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viernes, octubre 25, 2024

El amigo insignificante

Tuve un amigo a quien despreciaba. Lo miraba en menos, lo consideraba inferior, profesional de la majadería. Cuando me hablaba sentía deseos de aplastarlo como a una cucaracha. Le hacía ver los errores de sus planteamientos; él se amoldaba a mis réplicas y las hacía suyas en ese instante, luego volvía con sus ideas recurrentes. Jamás manifestó un sentimiento negativo hacia mí. Era muy agradecido de mis atenciones, que yo las tenía hacia él, por supuesto, de lo contrario no hubiésemos sido amigos. Me hablaba de la mañana a la noche y yo con ganas de gritarle ¡córtala por favor! 
A pesar de lo que declaro, porque esto, más que reflexión, más que monólogo, es una declaración, incluso pudiese ser una declaración de culpa, a pesar de lo que declaro, repito, guardaba una gran consideración hacia él. Lejos de mí, admiraba su filosofía de vida, su ánimo lúdico, sus ganas de estar planificando siempre algo, especialmente reuniones con discursos, juegos, fiestas de disfraces. Su vida no marchaba hacia ninguna parte y eso yo lo hallaba envidiable. Después de un tiempo sin estar en su compañía (sería de un cinismo sin nombre decir gozar de su compañía) lo echaba de menos y me daban ganas de volver a verlo. Para mí, él hacía carne la sentencia de Oscar Wilde, hay personas que alegran la vida cuando llegan, hay personas que alegran la vida cuando se van.
Una tarde, en mi casa, le presté mi computador para que realizara una transacción bancaria. Me sorprendió el abultado saldo de su cuenta corriente, que miré de reojo.  

domingo, octubre 20, 2024

Encomienda/La taza

Cuando mi pensamiento se ahoga en la alegría y la ilusión, el momento que le sigue sabe a incertidumbre y desengaño. No logro aproximarme a lo que ocurre allá lejos en el mismo instante del planeta, sobre todo a los hechos que conforman esa otra realidad, qué decir de las sensaciones que la inundan.
Así, vuelvo a lo uno y a lo otro, refugiado en el amor que brinda la esperanza, esperando la señal que temo nunca llegará.
Mi amigo, digo amigo por no decir envidia, sarcasmo, lealtad, no sospecha de esas cosas o si las sabe se hace el leso. En medio de mis divagaciones insiste en pasearme por su casa; no quiere entender que mis ganas de orinar son intensas. Transitamos por piezas de paredes blancas, altas como catedrales, viejas, ruinosas, piezas que rematan en una alambrada en la altura, porque al estuco no le alcanzó para llegar hasta el cielo. 
Quiero pasar al baño, le pido, dime dónde está. Ahí está el baño, entra.
Lo que me temía: dentro de la taza, asquerosa, flota un chaleco artesanal de vivos colores, rodeado de un líquido pardo, amarillento.
No soy capaz de hacer aquí, no puedo lanzar el chorro, esto me supera...   

sábado, octubre 12, 2024

Tres libros

De los tres libros que he leído últimamente, los tres escritos entre las décadas del Veinte y del Treinta del siglo pasado, me llama hoy la atención el escándalo que provocó "Trópico de Cáncer", de Henry Miller, novela que se prohibió en su momento por grosera y pornográfica. Nadie duda, en cambio, de la alta espiritualidad de Hermann Hesse, reflejada en su obra "El lobo estepario", escrita pocos años antes que la anterior. Tras estas dos lecturas hechas casi en forma paralela concluyo (es una opinión al vuelo, personal, sin afán crítico), que "Trópico de Cáncer" es altamente espiritual y "El lobo estepario", inesperadamente erótica, abierta a las sensaciones más libres con respecto a la sexualidad humana. 
En ambas, los protagonistas son artistas atormentados y en ambas se hallan en una búsqueda constante de sentido para sus vidas. En ambas el trazo autobiográfico es evidente, indesmentible.
Una tercera novela, "Pasión y muerte del cura Deusto", del chileno Augusto D'Halmar, me apasionó por su tema rupturista e impensado para la época, pienso en nuestro país (en 1912 Thomas Mann ya había escrito "Muerte en Venecia"). Es curioso que la novela esté ambientada en Sevilla, España, pero a fin de cuentas eso al autor se le agradece, pues nos regala un magnífico cuadro de aquella ciudad hace cien años, con su enorme influencia árabe, así como del mundo de la cultura del baile y el cante flamenco (aunque el lector pueda sentir, tal vez, el regusto añejo de la novela española de la generación del 98). Más que el cura Deusto me queda el sabor del otro personaje, el Aceitunita, el recio y bello niño gitano que llegará a ser, en la novela, un gran cantaor y bailaor flamenco. La pasión entre el cura Deusto y el Aceitunita, contenida hasta más allá del final, es además fiel reflejo de esa época.

miércoles, octubre 09, 2024

Caída estrepitosa

Lo más importante y llamativo que me ha pasado en los últimos quince días ha sido la caída de bruces que sufrí por andar pajareando. Acostado bocabajo en la acera, atendido por buenos samaritanos compadecidos de la escena ofrecida a sus ojos, lo primero que hice fue tocarme los dientes: estaban en su sitio (a Dios gracias). Hoy, al recuerdo de la sangre que salía a borbotones de mi boca, de los labios partidos, de la herida en la nariz, no me nace sacarle provecho literario ni por casualidad a esa caída estrepitosa. Ni fábula, ni cuento, ni crónica divertida; solamente se me ocurre dejar estampado el nacimiento en mí de una nueva forma de prudencia, de una nueva constancia del paso de los años, de una nueva lección por aprender. 

domingo, septiembre 29, 2024

Uso del lenguaje/Aporte literario versus temas comunes que divierten por encima

Entre los temas Movimientos nocturnos/Amanecer con buena salud. Clavado ante la TV viendo derrotas/La hora de la sentada. El resplandor de la casa del vecino/Argumentos para un cuento. Uso del lenguaje/Aporte literario versus temas comunes que divierten por encima, elijo hincarle el diente al último, no sin antes repasar las posibilidades de los demás.
Movimientos nocturnos/Amanecer con buena salud podría tratarse de la inquietante normalidad con que el protagonista esté tomando una serie de movimientos de su cuerpo mientras duerme, o sueña, que van desde ligeros temblores a fuertes manotazos o pataleos. Las mañanas siguientes a estos episodios lo devuelven a una sensación de gratificante bienestar, que solo se rompe por la hinchazón del vientre ante una mala digestión, o la preocupación de su mente por los diversos problemas que le plantea la vida diaria, que son los de índole económica y especialmente aquellos relativos al pasar de sus hijos y sus nietos.
Mientras camina por la calle rumbo a su habitual café del mediodía no puede dejar de notar lo bella que es la vida cuando se dan las condiciones, pasando como una racha amarga ante su pensamiento las dificultades, los dramas, las tragedias de los pobres, los débiles, los oprimidos, los enfermos. Pero durante dichas caminatas priman las buenas sensaciones, coronadas por la promesa de un café a solas con un buen libro y con su libreta de apuntes.
El protagonista no ha logrado llegar a una conclusión racional, definitiva, ante eso de los días buenos y los días malos, que más exactamente deberían llamarse momentos buenos y momentos malos. ¿Es el mundo externo a su mente, vale decir las sensaciones del resto de su cuerpo y las cosas que suceden fuera de su cuerpo, las cosas que les pasan a los seres por los que siente amor y las cosas que suceden en el mundo, el que determina los momentos buenos y los momentos malos, o la causa de sus cambiantes estados de ánimo estriba en algo que sucede dentro de su ser, algo misterioso, inmanejable, azaroso? Cuando la experiencia le indica que se debe a esto último, el protagonista goza de esos "momentos buenos" y padece los malos con resignación, a la espera de que ese velo gris que se apropia de él se diluya cuanto antes. Si las causas son externas se le presenta una cuestión más complicada, pues sabe que poco puede hacer por solucionar los problemas. Erradicarlos de su mente solo le provocan un alivio momentáneo, ya que tienden a volver.
De modo que el protagonista se halla ante una encrucijada: o lo uno o lo otro, pero también ni lo uno ni lo otro, o ambos. What the fuck.
Mas este tema de los movimientos nocturnos y el amanecer con buena salud debe dar un giro, y este consiste en volver al origen: los movimientos nocturnos, a los que al parecer el protagonista no les ha dado la relevancia que merecen.
En sí mismos no tienen gran importancia. Se trata, según ya narró el protagonista, de algún pataleo huacho, un golpe al aire con la mano, la pronunciación límpida de una frase bien hilvanada que lo despierta, algo asombrado por la capacidad que fue desarrollando con los años de hablar en voz alta durante el sueño. Sin embargo no es asunto menor que las causas de esos pataleos, manotazos o habladurías pudieran ser complejas, como lo revela la internet, de lo que el protagonista desprende con cierta resignación que La Pelada está a la vuelta de la esquina. Piensa entonces cómo andará vestida cuando toque a su puerta y le presente sus respetos. Decide llegar hasta ahí, pues lo que sigue entra en el campo de la mera y llana especulación.
Clavado ante la TV viendo derrotas/La hora de la sentada se refiere al sedentarismo en que ha ido cayendo el protagonista conforme se acostumbra cada día más a su estado de alimentador de palomas en la plaza pública. Lejos quedaron los días en que miraba con lástima a un tío político que se pasaba la tarde frente a la pantalla. Qué manera más inútil de gastar el tiempo, pensaba. El tío había jubilado de peluquero y vivía en un departamento de la Villa Olímpica junto a su esposa la tía Chelita, que era una santa, siempre solícita y sonriente. Nunca pudieron tener hijos y pasaban el día entero solitos, acompañados de ellos mismos, salvo que llegaran visitas como el protagonista y su polola, la verdadera sobrina, con quienes compartían una modesta once, momento en que el tío se levantaba del sofá para dirigirse a la mesa del comedor. Lejanos esos días, los dos viejitos convertidos qué tiempo en polvo que se levanta y sobrevuela la tierra, el protagonista ha copiado la costumbre de su tío político, aunque con pequeñas variantes, como la de echarse en el sofá de preferencia al atardecer, aunque no pocas veces lo utiliza como a las tres y media de la tarde para dormir una reparadora siesta de poca monta, reparadora de qué, si ya no trabaja, no se cansa, y la verdad es que cuando trabajaba tampoco se cansaba tanto, claro que le era prohibitivo echarse una siesta, aunque más de una vez se le sorprendió cabeceando ante el computador de la oficina, con la mano derecha aferrada al mouse. Ahora, al caer la tarde, es casi un rito sentarse frente a la pantalla, que ya no ofrece telenovelas, concursos o programas magazinescos como los que deleitaban a su tío político y a la tía Chelita; miento, los canales abiertos los siguen ofreciendo pero el protagonista se inclina por las series y películas de las plataformas de streaming, incluso a veces una peliculita sacada de Youtube. El tema es que cuando llega el momento se resigna a sufrir una nueva derrota de la selección con ese afán masoquista propio de los chilenos. Por lo general lo hace acompañado de un vaso de whisky y a continuación, de otro whisky, pero combinado con hielo y ginger ale. Rara vez bebe cerveza y menos vino. De acompañamiento, maní salado o papas fritas. Y así va aumentando la presión arterial y echando guata. Si el cuerpo le pide un tercer vaso de whisky lo piensa dos veces y cada vez más seguidamente opta por beber un vaso de leche fría, entera. Aún así no es raro que acuda a la cama algo caramboleado, no sin antes entregarse al sano hábito de lavarse los dientes y a la discutida costumbre de tomarse un paracetamol que lo prevenga de la eventual caña del día siguiente. Le llama la atención que ahora que vive en el sur, al borde de un lago, las cañas prácticamente hayan desaparecido, lo que atribuye a la escasa altura en que está viviendo respecto del nivel del mar.
El resplandor de la casa del vecino/Argumentos para un cuento me lo voy a saltar, así como voy a dejar de hablar del protagonista aquí, el protagonista allá, porque ahora que el tema se me ofrece como meretriz barata bajo el farol, ahora que está ante mis ojos como lo está la brillante pantalla del pc no le veo el encanto a ese título, aunque me veo en la obligación, ya que lo postulé a la inmortalidad, de precisar que el resplandor de la casa del vecino puede referirse a dos resplandores, a dos casas y a dos vecinos. En efecto, desde hace unas semanas noto que en el edificio del frente instalaron una de esas luces que se activan con el movimiento, como si fueran capaces de ahuyentar a los tales por cuales sinvergüenzas cafiches de la sociedad que viven de los bienes de los demás, léase malhechores, malnacidos, delincuentes; el hecho es que cada vez que pasa un vehículo por la calle, y pasan a cada rato, apenas el semáforo de la esquina da luz verde, sin contar con los que doblan cuando la calzada perpendicular tiene luz verde; o sea, pasan sin descanso, claro que bajando el ritmo a medida que avanza la noche, como decía, cada vez que pasa un auto se enciende la luz, y encima también se enciende cada vez que pasa un humilde peatón que no le hace daño a nadie, salvo a nosotros, por qué se preguntarán ustedes, muy sencillo, porque la luz esa da justo al dormitorio y aunque corra las cortinas, el dormitorio se aclara y se oscurece, se aclara y se oscurece, menos mal que ninguno de los dos tenemos tendencia al insomnio, mi mujer duerme como angelito, salvo los ronquidos, y el insomnio mío cuando ocurre, ocurre a mitad de la noche, esos insomnios en que uno despierta de un sueño cualquiera, no necesariamente una pesadilla, y lo agarra el insomnio y cuesta más dormirse que los tres chanchitos. Uno de estos días atravesaré a reclamar por esa luz, aunque esto de que se aclara y se oscurece, se aclara y se oscurece, tiene su leve encanto, es como si la luz nos anunciara que seguimos vivos y que los problemas que nos aquejan no son tan graves como para elevar una denuncia a la municipalidad. De esto se trata un resplandor de una casa de un vecino. El segundo resplandor de otra casa de otro vecino es más inquietante porque afecta a la psiquis, a los planes a largo plazo. Sucede que como ya he dicho en otras entregas se me ocurrió la idea de venirme a vivir al sur, y resulta que el sur es un paraíso en la tierra, tiene todas las cosas que me gustan, un lago para gozar su visión y para bañarse, nubes que no se ven en Santiago, cielo azul que no se ve en Santiago, lluvia que se ve poco en Santiago, frío hasta bien entrada la primavera, una chimenea a pellet que me quita el frío, terneros que viven comiendo el pasto que se aprecia por los ventanales, una familia de zorros que se pasea buscando restos de comida, una lechuza que está al aguaite de algún ratón desprevenido, una pareja de queltehues que se instalaron a empollar en mi sitio, en fin, vivir en el lluvioso sur de Chile, el sueño de todo hombre que aspire a ser escritor, pero qué pasó, que hace poco al vecino se le ocurrió montar un centro de eventos en una de sus parcelas, tiene varias, y eso me desestabilizó la sesera por un tiempo, a medida que iban llegando los camiones con materiales de construcción, porque temí lo peor, autos, fiestas, reggetón, peleas de curados, cachas detrás de las matas, y la verdad es que el león no ha resultado ser tan fiero como lo pintaban, los asistentes se han portado de lo más decentes, como gente de bien, huasos de buen vivir, llegan calladitos y se van calladitos y el salón de eventos parece que tiene vidrios de termopanel porque casi no se escucha ruido. EL ÚNICO PROBLEMA ha resultado ser esa luminaria que alumbra el estacionamiento de los visitantes que llegan en sus camionetas cuatro por cuatro, luminaria que da justo a mi dormitorio. Por suerte a mi mujer no le ha tocado sufrir en la cara ese brillo de interrogatorio policial, porque ya me habría mandado a hablar con el vecino alguna noche a las dos de la mañana. Lo que es yo, sigo cultivando la paciencia, pero a la próxima fiesta; es decir, al día siguiente a la próxima fiesta, prometo ir a su casa y darle un ultimátum: o cambia la dirección de esa luz o me veré obligado a usar un antifaz. Eso.
Ya es hora de hacerle los puntos al tema que dio origen a esta elucubración, seleccionado en desmedro de los demás títulos participantes, que acaban de recibir su merecido. Intitúlase "Uso del lenguaje/Aporte literario versus temas comunes que divierten por encima" y trata de que la lengua, que parece un sustantivo tan obvio, porque es llegar y sacarla para afuera para que todos la vean y el destinatario de dicha acción se sienta ofendido; la lengua, repito, es una cosa asaz enmarañada. De partida se refiere al órgano muscular que no solo se utiliza para degustar sabores o introducirse en orificios húmedos o secos, no es lo que están pensando por si acaso, sino también se usa para modular sonidos, lo que lleva al Hombre con mayúsculas, uso el arcaísmo porque me dio la gana, a desarrollar la capacidad del lenguaje, que a la postre es comunicación. Maldigo el instante en que tomé este tratado para la chacota porque ahora me da la gana de ponerme serio y no me resulta. Ya la embarré y hay que apechugar.
Metiéndome en honduras, no es lo que piensan, repito, decir lengua es emplear una metáfora, es como decir la mano que escribe, porque la lengua permite el habla y la mano permite la escritura, pero todos sabemos que la lengua facilita el habla y la mano facilita la escritura, o ambas, la lengua y la mano, constituyen medios para expresar ideas, en este caso burradas. Quedemos por lo menos en que la lengua es la esencia del lenguaje y la mano es como decir la imprenta del lenguaje, de lo que el término que le debería corresponder en el diccionario es manaje: uso de la mano a través de los dedos para dejar por escrito una idea, pensamiento o burrada. Segunda acepción de manaje: uso de la mano para otros fines, no es lo que están pensando por si acaso. A todo esto, Sandro creó una canción genial sobre las manos, empieza suavecita con las manos del humilde labrador, sigue con las manos en un funeral, le faltó decir agarrando las manillas; las manos de la novia en el altar, las manos de los niñitos, las manos que son garras cegadas por la ambición, etc. etc. y termina con que hay dos manos que el hombre hace tiempo ya olvidó y sale con un grito desgarrador, SON LAS MANOS DE DIOS, hizo llorar en su tiempo. Le faltaron las manos de los feriantes ofreciendo lechugas.
Despejada la duda acerca de la lengua voy al meollo, ¡ólemelollo!, chiste fácil; el meollo, esto es, aporte literario versus temas comunes que divierten por encima. O sea un partido de baby fútbol entre el equipo Clásico conformado por James Joyce, Friedrich Hölderlin, Stéphane Mallarmé, Federico Nietzsche y Virginia Woolf versus el equipo Popular de Isabel Allende, Arthur Conan Doyle, Pepe Donosito, John Grisham y Ken Follet. El segundo equipo gana por paliza: al lector se le va la tarde en un suspiro, no puede soltar el libro (excepción hecha de Donosito). Cuando el equipo Clásico se va acercando en el marcador el DT del equipo Popular saca a Donosito y mete de lauchero a Zambrita que con sus cachañas va directo al premio nacional.
Julio Martínez, llamado en una sesión de espiritismo a comentar el encuentro una vez finalizado, se manda el siguiente comentario: "Sí, estimados auditores, como lo oyen, el equipo Clásico equivocó la táctica, basando su juego latero, inextricable, falto de júbilo, en un lote de ideas más difíciles que masticar alambre de púas y el rival lo pasó por encima. El truco del elenco Popular consistió simplemente en elegir, ordenar y distribuir las palabras, técnica que nos recordó al Brasil de sus mejores tiempos, con Pelé, Coutinho y Vavá. Las palabras le dieron sentido al texto y conformaron lo que milagrosamente podría denominarse un estilo. Esa simpleza sin aspiraciones mesiánicas les habría bastado para aplastar al team Clásico. Pero mediando la segunda parte ocurrió un desliz estratégico que asombró a los espectadores que repletaban las aposentadurías del estadio nacional, y permitió descontar al cuadro Clásico. Porque cuando nadie lo presagiaba, el Popular comenzó a hacerse preguntas mal hechas. ¿Qué párrafo sigue al párrafo? ¿Continúo con lo que estoy diciendo? ¿Cambio de idea? El DT les gritaba desde la orilla: ¡Esa ya no es una cuestión de palabras, sino una decisión del pensamiento creativo, sacos de güevas!, pero no había caso. ¿Me atrevo a iniciar un nuevo camino? ¿Qué tono le doy al relato? ¿Qué subrayo? ¿Qué personaje está cediendo y cuál crece? ¿O intento con la atmósfera? Así iban perdiendo su deliciosa espontaneidad y ahí fue cuando el cambio de Donosito por Zambrita revitalizó al Popular y el equipo Clásico inclinó la cerviz, pagando cara su derrota. El equipo Popular se retiró a los camarines bajo el clamor de la hinchada, llevando en andas a su preclaro entrenador; finalmente la multitud abandonó el estadio a los acordes de Adiós al Séptimo de Línea. ¡Muy buenas noches, señores oyentes!, y de deportes seguiremos conversando el próximo martes gracias a la gentileza de Camisas Llodrá, la camisa deportiva que domina la ciudad".

miércoles, septiembre 18, 2024

Un mundo poblado de universos

Cada ser humano construye su mundo y piensa en función del mundo que ha ido construyendo. Me preguntan algo y respondo según lo que he construido. A mi vecino le pasa lo mismo y al niño que juega en el recreo también. También al profesor que le enseña y al DJ que anima la fiesta. Así de complejo es el fenómeno del entendimiento y traducción de nuestros mensajes.

jueves, septiembre 12, 2024

Un sueño. Sumamente extraño

Antes de verlos bajando hacia la playa, o hacia el bosque, el narrador ya conocía el significado de ese descenso. Los dos norteamericanos, altos y rubios, vistos de espalda, pieles blancas con vellos en los hombros, serían del gusto de su esposa. El asunto se decidiría en la ducha. 
Caía el agua sobre sus cuerpos; ella, o él, no buscaba limpieza. Es curioso que en los sueños del narrador, sus personajes a veces asuman apariencias contrarias a su género. En este caso ella, ahora él, se arqueaba, se les ofrecía.
-¡Quiero sexo, ese sexo que nunca me has sabido dar y que espero que no me vuelvas a pedir jamás! -increpó, amenazó al narrador. El narrador esperaba esas palabras; todo estaba dispuesto para que se configurara dicha escena.
En la cama, ella con uno de los dos norteamericanos, la sintió comentar después del acto: el placer que me provocó el orgasmo ha sido el mismo de siempre. El norteamericano se quejaba de dolores en la espalda, producto de una placa de metal inserta en su cuerpo. 
El mal se había consumado. Llegaba la hora del narrador. Llegaba el momento de la decisión del narrador.
Querías sexo y has pecado. Lo permití; ahora te dejaré para siempre.
La decisión le despertaba sentimientos encontrados. Ansiaba febrilmente que ella se empapara en las consecuencias de su deseo carnal, que viviera el abandono, que tomara conciencia de que no lo vería nunca más. Al mismo tiempo, en el corazón del narrador la presencia de su mujer se le hacía inolvidable; latía en su memoria, vagaba entre sus pensamientos.
Echado en el suelo del bar la vio salir hacia la calle, abriéndose paso con cierta indiferencia, vestida con un traje ajustado de colores llamativos.
Ahora viajaré por el mundo, iré de un país a otro, ese será de hoy en adelante mi destino, se prometió el narrador. 

lunes, septiembre 09, 2024

Un libro más, en Rancagua

No hace ni tres días que lancé mi último libro y pareciera que fue hace un mes. Ahora recapitulo e intento sopesar las cosas en su justa medida, pero pucha que cuesta. No sé ni por dónde empezar esta crónica; no fluye, no fluye... de hecho la he comenzado tres veces, y si leyeran lo que borré... "El velo transparente que cubre el pasado"... "Los días vuelven a teñirse de gris"... "Por fin me saqué ese peso de encima"... "El tiempo infinito sigue inmóvil; somos nosotros los que pasamos"... 
A los hechos.
Entramos apurados al centro cultural rancagüino con mi mujer y una amiga; mis hermanos ya armaban la mesa con el vino de honor (vino, café, vasos de café, galletas, queso, salame, frutos secos, brochetas, tapaditos, servilletas, jugo, bebidas). Era un ajetreo como de fiesta, una actividad frenética con la mente puesta en el misterio de los invitados.
Los lanzamientos de libros son una lotería. El que llega, llega. La sala podrá lucir tanto vacía como abarrotada, nadie es capaz de asegurar de antemano ni lo uno ni lo otro. Lo que se veía a esa hora era un comistrajo abundante para un público fantasma. Lo que se veía era una demostración agitada y silenciosa de amor. Con eso ya me consideraba pagado.    
 
Habla el autor. A su izquierda, Luis, Miguel y Víctor.

Afortunadamente, con el correr de los minutos, comencé a divisar viejas caras conocidas, familiares que no veía hace años, ex novias de mis hermanos que venían por el libro y también a vitrinear; un sobrino muy querido, acompañado de sus dos hijos, amigas de toda una vida, de pronto la sorpresa de un par de desconocidos y de un apreciado periodista...
No es que la sala se fuera haciendo chica, pero tampoco sufrí el desconsuelo de las sillas vacías. La asistencia fue muy respetable.
Patricia, mi mujer, se ubicó al fondo, junto a la mesita de ejemplares a la venta. La Marielita, mi sobrina, y periodista, se hizo cargo de las presentaciones. El primero en hablar fue Lucho. Se paró e improvisó unas palabras que me llegaron al alma, no tanto por lo que dijo sino por el cariño que se traslucía en ellas hacia mi persona. "No me sorprende para nada que Hugo haya escrito este libro, porque él desde chico inventaba historias, hacía historietas y destacaba en el colegio". Hugo es mi segundo nombre; así me han llamado siempre mi hermano y mis primos hermanos.
Aplausos. Abrazo. Luego vino Miguel, que fue improvisando sobre unos apuntes escritos a mano, que yo veía a mi izquierda, pues habló sentado, con su característico tono de tranquilidad en la voz. La emoción que me embargaba me impide recordar el tenor de sus palabras. Después de todo era una emoción justificada. Frente a otros laureados escritores acostumbrados a la fama, yo era un amateur que por primera vez lanzaba un libro. Miento. Lancé otro en el Valle de Elqui, en la parcela de Marcos y la Chechi, en una ceremonia muy, muy íntima. Con el correr de los días me quedó dando vueltas lo del discurso de Miguel, y lo llamé. ¡Hola, Merterele! Hola. ¿Tienes copia del discurso que pronunciaste el otro día? No, la boté, pero recuerdo más o menos lo que dije. ¿Puedes mandarme un par de párrafos al whatsapp? Claro. Y esto me mandó: "Nosotros, los primos Mardones Labra, provenimos de una familia en la que dos hermanos hombres (Mardones) se casaron con dos hermanas mujeres (Labra), de ahí que nosotros seamos tan cercanos. Somos como hermanos, crecimos juntos, viviendo cerca. Yo fui el único que se quedó en esta ciudad y me declaro amante de la Rancagua clásica, antigua. El libro de mi primo intelectual revive historias de nuestra niñez y adolescencia, y como veo que la mayoría de los aquí presentes han hecho también gran parte de sus vidas en Rancagua, espero que este libro les haga revivir etapas de sus propias vidas". 
Antes de usar la palabra, mi hermano se levantó y habló de pie frente al micrófono. Había escrito su discurso y por eso fue tan alabado, luego de la presentación. Víctor es un hombre de vasta cultura y siempre ha escrito bien. Para ser un escritor de verdad solamente le faltaría la pasión por las letras, la necesidad imperiosa de escribir, me tienta decir dolorosa. Pero cuando escribe, lo hace muy bien.
"Ese es el espíritu que hoy nos congrega, ese es el espíritu de Micrópolis. Reencuentros con la memoria, pasajes de la infancia que se repiten, gatillados por cualquier evento, noticias, una canción o un aroma. La infancia y el recuerdo. Páginas con palabras, carillas con ideas, relatos con vivencias. Son múltiples las formas cotidianas de viajar al pasado, que responden de manera más rápida y eficaz que H. G. Wells y su máquina del tiempo".
"Agradezco a las generaciones anteriores que nos dejaron y están en estas crónicas, por todo lo que hicieron por nosotros; también, gracias a todos ustedes por acompañarnos en este día, y especialmente, gracias, hermano, por incluirnos dentro de tus recuerdos".
Así habló Víctor. Aplausos. Abrazo. Entonces me dispuse a cerrar el acto.
El autor del libro y de este blog.

Había bosquejado un discurso, pero preferí improvisar. Craso error: en el camino fui descubriendo que improvisar no es tan fácil como parece. No es decir "con que hable mi corazón me las arreglo", porque los nervios suelen traicionar a la memoria; de modo que si bien dije lo principal, olvidé los detalles, que son los que le dan la sal a las palabras. Por ejemplo, agradecí a los organizadores, pero no a los asistentes, que eran tanto o más importantes que los organizadores. Olvidé decir el chiste inicial que llevaba preparado. (Esto es como un funeral: no están los que daba por descontado y se hicieron presentes los que no me imaginaba). Olvidé resaltar la presencia de mis primos Jorge y Rigo, que completaban el mítico equipo de "Los Mardones", cuando jugábamos contra Los Pelusitas de la población Sewell. Olvidé explicar por qué el libro se llama Micrópolis y por qué iba a poner como ejemplo a las famosas muñecas rusas. (Micrópolis es Rancagua en un periodo de tiempo, pero no es exactamente Rancagua sino que es un barrio dentro de Rancagua. Pero no es exactamente un barrio dentro de Rancagua sino que es una familia dentro de un barrio de Rancagua. Pero no es exactamente una familia dentro de un barrio de Rancagua sino un corazón que la conforma y la describe: a su familia, a su barrio, a su ciudad natal). Rescaté eso sí lo principal. El estilo simple, la honestidad, el sentimiento descarnado de amor que respira todo el libro. Y terminé leyendo una de las historias, "Los novios de la tía Gloria". Entonces comprendí que mi ciudad es un pañuelo. Al momento de la firma de los ejemplares, varios de los asistentes se me acercaron, emocionados, para recordar que habían conocido a la tía Gloria y a su marido.
Así es la memoria. Por mucho que se descarte y que se invente, siempre queda algo para compartir entre todos.

De izquierda a derecha, Marielita y Felipe, su pareja; Víctor, Luis, mi esposa Patricia, Julián (atrás, hijo de Marielita), el autor, Miguel, Rigo y su esposa, Sandra.
 

domingo, septiembre 08, 2024

Temor a la muerte

A los siete años, a la muerte se la mira como a un tío lejano que visita la casa un par de días 
A los veinte años despierta la extrañeza que despierta un cometa que pasa por la tierra  
A los cincuenta años induce a contratar seguros; la muerte se vuelve una inversión
A los setenta años renace día a día en el espejo; el alma atenta a la primera señal aunque no duela
A los ochenta años es una roca rodando hacia el cuerpo 
La víctima lucha frágilmente, y se entrega 

lunes, agosto 19, 2024

Periplo de Callaos Cauros en tierras sureñas


El tío Pablo llegó a las siete y media de la mañana en punto, tal como se había convenido. Lo saludé en pijama desde la puerta y le abrí y cerré dos veces la mano derecha. Diez minutitos plis. No hay problema. Miré el pasto: no estaba escarchado, como lo pronosticaba el informe meteorológico. Podría haberlos ido a dejar yo mismo al aeropuerto; otro signo de las aprensiones que gobiernan mi vida. Tuvieron que pagarle el taxi al Tío Pablo.
Mis hermanos apuraban sus frugales desayunos y echaban las últimas prendas a las mochilas, mientras yo me iba haciendo a la idea de volver a la soledad. 
La soledad se padece antes de ser experimentada. Una vez que se asoma de verdad, se disfruta. Es mi caso, al menos; no siempre, pero sí la mayoría de las veces, y eso hace que el peso sobre los hombros se torne abordable.  
No hacía nada que los recibía en el aeropuerto, previo intercambio de chats. ¿Pasó algo que no salen? Llegamos hace rato. Pero dónde están que no los veo. En la salida. Pero si yo estoy en la salida. En cuál salida. En la única que hay. Nosotros también estamos en la única salida. ¿Están en la calle? ¡No, estamos adentro en la salida! ¡Yo también!
Primer desencuentro; las cosas parecen seguir igual que siempre. Callaos Cauros es un menjunje de ansiedades, dedos en la llaga, tallas pesadas. Pero esas capas rebotan en un cuero de elefante que protege el auténtico espíritu del grupo, fundado en el cariño. Nosotros lo tenemos claro, pero a los demás les toma un poco de tiempo darse cuenta.
Callos Cauros guarda cierta relación con el tío Pablo. El tío Pablo murió hace como veinte años y también fue taxista. El taxista que llegó a recogerlos se llama Carlos González. Si le puse Tío Pablo fue porque le encontré un dejo suyo en la apariencia y sobre todo en el carácter alegre, simplón.
Un día, cuando estábamos chicos, el verdadero tío Pablo nos llevó a jugar a la pelota a los alrededores de Codegua en su auto viejo. Todos felices porque andar en auto era sinónimo de felicidad, aumentada en ese caso por las bromas en el camino y el gustito que sentíamos en la guata en cada subida y bajada del camino de tierra. Los ocho primos Mardones hombres (había tres mujeres) echábamos el bofe en la canchita de tierra, con el tío Pablo en un equipo y no recuerdo si mi papá en el otro, cuando de repente el tío Pablo lanzó un grito:
-¡Callaos, cauros!
Se paró la pichanga. Qué pasa. Los Mardones expectantes en la cancha. Silencio sepulcral.
De pronto sonó un pedo, que nos hizo reír a todos. No fue un pedo de poto de elefante ni un pedo del estilo rompe tocuyo. Yo diría, por el recuerdo que guardo, que fue un pedo normal, algo agudo, más corto que largo, un pedo de niño. El juego continuó.
Durante el periplo sureño hubo un momento para analizar esa anécdota, que dio origen al nombre del grupo. En lo de la pichanguita en los alrededores de Codegua no hubo dos opiniones, pero en los hechos que le siguieron la cosa se bifurcó, no como en el jardín de los senderos de Borges, pero se bifurcó. Una versión le atribuyó el pedo al tío Pablo y la otra al Jorge, su hijo mayor, que entonces tendría unos diez años. Al Jorge lo bautizamos "Maravilla Gamboa" en honor al crack colombiano que brilló en el Mundial del 62, aunque Colombia no pasó la primera ronda. El Jorge, morenito, hacía cachañas parecidas a Delio "Maravilla Gamboa": quedó con ese apodo para siempre. Como la tecnología permite actualmente acometer empresas imposibles para otro tiempo, y ya que el ocio que genera la soledad me lo permite, me decido a llamar al mismísimo Maravilla Gamboa para salir de dudas.
(Suena el teléfono).
¿Hablo con Maravilla Gamboa? ¡Hola Huguito!, me pillaste manejando. Te llamo más tarde. No, dime no más, ando sin pasajeros. Es por un asunto muy puntual, se trata de la anécdota de Callaos Cauros; ¿sabes el origen? Claro, es de mi papá. Ah, entonces fue el tío Pablo. Claro; estábamos jugando a la salida de tu casa, en ese cuadradito que era una especie de antejardín. Pero eso era muy chico para jugar. Sí, pero no estábamos jugando a la pelota, estábamos jugando a las bolitas y de repente mi papá exclamó: ¡Callaos, cauros! Todos nos quedamos callados, intrigados por saber lo que iba a decir, y entonces soltó un gas. Ah, fue el tío Pablo; yo pensaba que habías sido tú. No, yo fui el que después contó la anécdota. Bueno primo, ¡gracias, nos sacaste de una duda!, sigue manejando tranquilo, adiós. ¡Chao Huguito!, ¿cuándo te dejas caer por Rancagua? Un día de estos.
De esta anécdota surgen tres aristas, como se dice hoy. La primera es que la memoria engaña. La segunda es que la verdad suele teñirse de luminosos colores y cuando sale a relucir es gris. La tercera es el poder que tienen los recuerdos sucios, hasta el punto de que la memoria los conserva sobre otros hechos de sobra más importantes. Hasta Freud ha metido mano en el asunto, con su teoría de la fase anal, que todo niño desarrollaría entre los dos y cuatro años. Yo prefiero regocijarme pensando simplemente que el recuerdo de la anécdota del tío Pablo se mantiene vivo por la sorpresa que provoca un pedo cuando sale en público, que es algo que causa risa si se trata de una excepción, pues como hábito despertaría fastidio. Tal vez de ahí venga el dicho "chiste repetido sale podrido".
Aclarando las cosas, Callaos Cauros no somos cuatro hermanos, como dije el principio, sino dos hermanos más dos hermanos que forman un  cuarteto de primos hermanos, a tal punto que tenemos los mismos apellidos. Dos hermanas Labra se casaron con dos hermanos Mardones. Esa fuerza de parentesco nos llevó a vivir prácticamente juntos durante toda la infancia, de allí que Luchizo decidiera un día cualquiera de su adolescencia tratarnos de "hermanos". Y en el fondo somos hermanos, qué duda cabe. Luchizo (Luis) es el mayor de todos, coronel en retiro de la Fach. Le sigo yo, Huguizus (Sergio Hugo, Hugo para la familia), periodista jubilado y escritor, si ser escritor es haber escrito diez libros. Después está Papazete (Víctor, mi hermano de mamá y papá), arquitecto, empresario, cinéfilo, dibujante y fotógrafo por vocación. Y cierra el grupo Merterele, también llamado Gl (Miguel), ingeniero civil, pensionado, rentista, bajista del grupo Nieve, fanático de Paul McCartney hasta un poco más allá de la exageración. Si no hubiese muerto Julchus (Julio) a los 21 años, Callaos Cauros sería un quinteto.
Merterele es de talla fácil, liviana. Durante este viaje que acaba de finalizar me rebautizó como El cochero de Drácula. Años antes me había puesto Palmer, porque cuando me peinaba hacia atrás el pelo se me abría como palmera. Dábamos la vuelta completa al lago Llanquihue y como siempre, le tocó el asiento trasero junto con Papazete. Luchizo, de copiloto. El auto de dos puertas se bamboleaba ante ciertos baches del camino y además porque es un auto duro, de campo más que de ciudad. ¡Puta, vamos en la carroza de Drácula!, protestaba Merterele, de vez en cuando. Esa tarde pasamos por Puerto Octay y como siempre hago con las visitas, los llevé a la preciosa costanera y les enseñé el monolito en memoria de los músicos mártires de la banda del regimiento de Valdivia, fallecidos el 28 de febrero de 1931, al ser despedazados varios de ellos por las hélices de un barco cuando se disponían a rendir homenaje a los príncipes de Gales Eduardo y Jorge, futuros reyes de Inglaterra. Se dice que los príncipes andaban huasqueados; prefirieron quedarse en el bar de la casa Centinela -que luego derivó en el Hotel Centinela- antes que acudir al tributo organizado para ellos en la península del mismo nombre. Los músicos bien gracias, pero tenían que partir de vuelta a Valdivia y para eso los debía ir a buscar un buque para llevárselos a Puerto Octay y de ahí a Valdivia por tierra. Pero falló el vapor, no tenía leña para encender los motores. Ansiosos, descubrieron una lancha para veinte personas y se subieron. Mientras tanto el vapor se consiguió leña y partió a buscarlos desde Puerto Octay a Centinela. Plena noche. El barco no vio a la lancha y la partió en dos. Al echarse para atrás, las aspas dieron cuenta de algunos músicos; los otros, desesperados, nadaron al centro del lago en vez de nadar hacia la orilla y se ahogaron. Doce víctimas en total. Los príncipes no tuvieron la culpa pero igual se echaron al pollo al otro día y mandaron una corona de flores desde Argentina. ¿Alguna vez habrá conocido Wallis Simpson esa historia de labios de Eduardo VIII? ¿Le habrá aumentado la tartamudez a Jorge VI con el shock? Callaos Cauros la conoció esa tarde y Merterele, impresionado, buscó más detalles en Google.
Aunque el diccionario de americanismos afirma que el dicho correcto es "echarse el pollo", yo prefiero usar "echarse al pollo".
El restaurante La Olla no es de delicatessen; es de salón amplio con cuarenta mesas y gran cocina a la vista. Ahí nos mandamos sendas merluzas y congrios a lo pobre o con papas salteadas, Papazete se inclinó por un plato de verduras. Esa fue una de las salidas; otra fue a La Tropera, donde la noche del arribo nos mandamos al pecho dos pizzas y sendas degustaciones de cervezas. Otra fue al hotel Elún. Pasamos la mañana y la tarde entera gozando de los sillones, la conversación frente a la chimenea, la comida, el café y la hospitalidad del local con vista al lago. Y otra fue a Cancagua, pleno bosque frente al lago. Allí se nos vino la noche disfrutando dos horas y media un baño con el agua a 41 grados de temperatura. Merterele encontró un poco cara la experiencia, aunque días antes había materializado la reserva de un viaje de cinco días a Montevideo para ver a Paul McCartney. Cada uno con sus gustos, como decía la vieja.  
Las mañanas en la cabaña comenzaban con la diana militar con canto de gallo incluida, que seleccioné de Youtube especialmente para este encuentro. El único que se reía era yo. Las noches empezaban relativamente temprano, tipo ocho, los cuatro sentados ante la pantalla de 50 pulgadas. La serie escogida fue "El encargado". Yo la he visto tres veces pero Papazete la conocía solo de oídas y como en Santiago las hace de administrador de su edificio en plena Zona Cero del estallido, quería verla. De modo que a las ocho y diez minutos la escena era la siguiente: Papazete y quien habla con un whisky en la mano, viendo la serie; Luchizo estirado en un sofá, roncando; Merterele, haciendo como que la veía pero al ratito, roncando sentado. Después, a convertir los sofás en camas, a preparar el colchón inflable para Luchizo y a dormir.
Yo pensaba que en este encuentro nos íbamos a ir de conversa profunda, porque era la primera vez en la vida que pasaríamos cuatro días solos, pero fue lo de siempre. No se pueden forzar las cosas, y si se sobreentiende el cariño entre nosotros (aunque a veces nos pasamos a pullazos y peleas) para qué entrar en profundidades; no hay necesidad de abrazos ni declaraciones rimbombantes; además, y de la nada, podrían haber reflotado sentimientos cochinos. Hubo sí un episodio que me llamó la atención. En una de esas noches salió a relucir la violenta reacción de Papazete cuando lo tratábamos con el apodo de "Toronjo asesino" en la niñez. En vez de reírse, dijo:
"Me sentía pequeño y tenía que defenderme". ¡Vaya, eso no lo había oído nunca!, es un dato de la mayor importancia. 
Luchizo sigue siendo una montaña rusa de emociones, que van desde sus grandes entregas de amor, en la cima, a quejumbrosos lamentos en que da la sensación de haber sido traicionado, burlado, mirado en menos. Merterele, cuando logra vencer su manía de andar cerrando la puerta tres veces o repasando la posición de las llaves del gas, lo ve todo desde su apacible rincón, y de repente lanza un guadañazo que resulta divertido, como ya lo dije, intervención que no molesta como las bromas de Papazete y en menor medida, las de Luchizo, que son más cautelosas. Porque Luchizo es cauteloso y Papazete, frontal. En cuanto a mí, me veo ahora mismo envejecido diez años en un par de días, a juzgar por las fotos del viaje que va registrando Papazete con enervante decisión, fotos que nos obligan a esperarlo a regañadientes en el auto, que generan quejas, a sabiendas de que serán el testimonio del periplo.
Son mis primeras vacaciones en diez años, se defiende. Lo que no deja de llamarme la atención. 
Tú, que no tienes problemas económicos, ¿primeras vacaciones en diez años? 
Sí, dice, y su explicación se me borra de la memoria.
Escapa a esta pintura de brocha gorda la posibilidad de adentrarse en los ríos subterráneos que fluyen dentro de Luchizo, Papazete, Merterele y quien habla. Ningún retrato reflejará completamente la esencia de ningún ser humano si el retratista no posee las armas para bucear en oscuridades clausuradas al mundo. Los silencios y los sueños son los señores de la verdad del hombre; ni siquiera quien sueña o quien guarda un silencio reflexivo conoce su verdad. Da la impresión de que por una razón misteriosa las personas esconden de las miradas de los demás lo más importante de sus vidas. Juntos, esos días, conformamos un grupo de hermanos, Callaos Cauros, y posiblemente nos unimos más que nunca; pero esos silencios nos mantuvieron separados, como siempre.     
 
 


miércoles, agosto 14, 2024

Profundidad, moda

Vayamos hacia lo más profundo; olvidemos los fantasmas, los demonios, el pozo de la mente, las alimañas que chapotean en el pozo, toda esa lista de lugares comunes, de metáforas trilladas, e intentemos bucear aún más abajo. 
Quisiera saber qué hallaría, con qué me enfrentaría, quisiera intuirlo, quisiera descubrir que no es el miedo, no es el amor, que ni siquiera es el vacío ni la oscuridad ni la luz.
Qué hay más allá de mi alma, lo ignoro; no desearía recurrir a palabras gastadas, huecas, para describir ese estado, porque además no tengo la menor idea de qué describiría. Qué hay más abajo o más adentro de mi alma, más allá de la semilla y del gusano.
Bastante inhumano, masoquista, es querer sobrepasar los límites de la inteligencia que el creador nos regaló. Y sin embargo, de ser posible, mi deseo tiende a proseguir la excavación hasta llegar a la antesala del tesoro.
Días después de haber redactado estas palabras gastadas me surge una ligera reflexión: si los libros clásicos escritos hace cien, doscientos, setecientos años evidencian los avatares de la época en que los recibieron sus lectores, digamos una época con realidades, costumbres, creencias totalmente extemporáneas a las de nuestros días, y aun así perduran en el tiempo, ¿dónde está la moda, el acierto o la ridiculez  en este texto? La sola pregunta podría indicar que entré por el camino errado. Salvo tal vez para un filólogo, ahora mismo no hay forma de saberlo.       

domingo, agosto 11, 2024

Un domingo en el hotel Elún

Se acaban de ir. El vestíbulo, que también es recepción, bar, comedor, estar, todo dispuesto alrededor de la gran chimenea, vuelve a quedar vacío. Se fueron las voces, las risas, los intercambios de palabras, las acotaciones, los planes inmediatos, el optimismo que se les despierta a los pasajeros que abandonan los hoteles al mediodía, cuando tienen algo más que hacer.
Y qué hay de mí? Nada trascendental; vuelvo a quedar solo con la música del parlante, siempre la misma canción de Adele, todos los domingos es igual; la dulce Pía, sirviéndome el mismo café de siempre, antes de que se lo ordene, la joven de lentes sentada frente al pc de la administración, en mis manos el libro Vida, de Santa Teresa.
No puedo creer que siga dudando de las visiones de la santa, al leerlas se me vienen a la mente los delirios de Bernardo Lazcano Mella, el personaje de mi libro de crónicas; en algo se parecen la intensidad con que describen la presencia, la visita de Jesús y de Dios a sus almas, y el dolor, la extenuación que les deja la experiencia, una vez acabada. Yo siempre leí con respeto las palabras de ese loco, aunque para mis pocos lectores no sean más que una chifladura de marca mayor y su historia suelan pasarla pronto al olvido. Es curioso que eso mismo pensaran hasta los mismos confesores de la santa. La invitaban a rechazar sus visiones, de las que aseguraban eran muestras de la presencia del demonio. Hoy se diría de visiones como esas que constituyen la prueba de un síndrome mesiánico, delirios místicos. Desde luego, en aquel tiempo las rechazaban porque ninguno de esos católicos ejemplares había vivido ni vivió jamás algo así.
Conforme avanza el tiempo y la vista se me cansa, la sensación que se apodera de mi cuerpo es de serena placidez, sensación lindante con el aburrimiento, con la comprobación de ausencia de emociones; el vaso de agua que acompaña al café me hace ir una, dos, tres veces al baño. Es un vaso grande, a esa hora me provoca ese efecto. Tal vez se deba a la blandura del sofá o al líquido que consumí antes, al desayuno, en mi cabaña. A la otra posible causa no me voy a referir, ni por broma: ya un gran amigo está padeciendo sus efectos, recibiendo rayos cada martes hasta que complete el tratamiento. 
Sea como fuere, las mañanas de los domingos siempre son iguales: salgo de la cabaña, tomo el auto, llego al hotel, me sirven lo de siempre, saco del estante el libro de la santa, que se halla siempre donde mismo, lo abro donde lo dejé marcado con una boleta, avanzo diez páginas, busco luego otro más simple, divertido, crónicas de cine. De pronto y sin aviso, alguna idea, el contenido de la lectura, algo que mis sentidos captaron, me fuerzan a sacar el lápiz y un pedazo de papel en blanco, que siempre es el reverso de una boleta, y escribo. Esta vez fueron las voces a mi espalda, las alegres voces que daban por terminada la estancia de fin de semana en un hotel, las voces que se iban. 
Para no ser menos me levanto, pago la cuenta, me despido y yo también me voy.

jueves, agosto 08, 2024

Verdadera felicidad

Según el principio de los contrarios (ignoras si alguna vez algún autor habrá reivindicado este principio en un libro serio, erudito) tu afán por el orden, el hábito, la rutina, la organización, la moderación, el control, se debería al temor de que a la vuelta de la esquina surja de tu interior, para enfrentarte, la locura desbocada, el desorden, la imprudencia, la libertad, el despilfarro, la desventura, el caos, el sino trágico.
Piensas con cierta ligereza que tus afanes aspiran a la felicidad sobre la tranquilidad, porque te imaginas que la tranquilidad se parece a la muerte y que la felicidad es la ilusión de la vida. 
Y cuándo es que sientes felicidad, verdadera felicidad: cuando estás sentado ante una pantalla en el living de tu casa, con un vaso de whisky al alcance de la mano, mientras disfrutas de una película. Conseguiste llegar a ese estado porque lo planificaste así y la vida te fue magnánima, despejó para ese momento tu alma de fantasmas. Una película de Woody Allen, en lo posible, que abarque el infortunio en clave de comedia, se cebe en las obsesiones humanas y desemboque en un final esperanzador.
Hay otra felicidad, la de escribir, pero esa no se siente. Se vive. Se vive mientras la practicas y cuando has guardado la pluma te deja en un estado de insatisfacción, ansiedad ante un trabajo que debes someter a revisiones.
En ese pequeño despegue de tu imaginación del que acabas de hacer gala olvidaste mencionar que en almas como la tuya la felicidad engendra el caos y que en tu vida, mal que te pese, la base de la felicidad es la tranquilidad. No es un detalle sin importancia, debiste incorporarlo en tu informe.
Así es tu mundo perfecto. Ausencia de problemas, de amenazas, bien los que quieres y los que te quieren.
Tu viejo conocido no entiende mucho de esas cosas; suele quedarse con lo que ofrecen las vitrinas. 

domingo, agosto 04, 2024

Promesa de amor

Una vez que ya nos vimos, estábamos bien abrazados en un rincón que unía dos altas paredes de esa casa antigua, descolorida, casa melancólica, me hizo saber que por la tarde íbamos a gozar en la cama. Entre palabras adormecidas que salieron de su voz profunda me manifestó que deseaba ofrecer a mis sentidos su intimidad posterior; no era una insinuación la suya, sino una decisión. 
Vaya, así están las cosas, no me lo esperaba en este momento, no sabía a ciencia cierta si me interesaba su propuesta, si estaba en condiciones de asumirla. 
Alrededor de las dos de la tarde me hice acompañar por mi viejo amigo de juergas, para los que no lo conocen, un hombre calvo de lentes oscuros con tatuajes en los brazos. Recordamos que la tienda se hallaba en uno de los pasajes del centro, pero no había forma de encontrarla, años que no andábamos por ahí. El calvo de gafas me guiaba por los pasillos embaldosados; se hacía respetar haciendo a un lado a la gente.
Subimos por una escalera de mano, echando abajo a los demás interesados; antes de llegar al techo descubrimos el puesto de ropa usada de mujer, pero el artículo que perseguíamos ya no estaba a la venta, de modo que pronto nos vimos en ese camino situado en los arrabales, dispuestos a dar con él. 
Ya nos devolvíamos, eran cerca de las cinco de la tarde, la hora que anuncia el crepúsculo, cuando mi viejo amigo calvo de lentes oscuros indicó hacia arriba, con su dedo índice.
-Allá está, ¿lo ves?
Dispuesto en el muro de adobe, adherido a unos alambres para no caer al vacío, se hallaba lo que andaba buscando. 
Ahora era cosa de ir por ella. 

jueves, julio 25, 2024

Qué dejan los libros

De la lectura de un libro me queda, con suerte, según pasan los años, una idea suelta, un giro fabuloso del autor, una o dos imágenes. Cuán cerca estuvo el escritor de haber planeado clavarme precisamente esa azarosa estaca en la memoria, en el corazón, lo ignoro. Yo creo que andaba lejos.
Allí, precisamente, está su aporte al lector común y corriente (no al académico, al perito, al docto que absorbe y desmenuza su contenido, como si fuese una máquina de inteligencia).
De uno de los libros de Hesse, ni siquiera recuerdo cuál de los dos, Demian o El lobo estepario, conservo la imagen de un joven sentado ante el fuego de la chimenea. No estoy seguro si estaba solo o acompañado, pero sí que sentía crepitar los leños. De eso es de lo que estoy hablando. 
Mi labor como lego consistiría en desentrañar la contribución de imágenes como aquella al pozo profundo de mi ser.  

miércoles, julio 24, 2024

El mundo y yo

Ciertos héroes lo desean redimir, hay otros que le echan en cara su injustica, su maldad. Para unos el mundo es ancho y ajeno; para otros, un rompecabezas, para otros, una eterna y feliz aventura. Son héroes que nacieron en la mente de un artista, se transformaron en papel y hay gente que los lee y hasta se deja seducir por sus discursos y sus actos. Algunos han trascendido al libro y ya son compañeros y guías de la humanidad; los más yacen en estanterías empolvadas o desvanes de casas de playa.  
Mi héroe es una persona pequeñita que aún no entiende dónde está, que busca hacerse a un lado, que nada heroico tiene que ofrecer. No ha sido hecho ni para servir de ejemplo ni para conmover ni para portar el estandarte de la justicia; a lo más para despertar una que otra sonrisa o para ser despreciado o compadecido.
Es curioso que ese tipo de héroe salga de mi pluma, porque yo no siento que mi alma sea así. Y sin embargo, algo debe de haber en ella para que me identifique con esos personajes. 

martes, julio 16, 2024

El tauteo del zorro

(Tauteo: Gañido peculiar del zorro)

Es de noche, hace frío
He bajado del bosque a buscar compañía
Estoy plantado entre la hierba 
Los camaradas me rehúyen 
Soy el centro de una gran circunferencia solitario
Mi llamado espanta
Huyen las ratas, las perdices; indiferente la lechuza
El perro mi enemigo huele desde lejos
El hombre mi lejano amigo
El eternamente sospechoso
Descansa en su cabaña
De la que sale humo por un tubo
El humo nace del fuego, del fuego nace el calor
Allá adentro lo está todo, todo se hace fácil
Hay pan, hay carne, hay huevos
Qué sería de mi vida si me colmaran de manjares
Yo tengo a las estrellas, los árboles, los arroyos
La tierra a mis pies; el sereno de la noche
El viento que remece las ramas de los árboles
Mi soledad
Mi llamado inútil

sábado, julio 06, 2024

Honor a las aves que corren por el campo

Qué me gritan los pájaros que corren por el campo
Me gritan: Ese que va pasando eres tú
Esa figura, esa sombra que pasa
Ese hombre eres tú 
Sal de tu sueño
Alguien de esta tierra te vigila
Esta noche no eres, son otros
Creemos que son otros 
Levántate y vigila
No se te ocurra cruzarte con la vida
Hombre, te engañas
Nuestra ira es el miedo disfrazado 
¡Huye de aquí!  

lunes, julio 01, 2024

Una novela dentro de una novela

Así como las obras maestras de la pintura de los pasados siglos se hacían admirar por su belleza indiscutible (la perfección en el uso del color, la luz y la sombra, la composición del cuadro, la rigurosa perspectiva, la historia que contaba, incluso la intención escondida del autor, etcétera), y así como las portentosas creaciones musicales románticas, clásicas y barrocas deleitaban el oído con sus armonías, estructura, feliz combinación instrumental, así también las grandes novelas de los siglos Dieciocho y Diecinueve destacaban como catedrales macizas y completas, obras redondas que abarcaban un mundo en sí mismo, en el que nada faltaba y nada sobraba. 
Esto no es un análisis crítico ni mucho menos. Solo quería deslizar el hecho incuestionable de que al comienzo del siglo Veinte todo cambió, al menos en lo que se refiere a las artes. Entró aire fresco, se desordenó al naipe; la irreverencia, el desorden y otros accidentes virtuosos se tomaron la cancha. Un lienzo blanco con fondo blanco se consagró como obra maestra y después, un montón de basura en el centro de la sala de exposiciones. Ulises, la obra más ininteligible que se conoce (fuera de Finnegans Wake) marcó la pauta literaria, mientras la música docta celebraba la teoría de las notas organizadas en el pentagrama a través de una suerte de juego de lotería.
Hoy se ha llegado al extremo de considerar que cualquier cosa puede ser una novela, aunque temo que esa última esperanza pase pronto al olvido; está llegando el momento en que las máquinas comiencen a escribir los best sellers para la masa. Pero me mantengo en el ya nostálgico ahora. Basta que el ejemplar tenga cien, qué digo, sesenta páginas y no se trate de un librito de poesía, una colección de cuentos ni un ensayo para caer en la formidable categoría de novela. Porque la novela, claro está, da estatus al escritor. Estoy escribiendo un libro de cuentos, ah me alegro cosa tuya; estoy escribiendo una novela, oh qué extraordinario de qué se trata, de nada y de todo en particular hay reflexiones filosofía ciencia personajes que van y vienen sin un hilo argumental. Oh revolucionario. No estoy haciendo un chiste, se lo escuché el otro día a un autor que hoy vive en las nubes. Tampoco hago una crítica; tal vez ese autor sigue el rumbo correcto que ha tomado la novela en nuestros días. Tampoco hablo por envidia, me faltan pergaminos para siquiera envidiar. Y por último a quién le importa hoy realmente una novela,
A lo que quería llegar realmente, y ese es el origen de esta entrega, es que leyendo un libro de Cortázar llamado "Clases de literatura", en donde el argentino explica cómo fue que escribió su famosa novela "Rayuela", me entregué a pensar que quizás la novela que hace veinte años estoy tratando de escribir podría ser una novela dentro de esa otra novela que podría llamarse "Memorias del dr. Vicius". Y esto por qué. Porque estas memorias, que ya deben de andar por las mil doscientas páginas, no son ni una colección de cuentos ni son memorias propiamente tales ni son lo que antes se consideraba una novela, sino que son lo que yo llamaría una suma de impresiones originadas en el humor con que me encontraba al momento de escribir el capítulo correspondiente. Entre las páginas, que partieron como relatos fantásticos y que fueron derivando hacia una especie de crítica social, pasando por desequilibrados arrestos poéticos y muchos relatos de sueños, hasta llegar a la simple sensación, muy propia de la tercera edad, de ver cómo pasan los días, se fue deslizando misteriosamente una novela con argumento y todo. O sea, una novela dentro de una novela. La novela, queda claro, son las Memorias del dr. Vicius, en el contexto de lo que hoy se entiende por novela. La novelita, aún sin terminar, pero cuyas entregas periódicas mis lectores atentos ya habrán leído aquí, se monta sobre una arquitectura más formal y trata de lo siguiente.
Diversos inquilinos se han integrado y conviven en una casa de pensión, de la que no pueden salir. Hay una película de Buñuel en la que los personajes van a una fiesta en una mansión y tampoco pueden salir, pero se dan cuenta de eso y ahí se produce la desesperación, ahí está la genialidad de la película. Aquí no. Pero resulta que aquí se hallan en la antesala del infierno. En el purgatorio. Y ni siquiera lo sospechan. Cada uno es dueño de sus pecados y la comunicación es la que se suele dar entre los arrendatarios de pensiones que aún quedan en Santiago. El tiempo, además, avanza y retrocede. Esa novela la he titulado de diversas maneras. Comenzó siendo "En el lago", debido a que el traslado de los inquilinos a la pensión lo hace en una barquita un pobre hombre que ha perdido toda esperanza y decidió dedicarse a ese trabajo miserable: trasladar pasajeros de una orilla a otra del lago. Luego pasó a llamarse "La máscara de gorila", debido a que parte importante de la novela la protagoniza un joven ingenuo que fue cayendo a un pozo de degradación y lujuria. Luego me incliné por el título "Marpyc", que corresponde a otro de los personajes, una especie de detective metafísico que ha llegado para solucionar un crimen cometido en la casa de pensión. 
Estoy pensando que esta sería la mejor solución para ese quebradero de cabeza de la novela que no avanza: dejarla como una novela dentro de la novela. 

lunes, junio 24, 2024

Dos almas

Suelo preguntarme a cualquier hora del día, en cualquier ambiente, en una biblioteca, camino al supermercado, durante el ejercicio matutino, sobre todo ante las páginas de un libro, de dónde vendrá esa constante que ya parece haberse afincado en mi estilo, la de escribir para dos almas; un alma crítica y un alma benevolente. 
El alma crítica lee mi relato y desliza sin mala intención un cúmulo de observaciones lapidarias; ha acertado en los defectos de la obra, la ha minimizado, aun cuando admite cierta calidad en ella que esa alma no posee.
El alma benevolente ve lo bueno de la misma obra y también es exacta en sus apreciaciones; y si aventura alguna crítica, lo hace con una delicadeza rayana en la veneración.
Me es imposible concluir con cuál de las dos almas me quedo. Mi vanidad elige el alma benevolente, impregnada de amor y sabiduría. Ella me recuerda que lo que emprendo es bueno, porque se nutre de perseverancia, honestidad y esperanzas; la corrupción que abrevia mi mente se queda con el alma crítica, que de las dos es la que me permitirá escalar en la comedia de las letras, a fuerza de sangre, sudor y golpes.