patológicas a sus mensajes. Cómo se ha de sentir uno cuando lee que mientras está de rodillas en el templo Dios le toma el cuerpo de los pies y se lo levanta delante de las otras monjas, qué ha de de ser eso sino éxtasis místico.
Leer a Carla Guelfenbein es una prueba de paciencia y un desafío al alma para que esta no se entregue a la ira, cómo puede alguien escribir de esa manera y vender libros y ganarse el premio de 140 mil dólares de la editorial que la promueve al tiempo que organizó el concurso
Dos mujeres, ¡cuánta diferencia! 
Y sin embargo escribe bien, lo de Carla no es con mala intención, hace lo que le dicta su espíritu, no tiene errores, es loable su objetivo, hay trama e historia, ¡pero me dio una rabia!, menos mal que ya devolví el ejemplar en la biblioteca, leído hasta la última línea, testimonio de perseverancia y masoquismo. 
Leer Textos de Frontera es arrimarse a una hipótesis pretenciosa, que no puede ser más rebuscada, arrimarse a un invento de principio a fin, que pervierte al lector al convertirlo en voyerista de un onanismo literario. Leer lo que escribe Roald Dahl es maravillarse con argumentos ligeros para terminar aburriéndose un poco; leer Paris Review es asomarse a los secretos de los grandes, que no sirven de mucho; Roth es un judío neurótico que se ama a sí mismo, destaco lo de judío porque él se encarga de subrayarlo en sus libros y en las entrevistas que concede. 
Leer a Jorge Marchant es leer a mi compañero de curso, lo leo con cariño y recuerdo nuestro paso por la agencia de noticias Orbe, sección Crónicas, él como cronista, yo como fotógrafo. Pero no puedo dejar de experimentar la sensación de estar cayendo a una especie de túnel del tiempo, no me refiero a la época en que se desarrollan sus historias sino al lenguaje. Es como si el pasado hermanara la trama con la escritura. 
Leer a Bukowski es vivir un sismo de mediana intensidad. A las diez o quince páginas uno ya se acostumbra a las resacas (quiero decir que ya se las espera, ya se las echa de menos, alegran la mañana) se acostumbra a las peleas a combo limpio, a sus visitas al hipódromo, a la sensación de no tener nada y de aspirar a nada, de estar echado en la cama a la una y cuarto de la tarde escuchando música de Mahler con las cortinas cerradas, a los bares de mala muerte, a la ronda de putingas, a los recitales de poesía y a sus aspiraciones de escritor que no renuncia a sí mismo pero que con los años se va poniendo blandengue, incluso se acostumbra uno a las traducciones españolas, tomar por culo, chavales, vamos a por ellos. Con el correr de las páginas surge el Bukowski sensible, no era tan duro, él mismo hace que se lo echen en cara sus conocidos y conocidas, queda claro que sobre todo es un artista viciado. Y de pronto cambia del cielo a la tierra al conocer por fin a una persona a la que admiró por años; se vuelve tierno, cariñoso, ubicado, todo un caballero, como alguna vez nos ha pasado a nosotros mismos cuando se nos ha puesto por delante un viejo maestro que se va a morir. 
Allí es donde me entran las dudas con Bukowski. Porque no había un Bukowski, había dos bukowskis.   

jueves, abril 04, 2024

El vicio, las ideas difíciles, el dolor y los tormentos

Lo esencial es relativamente fácil de explicar. El vicio se nutre de culpa y es gozoso; se desea caer en sus garras porque da un respiro; descreo del que lo confiesa arrepentido a los pies del confesonario entre las tinieblas.
Las ideas difíciles, las fórmulas, son propias de especialistas. Si se las estudia durante un tiempo, unos veinte a veinticinco años, resultan ser juego de niños, desprovistas de genio. Son como decir voy llegando a la esquina y cuando llego diviso otra esquina.
El dolor y los tormentos paralizan. Se hace uno la pregunta de si allí está la verdad o por qué no resisten análisis. Simplemente paralizan, lo dejan a uno botado, aguardando el milagro que vendrá y que siempre ocurre.
Cuando me llegue la hora preferiría morir de un ataque al corazón, sería perfecto.  

martes, abril 02, 2024

Qué pasará con las ranitas

Cuidado con la temperatura ambiente 
Cuidado con los giros de la historia
Ustedes parece que no reparan en los giros de la historia
Se dejan llevar por la corriente porque piensan que la corriente es la cara de la normalidad
Olvidan las corrientes que corren por abajo
Por qué Constitución y por qué Constitución
Parecía tan normal pero nadie se lo imaginó poquito antes
He ahí un ejemplo sacado del libro de los generales después de la batalla
Pensaban una cosa y después pensaban otra cosa Normal
Entonces cuidado con la paz que te rodea
Ni siquiera te puedo aconsejar que la alimentes con tus actos
De pronto llegan vientos de guerra y estamos hasta las masas
En la vida todo tiene justificación, hay razón para todo, no hay hechos estúpidos 
Estúpidos sí, claro que eso se ve con los años
Fácil
Volvemos con los famosos generales
Cuidado con los bienes, con la salud, con el amor de tu señora, con el ojo del que pasa por el lado
Cuidado con lo eterno, lo imperecedero, lo invariable. No te fíes
Nada asegura que el dolor sigue doliendo
Que la  mala racha es perpetua
Que los pasos se pierden 
He aprendido en esta larga vida que la vida tan larga no es
Es cortita
El cerebro es un baúl lleno de recuerdos sin ton ni son 
La niñez está a la vuelta de la esquina 
He aprendido a agradecerle al destino
Cuando se aparece la mala suerte
Pero la gran pregunta es otra
Qué pasará con las ranitas si el hombre emigra a Marte
Habrá que llevar unas cuantas
YA PERO Y LAS OTRAS

miércoles, marzo 20, 2024

Carta al director

Señor Director

Yo nací en una población obrera. A lo largo de toda mi vida no hice más que trabajar para mi empleador, quien cada mes me descontaba religiosamente de mi paga los impuestos que mandataba la ley. Como no se podría afirmar que he sido un boratata, pude ahorrar en forma metódica, de modo que al momento de jubilarme disponía de un dinero a buen resguardo.
Ahora observo que esa voracidad insaciable que caracteriza al Estado, semejante a la voracidad de las hienas, me ha ido cercando por todos los flancos, y está logrando extraerme la sangre de mis venas, año a año, a través de su esbirro omnipotente, el Servicio de Impuestos Internos.
Ya puedo adivinar que cuando me quede lo justo para sobrevivir retirará sus fauces de mi garganta y dejará en paz lo que reste de mi vida; no le faltarán nuevas víctimas, a las que primero olfateará y luego desplumará. De este modo, en vez de premiarnos por nuestra sensata conducta ciudadana, nos habrá sacrificado en pro de la justicia social, a tantos millones de inocentes como a mí.  

S.M.L.